GA 335. Los pueblos de la Tierra a la luz de la Antroposofía

Conferencia impartida por Rudolf Steiner. Stuttgart, 10 de marzo de 1920 –

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Los últimos años han demostrado como los intensos sentimientos de odio y antipatía son capaces de fluir a través de las almas de los pueblos de la Tierra. En su vida sentimental nadie puede cegarse a la verdad de que la vida en la Tierra no puede avanzar fructíferamente por ese camino. Y hoy puede ser útil hablar de los elementos que, a la luz del conocimiento científico-espiritual, deben unirse al conjunto de la humanidad civilizada.

El conocimiento y el sentimiento, por supuesto, son dos cosas muy diferentes, pero el conocimiento científico-espiritual esta mucho más íntimamente ligado a la totalidad del hombre, a su naturaleza más íntima, que las verdades abstractas materialistas actuales. Las verdades de la ciencia espiritual son capaces de encender las ideas, los sentimientos y los impulsos de la voluntad de los seres humanos. La fuerza interior que se desarrolla a partir del conocimiento científico-espiritual de los elementos que unen a los diferentes pueblos de la Tierra, intensifica los sentimientos de simpatía y amor mutuo.

Así como es cierto que en el curso de la evolución, el hombre ha pasado de una vida instintiva e inconsciente a una vida consciente, a una comprensión más plena y libre de su misión, en cuanto al futuro hay que decir que el vago sentimentalismo  por sí solo no será suficiente para unir a los pueblos de la Tierra. Lo que se necesita es un entendimiento mutuo y ser conscientes de lo que uno puede esperar del otro.

En otros ámbitos de la vida es relativamente fácil ver la necesidad de esta unificación de los hombres de la Tierra, puesto que podemos ver el desastre que está sucediendo en el mundo de la economía. Al buscar la causa de estos desastres y tendencias destructivas, nos hacemos conscientes de que la aspiración de hacer de la Tierra una esfera económica es una necesidad inconsciente de toda la humanidad hoy en día.

Por otra parte, los pueblos de la Tierra aún no han llegado al punto de ennoblecer sus egoísmos nacionales lo suficiente como para permitir que surja una economía colectiva global de los valores económicos creados individualmente. Una nación intenta superar a la otra en materia de ventajas económicas. Ilusorio punto de vista que surja esto entre los pueblos, ya que los nuevos instintos de la humanidad claman por una vida económica común de toda la Tierra, en efecto, una economía global. Las mentes más importantes de estos tiempos están siempre haciendo hincapié en esta cuestión. En efecto, existe una pugna por una economía uniforme en la Tierra en contraste con las economías nacionales separadas que han existido hasta el siglo XX, y es esta oposición de las economías nacionales a una economía global la que ha causado el caos presente en la vida económica.

Cuando se trata de un país u otro o de asimilar la comprensión de sus riquezas espirituales, no es suficiente simplemente con viajar a otros pueblos o ser llevado allí por el destino. El mero conocimiento de las relaciones cotidianas de hombre a hombre nunca va a lograr el entendimiento mutuo entre los pueblos. Viajar y vivir en otros pueblos no es suficiente, no es más que una observación superficial de los gestos y movimientos de un hombre que nos permita comprender todo su ser. Es cierto que si uno tiene una idea de estas cosas, puede conjeturar mucho sobre el ser interior del otro a partir de sus gestos y movimientos, pero si las circunstancias son tales que podemos entender su discurso, el conocimiento es mucho más fundamental, pues uno puede recibir de él lo que su propio ser interior quiere comunicar. Entonces, ¿es posible que algo similar a esta transmisión de la fuerza interior, del ser interior, pueda generarse entre los pueblos y las naciones?.  No puede ser inherente simplemente en el habla, el lenguaje o en las observaciones de la vida cotidiana de los pueblos, pues para eso ya está el intercambio entre hombre y hombre.

Aquí debe ser revelado por el conocimiento y la comprensión del otro, algo que trasciende lo humano. Estamos realmente ante una dificultad cuando queremos hablar de manera inteligible de una nación o pueblo como una entidad. ¿Hay algo tan real como un objeto externo, tan real como la vida externa, que nos justifique el hablar de una nación o de un pueblo como una entidad?. Se puede hablar de un ser humano individual, la mera percepción sensoria del mismo, pero la percepción sensoria de una nación o de un pueblo es más que un conjunto de personas. Antes de que podamos reconocer a una nación como realidad debemos elevarnos a lo supra-sensible, es la única manera.

