La Pascua

Publicaciones para una nueva cultura – Artículo por John Seeker (pseudónimo utilizado por Willi Sucher)

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El declive general en la vida cultural de la civilización humana ha visto madurar una inhabilidad casi completa por la comprensión y el festejo de las grandes festividades del año cristiano. Por lo tanto, pareciera ser necesario abrir nuevos portales hacia la comprensión sobre los hechos conectados a tales festividades.

Durante la Pascua, la humanidad cristiana conmemora la Muerte y la Resurrección del Cristo Jesús. Según la tradición, se celebra el domingo que sigue a la primera Luna llena de primavera.

Por medio de la cognición común y corriente, la humanidad moderna ya no es capaz de comprender estos dos hechos. En ningún lugar del mundo –el que percibimos gracias a los sentidos– podemos encontrar algo que sugiera la posibilidad de que el hombre resucite de la muerte, tal como se describe en los Evangelios. Paulatinamente, esto se fue tornando en una cuestión de fe. Hoy en día, la humanidad moderna demanda un conocimiento aceptable al intelecto y no meras creencias de las confesiones cristianas. Y así, en tanto el conocimiento no pueda penetrar hasta los hechos reales que están detrás del suceso histórico de Pascua, este festejo se verá menos comprendido y se lo tomara menos en serio.

Además, el hecho de que esta época pascual se estime partiendo de condiciones cósmicas tampoco logra ser comprendido por el pensamiento moderno. La gente se ha emancipado tanto de la naturaleza gracias a la tecnología, que no pareciera necesario tener que regular ningún festejo acorde a las condiciones pertinentes a los cielos estelares. Por ende, la tendencia actual pretende acabar con la tradicional movilidad del festejo pascual. El efecto moral que resulta de esta celebración a ser acordada según las condiciones cósmicas, sólo causa disturbios en el calcular del mundo de los negocios. De aquí que se haya propuesto fijarla a una cierta fecha, por ejemplo, tal como la celebración navideña está fijada al 25 de Diciembre.

Detrás de todo esto está el hecho de que la Pascua se ha convertido en objeto de mera tradición. Difícilmente se ve ligada a una experiencia interior, y tranquilamente se podría establecer como tiempo vacacional a disposición del recreo usual de la estación. Se ha tornado un desafío para el mundo moderno, junto con los demás festejos cristianos, y ante todo debemos decidir si queremos tener simplemente unas vacaciones públicas en lugar de Pascua, o si deseamos hacer de ésta una festividad de verdadera devoción y fortaleza interior religiosas.

Pero ¿cómo podemos hallar nuevamente en la Festividad Pascual una fuente de experiencia y de fortaleza interior?.

Podemos intentarlo por medio del punto de vista de las estaciones anuales. Esto ocurre durante la Primavera, después del equinoccio. Es la época del año en que quedan atrás las largas, oscuras y frías noches invernales, gracias al Sol que asciende. Los días se extienden, y el calor y la luz llenan nuevamente la vida de la Tierra. La naturaleza despierta de su profundo sueño e incontables florecillas y hojas surgen del letargo desde las semillas y los brotes. El estéril paisaje invernal pronto se ve transformado en una bella carpeta de brillantes colores.

¿No es la Primavera una imagen verdadera del poder de resurrección inherente a la naturaleza?. Cada año, el calor y la luz resurgen de los signos de la muerte. El hielo y la nieve invernal se derriten; el suelo congelado se suaviza cubriéndose de abundantes manifestaciones de vida. Incluso el proceso de germinación nos provee de una verdadera imagen acerca de la muerte sucedida el Viernes Santo. Ya que millones y millones de semillas enterradas en la matriz terrestre han de morir para que sea posible el resurgir de la vida.

Por decirlo de algún modo, la naturaleza nos brinda ‘muletas’ sobre las cuales sostener una comprensión acerca del Viernes Santo y la Pascua. No fue una persona quien decidió sobre esta época del año la celebración de la Pascua, sino que los sucesos descritos en los Evangelios tuvieron lugar realmente en Primavera, hacia la época de la Pascua judía. Fueron los poderes del destino quienes se encargaron de generar esta coincidencia.

