El ser de la Navidad

Conferencia no revisada de Willi Sucher

Rudolf Steiner Hall, 30 de diciembre de 1955

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Señoras y señores, creo que se puede decir con razón que la conciencia de la imagen de la Navidad ha crecido enormemente durante las últimas décadas. Incluso las tradicionales tarjetas navideñas han cambiado de alguna manera, y ahora se ven en ellas copias de las antiguas imágenes de los pintores medievales sobre la Virgen y el Niño. Creo, por tanto, que está justificado contemplar esta imagen universal de la Virgen y el Niño, lo que queremos hacer esta noche.

Por supuesto, existen algunos obstáculos en el cristianismo moderno que no permiten que la realidad del acontecimiento navideño, de la gran visión de la Navidad, llegue a ser una realidad plena. Creo que esto se debe principalmente a la incertidumbre sobre la historicidad del nacimiento de Jesús, que en cierto sentido ha sido creada por la investigación histórica moderna y también por la teología. La fecha tradicional del 25 de diciembre fue introducida durante los primeros siglos del cristianismo, y hoy en día no se está muy seguro de si esa fecha tradicional del 25 de diciembre fue realmente la fecha del nacimiento de Jesús, de quien escuchamos en el Evangelio de San Lucas.

Hay opiniones que más o menos dicen que esos días, que ahora llamamos las Doce Noches Santas, coincidieron en la antigüedad con ciertas fiestas paganas que se referían a la salida del sol. Los misterios solares estaban de alguna manera relacionados con esas antiguas fiestas, y a veces se oye la opinión de que el cristianismo primitivo se apoderó, o intentó apropiarse, de esas fiestas y las revisó mediante el Misterio, la imagen o visión del nacimiento de Jesús.

Ahora bien, esos Misterios del Sol, la salida del Sol, que son algo tremendo a lo largo del año, desempeñaron un papel muy importante en la vida de los habitantes de la antigüedad. A lo largo del año vemos salir el Sol; a partir del 21 de diciembre en adelante, vemos que el arco del Sol se eleva cada vez más y se hace más grande hasta que llegamos a un momento en pleno verano, cuando vemos al Sol en su punto más alto en el cielo. Luego, después del 23 de junio, el Sol desciende de nuevo; la “marca” diaria del Sol se hace cada vez más pequeña, y hacia el 21 de diciembre, aproximadamente, el Sol ha alcanzado de nuevo su punto más bajo. Así, en el transcurso del año, este momento en el que el Sol volvía a salir e indicaba que la vida, el calor y la luz estaban regresando, lo que era una esperanza de que algún día se superaría la oscuridad reinante de los días invernales, era de enorme importancia y significado para los pueblos antiguos. Por lo tanto, aquellos días en los que se veían las primeras señales de que el Sol estaba realmente saliendo, a partir del 25 de diciembre aproximadamente, esos 12 días se consideraban un momento muy significativo en el transcurso del año.

Hablamos aquí desde el punto de vista de la investigación antroposófica en relación con ciertos hechos espirituales que se refieren a la humanidad y a la evolución del mundo. Desde este punto de vista, no podemos dejar de ver en los acontecimientos de Cristo, que tuvieron lugar hace unos 2.000 años, acontecimientos que afectan a toda la evolución de este planeta en el sentido más profundo. También podemos imaginar -no debería ser demasiado difícil de aceptar- el hecho de que todos esos acontecimientos, que se encuentran en el centro de toda la evolución de nuestro planeta, estaban coordinados con respecto a los acontecimientos cósmicos. Este es un hecho que ha sido elaborado por la ciencia del espíritu, que de hecho ha confirmado que esos acontecimientos, que tuvieron lugar hace 2.000 años, estaban en plena conformidad con los acontecimientos del cosmos. Espero tener más adelante la oportunidad de explicar por qué fue así. Así pues, podemos imaginarnos perfectamente que el nacimiento de Jesús tuvo lugar realmente -al menos el nacimiento del que oímos hablar en el Evangelio de San Lucas- durante esa época. Esto significa que el nacimiento de esa nueva esperanza en la humanidad, de esa esperanza concentrada en relación con el futuro de nuestro planeta, se produjo en realidad en conformidad con ese gran símbolo del cielo, el del Sol naciente, que en el transcurso del año se eleva contra la oscuridad hasta sus alturas estivales. Pero hay también otro aspecto del que también tendremos que hablar.

En primer lugar, celebramos cada año la Navidad en conmemoración del día del nacimiento de Jesús. Por supuesto, esto se ha convertido en una especie de tradición. Si sólo se toma el nacimiento de Jesús en el día tradicional del 25 de diciembre como una especie de fecha adoptada y no la fecha verdadera, que no podemos conocer, entonces este acontecimiento anual se encuentra en una posición débil. Sin embargo, si podemos aceptar que los acontecimientos que tuvieron lugar hace 2.000 años se ajustan a los acontecimientos cósmicos, entonces nuestra celebración de la Navidad tiene un significado mucho más profundo. Además, cada año volvería a coincidir con ese gran símbolo cósmico del Sol naciente.

