GA132c5. El Aspecto Interno de la Tierra-Encarnación de la Tierra

Del ciclo: La evolución desde el punto de vista de lo verdadero

Rudolf Steiner — Berlín, 5 de diciembre de 1911

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Hasta ahora hemos podido ver en esta serie de conferencias que detrás de todo lo que llamamos Maya o la gran ilusión, está lo Espiritual. Preguntémonos una vez más de qué manera se ha hecho evidente que lo espiritual se ha de discernir detrás de todo lo perceptible para nuestros sentidos y nuestra limitada comprensión del mundo físico. Para describir este elemento espiritual nos hemos visto obligados en el curso de las últimas conferencias a quitar los fenómenos externos más cercanos, alejándolos de nuestro campo de visión para poder penetrar hasta cualidades de realidad como las descritas como la voluntad de sacrificio, la virtud de otorgamiento o donación y la renuncia o abnegación, de hecho aquellas virtudes con las que solo podemos familiarizarnos mirando en nuestras propias almas, y que solo podremos comprender plenamente por medio de ellas.

Ahora bien, si realmente vamos a atribuir tales virtudes a lo que tenemos que pensar como la realidad —casi podríamos decir lo «verdadero»— detrás del mundo de la ilusión, debemos admitir que, en este mundo de la existencia verdadera, en este mundo de la realidad, vive aquello que fundamentalmente, en cuanto a sus cualidades, solo puede compararse con las cualidades que percibimos primariamente en nuestras almas. Por ejemplo, si tenemos que caracterizar lo que se expresa exteriormente en los fenómenos del calor, presentándolo en su verdadero carácter de servicio sacrificial, como el sacrificio que fluye en el mundo, eso significa precisamente que debemos reducir el elemento calor llevandolo a lo espiritual, a lo incorpóreo, eliminando, por así decirlo, el velo exterior de la existencia, mostrando lo que en el mundo exterior es similar a lo que reconocemos como espiritual en nosotros mismos.

Ahora, antes de continuar con estas observaciones, es necesaria otra idea. Esta es la siguiente. ¿Todo lo que tenemos en este mundo de Maya o ilusión realmente se desvanece en una especie de nada? ¿Todo lo que nos rodea en este mundo de los sentidos, el mundo de nuestra comprensión externa que se nos aparece como real o parte de lo real, es todo esto realmente nada? De hecho, sería una muy buena comparación si dijéramos que el mundo de la verdad, el mundo de la realidad, está al principio oculto, como las fuerzas internas de un lago o incluso del océano están ocultas en la masa de agua, y que el mundo de Maya podría compararse con el juego ondulante de las olas en la superficie. Esa sería una buena comparación; porque muestra exactamente que hay en las profundidades del océano algo que causa el ondular de las olas arriba, algo que es la sustancialidad del agua y la configuración de su fuerza. De modo que es indiferente elegir este ejemplo o cualquier otro, muy bien podemos plantearnos la pregunta: ¿Hay en los amplios reinos de nuestra Maya o ilusión, algo que sea real?

Hoy seguiremos el mismo sistema que en las últimas conferencias. Nos acercaremos lentamente a lo que deseamos traer ante nuestra mente, comenzando con las experiencias anímicas internas y, de hecho, como hemos avanzado espiritualmente a través de la existencia de los Antiguos Saturno, Sol y Luna, ahora nos acercaremos a la existencia de la Tierra, comenzando con experiencias anímicas más íntimas, casi podríamos decir más comunes que las referidas en nuestra última conferencia. Entonces partiremos de las profundidades anímicas ocultas, de lo que surge en lo que llamamos el «cuerpo astral». Allí sentimos que el anhelo surge dentro de él, y vimos cómo el anhelo actúa en la naturaleza del hombre, conduciendo realmente su vida anímica a encontrar satisfacción sólo en el encuentro con ese mundo pictórico que hemos podido captar como el movimiento interior de esa vida. Encontramos así el camino desde el alma microcósmica hasta esa creación cósmica que atribuimos a los Espíritus del Movimiento.

