La extraordinaria vida de Rudolf Steiner y sus indudables poderes de clarividencia son un ejemplo de cómo la mente de un hombre moderno puede desarrollar un conocimiento que abarca todo el campo de la sabiduría tanto de los antiguos Misterios como de la ciencia moderna. No hay exageración en tal afirmación, pues Rudolf Steiner fue capaz de responder preguntas sobre matemáticas, física, química, geología, astronomía, medicina, botánica, zoología, antropología, economía, teología, historia de la filosofía, historia mundial.
Durante muchos años de estrecha colaboración con él, pude observar este fenómeno único. Entre los años 1919 y 1924, me encontré con Rudolf Steiner en muchas conferencias con los sesenta y cuatro maestros de una de las escuelas privadas más grandes de Alemania, la Escuela Waldorf de Stuttgart, donde más de mil niños estaban siendo educados de acuerdo con los principios inaugurados por él. En esas conferencias se le hacían todo tipo de preguntas, sobre métodos de enseñanza en general, sobre problemas de educación y la formación del carácter de los niños entre las edades de 6 y 18 años. Se le preguntaba su opinión sobre los méritos de los libros de texto que trataban todas las ciencias o, por ejemplo, sobre qué teoría en particular debía formar la base para la enseñanza de alguna rama particular de la ciencia. En todas esas reuniones había un desarrollo animado e intercambio de ideas sobre todos los temas del plan de estudios, desde matemáticas superiores y ciencias hasta materias como música (tanto teórica como práctica) y gimnasia. Observar a Rudolf Steiner tratando con expertos en todos estos temas, ayudándolos y corrigiéndolos con su manera sencilla y amable, y yendo a la raíz de cada problema, era comprender su grandeza científica y humana.
Nunca he sido un seguidor ciego ni un propagandista fanático de las enseñanzas de Rudolf Steiner. Desde la primera vez que lo conocí, mi deseo fue obtener esclarecimiento sobre problemas desde su conocimiento abarcador, y luego dediqué mi tiempo a recopilar todas las pruebas disponibles que confirmaran lo que él había dicho. Fue de esta manera que colaboré con él cuando lo conocí por primera vez y discutí la tesis para mi grado en la Universidad de Viena, y de esta manera he continuado. Digo esto para mostrar que su conocimiento universal podía resistir la prueba de cualquier tipo de erudición —un hecho que habla más elocuentemente que la aceptación acrítica de los ‘seguidores’ de mente estrecha.
Mi título era en matemáticas y filosofía. No hubo una sola ocasión en la que, al preguntarle sobre problemas actuales en estas materias, Rudolf Steiner dijera: “Te responderé más tarde, cuando haya leído tal o cual libro”. Inmediatamente tomaba su lápiz y comenzaba a resolver los cálculos matemáticos más difíciles, mencionaba la literatura relevante y muy a menudo me daba detalles sobre las vidas de los diversos autores. Parecía tener un conocimiento personal de la erudición tanto de Europa como, de hecho, de todo el mundo.
Para comenzar, no fue su clarividencia lo que me impresionó, sino su amplio y profundo conocimiento de todas las ciencias, al que se añadía ese saber universal al que él dio el nombre de “Antroposofía”, usando las palabras griegas para hombre y sabiduría, porque el ser humano era el centro de toda su investigación. Así me volví antropósofo.
La clarividencia de Rudolf Steiner comenzó cuando era un niño. Su primera experiencia oculta fue la visión de una señora, una pariente de su madre, que se le apareció pidiéndole ayuda. El niño no la conocía en el momento de la visión, pero despues se enteró de que ella había muerto justo en el momento en que se le apareció. Le mostraron una fotografía que reconoció, pero con un autocontrol extraordinario para un niño de siete años, no dijo nada sobre su visión.
