GA137c3. El hombre a la luz del Ocultismo, la Teosofía y la Filosofía .

3ª Conferencia –  Rudolf Steiner – Christiania, 5 de Junio de 1912

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Mis queridos amigos,

Ayer hablamos de cómo el discípulo del ocultismo, cuando ha pasado por la preparación, se encuentra con experiencias que no pueden ser descritas de otra manera que con palabras que aparentemente se contradicen entre sí. Hemos llamado a las tres experiencias de este tipo: la luz de lo no manifestado, la palabra no dicha, y la conciencia sin el conocimiento del objeto.

No es tarea fácil formar ideas claras de estas tres experiencias. El pensamiento de la vida ordinaria y las investigaciones llevadas a cabo en el camino ordinario de conocimiento y más especialmente por las ciencias naturales, están estrechamente relacionadas con el cuerpo físico. Es cierto que el cuerpo físico no es un principio muy activo en la investigación humana, pero es el instrumento necesario que el hombre ha de emplear cuando quiere adquirir el conocimiento de los objetos exteriores que estan a su alrededor. El conocimiento cotidiano, y más especialmente el conocimiento científico, no puede adquirirse de otra manera que a través del instrumento del cuerpo, y en particular del cerebro.

Sin embargo, cuando el alumno del ocultismo se somete a las experiencias de las que hablamos ayer, se llega a un punto en el que es capaz de pensar sin usar el cerebro. Para el materialista de hoy en día esta declaración, por supuesto, le parecerá absurda. Sin embargo, es cierta. El ocultista está seguro a partir de su experiencia interior. Todo el conocimiento y el pensamiento acerca de los objetos externos que se pueden lograr con la búsqueda de la ciencia normal son realmente oscuros y sin vida, en comparación con las formas e imágenes elaboradas por el alma cuando está liberada del cerebro físico.

Hablando a los teósofos, puedo resolver el asunto de inmediato diciendo que el hombre que logra liberarse del instrumento que le fue dado con su cuerpo físico, hace uso de sus cuerpos etérico, astral y de su organización del yo. Es decir, utiliza a otros miembros de su ser, con los que nos hemos familiarizado con la teosofía.

Lo que se presenta ahora en el alma tiene un poder interior mucho mayor y mucho más vivo que los pensamientos que estamos acostumbrados a formar acerca de los objetos externos. Nos da, además, la sensación de estar rodeados por todos los lados de una especie de sustancialidad, que sólo se puede describir diciendo que es como una luz que fluye.

No deben, sin embargo, pensar en la luz que se comunica a través del ojo, es decir, a través de un instrumento corporal externo, sino imaginar que esta sustancia que nos rodea como un mar agitado se siente y se experimenta interiormente, no se manifiesta con cualquier tipo de brillo, pues lo vivimos por dentro, y la intensidad de la experiencia es tal que aleja todo sentimiento que de lo contrario se podría tener de estar en una nada.

El hombre que realmente vive en este elemento no va a decir que él está en una nada, ya que tiene un efecto sorprendente sobre él, a diferencia de cualquier cosa que haya experimentado hasta ahora. Se siente como si fuera a hacerse pedazos y dispersarse a lo largo del espacio, —o también podríamos decir, como si fuera a derretirse y disolverse, o como si estuviera perdiendo el suelo bajo sus pies, como si todo el apoyo material externo desapareciera. Esta es la primera experiencia— que fluye la luz espiritual, sin ninguna manifestación exterior en absoluto. Es la primera experiencia interior con la que cada aspirante al ocultismo tiene que familiarizarse.

Ahora, si el alumno es más bien de naturaleza débil y no se ha acostumbrado a pensar mucho en la vida, en este momento se encontrara en dificultades. En efecto, difícilmente será capaz de encontrar el camino a menos que haya aprendido en la vida a pensar. Esta es la razón para la preparación de la que hablamos ayer, la larga práctica y el desarrollo de una inteligencia sublime y capacidad de juicio. No es la que adquirimos a través del exterior que se le da tanta importancia, es la disciplina que sufrimos para aprender a pensar más profundamente y con claridad. Esta disciplina ahora viene en nuestra ayuda cuando entramos, como aspirantes en el elemento de la luz que fluye, porque no son los pensamientos mismos los que son efectivos aquí, sino el poder que se ha alcanzado por la auto-educación a través de los pensamientos. Estos poderes siguen trabajando, y ahora los tenemos a nuestro alrededor como algo más que fluye de la luz oculta, las formas comienzan a emerger, —formas de las cuales sabemos que no provienen de la percepción de los objetos externos, sino que tienen su origen en el elemento en el que nos encontramos inmersos.

