GA239c2. Relaciones Kármicas V

Rudolf Steiner — Praga, 30 de marzo de 1924

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En la conferencia de ayer di ciertas indicaciones en relación con la comprensión del destino humano, y dije que un indicio del poder del destino puede llegarle al hombre a partir de experiencias que han tenido un efecto significativo en su vida. Supongamos que a cierta edad un hombre conoce a otro ser humano; tras el encuentro sus destinos siguen un rumbo similar pero la vida que ambos llevaban hasta ahora ha cambiado por completo. Un evento como este encuentro no tendría sentido si no tuviera ninguna conexión con acontecimientos anteriores en sus vidas. Este tampoco es el caso. La observación imparcial del pasado revela que prácticamente cada paso dado en la vida conducía en la dirección de este acontecimiento. Podemos remontarnos a nuestra infancia e invariablemente encontraremos que algún hecho muy alejado en el tiempo de este acontecimiento, que, de hecho, todo el curso de nuestra vida, nos condujo a él con tanta seguridad como si hubiésemos tomado consciente y deliberadamente el camino hacia él.

Tales cuestiones dirigen la atención una y otra vez a lo que en Antroposofía debemos llamar «Relaciones Kármicas».

También dije que las amistades difieren en carácter y como ejemplos cité dos casos extremos. Conocemos a alguien y formamos un vínculo con él, sin importar la impresión exterior que cause en nuestros sentidos o sentimientos estéticos. No pensamos en sus rasgos individuales; nuestra atracción hacia él es causada por algo que brota de nuestro interior. Cuando nos encontramos con otros seres humanos, no nos conmovemos interiormente de esta manera; somos más conscientes del aspecto que presentan a nuestros sentidos, a nuestra vida mental, a nuestros sentimientos estéticos. Dije que esta diferencia se expresa incluso en la vida de los sueños. Hacemos amistades del primer tipo y durante la noche, mientras vivimos en el yo y el cuerpo astral fuera de los cuerpos físico y etérico, inmediatamente empezamos a ser conscientes de las personas en cuestión; soñamos con ellos. Los sueños son una señal de que algo dentro de nosotros se ha puesto en movimiento con el encuentro. Nos encontramos con otros con los que no soñamos porque no nos han conmovido interiormente y nada brota de nuestro interior. Puede que estemos muy cerca de ellos en la vida, pero nunca soñamos con ellos porque nada de lo que llega a nuestro cuerpo astral y a la organización del yo se ha puesto en marcha.

Hemos oído que tales acontecimientos están relacionados con fuerzas extraterrenales con las que el hombre está conectado y que el pensamiento moderno no tiene en cuenta — las fuerzas que actúan sobre la Tierra desde el Universo supraterrestre que la rodea. Aprendimos que las fuerzas que proceden de los Seres Lunares espirituales están conectadas con el pasado del hombre. Porque en verdad el pasado actúa en nosotros, cuando apenas conocemos a un ser humano, somos impulsados hacia él por algo que brota de nuestro interior.

Sin embargo, la especulación y los vagos sentimientos deben ser reemplazados por la ciencia espiritual, que realmente puede sacar a la luz las conexiones internas de estas cosas. El Iniciado ante quien se abre el mundo espiritual tiene ambos tipos de experiencias, pero con una intensidad mucho mayor de la que es posible para la conciencia ordinaria.

En el caso de que algo se eleve desde dentro hacia la conciencia ordinaria, una imagen definida o toda una serie de imágenes llenas de realidad viva surjan desde dentro del Iniciado cuando se encuentra con el otro ser humano y están ahí ante él como un guion que es capaz de leer, la experiencia le resulta bastante clara; él mismo está allí dentro de la imagen que surge de esta manera —es como si un artista estuviera pintando un cuadro, pero en lugar de pararse frente al lienzo está tejiendo en el lienzo mismo, viviendo en cada color, experimentando la esencia misma del color. El Iniciado sabe que la imagen que así surge tiene algo que ver con el ser humano que encuentra. Y a través de una experiencia parecida a la de reencontrarse con una persona después de muchos años, reconoce en el ser humano que está físicamente frente a él, la réplica de la imagen que ha surgido en él. Al comparar esta imagen interior con el hombre que tiene ante él, sabe que es la imagen de experiencias compartidas con él en vidas terrenales anteriores. Mira conscientemente hacia atrás, a una época anterior en la que estas experiencias fueron compartidas entre ellos. Y como resultado de lo que ha pasado en preparación para la ciencia de la Iniciación, experimenta en una imagen viviente—no en un sentimiento oscuro como en la conciencia ordinaria— lo que él y el hombre que ahora conoce pasaron juntos en una vida terrenal anterior o en varias vidas anteriores. La ciencia espiritual nos permite ver una imagen de las experiencias compartidas con el ser humano con quien estamos conectados kármicamente; surge con tal intensidad que es como si se separara de su identidad actual y se presentara ante nosotros en su forma anterior, viniendo a encontrarse consigo mismo en la forma que ahora tiene. En realidad, la impresión es tan vívida como eso. Y debido a que la experiencia tiene una realidad tan intensa, podemos relacionarla con sus fuerzas subyacentes y así descubrir cómo y por qué esta imagen surgió desde nuestro interior.

