GA243c1.  La Naturaleza es la Gran Ilusión; Conócete a ti mismo

Del ciclo: Caminos verdaderos y falsos en la investigación espiritual

Rudolf Steiner — Torquay (Inglaterra) 11 de agosto de 1924

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En estas conferencias me han pedido que hable sobre los caminos que conducen al conocimiento del mundo suprasensible. Este conocimiento y nuestro conocimiento del mundo fenoménico, fruto de años de estudio paciente y diligente, al que debemos los magníficos logros de los tiempos modernos, son complementarios. Porque la realidad sólo puede ser aprehendida por la persona que sea capaz de reforzar los notables descubrimientos que las ciencias naturales e históricas han añadido a nuestro acervo de conocimientos en los últimos tiempos con una visión derivada del mundo espiritual.

Dondequiera que nos enfrentemos al mundo exterior, no tenemos ninguna duda de que es a la vez espiritual y físico; Detrás de cada fenómeno físico se encontrará de una forma u otra un agente espiritual que es el verdadero protagonista. Lo espiritual no puede existir en el vacío porque está operativo en todo momento e impregna activamente lo físico en algún momento o lugar indefinido.

Me propongo discutir en estas conferencias cómo el mundo en el que vive el hombre puede ser conocido en su totalidad, por un lado, a través de la consideración de su entorno físico y, por el otro, a través de la percepción de lo espiritual. De esta manera espero indicar los métodos verdaderos y falsos para alcanzar tal conocimiento.

Antes de abordar el tema real de estas conferencias de mañana, me gustaría ofrecerles una breve introducción para que puedan tener una idea de qué esperar de ellas y qué propósito tengo a la vista. Lo que les interesa en primer lugar es hacernos comprender la pregunta: ¿por qué emprendemos una investigación espiritual? ¿Por qué, como personas pensantes, sensibles y prácticas, no estamos preparados para aceptar el mundo fenoménico tal como es y tomar parte activa en él? ¿Por qué nos esforzamos por alcanzar el conocimiento de un mundo espiritual? En este contexto, quisiera referirme a una concepción antigua, a un viejo dicho que abraza una verdad cada vez más ampliamente aceptada y que, heredada de los primeros días del pensamiento y las aspiraciones humanas, todavía se encuentra hoy cuando investigamos el Fundamento del mundo. Sin utilizar en modo alguno como base estas concepciones antiguas y anticuadas, quisiera, no obstante, llamar la atención sobre ellas cada vez que se presente la ocasión.

Desde Oriente resuena desde hace miles de años el dicho: el mundo que percibimos con nuestros sentidos es Maya, la Gran Ilusión. Y si, como siempre ha sentido el hombre durante el curso de su desarrollo, el mundo es Maya, entonces debe trascender la «Gran Ilusión» para encontrar la verdad última. Pero ¿por qué el hombre consideró este mundo de impresiones sensoriales como maya? ¿Por qué, precisamente en los primeros tiempos, cuando los hombres estaban más cerca del espíritu que hoy, surgieron los Centros de Misterios, Centros que se dedicaban al cultivo de la ciencia, la religión, el arte y la vida práctica, cuyo objetivo era señalar el camino hacia verdad y realidad, en contraposición a lo que, puramente en el mundo externo, fue la Gran Ilusión, la fuente del conocimiento y la actividad del hombre? ¿Cómo se puede explicar a aquellos ilustres sabios que educaron a sus neófitos en los antiguos y santos Misterios y trataron de conducirlos de la ilusión a la verdad? Esta pregunta sólo puede responderse si uno analiza al hombre de manera más desapasionada, desde un ángulo más imparcial.

“¡Conócete a ti mismo!” —tal es otro antiguo dicho que nos ha llegado desde el pasado. De la fusión de estos dos dichos —“el mundo es Maya”, de Oriente, y “¡conócete a ti mismo!”, de la antigua Grecia— surgió por primera vez la búsqueda del conocimiento espiritual entre la humanidad posterior. Pero también en los antiguos Misterios, la búsqueda de la verdad y la realidad tuvo su origen en esta doble percepción de que, en última instancia, el mundo es ilusión y que el hombre debe alcanzar el autoconocimiento.

