GA98c5. Pentecostés – La Festividad del esfuerzo del alma

Los festivales y su significado – III. Ascensión y Pentecostés

Rudolf Steiner – Colonia, 7 de Junio de 1908

 

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En diferentes ocasiones ya fue expuesto que el desarrollo espiritual, tal como lo aspira el movimiento de la Ciencia Espiritual, precisa poner al hombre en una viva relación con todo el medio ambiente. Muchas cosas, del medio ambiente, que todavía llenaba a nuestros antepasados de veneración, se volvieron muertas y apagadas para el hombre. Un gran número de personas adopta una postura ajena y fría, por ejemplo, ante nuestras fiestas religiosas anuales. La población urbana, en particular, sólo tiene un escaso recuerdo de lo que significan en realidad las fiestas de Navidad, Pascua y Pentecostés. Aquel poderoso contenido sentimental que ligaba a nuestros antepasados en las épocas festivas, dado que ellos conocían la relación con los grandes hechos del Mundo Espiritual, la Humanidad de hoy no lo posee más.

Los hombres, hoy, se comportan de manera fría e indiferente ante de las fiestas de Navidad, Pascua y, particularmente, Pentecostés. El descenso del Espíritu se volvió, para muchas personas, una abstracción.

Las cosas solo cambiarán, solo habrá vida y realidad, cuando los hombres lleguen a un verdadero conocimiento espiritual del mundo. Mucho se habla, hoy en día, de fuerzas naturales; pero de las «entidades» situadas detrás de esas fuerzas naturales se habla bien poco. Cuando se habla de entidades naturales, el hombre de hoy considera el asunto como el reavivamiento de una antigua superstición, el hecho de que las palabras que nuestros antepasados usaban se basaban en la realidad– cuando alguien afirma que gnomos, ondinas, silfos y salamandras significan algo real solo valen como antigua superstición. Lo que los hombres poseen en teorías y en ideas es, de inmediato y en cierto sentido, indiferente; por ende, si a través de esas teorías los hombres son tentados a dejar de ver ciertas cosas y a emplear sus teorías en la vida práctica, entonces el asunto comienza a ganar pleno significado. Tomemos un ejemplo grotesco: ¿quién cree en entidades cuya existencia está relacionada con el aire, o corporizadas en el agua?. Cuando, por ejemplo, alguien dice: «Nuestros antepasados creían en ciertas entidades -en gnomos, ondinas, silfos, salamandras- todo esto es una cosa ¡fantástica!», tenemos ganas de responder: «pregunte, entonces, a las abejas». Y si las abejas pudieran hablar, responderían :»Para nosotros los silfos no son supersticiones, pues sabemos muy bien lo que recibimos de ellos». Ahora, la persona cuyos ojos espirituales están abiertos consigue observar la fuerza que atrae a la abejita hasta la flor. “Instinto, tendencia natural», como el hombre responde, son palabras vacías. Son estas entidades las que conducen a las abejas al cáliz floral, para allí buscar alimento; y en el enjambre de abejas que revolotea en busca de alimento, hay entidades activas que nuestros antepasados denominaban Silfos.

En todo lugar donde los diferentes reinos naturales se tocan, se ofrece una oportunidad para que ciertas entidades se manifiesten. Por ejemplo, en el interior de la Tierra, en el punto donde la piedra toca la veta metálica, se sitúan entidades especiales. Donde el musgo recubre a la piedra y, en consecuencia el reino vegetal toca al reino mineral, se establecen tales entidades. Donde el reino animal y vegetal se tocan –en el cáliz floral, en el contacto de la abeja con la flor– se corporizan determinadas entidades, del mismo modo donde el hombre entra en contacto con el reino animal. No en el transcurso de la vida ordinaria. No, por ejemplo cuando el carnicero descuartiza una res o cuando el individuo come carne animal; tampoco en el transcurso común de la vida (ahí no es el caso). Pero sí en los procesos extraordinarios, cuando los reinos se tocan como a través de un exceso de vida, como en el caso de las abejas y de la flor, se corporizan entidades. En especial donde la índole (cualidad) del hombre, su intelecto, está particularmente empeñado en relacionarse con los animales, en una relación como la que tiene, por ejemplo, el pastor con las ovejas –una relación cualitativa–-, ahí se corporizan tales entidades. Estas relaciones más íntimas del hombre con los animales, las encontramos más frecuentemente remontándonos a tiempos antiguos. En épocas culturales anteriores se tenía, a menudo, una relación como la que el árabe tiene con su caballo, y no como la del propietario de un hipódromo con sus caballos de carreras. Ahí encontramos aquella índole fuerzas que actúan entre reino y reino, como entre el pastor y las ovejas, o donde se desarrollan y se irradian, las fuerzas del olor o del sabor como entre la abeja y la flor. Ahí se crea la oportunidad para que entidades bien determinadas puedan corporizarse.