Los padres y maestros de Rudolf Steiner, siendo personas muy realistas y prácticas, no tenían comprensión de la clarividencia, así que el niño decidió permanecer en silencio sobre sus visiones, intentando siempre verificarlas por medio de hechos. Mucho más tarde, en un curso de conferencias públicas dado en Stuttgart para estudiantes de universidades alemanas, dijo que había aprendido lo que era la verdadera felicidad cuando descubrió que en la geometría sucede lo mismo que cuando uno intenta verificar una experiencia clarividente, porque ambas ilustran en imágenes figurativas el contenido de una verdad que nunca puede expresarse plenamente con palabras o imágenes. En las matemáticas encontró el método adecuado para tratar las experiencias interiores, y por esa razón comenzó sus estudios con matemáticas y mecánica.
Creía que Platón tenía razón cuando recomendaba a sus alumnos comenzar su filosofía con un curso de matemáticas. “Debes adquirir la facultad de pensar lo invisible visualizándolo, deshacerte del hábito de meramente ilustrar tus ideas con imágenes, volviendo al mundo silencioso en el que no puede vivir ninguna imagen ni ningún sonido o voz”. Si por un acto de libre voluntad un hombre puede cambiar el mundo de las imágenes y los sonidos por el mundo que permanece sin sonido y vacío sin perderse a sí mismo, es decir, sin perder el contenido de su meditación, puede entrar en ese mundo oculto que es el mundo de la Ciencia Espiritual. Pero los métodos usados por la Ciencia Espiritual para investigar son inusuales. “Nuestros sentidos nos muestran un lado del mundo: nuestro pensamiento, el otro”. El mundo aparece en la experiencia y en la teoría. Pero entre experiencia y teoría hay una brecha. No sabemos cómo están unidas las partes sensible y pensante del mundo. En el momento en que descubrimos esto, nos damos cuenta de que nosotros mismos ‘consumimos’, por así decirlo, el mundo que es solo una unidad en estas dos partes, oscureciendo la parte media y aflojando el vínculo entre los sentidos y el cerebro. Los nervios que transmiten la energía específica de los sentidos, por ejemplo, el nervio óptico que transmite la luz, permanecen inconscientes. La luz destella si el nervio óptico es cortado. Esta luz permanece inconsciente en condiciones normales, pero entra en los sentidos, por ejemplo, en los ojos con los que vemos los colores, las “acciones y pasiones de la luz”, pero nunca la luz en sí misma. También entra en el cerebro cuando usamos la “luz interior” de la inteligencia. La energía transmisora en sí permanece en la esfera de lo inconsciente. Si el hombre aprende a usar todas estas energías específicas, añade al mundo sensible e inteligible el mundo que se descubre por la clarividencia. El “árbol de los sueños”, el sistema nervioso, se vuelve consciente. Cuando esto sucede, el hombre entra en el Paraíso del cual fue expulsado cuando se le abrieron los sentidos.
Está claro que este método de desarrollar conscientemente la clarividencia sugiere una nueva forma de enseñar una materia como la óptica. Por esta razón, Rudolf Steiner estaba muy interesado en la teoría del color de Goethe. Para él, no se trataba de si Newton o Goethe tenían razón. Newton organizó deliberadamente todos sus experimentos en el campo de los sentidos y de la comprensión teórica. Goethe trata de entrar con la experiencia interior en el lado oculto de la creación de las cosas que son perceptibles a los sentidos. Descubrió los colores complementarios creados por nuestros ojos cuando miramos colores. Creamos verde cuando miramos el rojo, azul cuando miramos el amarillo, por ejemplo. Rudolf Steiner deseaba que se realizaran experimentos para probar las afirmaciones de Goethe, y la tesis para mi doctorado se basó, en parte, en lo que llevé a cabo según sus indicaciones.
Puedo imaginar muy bien que se dirá: “Pero esto no es misticismo, esto es ciencia natural”. Sin embargo, el misticismo es esencialmente experiencia interior, y el genio científico del más alto nivel no se desarrolla simplemente leyendo libros.
