GA201c4. El Hombre: Enigma del Universo

Rudolf Steiner — Dornach, 16 de abril de 1920

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La naturaleza fundamental y la imaginación del Universo no pueden ser concebidas en su realidad sin referirla continuamente al Hombre. Una y otra vez debemos tratar de encontrar en el Universo, lo que existe de una u otra manera en el Hombre. Utilizaremos estas tres conferencias con el fin de obtener, desde este punto de vista, una especie de imagen del mundo conformada plásticamente, que pueda llevarnos a la respuesta a la pregunta: ¿Cuál es la relación entre la moralidad y las leyes naturales en el hombre?.

Cuando estudiamos el Hombre (y aquí estoy solo repitiendo cosas que ya se han hablado y escrito desde diversos puntos de vista) lo encontramos, en primer lugar, organizado en lo que podemos llamar Hombre superior y Hombre inferior; y tenemos lo que forma la conexión entre los dos: el Hombre rítmico, igualando o equilibrando las otras dos partes.

 

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Primero debemos observar que existe una diferencia completa en las leyes que rigen las partes superior e inferior del hombre. Podemos ver esta diferencia cuando consideramos el hecho de que el ‘hombre superior’, que está regulado por la cabeza, es en su origen el resultado de leyes completamente diferentes, que pertenecen a un mundo diferente del mundo de los sentidos.

Esa parte de nosotros que en nuestra última encarnación fue el resultado de las fuerzas del mundo de los sentidos, es decir, los miembros, se ha convertido en lo que es ahora, la cabeza, a través de una metamorfosis que tiene lugar entre la muerte y un nuevo nacimiento —no en relación, por supuesto, con la forma externa, sino con respecto a las fuerzas formativas.

Lo que ahora son los miembros del hombre, se transforma completamente en sus fuerzas —transmutándose en su constitución suprasensible entre la muerte y un nuevo nacimiento, y apareciendo en nuestra nueva vida terrestre incorporándose desde el Universo en nuestra constitución. En esto está suspendido, por así decirlo, el resto del hombre —formado por el mundo de los sentidos.

Este hecho que podemos encontrar que ya se demostró claramente en Embriología, si pensáramos racionalmente solo sobre hechos embrionarios. Y de ese modo tenemos en nuestra cabeza un sistema de leyes que no pertenecen a este mundo en absoluto, salvo solo en su origen, es decir, en la medida en que estuvo presente en una encarnación anterior. Pero todo lo que ha causado la transformación del hombre metabólico en hombre cefálico está activo en un mundo completamente diferente: el mundo en el que vivimos, en el intervalo entre la muerte y un nuevo nacimiento. Aquí, entonces, otro mundo penetra el mundo de los sentidos. Otro mundo que se manifiesta en el organismo cefálico del hombre. En cierto sentido, el mundo externo se pone en correspondencia con este otro mundo, en el sentido de que la cabeza proyecta hacia afuera los principales órganos de los sentidos. El mundo que se extiende en el espacio y que sigue su curso en el tiempo, es percibido por el hombre a través de sus sentidos; penetra en el hombre a través de sus sentidos, y también pertenece en cierto sentido al organismo cefálico. En relación con nuestros miembros, por otro lado, estamos en un estado de sueño. A menudo he hablado de este estado de sueño del hombre en relación con su naturaleza volitiva, con todo lo que existe en el hombre metabólico. No sabemos cómo movemos nuestras extremidades, cómo la voluntad causa el movimiento; solo examinamos el movimiento después como un fenómeno externo a través de nuestros sentidos. Estamos dormidos en nuestra organización de las extremidades, en el mismo sentido en que dormimos en el Universo en el estado de dormir hasta el despertar.

Entonces, tenemos aquí ante nosotros un mundo completamente diferente. Podemos decir: tenemos un mundo que exteriormente manifiesta en todo lo que perciben nuestros sentidos, todo lo que percibimos a través de los ojos, los oídos, etc. Pertenecemos a este mundo a través de esa parte de nosotros que llamamos el hombre cefálico. Nuestra conexión con el mundo que está detrás de éste es provocada por el hombre metabólico, pero en eso estamos inconscientes; dormimos en este mundo, ya sea que lo hagamos en el ámbito de nuestra Voluntad, o si dormimos en el Universo entre nuestro sueño y nuestra vigilia.