Cuando la abeja liba la flor, el clarividente puede observar que se forma un pequeño aura en su borde. He aquí el efecto del sabor: la libación de la abeja en el cáliz floral se torna un cierto agente de sabor —la abeja siente el sabor— e irradia como una especie aura floral, que alimenta a las entidades sílficas.

De igual modo, el elemento del sentir que actúa entre el pastor y las ovejas es alimento para las Salamandras. La pregunta siguiente no es válida para quien comprende el mundo espiritual: ¿Por qué, entonces, las entidades están ahí y no en otros lugares?. Al respecto de su origen no podemos preguntar, pues su origen se sitúa en el Universo. Por ende dándoles la oportunidad para que se alimenten, las entidades surgen. Por ejemplo, los malos pensamientos que el hombre derrama atraen entidades nocivas para su aura, porque ahí ellas encuentran alimento. Entonces ciertas entidades se corporizan en su aura. En todas partes donde los diferentes reinos naturales se tocan, se ofrece la oportunidad para que determinadas entidades espirituales se corporicen.

En el lugar donde el metal abraza a la piedra, en el interior de la Tierra, cuando el minero corta el suelo, el vidente ve, en diferentes lugares, seres singulares encogidos, juntos, acurrucados en un espacio muy pequeño. Ellos se dispersan, se diseminan cuando la tierra es removida. Ellos son entidades singulares, que por ejemplo, en cierto sentido no son, de modo alguno diferentes al hombre. No tienen, en efecto, un cuerpo físico, mas tienen inteligencia. Lo que les diferencia del hombre, es que tienen inteligencia pero sin responsabilidad. De ahí que tampoco tengan el sentimiento de algo errado. Estas entidades que llamamos Gnomos y numerosas especies de ellos son cobijados por la tierra, encontrándose en el hogar, en los lugares donde se junta la piedra con el metal. Antiguamente servían muy bien al hombre en las antiguas minas, no en las de carbón, pero sí en las minas de metales. La manera de construir las minas en los tiempos antiguos, el conocimiento de cómo estaban depositadas las camadas, fue aprendida a través de estas entidades. Y las vetas mejor dispuestas eran conocidas por esas entidades que sabían cómo estaban depositadas las camadas en el interior de la tierra y por consiguiente, podían dar la mejor instrucción sobre cómo deberían ser trabajadas. En el caso que no se quiera trabajar con las entidades espirituales, confiando sólo en lo sensorial, se llega a un callejón sin salida. Precisamos aprender, con estas entidades espirituales, una cierta manera de proceder para explorar la Tierra.

 De la misma forma, en una fuente tiene lugar una corporización de entidades. En el lugar donde la piedra toca a la fuente, se corporizan los seres ligados al elemento del agua: las Ondinas. Donde el animal y el vegetal se tocan, actúan los Silfos, ligados al elemento aire. Ellos conducen a las abejas a las flores. Así, debemos casi todos los conocimientos útiles de la apicultura a las antiguas tradiciones, y justamente en el caso de la apicultura podemos aprender mucho de ellas. Lo que hoy existe como ciencia acerca de las abejas, está lleno de errores, y la antigua sabiduría, que se propagó por la tradición, se confunde por causa de esto. La ciencia prueba que es inaprovechable. Los antiguos manejos, cuyo origen es desconocido apenas son útiles, pues en aquella época el hombre usaba el mundo espiritual como hilo conductor.

