GA232c1. Centros de Misterios

Conferencia I

Dornach, 23 de Noviembre de 1923

English version

Comenzaré hoy con la vida anímica del hombre, y seguiré desde ahí hasta penetrar en los secretos cósmicos.

Comencemos con algo de lo más simple. Consideremos la vida anímica de un ser humano tal y como se ve cuando lleva su meditación más allá del punto que tuve especialmente en cuenta cuando escribí los artículos en el semanario del Goetheanum sobre la Vida del Alma (GA 36 N.T.) Consideraremos la vida del alma más íntimamente de lo que se hizo en los artículos del semanario. Aquellos cuatro artículos sobre la vida del alma forman una especie de introducción, una preparación para aquello que vamos a considerar ahora.

Cuando meditamos de una manera amplia y exhaustiva, vemos cómo esta vida anímica puede elevarse hasta un nivel superior. Comenzamos por dejar que el mundo exterior actúe sobre nosotros –hacemos esto desde la niñez– y después nos vamos formando pensamientos sobre aquello que encontramos en ese mundo exterior. Somos realmente seres humanos cuando permitimos que las impresiones del mundo exterior continúen viviendo en nuestros pensamientos, elaborándolas interiormente, creando un mundo de imágenes mentales, que en cierto modo reflejen las impresiones realizadas sobre nosotros desde el exterior. No estamos haciendo nada especialmente útil para la vida anímica si simplemente nos formamos una serie de pensamientos sobre cómo el mundo exterior se refleja en nuestra alma, pues al actuar así sólo logramos lo que yo llamaría una imagen sombría del mundo de las ideas en nuestra alma. Realmente practicamos una mejor meditación si enfocamos nuestra atención más bien en la energía interior, en el intento de entrar vívidamente en el elemento del pensamiento, sin mirar al mundo exterior, y ahondamos en lo que nos ha llegado como impresiones procedentes del mundo exterior. Por tanto un hombre puede ser conducido, según su disposición, al mero pensamiento abstracto. Puede crear sistemas planetarios, o puede realizar esquemas sobre cualquier cosa imaginable en el mundo, etc. mientras otro puede reflexionar sobre las cosas que le han causado una impresión, mediante la prolongación de sus pensamientos más allá del período de la percepción, podría quizás desarrollar algún concepto incluso más imaginativo.

No entraremos más en la manera en que, según el temperamento o el carácter u otras influencias sobre un hombre, este pensamiento interno, esta meditación desprovista de impresiones externas, puede desarrollarse, pero reconoceremos el hecho de que es un asunto de especial importancia cuando nos retiramos respecto a nuestros sentidos del mundo exterior y vivimos en nuestros pensamientos e ideas, haciéndolos girar aún más lejos, a menudo tal vez en una dirección de solo meras posibilidades.

Mucha gente considera innecesario desarrollar esta vida del pensar, en la dirección de las meras posibilidades. Incluso en estos tiempos difíciles uno puede ver a la gente ocupada todo el día con sus asuntos (que por supuesto supone una actitud necesaria para la afrontar la vida exterior); posteriormente se reúnen en pequeños grupos, jugando a las cartas o al dominó o cosas similares, para, como se dice frecuentemente, pasar el tiempo. No sucede a menudo, sin embargo, que la gente se reúna en tales grupos para intercambiar pensamientos, por ejemplo, sobre las cosas en las que estuvieron ocupados durante el día, y considerar qué habría sucedido si esto o aquello hubiera sido diferente. No están tan interesados en esto como en jugar a las cartas, pero sería una prolongación de los pensamientos, y si conserváramos un sentido suficientemente sólido de la realidad, tal continuación de nuestros pensamientos no necesitarían convertirse en algo fantasioso.