Cuando el hombre desciende a la vida terrena desde la existencia que pasa en los mundos anímico espirituales entre la muerte y un nuevo nacimiento, pasa por las diferentes regiones cósmicas, siendo la última la esfera lunar. Al pasar por la esfera lunar se encuentra con aquellos Seres de quienes hablé ayer, diciendo que alguna vez fueron los Maestros primigenios de la humanidad. Se encuentra con estos Seres allá en el Universo, antes de bajar a la Tierra, y son ellos quienes inscriben todo lo que ha sucedido en la vida entre un ser humano y otro, en esa sustancia delicada que, a diferencia de las sustancias terrenales, los sabios orientales han llamado ‘Akasha’. Realmente es cierto que cualquier cosa que suceda en la vida, cualesquiera que sean las experiencias que tengan los hombres, todo es observado por aquellos Seres que, como Seres Espirituales no encarnados, una vez poblaron la Tierra junto con los hombres. Todo se observa e inscribe en la sustancia Akasha como una realidad viva, no en forma de una escritura abstracta. Estos Seres Lunares espirituales que fueron los grandes Maestros durante el tiempo de la sabiduría cósmica primitiva, son los registradores de las experiencias de la humanidad. Y cuando en su vida entre la muerte y un nuevo nacimiento el hombre se acerca nuevamente a la Tierra para unirse con la semilla proporcionada por los padres, pasa por esa región donde los Seres Lunares han registrado lo que había experimentado en la Tierra en encarnaciones anteriores. Mientras que estos Seres Lunares, cuando vivían en la Tierra, trajeron a los hombres una sabiduría relativa especialmente al pasado del Universo, en su existencia cósmica presente preservan el pasado. Y a medida que el hombre desciende a la existencia terrenal, todo lo que ha conservado queda grabado en su cuerpo astral. Es muy fácil decir que el hombre consta de una organización del Yo, un cuerpo astral, un cuerpo etérico, etc. La organización del yo es muy parecida a la Tierra; comprende lo que aprendemos y experimentamos en la existencia terrenal; los miembros más profundos del ser humano son de un carácter diferente. Incluso el cuerpo astral es bastante diferente; está lleno de inscripciones, lleno de imágenes. Lo que se conoce simplemente como «inconsciente» revela una riqueza de contenidos cuando está iluminado por el conocimiento real. Y la Iniciación permite penetrar en el cuerpo astral y poner dentro del campo de visión todo lo que los Seres Lunares han inscrito en él, como, por ejemplo, las experiencias compartidas con otros seres humanos. La ciencia espiritual nos permite comprender el secreto de cómo todo el pasado reposa dentro del hombre y cómo el «destino» se moldea a través del hecho de que en la existencia lunar hay Seres que preservan el pasado para que permanezca dentro de nosotros cuando volvamos a poner un pie sobre la Tierra.

Y ahora otro caso. Cuando el Iniciado encuentra con un hombre en relación con quien la conciencia ordinaria simplemente recibe una impresión estética o mental, para empezar, no acompañada de sueños, no surge en él ninguna imagen. En este caso la mirada del Iniciado se dirige al Sol, no a la Luna. Les he hablado de los Seres que están conectados con la Luna —del mismo modo, el Sol no es simplemente el cuerpo gaseoso del que hablan los físicos modernos. Los físicos se sorprenderían mucho si pudieran realizar una expedición a la región que suponen está llena de gases incandescentes y que suponen que es el Sol; en el lugar donde han conjeturado la presencia de gases incandescentes, encontrarían una condición que ni siquiera es espacio, es decir, menos que un vacío en el espacio cósmico. ¿Qué es el espacio? Los hombres realmente no lo saben —y menos aún los filósofos que reflexionan mucho sobre ello. Piensa: si aquí hay una silla y camino hacia ella sin notar su presencia, me golpeo contra ella —es sólida, impenetrable. Si no hay silla, camino por el espacio sin obstáculos.

