Astrología I – Astrología Prenatal

Artículo: La revisión de la ciencia y la mística moderna. Julio de 1937

de Willi Sucher

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Actualmente existen personas que tienen la capacidad de admirar el cielo estrellado de una manera peculiarmente personal, interior e íntima. Cuando en momentos de soledad y quietud contemplan su multitudinario centelleo tienen la sensación de estar acompañados, de que los cielos podrían revelarle sus penetrantes tonos y secretas armonías cuya correspondencia personal sólo puede encontrarlas en las profundidades del alma. Los que pueden sentir estas connotaciones cósmicas son un número que disminuye gradualmente; tales armonías forman parte de una secuencia que pertenece a un pasado con el que es cada vez más difícil contactar, desde que la ciencia moderna tomó posesión de la Tierra.

En el siglo XVI, Nostradamus poseía unos poderes de percepción que son casi incomprensibles para nosotros. Para él, el cielo era un guión donde podía leer un tiempo que abarcaba profecías de los destinos de los pueblos y las generaciones por venir; profecías que llegaron a cumplirse hasta el momento de la Revolución Francesa. Parece que en él estaba almacenada toda la sabiduría estelar de los antiguos caldeos, egipcios y griegos.

Los sacerdotes de los templos de misterios nos desvelaron la historia, el pasado y el futuro, del mundo y de la humanidad por su conocimiento de los astros. Y sólo una pequeña parte de su inmensa sabiduría radicaba en el conocimiento de la relación entre el hombre y el mundo de las estrellas tal como se interpreta por lo común en una carta natal. Observaban, por ejemplo, la posición de la Luna, si estaba creciente o menguante, en qué signo del zodíaco se encontraba, con ello daban los índices adicionales del destino, el carácter y las capacidades del sujeto. Con la decadencia de los antiguos misterios, se deterioró esta capacidad de los antiguos iniciados, y en consecuencia, todo se ha perdido en un laberinto de registros, fórmulas y reglas que, en el transcurso de los siglos, ya no son comprensibles. En la astrología moderna sólo podemos reconocer un pequeño resto de la sabiduría que, en su magnífica plenitud, poseían los antiguos sacerdotes.

La fuente inmediata de la Inspiración, elaborada por los antiguos Iniciados se nos ha cerrado necesariamente. La ciencia natural se ha convertido en la rectora de la búsqueda de conocimiento durante los últimos cuatro siglos, en una dirección que también establece límites a la acumulación de conocimiento alcanzable por este método. No hay una correspondencia entre la astronomía moderna y la antigua sabiduría. Las enseñanzas científicas modernas cambian rápidamente, sin embargo, el espíritu subyacente que satura a la humanidad –la sincera búsqueda interior del conocimiento– es aquella con la que debemos acercarnos a la Astrología, si queremos recuperar la antigua sabiduría. Pues el impulso que insta a la ciencia es un amor natural y exigente hacia la Tierra. Es cierto que los cielos se han perdido, pero pueden ser recuperados cuando la ciencia infunda en su conocimiento las investigaciones del Espíritu.

En embriología, una ciencia significativa en relación con la Astrología, se han hecho grandes avances. El origen y crecimiento de los animales y del embrión humano han sido objeto de laboriosa investigación. Es cierto que aún queda mucho en la oscuridad sobre todo en relación con las primeras etapas de desarrollo embrionario, un período de gran importancia y de efectos de largo alcance sobre el ser humano después del nacimiento. De hecho, la pregunta que surge es si el tiempo real de nacimiento (considerado por los antiguos como fundamental para su sabiduría estelar) no es, después de todo, sólo de importancia secundaria. En el estudio de la influencia de los astros sobre los seres humanos, cabe preguntarse si el momento de la concepción y sucesivas etapas embrionarias no son de mayor importancia que la constelación del nacimiento. El nacimiento significa que la joven vida ha alcanzado su existencia separada, que se libera de la madre.

Cuando comprendemos lo que se nos ha legado por tradición, vemos que los antiguos sabios astrólogos eran muy conscientes de los acontecimientos prenatales en su aspecto más cósmico espiritual. Los registros casi míticos del tiempo de los egipcios hablan de la sabiduría hermética de las estrellas y hacen referencia a Thoth o Hermes, el legendario fundador de la cultura del Antiguo Egipto. A través de la conciencia clarividente, la Humanidad en aquellos tiempos aún poseía, esta sabiduría que arrojaba luz sobre el horóscopo de nacimiento, sobre todo en la relación entre el Sol, la Luna y la Tierra. A partir de la comprensión de esas relaciones, fueron capaces de deducir el verdadero comienzo del desarrollo embrionario y apreciar los aspectos particulares que se estaban tejiendo desde el cosmos en el nuevo organismo humano que llegaba a la existencia. Entendiendo a la luz de este conocimiento, la constelación del nacimiento, esa llave, nos abre la naturaleza espiritual y los poderes universales que forman y moldean el verdadero ser que traemos con nosotros a través de la puerta del nacimiento a la existencia terrenal.