El hombre que se somete a la formación espiritual, que desarrolla la fuerza del conocimiento suprasensible que, de otra manera se encontraría latente en su vida cotidiana, poco a poco comenzará a ver a una nación o a un pueblo como un ser real, por supuesto, de una manera suprasensible. Se percibe lo espiritual, cuando un pueblo extranjero se revela como un ser espiritual, como una realidad suprasensible, que -si se me permite utilizar una expresión un tanto burda- impregna y envuelve el sentido de la naturaleza de los individuos que pertenecen a la misma, como una nube. Ese  conocimiento suprasensible nos permite penetrar en el ser real de una nación o de un pueblo, pero el conocimiento suprasensible no se puede adquirir sólo con la observación de la vida cotidiana. Voy a hablar a grandes rasgos de cómo hoy en día la Ciencia Espiritual se esfuerza por obtener un conocimiento realmente profundo de las relaciones entre los pueblos de la Tierra. Y aquí es sobre todo necesario comprender al ser humano a la luz de esta Ciencia Espiritual. En la conferencia anterior, así como en mi libro “Enigmas del alma”, publicado hace unos años, dije que el hombre, tal y como se nos presenta en la vida diaria, no es un ser unitario, sino que está estructurado de tal manera que podemos ver claramente tres componentes.

En el organismo humano tenemos, en primer lugar, todo lo que está relacionado con y centralizado en el sistema cefálico, el llamado sistema nervioso y los sentidos. Por medio de este sistema el hombre tiene  percepciones sensoriales, pensamientos e ideas.

Hoy en día, como resultado de una ciencia natural, se cree que todo el ser espiritual y anímico del hombre se basa en el sistema nervioso y sensorial, pero este sistema es, de hecho, una especie de parásito sobre el resto del organismo. Esto es así. Si se me permite una breve referencia personal, puedo decir que el estudio de más de treinta años de la naturaleza y del ser humano -un estudio en el que siempre he tratado de reconciliar la ciencia espiritual con los resultados de la ciencia natural- me ha llevado a confirmar esta triple naturaleza del organismo humano. Es una suposición general de la ciencia natural moderna que la vida del espíritu y del alma corre paralela a la vida sensorial y al sistema nervioso. En realidad es sólo el pensamiento el que los liga.

La vida sensible, (la sensibilidad), está ligada a los procesos rítmicos del organismo humano. El sentimiento está conectado directamente con los ritmos de la respiración y la circulación sanguínea, al igual que la vida del pensamiento y de la percepción está relacionada con el sistema nervioso y sensorio.

Del mismo modo, la vida volitiva está conectada con el sistema metabólico  (digestión y asimilación) en el hombre. La división más baja aparentemente del organismo humano, (en el sentido de un proceso, por supuesto, lineal), el sistema metabólico es el portador de la vida del hombre  volitivo.

En su naturaleza anímico-espiritual, el hombre es también un ser tripartito. La voluntad espiritual, la sensación de la vida animica, el pensamiento, las ideas y la percepción dirigida a los fenómenos materiales externos – éstos son los tres miembros o divisiones de la naturaleza del hombre anímico-espiritual. Estos tres miembros corresponden a los tres miembros del organismo físico, al sistema nervioso y sensorial, a la vida rítmica de la circulación y respiración y a la vida metabólica.

Ahora bien, si observamos los seres humanos en cualquier región dada de la Tierra, nos encontramos con que los términos de esta triple organización, de ninguna manera son absolutamente iguales en el orbe terrestre. Otro gran error del pensamiento moderno es imaginar que un programa social común podrá ser asumido por la totalidad terrestre y que los hombres podrían ajustarse a él. Los seres humanos están individualizados, especializados en las diferentes regiones de la Tierra. Y el que aprende a conocer el verdadero ser del hombre tal como vive en la Tierra debe ser capaz de desarrollar el amor, no sólo a una humanidad abstracta, universal, pues eso no sería más que una «idea» de la humanidad, una idea muerta, vacía. Los que realmente entienden a sus semejantes deben desarrollar el amor por las formas y expresiones individuales del ser humano en las diferentes regiones de la Tierra.

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En el poco tiempo de que disponemos no es posible caracterizar a todos los pueblos individuales. Todo lo que se puede hacer es considerar los principales tipos de humanidad terrenal. Esto nos lleva, en primer lugar, a un tipo muy característico y también uno de los más antiguos: el oriental, tal como se expresa en la diversidad de formas diferentes en los pueblos de la antigua India y en otras razas orientales. Este tipo oriental revela un elemento común, especialmente en los pueblos hindúes. El hombre del Este ha crecido con la tierra que es su propio suelo. Sin embargo puede parecer que el oriental ha recibido el Espíritu con intensa devoción en su corazón y alma, la mística oriental nos puede impresionar profundamente. Si estudiamos las características raciales de oriente, veremos que la elevada espiritualidad que tan justamente admiramos depende, en este caso, de las experiencias volitivas que fluyen en el ser humano, voluntad que está, a su vez, ligada a los procesos metabólicos. Por paradójico que pueda parecer a primera vista, esta espiritualidad misma de los pueblos orientales, y especialmente de la antigua India, es algo que, por usar una expresión burda, brota de los procesos metabólicos. Estos procesos, a su vez, están conectados con los procesos de la naturaleza en el medio oriental. Piensen en la India de tiempos muy antiguos. A su alrededor están los árboles y frutos, todo lo que la naturaleza en su belleza y maravilla da al hombre.

