El Arcángel Micael y la Astrosofía

Del libro «El Cristianismo Cósmico y El rostro cambiante de la Cosmología» PARTE I

de Willi Sucher

English version  (p.38)

En múltiples ocasiones Rudolf Steiner dio unas indicaciones prácticas referentes a la relación de la humanidad moderna con el mundo estelar. En especial en una Carta que escribió el 25 de octubre de 1924 (Antroposofía, un camino de conocimiento, El misterio de Micael. GA 26, ver Nota 1) evocó la relación que existe entre la humanidad y el mundo de las estrellas desde el punto de vista de la misión y el trabajo del arcángel Micael. Ahí desarrolla dos aspectos, uno de los cuales se refiere a la encarnación: durante nuestro descenso hacia la reencarnación, Micael insiste en que dirijamos nuestro encuentro con la Tierra de tal manera que nuestro destino se corresponda con los movimientos y ritmos de los planetas del cielo. Hablando de manera práctica, en nuestro estado actual de evolución ya no habría necesidad de establecer esta relación con el mundo estelar durante nuestra encarnación. Que sea necesario se debe a la acción persistente de Micael: su intención es mantener todavía una unión entre las estrellas y la total evolución del mundo, gracias a la chispa espiritual del ser humano. Steiner continúa en esa carta diciendo que eso le produce a Micael «una satisfacción tan profunda que gran parte de su esencia vital, de su energía vital, de su voluntad que brilla como un sol, viven de esta satisfacción». Pero esto no es todo. Steiner indica una nueva relación potencial de la humanidad con el mundo estelar. No traemos con nosotros solamente a ese «compañero estelar» que se unió a nosotros con el nacimiento y del que se supone que tenemos que ser conscientes de su presencia. A medida que nos dirigimos hacia el futuro, se espera de nosotros que vayamos transformando este mundo estelar a través de nuestros actos terrenales. Así en un futuro muy lejano, habremos creado un nuevo Cosmos. A primera vista esto parece algo inalcanzable, por eso me gustaría describirlo ahora de manera muy concreta.

Voy a tomar como ejemplo la configuración en el momento del nacimiento de Beethoven, así como de los sucesos estelares durante su vida prenatal. Durante cientos, incluso miles de años, la Astrología tradicional sólo ha tenido en cuenta la configuración del cielo de nacimiento. Sin embargo existen indicios en ciertos documentos egipcios que sugieren que en Egipto se tenía en cuenta el conjunto del periodo prenatal en base a la llamada Trutina de Hermes (la ley de Hermes), que toma en cuenta los nueve meses, más o menos, antes del nacimiento, con diferencias individuales. Los egipcios pretendían que ellos habrían recibido esta sabiduría directamente de Hermes, el fundador de su civilización. La tradición fue, finalmente, puesta por escrito por dos Reyes-Sacerdotes, Nechepso y Petosiris. Los documentos en cuestión se hallan depositados en una biblioteca de Paris. Con dicha ley nos remontamos hasta el tiempo anterior al nacimiento, el más cercano al momento de la concepción. Eso nos permite calcular la llamada «Época» (de la concepción) a partir de una relación especial entre el Sol, la Luna y la Tierra. Sin embargo la ‘Época’ no es idéntica a la concepción.

¿Qué querría decir esta ‘Época’? Tenemos que considerarlo un suceso cósmico-espiritual. Rudolf Steiner lo ha descrito con todo detalle.[1] Cuando un alma se acerca al momento de su encarnación, más o menos en el momento de su concepción, todavía se encuentra en la esfera lunar, revestida de su cuerpo astral. Junto a éste trae el «germen espiritual» del cuerpo físico[2]. Se trata de un extracto dinámico salido de las doce constelaciones del zodiaco que representa el recuerdo del cuerpo de forma divina del ser humano que fue creado por las Jerarquías espirituales en un pasado muy remoto. Durante la mayor parte de su vida entre dos encarnaciones, el alma se esfuerza en reconstruir de nuevo este germen espiritual con ayuda de las Jerarquías espirituales. Más tarde, en el momento de la concepción, el alma tiene que separarse de él. Podríamos decir que este germen espiritual se le va de las manos al alma, uniéndose al germen físico, organizando a éste último, forzando la materia que se le ofrece para tomar la forma humana.