 Estos dos mundos están realmente constituidos de tal manera que uno se acerca y otro se aleja, por así decirlo; está detrás del mundo de los sentidos, aunque tenemos nuestro origen en él. El hombre sintió en los antiguos tiempos —y Oriente aún lo siente— que es posible una reconciliación entre los dos. Como saben, nosotros en Occidente buscamos la reconciliación de una manera diferente; pero en el Este, incluso hoy, todavía intentan encontrarlo de una manera relativamente consciente, aunque sus métodos ya son anticuados para la humanidad actual.

 El acto de comer está simbolizado por una línea (dibujo), porque cuando tomamos alimentos, el proceso siguiente tiene lugar en la esfera del sueño (inconscientemente). No somos conscientes de lo que realmente está sucediendo cuando comemos un huevo o una col; pues tiene lugar en el inconsciente, como los acontecimientos del sueño. El repollo y el huevo se manifiestan exteriormente a nuestra percepción sensorial. Pero cuando los comemos ya pertenecen realmente a un mundo completamente diferente. La reconciliación, sin embargo, la encontramos en nuestra respiración.

Aunque esta última es, hasta cierto punto, inconsciente, no lo es en grado tan grande como nuestra alimentación. A pesar del hecho de que nuestra respiración no es tan consciente como nuestra audición y visión, es más consciente que el proceso de digestión, por ejemplo; y mientras que en Oriente hoy, el intento de hacer que el proceso digestivo sea consciente, como regla general, ha cesado (esto solía hacerse en los viejos tiempos), el proceso de respiración todavía se hace en cierto sentido conscientemente. (La serpiente lleva el proceso de digestión a la conciencia, pero la conciencia de la serpiente, por supuesto, no se puede comparar con la conciencia humana). Hay un cierto entrenamiento de la respiración, donde la inhalación y exhalación están reguladas de tal manera que el proceso se transforma en una percepción sensorial. Por lo tanto, encontramos que la respiración se inserta, por así decirlo, entre la percepción sensorial consciente y la inconsciencia completa de asimilación y transmutación de la materia física. El hombre, de hecho, habita en tres mundos; el sensible a su conciencia, el otro en el cual permanece completamente inconsciente, y el tercero (el de la respiración) que actúa como un enlace de conexión o mediador entre los dos.

Ahora es un hecho que el proceso respiratorio es también un tipo de asimilación; en todo caso, es un proceso material, aunque se lleva a cabo de una manera más enrarecida; es un estado intermedio entre la transmutación real de la asimilación de la materia y el proceso de la percepción sensorial, donde experimentamos completamente conscientes el mundo exterior.

En el estado en que nos encontramos entre quedarnos dormidos y despertar, experimentamos en el entorno que nos rodea, eventos que solo captamos en nuestra conciencia cotidiana como sueños. Aquí el hombre se adentra en el mundo que está marcado en la línea (dibujo,) y los sueños revelan a través de su propia naturaleza cómo el hombre la cruza. Consideren por un momento la relación de los sueños con el proceso de la respiración, el ritmo de la respiración, con qué frecuencia se puede rastrear este ritmo en sus actividades posteriores cuando está soñando. El hombre cruza la frontera, por así decirlo, del mundo de la conciencia, cuando se sumerge levemente en este otro mundo en el que se encuentra cuando duerme o cuando sueña. Allí yace también el mundo de las ‘Imaginaciones’. El mundo de las ‘Imaginaciones’ es para nosotros un mundo plenamente consciente, tenemos una percepción consciente de ese mundo, que simplemente nos limitamos a sorber, por así decirlo, en nuestros sueños.