Ahora bien, debemos confesar que la imagen sobre la naturaleza en Primavera sólo nos presta ‘muletas’ para la comprensión de la Pascua. Esta solo nos ayuda a lo largo de cierta parte del camino hacia la comprehensión de esta festividad; pero después ya no es suficiente. Ya que si bien percibimos la imagen de la resurrección en la naturaleza, como seres pensantes sabemos muy bien que todo ese esplendor decae en Otoño, cuando las noches comienzan a alargarse otra vez, y la oscuridad y el frío hacen desaparecer a la hermosa carpeta de color y vida. Es así como las manifestaciones de la naturaleza no proveen realmente una imagen de la Resurrección tal como la que deseamos encontrar, en conexión con el Cristo. Esta semeja un eterno círculo de destrucción y recreación. Sobre todo las personas con mentes orientadas a la ciencia moderna, saben muy bien que este círculo cesará su actividad en un futuro lejano. La gente sabe acerca de esto, e intenta incluso precalcular la época en la que este planeta sobre el cual vivimos ya no recibira ni luz ni calor desde el Sol decadente. Para entonces ya no existirá una vegetación sobre la Tierra; la muerte prevalecerá sobre la naturaleza. Por ende, también la Naturaleza nos deja sin respuesta a la pregunta que hemos de proponer cuando nos vemos confrontados al mensaje de la Pascua.

También nosotros estamos ligados al destino de la Naturaleza, puesto que nuestro cuerpo es parte de ella. Sabemos que algún día, nuestro cuerpo se desgastará; hemos de morir inevitablemente, y nada en el mundo de nuestras experiencias sensoriales sugiere la existencia de una parte imperecedera en nosotros, más allá de lo que desaparece con el transcurso de los sucesos naturales.

Fuere como fuere, la imagen de la Resurrección del Cristo persiste. ¿Puede la Humanidad moderna apreciarla como una verdad, más allá de los meros registros tradicionales?. Salvarnos del devenir incesante de la naturaleza depende de la respuesta a esta pregunta. Habremos de decir que si, que existe una respuesta y que puede ser experimentada por cada ser humano en forma personal.

La vida del Cristo abarca el tiempo que va desde Navidad hasta Pascua. Nació durante la Nochebuena; muere en la cruz un Viernes Santo y resurge desde la tumba durante la Pascua. Entre estos dos sucesos fundamentales se extiende un tiempo de 33 años, treinta hasta el Bautismo en el Jordán y tres años de ministerio efectivo. El Amor divino nace la noche de Navidad; durante los sucesos pascuales –33 años más tarde– este impulso resucitó y halló una morada en la gente, por el bien de su realización.

Desde aquella época, este ritmo de 33 años, el ritmo establecido por el nacimiento de un impulso hasta su resurrección y realización, se encuentra arraigado profundamente en la historia y en las actividades de la humanidad. Esto ya no puede negarse, y reconocerlo puede abrir las puertas que permiten el acceso al gran mensaje de la Pascua dentro de cada ser humano individual, si éste predispone su voluntad a tal efecto (Rudolf Steiner, el gran maestro de la nueva revelación espiritual, fue el primero en enfatizar el hecho que subyace al ritmo de 33 años, en referencia a los sucesos históricos).

En 1113, el gran San Bernardo de Claivaux ingresa como monje en el monasterio de Citeaux. Siguió la estricta disciplina de la vida monástica con gran energía y un fervor religioso indesviable. Llevó a cabo las prácticas hasta el agotamiento físico total. La vida monástica medieval ya no es aplicable al hombre contemporáneo. Pero para los monjes de entonces significaba un desarrollo de fuerzas volitivas inusuales, muy superiores a las de la gente común y corriente. Para San Bernardo, el año 1113 fue la época en donde nacieron fuerzas volitivas tremendas, en relación a la vida religiosa. Significó realmente una época navideña para él. Treinta y tres años después, este impulso volitivo que había nacido en 1113 resucita, y se manifiesta poderosamente a sí mismo como impulso mundial histórico. Ya que en 1146, San Bernardo proclamó a la 2ª Cruzada por toda Europa y gracias a una elocuencia brillante, encendió el entusiasmo de miles de personas por esta idea.

El fracaso de la 2ª Cruzada merece otro estudio. Pero el ejemplo de San Bernardo expone cómo un impulso anímico tan fuerte puede permanecer en letargo dentro de una persona, hasta que llega el día en que surge poderosamente, superando todo obstáculo en su camino. Este impulso, nacido en lo más profundo de la intimidad de San Bernardo, requirió de treinta y tres años para poder resucitar dentro de la humanidad. Este tiempo corresponde al período de vida del Cristo que va desde Navidad hasta Pascua, y abre las puertas a la experiencia del poder de la Resurrección, de su inmortalidad, que fue otorgado al mundo por el Cristo Jesús.

