GA219c4. Ritmos de la vida terrenal y espiritual. Amor, Memoria, Vida Moral.

Rudolf Steiner — Dornach, 15 de diciembre de 1922

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Vamos a recordar lo que les he estado explicando sobre las experiencias del hombre entre la muerte y un nuevo nacimiento. Las diversas descripciones nos han permitido saber que esta vida, sobre todo en su período principal, en el tiempo medio entre la muerte y el renacimiento, es tal que el hombre vive en comunión con los Seres mencionados en el libro «La Ciencia Oculta» como los Seres de las jerarquías superiores. Esta vida del hombre en comunión con esos Seres superiores es comparable con la vida que tiene aquí, cuando está en el cuerpo físico, en comunión con los seres de los tres reinos de la Naturaleza. Básicamente hablando, todo en su ambiente terrenal pertenece a uno de los tres reinos de la Naturaleza: el mineral, el vegetal y el reino animal, o incluso el reino físico humano, que en esta conexión particular puede considerarse como perteneciente al reino animal.

El hombre tiene sus sentidos y, a través de sus impresiones sensoriales, vive en comunión con los seres de los tres reinos de la Naturaleza. Lo que se desarrolla en su vida de sentimiento entre el nacimiento y la muerte, en la medida en que es el resultado de experiencias que surgen de su entorno, también está relacionado con estos tres reinos de la Naturaleza. Lo mismo se aplica a lo que proviene de la voluntad, a saber, la acción humana. Así, entre el nacimiento y la muerte, el hombre se entrelaza con lo que sus sentidos le transmiten de los tres reinos de la Naturaleza.

De la misma manera entre la muerte y un nuevo nacimiento, en el tiempo indicado arriba, el hombre vive en los reinos superiores, entre los Seres de las Jerarquías Superiores. Esta vida junto con los Seres de las Jerarquías es, en realidad, todo acción, perpetua actividad. Hemos escuchado cómo se produce la semilla espiritual del cuerpo físico en cooperación con estos Seres superiores. Aquí en la Tierra, cuando nos percibimos o nos conectamos con las entidades que pertenecen a los tres reinos de la Naturaleza, nos sentimos fuera de ellos. Pero existe una condición entre la muerte y un nuevo nacimiento donde nos encontramos totalmente dentro de los Seres de las Jerarquías Superiores; estamos completamente entregados a ellos. Esa es una de las condiciones en las que vivimos —imagínenlo claramente— aquí en la Tierra, cuando, por ejemplo, elegimos una flor, el hecho se describe correctamente diciendo: «Escojo esta flor». Pero si esta forma de hablar se aplicara a nuestra vida junto con los Seres de las Jerarquías Superiores, los hechos no se expresarían correctamente. Cuando hacemos algo en relación con estos Seres, debemos decir: este Ser actúa en nosotros. Por lo tanto, estamos en una condición que nos obliga todo el tiempo a no llamar a la actividad —en la cual, por supuesto, nosotros mismos participamos— nuestra propia actividad, sino la actividad de los Seres de las Jerarquías en nosotros. En verdad, tenemos una conciencia cósmica. Así como aquí sentimos el corazón, los pulmones y demás, dentro de nosotros, también sentimos que el mundo está dentro de nosotros, pero es el mundo de los Seres de las Jerarquías Superiores. Todo lo que ocurre es el resultado de una actividad en la que nosotros también estamos involucrados; pero para describir los hechos correctamente deberíamos decir: tal y tal Ser de las Jerarquías Superiores está actuando en nosotros.

Ahora la condición así descrita es solo una de las condiciones que se obtienen entre la muerte y un nuevo nacimiento. No podríamos ser hombres en el verdadero sentido si solo viviéramos en esta única condición. En el mundo espiritual entre la muerte y el renacimiento no podríamos ser capaces de soportar esta condición así como aquí en la Tierra no podríamos soportar la respiración sin exhalar. La condición que acabo de describir debe alternar con la otra, que consiste en borrar a través de nuestra conciencia cósmica todo pensamiento y sentimiento acerca de los Seres de las Jerarquías Superiores, borrando también toda voluntad que trabaje de esta manera en nosotros desde los Seres de las Jerarquías.