Pero existe una tercera posibilidad. Puedo llegar al lugar sin que me retengan ni me golpeen, pero puedo ser absorbido y desaparecer: aquí no hay espacio, sino la antítesis del espacio. Y esta antítesis del espacio es la condición del Sol. El Sol es espacio negativo[i]. Y precisamente por esto, el Sol es la morada, la morada habitual, de los Seres que están inmediatamente por encima del hombre: Angeles, Arcángeles y Archai. En el caso del que hablo, la mirada del Iniciado se dirige hacia estos Seres en el Sol, los Seres espirituales del Sol. En otras palabras: un encuentro de este tipo, que no forma parte de un pasado kármico, que es bastante nuevo, es para el Iniciado un medio de entrar en conexión con estos Seres. Y se revela la presencia de ciertos Seres con algunos de los cuales el hombre tiene una conexión estrecha, mientras que con otros la conexión es más remota. La forma en que estos Seres se acercan al Iniciado le revelan —no en detalle sino a grandes rasgos— qué tipo de karma está a punto de tomar forma; en este caso no es un karma antiguo sino un karma que le llega por primera vez. Percibe que estos Seres que están conectados con el Sol tienen que ver con el futuro, así como los Seres de la Luna tienen que ver con el pasado.

Incluso si un hombre no es un Iniciado, toda su vida de sentimientos se profundizará si capta lo que la ciencia espiritual es capaz de extraer de esta manera de las profundidades de la existencia espiritual. Porque estas cosas son en sí mismas una fuente de iluminación. Una comparación que he utilizado a menudo es que, así como un cuadro puede ser comprendido por un hombre que no es un pintor, estas verdades pueden ser entendidas por alguien que no es un Iniciado. Pues si el hombre permite que estas verdades actúen en él, toda su relación con el Universo se profundiza enormemente. Cuando el hombre hoy contempla el Universo y su estructura, ¡cuán abstractas, cuán prosaicas y estériles son sus concepciones! Cuando mira la Tierra todavía siente cierto interés; mira a los animales del bosque con cierto interés. Si es culto, se complace en la esbelta gacela, en el ágil ciervo; si sus gustos son menos refinados, estos animales le interesan como piezas de caza; puede comerlas. Le interesan las plantas y los vegetales, porque todas estas cosas están directamente relacionadas con su propia vida. Pero, así como sus sentimientos y emociones son agitados por su relación con el mundo terrenal, su vida de sentimientos puede ser agitada por la relación que desarrolla con el Cosmos más allá de la Tierra. Y todo lo que viene como destino del pasado —si nos impresiona—   nos impulsa en corazón y alma a mirar a los Seres Lunares, diciéndonos: «Aquí en la Tierra los hombres tienen su hábitat; en la Luna hay Seres que alguna vez estuvieron junto a nosotros en la Tierra. Han elegido una morada diferente pero todavía estamos conectados con ellos. Registran nuestro pasado; sus actos son una realidad que vive en nosotros cuando el pasado influye en nuestra existencia terrenal».

Miramos hacia arriba con reverencia y asombro, sabiendo que la luna plateada no es más que el signo y la muestra de estos Seres que están tan íntimamente conectados con nuestro propio pasado. Y a través de lo que experimentamos como hombres, entramos en relación con estos Poderes cósmicos, supraterrenales, cuyas imágenes son las estrellas, así como a través de nuestra existencia carnal nos relacionamos con todo lo que vive en la Tierra. Mirando con expectación hacia el futuro y viviendo ese futuro con nuestras esperanzas y esfuerzos, ya no nos sentimos aislados dentro de nuestra propia vida anímica unidos con lo que el Sol irradia hacia nosotros. Sabemos que los Angeles, Arcángeles y Archai son Seres Solares que nos acompañan desde el presente hacia el futuro. Cuando miramos hacia el Cosmos, percibiendo cómo el resplandor de la Luna depende del resplandor del Sol y cómo estos cuerpos celestes están interrelacionados, entonces, allá en el Cosmos, contemplamos una imagen de lo que vive en nosotros mismos. Porque, así como el Sol y la Luna están relacionados entre sí en el mundo de las estrellas, también lo está nuestro pasado —que tiene que ver con la Luna, con nuestro futuro —que tiene que ver con el Sol. El destino es aquello que en el hombre fluye desde el pasado, a través del presente, hacia el futuro. Entretejido en el Cosmos, en los cursos de las estrellas y en la interacción mutua de las estrellas, contemplamos la imagen —ahora infinitamente ampliada— de lo que vive dentro de nuestro propio ser.