Ahora bien, hay más. ¿Por qué celebramos la Navidad como un acontecimiento que no se limita a la noche del 24 al 25 de diciembre? ¿Por qué incluimos un intervalo de tiempo de 12 días, o mejor dicho, como solemos decir, 12 noches en la celebración de esta fiesta? El concepto de 12 noches es bastante lógico si pensamos que, cuando hablamos de intervalos de tiempo, a menudo no hablamos de días sino de noches. Hablamos, por ejemplo, de quince días; o, en algunas obras de Navidad, oímos hablar de una sennight, que son siete noches, no siete días o 12 días o catorce días, sino que hablamos de una sennight o de una quincena. Así pues, lo que cuenta es un elemento de la noche. ¿Por qué, entonces, celebramos 12 días? ¿Son tan importantes esos 12 días? Una vez más, en relación con esto, podemos revivir la experiencia y el significado de esos 12 días en nuestro tiempo a partir del conocimiento espiritual. Se trata de un Misterio Solar de nuevo. Así como tenemos en el momento del Sol naciente, después de su punto más bajo en el transcurso del año, también tenemos un Misterio Solar escondido detrás del concepto en esos 12 días, detrás de la imagen de esos 12 días.

Imaginemos que el Sol está en el cosmos y brilla en el espacio cósmico. Aquí tenemos la Tierra en la que vivimos. También sabemos que la más cercana a la Tierra es nuestra compañera, la Luna, que viaja alrededor de la Tierra. La Luna, así como la Tierra, tienen cierta relación con el Sol. De hecho, si uno investiga la naturaleza del Sol sobre la base de una ciencia del espíritu, llega a concepciones muy diferentes con respecto al Sol. Uno llega a una imagen, en realidad, de un Sol como entidad central en nuestro universo solar, aquello que mantiene nuestro universo e incluso aquello que creó todo el universo solar. En nuestra época, mucho después de que el universo solar hubiera surgido, este mismo Sol todavía mantiene ese universo solar, lo anima y lo hace funcionar y trabajar, en cierto sentido. La Luna está viajando alrededor de la Tierra, y sabemos que en ciertos momentos esta Luna entra en una relación bastante definida, bastante específica con el Sol, y ese es el momento de la Luna llena. En épocas de Luna Llena tenemos el reflejo completo, como decimos, de la luz del Sol, que la Luna recibe en su superficie. Ahora bien, es un hecho que esto ocurre dentro de un cierto ritmo, y ese ritmo es de unos 29,5 días, es decir, entre 29 y 30 días, que es, por supuesto, el mes. El concepto de mes en nuestro calendario se deriva de la Luna. Mes significa realmente el intervalo de una Luna, es decir, de Luna Llena a Luna Llena.

Si tomamos el tiempo con mucha exactitud, observando las Lunas llenas en el transcurso del año, llegaremos a la conclusión de que hay 12 Lunas llenas en un año. A veces, en circunstancias muy específicas, es posible que haya trece Lunas llenas en un año, pero eso es excepcional. Si tomamos el ritmo de la Luna (29,5 días) y lo multiplicamos por 12, llegamos a un tiempo de 354 días. Así que tenemos en el transcurso de un año 12 Lunas llenas, y se agrupan alrededor de la Tierra de tal manera que tenemos una especie de progresión. Por lo tanto, llegamos a 12 Lunas llenas en el transcurso de un año. Sin embargo, como podemos ver, hay algo sobrante. El intervalo de tiempo de 354 días no cubre todo el año, porque sabemos muy bien que el año contiene 365 días, en realidad 365 y ¼ de día. Este ¼ de día se suma luego en 4 años para producir un día bisiesto completo. En nuestro calendario tenemos un año bisiesto cada cuatro años, lo que deja un tiempo restante de 11 a 12 días.

Ahora bien, durante el transcurso de un año, como sabemos, todo está en movimiento. Para mostrar este movimiento con exactitud, tendría que mover la Tierra y también tendría que mover el Sol; y sólo entonces podríamos ver que hay un movimiento constante de ese ciclo de Luna llena durante el transcurso del año. El Sol también se mueve; bueno, como decimos, aparentemente se mueve alrededor de la Tierra. Hemos aprendido en la escuela que es la Tierra la que se mueve alrededor del Sol, pero esto no tiene por qué preocuparnos tanto ahora. El Sol aparentemente se mueve alrededor de la Tierra, al igual que esas Lunas llenas se mueven alrededor de la Tierra; sólo que el Sol estaría mucho más lejos. Por lo tanto, en 365,25 días el Sol volvería exactamente a la misma estrella fija en la que estaba un año antes. Si pudiéramos ver el Sol después de 365 días, lo veríamos cerca de esa misma estrella fija en la que lo vimos el año anterior. Así tenemos este excedente de 11 a 12 días más allá de los 354 días de los 12 meses lunares.

