1ª Conferencia. Las etapas del camino de Perceval

Gerard Klockenbring

Queridos amigos: Voy a tratar de hacer con vosotros un camino difícil, ¡pero… vamos a emprenderlo! Voy a comenzar por contaros las etapas del camino de Perceval, porque si no conocemos bien estas etapas, no podremos comprender su significado profundo.

Esta es la historia de un hombre, de un niño que nació en soledad, porque su madre se enteró de la muerte de su marido unos días antes del nacimiento de su hijo. Su marido era un caballero valiente que siempre andaba buscando aventuras y, en una de ellas, encontró la muerte. La madre decidió, entonces, educar a su hijo sin hablarle de nada que pudiera conducirle a un estilo de vida parecido al de su padre. El niño creció, pues, en medio de la naturaleza, se hizo fuerte. Tenía grandes cualidades. Recorría la región en derredor del castillo de su madre y aprendió a cazar, con una pequeña jabalina, ciervos y cabras. A los 11 o 12 años era tan fuerte que cuando mataba un ciervo, cogía el animal y lo llevaba a casa sobre sus hombros.

Un día su madre se dio cuenta de una cosa: el niño había matado un pajarillo y cuando lo vio en su mano tan delicado y débil, al pensar que unos instantes antes aún volaba sobre el aire, tuvo una emoción tan grande que, suspirando profundamente, las lágrimas subieron a sus ojos. A partir de este momento, cada vez que veía a los pájaros llegar después del invierno, le entraba una gran nostalgia y un sufrimiento incomprensible invadía su alma. Su madre, al verle respirar con dificultad, se decía: Es la sed de aventuras quien le hace suspirar así, y le entraba tal desesperación que decidió hacer desaparecer todos los pájaros y ordenó a todos los servidores que, siempre que encontraran un pájaro, lo persiguieran con piedras para que desaparecieran todos. Pero es evidente que los pájaros no desaparecieron. Y un día el niño preguntó a su madre: «Pero ¿qué te hacen los pájaros, por qué los persigues así?». Y su madre le contestó: «Tienes razón. Dios les ha dado la vida; ¿por qué tengo yo que matarlos?». Y en ese instante el niño preguntó: «¿Qué cosa es “dios”? Nunca había oído pronunciar ese nombre». La madre se puso seria; «Dios es el Ser que da la vida a todas las cosas. Es más luminoso que el sol y preserva a los seres que le son fieles. Si quieres tener una vida feliz y una buena muerte, eleva siempre tus pensamientos hacia la luz de Dios y aléjate de las tinieblas del espíritu maligno que destruye».

El niño que era muy consciente decidió hacerlo así.

Unos días más tarde, estando en el bosque oyó ruidos como de metales y cadenas. Se dijo: «Voy a esconderme detrás de un árbol y coger mi jabalina, porque seguro que se trata del espíritu maligno». De repente vio un caballero a caballo, vestido con una armadura clara que brillaba como el sol. El niño se dijo: «Esto no es el demonio, al contrario, debe ser Dios», y poniéndose de rodillas, le pidió que le protegiera.

El caballero le dijo entonces: «Pero qué haces’? Sólo se pone uno de rodillas ante Dios para rezar».

«Es que yo creí que tú eras tan luminoso como Dios».

«Yo no soy Dios, sino un ser como tú, en el cual luchan la luz y las tinieblas,».

El niño miraba entusiasmado la vestimenta del caballero y le preguntó: “Qué es eso».

«Es una armadura de caballero».

«Y qué es un caballero? ¿Cómo se puede llegar a ser caballero?».

Hay que ir a la corte del Rey Arturo, que es quien hace a los caballeros».

El niño corrió a su madre y le dijo: «Dame un caballo. Quiero ser caballero».

