El Misterio de Gólgota

Conferencia del Dr. Rudolf Steiner. Dada en Colonia el 2 de diciembre de 1906.

[A partir de notas abreviadas sin revisar por el conferenciante]

English version.

 

El Misterio del Gólgota es uno de los secretos más profundos de la evolución del mundo. A fin de comprenderlo, debemos arrojar luz sobre la sabiduría oculta de hace miles de años, y del remoto pasado del desarrollo del mundo. No es un argumento convincente en contra de un conocimiento más penetrante del Misterio del Gólgota, decir que la vida y la obra del Cristo Jesús deberían ser accesibles a la mente más simple. Este es, de hecho, el caso. Pero una comprensión que abarque por completo el Evento más grande de la Tierra debe ser extraída desde las profundidades de la sabiduría de los Misterios.

En esta conferencia vamos a penetrar en las profundidades de la sabiduría de los Misterios con el fin de entender cómo pudo tener lugar un evento como el Misterio del Gólgota. A este respecto hay que tener en cuenta que, con la aparición del Cristo Jesús sobre la Tierra, se produjo algo que dividió a la humanidad en dos partes. Podemos entender esto lo mejor posible buscando una respuesta a la pregunta: ¿Quién es el Cristo Jesús?

Para el ocultista esta es una pregunta doble: Pues hay que distinguir entre la personalidad que vivía en ese momento en Palestina, y llegó a la edad de treinta años, y qué fue de él luego de ello. Cuando alcanzó los 30 años, Jesús devino en Cristo. En el caso de la gente común, sólo porciones insignificantes del cuerpo astral, del cuerpo etérico y del cuerpo físico se transforman en Manas, Buddhi y Atma, o en Yo Espiritual, Espíritu de Vida y Hombre-Espíritu. Jesús de Nazaret era un Iniciado de tercer grado, y sus cuerpos estaban, por tanto, en un estado de alta purificación.

Cuando un Iniciado ha llegado a la purificación de sus tres cuerpos adquiere, en un determinado momento de su vida, la capacidad de sacrificarse. A la edad de 30 años, el Yo de Jesús dejó sus tres cuerpos y paso al mundo astral, por lo que los tres cuerpos santificados permanecieron en la Tierra, vacíos, por así decirlo, de su Yo, de tal forma que se creó un espacio para una Individualidad Superior. Cuando cumplió 30 años, el Yo de Jesús de Nazaret hizo el gran sacrificio de poner sus cuerpos purificados a disposición de la Individualidad de Cristo. Cristo llenó por completo estos cuerpos. Es a partir de ese momento que hablamos del Cristo-Jesús, que vivió sobre la Tierra durante tres años y realizó todas sus grandes obras dentro del cuerpo de Jesús.

Con el fin de comprender el verdadero Ser de Cristo tenemos que ir muy atrás en la historia del desarrollo de la Tierra y de la humanidad. Antes de que nuestro planeta actual se convirtiese en la Tierra, fue la Antigua Luna; y la presente Luna es sólo un fragmento de aquella Antigua Luna. Antes de que la Tierra fuese la Antigua Luna, fue el Antiguo Sol; y en una etapa aún más lejana, fue Antiguo Saturno. Debemos tener en cuenta que miles de millones de años atrás existía en el espacio cósmico un cuerpo celeste, Saturno. También los planetas se desarrollan a través de diferentes encarnaciones: antes de que la Tierra fuese Tierra, existió como Antiguo Saturno, Antiguo Sol y Antigua Luna.