Este excedente está contenido en el hecho de las 12 Noches Santas. Las 12 Noches Santas son, por así decirlo, ese excedente del Sol sobre el año lunar, lo cual evidentemente no se hace al azar. De hecho, en la antigüedad se observa que la gente organizaba su calendario según el ciclo lunar. ¿Por qué? Bueno, en primer lugar, podían observar la Luna llena y podían ver cuándo se producía la Luna llena. Era un acontecimiento del cosmos que podían observar y según el cual podían organizar su calendario. Eso era algo que ocurría visiblemente. Habría sido mucho más difícil para ellos averiguar el momento en el que el Sol vuelve a la misma estrella fija. Por lo tanto, el año lunar era mucho más práctico; pero, como veis, existía el problema de que ese año lunar de las 12 Lunas llenas formaba un año de sólo 354 días, y esto no encajaba en el año de las estaciones. En aquellas culturas cuyos años se calculaban según el año lunar, que encontramos, por ejemplo, en el antiguo calendario hebreo y también en muchos otros calendarios de origen oriental, siempre había una diferencia de 11 a 12 días. Por lo tanto, tenían que insertar un mes bisiesto completo cada dos o tres años, como se hace aún hoy en el calendario judío y también en otros calendarios. Ahora bien, ¿por qué es esto tan importante? ¿Qué podemos ver en este evento de las 12 Noches Santas que tiene lugar cada año y que también nos concierne? ¿Por qué debemos pensar que este evento anual tiene tanta importancia con respecto a la celebración de la Navidad? Si tomamos la Navidad no solo como un evento de conmemoración (lo cual, por supuesto, lo es), sino como un evento que tiene lugar, sobre todo, en el alma humana, entonces debemos crear de alguna manera un concepto adecuado de esta diferencia entre el año lunar y el año solar.

La Luna -y esto puede comprobarse de varias maneras- es un cuerpo, una entidad en el cosmos que actúa en la Tierra; de eso no hay duda. Eso puede investigarse y confirmarse. La Luna, actuando en la Tierra, actúa principalmente en la dirección de todo lo que concierne a la necesidad en nuestro planeta; por ejemplo, el crecimiento, como el crecimiento de las plantas, y muchas otras cosas también están relacionadas con este actuar de la Luna en la esfera de la Tierra. En la Luna podemos ver un vehículo de fuerzas cósmicas que actúan en la dirección de la “necesidad” y también, en cierto sentido, en la dirección de lo que incluso llamamos destino. La “necesidad” es aquello que no podemos sortear mientras tengamos que vivir en un cuerpo en la Tierra. El Sol es un vehículo de fuerzas muy diferentes. Debo decir una vez más que se puede demostrar muy bien por los medios que nos ha proporcionado la ciencia del espíritu que las fuerzas que utilizan al Sol como su vehículo de actuación actúan mucho más en la dirección de la libertad espiritual. El Sol: Bien, podemos imaginar un día de verano muy caluroso, no sólo en nuestra latitud, sino más al sur, digamos al ecuador, e imaginar que el Sol brillara con fuerza todo el día, todos los días. ¿Qué ocurriría? Se destruiría la vida física. Eso ocurre de hecho en partes de la Tierra cercanas al ecuador. ¿Qué está en juego aquí? Hay un elemento que, en extremo, demuestra lo que haría el Sol si sólo él estuviera operando en el cosmos. Disolvería externamente todo lo que está ligado a la existencia física, material. Desde un punto de vista externo, las plantas morirían, los seres humanos no podrían vivir y los animales podrían extinguirse. Estamos presenciando un elemento que, por sí mismo, eliminaría la incorporación terrenal; es decir, el acto mismo de ser bajado a la tumba de la existencia física, material y a todo lo terrenal que produciría valor espiritual, que sólo se produce mediante el equilibrio entre el Sol y la Luna.