Hoy comenzaremos con una experiencia anímica aún más íntima, una a la que ya se llamó la atención en la antigua Grecia, que en su realidad tiene aún hoy un profundo significado. Está indicado en las palabras: toda filosofía, y toda lucha por un cierto tipo de conocimiento humano, procede del Asombro. Este es realmente el caso. Cualquier hombre que haya dedicado un poco de reflexión y pensamiento a todo el proceso empírico de su alma, en cuanto a cómo fue llevado a un aprendizaje en particular, llegará a saber que una manera sana de aprender es siempre comenzar desde el asombro, desde el maravillarse por algo. Este asombro del que debe proceder toda forma de saber, pertenece precisamente a aquellas experiencias anímicas que describimos como que aportan sublimidad y vida a cualquier cosa, por árida que sea. ¡Qué clase de aprendizaje sería el que encontrara un lugar en nuestra alma, sin proceder del asombro! Sería verdaderamente un aprendizaje empantanado en prosaísmo y pedantería. Ese proceso en el alma que lleva del asombro a la dicha que sentimos cuando se resuelven nuestros enigmas, que se ha elevado por encima del asombro, eso solo constituye la sublimidad y el poder vital del proceso de adquirir conocimiento. Realmente deberíamos poder sentir la sequedad y el marchitamiento de cualquier conocimiento que no se origine en estos dos movimientos de la mente. El conocimiento sólido se enmarca en el asombro y la dicha de los enigmas resueltos; cualquier otro tipo de conocimiento puede ser adquirido externamente y establecido por el hombre a través de algún tipo de razonamiento. Pero un conocimiento que no esté enmarcado por estos dos sentimientos, no brota del alma del hombre con verdadera seriedad. Toda la fragancia del conocimiento que es creada por la atmósfera del elemento de vida en el conocimiento, procede de estos dos, del asombro y la dicha de su satisfacción.

Pero, ¿cuál es el origen de la maravilla misma? ¿Por qué surge en nuestras almas el asombro, la maravilla ante cualquier cosa externa? Surge porque, cuando nos encontramos por primera vez con un ser, una cosa o un hecho, nos parece extraño. Esta extrañeza es el primer elemento que lleva a la maravilla y al asombro. Pero no sentimos esto por todo lo que nos es extraño; sino sólo por aquello con lo que nos sentimos relacionados en un sentido, tan relacionados que decimos: «En este ser o cosa hay algo que todavía no está en mí, pero que puede pasar a mí». Para que podamos sentirnos relacionados con una cosa aún extraña, que al principio debemos captar a través del pasmo y el asombro, nuestro «maravillarse» interior es nuestra percepción de la calidad de una «maravilla» exterior a la que el hombre al principio va en cuanto a su propia percepción y lo considera de ninguna manera relacionado. Eso, sin embargo, depende de él mismo; o al menos solo necesita hacerlo. Y no adoptaría una actitud de desafío ante lo que le parece «una maravilla» a menos que en cierto modo exigiera que se le revelara por qué está relacionado con él. ¿Por qué si no las personas que parten de conceptos puramente materialistas o puramente intelectuales deberían negar lo que otros designan como una «maravilla», cuando no tienen pruebas directas de que se presenta una invención, una falsedad? Incluso los filósofos de hoy están obligados a admitir que nunca se puede probar por ninguno de los fenómenos conocidos por el hombre, que el Cristo encarnado en Jesús de Nazaret no resucitó. Se puede presentar prueba contra esta afirmación; pero ¿cuál es el modo de estas pruebas? ¡Lógicamente no son sostenibles! Incluso los filósofos ilustrados ahora admiten eso. Por todas las razones presentadas en su contra desde el lado materialista —como, por ejemplo, la afirmación de que todavía no se ha visto a ningún hombre que haya resucitado como Cristo— todas estas razones están al mismo nivel que el argumento de un hombre que nunca había visto nada más que peces y por lo tanto deseara probar la inexistencia de las aves. Es imposible probar lógicamente por la existencia de una clase de seres, que otros no existen. Es igualmente poco posible a través de las experiencias que uno pueda tener de los hombres en el plano físico como para deducir algo —que en primer lugar se describe como un «milagro», en relación con el evento del Gólgota. Pero si se comunica a una persona algo que, aunque sea cierto, debe llamar milagro y dice que no puede entenderlo, no contradice con ello lo que hemos dicho sobre la idea de maravillarse; porque su actitud muestra claramente que este punto de partida de todo conocimiento ya está establecido para él. Exige, en efecto, que lo que se le ha dicho encuentre eco en sí mismo. Quiere que se convierta en su propiedad intelectual y como cree que no puede tener eso y no está relacionado con él, lo desafía. Incluso si nosotros mismos llegamos al concepto de lo milagroso, deberíamos ver que el asombro o maravilla, en el que se basa toda filosofía en el sentido de la antigua Grecia, se suscita cuando un hombre se encuentra frente a algo que le es extraño, pero a lo que al mismo tiempo reconoce una relación. Tratemos de crear un vínculo de conexión entre estas ideas y las que se nos presentaron en la última conferencia.