El mundo que aparece a la “clarividencia exacta”, como la llamaba Rudolf Steiner, es el mundo Imaginativo. El mundo de los sentidos da las impresiones de amarillo, azul, etc. El mundo Imaginativo revela lo que crea las impresiones sensoriales, y en este mundo las fuerzas se hacen visibles. Detrás del mundo de los objetos aparece el mundo de las fuerzas, el mundo que crea órganos, el mundo de la vida. Para entrar en este mundo no basta con estudiar, como hace la ciencia, cómo se destruye la retina, por ejemplo, sino también cómo sus fuerzas son renovadas y revivificadas. Y cuando tenemos experiencia interior consciente del mundo en el que nuestro cuerpo y mente son renovados y vivificados durante el sueño, estamos en el mundo Imaginativo. Debemos aprender a entrar y salir de él con plena conciencia. Fue durante el tiempo en que Rudolf Steiner estaba estudiando este mundo Imaginativo cuando se convirtió en intérprete y comentarista de las obras de Goethe. Llevó su conocimiento de las matemáticas, la física y la evolución de la vida orgánica a la relación con sus experiencias interiores. Pero permaneció en silencio. No hablaba de su propio punto de vista.
Este silencio es necesario para un místico. Se nos dice que Jakob Boehme guardó silencio durante diez años. Goethe también, siendo un místico, guardó silencio sobre sus experiencias durante diez años —el período “oscuro” como él lo llama. Es necesario ir al desierto por un cierto tiempo para el propósito del desarrollo interior. En estos tiempos modernos no podemos escapar del ruido y bullicio de la vida cotidiana. Pero podemos aprender a guardar silencio, no en todo, sino en ciertas cosas, y entonces nos volvemos “místicos modernos”. Tenemos nuestras ocupaciones, nuestra vida laboral, y luchamos por nuestro pan diario; pero guardamos silencio en otras cuestiones. Ese fue el camino de Rudolf Steiner.
Conocí al hermano y a la hermana de Rudolf Steiner. Vivían la vida de personas muy sencillas en un pequeño pueblo austriaco. Cuando le pedí a su hermana que me hablara de la juventud temprana de su hermano Rudolf, habló de él con afecto. Nunca había oído hablar de la Antroposofía ni sabía lo que su hermano estaba haciendo, excepto que había construido «una gran casa» en Suiza. Me mostró sus cartas y pude ver que no intentaba perturbar su mundo simple y tranquilo. Le preguntaba por su salud, las noticias del pueblo y cosas por el estilo. Esto me reveló otro aspecto del «silencio» de Rudolf Steiner. Muchos de sus amigos con los que me encontré me contaron con cuánta simpatía y comprensión de gran corazón siempre los escuchaba a ellos y sus ideas. Y cuando les pregunté sobre las cosas que parecían haber estado en su mente en el período de su vida en que lo conocieron, todos se quedaban en silencio y pensativos, respondiendo: «No lo sé; no hablaba de sí mismo». Un amigo muy antiguo suyo, el poeta austriaco Lemmermeyer, por ejemplo, dio esta respuesta: «Rudolf Steiner no era de esas personas que se anuncian a sí mismas. Sabía demasiado. Reconocía el valor de las cosas eternas y de las cosas perecederas. Ese era su camino».
Los principales acontecimientos de la vida de Rudolf Steiner están publicados en su autobiografía, un volumen titulado: La historia de mi vida. Le resultaba profundamente incómodo escribir sobre sí mismo, pero finalmente decidió hacerlo para aclarar muchas afirmaciones erróneas difundidas sobre él por opositores. Es un libro extraordinario porque habla de cada persona importante que conoció durante el período que describe, pero se deja fuera a sí mismo tanto como le es posible. Alguien le dijo una vez: «¿Por qué hablas tan poco de Dios?». Sonrió y dijo: «Tengo demasiado respeto». Y también en esta dirección, guardaba silencio. Nunca mencionaba sus experiencias personales sin una disculpa como: «Espero que me perdonen si menciono algo que me ocurrió y que ilustra este punto». Era humilde en el sentido más verdadero de la palabra. No asumía humildad con fines de efecto.
