GA128c8. La forma humana y su coordinación de fuerzas

Del ciclo: Una fisiología oculta

Rudolf Steiner — Praga, 28 de marzo de 1911

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Mi tarea de hoy será fusionar en una especie de cuadro, aunque, por supuesto, sólo incompleto, nuestras reflexiones de los últimos días sobre la «fisiología oculta», en la que nos hemos esforzado en presentar (aunque en parte también sólo superficialmente) mucho de lo que pertenece a los procesos de la organización humana. A través de esta imagen nos será posible tener una visión de la vida vivificante que se entrelaza y actúa en toda la organización humana. También en este caso nuestro mejor procedimiento será partir del lado más común y cotidiano, la relación recíproca entre la organización humana y el mundo exterior, nuestra Tierra, en el proceso de absorción de sustancias nutritivas.

Son estas sustancias, como sabemos, después de haber sido absorbidas y haber pasado por diversas etapas de cambio, las que son transmitidas a través de las más diversas acciones de los órganos a los distintos miembros de la organización humana, a todos los sistemas individuales que constituyen el ser físico del hombre. De hecho, no requiere ningún esfuerzo especial ver que, considerado fundamentalmente, lo que el organismo humano logra hacer con las sustancias nutritivas es lo que realmente convierte al ser humano en el hombre físico tal como se encuentra ante nosotros en el mundo físico. Sin duda, existe cierta dificultad en adoptar tal punto de vista. Pero quien se tome en serio los principios que aquí se han aplicado en nuestras reflexiones sobre el ser humano, debe decirse que todo lo demás que hay que considerar en relación con la organización humana, aparte de esta inyección de sustancias nutritivas en el organismo es, fundamentalmente visto, algo suprasensible, invisible, las acciones de una fuerza oculta. Si desTierras de tu mente por un momento todo lo que constituye el organismo humano a modo de sustancias nutritivas, conservas como organización física incluso menos que un simple saco físico, si se me permite esta expresión trivial; de hecho, no conservas nada de carácter físico. Pues incluso lo que existe en forma de piel y de cubierta exterior existe únicamente porque las sustancias nutritivas han sido conducidas a determinadas zonas de acción de fuerzas suprasensibles. Cancelen entonces de su cálculo las sustancias nutritivas y lo que se produce a partir de ellas, y tendrán que concebir el organismo humano como un sistema de fuerzas suprasensibles que actúan detrás de él de tal manera que estas mismas sustancias nutritivas puedan ser transportadas en todas direcciones.

 Si se aferran a este pensamiento, verán que debe presuponerse una cosa antes de ingerir cualquier sustancia nutritiva, incluso la más pequeña partícula; porque estas sustancias no podrían ser tomadas del mundo exterior en cualquier forma casual y transmitidas a cualquier ser, para que se produjeran los procesos que ocurren en el organismo humano. Debe ser, entonces, que este organismo humano confronta las primeras sustancias nutritivas ingeridas con una coordinación interna de fuerzas provenientes de los mundos espirituales; el organismo debe ser realmente «hombre», como tal, en esta coordinación interna de fuerzas. En todo ocultismo, aquello que se enfrenta primero a la materia puramente física que debe llenar al ser humano y que, por tanto, debe ser siempre concebida de manera suprasensible, se llama, en el sentido más amplio de la expresión, «la forma humana». Por lo tanto, si desciendes hasta el límite más profundo de la organización humana, tienes que concebir la forma humana suprasensible primaria que, como sistema de fuerza nacido de los mundos suprasensibles, está destinada, no como un saco o una bolsa física sino como algo suprafísico, suprasensible, para acoger lo que es lo único que hace posible la manifestación físico-sensible del ser humano. Sólo por el hecho de que esta forma suprasensible incorpora la materia nutritiva, el organismo humano se convierte en un organismo físico-sensible, algo que nuestros ojos pueden contemplar y nuestras manos pueden captar. Lo que así se enfrenta a las sustancias nutritivas externas se llama «forma», de acuerdo con la ley que opera en toda la naturaleza, ley idéntica denominada «principio de forma». Aunque desciendas al cristal, descubres que las sustancias que entran en él, para convertirse en lo que se manifiesta como cristal, deben ser captadas, por así decirlo, por principios de forma, que en este caso son los principios de la cristalización. Tomemos, por ejemplo, la sal de cocina o el cloruro de sodio: aquí tenemos, según nuestra física actual, las sustancias físicas cloro y sodio, un gas y un mineral. Veréis fácilmente que estas dos sustancias, antes de su entrada en la entidad que las retiene de tal manera que, en su unión química, aparecen cristalizadas en un cubo, no tienen nada en ellas que pueda indicarnos tal principio de forma. Antes de entrar en este principio de forma, no poseen nada en común, pero este principio de forma los agarra y los une y luego se produce este cuerpo físico, la sal de cocina. Lo presuponen, podríamos decir. Por eso, todo lo que entra en el organismo humano como sustancia nutritiva, presupone lo más profundo del ser suprasensible, la forma suprasensible.

Ahora bien, cuando las sustancias nutritivas entran en esa esfera que, según este principio de forma, está delimitada exteriormente como ser humano, primero son absorbidas por el tubo digestivo. Cuando son asimilados de este modo, desde el momento en que entran en la boca, se podría decir que sufren inmediatamente el primer cambio; incluso, el tubo digestivo mismo provoca una metamorfosis. Esto no podría producirse si no estuviera presente, como parte integral del organismo humano, algo que metamorfoseara de tal manera estas sustancias nutritivas, totalmente neutras entre sí cuando se ingieren por primera vez y que no poseen ninguna interrelación viva, que se conviertan en evocado a la vida. Debemos pensar en la metamorfosis de las sustancias nutritivas en su paso por el tubo alimentario humano como similar a la de las plantas cuando toman sus sustancias nutritivas del suelo, aunque, por supuesto, el proceso es bien diferente en el ser humano porque tiene lugar en una etapa diferente. Debemos imaginarnos una corriente nutricional, absorbida por el proceso vital o, como decimos en ocultismo, por el cuerpo etérico. En el momento en que las sustancias nutritivas entran en el organismo humano, son procesadas por el cuerpo etéreo: es decir, el cuerpo etérico se ocupa primero de su metamorfosis, de que se conviertan en parte integrante de las actividades vitales internas del organismo. Por lo tanto, debemos considerar este miembro suprasensible más cercano del ser humano, el cuerpo etérico, como el estimulador del primer proceso de metamorfosis en las sustancias nutritivas. Una vez que estas sustancias se han metamorfoseado lo suficiente como para haber sido incorporadas al proceso de la vida, debemos comprender claramente que se las trabaja aún más, precisamente en el sentido y de la misma manera que hemos descrito en las conferencias anteriores. Es necesario adaptarlos aún más al organismo humano, trabajarlos de tal manera que poco a poco puedan servir a los órganos que son la manifestación de los principios suprasensibles superiores, el cuerpo astral y el yo. En resumen, el trabajo de los procesos superiores es claramente enviar su propio tipo peculiar de actividad vital interna hasta estas sustancias nutritivas metamorfoseadas tal como son cuando han pasado por el esófago, el estómago, los intestinos, etc. En este punto, la corriente nutricional, en la medida en que ha sido metamorfoseada únicamente por el canal alimentario, se enfrenta a esos siete órganos internos que ya conocemos y que representan, como decimos, el sistema cósmico interno del hombre. En resumen, las sustancias nutritivas son ingeridas, luego metamorfoseadas de las más diversas maneras en el tubo digestivo y luego confrontadas por el hígado, los riñones, la vesícula biliar, el bazo, el corazón, los pulmones, etc.