Hemos demostrado que un avance particular en la evolución se produjo a través de la disposición de ciertos Seres a sacrificarse, pero que sus sacrificios fueron rechazados, y aprendimos a reconocer en el sacrificio rechazado uno de los factores principales en la evolución de la antigua Luna. Uno de los puntos más importantes en esa evolución es el hecho de que durante ese período ciertos Seres debían ofrecer sacrificio a Seres aún más elevados, y que ellos renunciaron a él; de modo que, por así decirlo, el humo del sacrificio ofrecido por los antiguos Seres Lunares presionó hacia los Seres superiores, pero no fue aceptado por ellos; y que éste fue devuelto como sustancia a los Seres que habían deseado ofrecerlo. También vimos que gran parte del carácter peculiar de los Seres pertenecientes a la antigua Luna consistía en que sintieron en sí mismos lo que habían deseado enviar a los Seres superiores como sustancia de sacrificio. Vimos, en efecto, que esto, que aspiraba, pero no podía ascender a los Seres superiores, se quedó dentro de los mismos Seres —y que así se desarrolló en ciertos Seres, en los Seres que fueron rechazados, la fuerza del Anhelo. Todavía tenemos, en todo lo que experimentamos en nuestras propias almas como anhelo, un legado de los eventos pasados ​​en la antigua Luna cuando esos Seres encontraron rechazado su sacrificio.

En un sentido espiritual, todo el carácter de la antigua evolución de la Luna, toda su atmósfera espiritual, puede describirse en muchos aspectos diciendo que allí estaban presentes Seres que deseaban ofrecer sacrificio, pero encontraron que este sacrificio no fue aceptado porque los Seres superiores renunciaron. El rasgo peculiar de la atmósfera espiritual de la antigua Luna fue: el sacrificio rechazado. Y el rechazo del sacrificio ofrecido por Caín, que representa simbólicamente uno de los puntos de partida de la evolución de la humanidad terrena, aparece como una especie de recapitulación de este rasgo peculiar de la evolución de la antigua Luna que tiene lugar en el alma de Caín, que ve que su sacrificio no es aceptado. Esto es algo que nos revela una pena, un dolor que da a luz un anhelo, tal como sucedía con los seres pertenecientes a la existencia de la antigua Luna.

Vimos en la última conferencia, que entre este sacrificio rechazado y el anhelo que surge en estos seres por su rechazo, se produjo un ajuste mediante la aparición en la antigua Luna de los Espíritus del Movimiento. Ellos crearon una forma posible por la cual el anhelo que surge en los Seres cuyo sacrificio fue rechazado, podría en cierto sentido ser satisfecho. Deben visualizar la posición muy claramente en sus mentes. Tienen a los Seres elevados a quienes se les va a hacer sacrificio; la sustancia ofrecida en sacrificio es rechazada; y así surgiendo el anhelo dentro de los Seres que deseaban ofrecer y ahora sienten: «Si hubiera podido cumplir mi sacrificio, la mejor parte de mi propio ser estaría viviendo en aquellos elevados; pero ahora estoy excluido de ellos, ¡estoy aquí mientras ellos están allá!» Los Espíritus del Movimiento, sin embargo, y esto puede tomarse casi literalmente, llevan a los Seres en quienes el sacrificio rechazado brilla como un anhelo por los Seres superiores, a posiciones tales que pueden acercarse a ellos desde muchos lados diferentes. Lo que queda en ellos como el sacrificio que no pudo ser ofrecido, puede en todo caso ahora ser ajustado, a través de la riqueza de impresiones recibidas de los Seres superiores, quienes están como rodeados por los Seres del sacrificio rechazado. Así se ajusta lo que no se pudo armonizar, por el rechazo del sacrificio, por cuanto en la posición de estos Seres con respecto a los Seres superiores se establece entre ellos una relación que da la impresión de un sacrificio presentado.

Podemos formarnos una idea clara de lo que esto implica, si pensamos simbólicamente en los Seres más exaltados unidos como un Sol, y luego, en una posición, como un planeta, reunidos los menos exaltados. Supongamos ahora que los Seres del planeta menor desearan hacer sacrificio al planeta mayor —al Sol, y que el Sol se negó a aceptarlo; la sustancia del sacrificio debe permanecer en los Seres cuyo sacrificio no fue aceptado. Luego, en su soledad, su aislamiento llena su ser de añoranza. Ahora los Espíritus del Movimiento los llevan a la periferia de los Seres más exaltados; esto les hace posible en primer lugar, en lugar del flujo ascendente directo de su sustancia sacrificial, poner en movimiento esa sustancia misma y, por lo tanto, ponerla en conexión con los Seres superiores. Esto es exactamente como un hombre que no puede contentarse consigo mismo por medio de una única gran satisfacción, sino que experimenta una serie de satisfacciones parciales; el resultado de estas diferentes experiencias es poner en movimiento todos sus sentimientos. Esto se profundizó más minuciosamente en la última conferencia. Vimos que como los Seres eran incapaces de sentir una conexión interna con los Seres superiores a través del sacrificio, les llegaban impresiones de fuera en lugar de este, por lo que vimos que todavía podían obtener una cierta satisfacción.