Por lo tanto, podemos decir que hay momentos durante la vida entre la muerte y el nuevo nacimiento donde nos encontramos penetrados hasta la médula por los Seres de las Jerarquías Superiores y su resplandor. Los sentimos dentro de nosotros mismos. Pero hay otra condición, en la que primero suprimimos y después borramos por completo, esta conciencia de los Seres Superiores manifestándose en nosotros. Entonces, para usar términos terrenales, estamos «fuera de nuestro cuerpo», la condición es por supuesto completamente espiritual, pero permítanme ponerlo de esta manera: estamos fuera de nuestro cuerpo. En esta condición, no sabemos nada del mundo que vive dentro de nosotros, pues estamos por así decirlo en la condición de ‘vuelvo a mi mismo’. Ya no vivimos en los otros Seres de las Jerarquías, sino que vivimos totalmente en nosotros mismos. Entre la muerte y un nuevo nacimiento, nunca deberíamos tener conciencia de nosotros mismos si viviéramos solo en una condición. Al igual que aquí en la Tierra, la inspiración debe alternar con la exhalación, o dormir con la vida despierta, así entre la muerte y un nuevo nacimiento debe haber una alternancia rítmica entre la experiencia interior del mundo de las Jerarquías dentro de nosotros y otra condición en la que nos retiramos a nosotros mismos.

Ahora, en cierto sentido, toda la vida terrenal es el resultado de lo que hemos experimentado en la existencia preterrenal entre la muerte y un nuevo nacimiento. Como recordarán, les he dicho cómo incluso las facultades en la vida terrenal del hombre como caminar, hablar y pensar son transformaciones de ciertas actividades en la existencia preterrenal. Hoy enfocaremos nuestra atención más específicamente a la vida del alma.

Lo que experimentamos en la existencia preterrenal al trabajar junto con los Seres de las Jerarquías Superiores deja en nosotros una herencia para nuestra vida terrenal, una tenue sombra de esta comunión con las Jerarquías. Si entre la muerte y un nuevo nacimiento no tuviéramos tal comunidad de vida con los Seres de las Jerarquías, no podríamos desarrollar, aquí en la Tierra, el poder del amor. El poder del amor que desplegamos aquí en la Tierra es, por supuesto, solo un reflejo tenue, una sombra de nuestra comunión con los Seres Espirituales de las Jerarquías Superiores entre la muerte y un nuevo nacimiento, pero es un reflejo de esa comunión. Que aquí en la Tierra podamos desplegar el amor humano, la comprensión hacia otro ser humano, se debe al hecho de que entre la muerte y un nuevo nacimiento pudimos vivir en comunión con los Seres de las Jerarquías Superiores.

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La visión científico-espiritual nos permite percibir lo que les sucede a aquellos que en vidas terrenales anteriores adquirieron poca aptitud —en breve hablaremos de cómo se adquiere—  para convivir durante el período apropiado después de la muerte con los Seres de las Jerarquías, en ciertos estados enteramente entregados a ellos. Tales hombres aquí en la Tierra son incapaces de desplegar el amor en el que hay una fuerza real, incapaces de desplegar ese amor que todo lo abarca y que se expresa con el poder de comprender al otro. Podemos decir con verdad: es entre los Dioses, en la existencia preterrenal, que adquirimos el don de observar a nuestro prójimo, de percibir cómo piensa y cómo se siente, de comprenderlo con simpatía interior. Si nos viéramos privados de esta relación con los dioses —como de hecho se puede llamar— nunca seriamos capaces de desplegar aquí en la Tierra ese conocimiento de otros seres humanos, el único que hace de la vida terrenal una realidad.

