Rudolf Steiner — Dornach, 30 de septiembre de 1921
Continuando lo expuesto en la semana anterior, deseo dirigir vuestra atención sobre una contemplación de la vida anímica desde el punto de vista del conocimiento imaginativo descrito en mi libro «¿Cómo se adquiere el conocimiento de los mundos superiores?».
Ascendiendo de nuestra conciencia común hemos de distinguir cuatro grados del conocimiento: en primer lugar el conocimiento que nos es propio en la vida común y de la ciencia común del presente, esto es, el grado de conocimiento que se expresa en lo que se puede llamar la conciencia temporal, la que en el sentido de dicho libro se llama el conocimiento objetivo; después se entra en la región de lo suprasensible, por medio de los grados cognoscitivos de la Imaginación, la Inspiración y la Intuición.
En el estado del conocimiento común, objetivo, no es posible considerar lo anímico. Lo anímico se experimenta, y experimentándolo se desarrolla el conocimiento objetivo, pero el verdadero conocimiento sólo se alcanza si se logra tener objetivamente presente el contenido de lo que se desea conocer. Esto no es posible en la vida anímica de la conciencia común. En cierto sentido es preciso retirarse un grado detrás de la vida anímica, a fin de que la misma llegue a estar fuera de nosotros; así se la podrá observar. Pero esto precisamente se logra por el conocimiento imaginativo.
En el ser humano distinguimos, como ustedes saben, el cuerpo físico, el cuerpo etéreo o cuerpo de fuerzas formativas, en realidad una suma de actividades, después el cuerpo astral y el yo, si por ahora nos limitamos a lo que se manifiesta en el hombre del presente. Si elevamos la observación de la vida anímica, no en cuanto al conocimiento, sino a la conciencia, captándola como vida fluctuante, la diferenciamos, como es sabido, en el pensar, sentir, querer.
Hay que tener presente que en la vida anímica común se entrelazan el pensar, sentir y querer. No es posible imaginarse el desarrollo de un pensamiento sin imaginarse a la vez el entretejerse de la voluntad en el desarrollo del pensar.
El modo de cómo agregamos un pensamiento a otro o cómo los separamos, es absolutamente una actividad volitiva dentro de la vida pensante. Por otra parte, si bien el proceso queda poco claro (como siempre lo he explicado) no obstante sabemos que cuando actuamos por voluntad, en ésta se entretejen como impulsos nuestros pensamientos; quiere decir que en la vida anímica común no existe un querer aislado, sino un querer impregnado de pensamientos. Tanto más se entretejen pensamientos, impulsos volitivos y los sentimientos mismos en el sentir. Por lo tanto tenemos que distinguir en la vida anímica, entrelazándose, el pensar, sentir y querer. En mi libro “La Filosofía de la Libertad” se podrá ver que es preciso separar exactamente el pensar del sentir y querer, por la razón de que formarse la idea de la libertad humana sólo es posible a través de la consideración del pensar separado.
Por consiguiente, por decirlo así, si realmente captamos el pensar, sentir, y querer, captamos al mismo tiempo el tejer de la fluctuante vida anímica. Y si luego a lo captado vivaz y espontáneamente lo consideramos al lado de lo que aprendemos a conocer por la ciencia espiritual antroposófica sobre el conjunto de los distintos principios del ser humano —cuerpo físico, cuerpo etéreo, cuerpo astral y el yo— el conocimiento imaginativo llega a la siguiente consideración:
Sabemos que durante la vida consciente desde el despertar hasta el dormirse tenemos en un cierto íntimo conjunto el cuerpo físico, cuerpo etéreo, cuerpo astral y el yo. Igualmente sabemos que durante el sueño tenemos, separados, por un lado el cuerpo físico y el etéreo, y por el otro lado el cuerpo astral y el yo. Si bien la expresión: el yo y el cuerpo astral se separan del cuerpo físico con el etéreo, sólo es correcta en sentido aproximado, es cierto que por el uso de la misma se llega realmente a una idea valedera. Desde el dormirse hasta el despertar el yo, con el cuerpo astral, está fuera del cuerpo físico y el etéreo.