Si entendemos además que estos órganos están diseñados a través de sus correspondientes sistemas de fuerza para trabajar más sobre las sustancias nutritivas, podemos decir con respecto al significado de esta metamorfosis que, si la corriente nutricional fuera trabajada sólo en la medida en que esta ocurre en el tubo digestivo, el hombre tendría que llevar una existencia vegetal; porque no habría logrado la formación de órganos en el mundo físico que pudieran convertirse en instrumentos de sus capacidades superiores. De este modo, los siete órganos metamorfosean aún más la corriente nutricional, y el sistema nervioso simpático impide que lo que hacen entre en la conciencia humana. Tenemos en consecuencia, en el sistema nervioso simpático y en los siete órganos, aquello que se enfrenta al flujo nutricional. Hemos avanzado mucho en la penetración desde el exterior hacia el interior del organismo humano. Porque todo lo que sucede allí dentro, como preocupación mutua de los siete órganos, es algo que nunca podría suceder en ningún otro lugar de nuestro mundo terrestre; y sólo puede tener lugar aquí porque este mundo interior está aislado del mundo exterior y porque su actividad está asegurada de antemano por el canal alimentario. Así, en nuestras reflexiones ya estamos en el organismo humano interior.

Y aquí debemos tomar nota de algo peculiar. Ahora que estamos dentro de este organismo, encontramos que nuevamente debe organizarse y diferenciarse internamente. Para el desempeño de sus múltiples empresas debe funcionar como una multiplicidad de órganos; y es precisamente para estas funciones internas que se necesita mucho. Todo lo que se pueda lograr ahora sólo puede lograrse de la siguiente manera; y entenderemos esto si primero imaginamos cómo sería si sólo existiera esta metamorfosis del flujo nutricional por medio de los siete órganos, el sistema cósmico interno, e imaginamos también que este proceso estuviera oculto a nuestra conciencia por el sistema nervioso simpático. Eso significaría que el hombre nunca sería capaz de desarrollarse hasta convertirse en un ser poseedor de conciencia; nunca tendría ni siquiera la forma más vaga de la conciencia que ahora posee. Porque todo lo que allí ocurre le es retenido. Es necesario establecer una conexión entre este sistema de órganos, incorporado, por así decirlo, desde fuera, y todo lo que hay en el interior del organismo humano. En realidad, esta conexión se establece porque todo lo que aporta el proceso nutritivo en su conjunto hace que toda la forma del organismo esté entretejida con lo que llamamos tejido, en el sentido más amplio del término. El tejido, una de las formas más simples de organización, está tejido a través de todos los miembros separados de la entidad humana. Y a partir de este tejido se forman los órganos más diversos. Ciertos tipos de tejidos, por ejemplo, se modifican de tal manera que, cuando se le añaden a su composición otros tipos especiales de células, se transforman en músculos. Por otra parte, otras especies se modifican endureciéndose y, mediante la apropiación de sustancias adecuadas, depositando células óseas. Así, en los órganos individuales que se forman para llenar juntos la forma del organismo humano como un todo, debemos pensar en algo que está subyacente a este organismo: en otras palabras, debemos pensar en tejidos por todo el cuerpo, y activos en todas partes, produciendo de sí mismos los órganos individuales.

Pero este tejido, por mucho que crezca y por muchos órganos individuales que pueda producir, no constituirá básicamente más que algo parecido a una planta; pues la naturaleza esencial de la planta reside en el hecho de que la entidad vegetal crece, que produce órganos a partir de sí misma, etc. Sin embargo, dado que en el caso del hombre debemos ir más allá de la naturaleza vegetal, debe presentarse un elemento enteramente nuevo, mediante el cual el hombre sea capaz de añadir a lo que existe en la vida vegetal, aquello que lo eleva por encima de ella. Es decir, el hombre debe añadir conciencia, la forma más simple al principio, esa conciencia oscura mediante la cual es consciente de su propia vida interior. Mientras un ser vivo no comparta conscientemente su propia vida interior, no esté en condiciones de reflejar su propia vida interior y así compartirla conscientemente, no podemos decir que se haya elevado por encima de la naturaleza vegetal. Sólo por el hecho de que no sólo tiene «vida» en sí mismo, sino que refleja el fluir de su vida interior y la eleva a la vida consciente, es que cualquier ser se eleva por encima del estado vegetal. Es, pues, al principio una experiencia interior, una experiencia de los procesos vitales interiores.

¿Cómo surge la vida interior consciente?

Ya hemos pronosticado una concepción de esto. En conferencias anteriores hemos demostrado que la vida interior consciente se produce a través de los procesos de secreción. Por esta razón tendremos que buscar la base de la experiencia interior, de esa oscura experiencia de la conciencia que impregna los procesos de la vida interior, en los procesos de secreción. Tendremos que suponer que, en todas partes, fuera de los tejidos, fuera de todo lo que subyace a la organización humana, tienen lugar procesos de secreción. Y estos procesos secretores se manifiestan nuevamente cuando observamos el cuerpo humano externamente y vemos cómo las sustancias de todas las partes de los tejidos y de los órganos son absorbidas continuamente por los llamados vasos linfáticos, que impregnan todo el organismo como otra especie de sistema paralelo al de la sangre. Desde todas las regiones del organismo humano entran en este sistema las secreciones que median esa oscura experiencia interior. Así, en el pensamiento abstracto, podríamos desterrar de nuestra mente por un momento todo el sistema sanguíneo, en cuyo caso, en efecto, deberíamos concebir el tejido como si no poseyera ningún carácter sanguíneo. Esto es bastante imaginable y los fluidos de los organismos inferiores realmente tienen esa apariencia. Por lo tanto, deberíamos imaginar nuestro proceso sanguíneo como uno superior al que tiene lugar cuando las secreciones de cada región del organismo entran en los canales linfáticos que, como sabemos, acompañan a los canales sanguíneos que se unen a ellos más tarde. En estas secreciones el ser humano siente vagamente, por así decirlo, su existencia animal en el cuerpo físico, refleja vagamente su organización. Y así como todo es frenado por el sistema nervioso simpático que cobra vida a través del proceso digestivo y nutricional hasta los siete órganos, así también por el reflejo de la actividad del sistema nervioso simpático, por la asociación y acción recíproca entre este sistema y los canales linfáticos se forma en el ser humano actual una consciencia oscura, que es eclipsada por la clara consciencia diurna del yo. Esta consciencia oscura es, por así decirlo, el anverso de aquella consciencia que utiliza el sistema nervioso simpático como instrumento. Es eclipsada, como una luz poderosa eclipsa a una luz débil, por todo lo que vive en nuestras almas bajo la influencia del yo.

Supongamos ahora por un momento que hayamos evolucionado la organización humana sólo hasta este punto, hasta la formación de los tejidos corporales y los primeros órganos que deben formarse para hacer posibles todos estos procesos; porque pueden ver que ciertos músculos tienen que ser incorporados para permitir que procesos tales como, por ejemplo, las secreciones en el canal linfático tengan lugar. Un hombre así organizado podría mantener una vaga conciencia de su vida interior en el mundo físico, mediada por su organismo; pero no podría alcanzar esa conciencia del yo que sólo puede estar presente cuando el hombre no sólo tiene una experiencia interna de sí mismo como ser, sino que también se abre al mundo externo. Es esta apertura nuevamente hacia afuera, por así decirlo, sobre lo que debemos llamar aquí la atención.

Precisamente ya hemos hablado de esta reapertura hacia el exterior. Hemos mostrado cómo el ser humano se abre de nuevo al mundo exterior mediante la respiración, etc., para entrar en contacto directo con el mundo físico. Ahora podemos ir aún más lejos, ya que hemos visto lo difícil que es aplicar conceptos ordinarios a estas cosas, y decir que, mientras nos limitemos al hombre interior, sólo podemos llegar hasta el canal alimentario; porque, puesto que las prolongaciones de los siete órganos llegan al canal alimentario y se muestran allí (el hígado desemboca a través de la vesícula biliar en el duodeno) y muestran su influencia en la digestión, inmediatamente revelamos, por el impacto de este sistema cósmico interior en el canal alimentario, algo que equivale a la reapertura de nosotros mismos al mundo exterior. Se trata, pues, realmente de una apertura hacia el exterior cuando el ser humano se declara dispuesto a recibir sustancias nutritivas del exterior; y por eso necesitamos considerar al hombre interior sólo hasta el límite del canal alimentario. Luego tenemos también otra apertura hacia afuera a través de la respiración, por un lado, y por el otro, a través de los órganos superiores que sirven a las funciones del alma.