La constelación de las estrellas en el momento del nacimiento ilumina al ser humano a partir de tres aspectos: la Luna, el Sol y Saturno, revelando profundas conexiones espirituales de su relación con la Tierra. En el momento del nacimiento, la Luna puede estar visible por encima o invisible por debajo del horizonte, y en su relación con el Sol puede estar o bien creciente o menguante. Con estos datos como base, es posible en cada caso individual regresar al momento de la concepción. De este modo llegamos a una cierta constelación restando unos 273 días antes del nacimiento real, aunque este período varía en cada caso. El aspecto fisiológico del nacimiento sigue siendo en gran medida un misterio, pero los interesados ​​en la astrología probablemente estarán de acuerdo en que la constelación lunar en el momento de la concepción, a los efectos de nuestro presente estudio, es probablemente de gran importancia. Bajo su influencia empieza a tomar forma una nueva vida. Cualquiera que esté familiarizado con el desarrollo del embrión también estará de acuerdo en que el momento exacto de la concepción es vital, por lo que valdrá la pena emplear un tiempo en estudiar las condiciones cósmicas imperantes de ese momento. A partir de ahí será necesario estudiar la vida cósmica que fluye durante los siguientes nueve meses, observando la trayectoria del Sol a través de los signos del zodiaco junto con la de los demás planetas y sus retrogradaciones, y así sucesivamente, coincidiendo todos (aproximadamente) con las diez revoluciones de la Luna alrededor de la Tierra.

Estas revoluciones lunares son de suma importancia. Ellas son las precursoras de los ritmos posteriores del devenir en la Tierra, en ellas se representa todo el proceso cósmico. Pero además de obtener una visión de la vida terrenal del ser que va a nacer, podemos obtener una imagen de su destino, en el que se indicarán sus potencialidades, los obstáculos y las condiciones que prevalecerán en diferentes períodos de su vida. Incluso podemos leer las tendencias a la enfermedad y la salud. Los fenómenos cósmicos prenatales representan el elemento creativo en el ser humano, el llamado cuerpo etérico, que a lo largo de la vida terrestre acompañara al cuerpo físico provocando su desarrollo y transformación, protegiéndole de su tendencia a la decadencia. Todo esto tiene mucho que ver con la Luna, la Luna traduce el núcleo cósmico y espiritual a los acontecimientos en el tiempo. Este hecho bien podría ser llamado el Misterio Lunar del ser humano.

Podemos ir aún más lejos. Nuestra conexión con la Luna nos permite comprender las cualidades más sutiles del organismo, incluyendo todo lo que recoge la herencia. Tenemos relaciones especiales e importantes con el Sol, no sólo en su sentido objetivo como un cuerpo ardiente, celestial, sino en el sentido de que es una entidad solar que se expresa en una órbita designada. Sabemos que el camino aparente del Sol es una realidad cósmica muy importante. La esfera del sol nos lleva a una constelación [espiritual] que, aunque tiene una relación matemática con la constelación del nacimiento, es en gran medida independiente de ella en el punto del tiempo. De hecho, puede aparecer antes o después del nacimiento, daré mayores detalles de esto en futuros artículos. Esta constelación tiene una correspondencia profunda con el alma y la esencia del ser, revela su perspectiva fundamental ante el mundo. Ya se ha demostrado que cada posible concepción filosófica del mundo puede estar relacionada con uno u otro de los signos del Zodiaco. (Véase «El pensamiento humano y el pensamiento cósmico» de Rudolf Steiner.) El idealismo, como filosofía puede estar relacionado con Aries, el punto de vista lógico con Júpiter, y así sucesivamente. Entonces, si uno es un idealista, pero tiende hacia una expresión lógica de la misma, se puede decir que tiene a Júpiter en Aries como su horóscopo espiritual en contraposición a la precisión matemática del horóscopo ordinario de nacimiento. Para la determinación de esta constelación espiritual es necesario estudiar las vidas reales. Es evidente que se puede deducir con exactitud matemática la constelación del nacimiento. Partiendo de ciertos hechos y condiciones matemáticas, relativas a Saturno en el momento del nacimiento, podemos encontrar una constelación lo que nos dirá mucho acerca del paso de la individualidad humana a través de encarnaciones anteriores. Este aspecto de los cielos está en lo sublime casi atemporal, por encima del horóscopo.

El siguiente diagrama nos ayudará a ver las relaciones cósmicas más claras, y con él vamos a tratar de aclararnos con detalles exactos. En primer lugar, tenemos el hecho reconocido de la reencarnación de la individualidad que se sumerge siempre de nuevo y en las diferentes épocas de la evolución de la Tierra, en determinados momentos, adecuados para su desarrollo. Cada alma se prepara para su próxima vida en la Tierra durante el período comprendido entre encarnaciones, por lo tanto, se puede suponer una cierta dirección que atraviesa todas las encarnaciones sucesivas, que se indican en el diagrama en las líneas que van hacia la luz. Después de entrar por el portal del nacimiento, no queda nada en la conciencia que recuerde al ser humano su estancia en los mundos espirituales. Sin embargo, hay una manera de penetrar el velo de esa constelación estelar en el momento del nacimiento, una rasgadura que nos habla de la inmensa preparación a que fue sometido el ser para hacer posible esta vida terrenal. Esto se indica en los tres círculos del diagrama.