El oriental une esto con sus propios procesos metabólicos, de tal manera que el metabolismo se convierte en una especie de continuación de todo lo que vive en la maduración de la fruta en los árboles y bajo el suelo, en las raíces. En su naturaleza metabólica, el oriental ha crecido junto con la fertilidad y el bienestar de la Tierra. El proceso metabólico es el portador de la voluntad, desde ahí se desarrolla la voluntad en el ser interior del hombre. Pero lo que se desarrolla en el ser más íntimo, en el que el hombre está firmemente arraigado y por medio del cual se relaciona con su medio ambiente, esto no entra muy vivamente en su conciencia. En la vida consciente del oriental se introduce una corriente de elementos  diferentes. En el sentimiento y la vida pensante del oriental, especialmente en el tipo más característico -el hindú- hay algo en esa corriente que a todas luces se experimenta en los procesos metabólicos en el sentido material. En su «imagen-espejo», sin embargo, aparece como vida espiritual.

Así, cuando entramos en todo lo que ha salido del alma y pensamiento creativo de los pueblos del Este, aparece realmente como un producto espiritual de la Tierra misma. Cuando nos elevamos a los Vedas nos sentimos invadidos por la luz del Espíritu que habla con gran intensidad a nuestras almas, si respondemos a la sutileza instintiva de la filosofía Vedanta y el Yoga o profundizamos en trabajos como los de Lao-Tze y Confucio, o nos sentimos atraídos por la poesía oriental, la sabiduría oriental, nunca sentimos que fluye de una manera individual, de una personalidad humana.

A través de sus procesos metabólicos el oriental crece junto con la naturaleza que le rodea. La Naturaleza vive, trabaja, hierve y se sobretensiona dentro de él, y cuando permitimos que su sabiduría poética trabaje en nosotros, es como si la Tierra misma hablara. Los misterios del crecimiento de la Tierra parecen hablar a la humanidad a través de los labios del hombre oriental. Sentimos que los pueblos del oeste y centroeuropa no podrían interpretar la interioridad espiritual de la Tierra de esta manera.

Los hombres más elevados de los pueblos orientales parecen moverse sobre la faz de la Tierra, expresando en su vida interior algo que realmente vive bajo su superficie. Esta crece y estalla en flores y frutos, así como lo hace en el espíritu y el alma del hombre oriental. La esencia interior de la Tierra se hace elocuente en los pueblos de oriente. Por tanto, podemos entender que, de conformidad con todo su ser, tienen menos idea de los fenómenos físicos de la superficie de la Tierra y de los hechos externos del mundo material. Su naturaleza más interna es una de las fuerzas sub-terrenales de las cuales resultan los fenómenos externos de los sentidos. Por tanto, están menos preocupados de lo que tiene lugar en la superficie. Son “hombres-metabólicos”. Pero los procesos metabólicos se expresan, en su caso, en la vida del alma y del espíritu.

Ahora bien, cuando un ideal se presenta ante los pueblos de Oriente, ¿qué forma tomará?. La orden dada a los alumnos por los sabios orientales fue algo así: «Para entrar en el ritmo de la vida debéis respirar de una manera determinada”. Estos maestros instruyeron a sus alumnos en la regulación de ciertos ritmos de la respiración y la circulación sanguínea. La forma en que se enseña a los alumnos a entrar en una vida superior del alma es muy característica. Toda la organización del hombre, tal como lo vemos en la vida ordinaria de Oriente, del pueblo asiático, y especialmente al pueblo surasiático, se basa en el metabolismo. Cuando se forma un ideal concreto de cómo se puede llegar a ser más completo, desarrolla su sistema rítmico; por un acto de libre albedrío se esfuerza por algo que es superior y que no le es dado por la naturaleza.

Ahora bien, lo extraño es que cuanto más se pasa de los asiáticos a los pueblos europeos, y especialmente a los pueblos de Europa central, nos encontramos con un notable desarrollo del sistema rítmico en su vida ordinaria. Los pueblos que no son de Oriente o de Europa occidental, sino de Europa Central, poseen como característica natural lo que el hindú se esfuerza por adquirir como su ideal de superhombre. Pero una cosa es tener que adquirir una cualidad por la fuerza de la autodisciplina y la actividad espiritual libre, y otra tomar posesión de ella naturalmente y por instinto. El hombre de Europa Central posee por naturaleza lo que el oriental tiene que desarrollar a partir de su vida metabólica que está conectada con el interior de la Tierra. Por lo tanto, lo que para el oriental es un ideal, para el europeo es una posesión natural de la vida cotidiana, su ideal, por lo tanto, debe ser necesariamente diferente. El ideal del centroeuropeo encuentra una etapa superior, en la vida del pensamiento ligado al sistema neuro-sensorio.

