El Grial

Conferencia no revisada de Willi Sucher, Junio 1955

Traducida al castellano por Gracia Muñoz y Linda Rgamez.

El Dr. Steiner dejó muy claro que la historia del Rey Arturo y sus caballeros representaba al alma sensible del ser humano, la del Santo Grial al alma racional, y la de Parsifal, al alma consciente. Estas tres fuerzas anímicas están corroboradas tanto por Aristóteles como por Tomás de Aquino, aunque no sean totalmente idénticas a las fuerzas del pensamiento, sentimiento y voluntad.

La historia de Arturo hace referencia a los doce sentidos, los doce caballeros y sus doce batallas. El alma sensible al del reino de los sentidos donde tiene lugar el interés por el mundo exterior, la vida de la naturaleza y las aventuras de la vida. El alma racional trabaja a través de la esfera rítmica, la respiración y la circulación sanguínea,  la memoria y la experiencia adquirida. El alma consciente trabaja en el reino de la voluntad, el metabolismo, la actividad, la comprensión y la capacidad de llevar las cosas a la práctica.

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En el plano espiritual, el desarrollo esotérico transforma estas tres fuerzas del alma para que podamos llevar nuestra «buena»  voluntad a nuestro pensamiento y «domesticar» los pensamientos con la esfera de la voluntad. De esta manera, nuestro pensamiento se vivifica a través de la actividad de la voluntad, y nuestros actos volitivos se ordenan y controlan por la disciplina de nuestros pensamientos. Sólo por esta interacción armoniosa entre la esfera superior e inferior de nuestro ser, puede la esfera intermedia, la rítmica, la esfera del sentimiento, armonizarse. Esto hace surgir el sentimiento altruista que resuena en las palabras de San Pablo: «No yo, sino Cristo en mí” tanto para ser, como para hacer.

El alma racional no es la simple inteligencia, sino la sabiduría penetrada por el altruismo. Por lo tanto, está situada en el corazón en lugar de (como sería de esperar) la cabeza.

El alma sensible esta entronizada, no en el corazón, sino en el ámbito de la cabeza, de los sentidos, y ahí los pensamientos pueden “abrasarse” ante un sentir egoísta.

Hoy vamos a hablar de este aspecto del Grial como representación del alma racional. En alemán se llama «Gemüt»,  que no significa un estado de ánimo, sino una permanente inteligencia profunda y sincera, en la que el corazón está totalmente abierto a la inteligencia cósmica.

Sin embargo, el aspecto de Parsifal en el ser humano, es el del alma consciente. Parsifal le dijo al caballero que le entrenaron para no hacer demasiadas preguntas, ya que no era ni cortés, ni signo de una buena educación. En consecuencia, al obedecer este consejo, falló en su tarea. En la época actual debemos hacer preguntas;  preguntas correctas. ¿Qué fue lo que Parsifal no preguntó?.  El fracasó al no hacer la pregunta a Amfortas, el custodio del Grial: «Hermano, ¿qué es lo que te aflige?». Es este amor ardiente por todos los demás el que nos debe poseer, en lugar de una falta de interés. Cuando Parsifal volvió años más tarde, como un hombre más sabio y reflexivo, curó a Amfortas con su amoroso interés. Esto es lo que tenemos que aprender en esta época que va en contra de toda aceptación ciega de la «autoridad», donde se nos educa para qué nos limitemos a hacer lo que se nos dice que hagamos.

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Cada individuo pasa por estas tres etapas de la vida.

  1. Arturo representa la etapa del alma más bien dormida, en la que ni siquiera utilizamos nuestros sentidos con suficiente lucidez mental.
  2. El Grial, donde nos despertamos, pero  (duda).
  3. Y con Parsifal (inseguridad).

