La actitud de Rudolf Steiner hacia el cristianismo merece una mención particular. Durante el periodo en que editaba una publicación periódica, encontramos muchas declaraciones no del todo favorables al cristianismo. Muchas personas han visto una contradicción entre lo que dijo en este periódico y otras enseñanzas suyas en las que habla de Cristo como el Ser de importancia central en la historia y la cosmología. Surgió mucha oposición por este hecho porque se pensaba que se habían descubierto contradicciones esenciales. Yo mismo estudié esta cuestión muy profundamente y analicé cada declaración y cada línea donde se trataba el tema. Finalmente fui a Rudolf Steiner y le pregunté al respecto. Él confirmó lo que yo mismo había descubierto, a saber, que en ciertos aspectos consideraba insatisfactoria e inadecuada la forma en que el cristianismo era presentado por diferentes organismos y expresó esta opinión cuando se refería a la forma actual de la religión cristiana. Pero Rudolf Steiner sostenía que el propio Cristo era el centro mismo de la historia y la cosmología.
Ahora trataré de aclarar este punto fundamental.
La enseñanza de Rudolf Steiner sobre Cristo está vinculada al hecho de que él tomó con profunda seriedad ciertas palabras contenidas en la Biblia. Por ejemplo, el Evangelio de San Juan, capítulo 21, versículo 25:
«Y hay también muchas otras cosas que hizo Jesús, las cuales, si se escribieran una por una, pienso que ni aun el mundo entero podría contener los libros que se escribieran«.
Rudolf Steiner consideraba estas palabras como confirmación del hecho de que ningún credo ni época pueden justificar la consideración de que su conocimiento de Cristo ya está completo. También, el Evangelio de San Mateo, capítulo 24, versículo 35:
«El cielo y la Tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán«.
Para Rudolf Steiner, tales expresiones confirmaban que los escritos sagrados también presentan a Cristo como un Ser cosmológico.
Por serio que Rudolf Steiner tomara estos pasajes, nunca consideró que su tarea fuera «interpretar» la Biblia o cualquier otro documento religioso. Sostenía que los autores de los Evangelios eran videntes que contemplaron clarividentemente o recibieron mediante inspiración divina lo que escribieron. Por lo tanto, desarrollando sus propias facultades clarividentes, se esforzó por entrar en el mundo de la verdadera Intuición al que también habían entrado quienes escribieron los textos sagrados, y donde ahora las palabras eran inteligibles porque él había pasado por las mismas o similares experiencias que ellos. Steiner, por tanto, no es un «comentador», pero sus experiencias clarividentes nos permiten convertirnos en comentaristas cuando comparamos sus experiencias con los escritos tradicionales. Rudolf Steiner adoptó consistentemente este modo de proceder. No criticaba a otros que adoptaban diferentes enfoques y simplemente sostenía que este era su camino.
Gran parte de la crítica moderna e intelectual a la Biblia parecía inadecuada, pero es comprensible que quienes la practicaban se sintieran heridos cuando las personas que leían o escuchaban a Rudolf Steiner imaginaban que sabían todo mejor que los demás y lo expresaban, no siempre de la manera más diplomática.
Así surgió oposición, como siempre sucede cuando un gran hombre atrae seguidores que dispensan a la ligera la sabiduría que el maestro ha adquirido con gran esfuerzo. Finalmente, por supuesto, él solo es considerado responsable de todo lo que ocurre a su alrededor. Rudolf Steiner sabía esto, pero consideraba su deber publicar tanto conocimiento como estimaba esencial para los tiempos. Porque una de sus convicciones fundamentales era que cada época debe poseer un nuevo conocimiento del Cristo, y en efecto, de todos los grandes Fundadores de religión.
Rudolf Steiner era un experto en filosofía escolástica y en la exposición medieval de las Escrituras. No era habitual en él citar mucho. Pero quienes conocen casi cada palabra que habló o escribió pueden probar fácilmente que estaba familiarizado con todas las expresiones más importantes de los grandes maestros de la época escolástica. Por ejemplo, un estudio de la «Cadena Dorada» de Tomás de Aquino, que es un comentario a los Cuatro Evangelios, mostraría que Steiner conocía cada palabra de este tratado, pues en sus numerosas conferencias sobre los Evangelios dio enseñanzas amplias sobre cada punto. (sic)
Tomás de Aquino se dio cuenta, por ejemplo, de que el árbol genealógico de Jesús difiere en los Evangelios de San Mateo y San Lucas; es más, es contradictorio. Los antepasados del Jesús descrito en el Evangelio de San Mateo son diferentes a los del Jesús del Evangelio de San Lucas. Tomás de Aquino lo sabía y abordó el tema. Pero como le interesaba una interpretación simbólica, en su época bastó decir que la línea genealógica registrada en San Lucas se remonta a Natán, hermano de Salomón, y representa la línea sacerdotal, mientras que la registrada por San Mateo se remonta al propio Salomón y representa la línea real. En el Apocalipsis, capítulo 1, versículo 6, se encuentran las palabras:
«Y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre».
¿Por qué no habría de convertirse Cristo mismo en Cristo a través de las dos líneas de descendencia?