Pero esta manifestación del desarrollo de un impulso anímico, desde su nacimiento hasta la resurrección no está confinada solamente a la vida humana terrestre. Su poder creativo se revela incluso más acentuadamente al dejar atrás las ataduras que sujetan a la vida al cuerpo mortal.

El príncipe Enrique de Portugal, usualmente llamado ‘el navegante’, aplicó todas sus capacidades casi exclusivamente en el esfuerzo de hallar un pasaje marítimo hacia la India y el Asia oriental. Realizó numerosos intentos con grandes sacrificios, que lo llevaron lejos por la costa oeste de África. Ahora bien, al fallecer el 13 de Noviembre de 1460, el objetivo final –el rodeo por la costa sur africana– todavía no había sido logrado. Podría decirse que al acaecer su muerte, su impulso (que hasta entonces había sido una cuestión personal) se torna en el interés de toda la humanidad civilizada. Nace, por así decirlo, dentro de la humanidad. Y 33 años tras la muerte de Enrique, en Marzo de 1493, Colón retorna desde el Oeste y le cuenta al mundo atónito que había hallado el pasaje hasta la India. No sabía que había descubierto un continente hasta ahora desconocido. Su idea se basaba en que si la Tierra fuese redonda, entonces cabría la posibilidad de establecer un pasaje hasta la India, tanto por el Este como el Oeste. El eligió el camino por el Oeste y descubrió América.

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Enrique el Navegante

 

En este caso, un impulso o una idea se apoderaron de un hombre. El no fue capaz de realizarlo por él mismo, y al morir lo dejó tras sí como una especie de testamento espiritual para la humanidad. Ya que 33 años después quedó celebrada su resurrección y su realización. No obstante, el resultado fue diferente al modo en que existía en las mentes humanas. En lugar de ser un pasaje hasta la India, resultó ser el descubrimiento de un nuevo continente. De este modo, impulsos e ideas revelan poseer propósitos diferentes a los deseos comunes de los humanos. Este hecho revela justamente la existencia real  e independiente, como lo son los objetos en el mundo material. Pero incluso los seres humanos individuales pueden ganar una existencia superior e inmortal, de volverse capaces de penetrar hasta su naturaleza esencial.

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El nacimiento de tales impulsos dentro del alma humana puede significar a veces una experiencia dolorosa, teniendo lugar en medio de la desesperación interior y la depresión.

El famoso pintor y escultor italiano Michelangelo (1475-1564) atravesó por una crisis de vida muy dificultosa. Fue un punto de inflexión para él (en 1505), y luego se vio inclinado a cultivar una actitud depresiva y de pesadez. También aquí podemos reconocer el ingreso de un impulso espiritual en el alma de Michelangelo. Puesto que 33 años más tarde, éste se revela y manifiesta majestuosamente a través de su pintura ‘El Juicio Final’ (1535 en adelante) en la Capilla Sixtina. Lo que se había mostrado como pesadez y depresión al nacer, alcanza su resurrección a través de la pintura como una Imaginación gigantesca del juicio del Cristo por sobre las almas.

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Ninguno de los impulsos espirituales que ingresan en el mundo a través de las almas humanas se pierde, aunque puede que se los rechace por un tiempo. Las personas que por destino están provistas de lo necesario para concebir tales ideas, posiblemente no se identifiquen siempre con estas ideas ni pretendan luchar por su realización; pero las ideas son seres inmortales, y reaparecerán desde otras almas buscando allí su resurrección.

Pero ¿qué sucede con aquellos impulsos que parecen ser destructivos en la historia humana?. Su existencia y su desarrollo concretan finalmente la manifestación y la realización del Bien. Estos también están involucrados dentro del mismo ritmo de 33 años.

La crucifixión del Cristo tuvo lugar, según las fuentes fidedignas, en el año 33 DC. Los Hechos apostólicos nos narran acerca de la persecución que sufrió la primera pequeña comunidad cristiana bajo los judíos. En esto consistió la gran tragedia del pueblo judío: negaron que el Cristo fuese el Mesías, por quien esperaban desde el inicio de su existencia como nación. En su lugar, nace un impulso de odio que también se desarrolló dentro de un período de 33 años. En la Primavera del año 66 DC comienza la denominada Guerra Judía, la cual duró siete años; y en medio se lleva a cabo la destrucción de Jerusalén y su templo.