En aquel momento su madre comprendió que todo lo que había hecho durante la infancia de su hijo no había servido para nada; ¡el niño quería ser caballero! Trató de convencerle, pero fue en vano. Entonces se dijo: «Le daré algo para que nadie lo tome en serio y vuelva”. Y le dio la mula más vieja y delgada que tenían en la casa y por la noche le cosió un vestido con harapos, cada lado de un color, con pequeños cascabeles. El niño tenía el aspecto de un loco. Cuando se subió a la mula, su madre le dijo: «Voy a darte algunos consejos»:

«Si encuentras un río y no ves el fondo, no lo atravieses jamás. Sólo debes atravesar los ríos de los que veas el fondo.

Si encuentras una persona con los cabellos grises, escucha sus consejos, porque seguro que es un sabio.

Si encuentras alguna vez una mujer hermosa y te da un beso, será algo bueno para tí, y si te da su anillo, mejor aún.

Y por encima de todo, cuando encuentres un monasterio o una iglesia no dejes de entrar para rezar ante Dios, para que te de una vida buena y una muerte justa.»

El niño le dio las gracias por todo lo que le había dado y le dijo: «Ahora es tiempo de marcharme». Y cogiendo las riendas de su mula, se fue. A la vuelta del camino se volvió una vez más y vio a su madre caer al suelo delante del portón del castillo. Como ya había empezado su camino, no retrocedió y se marchó. Esta fue su primera aventura: la aventura con su madre.

Pasó la noche el bosque y al día siguiente, al salir el sol, oyó cantar a los pájaros. Estaba contento de emprender de nuevo su camino. Después de cabalgar por el bosque llegó a un claro y vio allí una magnífica tienda, bordada en oro, y se preguntó: “¿Qué será esto? Seguro que es una iglesia. Voy a entrar para rezar ante Dios».

Abrió la tela que servía de puerta y ¿qué vio? Pues una mujer hermosa que dormía recostada en el suelo. Y le dijo: «Buenos días, señora. Mi madre me ha dicho que debo saludar con respeto a todo el mundo que me encuentre, pero que, si encuentro a una mujer hermosa, sería muy bueno para mí que me diera un beso. 0s ruego por eso, que me beséis». La mujer se dijo. «Pero ¿quién es este loco? Vete enseguida, porque si te quedas aquí puede pasarte algo verdaderamente malo, pues si mi marido te encuentra en mi tienda puedes estar seguro que no te dejará vivo».

-«Mi madre no miente nunca. Me ha dicho que debo recibir un beso y yo lo quiero».

-«Vete enseguida».

-«Sí, me iré, pero primero quiero mi beso» y se puso encima de la dama para darle el beso y entonces vio que tenía un anillo precioso en su dedo y le dijo: «Mi madre me ha dicho que, si además me daba un anillo, tanto mejor para mí. Por favor, dámelo».

-«Ni hablar, vete».

Pero como su madre siempre decía la verdad, sujetó a la dama, le dio un beso y le arrancó el anillo de su dedo. Entonces descubrió que tenía un broche espléndido y decidió: «Voy a coger también el broche». Entonces descubrió al lado un rico paté de cabra. «Veo que el buen Dios ha preparado todo muy bien y ha pensado que tendría hambre». Y se puso a comerlo, y luego se sirvió vino y lo bebió.

Al ver que la dama estaba bastante agitada le dijo:

-«No os enfadéis conmigo. Dios os ayudará. Os deseo toda suerte de felicidad. Adiós».

Al cabo de unos minutos llegó el marido y al preguntar a su mujer qué había pasado allí ella le dijo: -«Alguien completamente loco me ha besado». El marido le dice: «Bueno, si no ha sido más que un beso…».

-«Pero es que me ha quitado otra cosa».

-«¿Qué ha sido?».

-«Mi anillo» dijo y lloraba, lloraba.

-«No te habrá quitado nada más?».

-No, solamente el anillo y el broche».

-«¿Y tu crees que me voy a creer eso?», dijo verdaderamente enfadado. Hay que pensar que era un caballero que no retrocedía ante nada. «Para enseñarte a no contar historias de locos voy a atarte a mi caballo y me seguirás a pie y cuando se rompan tus zapatos, tendrás que continuar descalza».