Esta vida de pensamientos conduce finalmente a lo que ustedes encuentran si leen La Filosofía de la Libertad de la manera correcta. Si ustedes leen La Filosofía de la Libertad de la manera correcta deben familiarizarse con ese sentimiento de vivir en los pensamientos. La Filosofía de la Libertad se halla completamente extraída de la realidad, y al mismo tiempo procede enteramente del pensamiento real. Encontrarán por tanto una tonalidad fundamental en esta obra. La concebí en los años 80 y la escribí a comienzos de 1890, y ciertamente puedo decir que de todos aquellos que en aquel momento estuvieron en posición de conocer el núcleo de esta Filosofía de la Libertad, encontré por doquier incomprensión. Esta falta de entendimiento surge por una razón definida. Los seres humanos, incluso los llamados pensadores actuales, en realidad sólo llegan tan lejos en su pensamiento como para experimentar en este una imagen del mundo de los sentidos exterior; y luego dicen: quizás podría llegar al pensamiento del hombre algo del mundo suprasensible, pero tendría que entrar de la misma manera que lo hacen una silla o una mesa que está fuera de nosotros, y que nuestro pensamiento reconoce como algo que está fuera de nosotros. Así este pensamiento que vive en nuestro interior tendría que ser capaz de experimentar de una u otra manera algo suprasensible, exterior al hombre, de la misma forma que la mesa o la silla están fuera de nosotros y se pueden experimentar. De alguna forma parecida, Edward von Hartmann concibió esta actividad del pensamiento.

Este libro, La Filosofía de la Libertad llegó entonces a ser conocido. En este libro el pensamiento es tan experimentado que en la experiencia del pensamiento se llega a esta realidad, a saber que si un hombre realmente experimenta el pensamiento, vive, aunque al principio algo indefinidamente, en el cosmos, esta unión del hombre en su experiencia pensante más íntima con los secretos cósmicos es el nervio raíz de la Filosofía de la Libertad. Así, en este libro se encuentra la frase: «Al pensar, el hombre descubre un borde del velo del secreto cósmico». Esto se expresa quizás simplemente, pero se supone que cuando un hombre realmente experimenta el pensamiento, ya no se siente fuera del secreto cósmico, sino dentro de él, ya no está fuera de la Esencia divina sino dentro de Ella. Cuando un hombre alcanza la realidad del pensar en sí mismo, alcanza lo Divino dentro de sí mismo.

Era este hecho el que no podía entenderse. Pues si un hombre realmente lo entiende, si realmente se ha tomado la molestia de adquirir esta experiencia de pensar, ya no descansa en el mundo en el que estaba antes, sino que vive en el mundo etérico. Está viviendo en un mundo que conoce: no está condicionado desde ninguna parte del espacio físico terrenal, sino por toda la esfera cósmica.

Ya no puede dudar del orden y de la realidad de la esfera cósmica etérica si han captado el pensamiento tal como está reflejado en la Filosofía de la Libertad. Así se llega a lo que puede llamarse experiencia etérica. Cuando un hombre entra en esta experiencia, realmente hace un notable paso adelante en la totalidad de su vida.

Puedo caracterizar este paso así: Si pensamos con la conciencia ordinaria, nos decimos: en esta habitación hay mesas, sillas, seres humanos, y así sucesivamente. Podemos pensar quizás en muchas más cosas también; pero pensamos en estas cosas como algo fuera de nosotros. Así comprendemos estas cosas en nuestro pensamiento –y hay diversas cosas fuera– desde el punto central de nuestro ser. Todo hombre es consciente de esto; quiere comprender las cosas del mundo con su pensamiento.

Si, sin embargo, hemos adquirido la experiencia del pensar que se acaba de caracterizar, ya no es el mundo lo que debemos comprender. El hombre no está tan atrapado, como yo diría, en su propio yo; sucede algo totalmente diferente. Tiene la sensación de que, con su pensamiento, ya no se limita a un solo lugar, puede captarlo todo interiormente. Siente que está contrayendo al hombre interior. Así como en su pensamiento ordinario extiende los sentidos espirituales hacia fuera, cuando experimenta el pensamiento dentro de él se extiende continuamente a su propio ser. El hombre mismo se convierte en el objeto.