Tan pronto como el hombre ascienda al conocimiento imaginativo, alcanzará cada vez más la capacidad de observar exactamente por la visión interior mediante el ojo anímico, lo que se puede experimentar, por decirlo así, como de un modo pasajero, en el status nascendi. Se lo obtiene y es preciso captarlo rápidamente, lo que realmente es posible. Se percibe entonces lo que en el instante del despertar como asimismo en el dormirse se puede observar con suma nitidez. Por el conocimiento imaginativo es posible observar esos instantes del dormirse y del despertar. Ustedes saben que según el referido libro una de las preparaciones necesarias para alcanzar conocimientos superiores consiste en el educarse a una determinada presencia de ánimo. Es que en la vida común apenas se habla de las observaciones que es posible hacer desde el mundo espiritual, porque a los hombres les falta dicha presencia de ánimo. Si la misma se pudiera utilizar de un modo más intenso, todos los hombres podrían hablar en el presente de impresiones espirituales suprasensibles, porque en realidad éstas tienden a aparecer en el más intenso grado en los instantes del dormirse y del despertar, principalmente al despertar. Los hombres no se dan cuenta de ello sólo porque se utiliza muy poco la presencia de ánimo. Ciertamente, en el instante del despertar aparece ante el alma un mundo entero, pero al formarse ya se desvanece antes de que el hombre se preste a captarlo. Esta es la razón por la cual los hombres casi no hablan de ese mundo que aparece ante el alma y que en verdad es de suma importancia para la comprensión de la interioridad humana.
Lo que se sitúa ante el alma, si realmente se logra aprehender con presencia de ánimo el instante del despertar, es un mundo de pensamientos fluctuantes. No hay que esperar nada fantástico, pues así como se observa en el laboratorio químico también es posible observar aquel mundo con toda serenidad. Ese mundo de pensamientos fluctuantes existe y se lo puede distinguir fácilmente del mero ensueño. El mero soñar se desarrolla lleno de reminiscencias de la vida.
En cambio, lo que tiene lugar en el instante del despertar no son reminiscencias de la vida, pues de ellas se pueden distinguir fácilmente los pensamientos fluctuantes. Estos se pueden traducir en el lenguaje de la conciencia; pero en el fondo son pensamientos extraños, son pensamientos que no podemos tener de otro modo si no los captamos por el discipulado de la ciencia espiritual, o bien, precisamente, en el instante del despertar.
¿Qué es lo que entonces captamos?. Con nuestro yo y el cuerpo astral hemos penetrado en el cuerpo etéreo y en el físico. Lo que se experimenta en el cuerpo etéreo se vive ciertamente en forma de ensueño. Y si, como lo he indicado, se aprende a observar sutilmente, por la presencia de ánimo, también se aprende a distinguir entre este atravesar el cuerpo etéreo en que aparecen las reminiscencias de la vida en forma de ensueño, y lo que sucede antes del pleno despertar, antes de tener después del despertar las impresiones sensorias.
Pues entonces se experimenta el estar situado en un mundo de pensamientos que se tejen, un mundo en que no se vive como se viven los pensamientos de ensueño, de los cuales se sabe exactamente que se los tiene en sí mismo subjetivamente.
Aquellos pensamientos se presentan objetivamente ante el yo y el cuerpo astral en el instante de penetrar y se nota exactamente que es preciso atravesar el cuerpo etéreo, pues durante este pasar por el cuerpo etéreo, se experimenta todo en forma de ensueño. Pero además se debe pasar por el abismo, el espacio intermedio —por decirlo así, empleando una expresión impropia, pero en cierto modo más clara— entre el cuerpo etéreo y el físico y, al despertar, se penetra plenamente en lo etéreo-físico, percibiendo las impresiones exteriores físicas de los sentidos, pues en el instante de penetrar en el cuerpo físico se tienen las impresiones sensorias físicas exteriores.
Lo que se experimenta como un tejer de pensamientos de índole objetiva, absolutamente tiene lugar durante el tránsito entre el cuerpo etéreo y el físico, quiere decir que se trata de un efecto recíproco de los cuerpos etéreo y físico. Por lo tanto podemos decir, si lo dibujamos esquemáticamente (véase dibujo): esto (naranja) representando el cuerpo físico, esto (verde) el cuerpo etéreo, se nos da el viviente tejer de los pensamientos que captamos; y la observación nos conduce a la cognición de que entre nuestro cuerpo físico y el etéreo, estando despierto o durmiendo, continuamente se producen sucesos que en realidad consisten en el tejer de pensamientos entre el cuerpo físico y el etéreo (amarillo). Así se objetiva el primer elemento de la vida anímica: un tejer entre el cuerpo etéreo y el físico.

