Del ciclo: El cristianismo esotérico y la misión de Christian Rosenkreutz
Rudolf Steiner — Kassel, 27 de enero de 1912
La conferencia de hoy será de carácter histórico, y pasado mañana hablaré de temas que nos permitirán profundizar en los impulsos contenidos en el pensamiento —Voluntad y acciones del rosacrucianismo. Solo podemos entender el trabajo del rosacrucianismo tal como es hoy cuando somos conscientes de que nunca fue un modelo establecido de una vez por todas, sino que asume una forma diferente en cada siglo. Esto se debe a que el rosacrucianismo debe adaptarse siempre a las condiciones de los tiempos. Es bastante obvio para nosotros que los impulsos fundamentales de la Ciencia Espiritual deben abrirse paso cada vez más en la cultura de la época actual; pero sabemos también que la cultura occidental presenta dificultades. La Ciencia Espiritual no puede hacer de nosotros seres humanos diferentes de un día para otro, porque a través de nuestro karma hemos nacido en la cultura occidental. Nuestra tarea no es tan simple como la de los representantes de comunidades basadas en la raza o los principios de una religión en particular. Porque nuestro principio fundamental debe ser que no estamos enraizados en el suelo de un credo específico, sino que consideramos los diferentes sistemas de religión como formas y variaciones de la vida única y universal. Es la semilla de la verdad espiritual en todas las religiones que debe buscar la Ciencia Espiritual. Como occidental, el antropósofo puede ser muy fácilmente incomprendido, sobre todo por las diferentes confesiones religiosas y escuelas de pensamiento del mundo.
Si entendemos correctamente nuestra tarea como Científicos Espirituales, debemos aferrarnos al principio del desarrollo histórico, sabiendo que la Ciencia Espiritual es una parte integral de este desarrollo. Cada uno de ustedes aquí se ha encarnado en cada época de la cultura, de hecho, más de una vez. ¿Cuál es el propósito de estas reencarnaciones? ¿Por qué el ser humano debe pasar por todas estas diferentes escolarizaciones en los períodos de cultura y civilización? Fue esta pregunta la que llevó a Lessing a confesar su creencia en la idea de la reencarnación. Lessing pensó para sí mismo: Los seres humanos han vivido todos los períodos anteriores de la cultura y deben regresar una y otra vez para aprender cosas nuevas y poder conectar lo viejo con lo nuevo. Debe haber un propósito en el hecho de que pasemos por diferentes encarnaciones, y el propósito es que en cada una de ellas el ser humano agregue nuevas experiencias a las antiguas.
Como habrán oído muchas veces, existen grandes diferencias entre las sucesivas épocas de la cultura. Hoy hablaremos con más detalle de un período importantísimo: el siglo XIII. Los seres humanos encarnados en ese momento vivieron una experiencia que no les había tocado en suerte a los demás. Lo que voy a decir ahora es conocido por todos los que han alcanzado un cierto nivel elevado de vida espiritual y que ahora están nuevamente encarnados.
En el siglo XIII la oscuridad espiritual cayó por un tiempo sobre todos los seres humanos, incluso sobre los más iluminados, y también sobre los iniciados. Todo el conocimiento de los mundos espirituales que existía en el siglo XIII procedía de la tradición o de hombres que en épocas aún más antiguas habían sido iniciados y podían evocar recuerdos de lo que entonces habían experimentado. Pero por un breve espacio de tiempo fue imposible incluso para estos hombres tener una visión directa del mundo espiritual. Tuvo que caer la oscuridad durante este breve período para preparar la cultura intelectual que iba a ser característica de nuestra época moderna. El punto importante es que tenemos este tipo de cultura hoy en la quinta época post-atlante. La cultura en la época griega era bastante diferente. En lugar del tipo de pensamiento intelectual moderno, la percepción directa era entonces la facultad dominante; el ser humano era uno, por así decirlo, con lo que veía y oía, incluso con lo que pensaba. No meditó ni razonó como lo hace hoy, y debe hacerlo necesariamente, porque esta es la tarea de la quinta época post-atlante.