Cuando en relación con esto hablo de amor, y especialmente del amor humano que todo lo abarca, deben pensar que el amor tiene este significado real y concreto; deben pensar que es una comprensión genuina e íntima del otro hombre. Si al amor omnímodo de la humanidad se le agrega esta comprensión del prójimo, tenemos todo lo que constituye la moralidad humana. Pues la moralidad humana en la Tierra —si no se expresa meramente en frases vacías o en conversaciones refinadas o en resoluciones que no se llevan a cabo posteriormente— depende del interés que un hombre tenga por el otro, de la capacidad de ver al otro. Aquellos que tienen el don de comprender a otros seres humanos recibirán de este entendimiento los impulsos para una vida social impregnada de verdadera moralidad.

Entonces también podemos decir: todo lo que constituye la vida moral en la existencia terrenal ha sido adquirido por el hombre en la existencia preterrenal; de su comunión con los Dioses, ha permanecido en él el impulso de desarrollar, en el alma de todos modos, una comunidad en la Tierra también. Y es el desarrollo de una vida en la que un hombre, junto con el otro, cumple las tareas y la misión de la Tierra —es esto solo lo que en realidad lleva a la vida moral en la Tierra. Así vemos que el amor y el resultado del amor, la moralidad, es en realidad una consecuencia de lo que el hombre ha experimentado espiritualmente en la existencia preterrenal.

Ahora pensemos en la otra condición en la vida entre la muerte y el renacimiento, cuando la conciencia del hombre de la comunión con los Seres de las Jerarquías Superiores se ha atenuado, cuando, como en el sueño terrenal, las impresiones del entorno son silenciadas, cuando la comunión deliberada con los Seres superiores cesa y el hombre «vuelve en sí». Esta condición también tiene una consecuencia, un eco, un patrimonio, aquí en la vida terrenal, y este patrimonio es la facultad de la Memoria.

La posibilidad de que tengamos experiencias en un momento definido y después de un lapso de tiempo, extraer de la profundidad de nuestro ser algo que trae imágenes de estas experiencias a nuestra conciencia —esta facultad de la memoria que es tan necesaria en nuestra vida terrenal, es un reflejo tenue, una sombra, de nuestro estado independiente de vida en el mundo espiritual. Aquí en la Tierra solo podríamos vivir el momento que pasamos en nuestra vida pasada solo unos pocos años después del nacimiento, si entre la muerte y el nuevo nacimiento no hubiéramos podido emerger, por así decirlo, de la vida universal para estar completamente solos, solos en nosotros mismos.

Mientras dormimos aquí en la Tierra, nuestros cuerpos físico y etérico están en la cama; nuestro cuerpo astral y nuestro yo están fuera de los ambos cuerpos, entonces están en condiciones de experimentar —inconscientemente, es verdad— el ambiente anímico espiritual. El hombre está inconsciente entre el dormir y el despertarse. Sin embargo, como ya he dicho, realmente tiene experiencias durante el sueño, algunas de las cuales también he descrito. Pero no entran en el campo de la conciencia, y en la vida terrenal esto es necesario. ¿Cuál es el motivo?.

Si desde el momento de dormirse hasta el de la vigilia experimentamos lo que hacemos, de hecho, experimentamos con nuestro yo y con nuestro cuerpo astral, con tanta fuerza e intensidad que somos capaces de llevarlo a la conciencia, entonces, cada vez que estamos despiertos también deberíamos querer impresionar en los cuerpos físicos y etéricos, lo que experimentamos en el sueño; deberíamos querer hacer que nuestro cuerpo físico y nuestro cuerpo etéreo se conviertan en algo diferente de lo que son. Quien tiene conocimiento de lo que se experimenta entre el dormirse y el despertarse, debe acostumbrarse a un acto de renuncia. Debe poder decirse a sí mismo: «Me abstendré del deseo de presionar lo que experimento con mi yo y mi cuerpo astral durante el sueño en el cuerpo físico y etérico, porque en la vida terrenal estos cuerpos no podrían soportarlo».