De este modo nuestra visión se amplía y penetra profundamente en las esferas cósmicas. Cuando un hombre pasa por la muerte, para empezar, es liberado únicamente de su cuerpo físico. Vive en su organización del Yo, en su cuerpo astral, en su cuerpo etéreo. Pero al cabo de unos días su cuerpo etéreo se ha liberado del cuerpo astral y del «yo». Lo que ahora experimenta es algo que surge como si fuera de él mismo; Al principio no es grande, pero luego se expande y se expande: es su cuerpo etéreo. Este cuerpo etéreo se expande hacia el espacio cósmico, hacia el mundo mismo de las estrellas; así se le aparece. Pero a medida que se expande, el cuerpo etérico se vuelve tan fino, tan enrarecido, que al cabo de unos días desaparece de él. Pero hay algo más relacionado con esto. Mientras nuestro cuerpo etéreo se entrega al Cosmos, mientras se expande y se vuelve más fino y más enrarecido, es como si estuviéramos alcanzando los secretos de las estrellas, penetrando en los secretos de las estrellas.

A medida que ascendemos a través de la esfera lunar después de la muerte, los Seres Lunares leen en nuestro cuerpo astral lo que experimentamos en la existencia terrenal. Después de nuestra partida de la existencia terrenal somos recibidos por esos Seres Lunares, y nuestro cuerpo astral en el que ahora vivimos es para ellos como un libro en el que leen. Y hacen un registro infalible de lo que leen, para que sea inscrito en el nuevo cuerpo astral cuando llegue el momento de descender nuevamente a la Tierra.

Pasamos de la esfera lunar a través de la esfera de Mercurio, la esfera de Venus y luego a la esfera del Sol. En la esfera solar, todo lo que hemos vivido, todo lo que hemos hecho y logrado en encarnaciones anteriores se convierte en una realidad viva dentro de nosotros. Entramos en comunión con los Seres de las Jerarquías superiores, participando de sus obras y ahora estamos dentro del Cosmos. Así como durante la existencia terrenal nos movemos en la Tierra, estamos confinados, por así decirlo, en condiciones terrenales, ahora vivimos en la expansión cósmica. Vivimos en la extensión infinita, mientras que en la Tierra vivíamos en un estado de confinamiento. Al pasar por nuestra existencia entre la muerte y un nuevo nacimiento, nos parece como si en la Tierra hubiéramos estado aprisionados… porque ahora todo se ha ampliado en infinitudes. Experimentamos los secretos del Cosmos, pero no como si estuvieran gobernados de alguna manera por leyes de la naturaleza física: estas leyes de la naturaleza nos parecen entonces producciones insignificantes de la mente humana. Experimentamos lo que sucede en las estrellas como las obras de los Divinos Seres Espirituales y nos unimos a estas obras: en la medida de nuestras posibilidades actuamos entre y junto con estos Seres. Y desde el propio Cosmos nos preparamos para nuestra próxima existencia terrenal.