Así vemos cómo el hombre, en la medida en que tiene como algo fundamental en él la etapa de la vida interior vagamente consciente, se reabre para establecer una conexión con el mundo exterior. Sólo así el hombre puede convertirse en un ser egoísta. Porque no es simplemente en el proceso de sentir la resistencia en su propio mundo interior, en sus procesos de secreción, sino a través del hecho de que abre su mundo interior y siente la resistencia del mundo exterior, que es capaz de desarrollar su conciencia del yo. Así pues, en realidad, en el hecho de que el hombre se reabra hacia afuera es donde encontramos la base de su yo físico. Al mismo tiempo, sin embargo, también debe poseer la capacidad de desarrollar el órgano de este yo de las más diversas formas. Y hemos visto cómo el órgano del yo se inserta aquí en el curso circulatorio de la sangre, que en realidad pasa a través de todos estos órganos internos, para servir a lo largo de toda la organización humana como instrumento del yo. Así como el yo impregna el alma y el espíritu de todo el hombre, así también el curso circulatorio de la sangre impregna físicamente toda su organización. Y de este modo esta organización evoluciona, por así decirlo, estos dos lados: el ser humano interior en los siete órganos, el sistema nervioso simpático, el sistema de tejidos y predominantemente en el aparato digestivo, etc.; y el otro lado que se abre nuevamente hacia afuera, entrando en conexión con el mundo exterior, una verdadera “circulación” en el sentido más elevado de la palabra.

Ahora debemos prestar aún más atención a las distintas fases de esta circulación. Y lo que nos importa aquí, en primer lugar, es seguir una vez más el proceso nutricional, la absorción de sustancias nutritivas que se convierten en una corriente viva en el organismo humano al ser absorbidas por el cuerpo etérico, o, más bien, son captados por la fuerza del cuerpo etérico. El sistema cósmico interno, formado por los siete órganos, se encuentra entonces con estas sustancias; y lo hace porque, como hemos visto, de otro modo el ser humano no superaría la existencia vegetal. La etapa superior del ser humanno requiere que estos siete órganos salgan al encuentro del proceso digestivo. De modo que realmente es lo que cobra vida en la naturaleza astral del hombre lo que actúa sobre la corriente nutricional: esta corriente viene de fuera, y lo que constituye la naturaleza interna del hombre sale a su encuentro y actúa sobre ella. En primer lugar, el cuerpo etéreo se encuentra con la corriente nutricional y metamorfosea sus sustancias a lo largo del sistema digestivo; luego el sistema astral sale a su encuentro, los metamorfosea aún más y los hace parte del mundo interior hasta tal punto que se convierten cada vez más en actividades vitales internas. Y ahora, como todo en el organismo humano constituye una unidad cooperativa, todo el flujo nutricional debe ser absorbido además por las fuerzas del yo, por la sangre misma. Es decir, el instrumento del yo debe extender su actividad hasta donde se absorbe la corriente nutricional. ¿La sangre hace esto? ¿Podemos verificar aquello que la percepción oculta nos obliga a afirmar?

Si podemos; porque la sangre en realidad es conducida hacia los órganos de nutrición, del mismo modo que lo hace hacia todos los demás órganos. En esta organización nutricional, como en otras partes, pasa por todo el proceso mediante el cual es capaz de ser el instrumento del yo del hombre en el mundo físico. Sabemos que la sangre, como instrumento del yo, pasa por la transición de la sangre roja a la azul, de modo que también aquí encuentra resistencia. Así, el yo, por medio de su instrumento, llega hasta los procesos nutritivos, ya que esta sangre transformada, para ser expresión del yo, actúa casi en los primeros comienzos del proceso nutritivo. Esto se debe a que el sistema de venas desemboca en el hígado, y a partir de esta sangre modificada se prepara la bilis, que luego entra en contacto directo con el sistema nutricional.

Tenemos así una maravillosa unión de los dos extremos de la organización humana. El flujo nutricional, por un lado, llega al tracto digestivo y éste representa la materia externa que ingresa a nuestra organización física. El yo, por otra parte, junto con su instrumento la sangre, constituye el don más noble que posee el hombre en el mundo terrestre. Establece una conexión directa con el flujo nutricional en el sentido de que llega al final del proceso sanguíneo, y allí, al final del proceso sanguíneo, a su vez provoca la preparación de algo que, podríamos decir, directamente. se enfrenta al flujo nutricional. En otras palabras, la hiel es preparada por el instrumento del yo, la sangre, a través del rodeo del hígado; y en la hiel el yo se opone a la corriente nutricional. Porque en este punto la actividad de la sangre ha llegado a su fin y, antes de actuar sobre el flujo nutritivo, puede preparar la bilis.

Aquí vemos a uno trabajando hacia abajo, por así decirlo, hacia el otro. Y quien tenga la voluntad de hacerlo podrá ver en este mismo hecho algo que conduce de manera maravillosa a muchos, muchos misterios de la organización humana. Puede seguir estos procesos aún más lejos, incluso los procesos anormales, que se desarrollan, por ejemplo, en una descarga inversa, una congestión y una descarga inversa de la bilis en la sangre. De este modo podría fácilmente formarse una opinión sobre la “ictericia”, por ejemplo, sobre su causa y efecto; pero iríamos demasiado lejos si también discutiéramos hoy cosas como ésta.

Así vemos cómo los siete órganos llegan como un hecho real a la acción del cuerpo etérico y han acogido en sí mismos, desde arriba, la influencia del yo. En la hiel tenemos al yo oponiéndose directamente a la corriente nutricional. Ahora bien, si la hiel debe encontrarse con esta corriente nutritiva, que ya se ha convertido en una corriente viva en el canal alimentario, también debe encontrarse con ella como sustancia viva; de lo contrario no podría producirse un proceso verdaderamente continuo. Se debe permitir que la hiel, como sustancia viva, se encuentre con el flujo nutricional. Esto ocurre por el hecho de que el mismo órgano en el que se forma esta hiel es uno de los siete órganos del sistema cósmico interno, que vitaliza la vida interna del hombre para que, como vida interna, pueda encontrarse con la vida externa. Pasamos de la vesícula biliar al hígado mismo, y el hígado a su vez lo encontramos conectado con el bazo.

Cuando observamos más de cerca el hígado, la vesícula biliar y el bazo (esto se desprende naturalmente de nuestras reflexiones anteriores, ya que el bazo ha sido considerado con bastante precisión a este respecto y utilizado como ejemplo) debemos afirmar que son estos órganos los que confrontar directamente la corriente nutricional y metamorfosearla de tal manera que sea capaz de avanzar a los estadios superiores de la organización humana, y también de cuidar aquellos órganos que se abren al mundo exterior. Los que se abren hacia afuera son el corazón (a través de los pulmones) y, por supuesto, el propio tubo digestivo; pero, sobre todo, los órganos de la cabeza que sirven como órganos de los sentidos.

Ahora debemos comprender claramente que toda percepción interna, toda experiencia interna, debe tener algo que ver con los procesos de excreción. Es por esta razón que también hemos dado especial consideración a estos procesos excretores. El hígado, la vesícula biliar y el bazo no tienen nada que ver directamente con los procesos de excreción; otra cosa es que secreten sus propias sustancias nutritivas; pero no excretan nada con respecto a la organización en su conjunto. Significan la vida ascendente, que se aleja del simple ser vivo y se dirige a la organización de la conciencia. Sin embargo, dado que el corazón se añade como cuarto miembro a esta organización y que el corazón se abre al mundo exterior, a través de esta apertura el hombre alcanza su conciencia del yo. Sin embargo, no estaría en condiciones de experimentar este yo más que simplemente como algo que mira hacia el mundo exterior. No podría relacionar este yo que mira hacia afuera con lo que experimenta a través de sus órganos internos como una oscura vida corporal dentro de él. Debe añadir a los procesos secrecionales de la organización interna otro proceso más que le haga posible una experiencia de su ser interior por parte de ese yo que tiene su instrumento en la sangre. Al principio el hombre realiza su vida interior sólo en una vaga conciencia y hemos visto cómo esto se manifiesta en la organización por el hecho de que los procesos de excreción son absorbidos por los conductos linfáticos del hígado, la vesícula biliar y el bazo. De la misma manera, algo debe ser excretado de la sangre, si el hombre quiere elevarse a un yo realmente consciente. Y es en esta excreción que toma conciencia de que, como entidad interior, se enfrenta al mundo exterior. Si el hombre no tuviera estos procesos excretores internos, en su realización de la vida interior, se enfrentaría al mundo exterior de tal manera que internamente se perdería; o, a lo sumo, comprendería confusos procesos internos, pero no sabría lo que hay fuera de él, no sabría que lo que inhala el aire y absorbe sustancias nutritivas es el mismo ser que trabaja en él. Le es posible saber esto por el hecho de que excreta la sangre modificada a través de los pulmones, en forma de gas ácido carbónico; y que, a través de los riñones, excreta las sustancias metamorfoseadas que deben ser eliminadas de la sangre para que pueda tener una percepción interna de su propia entidad.