Esta fue la segunda aventura de Perceval: La Duquesa de la Lande.

Después de mucho caminar, Perceval siguió adentrándose en el bosque más y más y de repente oyó gemidos. Se acercó y vio a una joven arrodillada ante el cuerpo de un caballero. La saludó, como su madre le había enseñado y le preguntó: “¿Qué le pasa a este caballero?, ¿Está herido?».

– «No, le ha matado un caballero más fuerte que él, en un combate.

Ella lloraba y se lamentaba diciendo: «Ha sido todo culpa mía. Me había dado todo su amor, pero yo quise ponerlo a prueba y le pedí que me trajera el collar de un perro que tenía escrito un secreto en él. El caballero que me amaba encontró al perro, que pertenecía al duque de La Lande y cuando se lo pidió, el Duque lo mató».

El joven le preguntó: «¿Dónde está? Quiero vengarlo».   

«¿Cómo te llamas?, ¿quién eres tú? » le preguntó la joven  

«No lo sé. Mi madre siempre me llamaba querido hijo, bello hijo, buen hijo, dulce hijo».

Entonces la joven le dijo: pero si yo te conozco.  Mi madre era hermana de tu madre. Tu nombre es Perceval.  ¿Sabes qué quiere decir? Pasar por el valle. Tendrás que aprender a penetrar la profundidad de la vida». Aún le reveló la joven una cosa más: que el joven caballero que yacía muerto a sus pies había sido el escudero del padre de Perceval y cuando murió le había encargado que volviera a la casa y vigilara su reino para que se conservara para su hijo. También aquel escudero estaba ligado al destino de Perceval. Pensad bien. El perro que pidió la prima de Perceval pertenecía al Duque de La Lande que mató al caballero que debía proteger a Perceval. Esta fue su tercera aventura. Wolfram von Eschenbach llama Sicune a la joven. Chrétien de Troyes, el primer poeta del Grial, no le da nombre. Wolfram von Eschenbach debió hacer sólo un juego de palabras, pues ella era la prima «cousine» (en francés) que derivaría Sigune.

Perceval decide vengar al joven caballero muerto y pide a su prima que le indique el camino. Pero ella sabía que si encontraba al duque moriría y, por ello, le indicó otro camino, que le conduciría a la corte del Rey Arturo. Y así continuó Perceval su camino. Y su cuarta aventura empezó cuando llegó ante la ciudad de Nantes, donde el rey Arturo había establecido su corte.

Allí encontró un caballero vestido con una armadura roja que le preguntó dónde iba así. «Voy a la corte del rey Arturo».

El caballero le dice entonces: «Bien, puedes llevarle un mensaje, porque tengo que arreglar unas cuentas con el rey Arturo. El tenía que velar durante mi infancia por mi reino, pero ahora ya soy grande y lo reclamo, pero él no quiere devolvérmelo. Yo le dije que iba a combatir por mi reino y quitando de su mesa una copa la levanté y dije delante de todo el mundo que yo defendería mi reino. El vino que tenía la copa se vertió sobre el vestido de la reina y hubo un verdadero escándalo. Pero yo no lo hice a propósito. Pedí perdón por ello y espero que venga alguien a combatir conmigo porque quiero hacer valer mis derechos.»

Perceval llegó a la corte del rey Arturo y allí encontró a una serie de caballeros y dijo: «Yo venía a ver al rey Arturo y me encuentro con un montón de reyes arturos. Así que, os saludo en nombre de mi madre.» Y añadió: «He visto un caballero ahí vestido de rojo y quiero trasmitiros el mensaje que él me ha dado. Va a batirse para defender su derecho y yo también quiero pedir algo: Dadme una armadura roja».

El Rey le dice: «Yo soy el Rey. Voy a mandarte hacer una bella armadura roja. Cuando esté hecha, te la daré». Pero Perceval le respondió: «Mi madre es reina y cuando ella ofrece algo, lo hace enseguida. Yo no tengo tiempo de esperar. Quiero mi armadura ahora».