Pero es un hecho innegable que lo que debía haber sido ofrecido habría continuado su existencia dentro de los Seres superiores de una manera diferente a su estado dentro de los Seres inferiores. Las condiciones reales necesarias para esa existencia están en esos Seres superiores. Se hizo necesario, por lo tanto, que surgieran diferentes condiciones de existencia en los Seres inferiores. Esto nuevamente se puede expresar simbólicamente. Si toda la sustancia de un planeta pudiera fluir hacia el Sol y no fuera rechazada, los Seres de ese planeta encontrarían diferentes condiciones de existencia dentro del Sol de las que habrían encontrado en el planeta exterior, si el Sol los arroja hacia atrás se produce un extrañamiento de lo que debemos llamar el «contenido del sacrificio», se aliena de su origen. Ahora tengan en cuenta el pensamiento de que ciertos Seres se ven obligados a retener dentro de ellos algo que gustosamente habrían ofrecido en sacrificio, y acerca de lo cual sienten y perciben que sólo podría alcanzar su significado real, si pudiera ser ofrecido.

Si pueden imaginarse los sentimientos de tales Seres, tendrán una idea de lo que podría llamarse: «La exclusión de un cierto número de Seres Cósmicos de su verdadero significado, su gran propósito cósmico». Ciertos Seres tienen dentro de sí algo que, hablando simbólicamente, sólo podría cumplir su propósito en otra parte. La consecuencia de esto es que el «desplazamiento» —si podemos hablar una vez más simbólicamente— del incienso rechazado, de la sustancia sacrificial rechazada, lo excluye en un principio del resto del proceso cósmico. Si captan estos pensamientos con el sentimiento —no con la razón, porque eso no se extiende a asuntos como estos— percibirán que esto representa algo así como un desgarro del proceso cósmico universal. Para los Seres que rechazaron el sacrificio es sólo algo que les quitaron; para los otros Seres, aquellos dentro de los cuales está retenida la sustancia sacrificial, esto es algo en lo que se imprime un carácter extraño.

 Hay, pues, Seres en cuya sustancia está impresa esta enajenación de su origen. Si podemos presentar estas cosas a nuestra alma a través de sentimientos internos, recordamos algo en lo que es inherente un carácter extraño: ¡eso es la Muerte! La muerte no es otra que lo que necesariamente entra al universo con el rechazo de la sustancia sacrificial de aquellos Seres que luego debían retenerla dentro de sí mismos. Así avanzamos desde la resignación, la renuncia a lo que ha sido rechazado por los Seres superiores —que encontramos en la tercera etapa de la evolución— a la muerte. En su verdadero significado, la muerte no es ni más ni menos que la naturaleza de los contenidos esenciales, contenidos que están cerrados y no en el lugar que les corresponde. Incluso cuando la muerte le llega a un hombre en forma concreta, es fundamentalmente lo mismo. Porque cuando miramos el cadáver dejado atrás en el mundo de Maya, sabemos que consiste en nada más que materia que en el momento de la muerte fue excluida del Yo, el cuerpo astral y el cuerpo etérico, enajenada de aquello dentro de lo cual solo tenía un significado. El cuerpo humano físico sin el cuerpo etérico, el cuerpo astral y el yo no tiene sentido, no tiene propósito; en ese momento queda excluido de su objeto. Lo que ya no podemos percibir cuando un hombre muere, está entonces para nosotros en el macrocosmos. Debido a que los Seres Cósmicos que pertenecen a esferas superiores han rechazado lo que se les debía haber traído en sacrificio, la sustancia sacrificial rechazada dentro de los Seres a quienes se les devolvió cae en la muerte, porque la muerte significa la exclusión de cualquier sustancia cósmica o ser cósmico de su propósito real.

Ahora hemos llegado a una característica espiritual de lo que llamamos el cuarto elemento del Universo. Si el fuego representa el más puro sacrificio —y dondequiera que encontremos fuego o calor, detrás de él está su contraparte espiritual: Sacrificio— si detrás de todo el aire esparcido alrededor de nuestra tierra está realmente la virtud de dar, una virtud de realmente fluir; si podemos describir el agua que fluye o el elemento de la fluidez como renuncia espiritual o resignación, también debemos describir el elemento de la Tierra, que es el único portador de la muerte —porque la muerte no existiría sin ella— como aquello que ha sido separado de su propósito por la renuncia. Ahora tenemos algo en una forma concreta, que muestra cómo se forma lo sólido a partir de lo fluídico. Porque esto también refleja un proceso espiritual, en cierto sentido. Supongamos que se forma hielo en un estanque; el agua entonces se vuelve sólida. La verdadera razón de esto es que el agua, al convertirse en hielo, se separa de su propósito. Esto nos da el proceso espiritual de solidificación, el proceso espiritual del devenir de la Tierra; porque en lo que se refiere a las marcas distintivas de los cuatro elementos, el hielo también es tierra, y sólo el líquido es agua. La Tierra es el elemento en el que aparece y puede experimentarse la muerte.

