Del libro «El Cristianismo Cósmico y El rostro cambiante de la Cosmología»
Este capitulo forma parte del libro de Willi Sucher,
«El Cristianismo cósmico y el rostro cambiante de la Cosmología». Parte I.
Hace poco se ha podido comprobar la relación que existe entre las grandes piedras dispuestas en círculo de los celtas y las estrellas. Las piedras del círculo indicaban los puntos por donde se levantaba, por ejemplo, el Sol en cierta época del año y muchos otros sucesos astronómicos que los hombres han redescubierto en la actualidad gracias a los telescopios y ordenadores. Por supuesto que la humanidad de antaño no poseía estos inventos modernos, sin embargo, era capaz de reemplazarlos por unas capacidades mentales que la humanidad moderna ha perdido por completo. Esto se puede comprobar en los antiguos monumentos de Irlanda, en New Grange, en el Monte Tara y en otros lugares más.
La Humanidad en Oriente y Oriente Medio tenían también un lazo muy estrecho con el mundo estelar, sobre todo en Mesopotamia. Tenemos pruebas tangibles de estas relaciones gracias a los descubrimientos y desciframientos de los enigmas de los zigurats de los valles del Éufrates y el Tigris: se trata de construcciones gigantescas, parecidas a las pirámides, pero con terrazas. En la cúspide se encontraba algo así como un pequeño santuario: obviamente debía tratarse del observatorio de un monje con una cierta misión: seguir el curso de las estrellas. Eso no se pudo construir para satisfacer una simple curiosidad, sino con fines bien precisos. Tenemos la prueba en el documento que hizo escribir un rey: «Hoy me he dirigido al templo de Ishtar (es decir, el templo de Venus) y me ha dicho que tengo que hacer esto o lo otro», lo que nosotros hoy diríamos cuestiones de ‘asuntos exteriores’. Parece evidente que el rey había ido a consultar, a través de la oración, al genio de las estrellas. De esta manera comunidades enteras eran guiadas por este conocimiento que provenía de los movimientos de las estrellas, los ritmos de los planetas de los que hemos hablado en el capítulo anterior.
Los escalones de las terrazas estaban pintados con los colores adscritos, en aquellos tiempos, a los diferentes planetas. Estos monumentos de Mesopotamia son una prueba de la estrecha relación de la Humanidad con las estrellas en un sentido no egoísta. Este conocimiento era utilizado para guiar a las naciones, interviniendo directamente en la esfera de la agricultura y tantas otras.
Huellas parecidas se han encontrado en Egipto donde los santuarios se construían a lo largo de grandes ejes. Primero estaba la avenida de las estatuas, parecidas a esfinges. Después se entraba en una especie de patio delantero, después en un patio interior y finalmente, en el templo propiamente dicho. Al final del templo se encontraba el santuario, la capilla conteniendo las efigies de la divinidad a la que estaba dedicado el templo. Se ha podido establecer que esos grandes ejes de los templos estaban orientados hacia el punto en que sale Cánope, en la constelación del Argonauta que se llamaba la estrella de Osiris.
El largo pasillo de las tinieblas, las estancias y patios actuaban como un telescopio. Las pirámides poseían conductos que, desde las habitaciones, profundamente escondidos en las profundidades, permitían acceder al exterior. Estos pozos no estaban destinados a ser utilizados como vías de paso, porque eran oblicuos: habría sido imposible caminar por ellos: Estaban también orientados hacia las órbitas diarias de ciertos cuerpos celestes. Está claro que en el interior de las estancias de esas pirámides se practicaban ritos de iniciación: durante tres días el neófito era conducido a un estado letárgico como de muerte: se le acostaba en un sarcófago muy profundo, en la parte baja de la pirámide, en una postura tal que al despertarse lo primero que observaba, a través de una larga chimenea, era el mundo exterior y veía esa estrella en el cielo. Debía ser una experiencia perturbadora.