Así, encontramos justificada nuestra afirmación de que los órganos que representan un proceso ascendente, el hígado, la vesícula biliar, el bazo, así como los que representan en cierto sentido un proceso descendente, los pulmones y los riñones (aunque los pulmones, en ese sentido) se abren al mundo exterior, son al mismo tiempo el medio de un proceso ascendente; los órganos individuales están constantemente en viva relación recíproca, y no debemos establecer ninguna clasificación estricta), vemos cómo todos estos siete miembros del mundo. El sistema cósmico interno del hombre está ligado a la realización por parte del hombre de su vida interior y a su apertura al mundo exterior. Estos siete miembros transforman completamente, por un lado, las actividades vitales propias de las sustancias nutritivas en actividades vitales internas; y con estas sustancias metamorfoseadas abastecen al organismo humano. Permiten al hombre reabrirse al mundo exterior. Pero además provocan que lo que él desarrolla como una actividad vital interior excesivamente fuerte, que no armonizaría con la actividad vital que penetra en él desde fuera, se equilibre con esta actividad vital exterior al ser arrojada hacia él a través de los procesos excretores de los pulmones y los riñones. De modo que tengamos ante nosotros el control completo y regular de las actividades vitales internas en este sistema cósmico interno del hombre. Y, de hecho, toda esta relación se manifiesta de tal manera que la mejor imagen que el ocultismo puede darnos es concebir el corazón como el sol, en el centro, y cuidando los tres cuerpos del sistema cósmico interno que significan la elevación hacia arriba. y proceso de rodamiento ascendente. De la misma manera que el sol está relacionado con Saturno, Júpiter y Marte en el sistema planetario, así lo está el sol interior, el corazón, con Saturno, el bazo; Júpiter, hígado; y la vesícula biliar, Marte, en el organismo humano. Tendría que hablar, no durante semanas sino durante meses, si tuviera que explicar todas las razones por las que la relación del Sol con los planetas exteriores de nuestro sistema planetario puede realmente declararse paralela, para una observación oculta exacta e íntima, a la relación que el corazón sostiene en el organismo humano con el sistema cósmico interno, es decir, con el hígado, la vesícula biliar y el bazo. Porque es un hecho absoluto que la relación existente en el cosmos exterior ha sido adoptada de tal manera en el organismo que lo que sucede en el gran mundo o macrocosmos, en nuestro sistema solar, se refleja en la acción recíproca entre estos órganos. Y esos procesos que tienen lugar entre el Sol y los planetas interiores, trabajando hacia adentro desde el Sol hasta nuestra Tierra, se reflejan nuevamente en la relación del corazón-sol con los pulmones como Mercurio, y con los riñones como Venus. Así, tenemos en este sistema cósmico humano interno algo que refleja el sistema cósmico externo.

Ya hemos indicado cómo, cuando profundizamos clarividentemente en nuestro propio organismo interior, podemos percibir este interior nuestro; y que entonces dejamos de percibir nuestros órganos internos en la forma en que se manifiestan meramente a la observación externa del ojo físico. Entonces vamos más allá de la imagen fantástica de nuestros órganos concebida por la anatomía externa, pues llegamos a la observación de la forma real de estos órganos cuando tenemos en cuenta que son sistemas de fuerzas. La anatomía externa no puede establecer qué son realmente estos órganos, porque sólo ve la materia nutritiva que contienen. Y nadie puede dudar, cuando se profundiza en el asunto, de que la anatomía externa sólo ve las sustancias nutritivas embutidas. Lo que se encuentra en la base de estos órganos como sistemas de fuerza sólo puede verse mediante la observación clarividente. Y lo que vemos justifica nuestra nomenclatura, porque descubrimos el sistema cósmico exterior duplicado en nuestro sistema cósmico interior.

Ayer dijimos que el organismo puede desarrollar una actividad vital interna demasiado intensa. Cada órgano por separado puede desarrollar una actividad vital interna demasiado intensa. Esto luego se manifiesta en la irregularidad con la que actúa el organismo. Ayer indiqué que cuando, a causa de esta excesiva actividad vital interna, aparece en los órganos internos una vida propia y voluntaria, es importante que se oponga algo que suprima estas actividades vitales internas. Es decir, cuando los órganos internos transfieren con demasiada fuerza las actividades vitales externas de las sustancias nutritivas, las transforman demasiado, cuando proporcionan un producto interno demasiado fuertemente metamorfoseado, entonces debemos oponerles desde fuera algo que los bloqueará, por así decirlo, someterá las actividades vitales internas.

¿Cómo se puede lograr esto? Introduciendo en el organismo algo del medio externo que posee una actividad vital contraria a la de los órganos y es capaz de combatirlos. Es decir, debemos esforzarnos por descubrir aquellas actividades vitales externas que corresponden a las actividades vitales peculiares de estos órganos. Al hombre contemporáneo, que a veces se topa con cosas así en los escritos destrozados de la Edad Media, pero que no puede considerarlas más que como un revoltijo de superstición, le resulta bastante sorprendente escuchar que durante miles de años la ciencia oculta no sólo ha examinado, profunda y exhaustivamente, la correspondencia entre las actividades vitales de estos órganos del sistema orgánico interno y ciertas sustancias externas que poseen actividades vitales opuestas; pero que también, a través de innumerables observaciones hechas con el ojo clarividente, ha resultado el conocimiento, por ejemplo, de que cuando el “Júpiter” interior sobrepasa su límite puede ser frenado si se le confronta con esa actividad vital externa manifestada en la sustancia metálica del estaño. La actividad vital interna de la vesícula biliar la combatimos mediante lo que se manifiesta en la sustancia metálica hierro. Y no debería sorprendernos saber que la vesícula biliar es precisamente el órgano que debe combatirse con hierro. Porque el hierro es ese metal que necesitamos especialmente en nuestra sangre y que, por tanto, pertenece al instrumento del yo; y hemos visto que en la vesícula biliar tenemos el órgano mismo que realiza la conexión del yo con la materia más densa depositada en el ser humano a través del proceso digestivo. De la misma manera el bazo (Saturno) tiene su correlativo en el plomo; el corazón (Sol) en oro; Mercurio tiene nombre propio: es decir, el metal mercurio (o azogue) se corresponde con los pulmones; y el metal cobre se corresponde con los riñones.

Ahora bien, cuando introducimos en el organismo actividades vitales como las que existen en estos metales, para combatir las actividades vitales excesivas del organismo interno, debemos darnos cuenta de que todo en el organismo está más o menos interrelacionado con todo lo demás; y, de hecho, que los sistemas de órganos individuales se formaron en un paralelismo mutuo entre sí. Porque no es como si existiera primero, en un estado acabado, lo que aquí simplemente hemos esbozado en nuestro dibujo, es decir, lo que podemos llamar el hombre sin cabeza; sino que el cerebro y la médula espinal se forman simultáneamente con los demás órganos, de modo que el proceso sanguíneo que se extiende hacia abajo se extiende también hacia arriba. Y, así como hemos señalado que existen estos dos cursos circulatorios de la sangre, también tenemos una acción ascendente del sistema linfático hacia la cabeza y, por lo tanto, tenemos una conciencia oscura distribuida también a las partes superiores del organismo. Esto es cierto porque lo que se incorpora arriba en el torrente sanguíneo superior corresponde en cierta manera con lo que hemos descrito como el torrente sanguíneo inferior incorporado.