Esta vida entretejida de pensamiento en realidad no entra en nuestra conciencia como lo está en el estado de vigilia. Debe ser captada de la manera que he descrito. Cuando nos despertamos nos deslizamos con nuestro yo y cuerpo astral en nuestro cuerpo físico. Con el Yo y el cuerpo astral dentro de nuestro cuerpo físico, impregnado por el cuerpo etérico, tomamos parte en la vida de la percepción sensorial. Al tener dentro de ti la vida de la percepción sensorial, te impregnas de los pensamientos del mundo exterior, que pueden formarse en ti desde las percepciones sensoriales y tener la fuerza para ahogar este tejido de pensamiento objetivo. En el lugar donde, de otra manera, los pensamientos objetivos se entrelazan, nos formamos a partir de la sustancia de este pensamiento, tejiendo, por así decirlo, nuestros pensamientos cotidianos, que desarrollamos en nuestra asociación con el mundo de los sentidos. Puedo decir que en este tejido objetivo del pensamiento se juega el tejido de pensamiento subjetivo (brillante) que ahoga al otro y que también tiene lugar entre el cuerpo etérico y el cuerpo físico. De hecho, cuando tejemos pensamientos con el alma en sí, vivimos en lo que he llamado el espacio entre los cuerpos etérico y físico; —como dije, esta expresión es figurativa, pero para que esto sea comprensible debo designarlo como el espacio entre el cuerpo etérico y físico— ahogamos los pensamientos objetivos, que siempre están presentes en los estados de sueño y vigilia, con nuestro tejido de pensamiento subjetivo. Sin embargo, ambos están presentes en la misma región, por así decirlo, de nuestra naturaleza humana: el tejido objetivo del pensamiento y el tejido del pensamiento subjetivo.
¿Que significación tiene el tejer de pensamientos objetivos?. Si se lo percibe, aprehendiendo por presencia de ánimo el instante del despertar, se capta esa vida de pensamientos objetivos, no solamente como mero elemento pensante sino como aquello que en nosotros vive como las fuerzas del crecimiento, las fuerzas vitales en general. Estas fuerzas vitales están aunadas con el tejer de pensamientos. Hacia adentro impregnan el cuerpo etéreo o vital, hacia afuera configuran el cuerpo físico. Es absolutamente así que aquello que captamos por la presencia de ánimo en el instante del despertar, lo percibimos hacia un lado como el tejer de pensamientos y hacia el otro como actividad de crecimiento y alimentación, lo percibimos como un tejer interior, el que realmente es algo viviente. En este caso el pensar en cierto modo pierde su plasticidad y su carácter abstracto; igualmente pierde los perfiles agudos. Se presenta como pensar fluctuante pero claramente reconocible como pensar. El pensar cósmico teje en nosotros, lo que experimentamos conjuntamente con el pensar subjetivo con el cual nos sumergimos en aquel. De este modo se nos ha presentado lo anímico en un determinado dominio.
Dando un paso más en cuanto al captar del instante del despertar por la presencia de ánimo encontramos lo que sigue. Si en el instante de pasar por el cuerpo etéreo con el yo y el cuerpo astral, somos capaces de captar el contenido del ensueño, lo percibimos plásticamente. En el instante del despertar las imágenes del ensueño tienen que desaparecer, pues de otro modo haríamos pasar el ensueño a la conciencia de vigilia, convirtiéndonos en soñadores despiertos, y perdiendo el juicio. Pero quien experimenta los sueños conscientemente, mediante la presencia de ánimo hacia atrás, es decir hasta el instante del soñar —téngase presente que el soñar común es experimentar reminiscencia, es en realidad un posterior recuerdo de los ensueños—; repito: si se capta el ensueño en el instante de producirse, justamente al pasar por el cuerpo etéreo, el ensueño mismo se evidencia como algo móvil, como algo que se experimenta como esencialidad, la que realmente se vive con el sentimiento. La imagen deja de ser meramente imagen, y se tiene la experiencia de estar dentro de la imagen. Este sentirse dentro de la imagen del ensueño, quiere decir que se siente un estar activo en lo anímico tal como comúnmente durante la vida despierta se está activo en lo corpóreo, en los movimientos de la pierna o la mano —el ensueño se experimenta entonces efectivamente así como se experimentan los movimientos corporales—, este captar del ensueño como esencialidad conduce a que a la experiencia del despertar se añada algo más: ocurre que el estar activo que se experimenta en el ensueño, se sumerge en nuestra corporeidad. Al igual que en el pensar sentimos que llegamos hasta el límite del cuerpo físico donde se encuentran los órganos sensorios, acogiendo las impresiones sensorias con el pensar, así también sentimos que con lo experimentado en el ensueño como actividad interior nos sumergimos en nosotros. Lo que se experimenta en el instante del despertar, o más bien antes de tal instante, durante el soñar, cuando aún se está fuera del cuerpo físico, pero ya en el cuerpo etéreo, más exactamente en el instante de penetrar en el cuerpo etéreo, esto es lo que se sumerge en nuestra organización. Cuando se experimenta esta sumersión también se sabe lo que con ello sucede: lo sumergido se refleja en nuestra conciencia de vigilia, se refleja como sentimiento, como un sentir. Los sentimientos son ensueños sumergidos en nuestra organización.