Vino después una época –tanto en Egipto como en Mesopotamia y Caldea– en que se despertó la conciencia del ‘yo’. Esto se evoca, por ejemplo, en la leyenda de Gilgamesh y su amigo Eabani, o Enkidu. La historia relata que ellos mataron al Toro, posesión de la diosa Ishtar. Se trata de misterios muy profundos del templo. El toro de Ishtar estaba realmente ligado a la constelación de Tauro, (Ishtar era como Venus). En la astrología tradicional se dice con toda simplicidad que Venus tiene su ‘domicilio’ en el signo Tauro. ¿Por qué sólo en la constelación de Tauro, y por qué esa unión con Ishtar? Esto tiene que ver con las experiencias de una humanidad primitiva, que se remonta hasta los tiempos de la Creación. El Toro, tal como lo experimentaban ellos en el cielo, se les manifestaba como la imagen del Verbo creador, del Logos que impregna el Universo y crea el mundo físico objetivo que nos rodea. Por otra parte, en esta historia tenemos a Gilgamesh y a Enkidu, que mataron al toro. ¿Qué puede significar esto? Ellos se encerraron en sí mismos a expensas de la disminución de su conciencia de lo divino que actuaba en la naturaleza. El egoísmo estaba a punto de hacer su aparición: era necesario que surgiera, en interés de la libertad interior del ser humano. Los hombres empezaron a alejarse de las inteligencias divinas del mundo estelar. De esta forma los dioses finalmente ‘perecieron’ para la conciencia de la Humanidad.
Podemos comprenderlo en este sentido cuando leemos lo que dice Gilgamesh: «Y a ti, Ishtar, también te tengo que hacer caer. Tengo que hacer que sufras la misma muerte que el Toro». Esta es una descripción imaginativa de la retirada de aquella antigua conciencia que condujo finalmente a la expresión, que tantas veces oímos hoy en día: «Dios ha muerto». Pero sólo ha muerto en la conciencia de los hombres. Después de que Gilgamesh pronunciara estas palabras, que tomadas superficialmente suenan a blasfemia, Ishtar no se quedó quieta: fue a quejarse a la más alta divinidad y Enkidu, el amigo de Gilgamesh, murió poco después de este incidente.
Gilgamesh quedó profundamente conmovido: había llegado a las primicias de un ‘yo’ egoísta. Había vivido la muerte como algo natural que viene al encuentro del individuo. Antes de esa época, los hombres sabían muy bien que cuando alguien moría, sólo era su cuerpo lo que se abandonaba, y que el alma estaba entonces más viva que antes, viviendo en el mundo de los dioses. Habría sido inútil hablarles entonces de la vida después de la muerte y de la reencarnación, porque habrían contestado que lo sabían muy bien, que era una realidad que ellos experimentaban en su interior. Pero después de la muerte de su amigo, Gilgamesh vivió la muerte como un destino individual: el destino atacaba al hombre de alguna manera, al hombre que había dado los primeros pasos para emanciparse del mundo divino. A continuación, la historia nos cuenta que Gilgamesh se marchó en busca de su amigo. Tuvo innumerables aventuras y sabemos, por la leyenda, que llegó hasta el mundo cósmico, donde encontró monstruos horribles. Se trataba de un mundo aterrador: allí había escorpiones, leones, y toda clase de criaturas terroríficas que le espantaron. Se hace patente que entonces el mundo cósmico estaba muy lejos de él, que este de ahora es un mundo extraño, terrible y fatal. La historia de Gilgamesh y Eabani (Enkidu) describe la actitud a partir de la cual se ha ido desarrollando lentamente la Astrología, hasta llegar al estado actual, que nosotros conocemos. Es la astrología que habla de los lazos que unen a los seres humanos con el mundo de las estrellas como de algo complejo que, inexorablemente, es la causa de su destino, manteniéndoles en una dependencia total, sin salida.
En otras partes del mundo, en Occidente en particular, los lazos con el mundo estelar fueron mantenidos hasta el primer milenio después de Cristo, pudiéndose encontrar algunas huellas incluso en el segundo milenio, como se describe en la historia del rey Arturo y los Caballeros de la Tabla Redonda.