Lo que debemos comprender en todo su profundo significado es que, durante su vida en el Cosmos, entre la muerte y un nuevo nacimiento, el hombre mismo modela y da forma a lo que lleva dentro de él. En la vida exterior el hombre percibe poco, muy poco, de su propia constitución y organización. Un órgano sólo puede entenderse realmente cuando se conoce su origen cósmico. Pensemos en el órgano más noble de todos: el corazón humano. Hoy en día los científicos diseccionan el embrión, observan cómo va tomando forma el corazón y no piensan más en el asunto. Pero esta estructura plástica externa, el corazón humano, es en verdad el producto de lo que cada individuo, en cooperación con los dioses, ha elaborado entre la muerte y un nuevo nacimiento. En la vida entre la muerte y un nuevo nacimiento, el hombre debe trabajar, para empezar, en la dirección que va desde la Tierra hacia la constelación zodiacal de Leo. Esta corriente que fluye desde la Tierra hacia la constelación de Leo está repleta de fuerzas y es en esa dirección que el ser humano debe trabajar para que cuando llegue el momento proyecte los inicios germinales del corazón — un recipiente en el que están contenidas las fuerzas cósmicas. Luego, habiendo pasado por esta región en los espacios lejanos del Universo, el hombre llega a regiones más cercanas a la Tierra; pasa a la esfera solar. Aquí nuevamente actúan fuerzas que llevan el corazón a una etapa ulterior de desarrollo. Y entonces el hombre entra en la región donde ya está en contacto con lo que podría llamarse el calor de la Tierra. Más allá, en el espacio cósmico, no hay calor de la Tierra, sino algo completamente diferente. En la región cálida de la Tierra, la preparación del corazón humano alcanza la tercera etapa. Las fuerzas que fluyen en dirección a Leo a partir de las cuales está formado el corazón humano son fuerzas puramente morales y religiosas; en sus etapas iniciales de desarrollo, el corazón contiene sólo fuerzas morales y religiosas. A cualquiera que se dé cuenta de esto le parece escandaloso que la ciencia natural moderna considere las estrellas simplemente como masas físicas neutrales, ignorando por completo el elemento moral. Cuando el hombre pasa por la región del Sol, estas fuerzas morales son absorbidas por las fuerzas etéricas. Y no es hasta que el hombre se acerca aún más a la Tierra, al calor, que se alcanzan las etapas finales de preparación; es entonces cuando comienzan a activarse las fuerzas que forman la semilla física del ser anímico espiritual que desciende.

Cada órgano es producido y moldeado por fuerzas cósmicas; es un producto de estas fuerzas cósmicas. En verdad, el hombre lleva dentro de sí las estrellas del cielo. Está conectado con las fuerzas de todo el Cosmos, no sólo con el mundo vegetal, a través de las sustancias que ingiere en su estómago y que luego son absorbidas por su organismo. Por supuesto, estas cosas sólo pueden ser comprendidas por aquellos que tienen el don de la verdadera observación. Llegará un tiempo en que se considerará tanto el aspecto macroscópico de las cosas como el microscópico – que realmente se ha convertido en un culto hoy en día. La gente intenta descubrir los secretos del organismo animal, del organismo humano, cerrando deliberadamente el Cosmos. Miran a través de un tubo y llaman a esto investigación microscópica; diseccionan un fragmento diminuto, lo ponen en una placa de vidrio e intentan eliminar el mundo y la vida tanto como les sea posible. Un minúsculo fragmento es separado y estudiado mediante un instrumento que corta cualquier visión del mundo que lo rodea. Por supuesto, no hay razón para menospreciar este tipo de investigación, ya que saca a la luz cosas maravillosas. Pero de esta manera no se puede obtener ningún conocimiento real del hombre.

Cuando miramos desde la Tierra hacia el Cosmos más allá de la Tierra, entonces, por primera vez, se revela parte del mundo. Porque, después de todo, es sólo una parte la que se manifiesta visiblemente. Las estrellas no son lo que presentan al ojo físico (lo que el ojo contempla es meramente la imagen sensorial), pero en esa medida son, después de todo, visibles. Todo el mundo por el que pasamos entre la muerte y un nuevo nacimiento es invisible, suprasensible. Hay regiones que se encuentran por encima y más allá del mundo que se revela a los sentidos. El hombre pertenece a estos reinos de existencia suprasensible con la misma seguridad que pertenece al mundo de los sentidos. No podemos tener un conocimiento real del ser humano hasta que consideremos la vida que ha pasado en la vasta extensión cósmica. Y entonces nos damos cuenta de que cuando, habiendo atravesado la puerta de la muerte hacia el Cosmos, regresamos a la Tierra una vez más, las conexiones con esta vida cósmica todavía están vivas dentro de nosotros. Hay dentro de nosotros un ser que una vez habitó en la Tierra, ascendió al Cosmos, pasó por los reinos cósmicos y nuevamente descendió a una existencia restringida en la Tierra. Gradualmente aprendemos a percibir lo que éramos en una existencia anterior en la Tierra; nuestra mirada se aleja de lo físico y se transporta a lo espiritual. Porque cuando miramos atrás, a vidas terrenales anteriores, el poder inherente a la ciencia espiritual nos quita todo deseo de imágenes materialistas.