De esto vemos ahora que algunos de estos metales que se encuentran en la Tierra tienen su respectivo parentesco con los órganos o miembros que encontramos incrustados en la organización sanguínea superior. Lo que, por ejemplo, en los pulmones, se abre hacia la laringe, convirtiéndose así en un órgano de la organización humana superior, y que de otro modo presiona hacia la vesícula biliar como vida oscura, actúa correspondientemente como un sistema de Marte o de hierro en la laringe que contiene la parte superior de los pulmones. Estas cosas, por supuesto, son difíciles de diferenciar; pero quisiera, no obstante, señalar algunas de ellas. De la misma manera, la parte superior de nuestra cabeza que contiene la formación del cerebro corresponde, en cuanto a su posición en el curso superior de la sangre, a la posición del hígado de Júpiter (estaño) en el curso inferior de la sangre; de modo que tenemos aquí una correspondencia entre la parte anterior de la cabeza, en el curso superior de la sangre, y el estaño o Júpiter; y, de la misma manera, entre la nuca y el plomo, o Saturno. Y lo mismo ocurre con los órganos que pueden considerarse incrustados en el sistema cósmico superior.

De esta manera hemos podido extender nuestras reflexiones a lo que está incorporado en el curso circulatorio de la sangre del hombre, como si estuviera relacionado con él, pero también como determinante como organización de los siete miembros del sistema cósmico interno. Y hemos podido tomar en consideración la conexión con el mundo exterior en lo que respecta tanto a las condiciones de vida normales como anormales. En esta correspondencia entre los metales y los órganos internos tenemos un hecho muy interesante. Y si alguna vez se reúne y compara, no de manera caótica sino sistemática, todo lo que está contenido en múltiples formas en las afirmaciones que se encuentran en nuestros libros que tratan sobre la terapia,

esta imagen que nos hemos formado aparecerá un día, por sí sola, como resultado de los hechos externos. Siempre podemos afirmar, cuando trabajamos creativamente de la manera correcta con la ayuda de fuentes ocultas, que podemos esperar tranquilamente el momento oportuno, que los hechos mismos algún día confirmarán todo esto para la humanidad.

Cuando introducimos en el organismo las sustancias de estos metales principales (y todos ellos son metales que, a una determinada temperatura, pasan a una especie de vapor en el que hay algo activo que se asemeja a pequeños glóbulos parecidos al humo), la cualidad particular de los respectivos metales actúa sobre lo que hay en estos siete órganos. Y así como el elemento metálico actúa sobre estos sistemas de órganos, así cualquier cosa en la naturaleza de una sal actúa sobre el sistema sanguíneo. Únicamente, debemos introducir la sustancia salada en la sangre de tal forma que entre desde el exterior, por el aire, por aire con contenido salino, o por un baño de sal; o también podemos introducir desde otra dirección, a través del proceso digestivo, lo que constituye la sal o lo que forma la sal, de modo que estamos en condiciones de realizar desde dos direcciones este proceso que resulta en la formación y depósito de la sal.

Cuando recuerden lo que expliqué ayer como los efectos físicos de los procesos internos del alma y del espíritu, comprenderán que todo lo que se encuentra con los procesos provocados por estos metales como metales, procesos que se incrustan en estos sistemas, formando pequeños glóbulos, como por así decirlo, es lo que denominé ayer como el efecto físico de los procesos afectivos.

Así, los procesos sensitivos oscuros y los procesos sensitivos superiores están ligados a lo que constituye los procesos de licuefacción internos, por un lado, cuando se desarrolla la actividad vital interna correcta, pero que, por otra parte, se puede comprobar si se introduce algo desde fuera, si las sustancias apropiadas que tienen sus contraactividades externas se introducen en estos sistemas desde el exterior.

Cuando, a causa de una actividad digestiva excesiva que se produce en el lugar donde el cuerpo etérico capta la corriente nutricional, este cuerpo desarrolla una actividad vital interna demasiado insistente, de modo que contradice la externa, cuando este proceso de una actividad interna obstinada si la actividad vital prevalece, podemos oponernos a ella mediante el proceso de introducción de sal, en la medida en que la sal funcione como sal. En el caso de una intensificación de la actividad vital interna de aquellos procesos que tienen lugar en los que las sustancias nutritivas externas son captadas por el cuerpo etérico significa una absorción demasiado intensa de sal de todo, el proceso se combate mediante la actividad vital externa de la sal.

Luego también tenemos procesos que ocurren fuera de nosotros como procesos de combustión u oxidación, cuando algo se combina con el oxígeno del aire. Cuando entran en el organismo sustancias que se combinan fácilmente con el oxígeno del aire, irradian su actividad interna de forma más amplia por todo el organismo interno. Mientras que las sales sólo actúan cuando se introducen en el organismo a través de la digestión o desde fuera a la sangre y, por tanto, sólo pueden tener un acceso limitado al interior del organismo; y mientras que con los metales podemos trabajar en la medida del sistema cósmico interno que tenemos, en las actividades vitales externas de las sustancias que se unen fácilmente con el oxígeno del aire, algo que irradia por todo el organismo, incluso en la sangre: algo que es capaz de irradiar a través de todos los sistemas de órganos. Por lo tanto, nos resultará comprensible que a través de procesos que desarrollan una actividad vital interior demasiado intensa en el calor, que es la manifestación exterior del desarrollo de la voluntad, nos encontremos, por así decirlo, excitados interiormente en todo nuestro organismo. Éste no es el caso si dirigimos nuestra atención a aquellos otros procesos que constituyen los procesos orgánicos del pensamiento. Allí sentimos que las acciones que en la conferencia de ayer relacionamos con la sal sólo pueden tener lugar en ciertos órganos. De esto vemos cuán complicado es el aparato del organismo humano y, al mismo tiempo, cuán complicada es su relación con el mundo exterior. Además, vemos que ahora por primera vez hemos puesto a la organización humana con sus actividades vitales internas frente a un mineral, naturaleza inorgánica a la que aún no se le ha dado vida, en relación con qué son las sales, cuál es la cualidad particular de un metal que se vaporiza y qué son las sustancias fácilmente combustibles.

Una polaridad del mismo tipo existe entre el organismo humano y lo que constituye las fuerzas vitalmente activas en el mundo vegetal exterior. Cuando incorporamos una planta en nosotros de tal manera que simplemente desprende una determinada sustancia, que es absorbida por nosotros como materia sin vida y actúa como tal en nosotros, entonces la verdadera naturaleza vegetal puede quedar fuera de la consideración del ser humano. Por otra parte, el elemento vegetal también puede ser absorbido por el organismo humano de tal manera que continúe funcionando con su propio carácter peculiar de planta, es decir, la actividad vital externa de la planta continúa funcionando como el mismo tipo de actividad vital externa que actúa en la planta. En este caso no puede tener efecto aquel proceso que, de lo contrario, siempre se produce en el límite entre las sustancias nutritivas físicas y el cuerpo etérico. Porque el cuerpo etérico es semejante a la planta; y la planta es “planta” precisamente por el hecho de que tiene un cuerpo etérico. La naturaleza vegetal simplemente queda atrapada en el punto donde el cuerpo etérico capta la corriente nutricional, de modo que lo que sea que la naturaleza vegetal actúe en el organismo humano no puede ser tomado en cuenta mientras esté en el canal del sistema alimentario, pero sólo en aquellos órganos implicados en los procesos con los que el cuerpo etéreo ya tiene su relación y en los que también actúa la naturaleza astral del hombre. Por esta razón, la actividad vegetal externa comienza su trabajo sólo cuando llega al sistema cósmico interno y al sistema nervioso simpático y, en la medida en que interviene con éstos, también al sistema linfático. La naturaleza vegetal ya no se extiende hasta el punto en que el ser humano se abre, a través de la sangre, al mundo exterior. El elemento vegetal se adapta a la parte central, más interna del ser humano; de modo que cualquier cosa que se pueda buscar en la naturaleza vegetal en el sentido de actividades vitales, capaces de combatir las actividades vitales internas excesivamente fuertes de las funciones de nuestro organismo, no puede tener ningún efecto sobre lo que pertenece a la sustancia material en los siete órganos de nuestro sistema cósmico interno y en los órganos correspondientes de la cabeza, y que se nutre en estos órganos; sólo puede actuar sobre lo que pertenece a las actividades, a las funciones de estos órganos. Cuando estas funciones se perturban, cuando actúan anormalmente, sin que podamos decir que están sobrenutridas o desnutridas, entonces se pone en cuestión la actividad vital de la naturaleza vegetal. Por lo tanto, cuando se manifiesta una actividad excesiva de los órganos, podemos combatirla con algo tomado de la naturaleza vegetal pero capaz de actuar sólo hasta los siete órganos, hasta el límite del sistema linfático   y el sistema sanguíneo.