Esta es una experiencia muy importante que cualquiera puede tener cuando se hace consciente de que: anteriormente tú siempre comprendías el mundo; ahora que tienes esta experiencia del pensamiento, debes comprenderte a ti mismo. El resultado de este proceso de intensa auto-comprensión es que él pasa más allá de su piel.

Y así como él interiormente se aferra a sí mismo, también se aferra desde dentro a todo el éter cósmico, no en sus detalles, naturalmente, pero gana la convicción de que este éter se extiende sobre la esfera cósmica dentro de la cual él existe junto con las estrellas, Sol y luna, etc.

Una segunda cosa que el hombre puede desarrollar en la vida interna de su alma es el poder de no ser estimulado inmediatamente en sus pensamientos desde el exterior, de no prolongar estos pensamientos y seguir entretejiéndolos, sino de entregarse a sus recuerdos. Si hace esto, y realmente hace de sus recuerdos una experiencia interior, entonces e resultado es una experiencia bastante definida. La experimentación ya descrita del pensamiento conduce al hombre hacia sí mismo, se comprende a sí mismo; y obtiene una cierta satisfacción en esta comprensión de su propio ser interior.

Cuando, sin embargo, pasa a la experiencia de la memoria, entonces, si se sobrelleva internamente de la manera correcta, acercarse a uno mismo finalmente no parece ser ya lo más importante. Esto es lo que sucede en la experiencia del pensamiento. Por eso uno encuentra en el pensamiento esa libertad que depende enteramente del elemento personal humano. Por tanto, una filosofía de la libertad debe comenzar por la experiencia del pensar, porque el hombre llega de ese modo a su propio ser; se encuentra a sí mismo como una personalidad libre. Esto no sucede con la experiencia de la memoria. En la experiencia de la memoria, si un hombre la sigue seriamente y se sumerge completamente en su memoria, adquirirá finalmente el sentimiento de hacerse libre de sí mismo, de alejarse de sí. Por tanto esos recuerdos que le permiten a uno olvidar el presente son de lo más satisfactorio. (No diré que es siempre lo mejor, pero es, en muchos casos, lo más satisfactorio).

Podemos obtener una idea del valor de la memoria si podemos concebir recuerdos que nos “saquen” al mundo, a pesar del hecho de que podamos estar completamente disconformes con el presente y nos gustaría alejarnos de él. Si podemos desarrollar recuerdos de tal naturaleza que nuestra vida de sentimiento se intensifique mientras nos entregamos a ellos, esto aporta lo que podría llamar una especie de preparación para lo que los recuerdos pueden llegar a ser cuando se hacen mucho más reales.

Ustedes pueden convertir en recuerdo en una experiencia real si recuerdan con el máximo realismo posible algo que realmente experimentaron digamos hace 10, 20 o 30 años. Solamente indicaré cómo puede hacerse. Supongan que repasan antiguos y queridos documentos y buscan, digamos, cartas antiguas que ustedes escribieron o que recibieron en alguna ocasión. Sitúen estas cartas ante ustedes, y por medio de ellas vivirán intensamente en el pasado. O quizás una manera mejor puede ser no tomar las cartas que ustedes han escrito, o que otras personas les han escrito, porque en esto entra demasiada subjetividad; sería mucho mejor, si son capaces de hacerlo, tomando sus antiguos libros de texto de la escuela y mirarlos como lo hicieron mucho tiempo atrás cuando realmente se sentaban frente a ellos cuando eran niños en la escuela, y de esta forma traen de vuelta a sus vidas algo que existió anteriormente. Esa es una experiencia realmente extraordinaria. Si llevan a cabo algo de esta naturaleza ustedes modifican completamente la actitud anímica  que poseen en el presente. Es muy extraordinario. Pero deben ser un poco ingeniosos en relación a esto, y hay toda una serie de cosas que pueden ayudarles. Una dama, por ejemplo, quizás pueda encontrar en algún rincón un vestido o alguna prenda que llevó hace 20 años; se lo pone y se transporta de ese modo a la posición en que estaba en aquel momento; o algo de naturaleza similar que pueda traer el pasado con la máxima realidad posible al presente. De esta manera ustedes serán capaces de separarse profundamente de su experiencia presente.