 

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Permitamos ahora ser transferidos al Antiguo Sol. Allí, los llamados Espíritus del Fuego tenían el mismo nivel que los seres humanos tienen ahora sobre la Tierra. Por supuesto, ellos no tenían la misma apariencia, no se parecían a los hombres de hoy en día; estas altas individualidades pasaron por la etapa humana en el Antiguo Sol, en unas condiciones que eran muy diferentes a las de la actual condición humana. También, en la Antigua Luna, una gran cantidad de Seres pasaron por la etapa humana, y después descendieron a la Tierra como Seres superiores, como Pitris lunares o Espíritus lunares, que habían llegado a una etapa superior a la del hombre sobre la Tierra. En el esoterismo Cristiano se les llama Angeloi = Ángeles. Sólo sobre la Tierra el ser humano se ha hecho Hombre. Los Pitris Lunares son Seres de un grado más alto que el hombre, y por encima de ellos están los Espíritus del Fuego, que son de un grado más alto que los Pitris lunares. Los Espíritus del Fuego han alcanzado un alto grado de desarrollo.

Ahora volvamos a la Tierra, a la raza Lemúrica que estaba situada en un continente entre la actual Asia, África y Australia. Allí, el hombre tomó su forma actual a través del hecho de que abajo, sobre la Tierra, vivían seres altamente desarrollados, pero seres físicos, más evolucionados que los animales actuales y menos desarrollados que el hombre actual. Aquellos seres físicos formaban una especie de concha, una especie de vivienda, y habrían sido condenados a la decadencia si no hubiesen sido fecundados por Seres Superiores. Sólo en aquel momento las almas humanas entraron en los cuerpos humanos físicos y entonces comenzaron a crear la forma posterior del cuerpo humano. En el pasado, el alma humana era una parte integral de los Seres Espirituales Superiores. Los cascarones físicos de los cuerpos humanos estaban sobre la Tierra, y hacia adentro de ellos fluían las almas de los Seres superiores que venían desde arriba, desde los mundos espirituales. En el mundo espiritual las almas estaban conectadas como gotas de agua en un mar, que luego eran vertidas en una multitud de vasijas o envases.

Los seres que vertieron las almas desde arriba eran los que habían pasado por su etapa humana en la Luna, los Espíritus Lunares, cuya etapa de desarrollo estaba en un grado más alta que la del hombre, lo que les permitió verter una parte de su Ser dentro de la humanidad, permitiendo así el desarrollo posterior. El hombre pudo entonces transformar su organismo más y más. Él pudo elevarse por encima de la Tierra y mantenerse erguido, aprendió a caminar, a hablar y a llegar a ser independiente.

Había una cierta relación entre todas estas almas porque procedían de un coro espiritual común. Todas aquellas que habían recibido una gota del mismo Ser, se parecían mucho entre sí. Miembros de la misma tribu tenían primero aquellas almas afines, después los miembros de una raza o nación, por ejemplo, el pueblo Egipcio o el pueblo Judío. Ellos tenían almas que procedían de una fuente común. De los Espíritus Lunares el hombre había recibido el Yo Espiritual y esto le permitió convertirse en un ser independiente, un Yo.

Sin embargo, había algo que el hombre no podía obtener de los Espíritus Lunares, algo que sólo podía serle donado por un Ser todavía más elevado, común a todos los hombres, que ya hubiera completado su humanidad sobre el Antiguo Sol: un Espíritu del Fuego. Muchos Espíritus del Fuego se habían desarrollado en el Antiguo Sol y ejercieron su influencia sobre la Tierra, pues eran excelsos Espíritus. Uno de estos Espíritus del Fuego fue llamado a derramar su Ser sobre el conjunto de la Humanidad. Un Espíritu que perteneciera a toda la Tierra seria capaz de verter sobre la totalidad de la Humanidad, y dentro de cada una de sus partes, el elemento del Sol o Espíritu del Fuego, el Buddhi o Espíritu de Vida. Pero en las eras Lemúrica y Atlante los seres humanos no estaban lo suficientemente maduros para recibir esto desde el Espíritu del Sol.

Cuando leemos la Crónica del Akasha [Ver el libro de Rudolf Steiner «La Crónica del Akasha»] nos encontramos con que algo muy extraño tuvo lugar en aquel momento: los seres humanos estaban constituidos de cuerpo físico, cuerpo etérico, cuerpo astral y un Yo Espiritual, pero este habitaba en ellos de una forma muy débil. El Buddhi o Espíritu de Vida se elevaba por encima de todo ser humano – podía ser percibido en los espacios del Akasha. En el espacio astral cada ser humano estaba rodeado por el Buddhi, pero permanecía fuera y no era lo suficientemente fuerte como para entrar en el hombre. Este Buddhi era parte del gran Espíritu del Fuego que había derramado sus gotas en los seres humanos, pero estas gotas no pudieron entrar en los seres humanos.