Ahora podemos considerar una correspondencia que encontramos que se da, una correspondencia absoluta, con respecto al Número. Ya he llamado con frecuencia la atención sobre esta correspondencia entre el Hombre y el mundo en el que evoluciona. He señalado el hecho de que el hombre, en su ritmo de respiración —18 por minuto— manifiesta algo que está en notable acuerdo con otros procesos del Universo. Hacemos 18 respiraciones por minuto, que da cuando se calcula, 25.920 respiraciones en un día. Y llegamos al mismo número cuando calculamos cuántos días hay en el término medio de una vida de 72 años. Eso también da unos 25.920 días; así que podemos decir que exhalar nuestro cuerpo astral y yo, al quedarnos dormidos e inhalarlos nuevamente al despertar, siempre está en conformidad con el mismo ritmo numérico.

Y nuevamente, cuando consideramos cómo se mueve el Sol —si aparentemente o realmente, eso ahora no importa— avanzando un poco cada año en lo que llamamos la precesión de los equinoccios, cuando consideramos la cantidad de años que le lleva al Sol hacer este viaje alrededor de todo el Zodíaco, una vez más obtenemos 25.920 años, el año platónico.

El hecho es que esta vida humana nuestra, dentro de los límites establecidos por el nacimiento y la muerte, está ciertamente configurada, hasta en sus procesos más infinitesimales —como hemos visto en la respiración— de acuerdo con las leyes del Universo. Pero en la correspondencia que hemos observado hasta ahora entre el Macrocosmos y el Hombre, el Microcosmos, hemos hecho nuestras observaciones en un ámbito donde la correspondencia es obvia y evidente. Sin embargo, hay otras correspondencias muy importantes. Por ejemplo, consideren lo siguiente. Quiero llevarles a través del número a otra cosa que tengo que presentar. Tomen las 18 respiraciones por minuto, que hacen 1.080 respiraciones por hora, lo que multiplicado por 24 horas, nos da 25.920 respiraciones; es decir, debemos multiplicar: 18 X 60 X 24 para llegar a 25.920.

Considerando esto en relación con el ciclo de la precesión de los equinoccios, y dividiéndolo por 60 y nuevamente por 24, obtendríamos naturalmente 18 años. ¿Y qué significan realmente estos 18 años? Consideren estas 25,920 respiraciones que corresponden a un día humano de 24 horas; en otras palabras, este día de 24 horas es el día del Microcosmos. Y estas 18 respiraciones pueden servir como unidad de ritmo.

Y ahora tomen el círculo completo descrito por la precesión de los equinoccios, y llámenlo, no un año platónico, sino un gran Día de los Cielos, un día Macrocósmico. ¿Cuánto tiempo debe ocupar una respiración en esta escala para que pueda corresponderse con la respiración humana? Su duración debería ser de 18 años, una respiración hecha por el Ser correspondiente al Macrocosmos.

Si tomamos las afirmaciones de la astronomía moderna —no necesitamos interpretarlas aquí, hablaremos más adelante de su significado— encontraremos que es indiferente si suponemos que el movimiento del Sol o el movimiento de la Tierra es aparente; eso no nos concierne, pero tomemos ahora lo que el Astrónomo de hoy llama la Nutación del Eje de la Tierra.

 

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Ustedes saben que el eje de la Tierra esta oblicuo sobre la Eclíptica, y que los Astrónomos hablan de una oscilación del eje de la Tierra alrededor de este punto y lo llaman ‘Nutación’. Este eje completa una revolución alrededor de este punto en aproximadamente 18 años (en realidad son 18 años, 7 meses, pero no necesitamos considerar la fracción, aunque también es posible calcular esto con exactitud). Pero algo más está íntimamente conectado con estos 18 años. Porque no es solo por el hecho de ‘Nutación’ —este ‘temblor’, esta rotación del eje de la Tierra en un doble cono alrededor del centro de la Tierra, y el período de 18 años para su finalización— no es solo este hecho el que tenemos que fijar en nuestras mentes, sino que encontramos que simultáneamente se produce otro proceso. La Luna aparece cada año en una posición diferente porque, como el Sol, ella asciende y desciende a través de la eclíptica, procediendo en una especie de movimiento oscilante una y otra vez hacia la eclíptica desde el Ecuador. Y cada 18 años vuelve a aparecer en la misma posición que ocupó 18 años antes. Ven que hay una conexión entre esta Nutación y el camino de la Luna. La nutación en verdad no indica más que el camino de la Luna. Es la proyección del movimiento de la Luna. Para que podamos realmente observar la «respiración» del Macrocosmos solo necesitamos seguir el camino de la Luna en 18 años o, en otras palabras, la Nutación del eje de la Tierra. La Tierra baila, y baila de tal manera que describe un cono, un cono doble, en 18 años, y este baile es un reflejo de la respiración Macrocósmica. Esto ocurre tantas veces en el año macrocósmico como las 18 respiraciones humanas durante el día microcósmico de 24 horas.