Cuando el resto de los caballeros oyeron hablar del caballero de la armadura roja pusieron mala cara y como nadie respondía, un personaje de la corte, el Gran Senescal, dijo: «Pues que la busque él». Y Perceval, dando la vuelta a la vieja yegua en la que iba montado, dijo: “Me voy a conquistar mi armadura roja». Pasó delante de toda la corte y en un momento dado, una joven que se encontraba allí empezó a reír. Esta joven había prometido no reír nunca más pues, perteneciendo a una familia que no tenía miedo nunca, no había encontrado hasta entonces ningún caballero que no tuviera miedo y por eso había prometido no volver a reír hasta que se encontrara con la flor de la caballería. Y justo cuando aquel loco pasó delante de ella, empezó a reír. El Gran Senescal se encolerizó y precipitándose sobre la joven la cogió por los cabellos y la dio una bofetada, diciéndole: “Es así como honras la Tabla Redonda del rey Arturo?».

Perceval que estaba a punto de atravesar el portón al ver que esta joven había sufrido por culpa suya hizo el siguiente juramento: «No volveré a la corte del rey Arturo hasta que esta dama sea vengada. En el Romance de Wolfram von Eschenbach esta joven recibe el nombre de Cunneware y era hermana del Duque de La Lande.

Perceval salió de la ciudad, yendo al encuentro del caballero de la armadura roja y al encontrarlo, se la pide, diciéndole: «Un caballero de la corte del rey Arturo me ha dicho que tengo que venir a cogerla por mí mismo. El caballero pensó, pobrecillo, y dándole con su lanza lo derribó de su montura. Perceval comprende que va la cosa y tomando su jabalina, apunta, la lanza y ésta pasa a través de la visera y atravesando los ojos penetra en el cerebro del caballero que cae muerto. Perceval se precipita sobre él para quitarle la armadura roja, pero no consigue abrirla. Un escudero de la corte llega corriendo y le dice: «Voy a enseñaros cómo se hace». Con esta ayuda le quita la armadura, se viste con ella y monta sobre su caballo. Esta había sido su quinta aventura. Aquel caballero se llamaba Ither. Era un hijo del rey que era primo del padre de Perceval, pero él no lo sabía.

Y así llega Perceval a su sexta aventura. Después de atravesar un gran bosque encuentra, delante de un castillo, a un anciano de cabellos blancos, Le saluda de parte de su madre y le dijo: “Quiero recibir vuestros consejos porque, puesto que tenéis los cabellos blancos, debéis estar lleno de sabiduría”. Así encuentra al conde de Gurnemant. Este se dio cuenta enseguida de que Perceval era absolutamente ingenuo y noble y decidió iniciar su educación. Le enseñó a llevar bien el escudo, a montar a caballo, a sostener la lanza y todas las demás artes de la caballería y así Perceval se hizo caballero.

Este Conde tenía una hija y dos hijos que habían muerto en la guerra. Cuando vio que Perceval era tan noble un día le preguntó si no querría ser su hijo. Y éste le respondió: «Encuentro muy bella a vuestra hija y muy buena, pero no se puede conseguir el premio antes del combate. Prefiero partir y conquistar mi propia existencia y tal vez un día volveré».

Gurnemant le dio ocho consejos, según los cuales debería conducir su existencia:

“No hay que hablar mucho, hay que saber escuchar lo que dicen los demás.

Si un día consigues una victoria, no dejes que tu furor llegue hasta el final. Domínalo y concede tu merced al contrario”.

El último consejo fue: “La culminación de la vida es ésta: La mujer y el hombre son una misma cosa, como la luz y el sol. El riesgo más importante de la vida es el riesgo del amor,» Y con estas enseñanzas, le dejó marchar.