Todo esto se puede encontrar en el cálculo matemático de la constelación del nacimiento. Para empezar, vamos a derramar luz sobre las influencias cósmicas prenatales que se desenvuelven en el periodo del desarrollo embrionario. Allí también se reflejan en imágenes, las constelaciones expresivas de la naturaleza corporal en su más amplio sentido, el destino que ha encontrado su expresión concreta en la forma del cuerpo. Así lo indica el círculo interior del diagrama, el Misterio Lunar del ser humano.

Por otra parte, se nos da una idea de la vida del alma humana en el reino de los Cielos. Esto se refleja en la constelación del sol. En ella se revela la filosofía personal «último eco de su antigua unión con el mundo de los dioses». Una filosofía que es, por decirlo así, la herencia de los pensamientos de los dioses (segundo círculo en el diagrama). Por último, desde las lejanas distancias cósmicas, hay una corriente en la constelación de nacimiento que relaciona con la constelación de la esfera de Saturno –círculo exterior– las influencias de la pasada vida en la Tierra.

Otro aspecto de la relación del ser humano con las estrellas se revela en la constelación del momento de la muerte. Steiner entendió muy bien esta realidad y puntualizo que «el horóscopo de muerte» es de gran importancia para el individuo que vuelve al mundo espiritual. Afirma además que la contemplación del horóscopo brinda a los que viven en la Tierra una hermosa y desinteresada comprensión de la existencia de aquellos que han fallecido. Así como la contemplación del horóscopo de nacimiento, por el contrario, es demasiado a menudo una expresión del egoísmo humano.

El nacimiento y la muerte pueden ser comparados con el ritmo de la respiración. Al entrar a la vida en la Tierra, inhalamos con un soplo poderoso, los ingredientes del cosmos y de la Tierra con el fin de formar, a partir de ellos, nuestro propio organismo. Con la muerte exhalamos nuestro ser, a las esferas que lo rodean, nuestro cuerpo físico es tomado por los poderes decadentes de la Tierra, y nuestro ser espiritual es devuelto de nuevo a los espacios cósmicos espirituales. Entre estos dos polos de la inhalación al nacer y la exhalación al morir, hay una vida terrenal que transforma y evoluciona las sustancias de la Tierra y del cosmos –cambios hasta en nuestro organismo físico. Como resultado del destino pasado, lidiamos y nos esforzamos con lo que hemos traído con nosotros, es nuestra tarea. Con el fin de elevarse por encima de las olas de las demandas y acontecimientos externos, el «yo» humano debe trabajar en las esferas más sutiles del temperamento y las inclinaciones. La tendencia del ser humano hacia una cierta filosofía de la vida es una herencia, por así decirlo, de los Dioses, pero la dura realidad de la vida terrenal nos impulsa a ampliar y profundizar nuestra filosofía, a poder cambiar y desarrollar nuestro punto de vista, e infundir en ella una calidad de universalidad que todo lo abarca. Los acontecimientos posteriores influyen en nuestra naturaleza física, a través de la enfermedad y cosas similares, llegamos a transformarnos. Los frutos de todas estas luchas y transformaciones se hacen visibles en la constelación estelar del momento de la muerte.

La Ciencia Espiritual dice que, después de la muerte, el alma experimenta su recién estrenada vida pasada de repente, como en una panorámica que pasa ante él. Muchas personas que han estado muy cerca de la muerte y se acaban de salvar en el último momento han contado cómo su vida entera, concentrada en sus puntos más importantes, se paró frente a ellos como portentosas imágenes de la memoria. Algo parecido es el resultado del estudio del horóscopo de la muerte. En él se inscriben los hechos más significativos de la vida de la persona que ha fallecido.

De la misma manera que la constelación de nacimiento, apunta a la existencia prenatal, la constelación de la muerte adelanta la existencia del alma después de la muerte. La constelación de la muerte también tiene una importante relación con aquellos acontecimientos cósmicos prenatales –que se llevaron a cabo durante el desarrollo del embrión–, así como apuntan al evento que tiene que ver con la constelación de la esfera del Sol sobre el momento del nacimiento al que nos hemos referimos anteriormente. Al igual que esta última constelación de la esfera Solar es un símbolo de la despedida del alma del regazo de los Dioses, la constelación después de la muerte refleja el retorno del alma a la esfera de los Dioses después de despojarse de los últimos vestigios de existencia de la Tierra. De hecho, a menudo es sólo en el tiempo después de la muerte que las luchas terrenales llegan a buen término.

En esta constelación, que puede aparecer muchos años después de la muerte, pero que surge de los cálculos matemáticos a partir de las posiciones de las estrellas en el momento de la muerte, todo lo que esta purificado y está lo suficientemente maduro para ser tejido en formas futuras de destino en la Tierra se eleva a las alturas cósmicas.

Traducido por Gracia Muñoz en octubre de 2023

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