Las obras del Cristo en la Tierra fueron las que dieron al hombre la capacidad de absorber dentro de su Manas lo que nosotros designamos como Buddhi.

Lo que Cristo cumplió en la Tierra fue preparado por otros grandes maestros que le habían precedido, por Buda, por el último Zarathustra, por Pitágoras, que vivieron todos alrededor de 600 años antes de Cristo, que eran hombres que ya habían absorbido muchísimo de lo que vivía en el entorno de hombre. Ellos habían absorbido la chispa de Cristo. También Moisés pertenecía a ellos. Pero el Yo de los otros hombres todavía no había absorbido aquella chispa.

Dentro del cuerpo físico, etérico y astral de Jesús de Nazaret había entrado todo el Espíritu del Fuego, la fuente única de todas las chispas que vivían en los seres humanos. Este Espíritu del Fuego es el Cristo, el único Ser Divino que vivió en la Tierra bajo esta forma. Él entró en el cuerpo de Jesús de Nazaret, y como resultado, todos aquellos que se sienten unidos a Cristo Jesús son capaces de absorber Buddhi. La posibilidad de absorber y tomar el Buddhi comienza con la aparición del Cristo Jesús. Juan el Evangelista lo designa como la Divina Palabra Creadora. El Espíritu del Fuego que vierte sus chispas en los hombres es esta Palabra Creadora Divina.

Como resultado, lo siguiente tuvo lugar: mientras que los Espíritus Lunares podían crear tribus diferenciadas entre los hombres enviando sus gotas, Cristo fue el Espíritu Unificador de toda la Tierra, y los seres humanos fueron así unidos en una familia en todo el mundo. Mientras que las diferenciaciones entre los hombres fueron puestas en marcha por las gotas derramadas de los diferentes Espíritus Lunares, la unidad entre los hombres fue alcanzada por el Espíritu derramado por Cristo Jesús. Lo que une a los hombres bajó a la Tierra por medio de Cristo Jesús.

Cuando habla del juicio final, Cristo dice en su profecía: «Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria» (Él quiere decir con esto: cuando las gotas de Cristo hayan entrado dentro de los seres humanos, cuando todos se hayan convertido en hermanos), «dirá a los de su derecha: venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo: porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber» (Mateo 25, 35). Entonces la única diferencia entre los hombres será aquella entre el bien y el mal.

Cristo dice a Sus discípulos: «Lo que habéis hecho a cada uno de los más pequeños de estos mis hermanos, me lo habéis hecho a mí». Esto significa: Cristo Jesús indica el momento en el que las gotas derramadas por Él serán todas absorbidas, por lo que cuando un hombre se enfrente a otro, este derrame de Cristo dentro suyo se enfrentará a lo derramado por Cristo en el otro. El poder mediante el cual el Buddhi pudo ser llamado a la vida en el hombre, este poder emergió de la luz de la vida de Cristo sobre la Tierra. Nosotros, por tanto, debemos considerar a Cristo como el Espíritu Unificador de la Tierra.

