El sendero de Venus

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Renovada por la sanación de Mercurio, el alma continuó su ascenso. Frente a ella, la esfera de Venus brillaba con una luz cálida y envolvente, como un amanecer eterno. Al cruzar su umbral, sintió que el aire estaba lleno de música, de susurros armoniosos que hablaban sin palabras, despertando en su interior recuerdos de amor y belleza.

Aquí, en la morada de Venus, el alma descubrió que todo lo vivido en la Tierra no solo había dejado huellas en los demás, sino también en su propio ser. Cada gesto de amor, cada acto de bondad, cada pensamiento noble se manifestaba ahora como luces danzantes a su alrededor. Pero también las faltas, los momentos de egoísmo y desamor aparecían como sombras que velaban su resplandor.

Los seres luminosos de Venus se acercaron y le hablaron con dulzura:

—Aquí aprenderás a equilibrar lo que diste y lo que recibiste. Todo amor verdadero regresa multiplicado, y toda falta de amor deja un vacío que solo puede llenarse con más amor.

El alma sintió en su interior una oleada de comprensión. Vio reflejadas todas las relaciones que había tejido en su vida terrenal, los lazos que había creado con los demás, los momentos de entrega sincera y también aquellos en los que su corazón se había cerrado. Con cada revelación, las sombras se iban disolviendo a la vez que su luz interior aumentaba.

Fue entonces cuando comprendió que el amor no es solo un sentimiento pasajero, sino una fuerza que teje el destino de los seres. La verdadera belleza, la que resplandece en la esfera de Venus, no es la de los cuerpos, sino la del alma que ha aprendido a amar sin condiciones. Cuando finalmente estuvo lista, los guardianes de Venus le señalaron el horizonte. Más allá, en la inmensidad dorada, la esfera del Sol la esperaba. Y así, con un corazón pleno y ligero, el alma se dispuso a cruzar el umbral hacia el reino de la luz.

Creado por Gracia Muñoz y el apoyo de ChatGPT /Basado en la GA240c6. El guardián del umbral. El viaje retrospectivo después de la muerte