Es imposible profundizar más en la lucha contra las irregularidades del organismo humano, no tanto porque, en cualquier caso, no dispongamos de tiempo suficiente, sino porque es mejor para el antropósofo mantenerse al margen de todo lo que actualmente sigue implicado en luchas partidistas.  Lo que hemos expuesto hasta ahora no se refiere a conflictos en los que hay demasiado fanatismo. Porque a lo sumo la gente puede tomarlo como pura tontería, en cuyo caso correrá el mismo destino que para muchos será el de la Antroposofía en general: es decir, que no tiene valor alguno. La Antroposofía tendría que guardar silencio si quisiera no hablar de cosas que parecen disparates a quienes hoy no están dispuestos a aceptarlo. Porque si procediéramos más e investigáramos el efecto del elemento animal sobre el organismo humano, muy rápidamente nos veríamos envueltos en conflictos.

Sin embargo, habrán comprendido una cosa: que este organismo humano es un complicado sistema de órganos e instrumentos individuales que se encuentran en diferentes etapas de evolución, diferentes entre sí y que están conectadas de la manera más variada posible con el organismo en su conjunto. Lo que interviene en esta organización física del hombre, que vemos con los ojos y captamos con las manos, para que las sustancias nutritivas se organicen adecuadamente, puede ordenarse según los distintos órganos, esto no se puede ver con el ojo externo, pero se revela al ojo espiritual del vidente. Todo lo que se ha manifestado ante nosotros en el organismo humano debemos considerarlo como un solo sistema, en el que aparece tanto lo joven como lo viejo. Este hecho lo hemos puesto de relieve en ejemplos individuales, por ejemplo, en el hecho de que el cerebro se muestra como un órgano más viejo y la médula espinal como un órgano más joven; y en el hecho de que el cerebro alguna vez fue una médula espinal y se ha transformado a partir de ahí. Además, hemos visto que nuestro complicado sistema digestivo forma, junto con el sistema sanguíneo, un solo sistema que es viejo y ha sido metamorfoseado; mientras que en el sistema linfático, que no puede captar sustancias del exterior, sino que todavía sólo puede abrirse hacia el interior, al material aportado por el tejido interno, tenemos un sistema más joven en comparación con el sistema digestivo y sanguíneo combinados, tal como lo tenemos en la médula espinal es un órgano que es más joven que el cerebro. Y éste, nuevamente, es un punto de vista muy importante. Cuando miramos nuestro sistema linfático y todo lo que conlleva, tenemos ante nosotros algo que, si no estuviera incrustado allí como sistema linfático, y no permaneciera cerrado, sino que se abriera a la etapa más avanzada de su proceso evolutivo, progresaría a un sistema digestivo y un sistema sanguíneo a medida que la médula espinal evolucionara hasta el cerebro. Así, el sistema sanguíneo-digestivo nos presenta un sistema linfático que ha sido metamorfoseado a partir de las sustancias y tejidos del cuerpo, sustancias y tejidos que, como sabemos,  tienen que ser transformados en el cuerpo antes de que puedan tomar la forma que tienen dentro del hombre; mientras que el sistema linfático, tal como lo conocemos, se emplea para absorber las sustancias que se producen en el interior. En el sistema linfático y lo que le pertenece, tenemos un sistema digestivo más simple y un sistema más simple para mediar la conciencia. Por otro lado, un sistema más complicado que el sistema linfático, que se abre no sólo al mundo interior sino también al exterior, es lo que tenemos en el sistema linfático metamorfoseado, los sistemas digestivo y glandular.

Todo lo que aparece posteriormente, durante el curso de la evolución de cualquier ser viviente, está preestablecido en el plan germinal. Lo que aquí les he explicado como la complicada organización humana existe potencialmente en el plan germinal del ser humano a medida que se construye, una vez que se produce a través del proceso de impregnación. Si recorremos, por así decirlo, el camino desde este hombre plenamente formado hasta el plano germinal, podremos descubrir que en el interior de esa misma semilla o germen de vida se encuentran complicados sistemas de órganos en miniatura, apenas visibles al principio, incluso al examen microscopio, están presentes, como el primer plan; De hecho, está presente de tal manera que los órganos ya en ese momento revelan cómo se relacionan entre sí.

Una vez que observamos que el recinto más externo del ser humano es el límite de la piel que nos conduce a los órganos de los sentidos incrustados en ella, y observamos también cómo estos órganos de los sentidos están organizados para extenderse hacia el interior, hasta el sistema nervioso, se darán cuenta de que todo lo que está presente en los límites más externos del hombre debe haber sido transformado a partir de otra cosa, porque esto ya es muy complicado en sí mismo. (El cerebro, por ejemplo, pertenece a este sistema; es imposible imaginar un cerebro que no se prepare primero a través de otros órganos y se transforme a partir de éstos.) Por lo tanto, debemos pensar en la envoltura exterior del ser humano tal como aparece hoy, como producto de una transformación de aquellos órganos que son su fundamento, como habiendo pasado por una transformación similar a la del cerebro desde la médula espinal, y hasta el sistema sanguíneo-digestivo con todos sus accesorios, fuera del sistema linfático.

Ahora bien, es precisamente en todo lo que hemos observado como cerebro, donde tenemos un sistema de médula espinal transformado. Pero aquí también este sistema de médula espinal se nos muestra en el momento presente de tal manera que podemos ver que es un órgano en una evolución, por así decirlo, descendente. Por consiguiente, en los órganos que representan etapas anteriores tenemos sistemas de órganos formados más tarde y al mismo tiempo en una evolución descendente. Esto debemos aplicarlo también al sistema linfático. En lo que nos enfrentamos en el ser humano como hombre inferior, pensado espacialmente, tenemos, en la antítesis, sistema linfático y sistema sanguíneo-digestivo, algo que transforma el sistema linfático en sistema sanguíneo-digestivo. Sin duda, debemos entender claramente que el sistema sanguíneo en sí es un sistema de flujo interno tan complicado que revela, incluso en su configuración misma, el hecho de que es en sí mismo el producto de una transformación de un estado aún anterior, producto de una doble metamorfosis. En cambio, lo que nos revela que ha pasado por su transformación una sola vez, una apertura hacia afuera, es el canal digestivo. Por lo tanto, podemos decir que, si tuviéramos que mover el canal digestivo más hacia adentro, deberíamos mantener todo este sistema orgánico encerrado en el interior, en lo que respecta a la actividad actualmente característica del sistema linfático a través del cual sólo se absorbe aquello del producto interno secretado por los tejidos.

Así, en el límite exterior del hombre, el sistema cutáneo, tenemos la metamorfosis de otro sistema; y en el sistema digestivo también podemos ver la transformación de otro sistema de órganos a partir del cual se ha desarrollado y que hoy se encuentra en un proceso de evolución descendente. De acuerdo con la naturaleza total de los sistemas de órganos tal como se nos presentan, tenemos que buscar, por lo tanto, su plan primero o primario de tal manera que sintamos todo lo que vemos como el diseño germinal que contiene la piel, los órganos de los sentidos y el sistema nervioso —son la redisposición de otro sistema que hoy está dentro del organismo y en evolución descendente, así como el sistema digestivo en su diseño es una redisposición de otro sistema interno que ahora está en evolución descendente. Así pues, en la actualidad tenemos tanto una evolución ascendente como una descendente ya indicadas en la “semilla de vida” del hombre.