Cuando tenemos experiencias con nuestra consciencia actual en realidad permanecemos demasiado íntimamente en las experiencias, demasiado cerca para que de las experiencias resulte algo, por así decirlo. Debemos ser capaces de permanecer alejados. El hombre está más alejado de sí mismo cuando duerme que cuando está despierto; pues él se sitúa entonces fuera de sus cuerpos físico y etérico con su cuerpo astral y su yo. Cuando ustedes invocan realmente experiencias anteriores al presente, como acabo de describir, se acercan entonces al cuerpo astral que se sitúa fuera del cuerpo físico durante el sueño. Puede que al principio no crean que tal vivificación de las experiencias pasadas por medio de una antigua prenda pueda tener el poderoso efecto que he indicado, pero en realidad sólo se trata de que ustedes mismos experimenten con estos temas. Si ustedes realizan el experimento y realmente evocan en el presente lo que se experimentó en años pasados de tal forma que puedan vivir en ello y olvidar completamente el presente, verán que se acercan mucho a su cuerpo astral, a su cuerpo astral del sueño.

Ahora bien, si ustedes esperan que sólo sea necesario mirar a la derecha o a la izquierda para ver su cuerpo astral como una forma de nube, quedarán defraudados, pues esto no sucede de esa manera; deben prestar atención a lo que sucede realmente. Lo que sucede realmente es que, por ejemplo, después de un cierto tiempo, a través de tales experiencias, pueden gradualmente ver el amanecer de una nueva forma; pueden tener un nuevo sentimiento al ver un amanecer. Gradualmente, a lo largo de este camino llegarán a experimentar el calor del amanecer como algo de naturaleza profética, como si estuviera anunciando algo, como si el amanecer tuviera una fuerza profética natural en sí. Comenzarán a sentir el amanecer como algo espiritualmente poderoso, y serán capaces de relacionar el significado interior de esta fuerza profética, de forma que obtendrán un sentimiento, que al principio podrán confundir con una ilusión, de que el amanecer está relacionado con su propio ser.

amanecer

A través de experiencias como las que he descrito, se puede gradualmente llegar a una condición en la que se siente al ver el amanecer: «El amanecer no me deja solo. No está simplemente allí mientras yo estoy aquí; estoy interiormente unido a este amanecer; es una cualidad de mi propio sentimiento interior. Yo mismo soy el amanecer en este momento» Cuando se sientan así unidos con el amanecer de tal modo que se experimenten a ustedes mismos como el color, radiación y resplandor, la aparición del sol a partir de los colores y de la luz, de tal forma que en su propio corazón surja un sol, por así decirlo, a partir del fulgor de la mañana como un sentimiento viviente, entonces también sentirán como si estuvieran viajando con el sol sobre la cúpula del cielo; sentirán que el sol no les deja solos, el sol no está allí mientras ustedes están aquí, sino que sentirán que su existencia se extiende en cierto sentido hasta la existencia solar y que viajan con la luz a lo largo del día.