En el siglo XIII era necesario seleccionar personalidades especialmente idóneas para la iniciación, y la iniciación misma sólo podía tener lugar después de que terminara ese breve período de oscuridad. Todavía no se puede comunicar el nombre del lugar de Europa donde ocurrieron estos hechos que ahora describiré, pero dentro de mucho tiempo esto también será posible.
Hablaremos hoy de los albores del ocultismo en la era moderna. Doce hombres vivían en el momento de la oscuridad, doce hombres de profunda espiritualidad, que se unieron para promover el progreso de la humanidad. Ninguno de ellos poseía el poder de la visión directa del mundo espiritual, pero eran capaces de traer a su vida interior recuerdos de lo que habían experimentado a través de la iniciación anterior. Y por la dispensación del karma de la humanidad, la herencia dejada por la antigua cultura de la Atlántida fue encarnada en siete de estos doce hombres. En mi libro La Ciencia Oculta se afirma que los siete sabios maestros de la antigua y sagrada civilización india llevaban dentro de sí la sabiduría superviviente de la Atlántida. Estos siete hombres reencarnaron en el siglo XIII y formaron parte de los doce; fueron ellos quienes pudieron mirar hacia atrás a las siete corrientes de la antigua sabiduría atlante y a su curso posterior. La tarea asignada a cada uno de los siete era hacer fructificar una de las siete corrientes de sabiduría tanto para la cultura del siglo XIII como para la de nuestra era moderna. A estas siete individualidades se unieron otras cuatro; a diferencia de los primeros siete, estos otros cuatro no pudieron mirar hacia atrás a tiempos del pasado primigenio; miraron hacia atrás a lo que la humanidad había adquirido de las verdades ocultas durante las cuatro épocas de la cultura post-atlante. El primero de los cuatro se remontaba al período de la antigua India, el segundo al de la antigua Persia, el tercero al de la cultura egipcio-caldea-babilónica-asiria y el cuarto al de la era grecorromana. Estos cuatro se unieron a los siete en el consejo de los sabios en el siglo XIII; el duodécimo tenía menos recuerdos; era el más intelectual de los doce y su tarea era cultivar y fomentar las ciencias externas. Estas doce individualidades no vivían sólo en la esfera del ocultismo tal como se cultivaba en Occidente, sino que también podían ser «incorporadas», por así decirlo, en hombres que poseían algún conocimiento genuino del ocultismo. El poema de Goethe Los Misterios da una cierta indicación de esto.
Había así doce individualidades destacadas, a las que se unía una treceava que, una vez terminado el período de tinieblas, sería elegida para el tipo de iniciación exigida por la cultura de Occidente. Las circunstancias son muy misteriosas, y solo puedo darles la siguiente información en forma de narración. Para mí es una verdad objetiva, pero vosotros mismos podéis ponerla a prueba reuniendo lo dicho por la Ciencia Espiritual Antroposófica durante los últimos años, además de lo que sabéis de la historia desde el siglo XIII.
El consejo de los doce iniciados sabía que iba a nacer un niño que había vivido en Palestina en la época de Cristo y había estado presente cuando tuvo lugar el Misterio del Gólgota. Esta individualidad tenía potentes fuerzas del corazón y un poder de profundo amor interior que las circunstancias le habían ayudado a desarrollar desde entonces. En este niño se encarnó una individualidad de extraordinaria espiritualidad. Era necesario en este caso que se promulgara un proceso que nunca se repetirá en la misma forma. Lo que les diré no describe una iniciación típica sino un acontecimiento totalmente excepcional. Era necesario que este niño fuera sacado del ambiente en el que nació y estuviera al cuidado de los doce en cierto lugar de Europa. Pero no fueron las medidas externas adoptadas por los doce sabios las que son de importancia esencial; lo importante es el hecho de que el niño creció con los doce a su alrededor, y debido a esto, su sabiduría pudo fluir hacia él. Uno de los doce, por ejemplo, poseía la sabiduría de Marte y, por tanto, una definida cualidad de alma, un estado de ánimo templado por la forma de cultura influida por Marte. Las fuerzas culturales de Marte dotaron a su alma de la facultad, entre otras, de presentar las ciencias ocultas con un ardiente entusiasmo. Similares influencias planetarias estaban también en acción en otras facultades distribuidas entre los doce.