Entonces realmente tenemos una respiración Macrocósmica por minuto en este movimiento de Nutación. En otras palabras, observamos esta respiración del Macrocosmos a través de este movimiento de Nutación de la Luna, y tenemos ante nosotros lo que corresponde a la respiración en el hombre. Y ahora, ¿cuál es el significado de todo esto? El significado de esto es que a medida que pasamos de la vigilia al sueño, o solo del estado totalmente consciente al sueño, entramos en otro mundo, y en contra de las leyes ordinarias del día, los años, etc., y también del año platónico, encontramos en esta inserción del ritmo lunar, algo que tiene la misma relación en el macrocosmos, que la respiración, el proceso semiconsciente de la respiración, tiene para nuestra plena conciencia. Por lo tanto, no solo debemos considerar un mundo que se extiende ante nosotros, sino otro mundo que se proyecta y penetra en el nuestro.

Así como tenemos ante nosotros una segunda parte del organismo humano, al observar el proceso de respiración, es decir, al hombre rítmico, en oposición al hombre perceptivo o cefálico, así tenemos en lo que aparece como el movimiento lunar anual, o más bien los 18 años de movimiento de la Luna, la identidad entre un año y una respiración humana; tenemos este segundo mundo interpenetrando el nuestro.

Por lo tanto, no puede haber ninguna posibilidad de tener un solo mundo en nuestro entorno. Tenemos este mundo que podemos seguir como el mundo de los sentidos; pero luego tenemos otro mundo, cuyos fundamentos están establecidos dentro de otras leyes y que se encuentra exactamente en la misma relación con el mundo de los sentidos, como nuestra respiración lo hace con nuestra conciencia; y en ese otro mundo se nos revela tan pronto como lo interpretamos de la manera correcta este movimiento de la Luna, esta Nutación del eje de la Tierra.

Estas consideraciones deberían permitirles hacerse conscientes de la imposibilidad de investigar de una manera unilateral las leyes que se manifiestan en el mundo. El pensador materialista moderno está buscando un sistema único de leyes naturales. En esto se engaña a sí mismo; lo que debería decir es más bien lo siguiente: «El mundo de los sentidos es ciertamente un mundo en el que me encuentro incrustado y al que pertenezco; es ese mundo el que es explicado por la ciencia natural en términos de Causa y Efecto. Pero otro mundo lo interpenetra y está regulado por leyes diferentes. Cada mundo está sujeto a su propio sistema de leyes». Mientras mantengamos la opinión de que un tipo de sistema de leyes podría ser suficiente para nuestro mundo, y que todo depende del hilo de la Causa y el Efecto, siempre seremos víctimas de una completa ilusión. Solo cuando podemos percibir a partir de hechos tales como el movimiento de la Luna o la nutación del eje de la Tierra, que otro mundo se extiende dentro de este, solo entonces estaremos en el camino correcto.