Cuando estuve en el pueblo donde vivía su hermana, le pregunté a un campesino que lo había conocido: «¿Qué puede decirme sobre Rudolf Steiner?». El campesino se quitó el sombrero, pasó los dedos por su cabello como para intensificar su memoria, movió su cuerpo de izquierda a derecha, y finalmente dijo: «Era un verdadero campesino». Y eso era característico de Rudolf Steiner. Podía situarse al nivel de cualquiera con quien se encontraba, tanto con grandes eruditos como con campesinos sencillos. Cuando se le pedía ayuda, entonces era verdaderamente él mismo —el maestro de todas las ciencias y artes, uno que comprendía todas las religiones y la vida de todos los siglos.
Cuando Rudolf Steiner era muy joven solía tomar el tren cada mañana hacia la Escuela Técnica Superior en Viena. Ese mismo tren lo usaba un hombre que tenía poderes de clarividencia muy desarrollados. Recogía hierbas y solía venderlas a los farmacéuticos en Viena. Rudolf Steiner entabló enseguida una amistad con este hombre, que era pobre y completamente carente de educación en el sentido moderno. Su nombre era Felix Kakotzy, y le mostró a Rudolf Steiner los signos y símbolos de la Orden Rosacruz que fueron publicados por Henricus Madarhanus Theosophus, y que se mencionan, sin ser explicados, en el Isis sin velo de Blavatsky. Rudolf Steiner se interesó mucho por la comprensión de la naturaleza que poseía este hombre sencillo. Mucho más tarde nos dijo a algunos de nosotros que aún vivía en Felix Kakotzy el último vestigio del conocimiento aristotélico de la naturaleza, que había sido transmitido a través de los siglos por la tradición de boca en boca. Este encuentro fue importante para Rudolf Steiner, porque Kakotzy era un vínculo con un tipo de conocimiento que estaba justo desapareciendo, y él comprendió que lo que ahora era necesario era una renovación de la ciencia alquímica, pero en una forma completamente nueva, fundada en la ciencia moderna. Siempre que Rudolf Steiner hablaba de Kakotzy lo hacía con gran amor. Lo introdujo como uno de los personajes en sus Dramas de Misterio, bajo el nombre de Felix Balde.
Sé que es costumbre en los biógrafos hablar del padre, del abuelo y demás, pero esto sería inútil en el caso de Rudolf Steiner. Él era un individuo que sólo puede explicarse por el siglo en que había elegido encarnar. Nació cuando la «cuestión social» se estaba volviendo aguda, cuando Karl Marx había publicado su obra El Capital, y Darwin sus investigaciones. Los poderes hereditarios se volvieron los factores más importantes: el entorno y el medio ambiente parecían ofrecer la explicación del trabajo de un individuo. Las filosofías de Marx y Hegel combinadas comenzaron a dominar las mentes de los pensadores en el mundo. El nacimiento de Rudolf Steiner fue una protesta contra esta visión unilateral. En él había nacido una Individualidad que era inexplicable a través de sus antepasados, una Individualidad que encontró su lugar en la historia en contradicción con la tendencia general de la época. Él y su obra a menudo me han parecido representar el otro lado del problema de nuestro tiempo, ser un esfuerzo colosal por ajustar el equilibrio entre Materia y Espíritu, por sofocar el poder abrumador de la observación confinada enteramente al mundo de los sentidos y, rompiendo las fronteras del mundo sensible e inteligible, encontrar el mundo espiritual.
Toda la filosofía posterior de Rudolf Steiner apunta en esta dirección. Así, él fue una continuación de la de Aristóteles, no de la de Platón. Había una cierta unilateralidad en la concepción platónica del mundo ideal. Aristóteles trató, tanto como le fue posible, de seguir a Platón, pero fue capaz de mantener el equilibrio entre los mundos visible y oculto. La filosofía de Rudolf Steiner fue una continuación de la de Aristóteles, pero sin embargo fue su destino tratar con el pensamiento de uno de los más grandes platónicos: Goethe. Al editar y anotar los escritos de Goethe, Rudolf Steiner añadió la visión aristotélica a la concepción platónica del mundo que Goethe había renovado en la época moderna.