Si desarrollan este sentimiento que, como hemos dicho, no proviene del pensamiento –pues de esa manera sólo se puede llegar al hombre mismo– sino que pueden desarrollar a partir del recuerdo de la forma indicada, cuando desarrollan esta experiencia a partir de sus recuerdos, o mejor dicho a partir de las fuerzas del recuerdo, entonces las cosas que percibían anteriormente con sus sentidos físicos comienzan a tener un aspecto diferente; comenzarán a ser espiritual y psíquicamente transparentes. Cuando un hombre ha alcanzado este sentimiento de viajar con el sol, de obtener fuerzas del amanecer al acompañar al sol, observa todas las flores de la pradera con un aspecto diferente. Las flores no permanecen pasivas, mostrando los colores rojos o amarillos que tienen en su superficie sino que comienzan a hablar. Hablan a nuestros corazones de una manera espiritual. Las flores se vuelven transparentes. La parte espiritual de la planta se agita interiormente, y la floración se convierte en una especie de lenguaje. De esta manera el hombre une realmente su alma con la vida exterior de la naturaleza, y obtiene así la impresión de que existe algo detrás de la existencia de la naturaleza, de que la luz con la que se ha unido es portada por Seres espirituales, y en estos Seres espirituales él llega a reconocer gradualmente las características de aquello que ha sido presentado por la Antroposofía.

Consideremos ahora las dos etapas del sentimiento que he descrito. Tomemos el primer sentimiento que puede producirse a través del pensamiento como una experiencia interior; esta experiencia interior del pensamiento le lleva a uno lejos, y el sentimiento de estar en un espacio limitado desaparece completamente. La experiencia del hombre se amplía; siente con bastante claridad que en su ser interior hay un aspecto que se expande abarcando el cosmos completo, y que es de su misma sustancia. Se siente uno con el mundo entero, con la sustancialidad etérica del mundo; pero también siente que al estar sobre la Tierra, sus pies y piernas son atraídos por la gravedad. Siente que, con toda su naturaleza humana, se halla vinculado con este planeta. Pero en el momento en que el hombre tiene esta experiencia de pensamiento ya no se siente vinculado con la Tierra, sino que se siente dependiente de las vastedades de la esfera cósmica. Todo proviene del universo, ya no desde abajo, desde el centro terrestre, sino que todo proviene de las vastedades del espacio (de la periferia espacial). Uno siente que si ha de comprender al hombre, este sentimiento de fluir desde el espacio debe estar allí presente.

Esto se extiende incluso a la comprensión de la forma humana. Si quiero captar la forma humana, ya sea en la escultura o en la pintura, sólo puedo hacerlo en lo que respecta a la parte inferior de la forma pensando en algo procedente de la naturaleza corporal interna del hombre. No voy a traer el espíritu correcto a esto, a menos que pueda dibujar la parte superior de tal manera que piense en ella como traída desde afuera. Nuestra frente, la parte superior de nuestra cabeza, proviene del exterior, y realmente está colocada sobre el resto del cuerpo. Cualquiera que haya mirado con comprensión artística las pinturas de la cúpula pequeña del primer Goetheanum (actualmente destruido) habrá visto que la parte inferior del rostro siempre se representaba como habiendo crecido desde el interior del hombre, y la parte superior de la cabeza como algo dado desde el cosmos. Esto se sentía especialmente en las épocas en que los hombres tenían sensibilidad para estas cosas. Ustedes nunca comprenderán la forma de la cabeza de una verdadera escultura griega a menos que tengan esta sensibilidad, pues los griegos creaban bajo la inspiración de estos sentimientos.

Así el hombre se siente unido con el entorno por medio de su experiencia del pensar.

Ahora uno podría imaginarse que este proceso simplemente se llevara más lejos, y que uno llegara incluso más lejos cuando se pasa de la experiencia del pensamiento a la experiencia de la memoria; pero este no es el caso. Si desarrollan realmente esta experiencia del pensamiento en ustedes, obtendrán en último término una impresión de la Tercera Jerarquía, la de los Ángeles, Arcángeles y Arcai.

De la misma forma que ustedes pueden representarse la experiencia corporal del hombre aquí en la Tierra con las fuerzas de la gravedad y la transformación del alimento por medio de la digestión, también pueden formarse una idea de las condiciones en las que viven estos seres de la Tercera Jerarquía si, a través de esta experiencia del pensar, en vez de deambular por la Tierra, se sienten llevados por fuerzas que fluyen hacia ustedes desde las más alejadas regiones del Cosmos.