Cuando lo que teje en el mundo exterior lo percibimos en aquel estado del tejer onírico, se trata de ensueños. Cuando los sueños se sumergen en nuestra organización y desde adentro llegan a ser conscientes, los experimentamos como sentimientos. Quiere decir que tenemos sentimientos por el hecho de que algo que está en nuestro cuerpo astral se sumerge en nuestro cuerpo etéreo y luego en nuestra organización física, pero no hasta los sentidos, es decir, no hasta la periferia de la organización, sino solamente penetrando en la organización interna. Al haberlo captado, en primer lugar claramente por medio del conocimiento imaginativo, en el instante del despertar, entonces se obtiene también la fuerza interior para percibirlo constantemente. Es que durante la vigilia soñamos constantemente, sólo que este soñar lo tapamos con la luz de nuestra conciencia pensante, nuestra vida de representaciones. Pero quien es capaz de dirigir la vista hacia debajo de la superficie de las representaciones — se alcanza tal capacidad a través de captar el instante del soñar por la presencia de ánimo —, también podrá experimentar el soñar de todo el día, debajo de la superficie de las lúcidas representaciones, sólo que este soñar no se experimenta como tal sino como constantemente sumergiéndose en nuestra organización y reflejándose como mundo de sentimientos. Y así sabe que el sentir se desarrolla entre el cuerpo astral (ver dibujo, brillante) y el cuerpo etéreo, expresándose naturalmente, en el cuerpo físico. El origen del sentir se halla realmente entre el cuerpo astral y el etéreo (rojo). Al igual que para la vida mental, los cuerpos físico y etérico deben cooperar en una interacción viva, así también el cuerpo etérico y el cuerpo astral deben estar en interacción viva para la vida del sentimiento. Cuando estamos despiertos, experimentamos esta interacción viva de nuestros cuerpos etérico y astral mezclados como nuestro sentimiento. Cuando estamos dormidos, experimentamos lo que ocurre en el cuerpo astral, que ahora vive fuera del cuerpo etérico, como las imágenes del sueño. Estas imágenes de sueños ahora están presentes durante todo el período de sueño, pero no son perceptibles para la conciencia ordinaria; son recordados en esos fragmentos que forman la vida ordinaria del sueño.
De esto se ve que si deseamos comprender la vida del alma debemos mirar entre los miembros de la organización humana. Pensamos en la vida del alma como un pensamiento, sentimiento y voluntad fluidos. Sin embargo, lo captamos objetivamente, mirando en los espacios entre estos cuatro miembros, entre el cuerpo físico y el cuerpo etérico y entre el cuerpo etérico y el cuerpo astral.
