2ª Conferencia. «Yo soy Perceval».

Gerard Klockenbring

Ayer dejamos el camino de Perceval en un momento muy dramático. Habíamos visto el camino recorrido en las primeras siete etapas. Cada una había dejado tras de sí el dolor, la desgracia. Su madre, la Duquesa de la Lande, Sigune, Cunneware, que fue humillada vergonzosamente por culpa de él, el rey lther, que murió. El conde Gurnemant que le hizo caballero y al que Perceval dejó. Finalmente, había encontrado a Conduiramur, con la cual había conseguido todo lo que un hombre puede desear en la Tierra pero que a pesar de todo había como un vacío en su corazón, como una pregunta, y había dejado a su esposa diciéndole que la imagen de su madre caída en el portón de su castillo no le abandonaba jamás. Y así comienza una nueva etapa en su camino. Esta etapa anterior podríamos situarla bajo el aspecto de la ingenuidad. Perceval era como un niño ingenuo, no sabía nada. Era totalmente inocente, pero, sin saberlo, iba acumulando culpabilidad sobre sí. Con la influencia de Gurnemant y su encuentro con Conduiramur se hace adulto y todo se transforma en él y se le abre el camino hacia experiencias de un orden nuevo.

Sus siete aventuras extraordinarias se resumen en su visita al Castillo del Grial, donde tienen lugar una serie de acciones que se realizan delante de él y aunque quiere saber qué significan, y ya no es ingenuo, a causa de las enseñanzas recibidas de Gurnemant se obliga a no hacer preguntas y así pasa al lado de estas experiencias sin tomar parte activa.

Después de esta experiencia en el Castillo del Grial se encuentra de nuevo con Sigune y cuando ella se entera que ha estado en el Castillo y no ha hecho ninguna pregunta, se enfada y se niega a dirigirle la palabra y le despide de nuevo al mundo. Dando así comienzo una nueva serie de aventuras.

El primer encuentro es con el Duque y la Duquesa de La Lande. En su reencuentro con el Duque llega a realizar al acto según el cual se encuentran de nuevo estos dos seres que se habían separado a causa de él.

La cuarta experiencia de esta segunda etapa es una que choca la imaginación. En la etapa precedente, Perceval había vencido al gran Senescal que asediaba a la reina Conduiramur. Le había enviado a la corte del rey Arturo para que dijera a Gunnevare que no olvidaba su juramento. También había vencido al rey que asediaba a Conduiramur y también le envió con el mismo mensaje a la corte del Rey Arturo. Y también había enviado al duque de La Lande para decirle a Gunnevare que no olvidaba su juramento. El Duque era hermano de Gunneware, caballero que nunca había sido vencido, hombre de un valor y una fuerza indomables.

Cada vez que un caballero tan fuerte llegaba a la corte diciendo que había sido vencido por un «caballero con armadura roja», los caballeros de la Tabla Redonda se preguntaban quién sería ese caballero. El Senescal que había pegado a la princesa Gunnevare debía sentirse cada vez más insignificante, diciéndose, sin duda: «Como me encuentre yo a ese caballero de la armadura roja, ¡vaya combate!».

El rey Arturo decidió levantar el campo con sus caballeros, partiendo con todos ellos a la búsqueda del caballero de la armadura roja. Era un día, como hoy, al comienzo de la primavera. Había hecho tan buen tiempo y de repente, durante la noche llegó el frío. Por la mañana, al despertarse, todo estaba nevado. El rey Arturo había plantado las tiendas en el borde de un bosque y a causa de la nieve no pudo ponerse en camino. Uno de los caballeros cogió un halcón y lo soltó, justo en el momento en que pasaba un grupo de pájaros silvestres y el halcón se precipitó sobre una oca, apresándola entre sus garras. La oca herida siguió volando hasta caer en el bosque, cayendo tres gotas de sangre sobre la nieve en el momento de dar la vuelta. Los caballeros que rodeaban las tiendas, en el otro lado del bosque, se quedaron asombrados por la caza del halcón y sin saber muy bien por qué, miraron hacia el bosque. Y en ese momento apareció un caballero que venía de allí; parándose bruscamente en el claro del bosque, se quedó inmóvil durante largo tiempo. Tenía la visera bajada, signo de hostilidad. Uno de los caballeros se dirigió al rey Arturo pidiéndole permiso para combatir a este caballero. Salió a su encuentro, pero el otro ni siquiera se movió. En el último momento, cuando ya estaba cerca de él, bruscamente cogió su lanza, se volvió contra el caballero de la Tabla Redonda y lo derribó del caballo. Este no quiso continuar y se volvió a la tienda, donde el resto de los caballeros dudaron de su valentía; sobre todo el Senescal Key se burló de él diciendo: «¡Voy a combatir yo!»Tomó sus armas, montó a caballo y se dirigió hacia el caballero inmóvil. Este no se movió. El Senescal le llamó de lejos, no hubo reacción, pero en el último momento, el caballero volviéndose con su lanza le derribó del caballo. El choque fue tan violento que el caballo del Senescal se partió la columna, quedando el Senescal caído en tierra, bajo el caballo, con una pierna y la clavícula rotas. Tuvieron que llevarle de allí en una litera.