Fue a través de Karl Julius Schröer, un exponente eminente de los escritos de Goethe, que Rudolf Steiner comenzó esta labor. Schröer era profesor de Literatura Alemana en la Escuela Técnica Superior de Viena. De acuerdo con una antigua costumbre, el plan de estudios aún incluía un curso de lo que se conocía como Eloquentia.
Como no era una asignatura que formara parte de ningún examen, prácticamente nadie asistía a las clases —solo Rudolf Steiner y dos personas más, y al poco tiempo Rudolf Steiner quedó solo. Las clases de Schröer se impartían entonces en sus habitaciones privadas, y siempre me ha parecido que esto fue como debía ser: ese único alumno representaba todo un movimiento de pensamiento, y por ello valía la pena educarlo solo. La formación de Rudolf Steiner hasta entonces se había centrado principalmente en las ciencias, pero ahora se volvió más específicamente hacia la filosofía y la literatura. Sin embargo, su estudio de Kant y otros filósofos había comenzado cuando tenía solo 16 años.
Schröer no se ocupaba solo de la literatura alemana, sino también de la literatura del mundo, y fue él quien introdujo a Steiner en los grandes escritos de la Antigüedad. Le mostró, por ejemplo, cómo el Cantar de los Nibelungos podía tener puntos en común con la Ilíada, y el Gudrunlied con la Odisea. Tenía un conocimiento muy profundo de la psicología comparada del pueblo, y en su estilo breve y epigramático, Schröer solía caracterizar épocas enteras en pocas y contundentes palabras.
Schröer había sido comisionado por una importante editorial alemana para anotar y editar los escritos de Goethe para una nueva edición de sus obras. Sintió que él mismo solo era capaz de tratar el material literario, y al buscar a alguien adecuado para emprender la tarea de anotar y editar los escritos botánicos, zoológicos, geológicos y meteorológicos, su elección recayó en Rudolf Steiner, aunque era muy joven en ese momento. Steiner aceptó la oferta y así fue llamado a los Archivos Goethe y Schiller en Weimar.
Una vez, mientras trabajaba en la reedición de los escritos geológicos de Goethe para la edición producida por Sofía de Sajonia, un viejo sirviente de la biblioteca que solía ir a buscar los libros en los estantes le dijo: «Señor, ¿puedo hacer una pregunta? He servido aquí durante muchos años, trayendo los libros de los estantes para los profesores que trabajan aquí. Pero veo que todo lo que hacen es copiar lo que ya está impreso en los libros. Luego se imprimen sus libros, y ellos también aparecen en los estantes. Y me pregunto: ¿De qué sirve esto?». Pero el hombre al que este viejo sirviente le hizo la pregunta no estaba simplemente copiando lo que ya estaba allí. Estaba añadiendo algo —algo que haría llegar los pensamientos de Goethe de manera aún más clara a sus lectores.
Las biografías de grandes hombres siempre nos hacen preguntarnos dónde se encuentran maestros capaces de educar tales individualidades significativas. Pero un estudio de esta cuestión siempre revela la existencia de personas que actúan como maestros y educadores del genio, y que incluso en los casos en que no se encuentra el genio, el destino proporciona un sustituto. En el caso de Rudolf Steiner ocurrieron ambas cosas: grandes hombres cruzaron su camino y concatenaciones inesperadas del destino hicieron posibles las etapas de su genio en desarrollo.
Era esencial para Rudolf Steiner asimilar ciertas ramas del saber en el momento justo de su vida. Aquellos que, como el autor de estas líneas, estuvieron durante muchos años vinculados con su labor educativa, aprendieron una y otra vez de él cuán valioso es para el desarrollo del carácter y del conocimiento aprender las cosas en el momento adecuado. Rudolf Steiner indicó, por ejemplo, que el ser humano debería comprender ciertas cosas sobre su salud antes de alcanzar la edad en que consideraciones egoistas se las impongan. Los principios fundamentales del arte de curar deberían asimilarse en una etapa de la vida en la que no se necesite prestar atención a la salud personal del hombre, porque entonces todas sus fuerzas están presentes en abundancia. Y así ocurre en todos los ámbitos. Hay cosas que deben asimilarse durante la juventud y otras que deben aprenderse en la edad madura.