Comenzamos planteando la cuestión de si se podía encontrar algo real en nuestro mundo de ilusión y Maya, si hay algo en él que corresponda a una realidad. Quiero que se aferren claramente a la idea que acabamos de considerar. Al principio de este curso les comenté que los conceptos a considerar eran algo complicados. Será necesario, pues, que no sólo tratemos de comprenderlos, sino también de meditar sobre ellos; porque sólo entonces serán claros para nosotros. Ahora tomemos esta concepción de la muerte, es decir, de lo terrenal; porque presenta un aspecto verdaderamente notable. Mientras que, con respecto a todos nuestros otros conceptos, podríamos decir que no había nada real en todo el mundo de Maya que nos rodea, sino que la realidad debe buscarse en lo espiritual detrás de ella —ahora hemos averiguado que dentro del mundo de Maya hay eso que, precisamente porque está separado de su propósito, porque debería estar en el mundo espiritual, puede llamarse muerte. Así, algo se corta en Maya, que en realidad no debería estar allí. En todo el amplio reino de Maya, o la gran ilusión, no tenemos nada más que engaño e ilusión ante nosotros.

Sin embargo, hay algo allí que corresponde a una realidad, porque está separado de su verdadero significado en lo espiritual; y tan pronto como entra en Maya se encuentra con la aniquilación y la muerte. Eso nos declara nada menos significativo que la gran verdad oculta: «En todo el mundo de Maya una sola cosa se muestra en su realidad—¡la Muerte! Todos los demás fenómenos deben remontarse a su realidad; todos los demás fenómenos que entran en Maya tienen realidad detrás de ellos; la muerte es la única realidad en maya porque consiste en el hecho de que algo fue cortado de la realidad y llevado a maya. Por eso la muerte es la única realidad en maya. Y ahora si pasamos de la Maya universal a los grandes principios del mundo, una consecuencia muy importante y esencial de esta afirmación que, en nuestro mundo de Maya, la Muerte es la única realidad, se presenta a la ciencia oculta.

Podemos abordar lo que quiero decir desde otro lado. Podemos comenzar considerando los seres de los otros reinos que nos rodean. Podemos preguntarnos: ¿mueren los minerales? Para el ocultista no tendría sentido decir que los minerales mueren. Sería lo mismo que decir que nuestras uñas mueren cuando nos las cortamos. La uña no es nada que como ser completo tenga derecho a existir; pero es parte de nosotros, y cuando la cortamos la separamos de nosotros, la arrancamos de la vida que tiene en relación con nosotros. En realidad, muere sólo cuando nosotros mismos morimos. En el mismo sentido, según la ciencia oculta, los minerales no mueren. Son meramente miembros de un gran organismo, tal como una uña es un miembro del nuestro, y aunque parezca que un mineral perece, en realidad sólo se separa de este gran organismo, tal como el trozo de uña se separa de nuestro organismo cuando lo cortamos. La destrucción de un mineral no es muerte; pues el mineral no tiene vida en sí mismo, sino sólo en el gran organismo del que es miembro. La planta como tal no es independiente; es un miembro —no de un gran organismo, como el mineral— sino de todo el organismo de la Tierra.

Para la observación oculta no tendría sentido hablar de organismos vegetales individuales, sino sólo del organismo de la Tierra del que forman parte las plantas en todas partes. Y cuando los llevamos a su «muerte» es como cuando nos cortamos una uña. No podemos decir que la uña ha muerto. Igual de poco podemos decir eso de las plantas; porque pertenecen a un gran organismo que es idéntico a toda la Tierra, organismo que se duerme en primavera, enviando las plantas como sus órganos hacia el Sol; y en otoño los vuelve a tomar en sí cuando recoge sus semillas en sí mismo. No tiene sentido considerar a las plantas como independientes, porque el organismo terrestre entero no muere cuando sus plantas separadas se marchitan, así como nosotros mismos no morimos cuando nuestro cabello encanece, aunque no podamos restaurar su color por medios naturales.