Después de cabalgar largamente, al llegar la noche Perceval llegó al borde del mar y en el horizonte vio un gran castillo y para entrar en él, un puente colgante. Llevó su caballo hasta allí pero el viento era tan fuerte que el puente se balanceaba y su caballo tenía miedo. Perceval desmontó, tomó las riendas del caballo y lo condujo hacia el puente. Había delante del castillo unos caballeros y cuando vieron a este caballero avanzar con tal firmeza dijeron: «Debe haber una armada detrás de él, desapareciendo dentro del castillo. Llamó a la puerta, una joven le contestó y él le dijo que no venía como enemigo. Entonces ella le abrió y le condujo ante la reina del castillo. Al atravesar las calles del interior del castillo pudo observar que toda la gente estaba pálida y delgada, cansada, y pensó: En este castillo pasa algo, debe estar asediado. También pudo comprobar cómo les brillaban los ojos con una gran voluntad. La Reina le recibió delante de una escalera y Perceval se sorprendió de la belleza de esta reina. Fue invitado a su mesa y durante toda la comida se acordó de que no había que hablar demasiado. Comió sin decir palabra. La Reina se preguntaba:»¿Le habré ofendido en algo para que este caballero se calle de esta manera?». Entonces empezó a hablar ella la primera. Le preguntó de dónde venía y Perceval le contó que venía de la casa del Conde de Gurnemant. Así discurrió toda la comida, muy frugal, pero todo preparado con mucho gusto. Después de comer fue conducido a una habitación donde había una cama, en la que se acostó y se durmió pues estaba muy cansado. Había un cirio encendido. A media noche, Perceval se despertó y oyó llorar. Miró en derredor suyo y al pie de su cama pudo distinguir una figura acurrucada, reconociendo en ella a la Reina, que había venido durante la noche y que lloraba. «¡Oh, mi dama!  no hay que ponerse de rodillas delante de un hombre. Sólo ante Dios debéis arrodillaros. Venid no vayáis a enfriaros, os cubriré con mi manto». La Reina le dijo: «Veo que eres noble. Ya que eres capaz de respetarme, me acostaré en tu misma cama». Perceval la hizo subir a su cama y le preguntó por qué lloraba tanto. Ella le explicó que un rey había pedido su mano, pero este rey había matado al caballero que ella amaba y naturalmente, ella le había rechazado. Entonces ese rey había venido con toda su armada para asediar el castillo y desde el tiempo que duraba el asedio todos los días el Senescal en persona venía a provocar a uno de los caballeros de la Reina y los había matado a todos, uno tras otro, hasta el punto que los mejores estaban muertos y la Reina sabía que nadie podría competir con el Senescal. Y como nadie podrá combatir, nos asaltarán. Quedándose seria añadió: “Si el rey me toma en sus brazos, no tendrá más que mi cuerpo». Perceval le dijo: «Tened confianza en Dios. Mañana será un nuevo día. Ahora, volved a vuestra habitación. Tened confianza en el guardián del mundo divino».

A la mañana siguiente, Perceval se levantó muy temprano, descendió a la capilla del castillo, oyó la primera misa y montando sobre su caballo, salió al encuentro del Senescal que venía ya a provocar a otro de los caballeros de la Reina. Tuvo lugar un combate muy duro, en el curso del cual Perceval golpeó tan fuerte y repetidamente sobre la armadura y el escudo del Senescal que éste pensó que tiraban piedras desde el castillo. Al cabo de un momento, el Senescal cayó del caballo y Perceval le tuvo a su merced. Entonces pensó en el caballero de la corte del rey Arturo que había tratado ignominiosamente a una joven y decidió enviar al Senescal a la corte para recordarles su juramento de que no volvería hasta que la joven fuese vengada. No voy a contaros hoy todos los detalles, pero cuando Perceval volvió aquella noche al castillo todo el pueblo estaba ante la Reina diciéndole que todos querrían a Perceval como Rey. Perceval preguntó a la Reina si era de la misma opinión que su pueblo. La Reina que había quedado prendada del valor y la belleza de Perceval, aceptó tomarlo como esposo.