Esto bastó como explicación en la Edad Media, pero en la época moderna un hombre con una sola línea de descendencia no es lo mismo que uno con diferentes antepasados. Según San Mateo y San Lucas, por lo tanto, debió haber dos niños Jesús que no eran idénticos, aunque un mismo Ser, representando tanto la línea sacerdotal como la real, que pasó por el Misterio del Gólgota. Ningún comentario pudo resolver esta contradicción.
Desde la propia escritura, la solución no es inmediatamente posible, porque la escritura transmitía el problema, no su explicación. Rudolf Steiner abordó estas cuestiones mediante la investigación clarividente, para indignación de muchas autoridades del cristianismo ortodoxo. Estas autoridades no querían que se llamara demasiado la atención sobre problemas sin respuesta. Pero Rudolf Steiner los abordó con valentía, pues lo que deseaba era la verdad.
En un solo artículo no es fácil dar una explicación satisfactoria de tales problemas, especialmente cuando el tema se introduce como ejemplo, de paso. El resultado de las investigaciones de Rudolf Steiner debe leerse en detalle en sus innumerables libros y conferencias, pero no quiero evitar la cuestión del todo. El valor espiritual era algo que Rudolf Steiner exigía de cada discípulo y nada por lo que se esfuerce uno sinceramente es imposible, por difícil que sea de alcanzar. La investigación clarividente encontró con toda verdad que existieron dos niños Jesús. San Lucas escribe del nacimiento de uno, San Mateo del nacimiento del otro. Un niño descendía de Natán, el otro de Salomón.
El niño Jesús que descendía de Salomón murió a los doce años y entregó sus fuerzas al otro niño descrito por San Lucas, y podemos imaginar que la naturaleza del segundo niño, así enriquecida, cambió completamente. Esto sucedió cuando el Jesús de doce años fue perdido y encontrado por sus padres, predicando y enseñando en el Templo. La escena está descrita en la Biblia y ahora queda claramente explicada. Los padres no pudieron reconocer fácilmente a su hijo porque la sabiduría que ahora expresaba tan repentinamente no se había observado antes en él.
Este ser humano, ahora tan enriquecido, y descrito por San Lucas, es el Jesús que fue al Jordán y allí recibió el Bautismo que lo convirtió en el Portador del Ser Cristo.
Se dirá que esto es muy complicado y puede surgir un sentimiento de resistencia. Pero la resistencia cesará cuando se comprenda que la «simplicidad» atesorada de los Evangelios, que los hace inteligibles para la inteligencia más sencilla, solo puede persistir mientras las contradicciones evidentes queden sin aclarar. Todo el clamor por la simplicidad en la religión es simplemente un velo para cubrir los puntos difíciles que se presentan cuando se estudia a fondo el texto de la Biblia. Es necesario atender a estos puntos difíciles si queremos encontrar el camino de un cristianismo medieval a uno moderno. Rudolf Steiner condujo a hombres que estaban listos y maduros de vuelta a la Biblia exponiendo el «Origen de las Especies» de Darwin, mediante las matemáticas y la física, en lugar de la historia de la creación que ya no comprendían. Lo logró a través de una tremenda valentía del conocimiento. Quienes aún hoy se satisfacen con lo que su Iglesia y religión les ofrecen, quizás sientan que no necesitan a Steiner. Lo que él quería era dar a quienes no van a las Iglesias una enseñanza sobre Cristo que también les fuera aceptable.
No es una nueva luz sobre la tradición bíblica cuando de repente se comprende que siempre hubo dos corrientes del cristianismo: —una corriente compuesta por quienes veneran al Niño en el pesebre y lo honran junto con los sencillos pastores, y la otra corriente de quienes, junto con los Reyes y los Sabios de la sabiduría estelar, deben reconocer que todas las ciencias aún no bastan para comprender un evento como el nacimiento del Redentor. ¿No deberían ambas corrientes juntas, llevando su veneración al mismo tesoro invaluable, poder encontrarse y entenderse mutuamente? Tal, en todo caso, fue el propósito de Rudolf Steiner.
Naturalmente, Rudolf Steiner tuvo que refutar a quienes sostienen que Cristo nunca existió en la vida real; que declaran que lo que se puede conocer históricamente sobre Él podría escribirse en un cuarto de página; que todo lo demás es fantasía de una época supersticiosa; que cuando, por ejemplo, Gabriel viene a la Virgen, eso simplemente significa que la Luna está en la constelación de Virgo. El material recopilado por estos eruditos descreídos modernos es sumamente valioso, pero lo que realmente prueba es algo completamente diferente de lo que ellos piensan haber probado. De hecho, han demostrado que todos los sucesos alrededor de Cristo tienen también un significado astronómico, un significado cosmológico. Pero ¿deben por ello ser fantasía como relatos históricos? ¿Es posible que una vez en la historia terrenal haya ocurrido, como resultado de la acción libre humana, algo que también sucede en los cielos como resultado de una ley calculable?