Hay una cualidad de desenfrenada fantasía en las creaciones artísticas de los orientales. Parece que aumenta la actividad interna de la Tierra, al igual que el vapor se eleva desde el agua a las nubes. La «totalidad», rítmica interiorizada, que es la esencia vital de los centroeuropeos, permitió a los antiguos griegos, que tanto lograron en el conjunto de la civilización moderna, crear lo que llamamos el arte europeo. Los griegos se esforzaron por todo lo que ponía de manifiesto la armonía interior del hombre terrenal. Los elementos materiales y  espirituales están en equilibrio y se expresan en el hombre «medio». Las creaciones artísticas orientales siempre se ejecutan en exceso en una dirección u otra.

Es en las concepciones artísticas de Grecia en que la forma humana estaba imbuida por primera vez con una armonía y plenitud interior. Esto fue porque el hombre tenía conciencia de su verdadero ser en el sistema rítmico. Cuando el artista griego se proponía un ideal, se esforzaba por alcanzarlo a fuerza de disciplina interna, a fuerza de la educación. Utilizaba el órgano de pensar igual que el oriental utiliza los órganos relacionados con el ritmo en el ser humano. El yogui de la India se esfuerza por regular su respiración de acuerdo con las leyes del espíritu y el alma para poder elevarse por encima del nivel de la humanidad ordinaria.

El hombre de Europa Central se entrena para elevarse por encima de los procesos instintivos del sistema rítmico, de la circulación de la sangre y de la respiración para sentirse verdaderamente hombre y se esfuerza en desarrollar la vida del pensamiento. Pero estos pensamientos, sobre todo en el centroeuropeo más evolucionado, se convierten en más que un «intérprete» del ser del hombre. Esto es lo que nos llama la atención cuando nos dirigimos al producto de la cultura europea después de habernos impregnado de la cultura oriental. En las creaciones altamente espirituales de la cultura oriental vemos, por así decirlo, el mismo florecimiento de la evolución terrestre. Sus labios expresan la voz de la Tierra misma. No es así en el centroeuropeo ni fue así que en el antiguo griego.

Cuando el centroeuropeo sigue los impulsos de su propia naturaleza, cuando no se autoengaña, cuando es consciente de que el autoconocimiento es la más noble corona de la actividad humana, la representación del ser humano en la naturaleza y en la historia es el logro supremo del hombre y luego lo expresará como el ideal de todo lo que él mismo es, como ser humano. La esencia misma del centroeuropeo se expresa cuando da rienda suelta a su ser inherente. Por tanto, podemos entender que el maravilloso pensamiento expresado en el libro de Goethe sobre Winckelmann sólo podía surgir en Europa Central. Me refiero al pasaje donde Goethe resume las elevadas percepciones, el profundo pensamiento y fuerte impulso de voluntad de este hombre maravilloso, en una descripción de su propia concepción del mundo, porque es como el sol de la cultura moderna: «El que el hombre sea colocado en la cima de la Naturaleza, se considera que constituye otra naturaleza entera, cuya misión es producir internamente un nuevo pináculo. A tal fin, aumenta sus poderes, se imbuye con perfecciones y virtudes –citación, discriminación, orden y armonía- y se eleva finalmente a la producción de una obra de arte», el hombre, de su propia naturaleza espiritual, da a luz a un nuevo ser.

Esta aplicación de todas las fuerzas a la comprensión del hombre mismo se manifiesta especialmente en el hombre de Europa Central, cuando es fiel a su propio ser. Sólo en tiempos más modernos esto ha caído en el olvido. El hombre de Europa tiene toda la motivación para considerar cómo se debe desarrollar la veneración, la comprensión y la penetración de lo que es verdaderamente humano.

Si ahora nos fijamos en el Oriente y sus gentes desde una perspectiva puramente espiritual, nos encontraremos con que los pueblos orientales, sólo porque son «hombres metabólicos,» desarrollan la espiritualidad que constituye la conexión entre el alma humana y la divina. Si la naturaleza del hombre quiere ser completada, debe dar a luz en su ser interior, las cualidades que no le son dadas por el mundo elemental, debe despertar en su propia conciencia la antítesis de todo lo que posee por naturaleza. Así, en el oriental surge una espiritualidad que le hace consciente de la conexión entre el alma humana y la divinidad. El oriental puede hablar de la relación del hombre con la divinidad como algo natural, de una manera que no le es posible a ninguna otra raza, con palabras que tocan al corazón. Otros pueblos de la Tierra pueden someter y conquistar las razas orientales y tratar de inculcar en ellas sus propias idiosincrasias, leyes y reglamentos, sin embargo, asimilar lo que el oriental tiene que decir acerca de la relación del hombre con la divinidad es algo que deberían aplicarse a sí mismos también.