Es bastante posible hablar de manera grotesca sobre estas cosas, de hecho les puede parecer casi cómico, aunque lo que se dice se entienda muy en serio. Durante el sueño, el hombre de hecho experimenta imágenes del Cosmos. Debido a esto, continuamente se siente tentado, como resultado de su sueño, a darse, por ejemplo, un semblante diferente. Si lo que de hecho no llega a su conciencia pudiera elevarse, siempre estaría deseando cambiar su rostro, porque el rostro que realmente tiene le recordaría constantemente las faltas de antiguas vidas terrenales. Por la mañana, antes de despertar, en realidad hay una gran necesidad en el hombre de hacer con el cuerpo físico algo así como revestirlo. Quien tenga conocimiento de esto debe abstenerse conscientemente de ceder ante el impulso; de lo contrario, caería en una condición completamente desorganizada; perpetuamente estaría tratando de cambiar todo su organismo, especialmente si en un aspecto u otro no es muy saludable, o si algo está mal en él.

Pero durante la vida entre la muerte y un nuevo nacimiento lo experimentamos tan conscientemente, que esta conciencia conduce a la formación y configuración de nuestro próximo cuerpo físico. Si esto fuera hecho solo por nosotros, no le daríamos la forma al cuerpo físico de acuerdo con nuestro karma. Sin embargo, lo formamos realmente junto con los Seres de las Jerarquías Superiores, Seres que vigilan nuestro karma. Y así obtenemos los ojos, la nariz, etc., que con toda probabilidad no nos habríamos dado, si nos hubiera sido concedido. Porque hay ciertos momentos entre la muerte y un nuevo nacimiento cuando somos intensamente egoístas —precisamente en esos momentos en que la conciencia de nuestra conexión con los Seres de las Jerarquías Superiores se ha atenuado— que nuestras experiencias son entonces tan fuertes e intensas que, a partir de las fuerzas que contienen, podemos formar el cuerpo físico; y de hecho, lo formamos.

Esta es una experiencia de tal intensidad que contiene en ella la semilla de la creación actual. Entonces, a través del hecho de que está muy atenuado en la vida terrenal, tiene efecto en parte como amor terrenal y en parte como la facultad del recuerdo, como memoria.

Aquí en la Tierra, el hecho de que nos sintamos dentro de un yo, depende de la memoria. Si viviéramos solo en el presente y no tuviéramos recuerdos, nuestro yo no tendría coherencia interna. De hecho, como he dicho a menudo, no deberíamos poder sentirnos con un yo fuertemente marcado en absoluto. Pueden entender cómo la memoria se convierte en una facultad terrenal similar a la sombra. Surge a través del hecho de que en la existencia preterrenal, en el mundo espiritual, está presente una facultad de tremendo poder  —la facultad por la cual en esos períodos en que «volvemos a nosotros mismos» preparamos nuestro cuerpo de acuerdo con las instrucciones recibidas de los Seres de las Jerarquías Superiores, cuando, en el otro estado de la existencia, vivíamos en unión con ellos.

Esta facultad trabaja, al principio, como una fuerza formativa, en nuestro cuerpo. En el niño, siempre que no tenga la conciencia que le lleva a la memoria —es decir, en el período más temprano de la infancia— esta fuerza creativa entra y trabaja con más ahínco con las fuerzas del crecimiento. Entonces, algo que es más sutil, más enrarecido, es como si se separara de estas potentes fuerzas y esta es la facultad humana de la memoria.

El hecho de que aquí en la Tierra también, el hombre viva principalmente en sí mismo, está nuevamente conectado con esta facultad de la memoria. La memoria también está muy relacionada con el egoísmo humano, por un lado, y, por el otro, con la libertad humana. La libertad se convertirá en realidad en el ser humano en cuya vida en la Tierra hay un verdadero eco de lo que se experimenta en la existencia preterrenal como una especie de ritmo: es decir, sentirse unido a los Seres de las Jerarquías, liberarse, y entrar en unión nuevamente, y así sucesivamente. Aquí en la Tierra las experiencias se expresan, no como un ritmo, sino como dos facultades humanas coexistentes: la facultad del amor y la facultad de la memoria. Pero un cierto patrimonio de este ritmo en la existencia preterrenal puede permanecer con el hombre. Si esto es así, también en la vida terrenal, en él se establecerá la verdadera relación entre la memoria y el amor. Él podrá, por un lado, desarrollar comprensión, comprensión amorosa hacia otros hombres. Y, por otro lado, desde su experiencia del mundo junto con otros seres humanos, su propio pensamiento recordatorio contribuirá a su propio desarrollo, al fortalecimiento de su propia naturaleza.