Estamos, sin embargo, en una posición diferente a la de las plantas. Porque la tierra puede, en este sentido, compararse con un hombre que podría restaurar sus canas a su color natural. La tierra no muere; lo que se observa en el marchitamiento de las plantas es un proceso que se da en la superficie. Entonces nunca podemos decir que las plantas realmente mueren. E incluso de los animales no podemos decir realmente que mueren, como morimos nosotros. Porque en realidad no existe un animal separado; lo que realmente existe es su alma-grupo, que está en el mundo suprasensible. La realidad de los animales sólo se encuentra en el plano astral como alma grupal, y el animal individual se condensa fuera de eso. La muerte de un animal significa el desprendimiento de un miembro del alma grupal, que lo reemplaza por otro. Por lo tanto, lo que encontramos en la muerte en los reinos mineral, vegetal y animal es solo muerte aparente, solo en el mundo de Maya es esa «muerte». En realidad, solo el hombre muere, porque ha desarrollado su individualidad hasta el punto de que desciende a su cuerpo físico, en el que debe volverse real durante la existencia en la tierra. En realidad, la muerte sólo tiene significado para la existencia terrestre del hombre.

Si comprendemos esto, debemos decir: sólo el hombre puede verdaderamente experimentar la muerte. Así, para el hombre existe, como sabemos a través de la investigación oculta, una verdadera superación de la muerte, una verdadera victoria sobre la muerte. Para cualquier otro ser, la muerte es sólo aparente y no existe en realidad. Si de nuevo tuviéramos que ascender más alto —del hombre a los Seres de las Jerarquías— deberíamos encontrar que ellos no conocen la muerte en el sentido humano; de modo que en realidad la muerte real, es decir, la muerte en el plano físico, llega sólo a aquellos seres que tienen que adquirir algo en ese plano. Ahora el hombre tiene que adquirir allí su conciencia del yo. Sin la muerte nunca podría encontrarla. Ni con respecto a los seres inferiores al hombre en rango, ni a los superiores al hombre, tiene sentido hablar de muerte real. Pero, por otra parte, en lo que se refiere al Ser que llamamos el «Ser-Cristo», debe ser evidentemente imposible borrar su más significativo hecho terrenal. Porque en verdad hemos visto que el evento más esencial a ser considerado en conexión con el Ser de Cristo es el Misterio del Gólgota; es decir, la conquista de la muerte por la vida. Porque, ¿dónde se puede lograr esta conquista de la muerte? ¿Se puede lograr en los mundos superiores? ¡No! Porque incluso en lo que respecta a los seres inferiores a los que se hace referencia como los reinos mineral, vegetal y animal —ya que tienen su verdadero ser en los mundos superiores suprasensibles— no podemos hablar de la muerte. Y en el curso de nuestros estudios de este invierno mostraremos además que entre los Seres Superiores no puede haber una cuestión de muerte; sólo de cambio, metamorfosis, transformación. Sólo con respecto al hombre podemos hablar de la incisión en la vida que llamamos «muerte». El hombre sólo puede experimentar esta muerte en el plano físico. Si el hombre nunca hubiera descendido al plano físico, nada sabría de la muerte; pues ningún ser que no haya pisado el plano físico sabe nada de la muerte. En otros mundos no existe eso que llamamos muerte, nada más que transformación, metamorfosis. Si Cristo sufriera la muerte, ¡debe descender al plano físico! Sólo allí podría Él experimentarlo.

Así vemos que incluso en el desarrollo histórico del hombre, la realidad de los mundos superiores juega su papel en Maya, de manera notable. Mientras que, en cuanto a cualquier otro evento histórico, solo podemos interpretarlo correctamente diciendo: «Este evento histórico tuvo lugar aquí en el plano físico, pero la causa está arriba en el mundo espiritual, debemos buscarlo allí»; no podemos decir del evento del Gólgota, «este evento está aquí abajo en el plano físico y algo correspondiente a él existe en los mundos superiores». Cristo mismo pertenece a los mundos superiores y descendió al plano físico. Pero no hay un prototipo arriba de lo que se logró en el Gólgota, tal como debemos buscar con respecto a otros eventos históricos. ¡Eso fue promulgado solo en el plano físico! Entre las muchas pruebas de este hecho que la ciencia oculta puede proporcionar, está la siguiente: Que el evento de Damasco, en el curso de los próximos tres mil años, como hemos dicho a menudo, se renovará por un número suficientemente grande a la humanidad. Esto significa que se desarrollarán en el hombre capacidades que le permitirán percibir al Cristo como una figura etérica en el plano astral, como lo vio Pablo en el camino a Damasco.