En los tiempos modernos hemos visto cómo la gente de occidente, inmersa en el materialismo vuelven a los antiguos filósofos orientales como Lao-Tsé con las concepciones chinas e hindues del mundo, no tanto en busca de ideas, sino de experimentar un fervor interior que les permitirá sentir la conexión del hombre con la Divinidad. Los sabios de la literatura oriental mucho más con el fin de que sus sentimientos puedan ser vivificados por la forma en que el oriental habla de su relación con lo divino que por cualquier contenido filosófico. La naturaleza abstracta del europeo del este hace que le sea difícil entender realmente la filosofía oriental. Una y otra vez personas que han estudiado los dichos de Buda, con todas sus repeticiones interminables, han expresado que estos mantras deberían ser abreviados y eliminar las repeticiones. Mi única respuesta podría ser: «Usted no tiene ninguna comprensión real de la verdadera grandeza de la filosofía oriental, ya que esta se expresa en las mismas repeticiones que desea cortar. Cuando el oriental se impregna en los dichos de Buda, con los mantras que tanto irritan a los occidentales, están en el camino a su ideal de la recurrencia rítmica del motivo. La misma frase se repite una y otra vez. Ahora, como ya hemos visto, el oriental vive naturalmente en los procesos del sistema metabólico. Cuando él se entrega a las frases recurrentes de Buda, surge en él una contraparte espiritual en el sistema respiratorio y la circulación sanguínea, y lo ha originado por su propio esfuerzo y su propia voluntad.

Si un europeo realmente trata de entender la grandiosa santidad de la naturaleza oriental, obtendría un conocimiento que se le escaparía, a menos que lo desarrolle conscientemente, que lo asimile. Es muy natural que el europeo quiera eliminar las repeticiones de los mantras budistas, porque él vive en el ritmo de la respiración y su ideal es elevarse con el elemento del pensamiento. Cuando el pensamiento ya está comprendido e integrado no quiere repeticiones, se esfuerza por ir más lejos.

Si estudiamos estas repeticiones orientales, debemos, en efecto, desarrollar otro tipo de cualidad, no una comprensión intelectual, sino un amor interno por lo que se expresa en las formas individuales de los diferentes pueblos. Nuestra actitud debe hacernos comprender que las cualidades particulares que hacen a un pueblo grande no son poseídas por los demás y podremos entender estas cualidades sólo cuando seamos capaces de amar a los demás pueblos y apreciar el valor de sus dones particulares.

En el momento en que penetramos en la naturaleza interna y la esencia de los pueblos de la Tierra, encontramos las diferencias de sus naturalezas individuales. Y entonces nos damos cuenta de que la esfera global de lo ‘humano’ no se expresa en su totalidad a través de cualquier hombre individual, o a través de los miembros de cualquier raza, sino a través del conjunto de la humanidad. Si alguien quiere entender todo lo que vive en su ser, se tendrá que poner a estudiar las características de los diferentes pueblos de la Tierra. Asimilar las cualidades que él mismo no puede poseer por naturaleza, porque sólo entonces podrá sentirse un hombre completo. Conseguir una humanidad plena y completa es una posibilidad para todos. Todo el mundo debería prestar atención a lo que vive en su propio ser interior. Debe encontrar la revelación concedida a otros pueblos y que él mismo no posee. Su corazón sabe y siente que es necesario. Si descubre lo que es grande y característico en los demás pueblos y permite que esto penetre profundamente en su propio ser, se hará consciente de que el propósito de su existencia no puede cumplirse sin estas otras cualidades, ya que ellas son parte de su propio esfuerzo interior. La posibilidad de una humanidad plena reside en cada individuo, y debe ser llevada a su cumplimiento mediante la comprensión de las características especiales de los diferentes pueblos repartidos en la Tierra.

Es en el Este, pues,  donde el hombre es capaz de expresar con una especie de espiritualidad natural su conexión con lo Divino.

Cuando nos dirigimos a los pueblos centroeuropeos, nos encontramos con que lo verdaderamente característico de ellos se oculta bajo capas de error y estas deben ser eliminadas. Piensen en todos los grandes filósofos que, habiendo pensado en la naturaleza y Dios en un sentido humano, casi sin excepción plantean también otra pregunta. Casi cada gran filósofo alemán se ha ocupado de la cuestión de la igualdad de derechos entre hombre y hombre. La búsqueda de la igualdad, no se ha comprendido y se la ha obstaculizado para  que sea una característica de los pueblos europeos centrales. Los que no reconocen esto no tienen conocimiento de los pueblos centroeuropeos, y nada los desviará del materialismo reinante (que viene de otra fuente) volviendo a lo que es fundamentalmente característico de las acciones verdaderamente teutónicas.