Allí se describe la infancia del rey Arturo en términos cosmológicos impresionantes. El joven Arturo fue invitado a subir la escala que conduce a los cielos, llegando hasta las 7 estrellas que configuran el Carro o la Osa Mayor. Allí fue recibido por 7 reyes, que le pusieron bajo su protección, le educaron y le iniciaron en los secretos cósmicos de la Tabla Redonda, imagen viva del Zodiaco. Tras esta experiencia descendió ya como rey Arturo, inaugurando la Tabla Redonda en la Tierra. Desde entonces conocemos las historias del rey Arturo y sus Caballeros, enviados por todo el mundo para ayudar siempre que fuese necesario, para proteger a los que estaban en peligro, etc. En todo ello se manifiesta a la perfección todo lo que se encontraba en el cielo como gran y maravilloso orden cósmico, realizándose sobre la Tierra en los terrenos más prácticos que conciernen a la humanidad en su totalidad.
El rey Arturo también era conocido como el «labrador» pues, por su Iniciación, estaba profundamente asociado con los misterios de la Osa Mayor o el Carro. En calidad de rey tenía que cuidar de que sus vasallos estuvieran bien alimentados. Para ello tenían que recibir una educación dirigida a una agricultura eficiente, una agricultura que trabajaba y vivía en total armonía con los ritmos cósmicos que actuaban en los ritmos vitales de las plantas en la Tierra. Para ello se sabía que era muy importante poseer el conocimiento de las correlaciones entre el Cosmos y la Tierra. Parece que el origen del nombre Arturo (en inglés Arthur) proviene de unas palabras del país de Gales, Arth Uthyir que significan, simplemente, “osa mayor”. Es posible que Arturo no fuera su nombre. Originalmente se trataba de un título, un grado de Iniciación, en este caso de una iniciación en los secretos místicos de la Osa Mayor o el Carro cósmico.

Esto sucedió al Oeste; en el Este la sabiduría de las estrellas tuvo un desarrollo diferente, contagiada al final por el egoísmo del ser humano. Los individuos querían que las estrellas les revelaran su destino personal. Empezaron a preguntar ¿en qué medida me concierne lo que pasa en el cielo? ¿Cómo me influenciará a mí? Es evidente que esta actitud se fue desarrollando lentamente, pero a medida que pasaba el tiempo fue tomando dimensiones cada vez más dramáticas. Todavía hoy en día se nos pregunta: ¿qué me tienen reservado las estrellas? ¿qué me han preparado? Por desgracia esto puede degenerar en miedos y debilidades extremas. Sin embargo, esto no fue el fin de las relaciones de la humanidad con el Cosmos.
Pasó el tiempo y llegó la época de Copérnico, que vivió entre los siglos XV y XVI, quien propuso una astronomía heliocéntrica, sin llegar a desarrollarla en todos sus detalles. El Sol, y no la Tierra, fue considerado el centro del sistema solar. Sus seguidores, personas como Kepler, Newton y otros, elaboraron esta teoría en profundidad. Esta etapa fue en cierto modo, consecuencia del egoísmo que se apropió del conocimiento de las estrellas en Egipto, pasando a llamarse Astrología. Con la revolución copernicana la humanidad se distanció aún más de las estrellas, hasta llegar al extremo de considerar el Cosmos como un gran mecanismo, como un ordenador. Conviene tener en cuenta, que el copernicanismo podría ser considerado una especie de conocimiento egipcio de las estrellas, modificado. Con el tiempo bien es verdad que esta teoría desacreditó totalmente a la Astrología, considerándola una pura locura. Pero el concepto del ‘destino’ tomó proporciones extremas. La Tierra fue destronada, siendo considerada desde entonces como un planeta minúsculo que giraba alrededor del Sol todopoderoso.