Si pudiéramos mirar hacia abajo a la Tierra desde una estrella distante, a través de una época de hace miles de años, nos encontraríamos con el momento en que Cristo estuvo activo en la Tierra, de modo que toda la substancia astral de la Tierra estaba impregnada por el Cristo. Cristo es el Espíritu de la Tierra, y la Tierra es Su cuerpo. Todo lo que crece sobre la Tierra es Cristo. Él vive en cada semilla, en cada árbol, en todo lo que crece sobre la Tierra. Por eso Cristo tomó el pan y dijo: «Esto es Mi Cuerpo». Y del jugo de la uva (en la Última Cena el vino que se compartía era jugo de uvas sin fermentar) dijo: «Esta es Mi Sangre», pues el zumo de los frutos de la Tierra es Su Sangre. En consecuencia, la humanidad debe aparecer ante Él como seres que caminan sobre su cuerpo. Por eso Él les dijo a sus discípulos después de haber lavado los pies: «Aquel que come pan conmigo, levanta su talón contra mí» (deja sus huellas en mí, camino sobre mí, me pisa). Esto debe ser tomado literalmente, en el sentido de que la Tierra es el cuerpo de Cristo Jesús. Debido a que Él tomó sobre Sí la evolución de la Tierra, un distante ser espiritual podría ver que más y más el Espíritu de Cristo fluye dentro de los seres humanos; las gotas individuales de Cristo Jesús están penetrando dentro de cada individualidad humana. Finalmente, toda la Tierra estará poblada por hombres transformados, Cristianizados, por hombres que han acogido la chispa divina donada por Cristo. Solo aquellos que no participen en esto, serán puestos a un lado como mal; y deberán esperar a un momento posterior con el fin de seguir un curso de desarrollo que les conduzca a la bondad.

Todas las naciones tenían sus Misterios, antes de que Cristo apareciera en la Tierra. Los Misterios revelaban lo que iba a tener lugar en el futuro. Después de un largo entrenamiento, los adeptos tenían que someterse a una preparación que consistía en un sepulcro. El hierofante era capaz de poner al adepto en un estado superior de consciencia que provocaba que su cuerpo inerte entrara en una especie de sueño profundo. En tiempos antiguos, la consciencia siempre tenía que ser disminuida con el fin de que la Esencia Divina pudiera entrar en el hombre. En ese estado inferior de consciencia, el alma era conducida a través de las esferas del mundo espiritual, y al cabo de tres días el hierofante llamaba al adepto de nuevo a la vida. A través de esta experiencia éste sentía que se había convertido en un hombre nuevo y obtenía un nuevo nombre. Él era llamado Hijo de Dios. Todo este proceso se llevaba a cabo en el plano físico, cuando Cristo apareció en la Tierra y pasó por el del Misterio del Gólgota. En las antiguas iniciaciones las gotas de la vida del Espíritu de Cristo primero llamaban a los adeptos de nuevo a la vida y a ellos les era dicho: «Él, que va a Cristianizar a todos los hombres, aparecerá un día. Y Él será verdaderamente la Palabra encarnada. Tú sólo puedes experimentar esto durante tres días, cuando viajes a través de los reinos de los cielos; pero Uno vendrá, Quien traerá los Reinos de los Cielos hasta el mundo físico».

El Iniciado experimentaba en el plano astral lo que Cristo vivió en el plano físico, es decir, que desde el principio existió una Palabra Divina que derramó sus gotas sobre los seres humanos; pero el Yo de los hombres no pudo absorber esas gotas. Juan el Evangelista, el heraldo del Yo humano cristianizado que ha absorbido al Cristo, o la Palabra, revela esto. Juan habla de la Palabra que existía sobre la Tierra desde el principio mismo:

“En el principio era la Palabra

y la Palabra era con Dios y el Palabra era Dios.

Esta era en el principio con Dios.

Todas las cosas por Él fueron hechas,

y sin Él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho.

En Él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres.

Y la Luz resplandeció en las tinieblas,

mas las tinieblas no la comprendieron.

Hubo un hombre enviado de Dios, cuyo nombre era Juan.

El vino como testigo, para portar testimonio de la Luz, que todos los hombres por él puedan creer.

Él no era la Luz, sino un testigo de la Luz.

Pues la Luz verdadera que alumbra a todo hombre, iba a venir dentro de este mundo.

Él estaba en el mundo estaba, y el mundo por Él fue hecho;

y el mundo no le reconoció.

Él vino a cada hombre (al yo individual del hombre),

pero el hombre (el yo individual) no lo recibió.

