GA219c3. El culto cósmico surge de la convivencia del hombre con el curso de la existencia cósmica

Del ciclo.  El hombre y el mundo de las estrellas

Rudolf Steiner — Dornach, 29 de diciembre de 1922

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El objeto de las conferencias que di aquí inmediatamente antes de Navidad era señalar la conexión del hombre con todo el cosmos y, especialmente, con las fuerzas anímico espirituales que lo impregnan. Hoy volveré a tratar el tema de esas conferencias, pero de una manera que constituirá un estudio completamente independiente.

La vida del hombre, en la medida en que se compone de experiencias de la naturaleza exterior, así como de la vida interior del alma y del espíritu, se encuentra entre dos polos; y muchos de los pensamientos que necesariamente llegan al hombre acerca de su conexión con el mundo están influidos por la comprensión de que existen estos dos polos opuestos.

Por un lado, la vida humana, tanto en lo que respecta al pensamiento como al sentimiento, se enfrenta a lo que se llama una «necesidad natural». Se siente dependiente de leyes diamantinas que encuentra por todas partes en el mundo exterior y que también lo penetran, puesto que su organismo físico y también su organismo etérico son parte integrante de este mundo exterior. Por otro lado, es profundamente consciente —es un sentimiento que surge necesariamente en toda persona de mente sana—de que su dignidad como hombre no se alcanzaría plenamente si la libertad no fuera un elemento integral de su vida entre el nacimiento y la muerte. La necesidad y la libertad son los polos opuestos en su vida.

Como sabéis, en la época de las ciencias naturales —tema que trataré en otro curso de conferencias[i]—, hay una fuerte tendencia a extender el imperio de la necesidad, que se manifiesta por doquier en la naturaleza exterior, a todo lo que procede del propio ser humano, y muchos científicos representativos han llegado a considerar la libertad como una imposibilidad, una ilusión que sólo existe en el alma humana, porque cuando un hombre se ve obligado a tomar una decisión, actúan sobre él razones a favor y en contra. Pero estas mismas razones están, sin embargo, bajo el imperio de la necesidad; por tanto, —así dicen estos científicos— no es realmente el hombre quien toma la decisión, sino las razones más numerosas y de mayor peso, que triunfan sobre las otras razones menos numerosas y de menor peso, que también lo afectan. Por tanto, el hombre se ve arrastrado impotente por los vencedores en la lucha entre los impulsos que actúan sobre él por necesidad. Muchos representantes de esta manera de pensar han dicho que un hombre se cree libre sólo porque las razones polarmente opuestas a favor y en contra de cualquier decisión que se le pida tomar, presentan tales complicaciones en su totalidad que no se da cuenta de cómo es lanzado de un lado a otro; una categoría de razones finalmente triunfa; una balanza en un delicado equilibrio se inclina hacia abajo y él es arrastrado de acuerdo con ella.

En contra de este argumento se encuentra no sólo la consideración ética de que la dignidad del hombre no se mantendría en un mundo en el que éste fuera un mero juguete de impulsos contrapuestos de sí o no, sino también el hecho de que el sentimiento de libertad en la voluntad humana es tan fuerte que una persona imparcial no tiene ninguna duda de que, si puede ser engañada en cuanto a su existencia, también puede ser engañada por las percepciones sensoriales más elementales. Si la experiencia elemental de la libertad en la esfera de los sentimientos puede resultar engañosa, también lo puede ser la experiencia del rojo, por ejemplo, o de do o do sostenido, etc. Muchos representantes del pensamiento científico natural moderno dan tan alto valor a la teoría que permiten que la teoría de una necesidad natural que es absoluta, no tiene excepciones y abarca las acciones y la voluntad humanas, los tiente a descartar por completo una experiencia como la sensación de libertad.

Pero este problema de la necesidad y de la libertad, con todos los fenómenos que se asocian a él en la vida del alma —y estos fenómenos son muy variados y numerosos— es un problema vinculado con aspectos mucho más profundos de la existencia universal que los que son accesibles a la ciencia natural o a la experiencia cotidiana del alma humana. Porque en una época en que la perspectiva del hombre era muy diferente de la actual, este problema inquietante y desconcertante ya era una preocupación de su alma.