Sin embargo, es solo a través de la vida misma que el hombre puede llegar a aceptar esta cuestión, no solo mediante el pensamiento, sino mediante la voluntad y la plena participación en la realidad a la que los seres humanos tenemos inmediatamente acceso. Ni con plena conciencia ni con un entendimiento claro, sino con profunda emoción, todo hombre en el mundo puede decirse a sí mismo: “Tú no puedes ser el mundo exterior que ves y oyes”.

Este sentimiento es profundo. Hay que reflexionar sobre el significado de estas palabras: «Tal como es el mundo exterior que percibís con vuestros cinco sentidos, no podéis serlo». Cuando observamos las plantas, vemos que en primavera aparecen los primeros brotes verdes, que florecen en verano y, hacia el otoño, maduran y dan fruto. Las vemos crecer, marchitarse y morir: su ciclo vital dura un solo año. Vemos también cómo muchas plantas absorben del suelo determinadas sustancias que forman el tallo principal. Ayer por la tarde, cuando veníamos hacia aquí por carretera, vimos muchas plantas muy antiguas que habían absorbido grandes cantidades de estas sustancias endurecedoras para que su ciclo vital no se limitase a un solo año, sino que se prolongase durante un período más largo y, de este modo, produjesen nuevos puntos de crecimiento en sus tallos. Y al hombre le corresponde observar cómo estas plantas crecen, se marchitan y mueren.

Y cuando observa a los animales, se da cuenta de su impermanencia; lo mismo ocurre con el reino mineral. Observa los depósitos minerales en las majestuosas cadenas montañosas y, armado con su conocimiento científico, se da cuenta de que también ellos son impermanentes. Y finalmente recurre a alguna concepción, como el sistema ptolemaico o copernicano, por ejemplo, o alguna concepción tomada de los Misterios antiguos o posteriores, y concluye lo siguiente: todo lo que veo en el esplendor de las estrellas, todo lo que me irradia el sol y la luna con sus maravillosas y complejas órbitas, todo esto también es impermanente. Pero, aparte de la impermanencia, el reino de la naturaleza tiene otros atributos. Estos son de tal clase que el hombre, si ha de conocerse a sí mismo, no debe suponer que él y todo lo que es impermanente —las plantas, los minerales, el sol, la luna y las estrellas— están constituidos de manera similar.

El hombre llega entonces a la conclusión de que hay en mí una cualidad distinta de todo lo que veo y oigo a mi alrededor. Debo llegar a comprender mi propio ser, pues no puedo encontrarla en nada de lo que veo y oigo.

En todos los Misterios antiguos, los hombres sentían esta urgencia de descubrir la realidad de su ser interior, mientras que todos los fenómenos transitorios del espacio y del tiempo eran percibidos como una expresión de la Gran Ilusión. Y así, para llegar a una comprensión del ser interior del hombre, miraban más allá de los hallazgos de la percepción sensorial.

Y aquí experimentaron un mundo espiritual. Cómo encontrar el camino correcto hacia el mundo espiritual será el tema de estas conferencias. Es fácil imaginar que el primer impulso del hombre será seguir el mismo procedimiento que adoptó para explorar el mundo fenoménico. Simplemente aplicará el método de la percepción sensorial a su exploración del mundo espiritual. Sin embargo, si la investigación del mundo fenoménico suele estar llena de ilusiones, entonces es probable que las posibilidades de ilusión aumenten en lugar de disminuir si los métodos para investigar el mundo fenoménico también se aplican al mundo espiritual. Y, en efecto, esto es lo que sucede. En consecuencia, nos convertimos simplemente en víctimas de una ilusión aún más imperiosa.