Una verdadera relación de este tipo puede permanecer como un legado del ritmo que es esencial en la existencia preterrenal. Pero la verdadera relación también puede estar alterada. Puede ser, por ejemplo, que un hombre solo esté dispuesto a guiarse por lo que él mismo ha experimentado. Este rasgo se acentúa mucho cuando el hombre tiene poco interés en lo que otros experimentan, poca facultad de mirar dentro de los corazones y las mentes de otros, cuando su interés se limita casi por completo a lo que gradualmente se acumula en su propia reserva de recuerdos. De nuevo, esto está íntimamente conectado con su yo, y así se intensifica el egoísmo.

Tal hombre se «desencaja» de sí mismo, porque le falta la verdadera relación que existe entre la muerte y el renacimiento; un cierto ritmo no está allí. Y al mismo tiempo, cuando un hombre solo se interesa en lo que se amontona en su propia alma, cuando todo el tiempo se preocupa solo de si mismo, entonces se vuelve cada vez menos apto —si puedo decirlo así— para las experiencias entre la muerte y un nuevo nacimiento. Al interesarse solo en sí mismo, el hombre se aparta, en cierto sentido, de la comunión con los Seres de las Jerarquías Superiores.

Un hombre en quien el amor y la memoria están justamente interrelacionados desarrolla el sentimiento de la verdadera libertad humana en lugar de la introspección egoísta. Porque en otro aspecto, este sentimiento de libertad humana también es un eco del surgimiento de la comunión con los Seres de las Jerarquías Superiores entre la muerte y un nuevo nacimiento.  La sensación de libertad es la consecuencia saludable de esa emergencia; el egoísmo es la consecuencia malsana. Y como la vida junto con los Seres de las Jerarquías Superiores entre la muerte y un nuevo nacimiento es la base de la moralidad del hombre en la Tierra, la necesaria emergencia de la vida en comunión con ellos es a la vez la base de la inmoralidad de la Tierra. Por lo tanto, el necesario surgimiento de la vida en comunión con ellos es al mismo tiempo la base en la Tierra de la inmoralidad de los hombres, de su separación entre sí, de las acciones de parte de uno que trasciende las acciones del otro, y etcétera. Porque esto está en la raíz de toda inmoralidad. Entonces, ven que es necesario que el hombre sea consciente de que lo que puede aparecer aquí en la Tierra como algo perjudicial, tiene un significado definido para los mundos superiores. También en la Tierra, el aire que inhalamos es saludable, mientras que el aire que exhalamos no es saludable, es capaz de generar enfermedades, ya que en realidad exhalamos ácido carbónico. Así también, lo que subyace en la inmoralidad aquí en la Tierra es algo que es necesario para nuestra experiencia en el mundo espiritual.

Estas conexiones deben estudiarse porque, en efecto, la moralidad y la inmoralidad no pueden explicarse realmente a la luz de las condiciones terrenales. Cualquiera que intente tales explicaciones estará inevitablemente en el camino equivocado. Porque el hecho de que el hombre sea moral o inverso, se relaciona, en su vida anímica con el mundo suprasensible. Y podemos decir: al dirigir las mentes de los hombres hacia el estudio de esta relación con el mundo espiritual, la Ciencia Espiritual ha hecho posible, por primera vez, adquirir una base para comprender lo moral. Para una visión del mundo que solo reconoce la validez de la ciencia que trata con el mundo de la Naturaleza, la moral solo puede consistir en ilusiones que surgen de los procesos de la Naturaleza que se supone que también siguen su curso en el hombre.