Durante este tiempo el alma está todavía en la esfera de la Luna, en el umbral de la puerta de la Tierra, vestida únicamente con el cuerpo astral. La experiencia de la pérdida de ese germen espiritual insta al alma a formarse el cuerpo etéreo individual a partir del éter cósmico. De esta manera en un momento dado el alma se encuentra en la esfera de la Luna, envuelta en su cuerpo astral y su cuerpo etéreo, estando lista en ese momento para descender sobre la Tierra para unirse al germen físico. Por regla general esto tiene lugar hacia la tercera semana del desarrollo del embrión, más o menos hacia el día dieciocho. Tenemos que distinguir entre la concepción y este momento en que el alma extrae su propio  cuerpo etéreo del éter cósmico. Esta es la ‘Época’ que los antiguos reconocían cuando seguían la ley hermética o ‘Trutina de Hermes’.

Dibujemos ahora la configuración del cielo, al menos en parte, durante los nueve meses del desarrollo prenatal de Beethoven. Tenemos que considerarla como una imagen del cuerpo etéreo del músico que se fue incorporando gradualmente a su cuerpo físico. Por lo que sabemos, Beethoven nació la noche del 15 al 16 de diciembre de 1770. En ese momento el Sol acababa de entrar en la constelación de Sagitario desde el punto de vista sideral (Fig. 4.1) Según nuestros cálculos de la fecha de la Época establecida siguiendo la ley hermética, nos remontamos ahora al momento en que el Sol estaba a punto de salir de la constelación de Piscis, hacia el 22 de marzo de 1770.

f4.1

Durante los nueve meses siguientes el Sol recorrió el zodiaco sobre la eclíptica alrededor de tres cuartos del círculo. Al margen de esto, se produjeron otras cosas en el Cosmos durante este periodo. Por ejemplo, el planeta Saturno atravesó la constelación del Cáncer sideral. En el momento de la Época, Marte se encontraba en oposición a Saturno en la constelación de Capricornio, es decir estaba entonces exactamente en la posición opuesta a la que ocupaba Saturno en el momento del nacimiento (Todo esto visto desde el punto de vista geocéntrico)

Ya hemos dicho que esta carta prenatal es una imagen del cuerpo etéreo que se ha unido al cuerpo físico. El cuerpo etéreo del hombre mantiene «vivo» el cuerpo físico durante su vida terrenal, combatiendo la tendencia natural a la descomposición de las substancias físico-materiales. Dicha descomposición no es más que la reacción natural de las substancias materiales disueltas, o que están nadando en el agua, como sucede en el interior del cuerpo humano. La misión del cuerpo etéreo es mantener la integridad del cuerpo físico, mantenerlo en «buen estado de salud», como se dice. Por esa razón en cierto sentido tiene que integrarse, identificarse con la forma espacial del organismo físico. Esto lo hemos representado en el diagrama en el recorrido del Sol, las tres cuartas partes del círculo del Sol, lo que da una imagen perfecta del embrión. Intensas investigaciones durante muchos años sobre este tema han demostrado que el movimiento del Sol dibuja la figura encogida típica del embrión.

En el diagrama hemos dibujado el embrión partiendo de la imagen de una cabeza humana en segundo plano. ¿Por qué? Porque queremos señalar que, como consecuencia de nuestra investigación, el embrión, en los primeros estadios de su desarrollo, es sobre todo «cabeza». El tronco y los miembros son sólo «puntos-germinales» que se desarrollan y crecen en los siguientes estadios. En este sentido, el embrión parece como si hubiera nacido de una cabeza. ¿Por qué tendría que ser así? ¿Por qué las proporciones típicas de la forma humana no se establecen ya desde el principio? Hay razones profundamente espirituales para que sea así, las cuales están asociadas a los sucesos que el ser humano vive entre dos encarnaciones. Cuando un ser humano muere la esencia espiritual de su cuerpo físico, que dio una forma típicamente humana a la materia, no muere, sólo se separa del cuerpo físico material, pero ella permanece «intacta» y se va transformando progresivamente en la cabeza de la próxima encarnación. ¿Cómo se puede comprender una cosa así? Vamos a intentar explicarlo con ayuda de la figura 4.2.