El acontecimiento de que el hombre se vuelva gradualmente capaz de percibir a Cristo por medio de las facultades superiores que se desarrollarán en los próximos tres mil años, tiene sus comienzos en nuestro siglo veinte. De ahora en adelante estas capacidades surgirán gradualmente, y en el transcurso de ese lapso de tiempo un gran número de personas sabrán, por visión personal en los mundos superiores, que Cristo es una realidad; que Él vive; aprenderán a conocerlo en la vida que vive ahora. Y no sólo conocerán la naturaleza de Su vida presente, sino que también estarán convencidos, tal como lo estaba Pablo, de que Él murió y resucitó. Pero el fundamento de esto no puede colocarse en los mundos superiores: debe colocarse en el plano físico. Así, si alguien llega a tener una comprensión de estas cosas, si incluso en la actualidad comprende que el desarrollo de Cristo mismo está progresando, y que al mismo tiempo también se están desarrollando ciertas capacidades humanas, si su comprensión de la Antroposofía moderna les ha enseñado esto, entonces nada les impide, cuando han atravesado el portal de la muerte, tomar parte en este acontecimiento cuando aparece realmente como un primer resplandor de Cristo en el mundo del hombre. De modo que un hombre que se prepara hoy en su cuerpo físico para este evento, tal vez pueda experimentarlo en la vida intermedia, entre la muerte y el renacimiento.

Pero aquellos que no se preparan para ello, que no adquieren entendimiento en esta encarnación, en la vida inmediatamente siguiente a esta —la vida entre la muerte y el renacimiento— no sabrán nada de lo que está sucediendo con respecto al Cristo durante los próximos tres mil años a partir de nuestro presente siglo. Tendrán que esperar hasta volver a encarnar y luego hacer los preparativos necesarios en la Tierra. La muerte en el Gólgota, que se representa en la Tierra como el origen de todo el desarrollo posterior de Cristo, solo puede entenderse en el cuerpo físico. De todos los hechos importantes para nuestra vida superior, sólo éste es comprensible en el cuerpo físico. Luego se desarrolla y perfecciona más en los mundos superiores, pero primero debemos haberlo entendido mientras estábamos en el cuerpo físico. Así como el Misterio del Gólgota nunca podría haber tenido lugar en los mundos superiores y no tiene prototipo allí, sino que es un evento que —ya que incluye la muerte—  está confinado al plano físico, por lo que también debe adquirirse su comprensión en este plano. De hecho, es una de las tareas del hombre en la Tierra adquirir este entendimiento en alguna de sus encarnaciones. De modo que debemos decir: hemos encontrado preeminentemente en el plano físico algo que muestra una realidad innegable, una verdad directa. Lo que entonces es real en el plano físico En el plano físico, para que podamos reconocerlo como real, tenemos una realidad, la muerte —la muerte en el mundo del hombre, no en los otros reinos de la naturaleza. Cuando deseamos estudiar los hechos históricos que ocurren en el curso del desarrollo de la Tierra, debemos buscar un prototipo espiritual para cada uno de ellos ¡pero no por el Misterio del Gólgota! ¡Ahí tenemos algo que en sí mismo pertenece directamente al mundo de la Realidad!

Ahora bien, es sumamente interesante que también se pueda ver otro aspecto de lo que se acaba de decir. Es realmente notablemente significativo observar que este evento del Gólgota como un evento real es negado hoy en día, y que la gente dice —hablando de historia externa— que no puede ser probado por ninguna conexión histórica. Entre los hechos históricos vitales apenas hay uno tan difícil de probar sobre bases históricas realistas externas, como el Misterio del Gólgota. Piensen en lo fácil que es, en comparación con esto, trabajar sobre un terreno histórico si deseamos probar la existencia de un Sócrates, un Platón o cualquiera de los héroes griegos, en la medida en que fueron significativos para el progreso del hombre en la historia. el mundo exterior, y cómo hasta cierto punto es perfectamente justificable decir que «¡ninguna historia puede afirmar que hubo jamás un Jesús de Nazaret!» ¡Esta declaración no puede ser contradicha históricamente! Esto no puede ser tratado como otros hechos históricos. Es muy notable que este Evento, que ocurrió en el plano físico externo, tenga esto en común con todos los hechos suprasensibles: no pueden ser «probados». Muchas de las mismas personas que niegan la existencia de un mundo suprasensible carecen de la capacidad para captar este hecho, que no es suprasensible. Su existencia puede ser conjeturada por sus efectos. Pero, estas personas piensan que efectos como estos también pueden aparecer, incluso sin que el evento real haya ocurrido en la historia; y atribuyen estos efectos a las relaciones sociológicas.

 Para quien conoce el curso interno del desarrollo del mundo, la idea de que efectos como los producidos por el cristianismo podrían producirse sin tener un poder detrás de ellos, es tan sabio como decir que las coles pueden crecer en un campo sin haber sido sembradas allí. De hecho, podríamos ir más allá y admitir que no fue posible para aquellos que tomaron parte en la configuración final de los Evangelios probar el evento histórico del Misterio del Gólgota —como acontecimiento histórico— sobre bases históricas. Porque pasó dejando apenas rastro perceptible a la observación exterior.