El sobrino del rey Arturo, el mejor de todos los caballeros de la Tabla Redonda recibió autorización para ir a ver qué pasaba. Era un caballero que conocía la vida y cuando vio que el caballero permanecía inmóvil, mirando hacia la tierra, comprendió que sufría por culpa del amor. Se acercó lentamente y vio las tres manchas de sangre en la nieve y pensó: ¡Este hombre está pensando en su amada, fascinado por estas tres gotas rojas que evocan en él sus ojos y la boca de su mujer! Efectivamente, el caballero está fascinado por esa imagen. Entonces, Gauvain (Galván) como hombre de experiencia, cortando un trocito de tela blanca que llevaba sobre sí, lo colocó sobre las tres manchas de sangre; en ese momento, el caballero despertó y se preguntó: «¿Dónde estoy?, ¿Quién eres tu?». Galván se presentó y el caballero le dijo: «Yo soy Perceval».

Así fue como se encontraron y Perceval supo que estaba cerca de la Tabla Redonda del Rey Arturo y Galván le invitó a seguirle e ir a ver al Rey. Así, Perceval, después de un camino infinito llega al final a la que había sido su meta desde el principio cuando dejó a su madre: Llegar a la corte del rey Arturo alrededor de la Tabla Redonda. Todo el mundo le recibió con alegría y se dio cuenta de algo inaudito: Poco a poco y sin él saberlo había ido reuniendo una serie de destinos. Primero el Duque y la Duquesa de La Lande, que se habían reconciliado, habían venido a la Tabla Redonda, donde habían sido invitados con toda bondad. El Duque ya no daba miedo a nadie. El Senescal del rey que había asediado a Conduiramur y que debía ofrecer sus servicios a Gunneware, encontró por primera vez que le gustaba servir a alguien. Cuando llegó Perceval todo el mundo le recibió como a un ser benéfico que ha hecho la felicidad de todos.

Perceval pensó, sin embargo, que no podía entrar en la corte del rey Arturo hasta que fuera vengada la afrenta de Gunneware. Y le dicen: «Pero si ya has cumplido tu juramento».

«¿Cuándo?», dice él. «Yo no lo recuerdo».

«Te has batido con el Senescal Key y le has vencido. Tiene rota una pierna y una clavícula, ya es suficiente castigo para él».

Y Perceval dice: «El destino ha sido bueno conmigo porque me he batido con los caballeros de la Tabla Redonda y felizmente yo no sabía nada. Y así pasó a ser el último de los Caballeros de la Tabla Redonda.

Aquí podemos tener la impresión de que hemos llegado al punto culminante de su vida. La cuarta experiencia fue “las tres gotas de sangre», la quinta, “la Tabla Redonda».

Perceval había llegado a tener todo lo que podía desear: Había sido acogido como el más grande de todos los caballeros, todos los destinos que se habían desunido, se reúnen de nuevo. Pero en ese momento preciso se oye un grito y aparece una figura horrible de Mujer descendiendo desde la montaña, montada en una mula, vieja y escuálida. La mujer iba vestida con los más ricos ropajes de terciopelo azul oscuro, trabajado al estilo francés, un velo sobre la cabeza, pero a través de él se podía ver su rostro: apenas se distinguía la nariz de su boca, que parecía el hocico de un jabalí. Dos dientes enormes le salían a derecha e izquierda, dos ojos minúsculos, como los de una rata y por encima unas cejas tan largas que se habían trenzado por detrás de las orejas, que se parecían a las de un ratón. Era una imagen de la mayor fealdad.