Las cuestiones de religión y de filosofía de la vida deberían estar vivas en la juventud; una comprensión sabia de lo que necesita la vida económica sólo es posible en la madurez. Teniendo esto en cuenta, resulta interesante examinar la vida de un hombre que opinaba que toda forma de conocimiento debía adquirirse a cierta edad, para descubrir cuándo una u otra forma de erudición y cultura le llegó, y si se debió a personas o a circunstancias.
Como pedagogo, Rudolf Steiner sostenía que es perjudicial para el niño aprender a escribir a una edad demasiado temprana. Decía que esto desarrolla prematuramente el intelecto y paraliza las facultades de imaginación y clarividencia. Desde este punto de vista, resulta interesante descubrir que Rudolf Steiner aprendió a escribir relativamente tarde y aún entonces simplemente por imitación, no como resultado de una instrucción en el sentido ordinario. Su padre era telegrafista ferroviario, y como a menudo lo trasladaban a otras estaciones, no siempre era posible encontrar para su hijo una escuela lo suficientemente cercana al lugar donde vivían. Rudolf Steiner tuvo por tanto que aprender a escribir imitando lo que su padre hacía al traducir las señales Morse en escritura corriente. En un periodo algo más avanzado de su vida escolar, Rudolf Steiner se vio obligado a recorrer cierta distancia para asistir a una escuela de grado más avanzado. Su casa estaba tan lejos que tenía que pasar algunas horas en casa de unos amigos antes de poder regresar por la tarde. Sus padres eran tan pobres que, aunque existía el ferrocarril, a menudo era necesario que el niño caminara durante horas, a veces en nieve profunda. Rudolf Steiner atribuía su poder de resistencia física a estas circunstancias de sus días escolares.
A pesar de estas dificultades en su educación temprana, el destino le proporcionó espléndidos maestros a Rudolf Steiner. Estos maestros, al principio, no eran los de su escuela, sino hombres que parecían cruzarse en su camino por casualidad, y que así hicieron posible que él aprendiera lo correcto en el momento justo. Y así, en el periodo adecuado de su vida, aprendió lo suficiente como para que le durara toda la vida sobre el sistema copernicano y también sobre el origen de la Edad de Hielo. Aprendió sobre el primero de un sacerdote a quien no volvió a ver, y sobre el segundo de uno de sus profesores que había hecho de este tema un hobby, a pesar de que no formaba parte del plan de estudios. Más tarde, en la Universidad, Rudolf Steiner pudo asistir a las clases de un profesor de la Universidad de Viena que tenía la facultad de hacer que sus exposiciones sobre el pensamiento aristotélico cobraran vida y vitalidad. Cualquiera que lea las obras de Vincenz Knauer se sorprenderá del humor que impregna temas tan profundos como la Ética y otras grandes ramas de la filosofía.
Rudolf Steiner nunca fue capaz de interesarse por libros muertos. Su interés sólo se despertaba cuando un filósofo se volvía realmente vivo y humano. Knauer, el hombre, vivía y se movía en los temas de sus conferencias. El presente autor estudió en la institución donde Knauer había trabajado, y aunque fue una generación más tarde, el espíritu de Knauer aún se percibía. Tenía la facultad de «imbuir la sabiduría antigua con frescura y vitalidad».
Rudolf Steiner también entró en contacto con muchos hombres de negocios. La vida y el desarrollo de un comerciante con negocios a escala mundial le llegó a través de un mayorista de lana cuyo hijo él instruía.
Pero el contacto más significativo que tuvo Rudolf Steiner en su juventud fue con Karl Julius Schröer, quien lo ayudó no sólo como maestro, sino también como amigo.