Así como el hombre de Oriente es el intérprete de la Tierra, porque su vida espiritual es la flor o el fruto de la tierra misma, el teutón es un intérprete de sí mismo, de su propio ser. Él se enfrenta inquisitivamente, y por eso se enfrenta a todos los demás hombres como sus iguales. La gran pregunta para él, por lo tanto, es la de la equidad, la de los derechos. Dondequiera el pensamiento teutón se esfuerza en desentrañar las profundidades del universo, en hombres como Fichte, Hegel o Schelling, nunca ha sido una cuestión de adoptar la antigua tradición romana de equidad, sino de investigar su naturaleza y esencia. Los resultados abstractos de estas investigaciones, que se encuentran en Fichte, Hegel, Schelling y Humboldt, son fundamentalmente los mismos que encontramos en Goethe cuando busca por múltiples caminos la expresión de la verdad, la armonía y la plenitud de la naturaleza del hombre. En este sentido Goethe es el representante de la naturaleza teutónica, de la Europa oriental. Al igual que el oriental se confronta con la Tierra, también lo hace el hombre europeo, con el auto-conocimiento.

Si pasamos a la Europa occidental y de allí a Estados Unidos, nos encontramos con que la figura del verdadero occidental se expresa en el pensamiento abstracto. Para utilizar una figura retórica empleada, por ese escritor profundamente espiritual, Rabindranath Tagore, el occidental es preeminentemente un «hombre-cabeza». El oriental es un «hombre-corazón», porque experimenta el proceso del metabolismo en su corazón. El «hombre- Aliento» es el europeo de la Europa central que está en una relación rítmica con el mundo exterior a través de sus procesos rítmicos interiores.

El occidental es un hombre-cefálico y Tagore le compara con una «jirafa espiritual».  A Tagore le encanta el occidental, pero cuando se trata de describir las características, no entran en juego  necesariamente la simpatía o la antipatía. Tagore compara al occidental con una jirafa espiritual porque lo plantea todo en abstracciones -en abstracciones tales como dieron lugar, por ejemplo, a los «Catorce Puntos» del Presidente Wilson. En estas declaraciones en el sentido de la realidad espiritual, se siente que la cabeza del occidental está separada del resto del cuerpo por un cuello largo y esta cabeza sólo puede expresar lo que ofrece al mundo en conceptos abstractos. Un largo camino se ha de recorrer antes de que estos conceptos abstractos, estas cáscaras de palabras e ideas, encuentren su camino hacia el corazón, los pulmones y el sistema respiratorio, porque es la región en la que pueden convertirse en sentimientos y pasar de allí a la voluntad .

La cualidad característica inherente al hombre occidental es lo que llamaré el sistema de pensamiento. El ideal por el que el centroeuropeo se esfuerza por alcanzar como resultado la libertad, la libre actividad espiritual, no requiere esfuerzos por parte del occidental, especialmente por los americanos, pues esta actividad espiritual libre, el occidental la posee instintivamente. Instintivamente, él es un hombre de abstracciones. Como ya he dicho, no es lo mismo poseer una cualidad instintiva como tener que trabajar para adquirirla con mucho esfuerzo. Pero una vez que ha sido adquirida se liga a la naturaleza del hombre de una manera muy distinta. Pues adquirir una cualidad con la fuerza de la libre actividad espiritual no es lo mismo que poseerla por instinto, como un regalo de la naturaleza.

Ahora aquí existe un gran peligro. Considerando que el hindú con su filosofía yogui se esfuerza por elevarse al sistema rítmico y el centroeuropeo al sistema de pensamiento, el occidental, el ‘jirafa espiritual», debe trascender los procesos meramente intelectuales si no quiere perder su verdadera humanidad. Como he dicho recientemente y siendo franco, en una reunión a la que asistieron un buen número de occidentales, esta es la gran responsabilidad del Oeste en el momento presente.

En el caso de Europa Central, será un país libre y saludable, si procura que se le conduzca a la espiritualidad, a la Ciencia Espiritual. Toda la naturaleza del hombre occidental se perderá en el abismo, si no se esfuerza por elevarse más allá del pensamiento, caerá en un vacío «espiritual», buscando las cualidades animicas en una región donde el alma no se detiene. Aquí yace el peligro, pero también una gran responsabilidad. El peligro es que los occidentales pueden caer en el vacío del alma si no se esfuerzan por superar las cualidades que le han sido otorgadas por la naturaleza, y su responsabilidad es la de permitirse a sí mismos ser llevados a la verdadera ciencia espiritual, si no quieren que por virtud de su posición dominante en el mundo se presten a la caída de la humanidad.

Es un deber solemne de los pueblos de Europa Central -porque es parte de su naturaleza- ascender en la escala del conocimiento espiritual. Pues en su camino de ascenso desde lo rítmico-respiratorio, al sistema de pensamiento, gana algo más en la esfera de lo humano.