Y así podemos rastrear todo el organismo humano hasta un esquema o plan en el que todo lo que hay en los órganos separados está preparado en el germen. Y, de hecho, vemos en el germen humano que llega a existir a través del proceso de impregnación que en las cuatro capas germinales superpuestas (la capa germinal externa o exodermo, la capa germinal interna o endodermo, y la externa y capas medias internas o mesodermo) los cuatro sistemas principales del organismo humano ya están presentes, premodelados en este plan germinal. Además, de acuerdo con nuestra evolución tendremos que considerar la capa germinal externa, que en la anatomía o fisiología contemporánea se llama capa sensible a la piel, como producto de una metamorfosis, lo que nos revela su plano original en la capa media exterior. En el mesodermo externo, es decir, tenemos como plan embrionario en evolución descendente, lo que aparece en un estadio superior en la capa sensorial de la piel; y en la capa media interna tenemos en una formación más joven y en evolución descendente, lo que aparece en la capa interna o endodermo como la capa glandular intestinal. Cuando observamos el germen humano en su evolución, tenemos en las dos capas germinales intermedias, en lo que la fisiología externa llama mesodermo, el plan original del ser humano aún reconocible; mientras que las dos capas germinales externas, el exodermo y el endodermo, son capas que han sufrido una metamorfosis. Las dos capas intermedias nos revelan el estado original, mientras que las otras dos revelan etapas evolutivas superiores de este estado. Y es sólo una ilusión cuando la investigación microscópica externa no expone con precisión los hechos del caso.

Ahora sabemos que este plan germinal, esta semilla de vida, se forma mediante el fluir conjunto de dos tendencias, la femenina y la masculina, y que el germen completo sólo puede llegar a existir a través de la interacción viva de las dos. Por consiguiente, en ambas tendencias germinales deben incluirse todos los procesos que, mediante la interacción, forman el único plan embrionario para toda la organización humana.

¿Qué nos revela el ocultismo respecto de la interacción de los gérmenes masculinos y femeninos?

Nos muestra que el organismo femenino, en las condiciones de nuestra época, sólo es capaz de producir un germen humano que, si siguiera una evolución completamente aislada, no podría desarrollar lo que en su sentido más amplio llamamos «el principio de forma.” Aquello que conduce, por tanto, a la etapa final del sistema óseo, dando así completa firmeza al ser humano, y que también provoca el desenvolvimiento final en un

 El sistema piel y de los sentidos tal como lo tenemos hoy no podría ser abastecido mediante la contribución femenina. La contribución de la mujer es tal que justifica decir: “Lo que produciría sería demasiado bueno para este mundo terrenal como es hoy; porque no están presentes en nuestro mundo exterior todos los procesos que podrían servir a tal organismo, si evolucionara de acuerdo con la tendencia de la contribución de la mujer a todo el organismo humano”. No debería ser necesario que el organismo humano derivado de la mujer llegue a ser de esta Tierra, como podemos decir, como ocurre en el depósito denso del sistema óseo; no se le debe obligar a desplegarse de una manera que le permita mirar el mundo físico actual a través de los sentidos. Por el contrario, se le debería permitir tener su soporte interno en un material más blando que nuestro sólido sistema óseo. Además, debería ser libre de no abrir tanto los ojos hacia el mundo exterior ni sus demás sentidos, en la misma medida que ocurre con el ser humano de hoy, sino permanecer con sus percepciones más encerradas en su vida interior. Esto representa la porción femenina del organismo humano común: un plan germinal que tiende a avanzar más allá del límite de lo que es posible en nuestra actual existencia terrestre. Y esto simplemente porque, en las condiciones físicas terrestres de hoy, no tenemos los requisitos esenciales para un organismo tan refinado, tan poco adaptado para ser de esta Tierra, como lo es el sistema óseo o desplegarse hacia afuera. Un organismo así, en condiciones naturales, está desde el principio predestinado a la muerte. Es decir: por aquello que el organismo de la mujer es incapaz por sí solo de imprimir en el embrión humano, este embrión está desde el principio condenado a muerte.

La otra porción que se añade al plan germinal es el elemento masculino, y ésta se encuentra exactamente en la situación inversa. Si sólo el germen masculino engendrara al ser humano, el progreso de esa organización que vive su vida en una apertura de sí misma hacia afuera, como ocurre en el sistema de los sentidos de la piel y en el poderoso desarrollo de lo que conduce a la solidificación del sistema óseo, sobrepasaría la marca en la dirección opuesta. La organización masculina sería tan poco capaz como la femenina de crear de sí misma un embrión capaz de vivir. Por sí solo crearía un embrión muerto con tanta seguridad como lo haría la organización femenina, porque lo que podría crear, lo que podría contribuir al plan germinal, estaría tan organizado, si desplegara sus fuerzas por sí mismo, que tendría que desaparecer en vista de las condiciones que realmente existen en la Tierra en la actualidad; porque desplegaría fuerzas que son simplemente demasiado poderosas para tales condiciones, de modo que no podría existir como vida orgánica dentro de los confines de este mundo. Es decir, el elemento masculino del germen realmente no llega a existir en absoluto; sólo puede actuar mediante la cooperación con el germen femenino. Lo que estimula demasiado intensamente el plan germinal femenino, llevándolo demasiado más allá de lo que es posible en la Tierra, lleva el plan germinal masculino demasiado hacia abajo, por debajo de lo que es posible en la Tierra. Todo lo que está destinado a morir en este germen femenino, por el exceso de aquellas fuerzas que, si pudieran encontrar algún acceso al mundo sensible, conducirían en última instancia a una ruptura, a un fracaso en crecer junto con el mundo exterior, este se equilibra con el germen masculino mediante el proceso de impregnación. Las fuerzas que están comprimidas en el plan germinal masculino, si alguna vez lograran su crecimiento por sí solas, llevarían todo el conjunto inmensamente por debajo de lo terrenal, llevarían a la organización humana a una terrenalización mucho mayor del sistema óseo, y a un desarrollo de los sentidos y una asimilación del mundo exterior enteramente diferentes a los que existen hoy en día. Estas dos tendencias orgánicas deben mezclarse y unirse desde el principio; pues, en las condiciones terrenales, cada uno de ellos por sí solo está desde el principio predestinado a la muerte, y sólo la interacción viva de lo que de otra manera brota más allá de los límites en ambas direcciones nos da ese embrión humano que es el único adecuado para la vida terrenal.

Así vemos que hemos sido capaces, aunque sólo de forma superficial, de comprender las cosas hasta ese punto en el que el ser humano es capaz de engendrar a los de su especie. Podríamos ir mucho más lejos arrojando luz también sobre todos los detalles del proceso embrionario. Y cuanto más profundamente los esclarezcamos, más deberíamos ver que los hechos más minuciosos, así como los más evidentes, incluido lo que se ha dicho aquí sobre los sistemas de fuerzas suprasensibles en los planos germinales, que se verifican en la expresión exterior de estos sistemas de fuerza, en lo que el ser humano desarrolla para que su raza pueda vivir en toda la Tierra mientras pase por sus procesos actuales.

Hemos visto al mismo tiempo, sin embargo, que la Tierra nos da su proceso de terrestreización más denso, por así decirlo, en lo que llamamos la tendencia al sistema óseo, y su proceso más vitalmente activo en lo que llamamos el sistema sanguíneo humano. Y sólo es necesario añadir muy brevemente que todo lo que sucede en la Tierra en el organismo humano físico externo, en la medida en que es visible, se abre paso, por así decirlo, hacia los procesos que tienen lugar en la sangre. Y estos procesos son procesos de calidez. Tenemos, por tanto, en estos procesos la expresión directa de la actividad de la sangre como instrumento del yo, del nivel más elevado, es decir, del organismo humano. Debajo de este están los otros procesos; Lo más importante es el proceso de calentamiento, y en él se afianza, directamente, la actividad de nuestra alma y nuestro yo. Es por esta razón que sentimos, con respecto a tantas actividades del alma, lo que podemos llamar «la transmutación de nuestras actividades anímicas en un encendido de calor interior» y esto puede extender sus efectos hasta llegar a calentarse físicamente en el proceso de la sangre. Así vemos cómo desde el alma y el espíritu, a través del proceso de calor, lo que es dirigido desde arriba se arraiga en lo orgánico, en lo fisiológico. Podríamos mostrar, en relación con muchos otros hechos del mundo exterior, cómo lo psíquico-espiritual entra en contacto en el proceso de calor con lo fisiológico, con lo que ocurre detrás de lo fisiológico. En consecuencia, en el proceso de calentamiento tenemos una transformación de los sistemas orgánicos en sus actividades. Encontramos las más múltiples transformaciones en el complicado aparato del alma y del espíritu del hombre; pero este organismo humano físico llega hasta el proceso de calor.