Más a todos los que le recibieron,

a ellos Él les dio potestad de manifestarse a sí mismos como hijos de Dios,

Aquellos que creen en Su Nombre, no son engendrados de sangre, ni de voluntad de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino de Dios.

Y la Palabra fue hecha carne, y habitó entre nosotros

y nosotros hemos oído Su enseñanza, la enseñanza del Único unigénito del Padre,

lleno de gracia y verdad.»

La palabra «gracia» en el versículo 14 del Evangelio de Juan tiene el mismo significado que Buddhi; «Verdad» es Manas, el Yo espiritual. «Juan dio testimonio de Él, y clamó diciendo: Este es Él de quien yo decía: después de mí viene Uno que ha existido antes que yo. Porque Él es mi predecesor. Y de su plenitud todos nosotros hemos recibido gracia sobre gracia. Porque la ley fue dada por Moisés, pero gracia y verdad vinieron por medio de Jesucristo. Ningún hombre ha nunca visto a Dios con los ojos. El unigénito Hijo, que vivió en el seno del Padre Cósmico, se ha convertido en nuestra guía en esta visión». [Interpretación del texto del Dr. Rudolf Steiner

 En las antiguas iniciaciones las gotas de la vida del espíritu de Cristo primero llamaban a los adeptos de nuevo a la vida y se les decía: «El que va a cristianizar a todos los hombres, aparecerá un día. Y Él será verdaderamente la Palabra encarnada. Sólo puedes experimentar esto durante tres días, cuando viajes a través de los reinos de los cielos; pero vendrá Uno, el que traerá los reinos de los cielos hasta el mundo físico».

El iniciado experimentó en el plano astral lo que Cristo vivió en el plano físico, es decir, que desde el principio existió una palabra divina que derramó sus gotas en los seres humanos; pero el yo de los hombres no pudo absorber esas gotas. San Juan, el heraldo del Yo humano cristianizado que ha absorbido al Cristo, o la Palabra, revela esto. San Juan habla de la Palabra que existía sobre la Tierra desde el principio:

«En el principio era la palabra y la palabra era con Dios y el Verbo era Dios.

Esta era en el principio con Dios.

Todas las cosas fueron hechas por él, y sin él no nada de lo que es hecho fue hecho.

En él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres.

Luz resplandeció en las tinieblas, mas las tinieblas no la comprendieron.

Fue un hombre enviado de Dios, el cual se llamaba Juan.

El vino para dar testimonio de la luz, para que todos creyesen por él.

No era la luz, sino un testigo de la luz.

Aquel era la luz verdadera que alumbra a todo hombre que viene a este mundo.

En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por él; y el mundo no le reconoció.

A los suyos vino, y los suyos no le recibieron.

Más a todos los que le recibieron, dioles potestad de ser hechos hijos de Dios, a los que creen en su nombre.

Los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios.

Y aquella Palabra fue hecha carne, y habito entre nosotros y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre lleno de gracia y de verdad.»

La palabra «gracia» en el versículo 14 por San Juan tiene el mismo significado que Buddhi; «Verdad» es Manas, el Yo espiritual.

«Juan dio testimonio de él, y clamó diciendo: Este es del que yo decía: el que viene tras de mí, es anterior a mí, porque es primero que Yo.

Porque de su plenitud tomamos todos gracia sobre gracia.

Porque la ley fue dada por Moisés, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo.

Ningún hombre ha visto nunca con los ojos a Dios. El unigénito Hijo, que vivió en el seno del Padre Cósmico se ha convertido en nuestra guía en esta visión».

[Prestación del texto de Dr.Rudolf Steiner.]

Todas las iniciaciones de los Misterios del Espíritu señalaron la venida de Jesucristo. Esta iniciación se alcanzó en el sueño del yoga, en el sueño órfico, en el sueño de Hermes. Cuando el iniciado se despertaba de nuevo y volvía a su cuerpo, cuando podía volver a escuchar y hablar con sus sentidos físicos, pronunciaba las palabras que se representan como sigue en el idioma hebreo: «Eli, Eli, lama Sabathani». Los discípulos de los misterios se despertaban con las palabras: «¡Dios mío, Dios mío, como me has elevado!».