También en este sentido han sucedido muchas cosas extrañas. En una época hubo ciertos teósofos que sabían por las enseñanzas orientales que el hombre pasa por muchas vidas terrenales, pero querían una imagen materialista, aunque se engañaban a sí mismos en sentido contrario. Se decía en aquella época que el organismo físico del hombre se desintegra al morir, pero que un átomo permanece y pasa de alguna manera milagrosa a la siguiente vida terrenal. Se le llamó «átomo permanente». Esta era simplemente una manera de ofrecer una imagen materialista. Pero toda inclinación a un pensamiento materialista de este tipo se desvanece cuando uno se da cuenta de que, en verdad, el corazón humano está tejido y moldeado por el Cosmos.

El hígado, por otra parte, se forma en las proximidades de la Tierra; el hígado tiene poca conexión directa con la extensión cósmica. El conocimiento adquirido paulatinamente por la ciencia espiritual nos hace comprender que el corazón no podría existir en absoluto si no hubiera sido preparado y formado interiormente por el Cosmos. Pero un órgano como el hígado o el pulmón sólo comienza a formarse en las proximidades de la Tierra. Visto desde el Cosmos, el hombre es similar a la Tierra en lo que respecta a los pulmones y al hígado; con respecto al corazón es un ser cósmico. En el hombre comenzamos a discernir todo el Universo. Según la anatomía espiritual, los pulmones y algunos otros órganos podrían representarse dibujando la Tierra; las fuerzas contenidas en estos órganos operan en un ámbito cercano a la Tierra. Si no fuera por el corazón habría que hacer un esbozo de todo el Universo. Todo el Universo está concentrado, comprimido, en el hombre. El hombre es en verdad un microcosmos, un misterio estupendo. Pero el conocimiento del macrocosmos en el que se transforma el hombre después de la muerte está libre de todo elemento material. Ahora aprendemos a reconocer las verdaderas conexiones entre lo espiritual y lo físico, entre una cualidad del alma y otra.

Por ejemplo, hay personas que tienen una comprensión innata de su entorno, de los seres humanos que les rodean en el mundo. Si observamos la vida encontraremos individuos que entran en contacto con muchos otros, pero nunca llegan a conocerlos realmente. Lo que dicen sobre estas otras personas es invariablemente poco interesante y no dice nada esencial. Estos individuos son incapaces de sumergirse realmente en el ser de los demás, no los comprenden. Pero hay otros individuos que poseen este don de comprensión. Cuando hablan de otra persona, sus palabras son tan gráficas y explícitas que uno sabe enseguida cómo es esa persona sin siquiera haberla conocido; él está allí antes. No es necesario que la descripción sea detallada. Un hombre que puede sumergirse en el ser de otro es capaz de transmitir una imagen completa de él en muy poco tiempo. Tampoco es necesario que sea otro individuo; puede ser algo de la naturaleza. Mucha gente intenta describir una montaña o un árbol, pero uno desespera de conseguir una imagen real; todo está vacío y uno se siente sediento. Otros individuos vuelven a tener el don de la comprensión inmediata; uno podría pintar fácilmente lo que describen. Semejante don o defecto (comprensión del mundo u obtusidad) no surge de la nada, sino que es el resultado de una existencia terrenal anterior. Si con la ciencia espiritual se observa a un hombre que tiene un conocimiento profundo de su entorno humano y no humano, y luego investiga su vida terrenal anterior —tendré mucho que decir sobre este tema— uno descubre las cualidades particulares de su carácter en esa vida anterior y cómo se transformaron entre la muerte y un nuevo nacimiento en esta comprensión del mundo que lo rodea. Y uno descubre que un hombre que comprende el mundo que lo rodea era por naturaleza capaz de una gran alegría, una gran felicidad en la vida anterior. Esto es muy interesante: los hombres que en su vida anterior eran incapaces de sentir alegría, ahora son incapaces de comprender a los seres humanos o el mundo que los rodea. Un hombre que tiene tal comprensión es aquel que en una vida anterior se deleitaba en su entorno. Pero esta cualidad también la adquirió en una vida aún anterior. ¿Cómo llega un hombre a tener esta alegría, este don de deleitarse en su entorno? Lo tiene si en una vida terrenal aún anterior supo amar. El amor en una vida terrenal se transforma en alegría, felicidad; la alegría de la próxima vida terrenal se transforma en una cálida comprensión del mundo circundante en la tercera vida.