Si llegamos a este punto, entonces no nos perdemos en la luz que fluye, sino que experimentamos formas que son mucho más vivas que las formas vistas por cualquier soñador o visionario. Al mismo tiempo, en ellas no hay nada de la naturaleza de las percepciones externas. Las cualidades que percibimos en las cosas externas por medio de los sentidos están completamente ausentes; pero encontramos en estas formas en mayor medida lo que de otro modo sólo experimentamos cuando nos ensimismamos en nuestros pensamientos. Y sin embargo, los pensamientos que ahora vienen a nosotros no son meros pensamientos, sino formas que tienen fuerza y seguridad  en sí mismas.

Esta es la primera experiencia del aspirante del ocultismo, que se hace continua y va fortaleciéndose en el curso de su vida oculta. Al principio es débil, en un primer momento tenemos que contentarnos con una experiencia pequeña y limitada. Pero va continuándose en nosotros y poco a poco vamos aprendiendo más y más, hasta que llegamos por fin a experimentar un mundo que reconocemos como que está detrás del mundo de los sentidos. En este momento permanece en nosotros un hecho notable. Tenemos fuerzas que nos permiten tener una experiencia que no se encuentra en ningún otro lugar dentro del ámbito de la vida en la Tierra, ni está sujeta a las leyes terrenales,  y al mismo tiempo, observamos que nuestra capacidad para pensar sobre los asuntos de la vida ordinaria y sobre las ciencias naturales, se ha desarrollado en nosotros por fuerzas que pertenecen por entero a la Tierra.

Como sabemos, antes que el hombre alcanzara su forma y figura actual, se sometió a un gran número de transformaciones. Durante ese tiempo de cambio y desarrollo, las fuerzas de la Tierra trabajaron con él. Poco a poco, el cerebro y los órganos de los sentidos recibieron las formas que tenemos hoy en día. Si tuviéramos que explicar el ojo o el oído o incluso el propio cerebro, tal como son hoy, tendría que decir que al principio de la evolución de la Tierra todos estos órganos eran totalmente diferentes. Durante la evolución de la Tierra, las fuerzas de la Tierra han trabajado en ellos y los ha dotado de la forma que tienen actualmente. Cuando pensamos en los asuntos de la vida cotidiana, así como cuando llevamos a cabo investigaciones con el método de las ciencias naturales, usamos el cerebro y los órganos de los sentidos que debemos a las fuerzas de la Tierra. La actividad que desarrollamos en este tipo de pensamiento no contiene nada que no haya sido aportado por las fuerzas de la Tierra. El ser humano normal y corriente que ve las cosas a su alrededor y reflexiona sobre ellas, también el científico que estudia y trabaja en su laboratorio u observatorio, hace uso de los órganos del cerebro o de los sentidos que derivan su origen de las fuerzas de la Tierra.

Sin embargo el desarrollo de nuestro cerebro que nos permite trabajar sobre ello para dar a luz a los miembros más altos de nuestra naturaleza y contemplar la luz espiritual que fluye, no tiene su origen en las condiciones terrenales, pues esto es una herencia de las fuerzas que trabajaron sobre el hombre antes de que la Tierra se convirtiera en la Tierra. Ustedes recordarán que antes de que la Tierra se convirtiera en la Tierra, paso a través de condiciones conocidas como Antigua Luna, Antiguo Sol y Antiguo Saturno. Las fuerzas que capacitan al hombre para de percibir con sus sentidos y penetrarlas con el pensamiento, no provienen de los estados últimos de la Tierra. Pues todo lo que nos libera del trabajo de los sentidos y del pensamiento científico natural, y nos capacita para desarrollar  en nosotros miembros superiores como estirando el cerebro a su máximo y presionando el cuerpo etérico, el astral y el yo hasta que son capaces de vivir en la luz que fluye,  todo esto lo llevamos en nosotros como una herencia de los tiempos del Antiguo Saturno,  Antiguo Sol y Antigua Luna; nos viene de los tiempos pre-terrenales de la evolución y no se encuentran en ninguna parte de la circunferencia existencial de la Tierra.