En las otras conferencias que se están impartiendo aquí, habréis deducido que el pensamiento científico natural de la época moderna no es tan antiguo. Si nos remontamos a épocas anteriores, encontramos concepciones del mundo tan unilateralmente espirituales como unilateralmente naturalistas se han vuelto hoy. Cuanto más retrocedemos, menos encontramos en el pensamiento humano lo que se llama «necesidad». Incluso en el pensamiento griego primitivo no había nada de lo que hoy llamamos necesidad, pues la idea griega de necesidad tenía un significado esencialmente diferente. Pero si retrocedemos aún más, encontramos, en lugar de necesidad, el trabajo de fuerzas, y estas, en todo su alcance, se atribuían a una Providencia divino-espiritual. Expresándome de manera un tanto coloquial, diría que, para un pensador científico moderno, las fuerzas de la naturaleza lo hacen todo, mientras que el pensador de los tiempos antiguos concebía que todo lo hacían fuerzas espirituales que actuaban con fines y metas como el propio hombre, sólo que con fines mucho más amplios que los que el hombre podría llegar a tener. Pero, aun con esta concepción del mundo, tan espiritual como era, el hombre fijó su atención en la manera en que su voluntad estaba sujeta a las fuerzas divino-espirituales; y, así como hoy, cuando su pensamiento está en línea con las ciencias naturales, se siente sujeto a las fuerzas y leyes de la Naturaleza, así también en aquellos tiempos antiguos se sentía sujeto a fuerzas y leyes divino-espirituales. Y para muchos que en aquellos tiempos eran deterministas en este sentido, la libertad humana, aunque es una experiencia directa del alma, no era más válida que para nuestros naturalistas modernos. Estos naturalistas modernos creen que la necesidad actúa a través de las acciones de los hombres; los hombres de los tiempos antiguos pensaban que las fuerzas divino-espirituales, de acuerdo con sus propósitos, actúan a través de las acciones humanas.

Basta con reconocer que el problema de la libertad y la necesidad existe en estos dos mundos de pensamiento completamente opuestos para comprender que, con toda seguridad, ningún examen del aspecto superficial de las condiciones y los acontecimientos puede conducir a ninguna solución de este problema que penetra tan profundamente en toda la vida y en toda la evolución.

Debemos examinar más profundamente el proceso de la evolución del mundo —la evolución del mundo como el curso de la Naturaleza por un lado y como el desarrollo del espíritu por el otro— antes de que sea posible captar todo el significado y las implicaciones de un problema tan vital como éste; la comprensión, en realidad, sólo puede provenir del pensamiento antroposófico.

El curso de la Naturaleza se estudia generalmente de una manera extremadamente restringida. Los acontecimientos y procesos aislados de un tipo altamente especializado se estudian en los laboratorios, se llevan al alcance de los telescopios o se someten a experimentos. Esto significa que la observación del curso de la Naturaleza y de la evolución del mundo está confinada dentro de límites muy estrechos. Y quienes estudian el dominio del alma y del espíritu imitan a los científicos y naturalistas. Se resisten a tomar en cuenta al hombre en su totalidad cuando están considerando su vida anímica. En lugar de esto, se especializan para acentuar algún pensamiento particular o experiencia sensible con implicaciones importantes, y esperan de esta manera eventualmente construir una psicología, de la misma manera que se hacen esfuerzos para construir un cuerpo de conocimiento del mundo físico a partir de observaciones y experimentos individuales realizados en laboratorios químicos y físicos, en clínicas, etc.

Sin embargo, en realidad, estos estudios nunca conducen a una comprensión integral del mundo físico ni del mundo del alma y del espíritu. Por mucho que mi intención aquí sea menospreciar la justificación de estas investigaciones especializadas —pues están justificadas desde puntos de vista a los que a menudo me he referido en mis conferencias— con la misma fuerza que hay que subrayar que, a menos que el mundo mismo, a menos que la Naturaleza misma revele al hombre en algún lugar u otro lo que resulta de la interrelación de los detalles, éste nunca será capaz de construir a partir de sus observaciones y experimentos individuales una imagen de la estructura del mundo que esté confirmada por los acontecimientos reales. Se pueden investigar las células hepáticas y las actividades minuciosas del hígado, las células cerebrales y los procesos cerebrales minuciosos y puede darse una especialización cada vez mayor en estos dominios; pero estas investigaciones, como conducen a la particularización y no a la totalidad, no servirán de nada para formarse una visión del organismo humano en su totalidad, a menos que desde el principio el hombre tenga una idea intuitiva y completa de esta totalidad que le ayude a convertir las investigaciones separadas en un todo unificado. De la misma manera, mientras la química, la astroquímica, la física, la astrofísica y la biología se limiten a la investigación de detalles aislados, nunca podrán dar una imagen de cómo las diferentes fuerzas y leyes de nuestro entorno mundial trabajan juntas para formar un todo, a menos que el hombre desarrolle la facultad de percibir en la Naturaleza exterior algo similar a lo que puede verse como la totalidad del organismo humano, en el que se incluyen todos los procesos separados del hígado, los riñones, el corazón, el cerebro, etc. En otras palabras, debemos ser capaces de señalar algo en el universo en el que todas las fuerzas que observamos en nuestro entorno trabajen juntas para formar un todo autónomo.