Y, además, si albergamos vagas anticipaciones, nebulosos entusiasmos, inexplicables presentimientos provenientes de oscuros rincones del alma, fantasías oníricas acerca de lo espiritual, éste permanecerá para siempre desconocido para nosotros. Permanecemos en el mundo de las conjeturas; compartimos una creencia, pero no tenemos ningún conocimiento real. Si nos contentamos simplemente con adoptar este camino, lo espiritual no se nos hará más conocido, sino progresivamente más desconocido. De este modo, el hombre puede extraviarse doblemente.

Por un lado, sigue la misma línea de investigación en relación con el mundo espiritual y fenoménico. Y se descubre que el mundo fenoménico es una ilusión. Si sigue el mismo enfoque del mundo espiritual, como a veces hacen los espiritualistas ordinarios, entonces está sujeto a ilusiones aún mayores.

Por otra parte, puede seguir el otro camino de aproximación. En este caso, no se intenta investigar el mundo espiritual siguiendo líneas claras e inteligibles, sino a través de la creencia autoinducida y el entusiasmo nebuloso. En consecuencia, el mundo espiritual sigue siendo un libro cerrado. Por más que persigamos con urgencia el camino de las conjeturas vagas y el entusiasmo emocional, sabremos progresivamente menos acerca del mundo espiritual. En el primer caso, se magnifica la ilusión; en el segundo, nuestra ignorancia. Frente a estos dos caminos falsos, debemos encontrar el camino correcto.

Debemos tener presente lo imposiblemente difícil que es sustituir el conocimiento de la Gran Ilusión por el conocimiento del verdadero yo en el sentido que he indicado; y, además, si uno pretende prepararse para un enfoque verdadero y auténtico de la comprensión espiritual, lo imposible que es, en un estado de ilusión, superar todos estos sentimientos nebulosos sobre el verdadero yo y llegar a una percepción clara de la realidad. Consideremos con bastante imparcialidad lo que está en juego aquí. Un materialista jamás podrá sentir tanta admiración y respeto por los recientes descubrimientos científicos de Darwin, Huxley, Spencer y otros como el hombre que ha penetrado en el mundo espiritual. Porque estos hombres, y muchos otros desde la época de Giordano Bruno, no escatimaron esfuerzos para obtener una visión de lo que los antiguos Misterios consideraban el mundo de Maya. No hay necesidad de aceptar las teorías propuestas por Darwin, Huxley, Spencer, Copérnico, Galileo y el resto. Dejemos que otros teoricen sobre el universo como quieran; no tenemos intención de dejarnos arrastrar por sus argumentos. Pero debemos reconocer el tremendo impulso dado por estos hombres al estudio detallado y factual de órganos específicos en el hombre, los animales y las plantas, o de algún problema particular relacionado con el reino mineral. Imaginemos simplemente cuánto hemos aprendido en los últimos tiempos sobre las funciones de las glándulas, los nervios, el corazón, el cerebro, los pulmones, el hígado, etc. como resultado de sus estimulantes investigaciones. Merecen nuestro mayor respeto y admiración. Pero en la vida real este conocimiento puede llevarnos sólo hasta cierto punto. Permítanme darles tres ejemplos para ilustrar mi punto.

Podemos seguir con gran detalle el primer óvulo humano; cómo se desarrolla gradualmente hasta convertirse en un embrión humano, cómo evolucionan los diversos órganos paso a paso y cómo, a partir de los diminutos órganos periféricos, se construyen el complejo corazón y el sistema circulatorio. Todo esto se puede demostrar. Podemos seguir el crecimiento orgánico de la planta desde la raíz hasta la flor y la semilla y, a partir de esta información factual, podemos construir una teoría del universo que abarque el cosmos.