Por supuesto que podríamos decir: ¡esto es lo que sucedió en el terreno de la Astronomía, pero eso no tiene nada que ver con nuestra vida práctica! Que el centro sea el Sol o la Tierra es sólo una cuestión de los científicos y astrónomos y sus laboratorios, algo que no nos concierne a nosotros. Y, sin embargo, claro que nos afecta. El punto de vista copernicano se infiltró profundamente en la formación de los fundamentos sociales que se desarrollaron a partir de entonces. En un pasado lejano se oía hablar de la Tabla Redonda y del rey Arturo y de los grandiosos templos de Mesopotamia. Entonces la Cosmología, o el conocimiento de las estrellas, actuaba directamente en la vida social. Comunidades enteras fueron dirigidas con base a este conocimiento. De la misma manera que el pensamiento original del copernicanismo dio forma, a su vez, a la vida social de los hombres de hoy día. Maquiavelo, uno de los contemporáneos de Copérnico, escribió a comienzos del siglo XVI el libro El príncipe[1] El rey está descrito ahí como alguien que debe tener un poder absoluto, sin restricciones. Todo lo que haga será forzosamente justo. No tiene que rendir cuentas a nadie, sólo a sí mismo y a nadie más. ¿Qué tiene esto que ver con el concepto astronómico del mundo que surgió entonces? En aquellos tiempos el rey era considerado como el representante terrenal del Sol de los cielos. Sin embargo, incluso en todo su esplendor, el Sol no era considerado el centro del Universo ni, por supuesto, el rey como su representante. La propia forma de la Tabla Redonda era una imagen de la negación de la sumisión. Arturo era uno más entre los Caballeros de la Tabla Redonda.
Se podría objetar que, mucho antes del Cristo, el despotismo oriental había llegado a ser muy poderoso. La verdad es que las enseñanzas secretas de los antiguos Misterios del Templo ya habían promulgado una cosmología heliocéntrica, mientras que según las ideas más populares se cultivaba el punto de vista geocéntrico. Existen pruebas de que al menos en Egipto era así. Como los reyes, los faraones y otros más habían sido, en su origen, iniciados en los Misterios, aparecieron entonces tendencias a establecer Órdenes terrenales según los arquetipos de las ‘Ordenes cósmicas heliocéntricas’, como comunidades centradas en el Rey o el Faraón.
Ahora, unido con la popularización de la orientación heliocéntrica resultante del copernicanismo, podemos constatar que Maquiavelo creó el concepto filosófico de la monarquía como el centro absoluto e indiscutible de no importa qué orden social. De hecho, rápidamente el rey francés Luis XIV hizo su entrada en el escenario histórico diciendo: «El estado, soy yo», yo, el Rey. En sentido social, el Sol se encontraba en el centro. Luis XIV y todos los monarcas europeos que se lo pudieron permitir siguieron este ejemplo y construyeron sus palacios siguiendo una forma perfectamente “heliocéntrica”. Por lo general estos palacios se construyeron de manera que tuvieran una torre redonda en el centro, o una estructura similar, con alas a los lados (Fig. 2.1)

Todas las calles y caminos de la ciudad partían de ese punto central hacia la periferia exterior, como los rayos del Sol. En muchas capitales europeas se pueden ver esos palacios. El ‘copernicanismo’, es decir el sistema heliocéntrico, se manifestaba en una forma social.
Los hombres contemporáneos han modificado este concepto de forma importante. Ahora tenemos que hacer algo al estilo de la ‘explosión atómica’ en lugar del viejo Universo. Mejorando sin cesar el poder y la perfección de los telescopios, hemos penetrado en las profundidades del espacio: hemos descubierto distancias fantásticas y otros mundos más allá del sistema solar. Nuestro propio sistema solar se ha visto reducido a algo insignificante. En nivel conceptual, el gran Universo se ha hecho cada vez más grande. En aquellos tiempos era muy difícil hacerse una idea de la extensión del Universo, cosa que también sucede ahora. No sabemos si es limitado o infinito. El concepto de infinitud es difícil de captar para una ciencia basada en la noción de la ‘cantidad’. Hemos descubierto nuevos sistemas solares que se supone son más grandes que el nuestro. Los soles en los centros de estos universos se desplazan, según los cálculos al uso, a velocidades prodigiosas. Además, todos se alejan de una especie de centro que se encontraría en un espacio cósmico más grande a velocidades de vértigo, inimaginables para un espíritu humano normal. Realmente el gran Universo se parece a una explosión atómica.