Los hombres de hoy en día conocen también a las Salamandras, pues cuando alguien dice: «algo viene a mi encuentro, mas no sé de donde viene», esto constituye, la mayoría de las veces, el efecto de las Salamandras. Cuando el hombre entra en íntima relación con los animales, como el pastor con sus ovejas, recibe conocimientos emanados de las entidades espirituales que viven en su medio ambiente. El pastor posee, a través de lo emanado por las Salamandras, el conocimiento acerca de su rebaño. Hoy en día esos antiguos conocimientos han desaparecido, y deben ser nuevamente recuperados por medio de conocimientos ocultos bien probados. Si continuamos pensando acerca de estas ideas tendremos que decirnos: ¡estamos totalmente rodeados por entidades espirituales!. Andamos a través del aire, que no es sólo sustancia química: cada soplo de viento, cada corriente de aire es manifestación de entidades espirituales. Estamos rodeados y totalmente permeados por estas entidades espirituales. Si el hombre no quiere experimentar, en el futuro, un destino triste y devastador en su vida, precisa tener conocimiento de aquello que vive a su alrededor. Sin ese conocimiento, no podrá proseguir. Habrá que preguntarse: ¿de dónde provienen esas entidades?, ¿de dónde vienen? Estas preguntas nos conducen a un conocimiento importante y, para formarnos una opinión al respecto, necesitamos tener en mente cómo, en los mundos superiores, se desarrollan ciertos hechos por cuyo intermedio lo que es nocivo y malo es metamorfoseado en bueno por una sabia dirección.

Tomemos como ejemplo las deyecciones, el estiércol: es descartado y actúa en la economía, a través de una utilización sabia, como base para la posterior germinación de vegetales. Cosas aparentemente desechadas por el desenvolvimiento superior, son recogidas por fuerzas superiores y metamorfoseadas. Esto se observa de modo muy particular en las entidades de las cuales hablamos, y lo reconocemos especialmente al ocuparnos del origen de estas entidades. ¿Cómo se originan entonces las entidades salamandrinas? Expliquemos esto. Las Salamandras son entidades que necesitan de una cierta relación del hombre con los animales. Los animales no poseen un Yo, tal como el hombre lo posee. Tal entidad, Yo, sólo existe en el hombre de hoy, en la Tierra. Esos «Yo» humanos son de tal naturaleza que cada hombre tiene un Yo dentro de sí. En el caso de los animales es diferente: los animales tienen un Yo grupal, un alma grupal. ¿Qué significa esto? Un grupo de animales de la misma especie y de configuración idéntica tienen un Yo en común; por ejemplo, todos los leones individuales tienen un Yo en conjunto, también todos los tigres, todos los peces, etc. Los animales tienen su Yo en el mundo astral. Es como si un hombre estuviese detrás de una pared con diez orificios, y a través de estos, introduce sus diez dedos. No sería posible ver al hombre, pero cualquier cabeza sensata concluiría: ahí atrás hay un poder central que pertenece a los diez dedos. Así ocurre con el Yo grupal. Los animales individuales son apenas los miembros. Aquello a lo que pertenecen está en el mundo astral. Estos Yo animales no son semejantes a los humanos, aunque considerados espiritualmente se puedan comparar, pues un Yo grupal animal es una entidad muy sabia. El hombre, como alma individual, está lejos de ser tan sabio. Consideremos, por ejemplo, determinadas especies de pájaros: ¡que sabiduría debe haber ahí contenida, para que migren hacia altitudes y dimensiones bien determinadas a fin de escapar del invierno y, en la primavera, retornen por otros caminos! En ese vuelo de los pájaros reconocemos las fuerzas sabias de actuación de los Yoes grupales. Podemos encontrarlas en todas partes en el reino animal. Los hombres son muy mezquinos cuando tienen que registrar los progresos humanos. Recordemos nuestras clases en la escuela, cuando aprendemos cómo, en la Edad Media, poco a poco surgió la corriente de la época Moderna. La Edad Media, seguramente, tiene cosas significativas para ser registradas, como el descubrimiento de América, la invención de la pólvora, el arte de imprimir libros y finalmente, también el papel de lino. Fue, sin duda, un progreso significativo usar ese producto en lugar de pergamino; entretanto, el alma grupal de las avispas ya habían hecho lo mismo hace millares de años, pues el avispero está hecho del mismo material que el papel producido por el hombre: se compone de papel. El hombre descubrirá gradualmente cómo ciertas combinaciones de su espíritu se relacionan con aquello que las almas grupales elaboran dentro del mundo. Las almas grupales están en movimiento constante.