f4.2

Imaginémonos a un ser humano en el momento de entrar en el espacio cósmico-espiritual después de la muerte, podríamos decir, mientras se va dilatando hacia los confines del espacio. Seguramente no miraría hacia atrás, hacia la Tierra, ni estaría encogido hacia el interior. En un gesto majestuoso se alejaría hacia el Cosmos. Sólo podemos hacernos una idea con ayuda de la figura 4.2. Esta forma humana, forma dinámica que está totalmente vuelta hacia el exterior, se va transformando gradualmente para crear la cabeza de la próxima encarnación. No podemos tomar la cabeza de la encarnación anterior porque la ha dejado detrás, en la Tierra, inservible de tanto haberla usado. Pero los miembros del antiguo cuerpo físico se convierten entonces en las mandíbulas: los brazos en la mandíbula superior y las piernas en la mandíbula inferior. La estructura del nuevo cerebro, con todas sus circunvoluciones, proviene de los intestinos del último cuerpo físico, transformados. Reaparecen ahora en las curvas del nuevo cerebro. Todo esto no tiene lugar en un sentido físico material, sino como potencial dinámico, en el plano espiritual.

Así, de esta manera el «cuerpo-espíritu» de la encarnación precedente se ha transformado en la potencial forma de la cabeza de la encarnación posterior. Se mantiene en segundo plano tras la forma del embrión. A partir de esta cabeza, reminiscencia de la antigua encarnación, finalmente se desarrolla el embrión y la nueva forma del cuerpo humano. Lo transformado después entre la muerte y el nuevo nacimiento en los arquetipos de las mandíbulas da forma ahora a los nuevos miembros, y los arquetipos del cerebro trabajan en la formación del tronco y de los órganos internos. Sin embargo, esta forma está «dada la vuelta», está mirando hacia abajo, hacia la Tierra, hacia el representante de la Madre Tierra, como el cordón umbilical.

Comparad los sucesos cósmicos insertos en la cabeza arquetípica de Beethoven (Fig. 4.1) con uno de sus retratos. Sus rasgos, sobre todo la boca, no tienen nada que ver con los de un hombre feliz. Por el contrario, parecen los de un hombre que ha conservado mucho rencor. Al mismo tiempo se puede observar en él una fuerte determinación.  Nos preguntamos: ¿qué subyace en todo esto? Ya hemos indicado que en la configuración prenatal cósmica vemos la imagen del cuerpo etéreo. Este último lleva en sí los recuerdos kármicos de las encarnaciones precedentes, a pesar de que no entran a formar parte, por lo general, de nuestra consciencia humana, y ahí es donde debemos buscar las raíces de todo lo que se expresa en los rasgos del rostro de Beethoven.

Saturno se encontraba en Cáncer, una configuración bien conocida que se puede estudiar en El Cristianismo Cósmico[1]. Saturno estaba en Cáncer durante el periodo que Cristo estuvo presente en la Tierra. Esta configuración está por tanto muy ligada a los misterios de la evolución de la raza humana. Durante Sus tres años de permanencia en la Tierra, el Cristo trajo las fuerzas de redención a una Tierra y una Humanidad que habían descendido a gran profundidad. Esta caída tan profunda se expresa en la constelación de Cáncer. La mitología nórdica habla de ella como «el crepúsculo de los dioses», lo que significa la extinción del conocimiento de los dioses para la consciencia humana. En un lejano pasado, Asgard, el país de los dioses, estaba ligado a Midgard, el país de los hombres, a través del puente Bifrost. Esta imagen quiere revelarnos que la Humanidad de los tiempos antiguos tenía una consciencia del mundo espiritual divino, si bien era soñadora y nebulosa. El desarrollo del egoísmo humano destruyó esta consciencia: los dioses «perecieron» para la consciencia humana, y de esta manera el puente Bifrost que unía Asgard y Midgard fue destruido. En la mitología nórdica esta grandiosa historia está asociada a la constelación de Cáncer.