A menudo he explicado aquí desde otros puntos de vista cómo lo que se expresa en la voluntad se retira por completo de la conciencia ordinaria de vigilia. Esta conciencia ordinaria conoce las imágenes mentales por las cuales dirigimos nuestro deseo. También es consciente de los sentimientos que desarrollamos en referencia a las imágenes mentales como motivos para nuestro deseo y de cómo lo que queda claro en nuestra conciencia como el contenido conceptual de nuestra voluntad juega hacia abajo cuando muevo un brazo en obediencia a mi voluntad. Lo que realmente sucede para producir el movimiento no entra en la conciencia ordinaria. Tan pronto como el investigador espiritual hace uso de la Imaginación y descubre la naturaleza del pensamiento y el sentimiento, también puede tomar conciencia de las experiencias del hombre entre quedarse dormido y despertarse. Mediante los ejercicios que conducen a la Imaginación, el yo y el cuerpo astral se fortalecen; se vuelven más fuertes en sí mismos y aprenden a experimentarse a sí mismos. En la conciencia ordinaria, uno no tiene el yo verdadero. ¿Qué tenemos nosotros como yo en nuestra conciencia ordinaria? Esto debe ser explicado por una comparación que he hecho repetidamente. Usted ve, cuando uno mira hacia atrás en la vida en la memoria, aparece como una corriente continua, pero definitivamente no es eso. Revisamos el día hasta el momento del despertar, luego tenemos un espacio vacío, luego se vincula el recuerdo de los eventos del día anterior, y así sucesivamente. Lo que observamos en esta reminiscencia lleva en sí mismo también aquellos estados que no hemos vivido conscientemente, y que por lo tanto no están dentro del contenido presente de nuestra conciencia. Están allí, sin embargo, en otra forma. El recuerdo de una persona que nunca durmió en absoluto —si puedo citar un caso hipotético— sería completamente destruido. La reminiscencia de alguna manera lo cegaría. Todo lo que traería a su conciencia en reminiscencia le parecería completamente ajeno a él, deslumbrándolo y cegándolo. Él sería dominado por él y tendría que eliminarse por completo. Él no sería capaz de sentirse dentro de sí mismo en absoluto. Solo a causa de los intervalos de sueño se atenúa la reminiscencia para que podamos soportarlo. Entonces es posible afirmar nuestro propio yo en nuestro recuerdo. Le debemos únicamente a los intervalos de sueño que tengamos nuestra autoafirmación en la memoria. Lo que estoy diciendo ahora podría ser, confirmado a través de una observación comparativa del curso de diferentes vidas humanas.
De la misma manera que sentimos la actividad interna en la reminiscencia, realmente sentimos nuestro yo de todo nuestro organismo. Lo sentimos en la forma en que percibimos las condiciones de sueño como los espacios más oscuros en el progreso de la memoria. No percibimos el Yo directamente en la conciencia ordinaria; lo percibimos solo cuando percibimos la condición de sueño. Sin embargo, cuando alcanzamos la cognición Imaginativa, esto realmente aparece, y es de la naturaleza de la voluntad. Observamos que lo que crea un sentimiento que nos incita a sentir simpatía o antipatía por el mundo, o lo que sea que active nuestra voluntad en nosotros, se produce en un proceso similar al que tiene lugar entre estar despierto y quedarse dormido. De nuevo, esto se puede observar con la presencia de la mente si uno desarrolla las mismas capacidades para observar el proceso de irse a dormir que aquellos que he descrito para despertar. Entonces uno se da cuenta de que al irse a dormir, uno lleva a la condición de dormir lo que fluye como actividad fuera de nuestra vida de sentimiento, fluyendo hacia el mundo exterior. Entonces uno aprende a reconocer cómo cada vez que uno realmente pone en acción su voluntad, uno se sumerge en un estado similar al del sueño. Uno se sumerge en un sueño interno. Lo que ocurre una vez cuando uno se duerme, cuando el yo y el cuerpo astral salen del cuerpo físico y del cuerpo etérico, continúa internamente cada vez que usamos nuestra voluntad.
Debe quedar claro, por supuesto, que lo que estoy describiendo ahora es mucho más difícil de entender que lo que describí antes, porque el momento de irse a dormir generalmente es aún más difícil de comprender con la presencia de ánimo que la de despertar. Después del despertar, estamos en el estado de vigilia, lo que nos permite apoyarnos en las reminiscencias. Si deseamos observar el momento de conciliar el sueño, debemos continuar el estado de vigilia hasta el sueño. Pero por lo común el hombre cae en el sueño, no continúa manteniendo la actividad del sentir hasta en el dormirse. Si lo logra, a través del discipulado del conocimiento imaginativo, verá que en el querer efectivamente se realiza un sumergirse en el mismo elemento en el que uno se sumerge al dormirse. En el querer efectivamente quedamos libres de nuestra organización, nos unimos con la objetividad real. Al despertar, entramos en nuestros cuerpos etérico y físico y pasamos directamente a la región de los sentidos, llegando así a la periferia del cuerpo, tomando posesión de él, saturándolo por completo. Del mismo modo, al sentir, enviamos nuestros sueños al cuerpo, en la medida en que nos sumergimos interiormente; los sueños, de hecho, se convierten en sentimientos. Si ahora no permanecemos en el cuerpo, sino que, sin ir a la periferia del cuerpo, dejamos el cuerpo hacia adentro, espiritualmente, entonces llegamos a la voluntad. Disposición, por lo tanto, en realidad se realiza independientemente del cuerpo. Sé que esto está implícito al decir esto, pero debo presentarlo, porque es una realidad. Al comprenderlo, llegamos a ver que, —si tenemos el Yo aquí (ver último dibujo, azul) —, el deseo tiene lugar entre el cuerpo astral y el Yo (lila).