Nuestros astrónomos y astrofísicos ya lo han hecho. Elaboraron una teoría del cosmos que muestra cómo el mundo emerge de un sistema estelar-nebuloso que asumió una forma progresivamente más definida y fue capaz de generarse espontáneamente. Pero a pesar de toda esta teorización, finalmente nos encontramos cara a cara una vez más con el ser esencial del hombre, el problema de cómo responder al mandato: «¡Conócete a ti mismo!» Si sólo conocemos el yo que se limita a un conocimiento de los minerales, las plantas, los animales, los sistemas glandular y circulatorio humanos, sólo conocemos el mundo en el que el hombre entra al nacer y abandona al morir. Pero, en última instancia, el hombre siente que no está limitado al mundo temporal. Por eso, frente a todo lo que el conocimiento del mundo exterior ofrece con tanta grandeza y perfección, debe responder desde lo más profundo de su ser: todo esto lo afirmas sólo entre el nacimiento y la muerte. Pero, ¿conoces tu yo esencial, tu verdadera esencia? En el momento en que el conocimiento del hombre y de la naturaleza tiene implicaciones morales y religiosas, el ser humano, cuyos órganos sólo pueden aprehender el mundo de la Gran Ilusión, queda reducido al silencio. El mandato: “Conócete a ti mismo, para que puedas saber en lo más íntimo de tu ser de dónde vienes y a dónde vas”, este problema de cognición, en el momento en que se plantean cuestiones religiosas, no puede ser respondido en este nivel limitado de comprensión.

Al ingresar en las Escuelas de Misterios, el neófito no tenía ninguna duda de que, por mucho que hubiera aprendido mediante la observación sensorial, esta información no podía ofrecer respuesta al gran enigma de la naturaleza humana cuando se trataba de cuestiones religiosas.

Además, aunque tengamos el conocimiento más preciso de la estructura de la cabeza humana, de los movimientos característicos de los brazos y las manos del hombre, de su forma de andar y de su postura, aunque podamos reaccionar con la mayor sensibilidad posible a las formas de los animales y de las plantas en la medida en que podamos conocerlas mediante la observación sensorial, en cuanto intentemos dar expresión artística a esta información nos enfrentaremos de nuevo a un problema sin solución.

Pues, ¿cómo han expresado hasta ahora los hombres a través del arte su conocimiento del mundo? Debían su inspiración a las enseñanzas de los Misterios. Su conocimiento de la naturaleza y de sus diversos aspectos estaba relacionado con el nivel de comprensión existente, pero al mismo tiempo se enriquecía con la percepción espiritual.

Basta con mirar atrás, a la antigua Grecia. Hoy en día, un escultor o un pintor trabaja a partir del modelo; al menos, así se hacía hasta hace poco. Se propone copiar e imitar. El artista griego no trabajaba de esta manera, aunque se le atribuye que lo hizo; más bien percibía la forma humana espiritual dentro de sí mismo. En la escultura, si quería representar un brazo en movimiento, era consciente de que el mundo exterior estaba informado por un contenido espiritual, que todo objeto material ha sido creado a partir del espíritu y en su obra se esforzaba por recrear el espíritu.

Incluso en tiempos tan remotos como el Renacimiento, el pintor no utilizaba un modelo, que sólo le servía de estímulo. Sabía intuitivamente qué era lo que activaba la mano o el brazo y expresaba esta información en su representación del movimiento. La mera representación de los aspectos externos y superficiales del mundo de Maya, la mera copia del modelo, no hace avanzar nuestra comprensión; no vemos con ello más profundamente al hombre, sino que nos interesan sólo las cosas externas y, por lo tanto, permanecemos como espectadores fuera de él.

Desde el punto de vista del arte, si no logramos trascender el mundo de Maya, nos enfrentamos al formidable problema de la naturaleza humana y no se nos ofrece ninguna respuesta.

Y, además, al entrar en los antiguos Misterios, se le dejaba claro al neófito que estaba a punto de ser iniciado: si permaneces dentro del mundo de Maya, serás incapaz de penetrar en el ser esencial del hombre o de cualquier otro reino de la Naturaleza. No puedes convertirte en artista. En la esfera del arte, se consideró necesario recordarle al neófito el claro mandato: “Conócete a ti mismo”, y entonces empezó a sentir la necesidad del conocimiento espiritual.