El peligro al que se enfrentan los pueblos occidentales es que pueden salir de la esfera de lo humano cuando se creen un ideal en sí mismos. Esto realmente está en la raíz de la existencia de los muchos movimientos sectarios en el oeste, movimientos que van en contra del principio de lo «humano universal» en el momento presente.

El oriental, cuyo sistema metabólico está estrechamente relacionado con la Tierra, presenta una actividad espiritual a lo largo de los caminos de la naturaleza misma. El hombre del oeste, con su desarrollado sistema de pensamiento, dirige su mirada principalmente al mundo de los sentidos. Así como si algo bajo la superficie de la Tierra estuviese trabajando en el oriental, el hombre de occidente parece prestar atención sólo a lo que está por encima de la superficie de la Tierra, a los fenómenos que surgen como consecuencia del sol, la luna, las estrellas, el aire, el agua y similares. Los propios procesos de pensamiento, sin embargo, no se derivan de lo que está sucediendo en la periferia. Como dije en una conferencia anterior, lo espiritual en el hombre no se puede explicar por el estudio del mundo terrenal y sus alrededores. Los frutos espirituales de la Tierra surgen en el ser del verdadero oriental y él se sabe, como hombre, con el Espíritu viviente dentro de sí, un ciudadano del Cosmos entero, un miembro no sólo de la tierra sino de todo el Cosmos.

El occidental, con su sistema de pensamiento más desarrollado, ha sido privado de este Cosmos por la ciencia moderna, y se queda solo con la posibilidad de calcular en fórmulas matemáticas y mecánicas. El occidental tiene que hacerse consciente de que  sin el origen de su alma cósmica, en realidad él no podría existir como un ser pensante, si esto no fuera así,  debería darse cuenta de que la frialdad de las matemáticas estériles serian la única ciencia que le quedaría con el propósito de explicar el cosmos. Las emanaciones de la Tierra misma se han convertido en parte de la propia esencia del oriental, su sabiduría poética es como una flor de la Tierra. El centroeuropeo tiene que reconocer que su calidad humana esencial se revela en el hombre y por el hombre. En efecto, el ser humano se enfrenta a sí mismo .

Las cualidades de mayor valor en el hombre occidental son las conferidas no por la Tierra, sino por el Cosmos. Pero la única forma que tiene de acercarse a estos dones cósmicos, suprasensibles es mediante el cálculo matemático, con el seco espectro-análisis o hipótesis similares. Lo que el europeo tiene como objetivo, como expresión de la igualdad entre hombre y hombre, es buscado por los occidentales a través de su dedicación a los asuntos económicos, los derechos humanos que se valoran como expresión del espíritu les parece que surgirán sólo como fruto de la vida económica. Por lo tanto no es de extrañar que Karl Marx abandonase Alemania, donde podría haber aprendido a reconocer la naturaleza de un hombre como Goethe, su sentido humanista, y se fue hacia el oeste, a Inglaterra, donde su mirada se desvió del verdadero elemento humano y fue engañado con la creencia de que lo que el hombre puede conocer no es más que una ideología, un hecho de la vida económica. Esto no es verdad en el sentido absoluto, sino que es fundamental para la naturaleza del hombre de Occidente, al igual que es fundamental para los pueblos orientales contemplar de lado a lado la naturaleza con todo su ser y luego hablar de la conexión del alma humana con la divinidad como un hecho evidente.

Es por eso que muchos hombres de Occidente sienten la necesidad de mirar hacia arriba a lo Divino, porque, como ya he dicho, todos los hombres sienten la necesidad de sentirse hombres completos, son conscientes de esa nostalgia, incluso cuando tratan de conquistar a los pueblos orientales, para recibir de ellos lo que tienen que decir acerca de la conexión del hombre con la Divinidad. Si aplicamos esto a las razas y pueblos más pequeños, o nos limitamos a lo que es típico en todas partes, vemos que el hombre en su totalidad no se expresa en los miembros de un solo pueblo o raza. La humanidad completa es todavía sólo un deseo interior, pero este impulso debe crecer en un amor hacia toda la humanidad, porque esas cualidades que no poseemos por naturaleza, se pueden adquirir si se busca sinceramente el conocimiento de la naturaleza de los otros pueblos de la Tierra.