Al percibir la secuencia de las vidas terrenales, uno también aprende a comprender lo que fluye del presente hacia el futuro. Los hombres que son capaces de un odio intenso trasladan a la próxima vida terrenal, como resultado de este odio, la disposición a ser heridos por todo lo que sucede. Si se estudia a un hombre que va por la vida con un perpetuo rencor porque todo le duele, le hace sufrir, eso es lo que se encuentra. Naturalmente, uno debe tener compasión por un hombre así, pero este rasgo del carácter conduce invariablemente a una encarnación anterior en la que cedió al odio. Por favor, no me malinterpreten aquí. Cuando se menciona el odio, es natural que todos digan: «No odio, amo a todos». ¡Pero que intenten descubrir cuánto odio oculto se esconde en el alma! Esto resulta demasiado evidente cuando se oye a los seres humanos hablar unos de otros. Piénsenlo y se darán cuenta de que las cosas despectivas que se dicen sobre un individuo superan con creces lo que se dice en alabanza. Y si uno examinara las verdaderas estadísticas, descubriría que hay cien veces —realmente cien veces— más odio que amor entre los seres humanos. Este es un hecho, aunque generalmente no se reconoce; la gente siempre cree que su odio está justificado y excusable. Pero el odio se transforma en la próxima vida terrenal en hipersensibilidad al sufrimiento y en la tercera vida en incomprensión, rasgos de obtusidad que hacen al hombre duro e indiferente, incapaz de interesarse realmente por nada.

Así es posible observar tres encarnaciones consecutivas a través de las cuales opera una ley: el amor se transforma en alegría, la alegría se transforma en la tercera vida en comprensión del entorno. El odio se transforma en hipersensibilidad al sufrimiento y esto nuevamente, en la tercera vida, en obtusidad e incomprensión del mundo que nos rodea. Tales son las conexiones en la vida del alma que van de una encarnación a otra.

Pero consideremos ahora un lado diferente de la vida, hay individuos —tal vez sea por eso mismo que son como son— que no tienen ningún interés en nada excepto en sí mismos. Ahora bien, si un hombre se interesa realmente por algo o no se interesa en absoluto, tiene una gran importancia en la vida. También en este aspecto salen a la luz cosas extrañas. He conocido a hombres que habían estado hablando con una dama por la mañana, pero por la tarde no tenían la menor idea de qué tipo de sombrero o broche llevaba, ni del color de su ropa. Hay personas que simplemente no observan esas cosas. A menudo se considera un rasgo muy excusable, pero en realidad es todo menos eso. En realidad, se trata de falta de interés, que a menudo llega a tal extremo que el hombre simplemente no sabe si la persona que ha conocido vestía un abrigo negro o claro. No había ninguna conexión interna con lo que estaba ante sus ojos. Este es un ejemplo un tanto radical. No sugiero que un hombre caiga en las garras de Ahriman o Lucifer cuando no sabe si la dama con la que estaba hablando tenía cabello rubio u oscuro, simplemente quiero indicar que los individuos tienen o no un cierto grado de interés en su entorno. Esto es de gran importancia para el alma. Si una persona se interesa por lo que le rodea, el alma invariablemente se siente estimulada por ello, convive con el entorno. Pero todo lo que se experimenta con vivo interés, con verdadera simpatía, es llevado a través de las puertas de la muerte a toda la extensión cósmica. Y así como el hombre debe tener ojos para ver los colores de la Tierra, así en su existencia terrena debe ser estimulado por el interés, para que le sea posible, entre la muerte y un nuevo nacimiento, contemplar espiritualmente todo lo que experimenta en el Cosmos. Si un hombre pasa por la vida sin interés, si nada cautiva sus ojos ni su atención, entonces entre la muerte y un nuevo nacimiento no tiene ninguna conexión real con el Cosmos, está como ciego de alma, no puede trabajar con las fuerzas cósmicas. Y cuando este es el caso, el organismo y los órganos del cuerpo para la próxima vida no están debidamente preparados. Cuando un hombre así entra en la esfera de fuerzas que fluyen en dirección a Leo, no se pueden hacer los preparativos rudimentarios para el corazón; llega a la región del Sol y no puede trabajar en su desarrollo posterior; luego, en la región del calor terrestre, el calor de la Tierra, nuevamente no puede completar la preparación; finalmente baja a la Tierra con tendencia a sufrir problemas cardíacos.