Una mentalidad humana inducida a pensar en esos términos cosmológicos ha tenido la correspondiente repercusión en la vida social moderna. Si lo observamos de manera objetiva tenemos que admitir que las formas de la vida social, las instituciones y demás, están también constantemente frente a este peligro de atomización. ¿Cuál sería la solución? La humanidad occidental se inclina con facilidad a pensar que la respuesta viene dada por la mecanización y la informatización, lo que parece coincidir con los conceptos de la moderna cosmología que preconiza que el Universo es un gigantesco mecanismo, llegando a sugerir, partiendo de este hecho, que la mejor solución, y la más oportuna para la vida del hombre y de la comunidad, reside en la mecanización y la informatización completa de todos los problemas y de todas las instituciones.
Esta vía no conduce a soluciones, sino a la renuncia y abdicación de la raza humana. Cabe esperar que no toda la humanidad lo aceptará y en ese sentido, nos queda un poco de esperanza. Sobre todo, Oriente, el oeste y el este de Asia, no pueden seguir esta tendencia y de ahí provienen muchos de los problemas que han salido a la luz en esos países. Oriente vive con las sombras nebulosas de un pasado glorioso que habla en imágenes, aunque débilmente, del Espíritu del Cosmos, en el interior del ser humano y en los reinos de la Naturaleza. Si nosotros los occidentales queremos establecer una sana relación con Oriente no debemos creer que lo podremos hacer imponiendo el mecanicismo y la tecnología. Sólo lo podremos hacer presentándonos, no sólo en Oriente sino ante toda la humanidad, como seres humanos dotados de dignidad e integridad espirituales. Y podremos alcanzar los medios para hacerlo. Si quisiéramos encontrar un arquetipo para ello, deberíamos partir a la ‘búsqueda del Grial’. Entonces comprenderemos que Perceval, que buscaba el Grial, es nuestra propia imagen.
Perceval llegó a un castillo, donde fue testigo de muchos misteriosos sucesos, sin preguntar qué significaban. En consecuencia, fue expulsado del castillo: imagen del hombre moderno que, justo en esta era de las ciencias, se ve enfrentado a los enigmas del Universo, de la Tierra y de sí mismo. Pero, él tampoco hace preguntas, como Perceval que tuvo que errar por el mundo durante años, sumido en la desesperanza, hasta que finalmente encontró a Trevrizent que le ayudó a hacer consciente su búsqueda del Grial. Entonces, penetró por segunda vez en el castillo y pudo comprender los nuevos Misterios, obteniendo respuestas sobre la naturaleza espiritual de la humanidad, su papel en la evolución del Universo, etc., pues eso es lo que significa la Copa y el contenido espiritual del Grial. Durante los años 60 y 70 del siglo XX, la humanidad occidental atravesó el sombrío y profundo valle que ella misma había creado con sus propios actos en el terreno de la ciencia y de la tecnología. Pero ahí dentro también vive la esperanza que podemos hacer emerger de nuevo si estamos dispuestos a comprender el significado arquetípico de Perceval.
Para el objetivo de nuestros actuales estudios, las consecuencias modernas del copernicanismo constituyen un valle sombrío y profundo. Sin embargo, no beneficiaría a nadie volver a las antiguas prácticas de la visión geocéntrica del mundo, como por ejemplo la de los Celtas o la de Ptolomeo. Debemos atravesar ese valle y tenemos que encontrar nuevos caminos y nuevas puertas hacia los conceptos espirituales del Universo.