Y ahora, como pueden ver, estas son las cosas en las que lo llamado espiritual y lo material se tocan, o digamos lo psíquico y lo material. El que puede observar fielmente lo que está contenido en su propio ser encontrará lo siguiente. Estas cosas deben señalarse gradualmente a la humanidad. Hay muchos entre ustedes, que ya pasaron los 18 años y aproximadamente 7 meses de edad.  Ese fue un período importante. Otros habrán superado el doble de años (37 años y 2 meses) entrando de nuevo en un tiempo importante. Después de eso tenemos un tercer período muy trascendental, 18 años y siete meses después, a la edad de 55 años y 9 meses. Pocos pueden darse cuenta todavía, al no haber sido capacitados para hacerlo, de los efectos y cambios importantes que tienen lugar dentro del alma individual en esos momentos. Las noches pasadas durante estos períodos son las noches más importantes en la vida del individuo. Es aquí donde el Macrocosmos completa sus 18 respiraciones, completa un minuto, y el Hombre, por así decirlo, abre una ventana que enfrenta un mundo completamente diferente. Pero como dije, el hombre todavía no puede observar estos puntos en su vida. Sin embargo, todo el mundo podría intentar dejar que su ojo mental mire hacia atrás a lo largo de los años que han pasado, y si se tiene más de 55 años podrá reconocer tres épocas tan importantes; otros dos, y la mayoría de ustedes en cualquier caso una! En estas épocas se producen eventos que se precipitan a este mundo desde uno muy diferente. Nuestro mundo se abre en estos momentos a otro mundo.

 Si deseamos describir esto con mayor claridad, podemos decir que nuestro mundo está en esos momentos penetrado de nuevo por ciertas corrientes astrales; fluyen dentro y fuera. Por supuesto, esto sucede todos los años, pero estamos ocupándonos de estos 18 años, ya que corresponden a las 18 respiraciones por minuto. En resumen, nuestra atención se dirige a través del reloj cósmico hacia la respiración del Macrocosmos, en el que estamos incrustados. Esta correspondencia con el otro mundo, que se manifiesta a través del movimiento de la Luna, es excepcionalmente importante. Porque, como ven, el mundo que en estos momentos se proyecta en el nuestro, es el mismo mundo al que pasamos durante nuestro sueño, cuando el yo y el cuerpo astral abandonan el cuerpo físico y etérico. No deben pensar que el mundo que compone nuestro entorno cotidiano está meramente impregnado de manera abstracta por el mundo astral; más bien deberíamos decir que respiramos en el mundo astral, y podemos observar lo astral en este proceso de respiración a través del movimiento o nutación de la Luna. Observaran que aquí hemos llegado a algo de gran importancia. Si recuerdan lo que dije recientemente, podemos ponerlo de la siguiente manera. Tenemos, por un lado, nuestro mundo tal como se observa generalmente; y tenemos además, la superstición materialista que, por ejemplo, si miramos hacia arriba, vemos el Sol, una bola de gas, como se describe en los libros. Esto es una tontería. El Sol no es una bola de gas; pues en ese lugar donde está el Sol, hay algo menos que un espacio vacío, es una succión, un cuerpo absorbente, de hecho, mientras que a su alrededor está lo que ejerce presión. En consecuencia, en lo que nos viene del Sol no tenemos que ver con nada que constituya un producto de la combustión en el Sol; pero se refleja todo lo que se transmite al Sol desde el Universo.

Donde está el sol, hay una oquedad más vacía que el espacio. Esto se puede decir de todas las partes del Universo donde encontramos el Éter.  Por esta razón es tan difícil para el físico hablar del Éter, porque él piensa que el éter también es materia, aunque más enrarecida que la materia ordinaria. El materialismo todavía está muy ocupado con este perpetuo «enrarecimiento», tanto el materialismo de la ciencia natural como el materialismo de la Teosofía. Distingue primero la materia densa; después la materia etérea  —más enrarecido; luego, la materia astral —aún más enrarecida; y le sigue lo «mental» y no sé qué más, ¡siempre más y más rarificado!

La única diferencia (en esta teoría de la rarefacción) entre las dos formas de materialismo es que uno reconoce más grados de enrarecimiento que el otro. Pero en la transición de materia ponderable a éter no tenemos nada que ver con rarefacción. Cualquiera que crea que en Éter nos tenemos que ver simplemente con un proceso de ‘enrarecimiento’ es como si un hombre que dice: ‘Tengo aquí un bolso lleno de dinero; lo voy sacando repetidamente y cada vez hay menos dinero. Me lo voy gastando hasta que por fin no queda nada». No queda nada, ¡pero aún puede continuar! La ‘nada’ puede hacerse menos que nada; porque si se endeuda, el dinero se vuelve menos que nada. De la misma manera, no solo la materia se convierte en espacio vacío, sino que se vuelve negativa, menos que nada —más vacía que el vacío, asumiendo una naturaleza ‘chupadora’. El éter está chupando, absorbiendo. Presionando la materia. El éter se absorbe.  El sol es absorbente, una bola de succión, y dondequiera que esté presente el éter, tenemos esta fuerza absorbente.

