Del libro «El Drama de Universo» — 1958
¿Dónde nos encontramos con respecto a los objetivos que nos hemos fijado? Hemos demostrado, en la medida de lo posible, los impactos del cosmos sobre la atmósfera y las capas de la Tierra. Aparte de esto, sugerimos que este método de investigación puede extenderse a todos los reinos de la naturaleza. Además, hemos encontrado rastros de acontecimientos cósmicos en la historia y en el destino de seres humanos individuales. Las combinaciones de impactos de cuerpos planetarios y nodos planetarios fueron particularmente concluyentes.
Estas influencias nos enfrentan a un mundo de ritmo en el cosmos. De este hecho, y especialmente de las reacciones de los individuos, concluimos que son expresiones de la Inteligencia que actúa en las estrellas.
En el camino de nuestras investigaciones llegamos a un punto en el que teníamos la impresión de que se podían distinguir dos tendencias principales en los impactos. Existe el elemento de los nodos como puntos de contacto entre la Tierra y las esferas de los planetas. Las esferas parecen estar conectadas con energías que se origina en la actividad del Sol. Si los planetas entran en estos nodos, parece que la energía cósmica, por regla general, se precipita en la materia. Los propios planetas son aparentemente focos de fuerzas que intentan condensar aún más la materia y retenerla en estado de condensación.
Los reinos de la naturaleza, incluido el reino humano, deben su existencia material a la acción de estas fuerzas. Uno nos imbuye de la capacidad y el entusiasmo por la actividad inteligente en el mundo de lo visible. El otro nos da una base físico-material firme sobre la cual apoyarnos y trabajar. Sin embargo, debemos admitir que no hay mucho interés o apoyo en el cosmos por lo que experimentamos en nosotros mismos como yo humano. Más bien, estas fuerzas cósmicas parecen negar este Yo. Uno menosprecia su significado al confrontarlo con la grandeza del universo creado. El otro intenta hacernos comprender nuestra miseria como individualidad mediante una imagen unilateral de la muerte y la decadencia como hechos que rigen a todas las criaturas.
La humanidad lucha por mantener su integridad entre los dos extremos cósmicos. El Yo, que es capaz de una reflexión creativa sobre el universo, incluida su propia naturaleza (en el sentido de Anschauende Urteilskraft (Juicio Visual – de Goethe), que es también inteligencia. Por tanto, la pregunta es ¿si también es de origen cósmico? ¿Dónde podemos encontrarlo?
Este Yo nuestro está constantemente impulsado por un extraño impulso o deseo de comprensión universal del significado último de la existencia. Nunca dejamos de intentar penetrar los fundamentos de la creación, responder a la pregunta de dónde vino el universo y qué podría suceder después de que haya perecido, etc. Concluimos que este impulso en nosotros debe tener su origen en una inteligencia cósmica del mismo linaje que la que aparece en el ser humano más débil, sólo que en una escala tremendamente más universal.
Este gran arquetipo, la meta del esfuerzo humano, fue reconocido por los místicos de la humanidad de muchas maneras. Siempre es discernible en los grandes documentos religiosos de épocas pasadas. Por ejemplo, Juan el Divino llamó al Creador en el Libro del Apocalipsis el «Alfa y Omega», Aquel que era antes de la Creación y que será después de que el mundo físico-material haya seguido su curso, y sin embargo comprende la totalidad del universo creado.
Hemos llegado así a un triple aspecto de la inteligencia cósmica: primero, los inauguradores, por así decirlo, del mundo accesible a los sentidos; segundo, aquellos que intentan retener lo físico-material en su actual condición de materialización y divorciarlo del origen. Las Inteligencias de la tercera categoría parecen funcionar como focos de equilibrio entre las dos primeras. Aparentemente su objetivo es evitar que la evolución caiga en uno de los dos extremos posibles. Además, parecen considerar la experiencia del proceso mundial como esencial y como el verdadero propósito del universo actual. Parecen manifestar estos objetivos particularmente en el desarrollo del Yo humano, siempre que pueda alcanzar la mayor independencia posible de las dos primeras tendencias.
Estamos ligados por nuestro cuerpo a esos dos principios cósmicos: precipitación en la materia y retención. Hasta ahora estamos sujetos a la influencia de los astros. Tan pronto como nosotros, como Yo, adquirimos una idea del funcionamiento del cosmos, nuestra relación con él cambia fundamentalmente. Entonces podremos desprendernos, en una parte de nuestro ser, de los acontecimientos del universo, aunque intentaremos comprender amorosamente el significado del proceso cósmico y participar desde nuestra libre decisión en los objetivos de la evolución.
En ese momento, el cosmos ya no se nos aparece como un temible enigma de poder insondable sobre nosotros, que en determinadas situaciones parece ser el enemigo incomprensible de los de nuestra especie. Se convierte en fuente de una sabiduría suprema de la vida. Nos hacemos conscientes, en las implicaciones de la incesante batalla cósmica, de nuestra propia dignidad y tarea.
Al llegar al final de este libro, sentimos que apenas hemos comenzado a abordar los problemas reales. Si aceptamos la idea de que las Inteligencias Cósmicas están trabajando en las estrellas y a través de ellas, bien podríamos preguntarnos si es posible distinguirlas con precisión. Hasta ahora lo hemos hecho sólo de manera superficial, señalando la constelación cósmica triangular de las Inteligencias, que aparentemente está representada por la dinámica de los cuerpos planetarios y sus nodos, por un lado, y las esferas, por el otro. Las esferas deben aparecer particularmente conectadas, como un mundo de energía pura, con las fuerzas del progreso universal. Uno puede imaginar que trabajan en el cosmos desde reinos anteriores al advenimiento de la creación material y más allá de los días de existencia del cosmos actual. Sin embargo, uno podría tener la impresión de que estas distinciones deberían elaborarse mucho más claramente a efectos prácticos. Especialmente el Tercer Mundo de poder cósmico concentrado alrededor del «Alfa y Omega» de Juan el Divino parece ser de vital interés. Parece acercarse a la humanidad como arquetipo de su propia existencia. Sin embargo, para ello sería necesario tener en cuenta la angelología de Dionisio de Areopagita o de Rudolf Steiner, el fundador de la Antroposofía.
Los aspectos de la cosmogonía y la angelología de Rudolf Steiner han sido particularmente bien fundamentados mediante métodos similares a los aplicados en el presente libro. El autor, que ha sido alumno de antroposofía durante casi 40 años, ha realizado un extenso estudio en este sentido y ha acumulado un gran volumen de evidencia sobre las implicaciones prácticas y la validez de esa cosmogonía. Bien podría proporcionar una base para presentaciones más precisas con respecto al funcionamiento de las Inteligencias divinas a través de las estrellas. Sin embargo, esto trascendería con creces el propósito y el alcance del presente trabajo, que sólo pretende abrir el primer camino hacia este reino de posibilidades insondables.
Traducido por Gracia Muñoz en octubre de 2023
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