Rudolf Steiner indicó que, en las auténticas Escuelas de los rosacruces de la Edad Media, al principio se enseñaba a los alumnos, la visión geocéntrica. Pasado un tiempo, se les explicaba que todo habría tenido que ser así, pero que en realidad no lo era. A causa del gran pecado de la Tierra y sus habitantes –podríamos decir la salida del Paraíso– la Tierra perdió su posición central. Sólo después de largos y penosos esfuerzos, en un futuro lejano la Tierra volverá a ocupar la posición debida, y eso sólo será posible si aceptamos el impulso del Cristo, que penetró en el reino terrenal como representante del sistema solar en su totalidad. Así como el ser humano lleva un ‘yo’ en su ser corporal que dirige y da sentido a toda su existencia, también un Yo impregna el sistema solar, y este Yo es el Ser de Cristo, que se unió a la Tierra en el Gólgota para que la Tierra llegue a ser un «Sol» en un futuro muy lejano. Toda la humanidad está implicada en este proceso, sin distinción de razas, naciones, o religiones.
Así pues, el punto de vista de la Tierra como el centro es una perspectiva que debe comprenderse a través del desarrollo interior, del dolor del esfuerzo, hasta llegar al Yo cósmico. Para llegar a él no debemos dudar al cruzar el oscuro valle del copernicanismo. Tenemos que abrirnos camino hacia una nueva visión espiritual. Después de todo, el copernicanismo y la astronomía moderna nos han proporcionado un conocimiento preciso, matemático, del cielo, en palabras del lenguaje moderno. Somos capaces de calcular, en teoría, los movimientos de los planetas y muchos otros fenómenos, en miles de años hacia el pasado y hacia el futuro, como resultado de la astronomía moderna, que ha puesto de manifiesto muchos detalles sobre los movimientos de los planetas que la humanidad de antaño conocía gracias a una especie de percepción clarividente, como de ensueño. Esos conocimientos se guardaban entre los secretos de los Templos de Misterios y no se ponían al alcance del resto de la humanidad. En cambio, la Astronomía es una ciencia disponible para el que quiere hacer el esfuerzo de estudiarla. Esta misma Astronomía, aunque basada en conceptos matemáticos, puede proporcionarnos los medios para observar el sistema solar con conceptos nuevos, incluso espirituales. En un pasado muy lejano, incluso en Grecia, los hombres tenían la posibilidad, elevando su mirada hacia el cielo, de ver no sólo los propios planetas, sino también sus esferas, y todo ello gracias a sus facultades de percepción clarividente. Los griegos no concebían el planeta como una entidad que se desplazaba, sino como si dijéramos, fijo sobre una esfera completa, delimitada por la órbita de dicho planeta. Se imaginaban todas estas esferas como concéntricas, teniendo a la Tierra como centro, siendo puestas en rotación por los seres divinos que trabajaban en ellas: así era como los planetas se desplazaban a lo largo de sus órbitas. Según este punto de vista, todos los movimientos del Cosmos provenían de la actividad de los Seres divinos.
Ahora todo eso se ha perdido porque ya no usamos el concepto de ‘esfera’. Los astrónomos actuales no tienen nada que ver con la noción de las esferas. Desde el punto de vista moderno el movimiento es provocado por factores puramente mecánicos en el Universo. Sin embargo, gracias a la astronomía moderna podemos llegar a establecer nuevos conceptos sobre las esferas que abren nuevas perspectivas. Las órbitas de los planetas no están situadas en círculos perfectos, como tampoco están todas exactamente en el plano común del sistema solar, el de la eclíptica.[2]
En primer lugar, tenemos el Sol en el centro, de acuerdo con Copérnico. Pero fue Kepler[3] quien descubrió que los planetas no se desplazan alrededor del Sol haciendo círculos, sino haciendo elipses (ver Fig. 2.2) En su recorrido elíptico el planeta pasa en cierto momento por una posición llamada ‘perihelio’ (cuando la distancia del planeta al Sol es menor) y en otro momento su posición es la llamada ‘afelio’ (cuando el planeta está más distante del Sol)

Estos elementos sirven para evaluar la vida interior de la esfera. Mientras el planeta se desplaza por la eclíptica pasa por su perihelio, es decir se encuentra en la posición más cercana al Sol; en el afelio en cambio, se encuentra en la posición más alejada del Sol, como ya lo hemos indicado. Estos puntos indican la condición en que vive toda la esfera en un momento dado. Los planetas visibles actúan como ‘lunas’ reflejando la vida de las esferas (las esferas son el espacio interior de la órbita). Durante su perihelio el planeta tiene una relación privilegiada con el Sol y en consecuencia está en relación con todo el sistema solar. Durante el afelio en cierta medida está expresando su deseo de disociarse de éste, de volar con sus propias alas en el entorno espacial aunque, en realidad, no lo podría conseguir pues, a pesar de todo, el Sol mantiene unida a toda la familia de planetas. De esta forma hemos llegado a nuevos conceptos del Universo vivo. Lo que parecía promover la idea de un Cosmos regido por fuerzas puramente mecánicas, nos da la posibilidad de penetrar en una nueva perspectiva en lo referente a la cosmología.
