lunes, 28 de julio de 2025

Adriana Koulias

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Mis queridos amigos,

¿Qué es una brújula moral? ¿Tenemos una brújula así en nuestras almas? ¿Sabemos hacia dónde nos dirigimos como humanidad?

Estas han sido mis reflexiones esta mañana después de observar el caos en que se encuentra el mundo durante todo el fin de semana.

No hace mucho viví en un barco durante 6 años. En un barco uno tiene que volverse súper consciente del mundo que lo rodea y de cómo interactúa con ese mundo. Tuve que aprender a calcular el tiempo, a observar las nubes y el cielo, a ver en la superficie del mar, los pájaros, el olor del aire, el sonido de las olas, la posición de las estrellas, si había necesidad de ajustar o arriar las velas, si estábamos cerca de tierra o lejos de ella y lo que eso significaría —en otras palabras, tomar la acción «correcta», según cada circunstancia. Para esto también tuve que desarrollar un sentido intuitivo. El cielo podía verse bien, el radar podía verse correcto, los mares maravillosos, el AIS podía decir que no había barcos… pero era importante tener un sentido de lo que podría cambiar en un instante; podría haber un tronco en el agua, un barco pesquero sin AIS, redes de pesca que no se podían ver, etc.

Para poder sobrevivir en un barco uno tiene que encontrar un equilibrio interior que compense el movimiento del barco, ser consciente de todos los obstáculos que podrían hacerlo tropezar (y hay muchos en un barco). Tener paso firme, ser flexible, capaz de moverse rápidamente, pensar con los pies —pero más importante aún, saber hacia dónde se va y cómo se va a llegar allí. Dirección y destino.

Cualquier marinero que se precie se habrá preparado bien, abastecido el barco y arreglado cualquier problema que pudiera tener, antes de salir al mar, pero lo más importante es que el marinero debe trazar un buen rumbo teniendo en cuenta los vientos, las olas y las masas terrestres, el tiempo que necesita para llegar antes de que ciertos cambios estacionales entren en juego.

Decidir un destino y trazar un rumbo hacia él es el primer paso, pero seguirlo requiere una brújula —el primero requiere pensamiento, el último voluntad.

En los viejos tiempos, los marineros navegaban por las estrellas y, a partir de las estrellas y su posición, o de la posición del sol, tomaban rumbos y calculaban en qué dirección iban… la cúpula del cielo, las estrellas en la noche y el sol durante el día constituían una «brújula». Hoy usamos el campo magnético de la Tierra para saber si vamos en la dirección que queremos ir. Pero la brújula no puede decirnos cuál es nuestro destino, nos deja libres para seguir el curso que hemos trazado, simplemente nos dice si vamos o no en la dirección correcta para llegar al destino que hemos elegido.

Cuando nacemos y venimos a este mundo, sabemos (inconscientemente) cuál es nuestro destino, pues hemos trazado un curso de acuerdo con el karma con seres superiores antes del nacimiento.

Nuestra brújula moral rudimentaria es un mapa del cielo nocturno en nuestro nacimiento —es la estrella, que, sostenida por el Sol, nos muestra la dirección que planeamos cuando entramos en esta vida. Por lo tanto, cuando la estrella se adelanta al sol, nuestra estrella nos llama a casa. Hemos llegado a nuestro destino.

Nacemos con esto y le añadimos a través de nuestra experiencia del mundo que nos rodea, aprendemos a caminar y a equilibrarnos, aprendemos a oír y a hablar, y a pensar y, mediante nuestros sentidos, obtenemos nuestros rumbos y, si hemos tenido la fortuna, hemos podido armonizar lo que hemos traído a la encarnación y lo que hemos aprendido desde entonces para el momento en que la conciencia del yo se enciende en nosotros. Esto es como decir que nuestra brújula moral, que nos ayudará en nuestro próximo viaje a través de la vida, se enciende en nosotros y desde ese momento comenzamos a desarrollar nuestras almas hacia una verdadera conciencia —para alcanzar nuestro destino.