Una de las partes más bellas del poema de Wolfram es ésta, cuando cuenta que esa noche, Perceval y la Reina fueron acompañados por los servidores hasta la puerta de la habitación, donde pasaron la noche juntos, pero ni tan siquiera se tocaron. Al día siguiente la Reina, creyéndose la esposa del Rey, se peinó como lo hacían las mujeres casadas, y durante tres noches vivieron así el amor más profundo, pero en el total respeto, y al cabo de ese tiempo, las viejas leyes de la naturaleza les enseñaron el arte del amor, tan antiguo como el mundo. Es maravilloso comprobar que el amor se mantiene por la fuerza del mutuo respeto.

Y ésta fue su séptima aventura. Chrétien llama a esta reina, Blancaflor. En el libro de Wolfram, se llama Conduiramur. En éste se define el amor cortés. La mujer, cuando toma consciencia del poder que tiene se sirve de él para ennoblecer al hombre.

En estas primeras siete aventuras de Perceval se cuenta todo lo que un hombre puede desear: Vence en sus combates, llega a ser rey, tiene el amor de una bella esposa. ¿Qué más se puede desear? Y sin embargo, su corazón estaba inquieto. Después de una gran felicidad durante un cierto tiempo, un día le dijo a su esposa:

«No sé por qué, pero mi corazón está inquieto. Hay una imagen que no me abandona nunca: la de mi madre cayendo al suelo en el momento que la dejé. Si me amas, déjame partir para que vea cómo está mi madre «. Y ella le respondió:

«Si, te amo. Vete y que la bendición de Dios vaya contigo».

Y Perceval se marchó.

Pensad ahora en los distintos destinos de los personajes que han aparecido hasta ahora:

La madre cayó, cuando él la abandonó.

La Duquesa de La Lande se entregó a un destino de dolor.

Sigune ve roto su destino.

Cunneware fue sometida de forma vergonzosa.

Ither, muerto.

Gurnemant da todo su saber a Perceval, que le abandona.

Conduiramur le acogió también con todo amor y se queda sola.

Perceval sólo ha dejado tras de sí el dolor y la destrucción, pero no es consciente de nada de esto. No ha cometido ni la más mínima falta de manera consciente y sin embargo detrás de él queda el dolor, la muerte, la desgracia. ¡Fijaos qué destino! Un hombre inocente, ¡culpable!

La aventura continúa: Perceval atraviesa países, bosques, montañas… Una noche, estando en la montaña, después de ocultarse el sol vio a sus pies un lago y en éste, una barca con dos hombres: uno sujetaba el remo, el otro una caña y pescaba. Los llamó y les preguntó: ¿Sabéis dónde puedo pasar la noche? El pescador le respondió que no había ni un sitio habitable en 30 leguas a la redonda. Perceval empezó a enfadarse pues este hombre dudaba. Cuando al fin le dijo: «A menos que aceptéis ser mi huésped”. Perceval, feliz, le dio las gracias: “Entonces tomad el pequeño sendero que rodea las rocas. Tened cuidado donde pisáis porque si os equivocáis, caeríais al abismo. Cuando deis la vuelta a la roca veréis las puntas de las torres del castillo». Perceval le agradeció el consejo y emprendió el camino, pero al dar la vuelta a la roca, miró bien, pero no encontró nada y pensó: «Se han reído de mí». Pero de pronto vio dibujarse en el horizonte un tejado de oro que pertenecía a un castillo. Se acercó, llamó y cuando le preguntaron de dónde venía explicó que le había enviado el pescador.