Pero esta mujer tan horrible, era muy culta pues hablaba francés, latín, griego, hebreo y pagano (árabe). Al llegar delante del Rey Arturo se bajó de la mula y dijo:

¡Oh! tu, a quien llaman Rey y vosotros, a quienes llaman Caballeros de la Tabla Redonda, a partir de hoy dejaréis de existir. Toda vuestra gloria caerá por tierra desde el momento que habéis acogido en vuestra mesa redonda al peor de todos los hombres de la tierra. ¡Que la desgracia caiga sobre vosotros!». Y dirigiéndose a Perceval le dice; «Mírame bien, ¿Quieres saber cómo es tu alma? Pues eres como una casa cubierta de verde para atrapar a los pájaros. Parece un sepulcro, muy bello en el exterior, pero lleno de gusanos en el interior. Los hombres creen que eres bueno, noble y valiente. Si quieres saber cómo eres realmente, mírame. Lo que tú has hecho, está en el Castillo del Grial. Viste al Rey que sufría, has asistido a todos los misterios del Grial y tu corazón se mantuvo frío como el hielo; tu callaste, sin decir nada. A partir de ahora estás maldito, tu alma está en el infierno. Puedes ir donde quieras, no encontrarás la paz». y dirigiéndose a los otros caballeros, les dijo:

«Si hay algún valiente entre vosotros, puedo indicarle una aventura donde conseguirá la mayor gloria: Hay un castillo que se llama el Castillo de las Maravillas, donde cuatro reinas y cuatrocientas princesas están prisioneras, esperando a quien las pueda liberar». En ese momento el Caballero Galván sintió que su corazón despertaba y dijo: «Yo voy a intentar esta aventura». En ese momento Kundry, la Bruja, que así se llamaba la mujer, se volvió dando un grito: «¡Desgracia para tí, Mont Salvat!» (Este era el Castillo del Grial). Al desaparecer Kundry todos los caballeros quedaron aterrados, retirándose. Sólo quedaron Perceval y Galván que dijo: «Voy a intentar la aventura de la vida. Que Dios quede contigo».

«¿Qué es Dios?, dijo Perceval. Siempre me han dicho que Dios es fiel a los que le siguen. Siempre le he seguido, y me dejó caer. Ahora yo caminaré en soledad». Y se fue.

La sexta experiencia había sido Kundry, la séptima podemos llamarla, la soledad. No sé si os dais cuenta de que este es un momento muy importante en la literatura mundial. Conocemos el comienzo de la tragedia a través de los dramas griegos: destinos como el de Edipo, Orestes, Agamenón e incluso Ulises fueron absolutamente trágicos, pero jamás antes ningún hombre había estado tan solo, excluido de la divinidad. Por primera vez en el destino de la humanidad se hace la pregunta: ¿Qué es Dios? Este es el drama de Occidente. Perceval atraviesa este valle, el de la soledad absoluta que es el drama de la humanidad moderna. Esta mañana hemos hablado de Nietzsche, expresión de la experiencia del hombre solo y de la situación del momento actual. Los que concibieron el poema del Grial, Chrétien de Troyes o Wolfram von Eschenbach eran hombres que sabían que un día la humanidad se encontraría frente a esta experiencia. Por ello, Perceval es el primer hombre que siente, que vive, la experiencia de la soledad.

La primera etapa de su vida fue la de la ingenuidad. La segunda, la del hombre que se hace adulto. Wolfram llama a esta etapa «la duda» y también “doble»: el alma se divide en dos, reitera en sí misma la duda.

Perceval se va con sus armas, su caballo, sin saber a dónde va. Ya no conoce el lujo, ni el tiempo, no tiene más alimentos, ni días de fiesta. Es como una barca sin timón abandonada al azar. No sabe cuánto tiempo ha vivido así. Buscaba, sin saber qué, iba sin saber a dónde, absolutamente solo. Y el tiempo pasa y pasa. Esta es la segunda etapa.

Un día sin sol, cuando al comienzo de la primavera había hecho buen tiempo y bruscamente llegó el frío, por la noche cayó la nieve y Perceval continuó su camino sobre ella. De repente, pasó por delante de una roca y vio en ella una pequeña ventana cerrada por una reja. Curioso por saber que habría allí se acercó, oyó un ruido y preguntó:

“¿Hay alguien ahí dentro’?».

«Sí, ¿qué queréis?»

«Pues no sé qué quiero. Hace tiempo, no sé cuánto que estoy buscando y no sé qué busco y así paso por la vida».

En ese momento la voz de mujer, le dice:

«Pero, ¿no eres tu Perceval?». Este se acerca y ve una cara pálida, delgada y envejecida y pregunta: «y tú quién eres?».

«Ya nos hemos encontrado dos veces. Soy tu prima Sigune. ¿Cómo va tu búsqueda del Grial?».

Perceval le dice: «Como tú me rechazaste, todo el mundo me rechaza. Te ruego que no me vuelvas a rechazar». «Ya no te rechazaré más, puesto que has sufrido tanto».