Nuestra brújula moral es el instrumento consciente de nuestro espíritu, que usa para discernir el «bien» de la misma manera en que una brújula discierne el «Norte».

Pero nuestra brújula no nos dice hacia dónde vamos. Las estrellas y el Sol nos muestran cuál es nuestro destino, pero nuestra brújula moral es la que nos dice si estamos en el rumbo correcto. Es inútil a menos que podamos recordar a dónde se supone que debemos ir.

¿Cuál es nuestro destino?

Convertirnos en plenamente humanos.

Hoy, los seres humanos son como un marinero que no puede ver, oír ni comprender hacia dónde va, así que cuando se encuentran en medio de una tormenta, pierden el rumbo, no saben qué es arriba o abajo, y no pueden mantener el equilibrio, así que son empujados de babor a estribor, de un lado del barco al otro, y no pueden gobernar porque no pueden tomar el timón y son incapaces de tomar una decisión sobre hacia dónde ir, incluso si lo hicieran. En cambio, bajan al interior y se meten en una litera y dejan que el barco los lleve a donde sea, por miedo.

Hoy el mundo está atravesando muchas pruebas, porque colectivamente la humanidad ha perdido su conexión con las estrellas y por eso no sabe hacia dónde se dirige ni cómo llegar allí.

Esta fue una etapa necesaria en el desarrollo humano y comenzó en 1413.

Los seres superiores mantuvieron los apoyos exteriores para el alma humana a través de vínculos de sangre, sociales y culturales, religiosos y políticos, para ayudar al alma a navegar el tiempo de transición. Esto era como un piloto automático que decide el destino apropiado y dirige el curso correcto, pero desde el último tercio del siglo XIX, los últimos vestigios de este apoyo han sido eliminados.

Desde ese momento, el alma humana se encontró sin una conciencia automática, es decir, una que le era dada desde el exterior. Ya no podía buscar una autoridad externa que le dijera qué era bueno y correcto, incluso qué era verdadero y falso, y fue dejada luchando en un mar tormentoso. Ya no se podía encontrar un terreno sólido y seguro, había que aprender el equilibrio desde cero, afinar la conciencia, pues ningún lazo familiar, ninguna persuasión política, ningún dogma religioso, ninguna restricción cultural podía dar respuestas a las preguntas del alma. El alma fue dejada a la deriva en un barco que hacía aguas, sin brújula y sin estrellas que la guiaran.

La razón de esto radica en el hecho de que desde 1413 hemos estado viviendo en la Era del Alma de la Conciencia. Y ahora estamos en el tiempo de la Séptima Trompeta en esa era, como hemos explorado en las dos últimas publicaciones. Esto significa que estamos en el último «momento», el punto en el que deberíamos haber desarrollado una memoria de nuestro destino (estrella y Sol) y de nuestra conciencia (brújula). Deberíamos tener ya un sentido innato de lo que significa ser humano.

Es por una muy buena razón que la Inteligencia Artificial ha entrado en escena en este momento. Necesitamos discernir qué es humano y qué no lo es.

El problema es que, más o menos en el momento en que nos volvimos libres, seres malignos entraron en la evolución de la Tierra y como una tormenta dirigieron el barco que había sido dejado a su suerte en la dirección equivocada. Este evento fue la caída de los espíritus de la oscuridad que ocurrió a fines del siglo XIX. Un evento cíclico – Tifónico que tomó al alma humana recién liberada y comenzó a hacer con ella lo que quiso.

Sin embargo, ¡no fuimos dejados completamente solos! Anticipándose a esto, la Inteligencia Micaélica encarnada en la Antroposofía vino al mundo, exactamente cuando a la humanidad se le estaban quitando los antiguos instrumentos, los antiguos lazos de sangre y restricciones, justo cuando esas fuerzas demoníacas entraban en el alma para hacerla volverse animal. La Antroposofía trajo al mundo la imagen del verdadero ser humano —una memoria del espíritu/estrellas/karma y el Sol que puede recordarnos nuestro destino— Convertirnos en plenamente humanos para contrarrestar las fuerzas demoníacas inhumanas.