 ¿Saben cómo se convencieron de estos hechos aquellos que participaron en la compilación posterior de los Evangelios, con la excepción del escritor del Evangelio de Juan, que fue un contemporáneo inmediato? Sobre todo, no pudieron convencerse por medio de documentos históricos, pues no tenían más que tradiciones orales y los Libros-Misterios (como se establece en El Cristianismo como Hecho Místico). Pudieron convencerse a sí mismos de la existencia real de Cristo Jesús por la constelación de estrellas, porque entonces todavía sabían mucho sobre la conexión entre el Macrocosmos y el Microcosmos. Sabían cómo establecer un mapa de los cielos para ese punto de la historia del mundo (como todavía se puede hacer hoy); y concluyeron: si las estrellas estaban en tal o cual posición, entonces Aquel a quien llaman el Cristo debe haber vivido en la Tierra en ese tiempo. Precisamente así los escritores del Evangelio de Mateo, Marcos y Lucas se convencieron del hecho histórico; obtuvieron el resto clarividentemente. Pero primero se convencieron de la misma manera que podemos asegurarnos hoy que cualquier evento particular puede suceder en la Tierra; a través de las constelaciones en el Macrocosmos. Cualquiera que sepa algo de esto no puede dejar de creer en ello. Es una tarea infructuosa probar la inexactitud de lo que se alega contra el estatus histórico de los Evangelios. Más bien, como antropósofos, deberíamos entender que debemos tomar una posición muy diferente: una que solo es posible a través de una comprensión de la ciencia oculta.

Con referencia a esto, sólo me gustaría mencionar un punto que ya traté de establecer en otro lugar. Es decir, que las realidades de las que habla la Antroposofía no pueden ser lesionadas por ninguna objeción, por muy correctas que éstas sean en sí mismas. No importa cuán correctamente las personas puedan argumentar a partir del conocimiento que ellos mismos puedan poseer, eso no refuta la Antroposofía. En la conferencia que di titulada: «¿Cómo puede establecerse la Teosofía? » Usé el ejemplo del niño pequeño en un pueblo cuyo deber era ir a buscar panecillos para el desayuno familiar. Ahora bien, en ese pueblo cada bollo costaba dos kreuzers y siempre le daban diez kreuzers. El panadero le dio una cantidad de panecillos, y como no era un gran aritmético, no se molestó en contarlos, sino que se los llevó a casa. Pero un hijo adoptivo entró en la familia y fue enviado a buscar los bollos en lugar del otro niño. Este muchacho era buen contador y se dijo a sí mismo: «Me han dado diez kreuzers, cada bollo cuesta dos kreuzers, por lo tanto, debo llevar a casa cinco bollos»; se fue, trayendo seis bollos. Se dijo a sí mismo: «Esto debe estar mal, no debería tener tantos, y como mi cálculo es correcto, mañana solo debo traer cinco bollos». Al día siguiente tomó los diez kreuzers y nuevamente recibió seis bollos. El cálculo fue correcto —sólo que no se correspondía con la realidad; porque eso era otra cosa. La realidad era que en ese lugar era costumbre dar seis bollos en lugar de cinco a quien gastaba diez kreuzers. El argumento del chico era bastante correcto; pero no concordaba con la realidad. De la misma manera, las objeciones a la antroposofía más ingeniosas pueden estar todas de acuerdo entre sí, pero no tienen por qué tener nada que ver con la realidad; porque la «realidad» puede basarse en fundamentos muy diferentes. El ejemplo citado es bastante práctico y sirve para explicar, incluso científicamente, qué es lo que se calcula correctamente y qué es un hecho real.

Hemos tratado de rastrear el mundo de Maya hasta la realidad y, al hacerlo, hemos demostrado que todo Fuego es sacrificio, todo lo que es de la naturaleza del Aire es la generosa virtud que fluye de dar, y el Fluido es el resultado de la renuncia y la resignación. A estas tres verdades hemos agregado hoy el hecho de que la verdadera naturaleza de la Tierra o materia sólida es la muerte, la separación de cualquier sustancia de su propósito cósmico. Debido a que esta separación ha entrado, la muerte misma entra al mundo de Maya o ilusión como una realidad. Incluso los Dioses mismos no podrían saborear la muerte en absoluto sin descender al mundo físico para comprender la muerte en el mundo físico, el mundo de Maya, o la ilusión. Esto es lo que quería añadir hoy a los conceptos que ya hemos formado. Pero debo decir una vez más que si queremos llegar a una comprensión clara de estos conceptos que son tan necesarios, y si queremos entrar a fondo en las diversas ideas del Evangelio de San Marcos, la única manera posible de hacerlo es por medio de una cuidadosa meditación y trayendo estas cosas una y otra vez ante el alma. El Evangelio de San Marcos sólo puede entenderse si se basa en las más grandes y significativas concepciones cósmicas.

Traducción revisada por Gracia Muñoz en mayo de 2022