Ramón y el Jardín que Susurra

Relato de Gracia Muñoz basado en los seres elementales

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Ramón tenía 49 años, dirigía una empresa de arquitectura sostenible y vivía rodeado de edificios diseñados con eficiencia, simetría y visión de futuro. Sin embargo, desde hacía meses, algo dentro de él comenzaba a desordenarse suavemente. Como si las líneas rectas de su mundo comenzaran a curvarse hacia adentro, hacia un jardín secreto que sin saberlo habitaba en su alma.

Todo empezó una tarde de otoño, cuando visitó una antigua finca que su empresa había adquirido para restaurar. Caminaba entre ruinas y maleza, pero algo en ese lugar lo detuvo. Un muro cubierto de hiedra, un aroma a tierra húmeda, una sensación de presencia. Era como si el tiempo se detuviera. De pronto, escuchó un susurro muy tenue, como si las hojas mismas hablaran entre sí:

Despierta, recuerda…

Ramón se quedó inmóvil. No había nadie. Pero algo se abría, no afuera, sino dentro. En los días siguientes, volvió una y otra vez al mismo rincón. Y cada vez, las plantas parecían distintas: más vivas, más cercanas, más luminosas. Sin entender cómo, comenzó a sentir sus estados: la alegría de un brote, el cansancio de una raíz, la gratitud de una enredadera que recibía luz.

Y entonces, una noche, soñó con un jardín flotante. No hecho de tierra, sino de sustancia viva, luminosa, ondulante. Allí las plantas no estaban fijas: se movían con una conciencia delicada, danzaban sin ser vistas, como pensamientos del mundo que aún no habían descendido a la materia. Entre ellas caminaban seres sutiles, delgados como brisas, que cuidaban cada forma con ternura silenciosa. Uno de ellos se le acercó y le tocó el pecho.

Tú vienes del reino mineral —le dijo—, pero has abierto tu corazón al segundo reino elemental. Has sentido cómo vive la planta antes de brotar. Escucha. Aprende a crecer desde dentro.

Cuando Ramón despertó, supo que algo había cambiado para siempre. Ya no diseñaba casas: soñaba con ellas. Y en cada proyecto buscaba crear espacios donde la vida pudiera respirar, crecer y florecer como un ser vivo. Se volvió más silencioso, más paciente. Y a veces, en medio de una reunión, veía con los ojos del alma cómo una idea descendía suavemente, como una semilla invisible, desde aquel jardín sutil.

El segundo reino elemental no puede verse. Pero Ramón lo toca cada vez que respira con reverencia, cada vez que se inclina ante una flor, cada vez que escucha lo que no tiene voz. Porque desde entonces, lleva en su alma un jardín que susurra.

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