Ahora bien, puede ser que ciertos procesos del hígado y del cerebro humanos no sean detectados durante mucho tiempo con la suficiente precisión como para ser aceptados por la biología. Pero en todo caso, desde que los hombres han podido observar a otros hombres, siempre han dicho: los procesos del hígado, del estómago, del corazón, etc. trabajan juntos dentro de los límites de la piel para formar un todo. Sin estar obligados a mirar cada uno de los detalles por separado, tenemos ante nosotros la suma total de los procesos químicos, físicos y biológicos que pertenecen a la naturaleza del hombre.

¿Es posible también tener ante nosotros como un todo completo la suma total de las fuerzas y leyes de la Naturaleza que están actuando a nuestro alrededor? En cierto modo es posible. Pero para no ser malinterpretado debo enfatizar el hecho de que tales totalidades son siempre relativas. Por ejemplo, podemos agrupar los procesos del oído externo y entonces tenemos un todo relativo. Pero también podemos agrupar los procesos en esa parte del órgano de la audición que continúa hasta el cerebro y entonces tenemos otro todo relativo; Si tomamos los dos grupos juntos, obtenemos otro todo mayor, que pertenece a la cabeza y éste a su vez al organismo entero. Y lo mismo ocurrirá cuando intentemos abarcar en un cuadro completo las leyes y fuerzas que se consideran primordialmente para el hombre.

Un primer conjunto completo de este tipo es el ciclo del día y la noche. Por paradójico que parezca a primera vista, en este ciclo del día y la noche se reúnen en un todo, una serie de leyes naturales que nos rodean. Durante el transcurso del día y la noche, se producen en nuestro entorno y penetran a través de nosotros procesos que, si los separamos, resultan ser procesos físicos y químicos de todo tipo posible. Podemos decir: el ciclo del día es un organismo temporal, un organismo temporal que abarca una serie de procesos naturales que pueden estudiarse individualmente.

Una «totalidad» mayor es el transcurso del año. Si examinamos todos los cambios que afectan a la Tierra y a la humanidad durante el transcurso del año en la esfera que nos rodea —en la atmósfera, por ejemplo— encontraremos que todos los procesos que tienen lugar en las plantas y también en los minerales de una primavera a la siguiente, forman en su secuencia temporal un todo orgánico, aunque de otro modo se nos revelen a nosotros y también a diferentes investigaciones científicas como fenómenos separados. Forman un todo, al igual que los procesos que tienen lugar en el hígado, los riñones, el bazo, etc., forman un todo en el organismo humano. El transcurso del año es en realidad un todo orgánico —la expresión no es del todo exacta, pero hay que utilizar algún tipo de palabras— el año es una suma orgánica de sucesos y hechos que es habitual en las ciencias naturales investigar individualmente.

Hablando de un modo que parece trivial, pero que comprenderán que tiene un significado muy profundo, podríamos decir: si el hombre ha de evitar tener que relacionar con la Naturaleza de una manera muy abstracta, como lo hace con las descripciones de los experimentos químicos y físicos, o con lo que hoy se enseña a menudo en botánica y zoología, los organismos temporales del curso del día y del año deben convertirse en realidades para él —realidades de la existencia cósmica. Entonces encontrará en ellos un cierto parentesco con su propia constitución.

Comencemos por pensar en el ciclo del año. Al repasarlo como hicimos en la conferencia antes de Navidad, encontramos toda una serie de procesos en las plantas que brotan y crecen, que primero producen hojas y, más tarde, flores. Un número incalculable de procesos naturales se revelan desde la vida en la raíz, hasta la vida en las hojas verdes y en los pétalos coloreados. Y tenemos un tipo de proceso completamente diferente ante nosotros cuando vemos, en otoño, el marchitamiento, la muerte de la Naturaleza exterior.