Otros aspectos han sido descubiertos por la astronomía moderna que constituyen otros elementos de los planetas, definidos con toda precisión gracias a los métodos modernos de cálculo. Una vez más partimos del Sol en el centro (Fig. 2.3). Vemos que los planetas y la Tierra se mueven a su alrededor. En el esquema hemos mencionado la órbita de la Tierra y la de otro planeta.
A primera vista se podría creer que los planos en que se desplazan los planetas son idénticos, como si se desplazaran sobre el mismo ‘plato’. Sin embargo, si se observa más a fondo se comprueba que los planos forman un pequeño ángulo entre ellos. En otras palabras: las órbitas de los planetas están todas inclinadas, en relación las unas con las otras. Podemos partir del plano en el que se desplaza la Tierra a lo largo del año y estudiar las inclinaciones de los otros planos de revolución de los otros planetas en relación a ésta. Entonces descubrimos los puntos de cruce y las líneas de intersección de todos estos planos. Son los nodos del planeta con la órbita de la Tierra o el plano de la eclíptica. Cada planeta forma así un nodo ascendente y un nodo descendente. El nodo ascendente es el lugar en que –en relación al zodíaco– el planeta se eleva por encima de la eclíptica, y el nodo descendente el lugar por donde pasa por debajo del plano de la eclíptica. (Para indicar los nodos hemos utilizado los símbolos empleados en astronomía)
Evidentemente se trata de puntos matemáticos, no podemos verlos como tampoco podemos ver los perihelios y los afelios de los planetas. Sólo podemos calcularlos. Pero sin embargo son realidades de una gran importancia que hacen referencia a la vida de las esferas en relación con la Tierra. Indican que, en esos lugares, las esferas tienen la posibilidad de entrar en contacto con la Tierra y sus habitantes. De esta manera, el punto de vista copernicano nos ofrece de nuevo los medios para llegar al concepto del Universo vivo: podemos obtener las tablas astronómicas que nos dan las posiciones precisas de los nodos, de las líneas entre afelios y perihelios, etc. Viviendo y trabajando con estos elementos –como asimismo con ciertos desarrollos que provienen del punto de vista geocéntrico– podemos redimir al sistema copernicano, el sistema heliocéntrico, aportando un elemento vivo contra las concepciones que consideran el universo como una gran maquinaria. Y esto se convertirá en una necesidad urgente.
Acabamos de estudiar en profundidad las posibilidades que se nos ofrecen con las líneas nodales y las líneas perihelio-afelio. Y de hecho hemos encontrado que el momento en que los planetas entran en esas líneas, las actividades características de las esferas planetarias y de sus Seres pueden ser reconocidas en las cuestiones terrenales y en los hechos históricos. Queremos insistir también en el hecho de que, en tales momentos, dependerá totalmente de una cuestión de comprensión y de participación consciente de los hombres, para que esos sucesos puedan ser benéficos para la Tierra, de una manera constructiva, porque si no, por negligencia o rechazo, podrían actuar de manera negativa y destructiva. Esto forma parte –y no la menor, por cierto– de la nueva comprensión y de la nueva relación que debe establecerse entre el hombre y el Cosmos.
[1] Nicolás Maquiavelo (1469-1527), filósofo y político florentino
[2] Ver nota 1, pág. 9
[3] Johannes Kepler (1571-1630) matemático y astrónomo alemán que dio nombre a las famosas “leyes de Kepler
Traducido del francés por Maribel Garcia Polo