En este caso, el impulso nacido el año 33 DC pareciera haber resucitado sólo en destrucción. Pero si se contempla más detenidamente, se puede reconocer una gran enseñanza. Ya que muchas de aquellas almas que estaban presas de la idea de un imperio judío mundial, en contradicción al impulso del Amor divino del Cristo, los hechos y los sucesos así como sus propias muertes les aleccionaron sobre lo equívoco de sus tendencias nacionalistas.

 Por lo tanto, la Resurrección no es un suceso que sucedió solamente una vez y que quedó inscrito en los Evangelios. Se la puede experimentar una y otra vez puramente por medio del desarrollo de los impulsos espirituales que ingresan en el alma humana. Por detrás de los múltiples impulsos unitarios, puede asumirse que aquí subyace un gran principio directivo. Puede denominársele como el principio de la evolución humana, en cuyo seno moran todos los impulsos e ideas. El principio de la evolución humana puede exaltarse muy por encima del impulso de una persona en singular. Pese a todo, sigue siendo el juez certero por sobre cada impulso espiritual unitario dentro de la humanidad, se trate de la idea de una cruzada, sea el espíritu todo abarcante de un descubrimiento o de la realización artística.

En realidad, esta entidad inmortal deviene en cada ser humano que esté predispuesto a llevar a cabo alguna tarea cultural, e incentiva su desarrollo de un modo u otro. Algún feligrés que otro puede extraviarse de la guía conductora del propósito humano original por un tiempo. Y a través del ritmo de 33 años, el poder de la Resurrección le llamará de regreso tarde o temprano. Y lo que a veces semeja ser una catástrofe en lugar de una resurrección, puede que sea una enseñanza necesaria para la evolución posterior. Consiguientemente, no puede resultar tan extraña la idea de que, habiendo atravesado por desarrollos de esta índole, el espíritu humano retorne a la Tierra con el propósito de purificarse a sí mismo y avanzar así en armonía con el Principio Guía Humano. Una persona puede haber dado a luz a cierto impulso, el cual quizás logró resucitar durante el transcurso de su vida o solamente tras haber fallecido. Quizás no pudo serle útil al propósito evolutivo de la humanidad. ¿No es posible entonces que una persona tal retorne en otro cuerpo, en pos de recibir nuevamente el impulso que le es idóneo para así seguir desarrollándolo, ahora bajo un mundo de condiciones diferentes?. ¿Y acaso los hombres no comparten todos el mismo destino: no poder realizar completamente aquello que se ve representado por sus más altos ideales?.

Pero podemos destacar un hecho: cuanto más alta es la cualidad moral del impulso que guía al ser humano, podría decirse que tanto más se lo malinterpreta y hasta llega a ser perseguido por sus contemporáneos. Aquí emerge la otra faceta de la Pascua: la resurrección no es posible sin un Viernes Santo. El mundo mortal detesta al mundo de las ideas cuando éstas se manifiestan a través del ser superior de las personas, porque finalmente supera lo que es mortal. Por ende, el mundo mortal se resiste frente al surgir de lo que le es adversario desde el ser interior de alguien. Y solamente si lo mortal cede lugar y renuncia a su deseo de permanencia, puede lo eterno en uno brillar sin oposición.

Nuestros más altos impulsos constituyen nuestro Yo Superior. No se concibe que las ideas y los impulsos de la evolución humana lleven una especie de vida impersonal y que de vez en cuando se instalen en el ser humano, por decirlo de algún modo.

Ninguna persona en la Tierra que no se refiriera a sí misma como un ‘Yo’ en el más elevado de los sentidos, será jamás capaz de evolucionar ni de realizar impulsos creativos. El ‘Yo’ de la persona y el Ser de la idea deben conformar una unidad, de otra manera no hay resurrección posible. La idea sólo es creativa cuando se convierte en la más alta realización del ‘Yo’. No es posible imaginar a las ideas que actúan en el mundo separadas de la persona egóica, más de lo que estas ideas puedan llegar a manifestarse  a través de un animal.

¿Cómo se verifica el principio conductor dentro de la evolución de la humanidad?. Si la idea en cuestión y el ‘Yo’ son indivisibles, ¿no habrá de ser un ‘Yo’ mucho más grande y universal a quien se le remita este cosmos de ideas creativas unificadas, cuyos impulsos individuales le son como los rayos al Sol?.