Los acontecimientos cósmicos que nos rodean forman una unidad orgánica. En verano vemos cómo la Tierra abre todos sus órganos al Cosmos y cómo su vida y sus actividades se elevan hacia la extensión cósmica. Esto se aplica no sólo al mundo vegetal, sino también, en cierto sentido, al mundo animal —especialmente a los animales inferiores. Pensemos en toda la actividad del mundo de los insectos durante el verano, cómo esta actividad parece surgir de la Tierra y entregarse al Cosmos, especialmente a las fuerzas que vienen del Sol. Durante el otoño y el invierno vemos cómo todo lo que desde la primavera en adelante se extiende hacia la extensión cósmica, vuelve a caer en el reino terrenal, cómo la Tierra, por así decirlo, aumenta gradualmente su dominio sobre toda la vida en crecimiento, llevándola a un estado de muerte aparente, o al menos a un estado de sueño —cómo la Tierra cierra todos sus órganos a las influencias del Cosmos. Aquí tenemos dos procesos contrastantes en el transcurso del año, que abarcan innumerables detalles pero que, sin embargo, representan un todo completo.

Si contemplamos con los ojos del alma este ciclo anual, que puede considerarse como un todo completo porque a partir de cierto punto simplemente se repite, recurriendo aproximadamente del mismo modo, no encontramos en él nada más que la necesidad de la Naturaleza. Y en nuestra propia vida terrestre, los seres humanos seguimos esta necesidad de la Naturaleza. Si nuestra vida la siguiera por completo, estaríamos completamente bajo su dominio. Ahora bien, es cierto que las fuerzas de la Naturaleza que nos vienen especialmente a la mente como habitantes de la Tierra están presentes en el curso del año; porque la Tierra no cambia tan rápidamente como para que los pequeños cambios que se producen de un año a otro se hagan notar durante la vida de un hombre, por mucho que viva. —Así, al vivir cada año la primavera, el verano, el otoño y el invierno, participamos con nuestros propios cuerpos de la necesidad de la Naturaleza.

Es importante pensar de esta manera, porque sólo la experiencia real proporciona conocimiento; ninguna teoría lo hace jamás. Toda teoría parte de un dominio especial y luego procede a generalizar. El verdadero conocimiento sólo puede adquirirse cuando partimos de la vida y de la experiencia. Por lo tanto, no debemos considerar las leyes de la gravedad en sí mismas, ni las leyes de la vida vegetal, ni las leyes del instinto animal, ni las leyes de la coerción mental, porque si lo hacemos, sólo pensamos en sus detalles, los generalizamos y luego llegamos a conclusiones completamente falsas. Debemos tener en cuenta dónde se revelan las fuerzas de la Naturaleza en su cooperación e interacción mutua —y eso es en el curso cíclico del año.

Ahora bien, incluso el estudio supervisado muestra que el hombre es relativamente libre en su relación con el curso del año, pero la Antroposofía lo muestra aún más claramente. En la Antroposofía dirigimos nuestra atención a las dos condiciones alternas en las que vive cada ser humano durante las 24 horas del día, es decir, el estado de sueño y el estado de vigilia. Sabemos que, durante el estado de vigilia, los cuerpos físico, etérico y astral y el organismo-yo forman una unidad relativa en el ser humano. En el estado de sueño, los cuerpos físico y etérico permanecen en la cama, estrechamente entrelazados, y el yo y el cuerpo astral están fuera de los cuerpos físico y etérico.

Si con los medios proporcionados por la investigación antroposófica —de la que habrán leído en nuestra literatura— estudiamos los cuerpos físico y etérico del hombre durante el sueño y durante la vida de vigilia, sale a la luz lo siguiente: cuando el yo y el cuerpo astral están fuera del organismo físico y etérico durante el sueño, comienza en este último un tipo de vida que se encuentra en la naturaleza externa sólo en los reinos mineral y vegetal. Y la razón por la que los organismos físico y etérico del hombre no pasan gradualmente a una suma total de procesos vegetales o minerales se debe simplemente al hecho de que el yo y el cuerpo astral están dentro de ellos durante ciertos períodos. Si el retorno del Yo y del cuerpo astral se demorase demasiado, los cuerpos físico y etérico pasarían a una forma de vida mineral y vegetativa. En realidad, una tendencia a convertirse en vegetativo y mineralizado comienza en el hombre después de que se queda dormido, y esta tendencia predomina durante la vida de sueño.

