Para empezar, ¿hay alguna pregunta sobre lo que se habló ayer aquí?
Pregunta. – ¿Por qué el hombre tuvo que sentir envidia después de Lucifer?
Klockenbring. – La pregunta ¿por qué? no es quizás la que normalmente nos lleva más lejos. En cambio, la pregunta ¿cómo? nos permite observar los fenómenos en sí y profundizar nuestro conocimiento. Después de comprender «cómo» han sucedido las cosas se puede descubrir «por qué». No lo digo para no responder a su pregunta sino para indicar la dirección en que mejor se puede orientar una pregunta así. Seguramente Vd. se habrá dado cuenta que, varias veces, he subrayado que cada vez que el ermitaño tocaba un hecho trágico no se entretenía en preguntarse quién era el responsable o cuál la falta, sino que mostraba enseguida las consecuencias que se habían derivado de esa situación. Si me hubiera hecho la pregunta primero de Lucifer, después de Adán, tercero de Caín para terminar por todos y cada uno individualmente, las preguntas habrían sido cada vez más insolubles. Vamos a hacerlo de otra forma. Primero dirigimos nuestra atención sobre una constatación: no preguntamos ¿por qué? sino que constatamos que las cosas son así. Que el ser, es; que es como es y que es uno. Esta es la primera cuestión. Después observamos que en nuestra realidad cotidiana existe la dualidad, que existe en nosotros mismos. Debemos preguntarnos entonces: ¿Qué hace la dualidad en la unidad? Tal vez os deis cuenta que hay otra manera de hacer la misma pregunta: ¿Cómo ha nacido la dualidad de la unidad?
El ermitaño no pregunta por qué ha nacido la dualidad en la unidad, sino que nos hace observar los efectos de la misma. Y cuando vemos la mayor contradicción, de un lado el crimen, la negación de la vida y del otro la virginidad y vemos que la divinidad abarca a las dos, vemos que ahí se da la mayor tensión que puede presentarse y cuando observamos que esta tensión es la de la unidad por una parte y la contradicción, por otra, podemos ver que Dios abarca una y otra.
Podríamos decir también: que Dios fue incluso hasta la perdición y la destrucción en nombre de la unidad. La unidad de Dios no es únicamente la contraposición de El mismo, sino Él mismo, es decir que engloba toda la existencia con la cualidad de su existencia, esto es: El amor. Ahora empezamos a comprender que no podríamos medir la cantidad de amor si no hubiera odio. Si no hubiera destrucción, no podríamos encontrar el amor. Este es un drama sobrehumano. Nuestro intelecto no puede responder, pero toda nuestra existencia está sumergida en la experiencia de este hecho.
Pregunta. – ¿Podría explicar un poco más qué es una corriente espiritual?
Señor Klockenbring. – Si, más tarde voy a hablar de ello.
Pregunta. – ¿Por qué estaban siempre peleando los caballeros?
Señor Klockenbring. – Hoy hemos estado en Toledo y hemos visto espadas por todas partes. También podríamos contestar a esta pregunta de la misma forma: Los hombres luchan entre sí porque se contradicen y así afirman su fuerza, su personalidad. Y esto se consigue mejor luchando unos contra otros. Pero también nos damos cuenta que, cuando esto ocurre, la personalidad se debilita. Si alguien queda vencedor, después de matar a todos los enemigos ya no puede reinar sobre nadie, es decir, es débil. Hay un escrito de Napoleón, demasiado poco conocido.
Al final de su vida, cuando estaba prisionero, poco antes de su muerte, escribió: «Si alguien puede hablar del poder, creo que soy yo, y sin embargo debo reconocer que todo el poder que tuve sobre los hombres, lo tuve a pesar de ellos. Ahora me encuentro ante otro fenómeno. Estoy ante un hombre que tuvo poder, mayor poder que el mío y lo tuvo porque los hombres le habían amado. Ese hombre es Cristo».
Cuanto más grande es el odio y la destrucción, mayor es el amor. Si no hubiera problemas y conflictos, el amor sería poca cosa. Cuando el amor tiene que superar grandes dificultades llega a ser más grande y más fuerte.
Ante una pregunta así vemos que la Divinidad le dio gran confianza al hombre, mucha más de la que el hombre podría atreverse a pensar, más que la que nunca pudo imaginarse. Los hombres creen que todo debe ser siempre amable, armónico, pero la Divinidad ha puesto al hombre delante de problemas reales y gracias a ellos el hombre, al superarlos, llega realmente a ser otro hombre.