Yendo más lejos, si aquellos impulsos multifacéticos fueron incorporados dentro de la envoltura mortal de una persona egóica, ¿no hubiera sido posible para este gran ‘Yo’ universal del cosmos de las ideas creativas el incorporarse dentro del cuerpo mortal de un hombre?

Respondiendo con honestidad a todas estas preguntas, no debería ser demasiado difícil llegar a percibir al Cristo Jesús de los Evangelios en este Ser único. Puesto que Él muestra de sí –partiendo de todo el registro de los detalles– al arquetipo de todo lo que ha sido descrito como el poder de resurrección que conlleva el ser superior del hombre (ha de confesarse que los detalles conforman solamente una fracción y que han sufrido distorsiones varias).

Su vida quedó representada por el lapso de los 33 años, los cuales son el fundamento del ritmo Nacimiento/Resurrección dentro de los impulsos históricos. Si este cosmos de las ideas creativas, a modo de seres divinos, estaba realmente representado por Su presencia, el mundo mortal no pudo más que haber desarrollado el mayor odio y deseo de persecución concebibles. Y finalmente, sólo la muerte –la superación total de lo mortal– pudo haber abierto el portal, a través del cual la plenitud de semejante luz espiritual, logró resucitar gradualmente dentro de la humanidad.

El razonamiento mental puede decir que las palabras y los hechos de Aquel sobre el cual narran los Evangelios, no justifican el ver en El semejante grandeza universal como para considerarle el portador  del cosmos espiritual de las ideas. Sus palabras y hechos corresponden al de un simple hombre. Un juicio tal revelaría solamente que aún no se han comprendido –largo es el trecho que dista– las profundidades inconmensurables de los Evangelios. Sólo las eras futuras de la evolución humana se verán capacitadas para iluminar aquello que se halla oculto en estos documentos aparentemente poco pretensiosos, y favorecer así a la humanidad en su comprensión.

La celebración de la festividad de Pascuas debería unir ambos factos: la conmemoración del Viernes Santo original y las escenas pascuales, tal como fueran descritas en los Evangelios; y la creación de una consciencia sobre la realidad espiritual dentro de cada ser humano por medio de la cual las personas se hallan ligadas al Uno, que fue quien manifestó el poder de la Resurrección. La Pascua no será entonces una conmemoración y una tradición desvanecida, sino un momento en el cual se experimente al Espíritu Universal de la evolución humana que irradia sus rayos curativos de luz solar espiritual. De este modo, la Pascua ha de convertirse en una festividad que contemple el propósito de la existencia humana. Una contemplación tal nos conduce a considerar los ejemplos otorgados por aquellos miembros del género humano que se esforzaron por realizar los más altos impulsos evolutivos de la humanidad, pese a dificultades, oposiciones e incluso persecución. Finalmente, esto puede conducir a la vivencia de Aquel en quien se hallan presentes los arquetipos purificados de todos los ideales e impulsos evolutivos humanos, quien es la Resurrección y la Vida.

Tal experiencia nos demanda grandeza cósmica. Por supuesto que sólo podemos evolucionar gradualmente hasta semejante altura. Por lo tanto, la festividad de Pascua no puede estar determinada solo por factores terrestres sino que debe acordarse según las condiciones cósmicas, y las personas pueden volverse cada vez más conscientes sobre esta necesidad. Los primeros cristianos, que todavía conservaban la memoria personal de los verdaderos sucesos pascuales, sabían de la exigencia por esta grandeza cósmica. Ellos acordaron que se festejase el Domingo que sigue a la primera Luna llena de Primavera. Tenían dos razones para que así fuera, y de este modo se estableció la verdadera conmemoración de las primeras Pascuas, ya que los Evangelios relatan que la crucifixión del Cristo tuvo lugar un Viernes previo a la Pascua judía. Esta Pascua estaba fijada por la primera Luna llena pasado el 21 de Marzo, el equinoccio de Primavera. Consecuentemente, la mañana de Pascua, de la Resurrección ocurrió un Domingo luego de esta Luna llena de Primavera. Y al celebrarla acorde a esta tradición a lo largo de los siglos que siguieron, no se trató solamente de una verdadera conmemoración sino que también se elevó la festividad hasta las alturas y la grandeza del cosmos.

Solo si se pretende generar conscientemente un trasfondo cósmico tal en lo que concierne al festejo pascual, seremos capaces de celebrarlo como un evento que nos puede brindar fortaleza y dignidad interiores.

Traducido por Diego Milillo y editado por Gracia Muñoz.