Si, con la visión que nos proporciona la investigación antroposófica, contemplamos al ser humano mientras duerme, vemos en él —por supuesto con las inevitables variaciones— una copia fiel de lo que es la Tierra durante la primavera y el verano. La vida mineral y vegetal comienza a brotar en él, aunque naturalmente de una manera muy diferente de lo que sucede en las plantas verdes que crecen fuera en la Tierra. Sin embargo, con una variación, lo que sucede durante el sueño en el organismo físico y etérico del hombre es una imagen fiel del período de primavera y verano en la Tierra. En este sentido, el organismo del hombre de la época actual está en sintonía con la Naturaleza externa. Sus ojos físicos pueden examinarla. Contempla su vida que crece y brota. Tan pronto como alcanza la Inspiración y la Imaginación, se le revela una imagen del verano cuando el hombre físico está dormido. En el sueño, la primavera y el verano están ahí para los cuerpos físico y etérico del hombre. Comienza una vida que brota y crece. Y cuando despertamos, cuando el Yo y el cuerpo astral regresan, toda esta vida en ciernes en los cuerpos físico y etérico se retira y para el ojo de la clarividencia, la vida en el organismo físico y etérico comienza a ser muy similar a la vida de la Tierra durante el otoño y el invierno. Cuando seguimos al ser humano a través de un período completo de vida de sueño y vigilia, tenemos ante nosotros en miniatura un reflejo microcósmico real de la primavera, el verano, el otoño y el invierno. Si seguimos el organismo físico y etérico del hombre a través de un período de 24 horas, contemplándolo a la luz de la Ciencia Espiritual, pasamos, en sentido microcósmico, por el curso de un año. En consecuencia, si consideramos sólo esa parte del hombre que permanece en la cama cuando está dormido o se mueve cuando está despierto durante el día, podemos decir que el curso del año se completa microcósmicamente en él.

Pero ahora consideremos la otra parte del ser humano que se libera durante el sueño: el yo y el cuerpo astral. Si nuevamente utilizamos los tipos de conocimiento disponibles en la investigación espiritual, es decir, la Inspiración y la Intuición, encontraremos que el Yo y el cuerpo astral son entregados mientras el hombre está dormido a Poderes espirituales dentro de los cuales no podrán, en condiciones normales, vivir conscientemente hasta una época posterior de la existencia de la Tierra. Desde el momento de irse a dormir hasta el momento de despertar, el Yo y el cuerpo astral son retirados del mundo, tal como la Tierra es retirada del Cosmos durante el invierno. Durante el sueño, el Yo y el cuerpo astral están realmente en su período de invierno. De modo que en el ser humano durante el sueño hay una entremezcla de condiciones que sólo están presentes en un mismo momento en hemisferios opuestos de la superficie de la Tierra; porque durante el sueño, los cuerpos físico y etérico del hombre tienen su verano y su Yo y cuerpo astral su invierno.

Durante la vida de vigilia, las condiciones se invierten. El organismo físico y etérico se encuentra entonces en su período de invierno. El yo y el cuerpo astral están entregados a lo que puede fluir del Cosmos al hombre en su estado de vigilia. Así, cuando el yo y el cuerpo astral descienden al organismo físico y etérico, ellos (es decir, el yo y el cuerpo astral) tienen su período de verano. Una vez más tenemos las dos estaciones una al lado de la otra, pero ahora el invierno en el organismo físico y etérico, el verano en el yo y el cuerpo astral.

En la Tierra, el verano y el invierno no pueden entremezclarse. Pero en el hombre, el microcosmos, el verano y el invierno se entremezclan todo el tiempo. Cuando el hombre está dormido, su verano físico se mezcla con el invierno espiritual; cuando está despierto, su invierno físico se mezcla con el verano espiritual. En la naturaleza externa, el verano y el invierno están separados en el curso del año. En el hombre, el verano y el invierno se mezclan todo el tiempo desde dos direcciones diferentes. En la naturaleza externa de la Tierra, el invierno y el verano se suceden uno tras otro en el tiempo. En el ser humano, invierno y verano son simultáneos, sólo que se intercambian, de modo que en un momento está el Espíritu-verano junto con Cuerpo-Invierno (vida de vigilia), y en otro, el Espíritu-invierno junto con el Cuerpo-Verano (vida de sueño).

Así, las leyes y fuerzas de la naturaleza exterior que nos rodea no pueden neutralizarse entre sí en ninguna región de la Tierra, porque actúan en secuencia, una tras otra en el tiempo; pero en el hombre sí se neutralizan entre sí. El curso de la naturaleza es tal que, así como mediante dos fuerzas opuestas se puede producir un estado de reposo, así también un número incalculable de leyes naturales pueden neutralizarse y anularse mutuamente. Esto sucede en el ser humano con respecto a todas las leyes de la naturaleza exterior, puesto que duerme y se despierta de manera regular. Las dos condiciones que aparecen como necesidad de la naturaleza sólo cuando se suceden en el tiempo, son coincidentes y, por lo tanto, neutralizadas en el hombre —y es esto lo que lo convierte en un ser libre.