Ahora bien, cuando el hombre pasa de las experiencias del pensamiento a las del recuerdo, no es como si fuese el final de la esfera cósmica, el límite al que el hombre puede llegar. Podemos llegar a este límite cósmico si entramos realmente en la autenticidad de esta experiencia-pensamiento; pero entonces no vamos más allá; el asunto se presenta de manera diferente. Aquí, por ejemplo, podemos tener un objeto de alguna clase, un cristal, una flor o un animal; y si avanzamos desde la experiencia del pensar hasta todo lo que la experiencia del recuerdo nos puede aportar, entonces observamos justamente en el interior de ese objeto. La mirada que se ha extendido al universo puede, si es llevada más lejos a través de la experiencia del recuerdo, ver en las cosas. No es que ustedes se adentren en distancias abstractas indefinidas; la mirada que es fortalecida por el experiencia del recuerdo observa dentro  de las cosas y puede ver lo espiritual en todo. Ve, por ejemplo, en la luz, los seres espirituales activos en ella, etcétera. Ve en la oscuridad los seres espirituales activos en la oscuridad. Así que podemos decir: la experiencia del recuerdo nos conduce hasta la segunda Jerarquía.

Existe algo todavía en la vida anímica humana que va más allá de la memoria. Aclaremos lo que es. La memoria aporta a nuestra alma su colorido. Podemos saber con bastante exactitud, cuando nos acercamos a un hombre que lo juzga todo con desaprobación, que emana su agria atmósfera sobre todo, un hombre que, si se le dice algo hermoso inmediatamente responde con algo desagradable, etcétera, podemos saber con certeza que todo esto se haya relacionado con su memoria. La memoria da su colorido al alma. Podemos conocer a un hombre que siempre muestra una mueca irónica en la boca, especialmente si le decimos algo; o puede fruncir el ceño o poner una cara trágica. Otro hombre puede mirarnos de una manera amistosa, de tal forma que nos sentimos animados no sólo por lo que dice sino por la forma en que nos mira. Ciertamente es interesante, al pronunciar algunas afirmaciones especiales en una conferencia, contemplar los rostros del público, ver la expresión de la boca, o mirar las frentes o las expresiones en blanco en muchos rostros, o la nobleza de muchos otros, etc. En lo que ven se expresa no sólo lo que ha quedado como recuerdo en el alma y le ha aportado un cierto colorido, sino que se expresa algo que ha pasado de la memoria hasta la fisionomía, hasta el gesto, hasta la completa actitud humana.

También es característico si un hombre no ha acogido nada, si en su rostro se muestra que no ha aprendido nada de lo que ha experimentado como pena, dolor o gozo. Si su rostro se ha quedado demasiado suave, eso es tan característico como si expresara con profundas arrugas la tragedia o la seriedad de su vida, o incluso quizás sus múltiples satisfacciones. Aquello que queda en el alma como resultado del poder del recuerdo, pasa al cuerpo físico y lo moldea; y esto tiene lugar tan marcadamente que posteriormente el hombre realmente extrae de ello su fisionomía exterior y sus gestos, e interiormente su temperamento, pues no siempre tenemos el mismo temperamento en la vejez que en la niñez. El temperamento en la vejez a menudo es resultado de lo que hemos experimentado en la vida, y que se ha convertido interiormente en recuerdo, en el seno del alma.

Aquello que penetra interiormente al hombre de esta manera puede ser llevado a la realidad, aunque esto es más difícil. Es aún mucho más fácil traer ante la visión de nuestra alma las cosas que experimentamos en la niñez o, hace muchos años, para desarrollar la memoria hasta un cierto grado, pero es más difícil transponerse uno mismo al temperamento que se tuvo en la niñez, al temperamento anterior que uno experimentó. Pero la práctica de tal ejercicio puede ser de gran importancia para nosotros, y se logra más realmente cuando podemos hacer esto interiormente en las profundidades del alma que si lo hacemos exteriormente.