Aquí damos un paso hacia el otro lado, el otro aspecto del espacio tridimensional: pasamos de la presión a la succión. Lo que inmediatamente nos rodea en este mundo, aquello de lo que estamos constituidos como hombres físicos y hombres etéricos, es a la vez apremiante y absorbente. Somos una combinación de ambos; mientras que el Sol posee solo el poder de la succión, siendo nada más que éter, nada más que succión. Es la onda ondulante de presión y succión, la materia ponderable y el éter, las que forman en su alternancia una organización viviente. Y el organismo vivo respira continuamente en el mundo astral; la respiración se expresa a través del movimiento o nutación de la Luna. Y aquí comenzamos a adivinar un segundo miembro o principio de la construcción del mundo; el primer miembro —presión y succión, físico y etérico; el otro, el segundo —astral. Lo astral no es ni físico ni etérico, sino que se inhala y exhala continuamente; y la nutación demuestra este proceso.

Ahora, un cierto hecho astronómico fue observado incluso en los tiempos más antiguos. Muchos miles de años antes de la era cristiana, los egipcios sabían que, después de un período de 72 años, las estrellas fijas en su curso aparente ganan un día en el Sol. Nos parece, aunque no sea así, que las estrellas fijas giran y el Sol gira también, pero que este último gira más lentamente, de modo que después de 72 años las estrellas están notablemente por delante. Esta es la razón del movimiento del punto vernal (el punto equinoccial de primavera); a saber, que las estrellas se van desplazando. El equinoccio de primavera se aleja cada vez más, las estrellas fijas han alterado su lugar en relación con el sol.  Brevemente, los hechos son que si seguimos el camino de una estrella fija y anotamos el punto donde el Sol se encuentra sobre ella, encontramos que la estrella que ocupaba una posición el 30 de diciembre, después de 72 años el Sol llegara a ese punto de nuevo el 31 de diciembre. El sol ha perdido un día. Después de un lapso de 25.920 años, esta pérdida es tan grande, que el Sol ha descrito una revolución completa y una vez más ha vuelto al lugar que anotamos. Vemos por lo tanto que en 72 años, el Sol está un día detrás de las estrellas fijas. Ahora estos 72 años son aproximadamente el período de vida normal del Hombre, y está compuesto por 25,920 días.

Por lo tanto, cuando multiplicamos 72 años por 360, y consideramos que la duración humana de la vida es un día cósmico, tenemos la vida humana como un día del Macrocosmos. El hombre es exhalado, por así decirlo, del Macrocosmos; su vida es un día en el año macrocósmico.

De modo que esta revolución, este círculo descrito por la precesión de los Equinoccios, que indica el año macrocósmico, como ya lo sabían los egipcios hace miles de años (ya que consideraban este período de 72 años como muy importante), esta aparente revolución del punto de Vernal está conectada con la vida y la muerte del Hombre en el Universo, con la vida y la muerte, es decir, en el Macrocosmos. Y las leyes de la vida y la muerte del Hombre son algo que estamos obligados a seguir. Ya hemos encontrado cómo la nutación apunta a otro mundo; así como nuestro mundo de percepción de los sentidos apunta a un mundo, la nutación señala a otro, al mundo de la respiración. Y ahora, a través de lo que la astronomía actual llama ‘precesión’, tenemos algo que podemos llamar una transición, una transición esta vez a un estado de sueño profundo, una transición a otro más, a un tercer mundo. Tenemos así tres mundos, interpenetrados entre sí, interrelacionados; pero no debemos intentar simplemente combinar estos mundos desde el punto de vista de la causalidad. Tres mundos, un mundo tripartito, como el Hombre es un ser triple; uno, el mundo de los sentidos que nos rodea, el mundo que percibimos; un segundo mundo cuya presencia esta indicada por los movimientos de la Luna; y un tercero que se nos da a conocer por el movimiento del punto equinoccial, o podríamos decir, por el camino del Sol. Este tercer mundo de hecho permanece tan desconocido para nosotros como el mundo de nuestra propia voluntad es desconocido para nuestra conciencia ordinaria.