En la mitología griega esto se describe en cierto modo en la historia de Prometeo, y esa es la clave que necesitamos. La Ciencia del Espíritu nos enseña que, en un pasado muy lejano, la individualidad que vivió en Beethoven estuvo encarnada en Prometeo, el hijo del titán Jápeto. Prometeo decidió salvar a la raza humana y para ello robó el fuego de los dioses y lo trajo aquí abajo, a la Tierra, para la humanidad. Por hacerlo fue severamente castigado por Zeus que le hizo encadenar a una roca. Le colocó un buitre a su lado, para que pudiera abrirle por el costado y comerse su hígado. Durante la noche el hígado se reconstruía, renovando así el festín del buitre. Esta es otra descripción de la naturaleza de la constelación de Cáncer. Prometeo sufrió así un dolor sin fin hasta que fue liberado por Heracles mucho más tarde. Esta historia nos parece terriblemente injusta y atroz para un hombre que quería ayudar a la humanidad, dándole el acceso al fuego, por lo cual recibió un trato tan ingrato. Para comprender realmente su significado tenemos que penetrar bien en esta imagen para captar su significado más profundo. La acción de Prometeo fue un paso adelante en el camino hacia la emancipación de la humanidad de la guía y dominación del mundo divino. Su castigo fue ser encadenado a la materia y a la enfermedad. Podemos ver las huellas de este destino en la fisionomía de Beethoven, que él llevó consigo toda su vida. Sin embargo, también podemos ver su determinación que parece decir: «tengo que seguir aportando a la Tierra y a los hombres el fuego del entusiasmo y de la voluntad». Beethoven consiguió hacerlo a través de sus obras, con sus grandes sinfonías, en especial con la 9ª que habla de la chispa de la voluntad en los corazones humanos. Pero siempre estuvo perseguido por su destino pasado. También él fue encadenado «a la roca» de la enfermedad y de la limitación terrenal. Antes del retorno de Saturno, alrededor de los 30 años, a la posición que tenía en el momento del nacimiento, se quedó sordo: uno de los más penosos destinos para un compositor de su talla. A pesar de todo continuó legando a la humanidad, con verdadero empeño, las obras más bellas y con un poder artístico inigualable.

Encontramos este destino en la relación de Marte y Saturno (Fig. 4.1) Hay algo que sucede entre ambos que se refiere a un tipo de lucha, encarnizada y prolongada, un resurgir de grandiosos recuerdos cósmicos. Beethoven vivió este destino: sin duda, incluso antes de su nacimiento, había decidido hacerse cargo de él, para aportar aún más «fuego» a los hombres. La configuración estelar en el momento de su muerte nos sugiere que se hizo cargo de su destino: Saturno y Marte estaban entonces –el 26 de marzo de 1827– en las mismas posiciones del zodiaco que en el bautismo de Jesús de Nazaret (Saturno geocéntrico en la línea nodal ascendente de Júpiter y Marte en su propio nodo ascendente). Con esta configuración tenemos la confirmación de que Beethoven terminó acercándose íntimamente a la auténtica eclosión espiritual de la humanidad, muy cerca, en su esencia, del impulso de Cristo. Ahora tenemos que volver al otro aspecto de nuestra relación con el Cosmos.