La libertad nunca puede ser comprendida hasta que se comprenda cómo las fuerzas de verano e invierno de la vida espiritual del hombre pueden neutralizar las fuerzas de verano e invierno de su naturaleza física y etérica exterior.

La naturaleza exterior nos presenta imágenes que no debemos ver en nosotros mismos, ni en el estado de vigilia ni en el de sueño. Esto no debe suceder en ningún caso. Por el contrario, debemos decir que estas imágenes del curso y del orden de la Naturaleza pierden su validez dentro de la constitución del hombre y debemos dirigir nuestra mirada hacia otra parte. Porque cuando el curso de la Naturaleza dentro del ser humano ya no nos perturba, se nos hace posible por primera vez contemplar la constitución espiritual, moral y psíquica del hombre. Y entonces comenzamos a tener una relación ética y moral con él, exactamente como tenemos una relación correspondiente con la Naturaleza.

Cuando contemplamos nuestro propio ser con la ayuda de los conocimientos adquiridos de esta manera, encontramos, telescópicamente, condiciones que en el mundo exterior están esparcidas a través de la corriente del tiempo. Y hay muchas otras cosas de las que se podría decir lo mismo. Si contemplamos nuestro ser interior y lo comprendemos correctamente en el sentido que he indicado hoy, lo ponemos en una relación con el curso del tiempo diferente a la que estamos acostumbrados hoy.

El modo puramente externo de observación científica no llega al nivel en que el investigador pueda decir: En el ser del hombre debes oír sonar juntos lo que sólo se puede oír como tonos separados en el flujo del Tiempo. —Pero si desarrollas el oído espiritual, los tonos del verano y del invierno pueden oírse resonando simultáneamente en el hombre, y son los mismos tonos que oímos en el mundo exterior cuando entramos en el flujo del Tiempo mismo. El Tiempo se convierte en Espacio. Todo el universo que nos rodea resuena también en el Tiempo: expandido ampliamente en el Espacio, resuena lo que resuena desde nuestro propio ser como desde un centro, reunido como en un solo punto.

Este es el momento, queridos amigos, en que el estudio y la contemplación científicos se convierten en estudio y contemplación artísticos: cuando el arte y la ciencia ya no están en marcado contraste como lo están en nuestra epoca naturalista, sino que están interrelacionados de la manera en que lo percibió Goethe cuando dijo que el arte revela esos secretos de la Naturaleza sin los cuales nunca podremos comprenderla completamente. A partir de cierto punto es imperativo que comprendamos la forma y la estructura del mundo como creación artística. Y una vez que hayamos tomado el camino desde la concepción puramente científica del mundo hasta la comprensión artística, también estaremos listos para dar el tercer paso, que conduce a una profundización de la experiencia religiosa.

Cuando hayamos encontrado las fuerzas físicas y las fuerzas del alma y del espíritu trabajando juntas en el centro interior de nuestro ser, también podremos contemplarlas en el Cosmos. La voluntad humana se eleva al nivel de poder creativo artístico y finalmente logra una relación con el mundo que no es meramente conocimiento pasivo sino entrega positiva y activa. El hombre ya no contempla el mundo de manera abstracta, con las fuerzas de su cabeza, sino que su visión se convierte cada vez más en una actividad de todo su ser. La convivencia con el curso de la existencia cósmica se convierte en un acontecimiento de carácter diferente de su conexión con los hechos y acontecimientos de la vida cotidiana. Se convierte en un ritual, un culto, y surge el ritual cósmico en el que el hombre puede tener su lugar en cada momento de su vida. Todo culto y ritual terrenal es una imagen simbólica de este culto y ritual cósmico —que es más alto y más sublime que todos los cultos terrenales. Si se ha comprendido a fondo lo que se ha dicho hoy, será posible estudiar la relación de la perspectiva antroposófica con cualquier culto religioso en particular. Y esto se hará durante los próximos días, cuando consideremos la relació


[i] El nacimiento de las ciencias naturales en la historia universal y su desarrollo posterior. Curso de 9 conferencias dictado en Dornach del 24 de diciembre de 1922 al 6 de enero de 1923.

Traducido por Gracia Muñoz en noviembre de 2024

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