Cuando la ciencia llegue al punto (y lo hará, aunque tardará mucho tiempo en el camino) de entender el mecanismo de los sentidos y del cerebro, estará extraordinariamente orgullosa de su logro. Pero aún así sólo será capaz de captar el pensamiento y la investigación que pueden explicarse por las condiciones terrenales y que, en consecuencia, sólo son válidas para las condiciones de la Tierra. Mientras se restrinja a las fuerzas de la Tierra el hombre nunca podrá, explicar la totalidad del cerebro, ni la estructura de los órganos de los sentidos, ya que, para dar una explicación completa de las actividades del cerebro y de los sentidos y de cómo llegaron a tener la forma actual, debemos mirar hacia atrás a lo que se denomina como las condiciones del Antiguo Saturno, el Antiguo Sol y la Antigua Luna precursoras de la Tierra. Las fuerzas que están activas en el hombre cuando no está usando sus sentidos y su cerebro, —es decir las fuerzas que ha heredado del Antiguo Saturno, Antiguo Sol y Antigua Luna—, han sido retenidas y chequeadas por lo que la Tierra con sus propias fuerzas ha hecho del cerebro y de los sentidos.

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Cuando entramos en la luz que fluye, no nos sentimos atemorizados pensando lo que encontraremos allí. Porque cuando pensamos en un pensamiento tenemos la impresión de que lo estamos pensando ahora; mientras que lo que experimentamos en la luz que fluye no nos da en absoluto la sensación de que estamos pensando. Es muy importante tener en cuenta este punto. Para el clarividente que entra en esta condición, las formas de las que hablé no se parecen a los pensamientos actuales sino a los pensamientos que se han conservado en la memoria, como pensamientos que uno puede recordar.

Ahora se entiende por qué tenemos que hacer caso omiso de nuestro intelecto y acrecentar y fortalecer nuestro poder de la memoria. De este amplio mar espiritual de luz emergen formas que sólo son perceptibles en la forma en que aprehendemos recuerdos. Si nuestra capacidad de memoria no se hubiera sometido a un fortalecimiento, estas formas se nos escaparían y no podríamos percibir nada, sería como si no existiera a nuestro alrededor nada más que un mar de luz que fluye hacia el interior. Si podemos percibir formas de pensamiento que flotan en el mar de la luz interior, es debido al hecho de que somos capaces de percibir, no con el intelecto, sino con un poder reforzado de la memoria, porque estas formas sólo pueden ser percibidas por medio de la facultad de la memoria.

Pero esto no es todo. Lo que se percibe con la facultad de la memoria nos permite mirar hacia atrás a las condiciones del largo pasado de la evolución, de la Antigua Luna, el Antiguo Sol y de Antiguo Saturno y sus fases evolutivas, pero las formas que percibimos de esta manera y que son como imágenes de la memoria, no son las únicas. De hecho, hacen una impresión menos poderosa sobre nosotros que otra cosa, es algo de lo que podríamos decir  —a pesar de que sabemos muy bien que no es más que un agitado mar de luz— que nos da placer o un dolor que comienza incluso a picarnos y quemarnos pero por otro lado nos llena de felicidad.

¿Qué descubre aquí el ocultista?. En el creciente mar de luz ha llegado a percibir formas extrañas que ahora es capaz de comprender con el entendimiento. Ellos no lo hacen, ya que primero reclaman sólo a la facultad de la memoria que se ha vuelto tan poderosa que lo pueden entender. ¿Cómo lo descubren? ¿Qué es lo que cuentan acerca de ello? Como cuestión de hecho, el ocultista no nota nada especial en estas formas, a menos que previamente se haya interesado en las ideas de la filosofía. Luego reconoce que los pensamientos de los filósofos son sombras de la realidad de las imágenes de lo que ahora perciben con el ojo del espíritu en el agitado mar de luz. Sí, ha llegado el momento en el que podemos al fin aprender lo que es en realidad la filosofía. Toda la filosofía del mundo no es más que pensamientos e ideas que son como reflejos arrojados a nuestra vida física, imágenes cuyo origen está en la vida suprasensible que el clarividente puede percibir en la forma que he descrito. El mismo filósofo no ve lo que hay detrás de esas imágenes, no sabe qué es lo que está arrojando así a la conciencia física. Él tiene sólo las imágenes. Pero el ocultista puede apuntar a su origen, puede señalar el origen de los grandes pensamientos de todos los filósofos que alguna vez han jugado un papel importante en la historia del hombre. El filósofo no ve más que la sombra de la imagen en el pensamiento, el ocultista ve la luz viva y real que está detrás. ¿Cómo puede ser esto?.