Supongamos por un momento que la nebulosa cósmica de Kant Laplace, con sus fuerzas y leyes mecánicas, realmente constituyó el comienzo de la existencia de la Tierra; supongamos que de estas nebulosas giratorias, a través del funcionamiento de las leyes neutrales de la Naturaleza, hubieran surgido los reinos de la existencia terrenal, y finalmente el Hombre. Si eso fuera así, los impulsos morales del hombre serían meros sueños. Porque todo lo que él llama moral pasaría cuando, de nuevo de acuerdo con las leyes mecánicas, la Tierra llegara a su fin. Ninguna vindicación de la realidad de la vida moral puede surgir de tal visión del mundo si se lleva honestamente a sus conclusiones. La reivindicación de lo moral solo puede resultar cuando, como en la Ciencia Espiritual antroposófica, se revelan esos reinos de la existencia donde lo moral es tanto una realidad como el mundo de la Naturaleza es una realidad aquí en la vida entre el nacimiento y la muerte. A medida que las plantas crecen y florecen aquí, entre la muerte y un nuevo nacimiento, se desarrollan ciertas actividades cuando el hombre está entre los Dioses. Estas actividades son el elemento moral en su realidad, la realidad del elemento moral. En ese ámbito, lo moral tiene realidad, mientras que en la Tierra solo hay un reflejo de esa realidad. Pero el hombre, debemos recordar, pertenece a ambos mundos. Por lo tanto, para él, si puede percibir estos hechos a la luz de la Ciencia Espiritual, el mundo moral tiene realidad, pero el conocimiento de esta realidad nunca puede derivarse de la existencia física.

Aquí tienen una razón por la cual es necesario que el hombre adquiera comprensión de la Ciencia Espiritual. Sin la Ciencia Espiritual, no podría ser honesto con su conocimiento. Él no podría atribuir honestamente la realidad al mundo moral, porque no está dispuesto a investigar el reino donde yace esa realidad. Es de tremenda importancia entender una frase como esta de la manera correcta. Pero aún hay otro aspecto en el que quiero enfatizar cuán necesario es para el hombre el conocimiento que se puede obtener a través de la Ciencia Espiritual. Aquí de nuevo tendremos que volvernos a las realidades del otro mundo.

Cuando ya logramos el conocimiento imaginativo —el conocimiento que nos permite vivir en el mundo etérico en lugar de hacerlo en el mundo físico, donde en vez de cosas físicas percibimos las actividades (las actividades que están) en el éter— y cuando esto se logra, el espacio tridimensional tal como está en la Tierra se aleja de nuestro campo de experiencia. Hablar de un espacio tridimensional no tiene ningún significado, porque estamos viviendo en el tiempo. Por lo tanto, desde otros puntos de vista he hablado del cuerpo etérico como un organismo del tiempo. He dicho, por ejemplo, que aquí, en el organismo espacial, tenemos la cabeza y, digamos, la pierna; y si picamos o nos cortamos la pierna, la cabeza lo sentirá. Espacialmente, en este cuerpo espacial, un órgano está conectado con los demás. Entonces en el cuerpo del tiempo que consiste en procesos —procesos donde todo lo que yace en los fundamentos más profundos de nuestra naturaleza humana entre el nacimiento y la muerte está involucrado— cada detalle está conectado con todos los demás.

Recordarán que en las conferencias sobre educación, he dicho que si a cierta edad en la niñez hemos aprendido a tener reverencia, este poder de reverencia se transforma en años posteriores en un poder de gentileza y bendición que puede transmitirse a otros hombres. Por otro lado, aquellos que en su niñez nunca fueron capaces de venerar de la manera verdadera no pueden desplegar este poder para bendecir en la vida posterior. Así como en el organismo espacial, el pie o la pierna está conectado con la cabeza,  la juventud está conectada con la vejez y la vejez con la juventud. Es solo para la visión física externa que el mundo fluye en una dirección, del pasado al futuro. Para una visión más elevada también existe el flujo inverso, del futuro al pasado. Es en esta corriente, como ya he descrito, en la que entramos después de la muerte, viajando hacia atrás.