Las cartas que Schröer escribió a su hijo durante el tiempo en que trabajaba con Steiner lo mencionan constantemente. Muestran cuánto lo amaba Schröer y qué esperanzas tenía del futuro de su joven alumno. Schröer era un hombre con un amor apasionado por la verdad. Jamás se ahorraba una reprensión ni dejaba sin corregir ningún pensamiento que considerara que podía mejorarse o expresarse con mayor precisión. Era un pensador de integridad absoluta. No siempre debía de ser fácil tratar con un hombre cuya mente era tan penetrante y abarcadora. Schröer no hizo nada para adquirir fama. Sus investigaciones le habrían permitido convertirse en uno de los hombres más célebres de su tiempo, pero evitó todo aquello que pudiera llevar a ello. Escribió su sabiduría en comentarios sobre Goethe, en breves párrafos sobre la historia de la literatura que contienen material interminable, en la forma modesta de investigaciones sobre dialectos. Si el material recogido por Schröer, disponible en pequeñas publicaciones hoy completamente olvidadas, sobre temas como los nombres de distintas formas de pan, fuera integrado en un volumen sobre psicología popular por alguien que buscara lucir sus conocimientos, parecería una obra brillantísima. Pero el objetivo de Schröer era ocultar lo que sabía. Rescató antiguas obras navideñas que encontró preservadas entre campesinos de distritos germano parlantes de Hungría. Estas obras provenían de emigrantes de las regiones del Rin en la época de la Guerra de los Treinta Años, y habían sido olvidadas en su verdadero hogar. Schröer sintió que su tarea era descubrir estos enclaves culturales prácticamente perdidos. Se contentó con simplemente reeditar las obras. Leer el material que Schröer dejó atrás, junto con las observaciones diseminadas en sus escritos, sugiere el siguiente título para un volumen: «El nacimiento de la tragedia antigua a partir de los antiguos Misterios y su continuación en la era moderna». Friedrich Nietzsche publicó ciertos fragmentos de este tema en su obra célebre titulada: El nacimiento de la tragedia a partir del espíritu de la música.
Schröer era un hombre sin pretensiones, una antorcha de verdad y, en realidad, uno de los más grandes filósofos del mundo. Fue destino de Rudolf Steiner encontrarse con esta sobresaliente personalidad y preguntarse por qué un hombre de tal grandeza de carácter y sabiduría vivía solo, acabando sin oyentes y, finalmente, muriendo sin ser notado. Rudolf Steiner resolvió sacrificar parte de su propia carrera para hacer evidente al mundo la grandeza de Schröer, y esto fue lo que lo llevó, al científico, más profundamente al campo de la literatura y a la investigación goetheana. Y esto fue también lo que finalmente lo llevó a Weimar, a los Archivos Goethe y Schiller.
Otro encuentro importante en la vida de Rudolf Steiner fue con Friedrich Eckstein, quien poseía un profundo conocimiento de la sabiduría esotérica y de los Misterios de la Antigüedad. Pero Eckstein era de la opinión de que aquellos iniciados en la sabiduría antigua debían hacer una distinción firme entre lo exotérico y lo esotérico, y que la comunicación plena de las verdades místicas debía reservarse a pequeños círculos especialmente preparados. Rudolf Steiner, sin embargo, decidió romper con esta tradición —en la que Eckstein no estaba solo— y ofrecer a una época que no podía vivir sin conocimiento espiritual, tanto como los hombres pudieran soportar.
Al principio, Rudolf Steiner vinculó el camino hacia la publicación del conocimiento oculto con un cuento de hadas incluido por Goethe en su volumen titulado «Conversaciones de emigrantes alemanes».
Rudolf Steiner habló una y otra vez de este cuento, y finalmente presentó su contenido en forma diferente en dos de sus Dramas de Misterio: en dos obras más desarrolló la continuación del tema tal como él lo concebía. Antes de su muerte hablaba de una quinta obra. Con las obras navideñas de Schröer y el cuento de Goethe en mente, Rudolf Steiner consideró importante erigir un edificio especial para su representación. El edificio, originalmente, debía llevar un nombre relacionado directamente con las obras, pero finalmente fue construido como el «Goetheanum» en Suiza. Dado que el cuento de Goethe estaba destinado a jugar un papel tan trascendental en la vida y obra de Rudolf Steiner, conviene decir algo al respecto aquí.