La razón es que en nuestro cerebro tenemos todavía  algo de las fuerzas pre-terrestres, fuerzas que vienen de las etapas de la evolución de Antiguo Saturno, Antiguo Sol y Antigua Luna. En términos generales, estas fuerzas en gran medida se han paralizado en nosotros pero conservamos en el cerebro un pequeño remanente, al menos de lo que el cerebro es capaz de hacer en virtud de estas fuerzas. Las fuerzas que trabajan en el cerebro de un filósofo no son las fuerzas terrestres. Son un tenue y débil reflejo de las fuerzas pre-terrenales. El filósofo es bastante inconsciente de esta realidad, pero en su cerebro vive una herencia de los tiempos pre-terrestres, y el uso que hace de su cerebro depende del funcionamiento de esta herencia. Sin embargo no sería capaz de trabajar en absoluto un evento en particular llevado a cabo durante la evolución de la Tierra, algo que el filósofo de los tiempos modernos esta por supuesto, muy poco preparado para admitir. Si la Tierra hubiera sido simplemente la reencarnación de lo que estaba presente en Antiguo Saturno, Antiguo Sol y Antigua Luna, si solo hubiera podido dar al hombre las fuerzas que ya vivían en él desde la antigua época planetaria, entonces nunca habría surgido en la Tierra algo como la contemplación, el tipo de pensamiento reflexivo que encontramos en un grado tan marcado en la filosofía. Y la filosofía, ya saben, está realmente presente en cada ser humano, todo el mundo filosofa un poco. La filosofía sólo es posible en la Tierra debido a una irregularidad que se deslizó cuando se llevó a cabo la re-encarnación de la Tierra. Una parte importante de las fuerzas creativas que llegaron a nuestra Tierra fue desviada, esas fuerzas no siguieron trabajando de la misma forma que el resto, y ahora tienen una influencia espiritual sobre el hombre similar a la influencia física de la luna sobre la Tierra.

El efecto de la luz de la luna, como ustedes saben, se debe al hecho de que la luna proyecta la luz del sol. La luna refleja la luz del sol. Ahora bien, el hecho de que el hombre sea capaz de trascender la mera imagen de la memoria de la clarividencia y, por así decirlo, de arrojar algo a la existencia física que aparece allí como filosofía, depende de una fuerza espiritual particular que actúa plásticamente en el cerebro humano, formándole y moldeándole. En los libros mosaicos de la Biblia esta fuerza espiritual se llama Iahvé o Jehová; es una luz reflejada del Espíritu, así como en un aspecto físico la luz de la luna refleja la luz del sol.

Con respecto a su cerebro, por lo tanto, el hombre no puede ser explicado totalmente fuera de la herencia que ha traído con él desde las condiciones pre-terrenales. Sólo podemos entender el cerebro humano cuando sabemos que al igual que la luz física del sol es reflejada a la Tierra por la Luna (en un momento en que la propia luz del sol no está brillando en esa parte de la Tierra) el hombre, en la medida en que él vive en su cerebro, recibe la luz espiritual  más allá de la Tierra.

Cada uno recibe la inspiración, no de sus propias fuerzas, sino de más allá de sí mismo, que le ayuda a elevarse a un conocimiento del mundo que puede ser descrito como filosófico. Una comprensión filosófica del mundo es aquella que hace que el hombre busque en toda la diversidad del mundo un fundamento único e indiviso. Esa es la característica de la filosofía. Si el hombre llama a este fundamento del Mundo «Dios» o «Espíritu del Mundo» no es el caso; El deseo que siente de reunir todo y relacionarlo todo a una sola Tierra, se debe a las influencias del mundo espiritual que están activas en su cerebro. En el momento en que se convierte en clarividente y libera su cuerpo etérico, reconoce que no sólo ha logrado activar lo que ha heredado de etapas evolutivas anteriores, sino que en su cerebro tiene influencias que pueden compararse con las del claro de luna, en el sentido que ya he explicado.

En este punto me gustaría llamar su atención sobre un hecho de la filosofía que, creo, puede aclarar todo lo que hemos estado considerando.