El vidente ve, a lo largo de la espina dorsal de los animales, un centellear continuo. La espina dorsal queda como encerrada en un centellear luminoso. Los animales son traspasados por corrientes que, en número infinito, fluyen en todas las direcciones alrededor de la tierra y actúan sobre ellos fluyendo en torno a la médula espinal. Esas almas grupales de animales están continuamente en movimiento circular, en todas las alturas y direcciones, en torno a la Tierra. Son muy sabias, pero les falta algo que todavía no tienen: ellas no conocen el amor, tal como es en la Tierra. El amor ligado a la sabiduría sólo existe en el hombre, en la individualidad. El alma grupal es sabia, pero el animal individual posee amor en la cualidad de amor sexual y amor paterno. El amor, en el animal, es individual, pero la organización es sabia y la sabiduría del Yo grupal todavía está vacía de amor. El hombre tiene la sabiduría y amor unificado; el animal tiene el amor en la vida física y en el plano astral, tiene la sabiduría. Con tales conocimientos, se encienden, para el individuo, un número colosal de luces. El hombre sólo llegó a su Yo actual gradualmente. Anteriormente él también tuvo un alma grupal, y sólo gradualmente se desenvolvió el alma individual. Hagamos una inspección retrospectiva del desarrollo de la Humanidad hasta la Antigua Atlántida, un continente que ahora está cubierto por el océano Atlántico. En aquella época, las amplias superficies siberianas estaban cubiertas por grandes mares. El mar Mediterráneo estaba dividido de manera bien diferente. También en nuestras regiones europeas había amplias superficies marítimas. Cuanto más lejos retrocedemos, en la antigua época atlántica, tanto más se modifican todas las condiciones de la vida, y tanto más se modifican el estado de vigilia y de sueño en el hombre. Hoy, cuando el hombre duerme, permanecen en el lecho el cuerpo físico y el cuerpo etérico. El cuerpo astral y él Yo se retiran. La conciencia se apaga, todo se torna oscuro, negro y mudo. En la época atlántica, la diferencia entre sueño y vigilia todavía no era tan grande. En estado de vigilia el hombre no veía contornos firmes, perfiles nítidos, colores intensos, unidos a las cosas. Cuando despertaba, por la mañana, buceaba en una masa nebulosa. No había nitidez mayor que cuando, por ejemplo, vemos luces pasando a través de la neblina, como un aura. En compensación, su consciencia no cesaba completamente durante el sueño, y entonces él veía las cosas espirituales.

A medida que el hombre avanzaba, el mundo físico ganaba cada vez más sus contornos, pero, en compensación, perdió su clarividencia. Entonces la diferencia pasó a ser cada vez mayor: por encima, el mundo espiritual se volvió cada vez más oscuro; abajo, el mundo físico se fue aclarando cada vez más. Es del tiempo en que el hombre todavía percibía las cosas de allá arriba, del mundo astral, de donde derivan todos los mitos y leyendas. Ascendiendo al mundo espiritual él conocerá a Wotan, Baldur, Thor, Loki (personajes de la mitología germana) y entidades que todavía no habían descendido al plano físico. Esto se vivenciaba en el pasado; y todos los mitos son recuerdos de realidades vivas. Todas las mitologías son recuerdos de este tipo. Estas realidades espirituales simplemente desaparecieron para el hombre. En aquellos tiempos, cuando por la mañana buceaba en el cuerpo físico, él tenía la siguiente sensación: «tú eres una unidad, algo único». A la noche, por ende cuando buceaba de vuelta en el mundo espiritual, le venía el siguiente pensamiento: «tú no eres único, eres apenas un miembro de una gran totalidad; formas parte de una gran comunidad». Tácito cuenta que los antiguos pueblos (los hérulos, los queruscos) se sentían más como tribus que como individuos separados. A partir del sentimiento de que el individuo era parte del grupo tribal, de que él se atribuía a la comunidad tribal, se originaron ciertas costumbres como la venganza de muerte basada en la sangre. Todo era un cuerpo que pertenecía al todo del alma grupal de la tribu. En la evolución, todo acontece gradualmente. Sólo a partir de esa conciencia grupal-tribal absoluta se desarrolló, poco apoco, la conciencia individual. También, en las descripciones de la época de los patriarcas, tenemos vestigios del pasaje del alma grupal al alma individual. En el tiempo de Noé, la memoria era bien diferente: ésta alcanzaba más allá de aquello que el padre, el abuelo, o el bisabuelo habían vivenciado. La frontera del nacimiento no era frontera. En la misma sangre fluían los mismos recuerdos, provenientes de generaciones alejadas en el tiempo. Hoy en día, a las autoridades les interesa saber el nombre del individuo. En aquella época, en que el ser humano recordaba lo que su padre y su abuelo habían hecho, esto era caracterizado por un nombre colectivo. Aquello que en esa época estaba relacionado por la misma sangre y por el mismo recuerdo, era designado colectivamente. Se llamaba «Adán» o «Noé». Nombres como Adán y Noé no designaban la vida entre el nacimiento y la muerte de un individuo, sino el flujo de los recuerdos. Los nombres antiguos abarcan comunidades completas de personas que vivieron en la época. ¿Qué es lo que ocurre entonces, cuando comparamos ciertas especies (los monos) con el propio hombre? La prodigiosa diferencia está en el hecho de que los monos tienen un alma grupal y el hombre un alma individual, o por lo menos, una disposición para desarrollar tal alma.