Éste es sólo un ejemplo extremo. El Sol actúa sobre la Tierra, y las fuerzas que utilizan al Sol como vehículo de su acción actúan todo el tiempo, incluso si el Sol no brilla, incluso si está bajo el horizonte. Incluso entonces el Sol actúa, porque la Tierra, como organismo integrado, recibe el impacto del Sol desde el otro lado. El Sol actúa todo el tiempo sobre la Tierra, y actúa en la dirección de la creación de la libertad, de la liberación espiritual. Es sólo esa actividad de las fuerzas del Sol, que se ve contrarrestada por el elemento que proviene de la Luna, la que siempre tiende a enterrar la vida en la existencia material. Así pues, se establece un equilibrio perfecto en el cosmos, que varía según las fases de la Luna y también según la posición del Sol. La posición relativa del Sol varía, pero sin embargo se establece una especie de equilibrio entre los dos: Luna y Sol. Sólo durante la época de Navidad, cuando el año lunar ha llegado a su fin y hay que contar la siguiente Luna llena para el año siguiente, la Luna “desaparece”, por así decirlo, de ese año. Entonces, las fuerzas del Sol, a través de la superposición natural y cósmica, predominan durante 11 a 12 días. Entonces tenemos un trabajo puro del Sol en el elemento de la Tierra. Es durante este tiempo, durante esas 12 Noches Santas, que realmente podemos experimentar un momento en el año durante el cual puede despertar en nosotros si nos preparamos, si, por ejemplo, tomamos ese tiempo de preparación de Adviento como una realidad y nos preparamos adecuadamente. Entonces podemos experimentar realmente un elemento en la Tierra que puede ayudarnos a experimentar, a realizar, un Sol espiritual. Podemos experimentar algo que puede guiarnos, algo que puede darnos una plataforma sobre la cual pararnos, o puede indicar una puerta, un camino hacia la realización de la libertad espiritual. Por lo tanto, la Navidad no es solo un evento que quiere referirnos al pasado, a lo que ha sido, a lo que tal vez tuvo lugar hace unos 2.000 años. En cambio, es un evento que puede renovarse constantemente y puede convertirse en una experiencia real en nuestra alma. Si nos preparamos y tomamos precauciones, nuestra vida anímica interior no se verá demasiado comprimida por los impactos de la civilización que nos rodea en la era actual de una manera casi aterradora.

En un sentido cósmico, podemos ver en todo esto, de nuevo, la imagen de aquella gran visión sencilla de la Virgen con el Niño: la imagen que alcanzó su culminación, en lo que se refiere a la representación pictórica, en la Madonna Sixtina de Rafael Santi. En todo esto que hemos estado discutiendo hasta ahora, se esconde el secreto de la Virgen con el Niño, aunque puede que no haya sido evidente. ¿Qué es lo que tenemos aquí en las fuerzas de la Luna? ¿En todo lo que se necesita para la existencia de la Tierra? No podríamos vivir en este planeta sin la Luna. Sin la Luna no habría vida; ni siquiera habría agua en este planeta, en cuyo caso no podría haber vida en la Tierra. Con mucha frecuencia hablamos de la Luna como de una ceniza cósmica, algo que está completamente seco, un completo desierto, y que el crecimiento de la vegetación no es posible en ese planeta. Seguramente es así, pero precisamente en este hecho –que la Luna aparece allí en el cosmos como una tremenda ceniza, como un tremendo desierto– reside el tremendo sacrificio que han realizado las fuerzas que están conectadas con la Luna, que utilizan la Luna como su vehículo. Han sacrificado todo lo que está conectado con el agua, con el elemento líquido, con el elemento fluido en la Tierra; y así, la Luna puede trabajar aún más en aquello que había cedido, que había dejado atrás, incluso, en la Tierra. La Luna es un elemento de fructificación, en lo que respecta a nuestra Tierra, un elemento etérico que se vivifica constantemente. Si tomamos como realidad el camino de la órbita de la Luna alrededor de la Tierra, entonces encontraríamos en ese espacio que rodea la Tierra el cielo azul. Y en ese cielo azul encontramos algo así como el suave manto de fuerzas que son similares, en un sentido cósmico, a lo que vemos en una imagen como la del manto azul en la Madonna Sixtina. Esto es lo que necesitamos, porque no podría haber vida en la Tierra si no tuviéramos ese elemento lunar. Por lo tanto, es un elemento maternal, en cierto sentido, que le da a toda la existencia terrestre la posibilidad de vivir, de llegar a existir y de crecer en el transcurso del año. En todo lo que tenemos a través de la Luna, también hay un elemento maternal, en el sentido más verdadero, contenido en las fuerzas de la Luna.

¿Y qué pasa con el Sol? Como dije antes, en el Sol tenemos un elemento que nos lleva a otro principio en el cosmos, que se opone, o parece oponerse, a lo que es el elemento contenido en la Luna. El Sol quiere llevarnos a la libertad espiritual, y conectado con ese Ser del Sol (por supuesto que hay grandes misterios conectados con el Sol, pero no creo que esta noche podamos enumerarlos todos) hay fuerzas que quieren guiar al universo hacia la libertad espiritual, hacia lo que en realidad es la superación de la muerte a través de la disolución de la materia. En un sentido externo, habría decadencia; por ejemplo, si las fuerzas del Sol trabajaran solas, habría algo así como un proceso de encogimiento. Sin embargo, el otro lado, en un sentido espiritual, es que tenemos la posibilidad del nacimiento espiritual, de salir de la prisión de la existencia material, y eso lo hace el Sol y esas fuerzas que usan al Sol como su vehículo. Así podemos ver que, así como en la Luna está contenido ese elemento maternal de conservación de la vida, de creación de vida, de generación de esa fuerza que brota en la época de la Luna Llena de primavera (porque siempre es la Luna Llena la que está conectada con el brote de vida en la Tierra), también hay mucho del elemento disolvente en el elemento espiritual del Sol. No es tanto lo que llamamos el Sol allá afuera en el cielo, sino lo que se encuentra como fuerzas espirituales detrás de esa entidad en el cosmos. Allí tenemos un elemento que nos conducirá a la libertad espiritual, a un nacimiento en el espíritu. Así podemos encontrar de nuevo desde una dirección diferente lo que es el Niño, es decir, el Niño de la Esperanza, la Esperanza de la evolución, del futuro progresivo de lo que finalmente encontramos en el impulso Crístico.