Como filósofo, el hombre no tiene lo que el clarividente percibe como fuerza yogui que se mezcla con las fuerzas heredadas de épocas anteriores. Él tiene, sin embargo, las imágenes mentales, sin saber que detrás de ellas están las fuerzas que estaban activas en las condiciones preterrenales, y que se llaman las fuerzas de Iahvé. Eso no lo sabe. Sólo ve las imágenes sombrías del pensamiento que han sido creadas por la obra de su cuerpo eterico sobre la luz fluida, mientras la luz fluye se activa en su cerebro, se producen láminas de sombra que se llaman filosofía. El filósofo mismo no sabe nada del proceso; sólo sabe que vive en estos cuadros de pensamiento. Sólo ve las imágenes sombrías del pensamiento que han sido creadas por obra de su cuerpo etérico sobre la luz fluyente, mientras la luz fluyente se activa en su cerebro, se producen imágenes atenuadas que llama filosofía. El filósofo mismo no sabe nada del proceso; sólo sabe que vive en esas imágenes mentales.

Sin embargo quiero que tengan en cuenta —les será útil más adelante— que como filósofo es clarividente inconscientemente. Es decir, vive en las imágenes atenuadas de estados clarividentes, sin que él mismo sepa nada de clarividencia. Vive en estas imágenes y logra con ellas todo lo que un filósofo puede lograr llegando finalmente a un punto en el que puede conectar y combinar las ideas y concepciones filosóficas que ha elaborado, relacionándolas todas en un solo Ser o Entidad. Porque esa es la característica invariable de la filosofía. Sin embargo, no es posible encontrar dentro de estos pensamientos al Ser de Cristo. Trabajando con toda honestidad y sinceridad con el material de la filosofía, encontramos un solo fundamento del Mundo, pero nunca encontraremos a Cristo. Si encuentran la idea de Cristo en una filosofía, pueden estar seguros de que ha sido tomada de la tradición; se ha importado, —de manera inconsistente, aunque quizás inconscientemente. Si el filósofo permanece en su filosofía, no puede encontrar más que el Dios neutral de los Mundos; pero nunca podrá encontrar a Cristo. Ninguna filosofía coherente puede contener la concepción de Cristo. Es imposible. Seamos muy claros sobre este punto. Que cualquiera que tenga el deseo y la oportunidad de hacerlo, eche un vistazo entre los filósofos y vea si pueden encontrar al Cristo en sus filosofías. Tomemos, por ejemplo, un sistema de filosofía tan ampliamente desarrollado como el de Hegel. Encontrarán que Hegel no puede acercarse al Cristo dentro del sistema de la filosofía. Tiene como que sacarlo del mundo exterior; su filosofía no le da al Cristo.

Por el momento, vamos a dejar que esto sea suficiente para una descripción de la primera experiencia que el aspirante a la clarividencia sufre, una experiencia que aprende a designar como «luz no manifiestada».

Suave y lentamente  —apenas perceptible, al principio—  se encuentra con una segunda experiencia. De hecho, existen muchos clarividentes que viven la primera experiencia durante mucho tiempo y aún así casi no entienden lo que es la segunda experiencia. El efecto de su enfoque puede describirse de la siguiente manera. Mientras que la luz fluyente es algo que nos hace sentir que estamos dispersos en ella, que nos hace sentir que estamos, por así decirlo, extendidos en el espacio exterior, con la segunda experiencia, que puede llamarse la experiencia de la palabra «tácita» tenemos la sensación de que algo se nos acercara  desde todas las direcciones.

En la misma medida en que en la primera experiencia nos sentimos repartidos por todo el mundo, ahora tenemos la impresión de algo que viene hacia nosotros, se acerca a nosotros desde todos los lados, a la vez que nosotros mismos nos sentimos como disolviéndonos. Para el hombre que tiene esta experiencia y todavía no está familiarizado con ella, la sensación de desvanecimiento va acompañada por un gran temor. Algo nos sobreviene de todas partes; es como si una arista o piel del mundo se nos estuviera acercando. Lo que esto significa para nosotros no podemos expresarlo de otra manera que diciendo que es como si estuviéramos siendo llevados a un lenguaje muy difícil de entender, un lenguaje que nunca se habla en la Tierra. No hay palabra que salga de la laringe humana que se pueda comparar con el discurso que ahora experimentamos.  Sólo pensando lejanamente todo lo que tiene que ver  con el sonido exterior de la palabra hablada, podemos empezar a formarnos una idea del gran sonido cósmico que ahora nos llega por todos los lados. Al principio ejerce sobre nosotros una débil impresión y entonces, por el poder del aprendizaje oculto, de la autodisciplina, esta percepción del mundo espiritual se va haciendo más y más fuerte.