Por lo tanto, es importante buscar en todas partes las correspondencias entre el Microcosmos humano y el Macrocosmos. Y cuando hoy el Oriental, aunque sea de una manera decadente, busque adquirir conciencia de la respiración, como se hizo en la antigua sabiduría Oriental, es la manifestación del deseo de desviarse hacia este otro mundo que de otro modo solo se podría reconocer a través de la Luna, por así decirlo, que actúa en nuestro mundo. Pero en aquellos tiempos en que aún existía una sabiduría ancestral que venía al hombre de una manera diferente a la que tenemos hoy en día para buscar la sabiduría, en aquellos tiempos el hombre también sabía cómo ver este funcionamiento de las leyes internas en otras conexiones y correspondencias.

En el Antiguo Testamento, los Iniciados, que estaban familiarizados con estos asuntos, usaban siempre cierta ilustración o imagen: la imagen, a saber, de la relación entre la luz de la Luna y la luz del Sol. Esto también lo podemos encontrar en cierto sentido en los Evangelios, como les he mostrado recientemente.

Generalmente hablamos de que la luz de la Luna está reflejando la luz solar. Estoy hablando ahora en el sentido de la física, y tendré que mostrar más adelante que estas expresiones son realmente muy inexactas. La luz de la Luna representa en el Antiguo Testamento el poder de Iahvé o Jehová. Este poder fue concebido como un poder de reflexión, y los Iniciados, —aunque no por supuesto los rabinos ortodoxos del Antiguo Testamento— sabían: El Mesías, el Cristo vendrá, y Él será la luz solar directa. Iahvé es solo su reflejo anticipado. Iahvé es la luz solar, pero no la luz solar directa. Por supuesto, aquí estamos hablando no de la luz solar física, sino de la realidad espiritual.

Cristo entró en la evolución humana, Él había estado presente previamente solo en la reflexión, de manera indirecta en la forma de Jehová. Y surgió la necesidad de pensar en Cristo, que vivió en Jesús, como resultado de un conjunto de leyes diferente a las que pertenecen a la ciencia natural ordinaria. Pero si no admitimos este otro conjunto de leyes, si creemos que el mundo existe solo como el resultado de causa y efecto, entonces no hay lugar para Eso que llamamos el Cristo. Debemos preparar Su lugar mediante nuestro reconocimiento de tres mundos interpenetrantes. Luego se crea la posibilidad de poder decir: «puede ser que en este mundo de los sentidos todo esté relacionado a través de la ley de causa y efecto mantenida por la ciencia natural, pero otro mundo impregna a este, y a este otro mundo pertenece todo lo que ha sucedido en el mundo que tiene conexión con el Misterio del Gólgota».

En nuestros tiempos, cuando el deseo de comprender estos asuntos se hace cada vez más manifiesto, es importante darse cuenta de que esta comprensión debe buscarse a través del reconocimiento de estos tres mundos interpenetrantes, que existen simultáneamente y son completamente diferentes unos de otros. Esto significa que debemos buscar no solo un sistema de leyes, sino tres; y debemos buscarlos dentro del Hombre mismo.

Si consideran bien lo que acabo de decir, verán que no servirá adoptar los métodos del sistema copernicano, simplemente dibujando elipses para mostrar el camino de Saturno, de Júpiter, de Marte, de la Tierra, de Venus y Mercurio y, por último, del Sol. Eso no es lo que se quiere en absoluto. Lo que se quiere es más bien mirar las leyes que están activas en los mundos que son físicamente perceptibles y ver cómo estas leyes son recortadas por un conjunto de leyes totalmente diferentes; y que especialmente la presente Luna, en su movimiento, presenta algo que de ninguna manera está relacionado causalmente con el resto del Sistema Estelar, como sería el caso si la Luna fuera miembro de ese Sistema, como los otros planetas. Sin embargo, la Luna debe ser referida a un mundo completamente diferente, que se inserta, por así decirlo, en el nuestro, y que indica el proceso de respiración de nuestro Universo, como que el Sol indica la interpenetración de nuestro Universo por el Éter.