El alma grupal de los monos se encuentra en una situación muy especial. Imaginemos la Tierra (se hace un dibujo). Aquí arriba, en el mundo astral, flotando como en una nube, están las almas grupales de los animales, esparciéndose sobre nuestro mundo físico. Tomemos ahora el Yo grupal de los leones y él Yo grupal de los monos. Cada león es un miembro individual en el que el alma grupal instila una parte de su sustancia. Cuando muere un león, se desprende del alma grupal lo físico exterior, tal como en el hombre la uña de un dedo. Entonces el alma grupal toma nuevamente lo que había instilado en aquel cuerpo y lo entrega a otro león que nace. El alma grupal permanece allá arriba. Ella extiende, por así decirlo, tentáculos que se endurecen en lo físico, después se desprenden y vuelven a ser substituidos. Por esto el alma grupal animal no conoce nacimiento ni muerte. Lo individual animal es algo que se desprende y se vuelve a adherir. El alma grupal permanece inmodificable por la vida y por la muerte. En el caso de los leones, cada vez que uno de ellos muere, todo lo que había sido transmitido por el alma grupal retorna a ella.

No sucede así en el caso de los monos, pues existen animales individuales que arrancan del alma grupal algo que después no consigue retornar. Cuando el mono muere, la parte esencial retorna, desligándose un pedazo del alma grupal. Es como si el mono agarrara firmemente lo que le es dado, y con su muerte se desligara un pedazo del alma grupal, en cierta manera un pedazo de ella se separa, es arrancada y no puede retornar. Así ocurren desligamientos del alma grupal. En todos los tipos de monos ocurren desligamientos del alma grupal. Algo semejante ocurre con ciertos anfibios, con determinados tipos de aves y, de manera particularmente nítida, con los canguros. Por medio de estos desligamientos, algo del alma grupal queda atrás y, aquello que así queda como remanente de los animales de sangre caliente, se vuelve un ser elemental, un espíritu de la Naturaleza: la Salamandra.

Estos seres elementales, estos espíritus de la Naturaleza, son como restos, productos residuales de los mundos superiores puestos al servicio de entidades superiores. Si estuviesen dedicados a sí mismos, perturbarían el Cosmos. Así la sabiduría superior emplea, por ejemplo a los Silfos para conducir a las abejas a las flores. Así, la gran multitud de seres elementales es puesta bajo la sabia dirección superior, desarticulando lo que ellos pudieran hacer de perjudicial y transformándolo en algo provechoso. Sucede así en los reinos ubicados debajo del hombre. Puede ocurrir también que el propio ser humano se desligue de su alma grupal y no encuentre, como alma individual, posibilidad alguna de continuar desarrollándose. En cuanto a su condición de miembro de su alma grupal era dirigido y conducido por entidades superiores, ahora quedó entregado a su propia dirección. Si no asimila los conocimientos espirituales adecuados, correrá el riesgo de desligarse. Es esto lo que se presenta como cuestión. ¿Qué es entonces, lo que preserva al individuo del desligamiento, de errar sin sentido u objetivo, mientras que, en el pasado, el alma grupal le había dado un sentido?. Precisamos tener en mente que el hombre se individualiza cada vez más, y que, en el futuro, tendrá que encontrar cada vez más, «voluntariamente», la unión con otros hombres. En el pasado la unión existía por medio de la consanguinidad, por medio de tribus y razas. Pero esta unión llega a su fin. Todo se dirige cada vez más a que el hombre se vuelva un ser individual. He aquí que solo es posible un camino inverso. Imaginemos un número de individuos en la Tierra, diciéndose a sí mismos: «seguimos nuestro propio camino, queremos encontrar en nuestro propio interior el sentido y el objetivo del camino. Estamos todos en vías de volvernos hombres cada vez más individuales». Aquí existe el peligro de la dispersión. Los hombres hoy tampoco sustentan ya uniones espirituales. Actualmente llegamos al punto en que cada uno tiene su propia religión y pone su propia opinión como el ideal más elevado.