Ahora con la visión clarividente contemplamos acercándonos por todos lados esta vasta piel del mundo, —y sin embargo no es como una piel externa, sino que nos toca con una poderosa tonalidad—, tenemos un sentimiento extraño y notable; y el hecho de que lo tengamos es una señal de que estamos en el camino correcto. Nos encontramos pensando: «Es en verdad mi propio ser el que se acerca a mí; allí me encuentro por primera vez con mi propio yo verdadero! Sólo estoy encerrado en mi piel aparentemente, cuando vivo aquí en el cuerpo físico. Pero en realidad mi ser llena el mundo; y es mi propio ser el que ahora viene a mi encuentro cuando paso al estado oculto. Viene hacia mí desde todas las direcciones». Así es como toma su curso la experiencia oculta, —primero la expansión de la vida espiritual, luego la concentración. Y a esta última nos conectamos con una idea definida. Porque viene a nosotros como verbo— sonando espiritualmente y lleno de profundo significado; Y formamos el concepto de la «palabra no pronunciada», el «lenguaje no hablado».

Ahora debemos ir un paso más allá. Pues así como el hombre tiene una herencia de condiciones pre-terrenales que ayuda a formar y modelar su cerebro, así también ha heredado la permanencia de las condiciones preterrenales que trabajan no en su cerebro, sino en el corazón. El corazón es un órgano muy complicado, y como en el cerebro no sólo están activas las fuerzas terrestres, sino las preterrenales (aunque en un estudio externo y la investigación  como hemos visto solo hacemos uso de lo terrenal), por lo que en el corazón también nos encontramos con fuerzas activas preterrenales. Cualquiera que sea lo que el hombre necesite  —el aire, la nutrición, todo lo necesario para el cuidado de su organismo y para su mantenimiento en la vida todo esto le ha sido dado por las fuerzas terrestres—. Pero la capacidad de percibir lo que hemos denominado la «palabra no hablada» no sólo tiene miembros suprasensibles en su ser, por así decirlo, que se han extraído del cerebro, sino también del corazón.

Puede ocurrir que durante mucho tiempo un hombre sea capaz de percibir como clarividente la luz espiritual, porque ha liberado del cerebro los miembros suprasensibles de su cuerpo. Sin embargo, si estos miembros suprasensibles permanecen firmemente unidos con el corazón, como lo están en la vida cotidiana, entonces tendríamos un clarividente capaz de contemplar la luz que fluye (que lo puede hacer con la ayuda de las fuerzas anímicas que ha liberado del cerebro), pero no será capaz de aprehender la palabra no hablada. Pues sólo podemos empezar a escuchar la palabra no hablada, cuando los miembros superiores, suprasensibles también han sido liberados del corazón. La capacidad del corazón para hacer esto, para que el hombre pueda desplegar una vida anímica que no esté ligada al instrumento del corazón, pertenece al organismo superior del corazón. Nuestra vida anímica ordinaria en el plano físico se une con el órgano del corazón. Cuando los hombres son capaces de liberar a los miembros superiores de su cuerpo desde el corazón físico, llegan a experimentar una vida anímica que está conectada con un organismo superior al músculo del corazón físico y de la sangre. Cuando el alumno aprende a experimentar, en su alma, las fuerzas del corazón que son más elevadas que las relacionadas con el corazón físico, podrá en verdad alcanzar el conocimiento de la palabra no dicha, que se le da a conocer, que viene hacia él por todos los lados. Así, mientras que la percepción de la luz suprasensible depende de la emancipación de lo más elevado del cerebro físico del hombre, la percepción de la palabra no expresada depende de la emancipación de los miembros superiores del corazón físico.