Antes de que uno se dedique a la Astronomía, debe educarse en un sentido cualitativo con respecto a lo que se mueve en el espacio, con respecto a las cosas que son interdependientes en el espacio. Para uno debe estar bastante claro que la materia del Sol y cualquier otra materia —la materia de la Tierra, por ejemplo—  bajo ninguna circunstancia se puede llevar a una relación simple; porque la materia del Sol es, en comparación con la materia de la Tierra, algo que absorbe y chupa, mientras que esta última ejerce presión. Los movimientos que se expresan en nutación son movimientos que proceden del mundo astral, y no de cualquier cosa que se pueda encontrar en los principios de Newton. Es este newtonismo el que nos ha llevado tan lejos en el materialismo, porque se aprovecha de las abstracciones más extremas. Habla de una fuerza de gravitación. El Sol, dice, atrae a la Tierra, o la Tierra atrae a la Luna; existe una fuerza de atracción entre estos cuerpos, como un cable invisible. Pero si realmente no existiera más que esta fuerza de atracción, no habría motivo para que la Luna girara alrededor de la Tierra, o la Tierra alrededor del Sol; la Luna simplemente caería sobre la Tierra. Esto de hecho habría sucedido hace siglos, si solo estuviera actuando la gravitación; o la Tierra habría caído en el Sol. Por lo tanto, es completamente imposible para nosotros considerar solo la gravitación como medio para explicar los movimientos imaginarios o reales de los cuerpos celestes. Entonces, ¿qué hacen? ¡Veamos!: Aquí tenemos un Planeta imbuido con un deseo constante de caer en el Sol, suponiendo que solamente tuviéramos la ley de la gravitación. Pero ahora supondremos que a este Planeta en algún momento se le ha dado otra fuerza, una fuerza tangencial. Este ímpetu actúa con tal y tal poder, y la fuerza de gravitación actúa al mismo tiempo con tal y tal poder, de modo que eventualmente el planeta no cae en el Sol, sino que tiene que moverse a lo largo de una línea que resulta de ambas fuerzas .

Ven que la teoría de Newton considera necesario asumir algún tipo de ímpetu original, una especie de primer impulso en el caso de cada planeta, de cada cuerpo celeste en movimiento. Siempre debe haber algún Dios extra-mundano en alguna parte, que dé este ímpetu, que imparta esta fuerza tangencial. Esto siempre se presupone; y recuerden, esta suposición fue hecha en un momento en que habíamos perdido toda idea de poner lo material y lo espiritual en cualquier tipo de conexión, cuando éramos incapaces de concebir algo más que un «empujón» perfectamente externo.

Aquí tenemos un ejemplo de la incapacidad del materialismo para comprender la materia. En repetidas ocasiones les he llamado la atención sobre esto. Se sigue que, por lo tanto, el materialismo tampoco es capaz de entender los movimientos de la materia, y se ve obligado a dar una explicación bastante antropomórfica de ellos, imaginando a Dios como un ser con atributos totalmente humanos, que simplemente le da un empujón a la Luna y empuja a la Tierra. La Tierra y la Luna se «atraen» entre sí  —y he aquí, de estas dos fuerzas, el empuje y la atracción, tenemos sus movimientos en los cielos.

Es a partir de ideas de este tipo como se construye hoy el sistema solar. Pero para obtener una comprensión real del Universo es absolutamente necesario buscar la conexión entre lo que vive en el Hombre y lo que vive en el Macrocosmos. Pues el hombre es un microcosmos real en el macrocosmos. De esto hablaremos más mañana.

 

Traducido por Gracia Muñoz en febrero de 2018.