Voy a contaros un pequeño secreto. Las gentes que viven al otro lado de los Pirineos cuando miran hacia el Sur dicen: «He ahí el país de la violencia; y yo me preguntaba por qué lo dicen. Cuando llegué aquí, hace unos días, mi avión volaba sobre nubes; no ví nada ni de Francia, ni de Suiza, ni del norte de España, excepto un poquito de nieve que me hizo pensar que estábamos sobre los Pirineos. Cuando faltaban 25 kilómetros para llegar a Madrid, las nubes desaparecieron y pude ver los alrededores de la ciudad y pensé: ¡Claro naturalmente, ahora comprendo! Esta tierra es dura y tan seca que los hombres que viven aquí tienen que ser duros, porque tienen que combatir, y gracias a esto he comprendido por qué el alma española es tan dulce. Delante de una naturaleza tan dura el alma está llena de dulzura. He comprendido la pluralidad del alma española.
Pregunta. – ¿Cómo se puede hacer la unión entre la idea que el hombre se hace del mal y la meta que nos indica la Antroposofía?
Señor Klockenbring. – Cuando he descrito el proceso de la envidia, he tomado una imagen del Romance de Wolfram von Eschenbach de la Edad Media y he encontrado el sentido psicológico de la contradicción. A partir de una observación psicológica podemos observar cómo nace en nuestro psiquismo la dualidad. Es algo manifiesto que, si transportamos esto al terreno cósmico, no puede ser más que una imagen, que nos permite sentir más o menos, pero es totalmente justo representarse que en el cosmos las fuerzas que se han puesto en movimiento son infinitamente más grandiosas que las que se piensan en nuestro psiquismo.
Para dar una cierta forma de representación he utilizado esta misma imagen, siendo consciente de que la dimensión real, cósmica, del problema, es mucho más vasta.
También podemos abordar el problema cósmico de otra manera, pero tenemos que ser conscientes que no será nunca más que una forma de aproximación, es decir, un aspecto como hay otros. Y tenemos también que ser conscientes de que nuestras representaciones intelectuales son muy pequeñas para poder acoger toda la inmensidad de la Divinidad, por eso debemos estudiarla desde varios aspectos para llegar a presentir su grandeza.
Otra tentativa para aproximarse a la grandeza de este problema es una forma intelectual. Voy a empezar haciendo una breve historia: Una vez fui a visitar a un amigo que tenía la costumbre de hacer pequeños experimentos prácticos. En medio de su salón había una gran lámpara de la que había quitado la pantalla, no quedando más que la bombilla. Había atado un imán a un hilo y sobre el suelo tenía un rollo de hilo y al final de éste una aguja. Me dijo: «Estoy haciendo un curioso experimento, mira”. Cogió una escalera, tomó el hilo con la aguja y subiéndola hasta el imán hizo que se pegaran ambos, aguja e imán. Tomó el rollo y empezó a enrollar la bobina y en ese momento se produjo un fenómeno muy curioso. La aguja estaba en el imán y lentamente se empezó a separar cada vez más, poquito a poco y en un momento dado, cuando mayor era la atención, al seguir enrollando un poquito más el hilo, la aguja cayó. Eso fue muy importante para mí porque verdaderamente tuve la percepción de ver un trozo de metal suspendido en el vacío. Me dije: «claro, he aquí nuestra situación. El Sol está en el centro del sistema solar, atrae todos los planetas hacia él. Pero, ¿dónde está el hilo que tira del otro lado? Los físicos dicen que es la fuerza centrífuga de la velocidad de rotación y sabemos qué difícil les fue a los americanos lanzar un satélite alrededor de la Tierra o de la Luna y ponerlo en órbita, al tener que encontrar la velocidad exacta que corresponde a la atracción de la Tierra o de la Luna en correspondencia con la masa y el peso del objeto en cuestión.
Los americanos siempre fracasaron al comienzo de sus experimentos. Los cálculos eran tan precisos como era posible pero nunca lo suficiente para poner un satélite en órbita. Los rusos acertaron porque el primer Sputnik fue teledirigido, para seguir de lejos la marcha y poder rectificarla según la velocidad, la atracción, la masa, etc.
Esto es una imagen totalmente material, es decir, intelectual, pero podemos tratar de representarnos qué quiere decir. Cuando un ser es totalmente dependiente de otro y éste querría que aquel ser fuese independiente, que fuese un ser libre, autónomo, libre de él, debe crear una fuerza contraria que se oponga a su atracción y esta fuerza tiene que arrastrar al ser que tiene que ser libre lejos de él, hasta que llegue a una distancia en que llegue a ser él mismo.
Mientras que la aguja no pueda dar vueltas alrededor de la bombilla es necesario un hilo que tire en otro sentido y así ocurre en el cosmos; la Divinidad tuvo que inventar una fuerza que tirara en otro sentido, es decir una fuerza contradictoria.