Así como hay personas que sin ser conscientes, ellas mismas de hecho tienen en sí algo de las fuerzas pre-terrestres que formaron y modelaron el cerebro, hay también personas que tienen en ellas algo de las fuerzas pre-terrestres que formaron el corazón. Y son mucho más numerosas de lo que generalmente se supone. Si hoy no hubieran existido aquellos que no sólo tienen estas antiguas herencias en su ser, sino que además están trabajando en ellas (veremos más adelante cómo sucede esto), no habría teósofos. ¡Ninguno de ustedes estaría aquí! La razón por la que ustedes están sentados aquí es simplemente esta, —que en algún momento de su vida, cuando entró en sus manos un libro teosófico o se les comunicó en una conferencia una verdad de la teosofía, inmediatamente se hicieron conscientes de llevan dentro algo de esa antigua herencia que son las fuerzas que trabajaron para formar el corazón antes de que la Tierra fuera creada. El hecho de que lo que les vino a través de la teosofía hiciera una profunda impresión, significa que se ha producido una experiencia similar a la del filósofo con sus imágenes atenuadas. Se experimentan las imágenes atenuadas de una clarividencia del corazón, totalmente desconocida capaces de recibir las palabras no habladas. En ese momento oyeron a través de las palabras, y lo que escucharon fue algo muy maravilloso; de lo contrario no se habrían convertido en teósofos. Para vosotros la palabra externa no es más que un eco que viene de fuera, de lo que el corazón clarividente ha investigado por medio de fuerzas preterrenales, un eco de lo que proviene del reino del ocultismo y que ya os había hablado en Imágenes atenuadas que han podido experimentar. A través de la palabra externa has oído hablar la palabra interior. En la palabra hablada se capta el eco de la palabra no hablada. A través del lenguaje humano oísteis lo que se habla en los Mundos Divinos, en el lenguaje de los Dioses.

Si aquellos que hoy honesta y sinceramente se sienten atraídos al estudio de la teosofía no siempre saben que un grado de clarividencia ya está activo en ellos, entonces es con ellos como lo es con los filósofos que ven inconscientemente las imágenes atenuadas de su cerebro clarividente y no conocen la naturaleza real de los pensamientos en los que están viviendo. El cerebro es más fácilmente susceptible a las fuerzas terrestres y es por esto más fácil convertirlo en un órgano terrenal, por lo tanto, los hombres que en nuestro tiempo investigan las leyes de la Tierra y ocupan su cerebro con el conocimiento externo  refuerzan las partes terrestres de su cerebro mientras que el cerebro supraterrenal está completamente paralizado en el interior. Pero el corazón es mucho menos susceptible a la influencia de las fuerzas terrestres, por esta razón es más fácil para las almas humanas encontrar un acercamiento a través de la teosofía que a través de la filosofía pura. A menos que las personas permitan que los intereses materiales de la vida obstruyan y obstaculicen lo que puede de esta manera hablar a sus corazones, ellos siempre —y especialmente en nuestro tiempo— serán sensibles a las verdades de la teosofía. Las verdades de la Teosofía pueden ser entendidas por todos, exceptuando solamente aquellos que están demasiado absortos —ya sea teórica o prácticamente— en los intereses materiales exteriores de una forma u otra. Personas que se han dejado atrapar y enredar en esos intereses hasta el punto en el que no ver nada más allá de ellos, no pueden concebir la teosofía.  Se extiende una niebla que cubre y oculta lo que debería desarrollarse desde el corazón cuando es tocado por la Teosofía.

Así, para comprender la filosofía, debemos tener en nosotros algo que responda a las formas extrañas y singulares de las que hablamos antes y que arroja imágenes atenuadas de estas formas; debemos haber entrenado nuestro cerebro para pensar pensamientos dentro de los cuales las fuerzas suprafísicas superiores puedan reflejarse; y, como ustedes saben muy bien, esto sucede rara vez. Para comprender la teosofía, no necesitamos tal preparación. Para apreciar la verdad de lo que puede derivarse de la investigación oculta, cuando el investigador ha emancipado del corazón y del cerebro las fuerzas suprasensibles, los miembros espirituales de su ser, para ello todo lo que se requiere es que nuestra atención no se distraiga con la vida externa.

La persona más simple tiene fuerzas suficientes para la comprensión de la teosofía. No hay necesidad de una educación científica. Todo el mundo, con la condición de que no reúna las condiciones de las sentencias preconcebidas, puede entender ciertas verdades teosóficas. Porque estas verdades teosóficas son hechos de la investigación oculta, tal como se refleja en las imágenes atenuadas, en las experiencias ordinarias de la vida. Vienen de la palabra no dicha, que se «oye»  —por decirlo metafóricamente— cuando el hombre ha puesto en libertad desde el corazón físico los miembros superiores de su ser, es decir, cuando puede vivir no sólo en un cerebro suprafísico, sino con el órgano suprafísico del corazón.