Aquellos de nosotros que tuvimos la fortuna de encontrar nuestro camino hacia la Sociedad Antroposófica podemos reconectar nuevamente con el espíritu a través de ella, y modelar nuestra alma de conciencia, nuestra brújula, nuestra conciencia, que nos ayudará a navegar entre Caribdis y Escila —entre el torbellino giratorio de la opinión pública, las intelectualizaciones personales, mentiras y engaños que encontramos en el mundo, y las costas rocosas de una visión cada vez más materialista del ser humano y del mundo.

La conciencia es Buena Voluntad Activa.

Antroposofía nos recuerda lo que es bueno y llegamos a comprender lo que es el mal. Pues solo a través de este conocimiento podemos ayudarnos hacia convertirnos en seres humanos libres, y solo podemos volvernos verdaderamente humanos a través de Cristo.

¡Por eso estas fuerzas demoníacas tenían que entrar en la evolución del mundo y en nuestras almas!

Solo discerniendo entre el bien y el mal podemos encontrar a Cristo, Quien es nuestro destino.

El mundo en general tendrá que desarrollar el alma consciente, la brújula —el conocimiento de lo que es bueno y humano— al ver el comportamiento inhumano y sus horrores y males. Solo de esta manera aquellos que no aceptan el espíritu pueden desarrollar un sentido interior de lo que es humano y bueno. Todas las antiguas estructuras ya no pueden dar dirección alguna a las almas de hoy desde el exterior —debe venir desde dentro. De una forma u otra debe venir mediante un esfuerzo consciente— ya sea al reconectar conscientemente con el espíritu para así reconocer el mal, o al experimentar el espíritu conscientemente a través del sufrimiento del mal.

Rudolf Steiner dijo que para fines del siglo XX estaríamos en la Era de la Séptima Trompeta, que es el tiempo del «tercer ay», como se encuentra en el Libro de las Revelaciones, en lo que respecta a la era del alma de la consciencia.

La Séptima Trompeta anuncia un tiempo de intensa dificultad y angustia, un período de intenso sufrimiento para aquellos que han rechazado a Dios. Porque solo de esta forma puede el alma volverse consciente.

Esto no debe hacernos sentir tristes, ni desesperados, ni temerosos, debe entusiasmarnos aún más a volvernos lo más humanos posible, a traer a Cristo tanto como sea posible en todo lo que hacemos, en cada faceta de nuestras vidas, porque esto brilla fuera de nosotros hacia quienes nos rodean y puede ser la línea de vida que ellos necesitan para ayudarlos a orientarse.

Hay un código en el mar que todos los marineros observan y nunca he visto hermandad como esa en ningún otro lugar. Un marinero, no importa dónde esté, hacia dónde se dirija o qué esté haciendo, siempre se detendrá para ayudar a otro marinero en apuros. A un marinero no le importa la raza, credo, dinero, color, religión o ideología política. Un marinero en el mar es un marinero, y si un compañero marinero necesita ayuda, detienes todo, cambias de rumbo y actúas para ayudar al otro, incluso arriesgas tu propia vida. No lo piensas dos veces.

Hoy, todos estamos en diferentes niveles de desarrollo, todos tenemos karma, todos tenemos destinos que son diversos. Pero todos somos marineros navegando los mares de la vida. Nuestra conciencia, siendo un elemento de voluntad impregnada de pensamiento, nos mueve hacia la comprensión correcta de la acción correcta. Porque el marinero al que ayudamos puede desviarnos del curso hacia el que pensábamos que nos dirigíamos, pero al llegar nos damos cuenta de que el rumbo correcto siempre es Cristo en el otro.

¡El otro es aquel hacia el que siempre hemos estado navegando!

Con amor y profundo respeto por los océanos que deben atravesar,

Namaste,

Traducido por Gracia Muñoz en julio de 2025

Esta entrada fue publicada en Planetas.

Un comentario el “lunes, 28 de julio de 2025

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