Pero si los hombres interiorizaran ideales, esto llevaría a la unión, a opiniones en común. Reconocemos interiormente, por ejemplo, que tres veces tres es igual a nueve, o que los tres ángulos de un triángulo suman 180°. Este es un reconocimiento interior. No podemos someter a votación conocimientos interiores. No existen diferencias de opinión sobre conocimientos interiores, ellos llevan a la unión. Todas las verdades espirituales son de ese orden. Lo que la Ciencia Espiritual enseña, el hombre lo encuentra por medio de sus fuerzas interiores. Estas lo conducen a una unidad absoluta, a la paz y armonía. No existen dos opiniones sobre una verdad sin que una de ellas sea errada. El ideal es la mayor interiorización posible, ella lleva a la unidad, a la paz. En principio, había un alma grupal humana. Después, en tiempos pasados, la Humanidad fue liberada del alma grupal. Pero en el futuro del desarrollo, los hombres precisan establecer un objetivo más seguro para sí, al cual aspiren.

Cuando los hombres se unen en una sabiduría superior, desciende a su vez, de los mundos superiores, un alma grupal (cuando surgen de las sociedades naturalmente unidas, sociedades libres). El deseo de los dirigentes del movimiento de la Ciencia Espiritual es que en ella encontremos una sociedad en la cual los corazones ansíen sabiduría, tal como las plantas ansían la luz solar. En donde la verdad común une a diferentes Yoes, se da al alma grupal superior, la oportunidad de descender. Al volcarse nuestros corazones conjuntamente hacia una sabiduría superior, acomodamos al alma grupal. En cierta manera, formamos el ambiente en el cual el alma grupal puede corporizarse. Los hombres enriquecerán la vida terrena al desarrollar algo que haga descender entidades espirituales de los mundos superiores. Este es el objetivo del movimiento de la Ciencia Espiritual. Esto fue puesto cierta vez delante de la Humanidad de forma grandiosa, poderosa, para mostrar que, sin este ideal espiritual, el hombre pasaría a una condición diferente. Hay un símbolo que puede mostrar al hombre, con fuerza imponente, cómo la Humanidad puede hallar el camino para, en unión espiritual ofrecer al espíritu colectivo un lugar para su corporización. Este símbolo nos es presentado por la Comunidad Pentecostal, cuando el fervoroso sentimiento colectivo de amor y devoción encendió la llama en un número de hombres que se habían reunido para una acción colectiva. Allí estaban estos hombres, cuyas almas todavía se estremecían por el conmovedor acontecimiento que vivía en ellos. Este sentimiento, al confluir de igual forma en ellos, hizo posible aquello que era necesario para que el alma colectiva pudiera corporizarse. Esto se expresa por las palabras que dicen que el «Espíritu Santo», el alma grupal, descendió y se dividió como lenguas de fuego. Este es el gran símbolo para la Humanidad del futuro. Si no hubiese encontrado esta unión, el hombre se hubiera vuelto un ser elemental.

Tiziano

Ahora, la Humanidad precisa buscar un lugar para las entidades de los mundos superiores que se inclinan hacia abajo. En los eventos de Pascua le fue dado al hombre la fuerza para acoger en sí tales representaciones poderosas y aspirar a un espíritu. La fiesta de Pentecostés es fruto del desdoblamiento de esta fuerza. Incesantemente, por el confluir de las almas hacia la sabiduría colectiva, se debe efectuar aquello que establece una relación viva con las fuerzas y entidades de los mundos superiores y con algo que hoy todavía tiene tan poco significado para la Humanidad, como la fiesta de Pentecostés. A través de la Ciencia Espiritual, ella volverá a ser algo para el hombre. Cuando las personas sepan lo que significa el descenso del Espíritu Santo en el futuro de los hombres, la fiesta de Pentecostés volverá a cobrar vida. Entonces no será solamente un recuerdo de aquel evento de Jerusalén. Surgirá para los hombres aquella permanente «fiesta de Pentecostés de la aspiración anímica conjunta». Ella se transformará en un símbolo para aquella futura gran comunidad pentecostal, cuando la Humanidad se encuentre conjuntamente en una verdad común, para dar a entidades superiores la posibilidad de que se corporicen.

De los hombres dependerá cuán valiosa será la Tierra en el futuro, y cuán eficaces pueden ser esos ideales para la Humanidad. Si la Humanidad se esfuerza, de esta manera correcta, en el sentido de la sabiduría, los espíritus superiores se unirán a los hombres.