Así pues, cada año, porque los hechos cósmicos lo justifican, es necesario celebrar ese momento en el que las fuerzas de la Luna pasan a un segundo plano y las fuerzas del Sol pueden trabajar sin obstáculos en el cosmos. Es un momento del año en el que realmente podemos celebrar el nacimiento de ese nuevo impulso de libertad espiritual, el impulso de Cristo, en el que podemos celebrar el nacimiento de ese impulso y convertirlo en una realidad incluso en la vida diaria, llegando hasta los hechos prácticos. Creo que, para el futuro de la civilización humana, mucho dependerá de la comprensión de estos hechos que están relacionados con las estaciones del año, como por ejemplo la Navidad. Mucho dependerá de la comprensión de esos hechos, porque necesitamos esa orientación, necesitamos esa experiencia interior, esa conciencia de lo que ocurre con respecto a todo el organismo de la Tierra y con respecto al cosmos que nos rodea.

Sin embargo, también hay un tercer aspecto, un gran aspecto cósmico que puede acercarnos a la realidad de la conexión entre la Madre y el Niño, a esa gran visión presentada a la humanidad por los pintores medievales. El tercer aspecto es la relación entre lo que podríamos llamar, en un sentido cósmico, la relación entre Sofía y Cristo. Esto es algo que tenemos una tremenda necesidad en nuestro tiempo. El cristianismo, en la medida en que se apoya en los pilares de la tradición y principalmente en los pilares de esa tradición contenidos en los Evangelios, ha entrado en una tremenda crisis. Los mismos apoyos del cristianismo parecen estar desmoronándose. Podemos visitar muchos lugares y naciones en toda la Tierra y encontraremos en todas partes la misma imagen: la humanidad cristiana ha perdido gradualmente la comprensión del contenido de los Evangelios. El desarrollo de la ciencia natural moderna ha impactado enormemente la comprensión de la humanidad moderna, incluso nuestro enfoque de lo que está contenido en los Evangelios. Pensemos en el Evangelio de San Juan donde habla de las siete grandes obras, los siete signos. ¿Quién puede aceptar, sobre una base científica, algo como uno de los siete signos, digamos por ejemplo la alimentación de los cinco mil o la resurrección de Lázaro o cualquiera de los otros siete signos? ¿Quién puede aceptar esto? La humanidad cristiana está en una posición deplorable. Sólo puede aceptar con fe ciega lo que se presenta en los Evangelios, y sólo si ignora por completo todo lo que proviene del ángulo del materialismo en la conciencia moderna, como los hechos que la ciencia natural moderna ha descubierto. Las preguntas son: «¿Cómo puede continuar esto? ¿Podemos encontrar alguna solución, o el cristianismo está condenado a desaparecer de este mundo?» Creo que debemos encontrar nuevas bases para una comprensión de lo que está contenido en los Evangelios; y aquí nuevamente debo decir que la ciencia del espíritu, o antroposofía, puede proporcionar una base sólida para una comprensión de los eventos que se describen en los Evangelios. Además, me gustaría hablar hoy de algo más que está realmente relacionado con esto, y es la relación de Sofía, o Isis como se la llamaba en los tiempos antiguos, con Cristo.

En Egipto encontramos —en realidad, en el antiguo Egipto— la visión, la imagen de la Virgen con el Niño. Existen estatuas que muestran a la Diosa Isis con el Niño, el bebé Horus, en su regazo. Podemos preguntar: “¿Cómo es posible tal cosa? ¿Qué significa que estas cosas existieran en tiempos mucho antes de que los acontecimientos en Palestina realmente tuvieran lugar?” Sobre la base de la ciencia espiritual, tal vez pueda decir, en este momento, que esas imágenes en tiempos precristianos son en realidad una especie de previsión de las cosas por venir. ¿Por qué es así? Isis, la antigua Diosa de la mitología egipcia, también era llamada la Reina del Cielo; y, por supuesto, en varias naciones tenía diferentes nombres. Se ve en representaciones antiguas, por ejemplo, a la Diosa abarcando el cielo. Está de pie en un extremo del mundo —el mundo se imagina, por supuesto, como algo así como un disco plano—. Ella está de pie en un extremo del mundo y se extiende hasta el otro extremo. Se inclina sobre la Tierra, y su cuerpo lleva las estrellas. Ella es en realidad el Ser, el Ser Anímico de las estrellas, aquello que vive detrás de las estrellas.