Así surge la falta de interés —que es un atributo de la vida del alma— a trabajar en la vida terrena actual. La naturaleza de la enfermedad sólo puede volverse completamente clara cuando uno es capaz de percibir estas conexiones, cuando percibe cómo la discapacidad física que un individuo sufre ahora surgió de algo perteneciente a la vida animica en una encarnación anterior y se ha transformado en la encarnación actual en una característica física. Los sufrimientos físicos en una encarnación están relacionados con experiencias de una encarnación anterior. En general, los seres humanos de los que se dice que están «rebosantes de salud», que nunca enferman, que siempre son robustos y sanos, desvían la mirada de su existencia actual a vidas anteriores, cuando se interesaban más profundamente por todo lo que les rodeaba. Observaba todo con atención aguda y vivaz.

Naturalmente, las cosas que pertenecen a la vida espiritual nunca deben llevarse demasiado lejos. También puede comenzar una corriente de karma. La falta de interés puede comenzar en la vida presente; y entonces el futuro apuntará hacia ello. No se trata sólo de retroceder del presente al pasado. Por lo tanto, cuando el karma está en acción, uno sólo puede decir que, por regla general, ciertas enfermedades están relacionadas con un rasgo o cualidad particular del alma.

Entonces, hablando en general, se puede decir que las cualidades del alma en una vida terrenal se transforman en rasgos corporales en otra vida terrenal; los rasgos corporales en una vida terrenal se transforman en cualidades del alma en otra vida. Ahora bien, ocurre que cualquiera que quiera percibir conexiones kármicas a menudo debe prestar atención a lo que parecen ser detalles insignificantes. Es muy importante que la mirada no se fije en cosas que normalmente se consideran de extraordinaria importancia. Para reconocer cómo una vida terrenal conduce a una vida anterior, con frecuencia habrá que dirigir la mirada hacia rasgos que parecen de importancia secundaria. Por ejemplo, he probado —con toda seriedad, por supuesto, no en la forma en que se suelen realizar tales investigaciones— descubrir las relaciones kármicas de varias figuras de la historia y de la esfera del aprendizaje, y mi atención se centró en una personalidad cuya vida interior se expresó de manera tan radical y notable que terminó por acuñar formas inusuales de palabras. Ha escrito varios libros en los que aparecen las formas más extrañas de las palabras. Fue un crítico muy severo de las condiciones sociales, de los hombres y de sus relaciones entre sí. También deploró los celos mostrados por muchos hombres eruditos en su comportamiento hacia sus colegas. Cita ejemplos para ilustrar los trucos e intrigas de ciertos eruditos en un esfuerzo por derribar a sus compañeros, y el capítulo en cuestión se titula: Schlichologisches in der wissenschaftlichen Welt (Psicologia en el mundo científico). Ahora bien, cuando un hombre acuña una expresión como Schlichologisches, uno siente que es característica. Y una percepción interior atenta de lo que se esconde detrás de tales expresiones lleva a descubrir que en una encarnación anterior esta personalidad tuvo que ver con todo tipo de empresas bélicas, que a menudo exigieron muchas maniobras y acciones camufladas. Esto se transformó, kármicamente, en un don para acuñar tales expresiones para designar intrigas, disputas y riñas. En las imágenes de palabras utilizadas para los hechos que ahora estaba observando, su cabeza describía lo que en una vida anterior había realizado con pies y manos. Y así, en relación con esta persona en particular, pude dar ejemplos de cómo lo físico, de cierta manera, se había transformado en rasgos anímicos.


[i] “Espacio negativo”. Véase Espacios físicos y etéreos, de George Adams; también Planta, Sol, Tierra, de George Adams y Olive Whicher.

Traducido por Gracia Muñoz en noviembre de 2023

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2 comentarios el “GA239c2. Relaciones Kármicas V

  1. […] Relaciones kármicas, GA239c2. vol. V. Praga, 30 de marzo de 1924, […]

  2. […] GA239c2. Praga, 30 de marzo de 1924 […]

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