«¡Es imposible!», clama indignado el escéptico moderno. Pero ¿y si fuera un hecho? Y es un hecho. La fecha de la muerte de Cristo puede calcularse —es el 3 de abril del año 33. Para llegar a este cálculo solo debemos tomar la fecha dada por Quintus Fabius Pictor para la fundación de Roma, es decir, 747 a.C.
Quintus Fabius Pictor, que vino de Delfos, conocía la constelación celeste que fue elegida para la fundación de Roma —cuando el sol en el equinoccio vernal salía en medio de la constelación de Aries. Fue el medio, no el comienzo, de la constelación zodiacal lo que determinó el antiguo cálculo. Aquí tenemos la sabiduría de los Reyes. A partir de tales cálculos encontramos todas las fechas en la vida de Cristo. El 3 de abril fue el 14 de Nisan, la fecha transmitida por tradición.
Calculado así, el nacimiento de Jesús ocurre en el año en que comienza nuestra cronología. Lo que cuentan las estrellas se convierte en la verdad histórica. Incluso Mahoma reconoce a Cristo como un gran Profeta en la decimonovena sección del Corán, donde menciona la posición del Sol y la Luna en el momento de la Crucifixión, según cálculos. ¿No estaban el Sol y la Luna a cada lado de la Cruz? ¿Acaso nosotros, nacidos en la fe cristiana, debemos saber menos que Mahoma para ser considerados buenos cristianos? De las palabras de Mahoma se deduce claramente que el cálculo verdadero le dio a conocer el lugar y la hora de la muerte de Cristo.
Cristo es el centro del equilibrio, el punto donde la libertad en el más alto acto de amor y la necesidad que gobierna a las estrellas en sus cursos son uno: pues en Cristo la sabiduría del Cosmos, conocida como el Logos, se hizo carne, y en Él estaba el amor: realizó el acto libre de amor que había sido predicho con anticipación por la sabiduría astronómica de los profetas.
Con una concepción del mundo así, Reyes y Pastores, el mundo moderno y la antigüedad pueden inclinar sus cabezas con igual humildad ante el mayor Misterio de la evolución. Esto es, llamo, la continuación de la enseñanza de Tomás de Aquino, el cumplimiento del mundo onírico de la Escolástica. En la Edad Media, interpretación simbólica; en nuestros tiempos, interpretación real. Verdaderamente, el mundo no podría contener libros suficientes para escribir sobre ello. El verdadero cristianismo cree en el Resucitado que resucita de nuevo en cada época, pero vivió en la Tierra como Hombre sólo una vez, porque un equilibrio solo puede descansar en un punto, no en dos. El Misterio de Gólgota es el punto de equilibrio.
En verdad, Cristo es el punto central de toda evolución. Hay correspondencia entre los acontecimientos antes y después de Cristo. La era precristiana conduce al «Yo» que se vuelve individual. La era postcristiana conduce hacia la comunidad de individuos libres. El cristianismo transformó todas las experiencias humanas en su opuesto. Seiscientos años antes de Cristo, Buda, el gran precursor de Cristo, pronunció la palabra sobre el sufrimiento mientras contemplaba un cadáver. Seiscientos años después de Cristo, la imagen de la Cruz aparece por primera vez como símbolo cristiano —recordando e iluminando la enseñanza de Buda— y la misma humanidad que, junto con Buda, había visto en el cadáver el extremo del sufrimiento, ahora contemplaba el cuerpo tendido sobre los brazos de la Cruz como la mayor de todos los consuelos.
No puedo concluir este breve esbozo biográfico sin decir que conocer a Rudolf Steiner dio la absoluta certeza de que existe el conocimiento universal, que es posible la devoción ilimitada y el sacrificio a otros seres humanos, y que hay un profundo significado interno en la evolución. Él fue el más desinteresado de los hombres y por este mismo hecho parecía ser el hombre con la individualidad más fuerte. Encontraba su satisfacción en la acción. No esperaba nada, nada, nunca se desilusionó, siguió su camino, actuando desde el conocimiento y ayudando así a todos los que encontraba —externa e internamente. Nunca hacía concesiones, y esta característica, junto con una gran gentileza, era algo que apenas puede imaginarse. Fue el representante más significativo del cristianismo en la época moderna. En sus enseñanzas y en su vida plasmó sus ideales en forma visible. Fue el espíritu de la libertad encarnado —quien no solo reclamó, sino que dio libertad. Era indescriptiblemente tolerante, pero al conceder concesiones caracterizaba lo que veía. Y veía a través de todos los que encontraba… Corazón y mente sabían que sus palabras eran adecuadas y cuando revelaba algo que uno trataba de ocultar de sí mismo, se sabía, al revelarlo, que era verdad. No censuraba, revelaba, y al mismo tiempo daba la fuerza para soportar lo que así se revelaba. Fue un verdadero Líder cuya vida se fundamentaba en el principio: «La Verdad os hará libres». Y porque el Hombre, entre todos los demás seres, es el único libre y responsable de sí mismo, Rudolf Steiner llamó a esta verdad que libera: ANTROPOSOFÍA —la verdad o sabiduría del hombre.
Traducido por Gracia Muñoz en julio de 2025