Pero, se puede objetar, hay escultores totalmente materialistas. Al fin y al cabo, no eran meros aficionados y sabían lo que hacían. También ellos sabían extraer los secretos de sus modelos y dotar de ellos a sus figuras y motivos. Es cierto, pero ¿de dónde sacaban sus conocimientos? La gente no se da cuenta de que esta capacidad no procedía de los propios artistas, sino de artistas anteriores que, a su vez, la habían heredado de sus predecesores. Trabajaban a partir de una tradición. Pero no querían admitirlo porque afirmaban que todo se lo debían a ellos mismos. Sabían cómo trabajaban los antiguos maestros y los imitaban. Pero los primeros de los antiguos maestros aprendieron su secreto de las intuiciones espirituales de los Misterios. Rafael y Miguel Ángel lo aprendieron de aquellos que todavía se inspiraban en los Misterios.

Pero el arte verdadero debe ser creado a partir de lo espiritual. No hay otra solución. Tan pronto como tocamos el problema del hombre, cualquier percepción de la Gran Ilusión no tiene respuesta a los problemas de la vida, al problema del destino del hombre. Si hemos de regresar a la fuente del arte y la creatividad artística, debemos recuperar la percepción del mundo espiritual.

Ahora un tercer ejemplo. El botánico o el zoólogo pueden obtener un conocimiento maravillosamente detallado de la forma de cada planta disponible. El bioquímico puede describir los procesos que tienen lugar en la vida vegetal. También puede decir cómo los alimentos son asimilados en el sistema metabólico, son absorbidos por los vasos sanguíneos en las paredes del tubo digestivo y son transportados por la sangre al sistema nervioso. Un anatomista, fisiólogo, botánico o geólogo dotado puede cubrir un amplio campo del mundo de Maya, pero si pretende utilizar este conocimiento con fines de curación o tratamiento médico, si desea avanzar desde la constitución externa, o incluso interna, del hombre hasta su ser esencial, no puede hacerlo.

Me responderéis: pero hay muchos médicos que son materialistas y no se interesan por el mundo espiritual. Tratan a sus pacientes según los métodos de las ciencias naturales y, sin embargo, obtienen resultados.

Así es. Pero son capaces de efectuar curas porque también tienen detrás de sí una tradición basada en una antigua concepción del mundo. Los remedios antiguos se derivaban de los Misterios, pero todos ellos compartían una característica notable. Si se examina una receta antigua, se verá que es muy complicada. Impone exigencias considerables a quienes la preparan y la aplican al propósito particular establecido por la tradición. Si se hubiera ido a un viejo médico y se le hubiera preguntado cómo se preparaba una receta de ese tipo, nunca habría contestado: primero hago experimentos químicos y averiguo si los materiales se comportan de tal y tal manera; luego lo pruebo en los pacientes y anoto los resultados. Tal idea nunca se le habría ocurrido. La gente no tiene idea de las circunstancias que prevalecían en épocas anteriores. Habría contestado: vivo en un laboratorio (si se me permite llamarlo así) que fue equipado sobre la base de la enseñanza de los Misterios y cuando encuentro un remedio se lo debo a los Dioses. En este punto, tenía muy claro que estaba en estrecha comunicación con el mundo espiritual a través de toda la atmósfera engendrada en su laboratorio. Los seres espirituales estaban tan inequívocamente presentes para él como los seres humanos lo están para nosotros. Era consciente de que, mediante la influencia de los seres espirituales, había alcanzado una dimensión superior del ser y era capaz de lograr más de lo que hubiera sido posible de otra manera. Y procedió a elaborar sus complicadas prescripciones, no a partir del conocimiento natural, sino según lo dictaban los dioses. En los Misterios se sabía que, para comprender al hombre, uno no debía identificarse con el mundo de Maya, sino avanzar hacia la verdad del mundo divino.

Con todo su conocimiento del mundo exterior, los hombres están hoy más lejos de la verdad del mundo divino que los antiguos con su conocimiento derivado de los Misterios. Pero el camino de regreso debe ser encontrado de nuevo.