¿Cesa esta transformación en este punto? ¿Se extiende sólo hasta aquí lo que nos enfrentamos como herencia del sistema óseo, que procede de abajo hacia arriba? En todas partes, debajo del proceso de calidez, tenemos transformación; De abajo hacia arriba llega hasta el proceso de calentamiento. Lo que sigue a continuación sólo puede indicarse aquí y luego dejarse a la reflexión y al sentimiento de los oyentes.

Lo que el organismo produce en forma de procesos de calor internos en nuestra sangre, procesos de calor que nos transmite a través de todos sus diferentes procesos y que finalmente expresa en el florecimiento de todos los demás procesos, penetra hasta el alma y el espíritu, se transforma en alma y espíritu. ¿Y qué es lo más bello de lo psíquico-espiritual? ¡Lo más hermoso, lo más elevado de todo esto es el hecho de que, a través de las fuerzas del alma humana, lo orgánico puede transformarse en lo que es la naturaleza del alma! Si todo lo que el hombre puede tener a través de la actividad de su organismo terrenal es transformado correctamente por él después de que se haya convertido en calor, entonces se transmuta en su alma en lo que podemos llamar una experiencia viviente interior de compasión, una simpatía por todos los demás seres. Si penetramos a través de todos los procesos del organismo humano, hasta el nivel más alto de todos, hasta los procesos de calor, pasamos como si atravesáramos la puerta de los procesos fisiológicos humanos, por encima de las alturas más elevadas que estos procesos forman hacia ese mundo donde el calor de la sangre adquiere su valor según lo que el alma ha hecho de ella: según la viva simpatía del alma por todo lo que tiene ser, y su compasión por todo lo que la rodea. De esta manera ampliamos nuestra vida, si nuestra vida interior nos lleva a un encendido de calor interior, más allá de todo lo que es el ser terrenal; nos hacemos uno con todo el ser terrenal. Y debemos notar el hecho maravilloso de que todo el Ser Cósmico ha tomado el camino indirecto de construir primero toda nuestra organización, para finalmente darnos esa calidez que estamos llamados a transmutar a través de nuestro yo en compasión viva por todos los seres.

En la misión de la Tierra, la calidez está en proceso de transmutarse en compasión.

Éste es el significado del proceso terrestre; y se cumple, ya que el hombre como organismo físico está incrustado en este proceso terrestre, por el hecho de que todos los procesos físicos finalmente se unen en la organización humana como su corona; que todo lo que hay allí, como un microcosmos, a su vez de todos los procesos terrenales, se abre a un nuevo florecimiento. Y a medida que esto se transmuta en el alma humana, el organismo terrestre, a través del interés simpático y la compasión viva del hombre por todo tipo de seres, alcanza aquello para lo cual el calor tenía el uso previsto en el organismo que le fue asignado como Hombre Terrenal. Lo que tomamos en nuestras almas a través de la simpatía viva, que nos ayuda a ampliar cada vez más nuestra vida anímica interior, lo llevaremos con nosotros cuando hayamos pasado por muchas organizaciones que nos permitan utilizarlo al máximo para el espíritu, ¡todo lo que la Tierra pueda darnos como calor abrasador,  llama de fuego! Y cuando, a través de innumerables encarnaciones, hayamos absorbido en nosotros todo lo que hay de este fervor de calor, entonces la Tierra habrá alcanzado su meta, su propósito. Entonces se hundirá debajo de nosotros, un gran cadáver, en el espacio cósmico indeterminado; y de este cadáver terrestre surgirá la multitud unida de todas aquellas almas humanas terrestres que, a través de sus diferentes encarnaciones terrestres, han realizado el valor del calor derramado de los organismos terrestres al transmutarlo en compasión y simpatía vivas, y en todo lo que se pueda construir sobre estos. Así como el alma individual, cuando el ser humano atraviesa el portal de la muerte, se eleva a un mundo espiritual y entrega el cadáver a las fuerzas de la Tierra, así un día será entregado el cadáver de la Tierra a las fuerzas del cosmos, cuando nos habrá dado ese calor ardiente que necesitábamos para la compasión que era la piedra fundamental de todas nuestras actividades anímicas superiores. Este cadáver que será entregado al sistema cósmico, así como el cadáver humano individual es entregado al sistema terrestre, podrán ver elevarse por encima de él la suma de todas las almas humanas individuales, ahora en un paso importante más cerca de la perfección como resultado de la existencia terrestre, y éstas luego avanzarán hacia nuevas etapas de existencia, hacia nuevos sistemas cósmicos. Así como en el sistema terrestre el ser humano individual, después de haber atravesado el portal de la muerte, avanza hacia nuevas encarnaciones, así también lo hace la multitud de todas las almas individuales, después de que el cadáver terrestre haya caído, avanzar a nuevas etapas planetarias de existencia.

Y así vemos que nada se pierde en el sistema cósmico, sino que lo que se nos da en nuestro organismo hasta el florecimiento final del calor es ese «material» que, cuando lo hemos utilizado como calor ardiente, nos ayuda a encontrar el camino a una etapa nueva y superior que conduce a la eternidad. ¡Nada en el mundo se pierde, pero lo que la Tierra produce, a través de las almas humanas, es llevado por ellas a la eternidad!

Así, la ciencia espiritual también nos permite conectar los procesos fisiológicos del organismo humano con nuestro destino eterno. Y así esta ciencia, si la consideramos como algo que debe implantarse dentro de nosotros de tal manera que no sea mera teoría o conocimiento abstracto, nos llenará con todas esas fuerzas que nos muestran que nosotros, como seres humanos, después de todo, no somos capaces de resistir. ¡sólo sobre la Tierra, sino en todo el sistema cósmico! Si aprendemos a pensar así en el elevado y eterno destino de la humanidad, en cómo el hombre toma las fuerzas de la Tierra para poder trabajar hasta la eternidad, entonces recibiremos a través de la ciencia espiritual lo que debe extraerse de ella, no sólo lo que podemos alcanzar por el bien del conocimiento sino para toda nuestra humanidad.   Y si aquellos seres humanos que adivinan o ya poseen este alto ideal de conocimiento se reúnen en una verdadera hermandad, unidos armoniosamente en la lucha hacia lo más elevado, que se entienden entre sí, es decir, en su interior, esto significa que hay presentes en nuestra Tierra, en su proceso de devenir, seres humanos que tienen derecho a ser conscientes de que llevan en sí semillas que se están desarrollando y que pueden ser fructíferas para una mayor evolución de la Tierra y de la humanidad. Que con toda modestia los antropósofos se reúnan y unan sus sentimientos con lo más elevado, lo más universal del hombre. Y cuando los hombres se reúnen con tal espíritu, se comprenden unos a otros en lo más profundo de su ser; porque se reconocen unos a otros, no sólo como hombres terrestres individuales y en su destino terrenal, sino más bien en su destino eterno.

Fue con este espíritu que nos reunimos aquí; y es con este espíritu que nos iremos de nuevo, para vivir en el mundo exterior y tal vez para transmitir a otros mucho de lo que hemos podido dar aquí como incentivo, aunque sólo sea en líneas generales, y así traer a nueva flor. Al mismo tiempo, nos esforzaremos por trabajar de tal manera cuando estemos dispersos que, aunque físicamente separados, estemos en armonía unos con otros en pensamiento vivo, en sentimiento y en toda nuestra voluntad. Entonces estaremos correctamente unidos en ese Espíritu que debe llegar a la humanidad a través de la Antroposofía. En este Espíritu estamos a punto de separarnos después de haber estado juntos por un tiempo; en este Espíritu permaneceremos unidos en alma; y en este Espíritu nos volveremos a encontrar cuando sea necesario.

Traducción revisada por Gracia Muñoz en mayo de 2024

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Un comentario el “GA128c8. La forma humana y su coordinación de fuerzas

  1. […] GA128c8. Praga, 28 de marzo de 1911 […]

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