«Si te envía el pescador, puedes entrar». La puerta se abrió y Perceval entró en un patio cubierto de césped verde. “Aquí no deben tener costumbre de hacer torneos», pensó. Fue recibido con gran deferencia y respeto. Le llevaron a un gran salón donde había una especie de mesitas y en cada una, cuatro caballeros sentados. En el fondo del salón un fuego ardía en la chimenea. Después de unos instantes se dio cuenta que todos los caballeros estaban tristes y se observaba un gran silencio. De pronto, se abrió una puerta y apareció una litera sobre la que se encontraba el hombre que estaba pescando en la barca. Depositaron la litera delante de la chimenea y Perceval pudo observar que aquel hombre, que iba vestido como un Rey, tenía todos los signos de un gran sufrimiento. Se acercaron a Perceval, llevando un manto verde que le pusieron encima, diciéndole: «Es un regalo de la reina». Perceval estaba intrigado con lo que estaba pasando allí, pero se acordó de que no debía hacer preguntas. Le llevaron hasta el rey y éste le dio una magnífica espada. Perceval la puso en su costado y en ese momento se abrió una puerta y apareció un joven con una lanza, de cuya punta caía una gota de sangre que, pasando por la mano del joven, llegaba hasta abajo de la lanza. El joven atravesó todo el salón con esta lanza de una a otra puerta. Cuando se abrió esta otra puerta, Perceval pudo entrever la sombra de un ser extraordinariamente bello, pero la puerta se cerró, volviendo a abrirse al cabo de un momento y el joven volvió a hacer el mismo recorrido que antes, hasta desaparecer por la primera puerta. Perceval estaba inquieto. “Pero, ¿qué está pasando aquí?» pensaba. Volvió a abrirse la puerta y aparecieron dos jóvenes, cada una llevando un objeto que pusieron delante del Rey. Así, de dos en dos, hasta 24 jóvenes salieron, y lo que depositaron delante del Rey formó una pequeña mesa, sobre ésta un cojín, un pequeño mantel, una especie de copa abierta, dos cuchillos de plata, todo ello en el mayor silencio. Perceval no salía de su asombro. Las últimas jóvenes llevaban unos candelabros y se colocaron a derecha e izquierda. Cuando las 24 jóvenes se colocaron delante de él, ¡apareció la 25! Su belleza eclipsó la de todas las demás, como la luz del sol eclipsa la luz de las estrellas. Llevaba algo en las manos -Wolfram dice que este objeto era el Grial, pero no se sabe quién era ella. Mientras la joven llevaba el Grial por delante de cada una de las mesas, aparecía la comida que necesitaban los caballeros que estaban sentados. Así mientras ella recorría todo el salón, todas las mesas se llenaron de alimentos. Cuando se acercó al Rey, Perceval pudo apreciar que sus rasgos se habían estirado dando muestras de estar sufriendo un gran dolor. La joven que llevaba el Grial hizo el mismo recorrido que el anterior joven con la lanza: penetró por la pequeña puerta y de nuevo Perceval pudo ver en el interior el brillo de la cara de un anciano. La puerta se cerró y de nuevo la joven llevando el Grial, recorrió el mismo camino, desapareciendo por la puerta por donde había aparecido.

La curiosidad de Perceval era total. Se levantó para preguntar, pero recordó de nuevo los consejos de Gurnemant y se dijo: “No tengo que preguntar nada», obligándose a sentarse y callarse.

Después de esta sesión misteriosa, le llevaron a una habitación donde había una cama preparada y allí pasó la noche, atormentado por los sueños, luchas y combates. Al día siguiente, al despertarse comprobó que había amanecido hacía ya tiempo. Bajó de su habitación al patio y allí vio su caballo, su armadura, sus armas, pero a nadie más en absoluto y, montado en su caballo, salió del castillo. En el momento de franquear el puente, éste comenzó a elevarse, de tal forma que el caballo justo pudo evitar caer al foso. Mientras se elevaba el puente oyó la voz de un joven que gritaba, desde una ventana: «Vete, gorrión».

Perceval no entendía nada. Vio que la hierba estaba un poco pisoteada y pensó que todo el mundo se habría ido de caza. Siguiendo las huellas en la hierba al cabo de un momento se perdieron y Perceval se encontró en el bosque. Al pasar delante de una roca de repente notó la presencia de una mujer sentada en una pequeña gruta que había en ella, y que le preguntaba dónde había pasado la noche. «No lejos de aquí», respondió Perceval. “No me engañes. Es imposible, no hay un solo sitio habitable en 30 leguas a la redonda».