Del tercer ejemplo es evidente que si buscamos curar, incluso equipados con el conocimiento más amplio posible de la naturaleza (es decir, del mundo de Maya), entonces nos enfrentamos nuevamente con los problemas no resueltos de la vida y el destino humanos. Si deseamos comprender al hombre desde el punto de vista de Maya, la «Gran Ilusión», desde el punto de vista del «Conócete a ti mismo» que se exige para los fines de la curación, entonces seremos incapaces de avanzar un solo paso más en nuestra comprensión.

Y así, a la luz de estos ejemplos, podemos decir: quien desee tender un puente entre el mundo de Maya y el «Conócete a ti mismo» se dará cuenta, en el momento en que se acerque al ser humano con sentimiento religioso, como artista creador, como sanador o médico, que se encuentra ante un vacío si su único punto de partida es el mundo de la ilusión. No tiene poder a menos que encuentre una forma de conocimiento que trascienda el conocimiento de la naturaleza externa, que es el conocimiento de Maya, la Gran Ilusión.

Hagamos ahora una comparación entre la manera en que los hombres intentaron, a partir del espíritu de los Misterios, alcanzar un conocimiento integral del mundo y la manera en que esto se intenta hoy. Entonces estaremos en condiciones de encontrar nuestra orientación en relación con los caminos que conducen a este conocimiento integral.

Hace unos miles de años, se hablaba del mundo y de su fundamento o esencia divina de un modo muy distinto al que utilizan hoy las autoridades. Volvamos la vista atrás a aquella época de hace unos miles de años, cuando floreció un conocimiento sublime y majestuoso en los Misterios del Oriente Próximo. Intentaremos examinar más de cerca la naturaleza de este conocimiento dando una breve descripción de sus características.

En la antigua Caldea se enseñaba lo siguiente: las fuerzas del alma del hombre alcanzan su potencial máximo cuando dirige la mirada del espíritu al maravilloso contraste entre la vida del sueño (su conciencia está atenuada, no se da cuenta de su entorno) y su vida de vigilia (tiene visión clara, es consciente del mundo que le rodea). Estas condiciones alternantes de sueño y vigilia se experimentaban de forma diferente hace miles de años. El sueño era menos inconsciente, la vida de vigilia no tan plenamente consciente. En el sueño, el hombre era consciente de imágenes poderosas y siempre cambiantes, del flujo y movimiento de la vida de los mundos. Estaba en contacto con la Base divina, la esencia del universo.

El oscurecimiento de la conciencia durante el sueño es una consecuencia de la evolución humana. Hace unos miles de años, la vida de vigilia no era tan clara y lúcida como hoy. Los objetos no tenían contornos claramente definidos, estaban borrosos. Irradiaban cualidades espirituales en diversas formas. No se producía la misma transición abrupta del sueño a la vida de vigilia. Los hombres de esa época aún eran capaces de distinguir estos dos estados, y el entorno de su vida de vigilia se llamaba «Apsu». Esta vida de flujo y movimiento experimentada en el sueño, este reino que desdibujaba la clara distinción entre los minerales, las plantas y los animales de la vida de vigilia, se llamaba «Tiamat». Ahora bien, la enseñanza de las Escuelas de Misterios Caldeos era que cuando el hombre, en un estado de sueño, compartía el flujo y el movimiento de Tiamat, estaba más cerca de la verdad y la realidad que cuando vivía su vida consciente entre minerales, plantas y animales. Tiamat estaba más cerca de la Base del mundo, más estrechamente relacionada con el mundo del hombre que Apsu. Apsu estaba más lejos. Tiamat representaba algo que se encontraba más cerca del hombre. Pero con el transcurso del tiempo, Tiamat sufrió cambios y esto llegó a conocimiento de los neófitos de las Escuelas de Misterios. De la vida de flujo y movimiento de Tiamat surgieron formas demoníacas, formas equinas con cabezas humanas, formas leoninas con cabezas de ángeles. Surgieron de la urdimbre y la trama de Tiamat y estas formas demoníacas se volvieron hostiles al hombre.