Entonces llegó el momento en que los antiguos misterios, toda esa gran y maravillosa sabiduría de los tiempos antiguos, de la que ahora tenemos muy poco conocimiento, llegaron a su fin. Se acercó el momento en que la humanidad perdió gradualmente toda esa conexión y contacto instintivo con el mundo espiritual divino. Así también se perdió el conocimiento de la Divina Isis del mundo divino. Esta pérdida fue en realidad la pérdida de la humanidad, ya que los dioses nunca pueden morir; por lo tanto, debemos darnos cuenta de que Isis nunca murió. Lo que murió fue algo en el corazón de la humanidad, haciendo que el corazón fuera incapaz de llegar a Isis, de tener una verdadera experiencia interior del ser de Isis. Esto se condensó, por así decirlo, en la leyenda de Osiris, que tal vez conozcan.

También existe una leyenda sobre la muerte de Isis. Ella fue asesinada por un oponente de la evolución normal, a quien hoy llamamos Lucifer. Lucifer mató a Isis. Su esposo, Osiris, fue asesinado antes, y Osiris fue bajado a la Tumba de la Tierra; en realidad, su cuerpo fue cortado en pedazos y los pedazos fueron enterrados por toda la Tierra. Isis también fue asesinada, pero por Lucifer, y fue puesta en la Tumba de los Cielos. Ahora debemos aprender a comprender esta maravillosa leyenda. ¿Qué nos quiere decir? Quiere decirnos que hay un Ser, hay un poder que trabaja en la Tierra, en el alma de la humanidad, que quiere permitirnos usar nuestros sentidos para ver sólo lo que es visible. Por ejemplo, el Sol visible, las estrellas visibles, todo lo que se nos aparece y que podemos percibir a través de nuestros sentidos. Ese poder de Lucifer quiere hacer o formar nuestra constitución en una constitución que esté dirigida sólo hacia lo que se nos aparece como el mundo visible. Así, pues, esta leyenda habla de una tendencia en nosotros que se dirige hacia los sentidos y sólo hacia el mundo de los sentidos. Esa fuerza, por supuesto, mataría algo en nosotros, eliminaría algo de lo que la humanidad antigua era consciente instintivamente, y es el hecho de que detrás de lo visible hay fuerzas espirituales invisibles. Hay fuerzas espirituales y seres espirituales en acción, que en primer lugar crearon el mundo cósmico, ese mundo de las estrellas, y aquellos que lo dirigen.

Por eso, Lucifer intentó e incluso logró, hasta cierto punto, matar algo en nosotros que originalmente era capaz de percibir al Ser de Isis detrás del mundo de las estrellas visibles. Miren a su alrededor: tenemos una astronomía moderna, hemos acumulado un tremendo conocimiento sobre el mundo cósmico, hemos llegado a conclusiones fantásticas con respecto al tamaño del Universo, hemos calculado sus distancias, las hemos medido e incluso hemos intentado pesarlas. Hemos tratado todo el cosmos en la astronomía moderna como una máquina y nada más que una máquina. Ya no hay vida en este cosmos. Ha habido una tendencia en acción en la humanidad que ha creado, paso a paso y muy lentamente, una capacidad unilateral que, sin duda, estaba muy cultivada, pero dirigida sólo hacia aquello que se podía ver.

Imaginemos por un momento que todo lo que se ha hecho y todo lo que se ha logrado en la astronomía moderna se ha basado únicamente en el sentido de la vista. Ya sabemos que en general se habla de cinco sentidos, la ciencia espiritual habla incluso de doce, y de todo ese cosmos de sentidos hemos escogido como base de nuestra información astronómica ese único sentido: el sentido de la vista. Sin duda, el astrónomo moderno preguntaría: “¿Qué otra cosa podríamos hacer?” Pero hemos escogido el sentido de la vista y lo hemos convertido en el único observador del mundo de las estrellas. Así fue como mataron a Isis; pero los dioses nunca pueden morir, sólo pueden morir en la conciencia humana, y eso es lo que ha sucedido. Lo que necesitamos es un nuevo despertar de esas fuerzas.