En realidad, el problema es mucho más complejo. En nuestro sistema solar la Tierra es atraída por el Sol y gira alrededor de éste, pero la Tierra también tiene un satélite que gira a su alrededor y así, el sistema Tierra-Luna gira alrededor del Sol, y si añadimos Júpiter, Marte, Saturno, Venus… tenemos que representarnos una vez más el equilibrio-malabarismo-cósmico entre los diferentes cuerpos de nuestro sistema solar.
Traslademos ahora el problema a un plano psíquico, físico o moral. Para que un ser llegue a ser libre e independiente haría falta una fuerza cósmica que le separe del corazón. Vamos a tratar de encontrar una manera de explicar esa atracción.
Cuando se nos dice que la esencia de Lucifer es la afirmación de sí mismo, tratemos de representarnos una potencia que se afirma a sí misma y que trata de despertar en todos los seres humanos el poder de reafirmarse a sí mismos.
Todos los seres humanos que tienen este deseo de afirmación llegan a ser concentraciones de sí mismos, no son seres libres, sólo son libres en relación a un punto, pero no lo son en relación a sí mismos. Están como obnubilados por sí mismos.
La evolución humana crea otra fuerza que obra sobre el hombre, que extrae la atención del hombre sobre sí mismo, de tal forma que esta fuerza inculca en el hombre la necesidad de objetivar todos los procesos. Aparece así una fuerza que hace aparecer en el horizonte de la conciencia humana todas las leyes absolutamente irrevocables y rigurosas.
En un momento dado, surge la necesidad de conocerse a sí mismo como algo irrevocable y riguroso.
De una parte, tenemos la fuerza que empuja al hombre a afirmarse a sí mismo, a manifestar su subjetividad y de otro lado la fuerza que exige del hombre el rigor y la imparcialidad absoluta. Entre estas dos fuerzas el hombre siente: de un lado a sí mismo, del otro, la objetividad y entre ambas realidades busca el equilibrio.
Si nos preguntamos «¿cómo?» en lugar de «¿por qué esto?» o «¿por qué lo otro?», podemos llegar a conocer que el «mal» sirve para algo. Este es uno de los descubrimientos más peligrosos del hombre. Los que tenían la responsabilidad de la historia no pudieron dejar de hacerse esta pregunta. Por esto se ha mantenido al hombre dentro de unos ciertos límites, pero la realidad ha traspasado los límites. Hoy día, los hombres tienen la experiencia del mal, la quieran o no. Por ejemplo, hay grandes corrientes humanas que dicen: «Fue una gran ambición de los hombres crear el mal. Este no existe».
Nos han condicionado con esa idea del mal. En realidad, debemos mirar la vida moral como el médico mira el cuerpo; curar lo que se puede curar, así tenemos corrientes científicas, sociales, etc. Es decir, dejar de lado la noción de mal que es un principio de contracción moral que obliga al hombre a rechazar las energías profundas de su ser. Es mucho más verdad dejar que esas energías suban a la superficie y se manifiesten.
Vosotros, por ejemplo, habéis cogido vuestro coche para venir aquí. Sabéis que tenéis que ir despacio. Pero viene alguien que quiere ir más deprisa y os pide paso. Pero no queréis dejarlo pasar, os pasa por la derecha y os recrimina que lo vais haciendo mal. Os dais la vuelta y le hacéis un gesto y comentáis con vuestro compañero, ¡ese es imbécil!, es decir, hacemos constantemente juicios morales, discernimos sobre el bien y el mal. El hombre puede hacer lo que sea, siempre estará entre dos potencias que le llaman de un lado y otro, buscando el equilibrio.
Es verdad que con esta noción del mal se han cometido faltas, pero siempre han querido proteger al hombre más allá de lo que es bueno y es cierto que hay que tener confianza en la experiencia de un hombre, pero hay que saber que existen fuerzas que quieren separar al hombre de su equilibrio y cuando se sabe esto se vive consciente del valor de cada acto que se ha llevado a cabo. La vida es una lección continua. El hombre tiene que tomar, en cada instante, la solución necesaria para cada día. El hombre constituye el valor moral y espiritual de su existencia. En esta experiencia hace la experiencia de su equilibrio espiritual y llegamos así a descubrir que el mal ha servido para algo, podemos llegar aún un poco más allá. Imaginémonos que, una vez, algún hombre conquistó un equilibrio permanente -por ejemplo, Perceval cuando expresa, por sí mismo, toda su debilidad- que ha visto por sí mismo dónde está el ser que le da su equilibrio y que, conscientemente, ha puesto su ser en relación con aquel ser. Cuando se puede decir, como San Pablo, «Yo vivo, pero en realidad no soy yo quien vive, sino Cristo en mí», podemos constatar que las fuerzas que le tiran de derecha e izquierda le han hecho un gran servicio.