Un hombre ya logra realmente algo si, a los cuarenta o cincuenta años de edad, juega a un juego de niños, o salta como lo hacía cuando era niño o trata de poner la cara que ponía cuando una tía le daba un bombón cuando tenía ocho años de edad, y cosas por el estilo.

Transponerse uno nuevamente hasta el mismo gesto, hasta la misma actitud, trae algo a nuestra vida que conduce convincentemente al sentimiento de que el mundo exterior es el mundo interior, y el mundo interior es el mundo exterior.

Entonces entramos con todo nuestro ser, por ejemplo, en la flor, y tenemos además de la experiencia-pensamiento y la experiencia-recuerdo lo que podría llamarse la experiencia del gesto, en el sentido más verdadero de la palabra. A partir de esto se obtiene una idea de cómo lo espiritual obra por doquiera, sin impedimentos en el mundo físico.

Ustedes no podrán aprehender interiormentecon plena conciencia su comportamiento de hace, digamos, veinte años, en lo que concierne a sus gestos ante cualquier ocasión, si no toman conciencia de la unión de lo espiritual y lo físico en todas las cosas; es decir, si ustedes no penetran hasta las profundidades de este asunto con toda seriedad y energía. Entonces habrán llegado a la experiencia de la primera Jerarquía.

  • Experiencia-pensamiento: Tercera Jerarquía.
  • Experiencia-recuerdo: Segunda Jerarquía.
  • Experiencia-gesto: Primera Jerarquía.

La experiencia-recuerdo nos conduce a identificarnos con el amanecer cuando nos hallamos ante el fulgor del alba. Nos permite sentir interiormente, experimentar interiormente todo el calor del amanecer; pero cuando nos elevamos a la experiencia del gesto, entonces aquello que se nos aproxima en el amanecer se une con todo lo que puede experimentarse objetivamente como color o tono.

Cuando contemplamos los objetos a nuestro alrededor, iluminados por el sol y simplemente los vemos tal como aparecen ante nosotros, los vemos en la luz. Pero no vemos el amanecer de esta forma, especialmente cuando pasamos gradualmente de la experiencia-memoria a la experiencia del gesto; entonces todo lo que se experimenta como color se separa gradualmente de toda la existencia material. La experiencia del color se hace viva, se hace psíquica, espiritual. Renuncia al espacio en que el amanecer externo se manifiesta. El amanecer comienza a hablarnos entonces del secreto de la relación del Sol con la Tierra; y aprendemos cómo actúan los Seres de la Primera Jerarquía. Cuando dirigimos de nuevo nuestra mirada al amanecer y aparece ante nosotros casi como se hacía anteriormente en la mera experiencia del recuerdo, comenzamos a reconocer a los Tronos. Entonces el amanecer se disuelve. El color se hace vivo, se hace psíquico, espiritual, se convierte en un Ser, y nos habla de la relación del Sol con la Tierra tal como existió durante el período del Antiguo Sol; nos habla de tal manera que aprendemos lo que son los Querubines. Y entonces, cuando llenos de entusiasmo y veneración somos trasportados por esta doble revelación del amanecer, la Revelación de los Tronos y la de los Querubines, y seguimos viviendo dentro del alma, entonces se abre el camino hacia nuestro propio ser interior, desde el Ser viviente en que se ha convertido el amanecer ahora, a aquello que constituye la naturaleza de los Serafines.

Todo lo que les he descrito hoy, lo he hecho simplemente para señalarles cómo, con el simple seguimiento del alma desde el pensamiento hasta el gesto que está pleno de pensamiento y se haya impregnado por el alma, el hombre puede adquirir para sí un sentimiento (pues, para empezar, sólo tiene sentimientos) sobre los fundamentos espirituales del Cosmos, justo hasta la esfera de los Serafines.

Quería aportarles esto como una especie de introducción a los estudios que nos van a conducir desde la vida anímica hasta las vastedades del cosmos espiritual.

Traducido por Gracia Muñoz en Junio de 2017