Sistine Madonna 1513-14

Como ya he dicho antes, en la antigüedad se experimentaba a Isis como una especie de fuerza maternal en el cosmos. En la antigüedad, la gente se daba cuenta de que nacía de la totalidad del cosmos, y la ciencia moderna del espíritu, en toda la realidad y trabajando con medios que pueden demostrar estos hechos, ha vuelto a encontrar esta verdad: que nacemos de la totalidad del cosmos. En realidad, todo lo que existe en este planeta: minerales, plantas, animales, seres humanos, en lo que respecta a las fuerzas espirituales y los elementos espirituales que actúan en la materia, provienen del cosmos, provienen del mundo de las estrellas. Así que, como veis, Isis no ha muerto, sigue dando a luz a todo lo que existe en este planeta; sólo nosotros debemos aprender a reconocerla y a experimentarla de nuevo. Si hacemos esto, podremos encontrar un panorama mucho más amplio: Podemos encontrar la glorificación de un cuadro como el pintado por Rafael. Entonces podemos encontrar que el gran cosmos en el que vivimos, el mundo de las estrellas, realmente nos está dando la existencia que necesitamos en nuestro planeta. Es un elemento de la Luna, pero de una manera ampliada y cósmica.

Recibimos esta existencia en nuestro planeta Tierra para desarrollar nuestras facultades espirituales: todo lo que está contenido en nuestra vida anímica y en las capacidades que podemos desarrollar en el curso de nuestra estancia en este planeta. Pensemos en todos los logros culturales de la humanidad, incluidos los logros tecnológicos. En conjunto, todo habla un lenguaje majestuoso de esas capacidades que están ocultas en el ser humano, y lo que se ha logrado es solo una partícula de lo que está oculto en nosotros como capacidades, como facultades que podemos desarrollar y por las cuales podemos elevar la existencia a alturas que en la mayoría de los casos ni siquiera podemos imaginar hoy. Así que ahí tenemos nuevamente la gran imagen de nacer como humanidad, como miembros del planeta Tierra naciendo de la gran Madre cósmica que es el mundo de las estrellas. Eso es solo un lado. También debemos reconocer el hecho de que recibimos esta existencia para manifestar lo que está oculto en nuestro ser como nuestras capacidades y facultades. Esto se puede realizar en todos los sentidos. Dije que el cristianismo moderno está en una posición muy difícil, que los documentos antiguos están en su mayoría destruidos. Debemos tomar muy en serio la imagen de la Madre y el Niño en un sentido cósmico real. Podemos hacerlo; se puede hacer. Por supuesto, no hay tiempo hoy para entrar en grandes detalles, pero hay una posibilidad, incluso hay muchas posibilidades. Durante esos tres años del ministerio de Cristo, los tres años finales y decisivos después del Bautismo en el río Jordán, Cristo caminó sobre este planeta y realizó las acciones de las que oímos en los Evangelios. Él pronunció las palabras de las que oímos; mientras tanto, allá afuera en el cosmos, las entidades cósmicas -los planetas, el Sol- se movían en sus cursos.

Existe una relación interna entre lo que sucedió en la Tierra hace 2.000 años y lo que sucedió en el cosmos en ese mismo momento. Si estudiáramos el curso de las entidades celestiales durante esos tres años, encontraríamos algo así como un reflejo, como un espejo, y veríamos lo que sucedió en la Tierra. ¿Por qué es así? ¿Por qué podemos hablar de esto? Bueno, ¿quién fue el Cristo? Esa es una de las cosas que un cristianismo moderno no puede entender fácilmente. ¿Quién fue el Cristo? La teología, principalmente del siglo pasado y principios de este siglo, llegó a la conclusión de que Cristo era un ser humano sencillo, el hombre sencillo de Nazaret, nada especial. Entonces otras religiones de Oriente preguntaron: “¿Por qué debemos aceptar a esta persona sencilla? Hay otros: profetas y Buda y otros, ¿por qué no deberían ser también los elegidos y por qué no deberían ser también luces guía en la humanidad?” En esto se reveló el hecho de que el cristianismo moderno no podía comprender la naturaleza de Cristo. En la ciencia espiritual, la antroposofía habla del Ser Crístico como si hubiera venido del cosmos, en realidad descendido del Sol. Cristo fue el guía en tiempos precristianos, el Creador de ese Sol, en cierto sentido, que vemos ahí afuera en el cosmos. Por lo tanto, Él fue el Creador de todo el universo solar en el que vivimos.

Todo esto puede ser elaborado en un sentido estrictamente filosófico y también hasta matemático, si uno investiga las propiedades del Sol. El Cristo descendió de ese Sol a la Tierra. Si Cristo fue el Espíritu Guía de ese Sol, que fue el vehículo de la creación y que todavía es el vehículo para mantener todo el sistema solar y para iluminar el sistema solar, entonces debe haber en el Cristo, un Ser que es el Espíritu de todo el universo en el que vivimos; y como tal, Él descendió a la Tierra. Por lo tanto, durante esos tres años mientras Cristo caminó sobre la Tierra, Su Corte, si me permiten esta expresión (de hecho, hay una oración celta que habla de la Corte de Cristo como siendo las Estrellas, que es Su manto y que era Su vestimenta en tiempos pre-cristianos, cuando Él aún no había nacido en la Tierra, cuando todavía moraba en el vientre de la gran Madre cósmica, la Madonna), esta Corte de Cristo se organizó alrededor de todo lo que el Cristo hizo en la Tierra. Ciertamente, no es que ninguno de los hechos de Cristo estuviera determinado por lo que sucedía en el cosmos. No, es más bien que el cosmos seguía los movimientos, los deseos y las peticiones de un rey, como la corte de un rey. Así, en el cosmos, en ese manto azul de la Divina Sofía —la Divina Isis en un sentido antiguo—, tenemos el elemento de la gran Madre, y en la Tierra tenemos esos hechos que se llevan a cabo inaugurados por el Cristo.