Lo que estoy intentando exponeros desde un cierto punto de vista, fue el mensaje de una cierta corriente espiritual que tuvo importancia durante bastante tiempo en el transcurso de los tiempos desde la eclosión del cristianismo. No voy a nombrar esta corriente porque todavía hoy circulan muchos malentendidos, pero sí quisiera describir en qué consiste esta corriente: Se empieza con las palabras que forman el principio del Poema de Wolfram.
Hay un pájaro, que es la urraca, cuya característica es que es negra y blanca. También el hombre es negro y blanco. Si se cree blanco, se equivoca, si se cree negro, también, porque en él existe lo blanco y lo negro. Si mezcláis los dos, obtenéis un grisáceo; entonces nunca encontraréis la buena dirección. Pero si conocéis que en él están los dos, para que aprenda a elegir por sí mismo y elige el blanco o el negro, entonces da él mismo una dirección a su vida. Efectivamente, puede llegar a ser un ser destructor o un ser que hace el bien; tiene que transformar por sí mismo lo negro con su blanco. Ahora voy a deciros el nombre de esta corriente: «Posición maniquea”. Lo malo es que siempre se ha interpretado esta actitud como lo contrario. Siempre se ha dicho que el maniqueísmo afirma que hay un Dios blanco y otro negro, como dos poderes eternos, uno al lado del otro, que todo lo dividen, cuando en realidad la noción fundamental del maniqueísmo era afirmar que los más grandes aspectos, negro y blanco, están en la misma realidad. Incluso hoy día he oído decir en el Parlamento Francés que un político acusaba a otro llamándole maniqueo, por tratar de separar a nuestro pueblo en dos mitades, una buena y otra mala, y eso es lo contrario del maniqueísmo, lo bueno sería decir: Una parte de nuestro pueblo tiende a la derecha, otra a la izquierda, pero todo ello forma la realidad de nuestro pueblo. Nuestro pueblo será él mismo, cuando la derecha haya penetrado a la izquierda y al revés. Este es el verdadero sentido del maniqueísmo.
El sentido fundamental de la dualidad se encuentra cuando se puede decir que hay una parte de la Humanidad que es buena y otra que es mala, y un día esa separación aparecerá y los hombres serán separados.
Hay otra corriente espiritual cuyo primer ejercicio consiste en representarse dos ejércitos; uno blanco, otro negro y hacer de esta imagen una verdadera representación espiritual, repitiendo esta imagen varias veces hasta que el hombre siente la contradicción irreductible entra los dos puntos. Cuando el director espiritual viene y le pregunta a qué bando quiere pertenecer, el individuo está obligado a tomar partido, definitivamente, ¿sabéis de qué corriente hablo? Yo no digo que esto sea cristianismo, pero es una corriente que ha nacido en el seno de la cristiandad.
Hay una parábola de Cristo a sus discípulos en que dice: Un hombre había sembrado trigo. Por la noche, su enemigo sembró mala hierba. El trigo y la mala hierba crecieron juntos. Cuando los servidores se dieron cuenta, le dijeron al amo que había que quitar la mala hierba, pero éste dijo: «No, porque también arrancaríais el trigo. Esperad que venga el tiempo de la siega, cuando el trigo haya madurado y las malas hierbas también entonces podréis distinguirlas y se manifestará lo que es bueno y lo que es malo. Ved la diferencia. ¿Tiene el hombre que vivir entre los dos polos y buscar el equilibrio entre los dos? Esta es la pregunta que se le plantea al hombre.
Hay otra imagen en el Evangelio que ilustra esta actitud. Antes de su sacrificio, en el momento en que Cristo sabía que todo el drama se iba a desarrollar, reunió a sus discípulos y tomando un paño y una palangana con agua les lavó los pies. ¿Qué quiere decir esto? Quiere decir, si yo puedo hacer lo que estoy haciendo ahora por vosotros y por todos los hombres, reconozco que vosotros también me habéis ayudado y os doy las gracias. A través de ese acto, reconoceréis también que la dualidad humana, y sus faltas y su incapacidad, han servido para algo.
También Cristo lavó los pies a Judas. En esto vemos que esa actitud es cristiana. Si se pregunta qué es una corriente espiritual, podemos descubrir que siempre ha habido hombres que han descubierto un aspecto u otro de la plenitud del mensaje cristiano. Para descubrir todo el valor de ciertos aspectos del mensaje es preciso tener una cierta unilateralidad; por ejemplo, fue necesario que hubiera franciscanos, corriente espiritual totalmente diferente de los dominicos. En cierta época se combatieron, pero son dos aspectos del cristianismo, necesarios.
Otras corrientes espirituales, por ejemplo, el maniqueísmo, fijan su atención sobre esta idea del equilibrio entre lo negro y lo blanco.

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