Entonces apareció en el mundo un Ser poderoso, Ea. Cualquiera que tenga oído para los sonidos puede sentir cómo la conjunción de estas dos vocales apunta a ese Ser poderoso que, según estas antiguas enseñanzas de los Misterios, estuvo al lado del hombre para ayudarlo cuando los demonios de Tiamat se hicieron fuertes. Ea o Ia, se convirtió más tarde —si uno anticipa la partícula ‘Soph’— Soph-Ea, Sophia. Ea implica aproximadamente sabiduría abstracta, sabiduría que impregna todas las cosas. Soph es una partícula que sugiere (aproximadamente) un estado del ser. Sophia, Sophea, Sopheia, la sabiduría omnipresente y omnipresente envió a la humanidad a su hijo, entonces conocido como Marduk, más tarde llamado Micha-el, el Micha-el que está investido de autoridad por la jerarquía de los Ángeles. Él es el mismo Ser que Marduk, el hijo de Ea, la sabiduría: Marduk-Micha-el.

Según las enseñanzas de los Misterios, Marduk-Micha-el era grande y poderoso, y todos los seres demoníacos, como los caballos con cabezas humanas y las formas leoninas con cabezas de ángeles, todas estas formas demoníacas, móviles y en movimiento, unidas como la poderosa Tiamat, se alinearon contra él. Marduk-Micha-el era lo suficientemente poderoso como para controlar el viento tormentoso que barre el mundo. Todo lo que Tiamat encarnaba era visto como una realidad viviente, y con razón, porque así es como lo experimentaban. Todos estos demonios juntos eran vistos como el adversario, un poderoso dragón que encarnaba todos los poderes demoníacos nacidos de Tiamat, la noche. Y este ser dragón, que escupía fuego y furia, avanzó hacia Marduk. Micha-el primero lo golpeó con varias armas y luego lanzó toda la fuerza de su viento tormentoso hacia las entrañas del dragón, de modo que Tiamat estalló en pedazos y se dispersó por todas partes. [El “Poema de la Creación” dice: “El Viento del Norte lo llevó a lugares desconocidos.”] Y así Marduk-Micha-el pudo crear a partir de él los Cielos arriba y la Tierra abajo. Así surgieron lo de Arriba y lo de Abajo.

Tal era la enseñanza de los Misterios. El hijo mayor de Ea, la sabiduría, ha vencido a Tiamat y ha creado con una parte de él los Cielos de arriba y con la otra la Tierra de abajo. Y si, oh hombre, alzas tus ojos a las estrellas, verás una parte de lo que Marduk-Micha-el formó en los Cielos a partir del temible abismo de Tiamat para el beneficio de la humanidad. Y si miras hacia abajo, donde las plantas crecen a partir de la Tierra mineralizada, donde los minerales comienzan a tomar forma, encontrarás la otra parte que el hijo de Ea, la sabiduría, ha recreado para el beneficio de la humanidad.

Así, los antiguos caldeos miraban hacia atrás, al período formativo del mundo, a la formación a partir de lo informe; veían dentro del taller de la creación y percibían una realidad viviente. Estas formas demoníacas de la noche, todos estos monstruos nocturnos, los seres que tejen y surgen de Tiamat, habían sido transformados por Marduk-Micha-el en las estrellas de arriba y la Tierra de abajo. Todos los demonios transformados por Marduk-Micha-el en estrellas brillantes, todo lo que crece de la Tierra, la piel y el tejido transformados de Tiamat, ésta es la forma en que los hombres de los tiempos antiguos representaban todo lo que les llegaba a través de los antiguos atributos del alma. Esa información la consideraban como conocimiento.