En el organismo del tiempo, todo está interconectado. Si el organismo espacial como un todo debe estar en orden, no puedes eliminar los órganos esenciales de él. No puedes, por ejemplo, eliminar una parte considerable de tu rostro sin arruinar todo el organismo. Del mismo modo, no puedes eliminar nada del hombre que siga su curso en el tiempo. Imaginen que en el organismo espacial, en el lugar donde están los ojos, hubiera un crecimiento bastante diferente: en lugar de ojos, algún tipo de tumor. Entonces no podrían ver porque los ojos están situados en un lugar definido en el organismo espacial y también en el organismo del tiempo —y ahora me refiero no solo al organismo del tiempo entre el nacimiento y la muerte, sino también al organismo del tiempo en el hombre que va más allá de todos los nacimientos y muertes— en este organismo del tiempo se incorpora todo lo que existe entre el nacimiento y la muerte y que en esta vida se desarrolla a través de conceptos, ideas, imágenes mentales, de un mundo espiritual. Y lo que así se desarrolla son los ojos para contemplar la existencia suprasensible. Si entre el nacimiento y la muerte no se desarrolla el conocimiento del mundo suprasensible, esto significará ceguera en la vida en el mundo suprasensible entre la muerte y el nuevo nacimiento, así como la ausencia de ojos significa ceguera en el organismo espacial. El hombre pasa por la muerte incluso si en la Tierra no adquiere ningún conocimiento del mundo suprasensible; pero entra entonces en un mundo donde no ve nada, donde solo puede andar a tientas.

Esta es la experiencia agonizante que es el corolario natural de la era materialista para alguien que tiene una verdadera percepción de la Ciencia de la Iniciación hoy. Él ve cómo los hombres en la Tierra caen en el materialismo; pero también sabe lo que significa este lapso para la vida espiritual. Él sabe que significa la erradicación de los ojos, que en la existencia que les espera después de la muerte, los hombres solo podrán andar a tientas. En la antigüedad, cuando existía un conocimiento instintivo del mundo suprasensible, los hombres pasaban por la puerta de la muerte y podían ver. Ese antiguo conocimiento instintivo suprasensible ahora está extinto. Hoy, el conocimiento espiritual debe ser adquirido conscientemente, el conocimiento espiritual, digo, no la clarividencia. Como siempre he enfatizado, la clarividencia también se puede lograr, pero eso no es lo esencial aquí. Lo esencial es que lo que se descubre a través de la investigación clarividente se entienda —como se puede entender— por la razón humana ordinaria, la razón humana sana. La clarividencia es necesaria para investigar estas cosas, pero no es necesaria para adquirir la facultad de ver en el mundo suprasensible después de la muerte. Y cualquiera que declare que el conocimiento ordinario adquirido a través de la sana razón humana no le da ojos para una existencia suprasensible, sino que para esto necesita clarividencia: cualquiera que hable así podría declarar que el hombre no puede pensar a menos que sus ojos piensen. Tan poco como en la vida física, necesitamos los ojos para pensar, el conocimiento de los mundos suprasensibles necesita clarividencia para los propósitos que estoy indicando hoy.

Naturalmente, no habría conocimiento suprasensible en la Tierra si no hubiera clarividencia; pero incluso el vidente debe hacer inteligible de la manera ordinaria lo que ve en lo suprasensible. No importa cuán poderosa sea la facultad clarividente de un hombre en la vida terrenal, por más clara que sea su visión del mundo espiritual, si fuera demasiado fácil para traer a la forma de ideas lógicas e inteligibles lo que ve en el mundo espiritual, aún estaría cegado en el mundo espiritual después de la muerte.

Lo que constituye el gran sufrimiento para alguien que tiene una idea de la Ciencia Espiritual moderna es que debe admitir: el materialismo hace a los hombres ciegos cuando pasan por la puerta de la muerte. Y aquí de nuevo hay algo que demuestra lo significativo que es para toda la existencia cósmica si el hombre de hoy se inclina hacia el conocimiento suprasensible o no. El momento en que es esencial para él ha llegado; el mismo progreso de la humanidad depende de que el hombre adquiera el conocimiento suprasensible.

 

Traducido por Gracia Muñoz en diciembre de 2017.