Perceval insistió. «Tan cierto como que estoy delante de ti, es que he pasado la noche en un castillo no lejos de aquí».

Entonces la mujer le dice: «Pero tu eres Perceval».

 «¿Cómo me conoces?»

«Soy tu prima, y si es cierto que has pasado la noche en ese castillo, entonces todas nuestras penas se han terminado, si has hecho la pregunta».

«Pero no he hecho ninguna pregunta», le responde Perceval.

Entonces ella dándose la vuelta le dice: «Vete, ya no te volveré a hablar».

«Pero querida prima o ¿qué te he hecho de malo?».

«Has estado en el castillo del Grial y no has hecho ninguna pregunta».

Perceval, cada vez más inquieto y asombrado, al ver a su prima que le vuelve la espalda y no le habla más, se siente completamente solo y reemprende el camino.

No pasa mucho tiempo cuando en el bosque se encuentra una mujer vestida con ricos trajes completamente desgarrados, de tal forma que parece vestida con harapos. Se acerca a ella y le dice: «Pobre señora, ¿qué desgracia os ha ocurrido?»

«No os acerquéis más, que si estoy así es culpa vuestra”. Le dijo la dama.

«Desde que soy caballero no he hecho daño a ninguna dama».

¿Sabéis quién era esta dama? La Duquesa de La Lande Entonces ella le dijo: “Ahora tenéis que iros. Porque mi marido está a punto de llegar». Y así fue. En ese momento, Perceval oyó el galope de un caballo. Entonces montó él sobre el suyo, cogió su lanza y los dos caballeros chocaron.

Había olvidado deciros otra cosa. Cuando Perceval estaba con su prima ella le dijo: «Reconozco la espada que tienes en el costado y por eso he comprendido que dices la verdad». Entonces ella le había contado que esa espada tenía un secreto: El primer golpe que des con esta espada, mostrará a todos tu fuerza, pero con el segundo golpe la espada se romperá. Entonces recoge los trozos, mételos en la vaina y cuando encuentres la Fuente de Karnant, mete la espada en el agua de esta fuente en el momento en que el sol aparezca y la espada se rehará».

Volviendo al combate, Perceval y el Duque de La Lande chocan, las lanzas vuelan hechos pedazos y cogen las espadas. Perceval da un fuerte golpe sobre el casco del Duque, y el casco se hunde. El Duque se pone en guardia, Perceval se prepara para golpear en otro sentido y en ese momento la espada se rompe. El Duque se dice: «Ahora será tu fin”. Coge su espada con las dos manos, la levanta en alto y en ese momento, pierde el equilibrio, Perceval le pone la rodilla en el cuello hasta que la sangre empieza a salir por la nariz. El Duque trata de evitarlo, pero Perceval le tiene bien sujeto. «Eres más fuerte que yo», le dice el Duque. “Pídeme lo que quieras». «Que perdones a tu esposa», le contesta Perceval. El Duque que no quiere perder la vida, dice: «Aunque me ha engañado vergonzosamente, tendrá mi gracia». Perceval entonces le encarga que vaya a la corte del rey Arturo, donde encontrará una joven que sufrió una afrenta a causa suya, a quien deberá decir que Perceval no volverá a la Corte hasta que haya sido vengada. En ese momento, se da cuenta que en la roca había una pequeña abertura y en ella un relicario. «Juro sobre este relicario que la Duquesa no perdió por culpa suya el anillo y el broche. Yo se los quité, pero de manera inocente, pues entonces yo era completamente ingenuo. Después de hacer este juramento, el Duque de Landa tomó la mano de la Duquesa, mirándola profundamente a los ojos, vio que era verdad y se reencontraron. Cuando se volvieron para dar las gracias a Perceval, éste se había marchado.

2ª Conferencia.

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