Por lo tanto, podemos decir que dividimos al ser humano en cuerpo físico, cuerpo etérico o cuerpo de fuerzas formativas, cuerpo astral, y yo. Entre el cuerpo físico y el cuerpo etérico, el pensamiento tiene lugar en el elemento del alma. Entre el cuerpo etérico y el sentimiento del cuerpo astral tiene lugar en el elemento del alma, y entre el cuerpo astral y el yo, el deseo tiene lugar en el elemento del alma. Cuando llegamos a la periferia del cuerpo físico tenemos percepción sensorial. En la medida en que nuestro yo emerge de nosotros mismos, colocando a toda nuestra organización en el mundo exterior, el deseo se convierte en acción, el otro polo de la percepción sensorial (véase el último dibujo).
De esta forma se llega a una comprensión objetiva de lo que se experimenta subjetivamente al fluir en el pensamiento, el sentimiento y la voluntad. La experiencia se metamorfosea en la cognición. Cualquier psicología que trate de captar el pensamiento fluido, el sentimiento y la voluntad de otra manera permanece formal, porque no penetra en la realidad. Solo la cognición imaginativa puede penetrar en la realidad en la experiencia del alma.
Pasemos ahora nuestra mirada a un fenómeno que nos ha acompañado, por así decirlo, en todo nuestro estudio. Dijimos que a través de la observación con presencia de animo en el momento del despertar, cuando uno se ha deslizado a través del cuerpo etérico, uno puede ver un tejido de pensamientos que es objetivo. Uno al principio percibe este pensamiento-tejido objetivo. Dije que se puede distinguir claramente de los sueños y también de la vida cotidiana del pensamiento, de la vida subjetiva del pensamiento, ya que está conectado con el crecimiento, con el devenir. En realidad es una organización real. Sin embargo, si uno capta lo que está tejiendo allí, lo que, si uno lo penetra, uno percibe como tejido de pensamiento; si uno lo siente interiormente, lo toca, me gustaría decirlo, entonces uno es consciente de ello como fuerza de crecimiento, como fuerza de nutrición, como el ser humano en el proceso de desarrollo. Se trata de algo que primero se presenta como extraño, pero que es mundo de pensamientos. Estudiándolo más exactamente se evidencia como un tejer interior de pensamientos, un tejer de nosotros mismos. Lo captamos en la periferia del cuerpo físico, antes de llegar a la percepción sensoria. Cuando aprendemos a conocerlo mejor en cuanto a su carácter extraño para nuestro pensar subjetivo, lo reconocemos como traído de experiencias prenatales, o bien de experiencias de antes de la concepción. Llegamos a comprenderlo como algo objetivo, como lo espiritual que va formando todo nuestro organismo. La idea de la existencia prenatal adquiere objetividad, llega a la observación objetiva. Con captación interior podemos decir: nuestra existencia ha sido tejida, proveniente del mundo del espíritu, por pensamientos. Los pensamientos subjetivos que le agregamos, se hallan en el dominio de nuestra libertad. Aquellos pensamientos que percibimos, nos forman, construyen nuestro cuerpo a base del tejer de pensamientos. Ellos son nuestro karma del pasado. Por lo tanto: antes de llegar a las percepciones sensorias, percibimos nuestro karma del pasado.