Entonces los sacerdotes de los Misterios anticiparon el futuro estudiando los poderes psíquicos de sus discípulos. Y cuando los neófitos habían desarrollado la suficiente fuerza anímica, estaban en condiciones de comprender las primeras lecciones elementales que se enseñan a los niños en la escuela hoy en día: que la Tierra gira alrededor del Sol y que los mundos se forman a partir de nebulosas. Este conocimiento era un secreto bien guardado en aquellos días. La enseñanza dada abiertamente, por otra parte, se refería a los hechos de Marduk-Micha-el que acabo de describirles. En nuestras escuelas y universidades actuales —y no pretenden mantener el secreto— e incluso en nuestras escuelas primarias se enseña el sistema copernicano y la astrofísica, materias que, en los tiempos antiguos, sólo los sabios se atrevían a emprender o se les permitía emprender, y eso sólo después de una larga preparación. Lo que todo colegial sabía, en aquellos días, sólo lo podían aprender los Iniciados. Hoy todo esto forma parte del currículo escolar.

Hubo una época mucho más antigua que la de los antiguos Misterios caldeos, en la que la gente sólo hablaba de cosas como las que he descrito: de Ea, de Marduk-Micha-el, de Apsu y Tiamat. Aborrecían todo lo que enseñaban estos «excéntricos» maestros de los Misterios sobre los movimientos de las estrellas o del sol; deseaban estudiar, no lo invisible, sino únicamente lo visible y tangible, aunque en las formas personificadas o simbólicas reveladas por la antigua clarividencia. Rechazaban el conocimiento que los antiguos maestros iniciados y sus discípulos habían adquirido. Luego llegó el momento en que la sabiduría primigenia se difundió gradualmente desde Oriente, y ambas formas de conocimiento fueron apreciadas. Los hombres dieron gran importancia a las manifestaciones de los Seres de los mundos espirituales, las hazañas de Marduk-Micha-el, por ejemplo; y también apreciaban lo que podía ilustrarse esquemáticamente: el sol en el centro y los cuerpos planetarios que giraban a su alrededor en ciclos y epiciclos. Con el tiempo, se perdió la comprensión de los mundos espirituales, de los demonios y de los dioses, y se fomentó el conocimiento intelectual, ese conocimiento que hoy apreciamos tanto y que alcanzó su apogeo en los primeros años de nuestra época. Vivimos ahora en una época en la que se ignora lo espiritual, al igual que el mundo fenoménico fue ignorado por aquellos para quienes lo espiritual era evidente. Tenemos que anticipar el momento en que nuevamente estaremos en condiciones de aceptar junto con las enseñanzas de los astrónomos, astrofísicos, zoólogos y botánicos un conocimiento de las realidades espirituales derivadas de las intuiciones espirituales. Esa época ya está cerca y debemos estar preparados para afrontarla si queremos cumplir nuestra tarea y redescubrir, entre otras cosas, la fuente religiosa del arte y el arte de curar.

Así como en la antigüedad lo espiritual habitaba entre los hombres mientras se despreciaba el mundo material, para luego seguir una época en la que se fomentaba el conocimiento material y se suprimía lo espiritual, así ahora debe llegar el momento en que debemos transformar nuestro vasto y amplio conocimiento del mundo exterior, tan digno de admiración, en un conocimiento renovado de las enseñanzas de los Misterios. Puesto que la ciencia material de hoy ha derribado el edificio de la antigua espiritualidad, de modo que no sobrevive de la antigua estructura más que, a lo sumo, los fragmentos que desenterramos, debemos recuperar una vez más lo espiritual; pero debe haber una comprensión plena y clara de todo lo que sacamos a la luz cuando profundizamos en la historia de las épocas pasadas. Debemos encontrar nuestro camino de regreso a lo espiritual a través de un nuevo arte creador imbuido de sentimiento religioso, a través de un nuevo arte de curación y a través de un nuevo conocimiento del espíritu que impregna el ser del hombre.

Éstos son tres ejemplos que os he dado hoy con la esperanza de que podamos esforzarnos por renovar los Misterios que nos darán una comprensión de la Base y el principio del mundo en su totalidad y una comprensión del hombre que trabajará como una persona plenamente integrada en lugar de como un materialista estrecho para promover el bienestar y la iluminación de sus semejantes.

Traducción revisada por Gracia Muñoz en junio de 2024