Si podemos leer y despertar de nuevo un conocimiento o una sabiduría de lo que está detrás o se revela en los movimientos de las estrellas, entonces tendremos una luz de sabiduría. En realidad, a Sofía también se la llama la Sabiduría Divina en las Iglesias Orientales. Siempre se supo que Isis era la Sabiduría Divina de las estrellas. Si volvemos a despertar nuestra capacidad de leer, experimentar y tomar conciencia de lo que funcionó como sabiduría divina detrás de los movimientos de las estrellas durante los tres años del ministerio de Cristo, entonces tendremos algo dentro de nosotros como una Luz de Sabiduría que puede brillar sobre todo lo que tuvo lugar hace 2.000 años.

Aquí en la Tierra tenemos algo que nos ha llegado a través de la tradición en lo que está contenido en los Evangelios. La humanidad cristiana, en su conjunto, ha perdido el enfoque de eso o lo está perdiendo rápidamente hoy en día. Lo que necesitamos es una Luz de Sabiduría que vuelva a arrojar luz, pero desde una dirección muy diferente sobre lo que tuvo lugar hace 2.000 años. Necesitamos, en cierto sentido, no tanto al Cristo, porque Él se ha unido con la Tierra, sino que lo que necesitamos ahora es la Sabiduría que en última instancia se encuentra en la comprensión de los movimientos, los ritmos y los gestos de las estrellas como expresión externa de la Divina Sofía; si tenemos eso, entonces la luz puede caer sobre el Ser de Cristo.

Por ejemplo, si tuviéramos tiempo para estudiar el Ser del Sol —todo lo que podemos conciliar, en cierto sentido, con lo que la astronomía moderna ha descubierto respecto al Sol— y averiguar cuál es el Ser del Sol, encontraríamos luz para arrojar luz sobre esa gran pregunta: ¿Quién es el Cristo y cómo está unido el Cristo con la Tierra desde el Misterio del Gólgota? Si tomáramos los acontecimientos del cosmos estrellado durante esos tres años del ministerio de Cristo, si siguiéramos los gestos de Saturno, Júpiter y Marte y leyéramos en ellos la vida o la expresión del cosmos (así como podríamos haber leído en la expresión de un rostro humano la vida interior de ese ser humano), si leyéramos en los movimientos y gestos externos de los planetas la vida interior de la Divina Sofía, que fue asesinada en tiempos precristianos por Lucifer (a través de ese elemento que quería rebajar todo en nosotros a un nivel materialista), si pudiéramos leer esos movimientos y esos gestos de los planetas durante esos tres años, aprenderíamos de nuevo a comprender lo que sucedió hace 2.000 años. Así, entonces habríamos magnificado a dimensiones cósmicas la imagen de la Virgen y el Niño de una manera que, tal vez, no sólo tendría un atractivo para una especie de conciencia y experiencia sentimental del hecho de la Navidad, sino que podría reconciliarse plenamente con todo lo que vive en nosotros como el esfuerzo, como el anhelo por un conocimiento de estas cosas. No sólo es necesario que la imagen de la Virgen y el Niño sea algo que apele al sentimiento del ser humano, algo que ciertamente y justificadamente puede traer calidez y luz interior a un alma humana en el tiempo de Navidad, sino que esta gran imagen, esta gran visión de la Virgen y el Niño podría ser elevada al nivel donde aquello que puede ser representado por medios artísticos puede ser plenamente reconciliado, y no sólo reconciliado sino verificado por lo que podemos encontrar a nivel científico.

Éste es, en mi opinión, el mensaje que debe resonar en la humanidad moderna, especialmente en la humanidad cristiana moderna. Una imagen aparentemente tan simple como la de la visión de la Navidad no tiene por qué ser algo que simplemente se pueda relegar a un rincón de la existencia humana por el impacto de la civilización moderna, para luego sacarla de allí y utilizarla como una especie de refresco y calentamiento de los sentimientos de los seres humanos durante unos días. Más bien, esta gran visión puede situarse en medio de la existencia humana, incluso de una existencia humana moderna que está tan preocupada por la tecnología, por las ciencias naturales modernas, etc. Es posible hacerlo; y creo que de esto tenemos que hablar en esta ocasión y sobre la base de la ciencia espiritual antroposófica.

Traducción revisada por Gracia Muñoz en septiembre de 2024

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