Perceval le pregunta dónde está la entrada de la roca y ella le responde: «Yo hice tapiar la entrada de esta ruta donde estoy con el cuerpo de mi amado, estoy casada con la muerte. Recibo comida una vez por semana. Kundry viene del Castillo del Grial para traerme algo para subsistir. Acaba de estar aquí, puedes ver sus huellas en la nieve. Sigue estas huellas en la nieve y tal vez así podrás encontrar tu camino». Perceval le dio las gracias y alejándose de ella emprendió de nuevo su camino. Pronto perdió las huellas en la nieve, pero el camino conducía a una estrecha garganta. Mientras subía por ésta oyó el galope de otro caballo. Se preparó para el encuentro y efectivamente, delante de él apareció un caballero a caballo y se lanzaron uno contra otro. El choque fue muy violento. El caballo de Perceval cayó al abismo y Perceval también, pero pudo agarrarse a unas ramas y trepar hasta el sendero. Cuando llegó arriba observó que allí estaba el caballo del otro caballero, pero éste había caído también al abismo. Miró por todos lados para tratar de verle y efectivamente le vio que trepaba del otro lado de la garganta. Perceval montó el caballo que quedaba, cogió las riendas y continuó su camino. Al cabo de un tiempo oyó cantar y vio un anciano vestido con ropas de penitente que, al ver a Perceval acercarse le preguntó:

«¿Por qué llevas armas hoy?

¿Qué día es hoy? yo no sé nada del tiempo.

“Hoy es el día en que nuestro Señor murió en la Cruz por nosotros».

Cuando Perceval oyó estas palabras, sintió fundirse su corazón, como cuando se funde el hielo. Una de las jóvenes que acompañaban al anciano dijo a su padre: «Tendrás que hablar más amablemente a este caballero. ¿No ves que está helado dentro de su armadura? Tendremos que invitarle a calentarse en el fuego». Y de esta forma Perceval experimentó por primera vez en su vida un sentimiento de bondad para con él.

«Yo soy un hombre perseguido por el destino».

El anciano le dijo: «Si buscas ayuda, sigue el camino por donde hemos venido y encontrarás a alguien que te ayudará”.

De nuevo emprende Perceval el camino, atravesando en ese momento su espíritu un pensamiento: Su corazón había empezado a fundirse con un sentimiento totalmente nuevo para él. Levantó los ojos al cielo y dijo. «Si Dios existe, que conduzca mi caballo. Puso las riendas sobre el caballo y éste empezó a andar solo.

De este modo, llega Perceval delante de una puerta de madera que daba paso a una gruta abierta en la roca. La puerta se abrió y dejó paso a un anciano que era un ermitaño, que preguntaba:” ¿Hay alguien que necesita ayuda?».

«Aquí tienes un hombre que ha pecado» dice Perceval.

«Que pase y sea bien venido».

Perceval se quita su armadura, ata el caballo a un árbol y pregunta al anciano: «¿No tenéis miedo de recibir en vuestra gruta a alguien a quien no conocéis? El ermitaño responde: «Hace tiempo que no tengo miedo a ninguna criatura de la tierra». Y ahora comienza una conversación de la que hablaremos mañana.

Si alguien quiere hacer alguna pregunta, le contestaré con mucho gusto.

COLOQUIO

PREGUNTA.- ¿Por qué tiene Perceval la idea de haber pecado?

RESPUESTA del señor Klockenbring. – Cuando el anciano le pregunta cuál es su pecado, Perceval le responde: «Estoy encolerizado contra Dios, porque yo le he sido fiel y me encuentro abandonado en mi soledad. Me separé de Dios y me encolericé con EL. Gracias a haber encontrado al penitente y haber oído la palabra del Viernes Santo sobre la muerte del Señor por los hombres, en el corazón de Perceval entró la conciencia de que él siempre le había pedido algo a Dios, sin haberle dado nunca nada.

Y esta es la actitud del hombre de hoy. Al comienzo de la Edad Media era una impresión evidente para todo el mundo que Dios conduce el destino. Cuando el destino era incomprensible, se decía, la sabiduría de Dios es mayor que la nuestra. Los griegos sabían que por encima de los dioses razonables había una fuerza superior que llamaban «Amankei» que no se puede traducir fácilmente en palabras modernas: tal vez, la suerte, fuerza ciega que no se puede comprender, pero que los griegos sabían que existía. Después de la evolución de la época moderna, en que la conciencia humana pasa por experiencias donde el hombre ya no experimenta la existencia de un mundo superior y se encuentra completamente solo, no ve las consecuencias de los actos que realiza. Vive en un mundo múltiple y sólo ve una parte de las consecuencias.

3ª Conferencia.

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