Con este fin vamos a estudiar otra gran personalidad de la historia moderna: Rafael Sancio, el gran pintor del Renacimiento. Rafael murió el 6 de abril de 1520, un Viernes Santo. En el momento de su muerte (ver Fig. 4.3) la constelación de Escorpio se elevaba al este (la línea horizontal indica el plano del horizonte en el zodiaco). Además en ese día Júpiter acababa justo de entrar en Escorpio y la Luna, todavía menguante, no estaba muy lejos de Escorpio. Esto es sólo una parte de la configuración estelar en ese preciso momento, pero bastará ampliamente para el aspecto que nos ocupa ahora. El escorpión, con su aguijón envenenado, es en cierto sentido la imagen de la muerte. Algunos testimonios antiguos parecen sugerir que, en épocas pasadas, la humanidad percibía de manera clarividente en este lugar del zodiaco la imagen de un águila, el pájaro que puede volar y planear más alto por encima de la Tierra para vigilar el paisaje con la máxima amplitud. Sin duda era una imagen propia de la capacidad de clarividencia que tenían los hombres del pasado, como un don natural, que trascendía las limitaciones del tiempo. Con la pérdida de estas facultades instintivas, parecidas a sueños, el águila cayó de manera vertiginosa, por decirlo así, para convertirse en la imagen del escorpión con su dardo mortal. Así pues, la maravillosa individualidad que fue Rafael Sancio se apagó bajo la influencia de este aspecto.

f4.3.

¿Por qué ocurrió así? Este es un ejemplo magnífico que ilustra el hecho de que las relaciones de los hombres con el Cosmos han cambiado radicalmente. Cada vez más seremos llamados a aportar algo nuevo al Cosmos: los elementos esenciales que antes no estaban ahí. Se podría hablar entonces de una cierta redención, incluso una nueva vida, del Cosmos. Esto parece algo imposible, pero lo podemos probar, hasta un cierto punto, con precisión matemática. Cuando un hombre muere significa en realidad que la vida se retira del cuerpo físico. En ese caso la vida no es simplemente una abstracción, sino que la consideramos totalmente como un organismo, como un cuerpo etéreo o cuerpo vital que se separa del cuerpo físico en el momento de la muerte. Este cuerpo participa en la elaboración de la memoria universal en evolución y asimila igualmente el conjunto de la biografía del ser humano al que está ligado. Durante los tres primeros días después de la muerte, este cuerpo etéreo, ahora libre de su misión de mantener «vivo» el cuerpo físico, se presenta ante el alma como un cuadro panorámico que contiene todo el conjunto de la vida extinguida. Todos los sucesos que tuvieron lugar en una sucesión temporal aparecen ahora reunidos simultáneamente. Después de tres días, este cuadro desaparece para la visión del alma. En otras palabras, se disipa en el Cosmos, absorbido por el cosmos etéreo que es el mundo de los planetas. El Cosmos está ahí, esperando lo que le llega del ser humano. Aquel Viernes Santo de 1520, los planetas estaban ahí, esperando lo que Rafael les iba a trasmitir como frutos de su propia vida.