La idea de este cuento le vino a Goethe mientras sufría una grave enfermedad, y vio en sus imágenes el retrato de su propia iniciación a una forma superior de conocimiento. Los poderes de su alma aparecían ante él en las figuras de Reyes que se desplegaban hacia una existencia independiente. El pensamiento que conduce al conocimiento se le apareció como el Rey de Oro; el sentimiento que conduce a la experiencia religiosa, como el Rey de Plata; la voluntad que se convierte en acción, como el Rey de Bronce. El destino de los poderes del alma durante la iniciación se describe en la representación de los tres Reyes del cuento.
Goethe había realizado alguna vez experimentos con radiaciones metálicas, y en el transcurso de ellos había inhalado ácidos cáusticos que afectaron su sangre. Sus estudios tuvieron que interrumpirse, y se recuperó gracias al cuidado de su madre y a conversaciones filosóficas con Fräulein von Klettenberg, de quien habla con tanto aprecio en sus «Conversaciones con un alma bella». Esta enfermedad, que ocurrió mientras Goethe aún era joven, se debió a una causa externa: como su cuerpo era fundamentalmente sano, el resultado fue que fue conducido, más o menos conscientemente, al mismo umbral de la muerte y, con ello, a la Iniciación. Los dos mundos se le abrieron simultáneamente, y surgió en él la cuestión de cómo tender un puente entre estos dos mundos: el mundo sensible y el del Orden Moral. En el cuento, los dos mundos están separados por un río tempestuoso, y el barquero que conduce las almas al mundo material cuando nacen no las lleva de vuelta al otro lado. Así, para el discípulo que busca el conocimiento místico, surge la pregunta de si no es posible construir el puente que conduzca en ambas direcciones a través del río. ¿Puede haber conocimiento del milagro de la vida antes del nacimiento, así como de la vida después de la muerte? Tal fue la pregunta en el alma de Goethe. Plantea esta pregunta en forma de cuento de hadas para, más adelante, desarrollarla en Fausto. Rudolf Steiner estudió el cuento en el que estos problemas fueron expresados por primera vez por Goethe y encontró en él más de lo que Goethe había comprendido en vida.
Rudolf Steiner comenzó a interpretar el cuento, y no fue de extrañar que se atrajera una audiencia dispuesta a escuchar estas cosas, proveniente en parte de la Sociedad Teosófica. El resultado de esta conexión y de las conferencias que dio sobre los problemas místicos e históricos de la fundación del cristianismo fue que Rudolf Steiner se asociara con círculos teosóficos. En libros como Como se adquiere elconocimiento de los mundos superiores, se reconoce claramente la influencia del cuento de Goethe. La separación entre las facultades psíquicas del pensar, sentir y querer, y el dominio de ellas como poderes independientes, muestra un paralelismo evidente con los tres Reyes del cuento y con el Rey Fundido, hecho de una mezcla de tres metales. La superación de este cuarto factor es la meta del desarrollo interior.
El cuento de Goethe y el libro de Rudolf Steiner Como se adquiere elconocimiento de los mundos superiorespueden reconocerse como indicaciones del camino de Iniciación Rosacruz, y por tanto recuerdan Las bodas alquímicas de Christian Rosenkreutz de Valentin Andreae. En el momento en que los teósofos lo descubrieron, Steiner estaba comprometido en el estudio del camino rosacruz. Más tarde, en su vida, cuando ya trabajaba dentro de la Sociedad Antroposófica, describió las diferencias entre el camino rosacruz y los demás caminos de Iniciación. Finalmente, en la Escuela Superior de Ciencia Espiritual, fundó una institución en la que se arrojaba luz sobre todos los caminos antiguos, medievales y modernos de Iniciación, y se enseñaba a las personas cómo seguir los nuevos caminos y comprender los antiguos.

Rudolf Steiner, Walter Johannes Stein.Karl Julius Schröer, Felix Kakotzy y Wolfgang von Goethe
Traducido por Gracia Muñoz en julio de 2025
[…] La vida y obra de Rudolf Steiner – (Parte 1) […]
Gracias por compartir! Precioso!