Cuando nos vamos a dormir, alguien que vive en la cognición objetiva ve algo en este proceso de quedarse dormido que es similar a la voluntad. Cuando se llega a la voluntad para completar la conciencia uno nota con bastante claridad que uno duerme en su propio organismo. Así como los sueños se hunden, también lo hacen los motivos de la voluntad que pasan a nuestra organización. Uno duerme en el organismo. Uno aprende a distinguir este sueño en el organismo, que primero cobra vida en nuestras acciones ordinarias. Estos, de hecho, se llevan a cabo externamente; los cumplimos entre despertar e irnos a dormir, pero no todo lo que vive dentro de nuestra vida de sentir vidas en estas acciones. Pasamos por la vida también entre quedarse dormidos y despertar. Lo que de otro modo presionaríamos en las acciones, nos liberamos de nosotros mismos a través del mismo proceso al irnos a dormir. Presionamos toda una suma de impulsos de voluntad en el mundo puramente espiritual en el que nos encontramos entre dormir y despertar. Si a través de la cognición Imaginativa aprendemos a observar los impulsos de voluntad que pasan a nuestro ser espiritual, que protegemos solo entre dormir y despertar, percibimos en ellos la tendencia a la acción que existe más allá de la muerte, que pasa con nosotros más allá de la muerte.
La voluntad se desarrolla entre el cuerpo astral y el yo. La voluntad se convierte en acción cuando va lo suficientemente lejos hacia el mundo exterior como para llegar al lugar al que de otro modo llegan las impresiones sensoriales. Sin embargo, al ir a dormir, sale afuera muchísimo que no se transforma en acción, sino que permanece unido con el yo, cuando con la muerte el mismo pasa al mundo espiritual.
Vemos que, experimentamos, aquí en el otro lado (ver diagrama a continuación) nuestro karma futuro. Nuestro karma futuro se experimenta entre la voluntad y la acción. En la conciencia Imaginativa, los dos están unidos, el karma pasado y futuro, lo que teje y vive dentro de nosotros, tejiendo bajo el umbral por encima del cual se encuentran los actos libres que podemos lograr entre el nacimiento y la muerte. Entre el nacimiento y la muerte vivimos en libertad. Debajo de esta región de libre disposición, sin embargo, que en realidad tiene una existencia solo entre el nacimiento y la muerte, allí se teje y vive el karma cuyos efectos que vienen del pasado percibimos si con nuestro yo y el cuerpo astral somos capaces de permanecer en el cuerpo etéreo, justamente en el instante de transitar hasta el cuerpo físico. Por el otro lado percibimos nuestro karma que se genera si somos capaces de permanecer en la región que se halla entre el querer y el actuar, y si nos es posible desarrollar, a través del ejercitarnos, el autodominio a tal grado que interiormente podamos activarnos en un sentimiento lo mismo que —por decirlo así—, con el apoyo del cuerpo, nos activamos en la acción; repito: si en espíritu podemos activarnos en el sentimiento, esto es, cuando retenemos una acción en el yo.
Imaginen esto vívidamente; uno puede ser tan entusiasta, enamorado interiormente de algo que surge del sentimiento como aquello que de otro modo pasaría a la acción; pero uno debe retenerlo: entonces se enciende en Imaginación como karma de futuro.
Naturalmente, lo que acabo de describirles existe siempre en el hombre, pues con cada despertar a la mañana, él pasa por la región del karma pasado; y todas las noches al dormirse, por la región del karma que se genera. A través de cierta atención, sin discipulado, pero por la presencia de ánimo, el hombre puede captar lo objetivo del pasado, ciertamente sin reconocerlo claramente, tal como ahora lo he descrito. Lo puede percibir realmente, y entonces está presente todo aquello que él lleva en sí como sus impulsos morales, del bien y del mal. A través de ello en realidad el hombre aprende a conocerse mejor que si en el instante del despertar él percibe el tejer de pensamientos que a él mismo le forma.
Más difícil de entender, sin embargo, es la percepción de lo que se encuentra entre la voluntad y la acción, de lo que uno puede retener. Allí uno aprende a conocerse a sí mismo en la medida en que uno se ha hecho a sí mismo durante su vida. Uno aprende a conocer la formación interna que uno lleva a través de la muerte como karma futuro.
Quería mostrarles hoy cómo se puede hablar de estas cosas a partir de una comprensión viva, cómo la antroposofía no está en absoluto agotada en sus imágenes. Las cosas se pueden describir de una manera viviente, y mañana iré más allá en este estudio, yendo a un conocimiento aún más profundo del ser humano sobre la base de lo que hemos estudiado hoy.

Traducido por Gracia Muñoz en Noviembre de 2017
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