Expresar en términos de conceptos científicos y en lenguaje lógico correcto lo que el corazón suprafísico puede investigar, —para ello es, por supuesto, esencial que uno ya esté familiarizado con los conceptos científicos. En teosofía, sin embargo, no hay tal necesidad. Las verdades teosóficas más importantes, pueden de hecho estar revestidas de conceptos simples, vosotros sabéis lo poco que puede ser suficiente para una adecuada comprensión de las verdades fundamentales de la teosofía. Muchísimo de lo que estamos diciendo a menudo en las conferencias no se dice con el propósito de convencer a la gente de mente simple, pues rápidamente pueden seguirnos y unirse a nosotros. Donde el corazón y el alma están sanos, esto siempre será así, todo el que no se ha vuelto materialista estará con nosotros. ¿Qué es necesario, sin embargo, en nuestro tiempo en que la teosofía debe encontrar la protección de los ataques injustos de una ciencia que se considera justificada en sí misma?. Tenemos que colocar ante el mundo las sencillas y fáciles de establecer verdades teosóficas de tal manera que se  demuestre su validez cuando los hombres piensen de forma sutil, con claridad y corrección. (Esta condición, tengan en cuenta, es indispensable.) Luego de un pensamiento libre de prejuicios y bien ordenado, se le hará claro que no existe una verdad que contradiga la teosofía. Tal pensamiento, sin embargo, no sólo es extremadamente raro, es extraordinariamente difícil de alcanzar. Las ideas preconcebidas de la ciencia externa están sorprendentemente extendidas en la actualidad, afirmando que no descansan, es cierto, en la autoridad personal, sino de una indiscutible autoridad externa que no tiene ni firma ni fundamento seguro.

A menudo podemos ver cómo aquellos que piensan que tienen un conocimiento comprensivo de una rama particular de la ciencia, o incluso aquellos que se han familiarizado de una manera popular con algunos de sus resultados, dan por sentado que su pensamiento está lo suficientemente avanzado como para poder tener una visión de la relación de la teosofía con la ciencia. Como regla general, sin embargo, tal discernimiento está completamente fuera de su alcance. El pensamiento claro y bien ordenado no es tan común en nuestro tiempo como se podría suponer. Hay ciencias que se pueden perseguir hoy con un pensamiento no ordenado, con un pensamiento que se ha desarrollado dentro de los límites estrechos de cierta ciencia especializada y no puede pasar más allá de ellas.

Hoy en día, uno puede estar en el mundo literario,  puede ser autor y publicar libros, sin haber desarrollado su pensamiento particular. Por regla general, la gente no examina si detrás de lo que aparentemente es un producto de la habilidad mental y espiritual, existe algún método de pensamiento bien ordenado y correcto. La gente no investiga esto hoy, simplemente porque no tiene a mano ningún medio de detección. Sin embargo, no hace falta mucho para poder valorar el pensamiento, muchas personas tienen esa capacidad como una especie de instinto, y con un poco de conocimiento de la investigación oculta las fuerzas ocultas que lo fortalecerán.

Permítanme como conclusión relacionar un incidente destinado a servir como una ilustración de las extrañas experiencias que le pueden pasar a uno, si uno es un poco sensible a tales cosas. Es una experiencia insignificante, pero ilustra mi punto.

Ayer estaba caminando por una calle determinada. Mi mirada se posó, muy involuntariamente, en un punto particular en el escaparate de una librería. De repente me sentí como si hubiera sido picado,  —en realidad como si un tábano o una abeja me hubiera picado— espiritualmente, eso era lo que sentía. Tenía curiosidad por saber la causa. Para empezar, no pude encontrar nada en la vitrina que pudiera haberme picado así. Pero cuando miré con cuidado, vi un libro donde había una leyenda, destinada, por lo que parece, a reivindicar la tendencia del pensamiento en el libro, el autor queriendo describir con este dicho su propia actitud mental. ¿Pero por qué me picaba? Lo verá ahora. Estas eran las palabras:

 “Your speculative churl  Is like a beast which some ill spirit leads,On barren wilderness, in ceaseless whirl,  While all around lie fair and verdant meads.”

y debajo estaba escrito «de Goethe: Fausto «.

Pero, ¿quién dice esto en Fausto? lo dice Mefistófeles! Estas no son las palabras para elegir cuando quieres citar a Goethe! Son palabras que pone en la boca de Mefistófeles. Y si se citan aparentemente en honesta aprobación con su significado, argumenta un pensamiento desordenado, El autor quiere citar a Goethe; pero las razones internas le obligan a citar a Mefistófeles, es decir, al diablo. Eso me muestra que algo anda mal con su pensamiento. La picadura que experimenté provenía de ese pensamiento desplazado y desordenado.

Traducido por Gracia Muñoz