Esta fue la iniciación de la antigua época judía. Durante sus tres días de estancia en los mundos superiores, el iniciado experimentaba todo el curso del desarrollo futuro de la humanidad, todo lo que le esperaba al futuro desarrollo de la humanidad. Por regla general, estas futuras etapas del desarrollo humano no se percibían de una forma abstracta. Cada etapa se representaba por una personalidad. El vidente veía doce individualidades. Representaban las doce etapas del desarrollo del alma. Por lo tanto las fuerzas del alma aparecieron en la forma exterior de doce personas. En cierto momento, el iniciado veía una escena determinada: Su propia individualidad se transfiguraba ─la etapa que llegará a toda la humanidad cuando se llene de Buddhi, cuando se Cristianice. Se identificaba con Dios y tras El veía las doce fuerzas del alma. Juan estaba inmediatamente detrás, pues fue el último de los doce que anunció su cumplimiento. Y se veía a si mismo transfigurado, veía la escena que alcanzaría cuando llegase a la perfección; veía las fuerzas de su alma en la forma externa de personas, y percibía a San Juan, el heraldo de la etapa crística de desarrollo. Durante el Yoga-sueño, estas doce figuras se agrupaban a su alrededor, y surgió la escena que fue designada como la Mística Cena. Esta imagen tiene el siguiente significado: Cuando el iniciado se siente rodeado por sus fuerzas anímicas, se dice a sí mismo: Estos son uno conmigo; los que me han llevado a través del desarrollo de la Tierra; los pies de este apóstol me permitieron caminar en mi camino, las manos de ese apóstol me dieron el poder de trabajar. … La Santa Cena es la expresión de la comunión del hombre con las doce fuerzas del alma.

la ultima cena

 

La perfección humana consiste en el alejamiento de las fuerzas inferiores del alma, de manera que sólo permanezcan las fuerzas superiores; en el futuro, el hombre ya no tendrá las fuerzas inferiores; por ejemplo, ya no tendrá la fuerza de la procreación. Sobre todo, el poder del alma de Juan elevará esas fuerzas inferiores hacia un corazón amante. Enviará hacia afuera corrientes de amor espiritual. El corazón es el órgano más poderoso, cuando Cristo vive en el hombre. Las fuerzas inferiores del alma son entonces elevadas desde las regiones abdominales hacia el corazón.

Cada Iniciado experimentaba esto en los Misterios del Corazón. Se hacía eco de las palabras: «¡Dios mío, Dios mío, como Tú me has elevado!». Con la aparición del Cristo
Jesús, todo el Misterio, toda la experiencia, se hizo realidad en el plano físico. En aquellos
días había hermandades en Palestina que se habían desarrollado a partir de la antigua orden de los Esenios. Entre sus instituciones, también tenían una comida que simbolizaba la mística Santa Cena. «Comer el Cordero de Pascua» es una expresión general para algo que tenía lugar en la Pascua. Jesús se sentó con los Doce e inauguró la Santa Cena con las palabras: «Al final de la evolución de la Tierra, todos los hombres habrán absorbido lo que traje a la Tierra, y las palabras: “Este es Mi Cuerpo, esta es Mi Sangre”, se harán entonces verdad». Después de esto dijo: «hay uno entre vosotros quien me traicionará». Esto es producido por el poder del egoísmo. Pero tan cierto como que este poder del egoísmo es la fuente de la traición, así de cierto será esta fuerza inferior del alma será elevada a un nivel  superior. Uno de los Discípulos se recostó sobre el seno de Jesús, él reposó sobre el corazón de Jesús. Esto significa que todas las fuerzas inferiores, toda forma de egoísmo, serán elevadas al corazón. En este punto Jesús repitió a sus Discípulos las palabras: «Eli, Eli, lama Sabathani» ─ «¡Ahora el Hijo del Hombre es glorificado y Dios ha sido glorificado en Él!»