El internacionalismo imperante en la época de Goethe asumió esta forma. Es este tipo de internacionalismo el que impregna pensamientos tales como los encontramos, por ejemplo, en los límites del estado de Guillermo Von Humboldt. Es el esfuerzo de un cosmopolitismo verdadero que, al asimilar con amor todo lo que se puede adquirir de las otras razas, ennoblece y eleva a las personas individuales, el conocimiento de la propia raza se busca mediante la asimilación de todo lo que es idealista, grande y hermoso de los otros pueblos de la Tierra. Es por esto que en los días del rebrotar espiritual de Alemania, emerge desde la vida rítmica de su gente, un liviano cosmopolitanismo que había sido buscado entre todas las demás personas. Piensen en Herder, cómo su búsqueda lo llevó a otros pueblos, tratando de desentrañar lo más profundo de todos los pueblos de la tierra!. Cómo fue penetrado por la idea que permea «al hombre de carne», a la persona, que hay otro hombre más grande y más potente, que puede ser descubierto sólo cuando seamos capaces de derramarnos sobre todos los pueblos.

No podemos dejar de contrastar este espíritu, que en el cambio de los siglos XVIII y XIX fue el germen de la grandeza de Europa central, con el internacionalismo de hoy. En su forma actual, la internacional no es un pulso que viva en el mundo, sino que es predicado en la forma de marxismo y el marxismo sólo cree en el pensamiento humano. El internacionalismo es hoy en día una forma más o menos débil del marxismo. Ya no existe la menor idea de la diferenciación de la humanidad plena y completa sobre la Tierra. Se configura una abstracción y se supone que representa a la Humanidad, que representan al hombre. La Internacional no es la primera etapa de una ascensión, sino la última etapa de una disminución, ya que carece de todos los esfuerzos para llegar a una internacionalidad verdadera, que siempre ennoblece la acción individual. El tipo de internacionalismo que aparece en el marxismo y todo lo que se ha desarrollado a partir del mismo es el resultado de permanecer inmóvil dentro de un sistema unilateral y poco práctico de la totalidad del pensamiento que se aplica sólo al mundo de los sentidos y no ha penetrado en las cualidades reales de la nación.

El verdadero internacionalismo, por el contrario, surge de un amor que llega a todos los pueblos y razas a fin de que la luz recibida de ellos pueda ser encendida en los hechos, conceptos y creaciones de su propia gente. Cada prueba individual por la que se debe encontrar un lugar en el gran coro de los pueblos de la Tierra contribuye a la plena comprensión que puede unir a todos en un conocimiento real y mutuo.

En esta conferencia no ha sido mi objetivo hablar de asuntos que puedan parecer un «programa». Yo quería hablar del conocimiento científico-espiritual que se ha encendido en el investigador espiritual como resultado de un mayor conocimiento de la vida comunitaria del hombre en la Tierra, para que sea posible una verdadera vida comunal.

Uno puede, por supuesto, hablar desde muchos puntos de vista diferentes de lo que es necesario para el futuro inmediato de la humanidad, se puede hablar de este o aquel impulso. Pero debe tenerse en cuenta que el consuelo espiritual que fluye de los conocimientos que he tratado de indicar, en líneas más fugaces que en detalle, se puede añadir a todo lo que se pueda decir en lo que se refiere a los asuntos sociales, políticos y educativos. Es un consuelo que pueda fluir a partir del conocimiento del ritmo, lo digo expresamente el posible ritmo de la vida histórica de la humanidad.

Esta conferencia debe demostrar que el odio y la antipatía en el mundo de hoy en realidad se puede salvar con las alas del amor internacional. Este es un hecho posible. Pero estamos viviendo en una época en que todo lo que es posible debe hacerse con un esfuerzo consciente, deliberado y libre por parte de los hombres.

Debemos adquirir el conocimiento de las condiciones necesarias para unir a los pueblos de la Tierra, a fin de que, como resultado de este conocimiento, cada pueblo individual pueda conseguir que las alas del amor sustituyan a las del odio. El amor humano es el único que tiene poder para sanar las heridas del odio. Si la humanidad no tiene ningún deseo de amar, el caos se mantendrá. Esa es la terrible alternativa que enfrenta ahora a los hombres conscientes.  Aquellos que son conscientes de estos horrores saben que las almas de los hombres no deben dormirse, por el contrario, como resultado de la impotencia causada por el sueño en el que han caído las almas de los pueblos, las olas sanadoras del amor no serán capaces de fluir sobre las olas del odio.

Los hombres que son conscientes de esto sabrán que tienen que adquirir un tipo de conocimiento que se derive de una concepción espiritual de las relaciones entre los pueblos. Y llevarán este conocimiento a un sentimiento de amor por la Humanidad naciente. Llevarán este conocimiento a sus actos de voluntad para el logro de la Humanidad. La evolución de la época, con toda esta terrible parálisis que está apareciendo en la actualidad, establecerá una solemne obligación ante el alma: reunir todo lo que se pueda, unir a la Humanidad en el amor y la concordia, en oposición a los elementos destructivos que han hecho su aparición en los últimos tiempos. Esta búsqueda del amor unificado, porque el amor es unificador, no es un simple y vago sentimiento, es el deber más alto del hombre que comprende las actuales condiciones de la vida.

Traducción al español: Gracia Muñoz