Todo esto puede parecer una imaginación insensata. ¿Cómo podemos probar lo que acabamos de decir? Hay que volverse hacia Saturno, que es el órgano de la memoria cósmica, y que preparó así el cuadro vivo de la encarnación de Rafael. Cuando éste murió, Saturno se encontraba por debajo de la línea del horizonte, al Este, en la constelación de Capricornio. A través de nuestros cálculos hemos podido saber que, en un momento dado de la vida de Rafael, Saturno había ocupado esta misma posición en 1491, memorizando lo que estaba sucediendo en la Tierra a gran escala cósmica, por ejemplo, en relación a lo que rodeaba al personaje de Rafael. Esta es la «técnica» que emplea Saturno para preparar el cuadro etéreo. Además, hemos comprobado que en 1514-1515 Saturno ocupaba las mismas posiciones de la Luna y de Júpiter en el momento de su muerte. En 1491, cuando Rafael tenía 8 años, murió su madre. Este suceso tuvo por cierto una profunda influencia en su desarrollo. Ya no tenía madre terrenal. Sin embargo, podemos imaginar que el alma de su madre, desde las esferas espirituales en las que acababa de penetrar, ayudó a su joven hijo en su desarrollo. De esta etapa decisiva en la vida de Rafael, Saturno «se acordó» cuando él estaba en Capricornio. En 1514-1515 Rafael vivió una fase muy importante de su vida. Ya antes había pintado muchos cuadros de la Virgen, como sabemos, pero en este periodo pintó la «Madona Sixtina» que representa en cierto sentido el cuadro más destacado de todas sus pinturas de la Virgen. En ese preciso momento Saturno se encontraba en Escorpio. De entre todos los miles de sucesos que estaban teniendo lugar en la Tierra en ese momento, Saturno estaba muy atento al trabajo de Rafael y lo incluyó en su memoria cósmica. Más tarde, en el momento de la muerte, primero la Luna y después Júpiter ocuparon las posiciones del zodiaco –la crónica cósmica– en las que previamente Saturno había inscrito sus «observaciones». Estos planetas recibieron en su cabeza estos recuerdos y entonces se nos presenta de pronto ante nosotros una imagen completamente nueva de Escorpio. Le conocemos como imagen del animal que posee un aguijón venenoso, pero ahora aparece en el cielo la imagen de la divina Sofía. Puede parecer curioso, pero es Ella la que Rafael esbozó en sus pinturas, en especial en la Madona Sixtina. No se trata simplemente de la imagen de la madre terrenal de Jesús, sino que es la divina Sofía, la sabiduría de los dioses que posada en la Luna creciente avanza hacia Júpiter, el planeta de la sabiduría cósmica (Fig. 4.4.) La configuración del cielo en el momento de la muerte de Rafael era la señal inequívoca de la divina Sofía. A través de ello se imprimió en Escorpio un elemento de redención gracias a Júpiter, lo que podría estar anunciando un cambio en el carácter de la constelación de Escorpio para el porvenir.

f44

Ahora podemos preguntarnos –y sería una pregunta legítima– ¿cómo va a evolucionar esta impregnación en la esfera de Júpiter y de Saturno? Según parece ha sido preservada en el Cosmos, hasta que las almas que se hayan preparado para ello, puedan retomar este impulso y lo hagan progresar. Una de estas almas fue el filósofo ruso Wladimir Soloviev[1]. En el momento de su nacimiento Júpiter estaba de nuevo en la constelación de Escorpio o, mejor dicho, Júpiter atravesó esta constelación durante su desarrollo prenatal. Podemos suponer, entonces, que Soloviev pudo, durante su camino hacia la encarnación, apropiarse de este impulso que Rafael había impreso en este Júpiter y en esta Luna en Escorpio. ¿Podemos encontrar una confirmación de esto? La respuesta es positiva: estudiando la vida de Soloviev tenemos una confirmación de lo más dramática. Escribió un poema titulado «Los tres encuentros» en el que describe sus tres encuentros con la divina Sofía o, como la llama él, la Sophia Hagria. Una vez, siendo niño, se encontraba en una catedral rusa ante la reja que separaba el coro de la asamblea de fieles: y ahí tuvo por primera vez la visión de la divina Sofía. Más tarde, estudió teología. Con ocasión de uno de sus viajes, fue a Inglaterra y estando sentado en la sala de lectura del British Museum tuvo de nuevo una visión de la divina Sofía y, según nos lo cuenta, Ella le dijo que debía ir a Egipto, directamente al desierto, pues allí Ella se le revelaría en toda su gloria cósmica. Soloviev partió rápidamente para Egipto, con buen ánimo, a pesar de que todos le dijeron que era muy peligroso. Fue al desierto, vestido con una larga capa y un sombrero negro, como iban los estudiantes de teología en aquellos tiempos. De inmediato los beduinos le tomaron por el mismísimo diablo y casi le matan. Pero sobrevivió y permaneció tendido sobre la arena toda la noche, en el desierto que estaba poblado de animales salvajes. Por la mañana, a la salida del Sol tuvo la visión más gloriosa de la divina Sofía, así como la más grandiosa conversación con Ella. Esta experiencia le acompañó toda su vida, a través de sus estudios. Sus libros sobre la religión, sobre la filosofía o sobre el cristianismo son un testimonio de ello y seguramente no habrían podido ser escritos sin esta experiencia. Así pues, lo que Rafael imprimió en Escorpio, resurgió gracias a Júpiter. Soloviev fue capaz, en virtud de su destino y sus encarnaciones precedentes, de atraparlo y traerlo a la Tierra. Evidentemente él no pintó la divina Sofía o la Madona como lo hizo Rafael, pero a su manera tuvo la experiencia y la edificó y exaltó dentro de su alma.