El mismo evento que tuvo lugar sobre el Gólgota, tenía lugar en los antiguos Misterios. Bajo la Cruz se hallaba el Discípulo “a quien el Señor amaba”, el Discípulo que había descansado sobre su pecho y que había sido elevado a su corazón. También las mujeres están allí bajo la Cruz: la madre de Jesús, la hermana de ésta, María, y María Magdalena. Juan no relata que la madre de Jesús se llamase María, sino que la hermana de su madre es llamada María. Su madre se llamaba «Sofía». Juan bautizó a Jesús en el Jordán. Una paloma descendió del cielo. En aquel momento el acto espiritual de la concepción tuvo lugar. Pero ¿quién es la madre de Jesús? ¿quién concibió en aquel momento?

El Iniciado Jesús de Nazaret, en este momento se desprende de su Yo, su altamente desarrollado Manas es fertilizado por el Buddhi que ingresa dentro de éste. El altamente desarrollado Manas que ha recibido al Buddhi es Sabiduría ─ Sofía, la Madre que es fructificada por el Padre de Jesús. María, que equivale a Maya, tiene el significado general de «el nombre de la Madre». El Evangelio relata: «El Ángel vino a ello y dijo: Bienaventurada tú seas que eres favorecida, – mira que tú concebirás en tu vientre y darás luz a un hijo – el Espíritu Santo vendrá sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra». El Espíritu Santo es el Padre de Jesús; la paloma que desciende fructifica la Sofía que vive en Jesús.

bautismo

 

El Evangelio ha de leerse, por lo tanto: «Bajo la Cruz también estaba la madre de Jesús,
Sofía». A esta madre Jesús le dice: «Mujer, contempla a tu hijo». Él mismo le había transferido la Sofía que vivía en Sí mismo al Discípulo Juan; lo transforma en un hijo de Sofía y dice: «He aquí, tu madre». «A partir de ahora reconocerás a la divina sabiduría como tu madre y te dedicarás a ti mismo a ella sentirás solamente». Juan ha recordado esta divina sabiduría; Sofía es corporizada en el Evangelio de Juan. Jesús le ha dado su sabiduría, y él fue autorizado por Cristo para transmitirla al mundo.

El más alto Espíritu de la Tierra tuvo que encarnar en un cuerpo físico; este cuerpo tenía
que morir, tenía que ser sacrificado y su sangre tenía que fluir. Un significado especial se
adjunta a lo presente. Allí donde hay sangre, hay un Yo. El Ser arraigado en la sangre tenía que ser sacrificado con el fin de que las antiguas comunidades basadas en el Yo pudieran llegar a su fin. Las once formas individuales de egoísmo se alejan con la sangre del Cristo Crucificado. La sangre de las comunidades raciales se transforma en una sangre que es común a toda la Humanidad, porque la sangre de Cristo fue sacrificada en el momento en que colgaba de la cruz.

En este caso también se llevó a cabo algo que podría haber sido observado por cualquier
observador de la atmósfera astral. Cuando Cristo murió en la cruz, toda la atmósfera astral se transformó, pues los acontecimientos que tuvieron lugar nunca pudieron haberse llevado a cabo anteriormente. Esto ha sido posible porque con el derramamiento de Su Sangre, Cristo dio a toda la Humanidad un Yo que es común a todos. La sangre que fluía desde las heridas de Cristo Jesús le dio a toda la Humanidad un Yo es compartido por todos. Sus tres cuerpos quedaron colgados en la Cruz y fueron luego restablecidos por el Cristo Resucitado. Cuando Cristo abandonó su estructura física, los tres cuerpos eran tan fuertes que podían pronunciar las palabras de iniciación que siguen a la transfiguración: «¡Eli, Eli, lama Sabathani!».

Para todos los que conocen algo de las verdades de los Misterios, estas palabras deberían
haber revocado lo que en un Misterio había sido promulgado. Una pequeña corrección en el texto Hebreo dio lugar a las palabras contenidas en el Evangelio: «¡Sabathani Eli, Eli, lama!» «¡Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado!».

Traducido por Nicolás Martín