El alma sensible creó los Santos glifos (los jeroglíficos)  en el antiguo Egipto, que fue una civilización llena de colorido, de pintura. Los griegos, y sobre todo los romanos, trajeron un alfabeto ya más abstracto, mientras que las fuerzas arquitectónicas de la época moderna se dedican en exceso al mundo de las máquinas con motor. Los griegos ponían su acento en la escultura, pues el alma racional, que trabaja más en el reino etérico, estaba muy desarrollada en ellos. Cuando se retira el etérico de nuestros órganos, nos encontramos invadidos por recuerdos. La enfermedad de Amfortas estaba en el cuerpo etérico. Debemos desarrollar la memoria y la voluntad, pero la gente de hoy no es capaz de superar esa brecha. Se nos habla de Amfortas: «de su ardiente herida». Algo había muerto en su cuerpo etéreo y ha muerto en todos nosotros.

El artista pinta el alma, porque el alma vive en el color de la imagen, el escultor revela la vida y el arquitecto crea algo que está muerto. No obstante, «la muerte puede ser dadora de vida» y dadora de Vida es la Sangre de Nuestro Señor.

Sin embargo, la Sangre de Cristo en el Vaso Santo no llega a ser plenamente el Santo Grial. Para ello debe aparecer una paloma a modo de Espíritu Santo. ¿Qué es el Espíritu Santo?. ¿Alguna vez han visto la forma del pulmón cuando inhalamos?. ¿No es como un pájaro?. El significado latín de «spirare» es respirar; salvo que exhalamos dióxido de carbono. Sólo el Cristo exhala oxígeno, Vida, y fue Él quien sopló sobre los discípulos diciendo: «Recibid el Espíritu Santo».

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Sabemos que el trueno limpia el aire, como sucedió cuando se dio a Moisés los Diez Mandamientos. El trueno es enviado para transformar el aire de modo que podamos respirar de nuevo ozono vivificante. Cristo vino a transformar las heridas, para que podamos respirar Vida otra vez y para darnos al Espíritu Santo. Él dio Su Sangre y al Espíritu Santo a la humanidad; para que pudiéramos renovar el corazón y la respiración. Para limpiar el alma racional, y que la sangre deviniese santa, sin pasiones y así recibir al Cristo y su curación. Es decir: la sangre del Gólgota y la paloma de Pentecostés. En Amfortas ni el corazón ni la respiración estaban en equilibrio, ni lo están en nuestro tiempo.

¿Quién siente más profundamente esta herida en la humanidad moderna?. Goethe escribió:

“Dos almas ¡ay de mi!, imperan en mi pecho y cada una de la otra anhela desprenderse. Una, con apasionado amor que nunca se fatiga, como con garras de acero a lo terreno se aferra; la otra a trascender las nieblas terrestres aspira, buscando reinos afines y de más alta estirpe”

Esta gran lucha entre el Espíritu del Macrocosmos y el de la Tierra resultó del encuentro de Fausto con Mefistófeles. Pero los seres humanos modernos no podemos armonizar los elementos superiores e inferiores por nosotros mismos. Sólo lo hemos conseguido externamente con la vinculación de las teorías abstractas y la física de un mundo mecanizado, sin Espíritu.

Lo que Egipto debió dar a Grecia ahora es la parte muerta en el ser humano. La realidad de Egipto estaba en su sensación de expansión a través de los sentidos hacia todas las direcciones, incluida la esfera de las estrellas. Egipto sentía el latir vivo del cosmos en su corazón, y es esta lectura del guión de las estrella lo que se ha perdido, quedando solo el jeroglífico. Ya no podemos alcanzar a Isis y Osiris, que eran la vida de Egipto. No podemos ir más allá de la muerte.

Esta fue la experiencia de Parsifal en el castillo del Grial. Y la de los que llegaron a escribir sobre las estrellas de Egipto de una manera viviente. Esta vida ya no reside en el dominio de la actual astrología decadente, dado que las estrellas en su brillar hablan de un amor divino. Las estrellas nos hablan cósmicamente, pero el elemento inspirador como Palabra Divina, lo hemos perdido. Lo que las estrellas escriben, es lo que Dios habla, pero nuestra verdadera percepción está muerta.