He aquí un ejemplo que muestra cómo la raza humana transforma el Cosmos; cómo la constelación de Escorpio fue penetrada realmente por ciertas imaginaciones morales magníficas. Y sin embargo esto no es más que el comienzo: cada vez más imaginaciones irán manifestándose en nosotros, a medida que vayamos avanzando hacia el futuro. A pesar de todo lo que acabamos de mencionar no es un ejemplo aislado de nuestra época. Hay otros muchos ejemplos que dan testimonio de la transformación del zodiaco y de los planetas. Por ejemplo, la muerte, en el caso de Rafael se convierte en un nacimiento espiritual. Creemos que una de las tareas de la nueva cosmología es elevar las experiencias interiores de los hombres hacia las alturas de un conocimiento preciso y científico de la realidad del mundo espiritual. Hasta ahora sólo nos hemos ocupado de un aspecto del asterograma estelar: el que está ligado a los tres primeros días después de la muerte, con la disolución del cuerpo etéreo en el éter cósmico. Pero hay más. En tales configuraciones estelares se puede tomar consciencia de la progresión del alma después de franquear el umbral de la muerte, así como evaluar las posibilidades para la próxima encarnación. Todo ello está contenido en el asterograma del «nacimiento espiritual» y es accesible si se emprende la investigación con regularidad. Por ejemplo, el tiempo transcurrido entre la muerte de Rafael y el nacimiento de Novalis, la siguiente encarnación del pintor, estaba contenido como germen en la última configuración del cielo en el momento de su muerte. Los 252 años que van desde 1520 a 1772, las dos encarnaciones ya estaban incluidas en el mapa estelar de 1520, evidentemente sólo como posibilidades en potencia. De hecho, la indicación es de triple naturaleza: la Luna, el Sol y Saturno presentan, es un decir, sus sugerencias en lo que respecta al futuro, cada uno de ellos en el ritmo que le es propio.

No somos una coincidencia insignificante en el planeta Tierra. Una cosmología y astrología espirituales, realmente modernas, pueden revelar realmente que los frutos de los esfuerzos humanos realizados en este planeta, pueden ser muy importantes, incluso creadores, para el Cosmos. Después de mucho tiempo de separación del Cosmos espiritual, hemos desarrollado el Yo. Con todo el potencial de realización de uno mismo, podemos ahora de nuevo sobrepasarnos a nosotros mismos para llegar a ser ciudadanos del Universo, con los pies firmemente apoyados en la Tierra, trabajando al mismo tiempo con las fuerzas del Universo. Así como aprendimos a trabajar el suelo de nuestro planeta, debemos igualmente comenzar a cultivar, en nuestra época, a plantar y hacer fértiles los campos del Cosmos. Estamos hablando de unas perspectivas considerables que exigen una gran responsabilidad al ser humano, así como a la voluntad de trabajar con ardor para construir el futuro, aunque en la actualidad las posibilidades de hacerlo nos parezcan muy reducidas. Si sólo unos pocos seres humanos pueden, en las circunstancias imperantes, aceptar y vivir esto
entonces podemos tener la esperanza y la confianza de que el camino de la humanidad hacia el futuro seguirá abierto.

Traducido del francés por Maribel Garcia Polo 

[1] https://corpuslux.blogspot.com/2021/05/el-misterio-de-miguel-capitulo-vi-el.html

[2]  Ver  también: “De Jesús a Cristo”(6ª Conferencia). R. Steiner. Editorial R. Steiner, Madrid

[3] Ver nota 11.

[4] Wladimir Solovier, 1853-1900, poeta-filósofo ruso.