Los doce sentidos son la imagen de las doce constelaciones de estrellas, del zodiaco, representadas por los doce caballeros de la Tabla Redonda y el rey Arturo. Tenemos que recordar que cuando el reino medio en nosotros – el sentimiento,  el sistema rítmico – deja de funcionar, los reinos inferiores inundarán los reinos superiores y viceversa. Sabemos que el castillo del Grial se encuentra en el reino de la garganta, y el reino de Klingsor en las profundidades y que la humanidad no puede hacer frente a estas fuerzas inferiores. Sabemos que Klingsor vivía en Sicilia en un castillo, cuyo nombre en árabe significa el Castillo de los Robles. Y sabemos, también, que llamó a los árabes para que le ayudaran a derrotar a sus oponentes; desde su residencia podía ver África, el único lugar posible en Sicilia, y  África es la cuna del arabismo. Allí las fuerzas inferiores de Klingsor se fortalecieron en su amor por Iblis (que en árabe significa, Lucifer). Al vincularse a Lucifer, atrajo al arabismo contra las fuerzas superiores en los seres humanos: el elemento abstracto, Ahrimánico. Pero el esposo de Iblis se vengó castrando a Klingsor, es decir, destruyendo su fertilidad. En nuestra era moderna, Klingsor representa aquello que no está en condiciones de hacer frente a ciertas fuerzas, y por lo tanto poder «santificarlas», sin embargo, debemos tener en cuenta que esta castración fue un accidente exterior, no algo interior.

El mundo de las estrellas ya no nos alcanza, así que ahora tenemos que abordarlo nosotros aquí, en la tierra. Desgraciadamente, la reducción de las fuerzas de la humanidad está muy activada. No podemos erradicadas, pero sí entretejerlas  vigorizando las fuerzas de la voluntad, elevando el elemento del pensamiento y así el pensamiento podrá activarse y controlar la voluntad para alcanzar el estado del sentimiento altruista.

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Klingsor lucha contra Amfortas  utilizando la Lanza Sagrada de Cristo causándole una herida. Sin embargo, el verdadero dueño de esa «lanza» es Parsifal, el alma consciente.

Si visitan Sicilia, encontraran que estas fuerzas aún permanecen allí, podemos entrar en contacto con esa misma corriente subterránea. Fue Klingsor quien llevó la corriente intelectual árabe a Europa. Pero no podrán ver el castillo donde residió Klingsor, sólo el abismo en el que se hundió, pues en el tiempo hubo un terremoto. Amfortas, Parsifal y Klingsor,  viven en todos nosotros.

Cuando Cristo murió en la cruz, su sangre impregnó la Tierra,  José de Arimatea pudo recoger una parte y algo de la misma también se disolvió en el ambiente. Incluso hubo un Papa que escribió un libro sobre las reliquias de la Sangre de Cristo y dijo: «Sin duda, la sangre también ha resucitado». Por la noche, respiramos de manera diferente a la forma en que lo hacemos durante el día, es entonces cuando aspiramos la sangre de Cristo, e incluso podemos llegar a ser conscientes de ello. «No yo, sino el Cristo en mí». Esta consciencia desde el corazón se eleva hasta el cerebro y sale a través de la fontanela, al igual que las llamas de Pentecostés. Estas son las lenguas de la inspiración.

Ya no necesitamos la Palabra Perdida de Egipto, ni necesitamos ser los Hijos de la Viuda por más tiempo. Cuando Osiris murió, envió un rayo de luz, no al vientre de Isis, sino a su corazón, de ese rayo de luz nació Horus y desde el corazón podemos volver a escuchar  la Palabra Perdida. A través de Gólgota y por Isis, esta Palabra es llevada al corazón  con el nacimiento de Horus. Los rayos del corazón dan calor a los 12 nervios del cerebro, nutriéndolos con la Santa Sangre. Estos nervios son los doce Caballeros Sagrados, los doce signos del Zodíaco y la conciencia del Gólgota.

Cuando Klingsor arroja la lanza, Parsifal la coge y la lleva a la curación del Santo Grial a través de la inspiración. Con esta Lanza Sagrada que traspasó el Cuerpo de Cristo ​​de manera que el agua y el vino (la sangre y su suero) pudieron fluir a la Tierra para salvarla el Cuerpo intacto de Cristo, la música de las esferas resucita de nuevo, para que la humanidad la pueda alcanzar.

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©Astrosophy Research Center 2012 – ISBN – 1888686-11-1

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