Las influencias que emanaban de los doce sabios obraron en tal acuerdo mutuo que el alma del niño se armonizó. Y así el niño creció bajo el cuidado incesante de los doce. Luego, en un momento determinado, cuando el niño se había convertido en un joven de unos veinte años, pudo expresar algo que era una especie de reflejo de las doce corrientes de sabiduría, pero en una forma completamente nueva, incluso nueva para los doce sabios. La metamorfosis estuvo acompañada de violentos cambios orgánicos. Incluso físicamente, el niño había sido bastante diferente a otros seres humanos; a menudo estaba muy enfermo y su cuerpo se volvió transparente, como si estuviera lleno de luz. Luego llegó un momento en que durante algunos días el alma se separaba por completo del cuerpo. El joven yacía como muerto… y cuando el alma volvía era como si las doce corrientes de la sabiduría nacieran de nuevo, de modo que los doce sabios también pudieron aprender del joven algo completamente nuevo. Ahora podía hablar de experiencias bastante nuevas. Le había llegado, a través del Misterio del Gólgota, una experiencia similar a la de Pablo ante Damasco. Por lo tanto, fue posible que las doce concepciones del mundo, religiosas y científicas —y fundamentalmente solo hay doce— se fusionaran en un todo integral, que podría complacer a todas. De lo enseñado hablaremos pasado mañana. Queda ahora por decir que el joven murió muy poco tiempo después. Su vida en la Tierra había sido breve. Su misión había sido crear esta síntesis de las doce corrientes de sabiduría en la esfera del pensamiento y producir el nuevo impulso que luego podría legar a los doce hombres que iban a llevarlo más allá. Se dio así un gran y significativo impulso. El nombre de esta individualidad a partir de la cual se originó este impulso fue Christian Rosenkreutz. Nació de nuevo en el siglo XIV y esta vida terrenal duró más de cien años. En la nueva vida terrena llevó a la fecundidad, también en el mundo exterior, todo lo que había vivido en ese breve espacio de tiempo. Viajó por todo Occidente y por prácticamente todo el mundo entonces conocido para recibir de nuevo la sabiduría que en la vida anterior había vivificado en él el nuevo impulso —el impulso que, como una especie de esencia, iba a filtrarse en la cultura de la época.
Este nuevo impulso también se manifestó en el mundo exotérico. La inspiración del ser del que hemos hablado, funcionó, por ejemplo, en Lessing. Por supuesto, no es posible dar una prueba externa de esto, pero todo el modo y la manera de pensar de Lessing es tal que el impulso rosacruz es perceptible para quien está versado en estos asuntos. Nuevamente en el siglo XIX, una época tan poco adaptada a las ideas del karma, la reencarnación y similares, este impulso funcionó exotéricamente. Es interesante el hecho de que a fines de la década de los cuarenta del siglo XIX cierto cuerpo científico ofreciera un premio al mejor tratado filosófico sobre el tema de la inmortalidad del alma: Entre los tratados presentados, el que obtuvo el premio fue para Widenmann quien aceptó el principio de que el alma tiene muchas vidas terrenales. Naturalmente, este ensayo no habla de la reencarnación en la forma en que ahora lo hace la Ciencia Espiritual; pero es interesante que tal escrito haya aparecido en ese momento y haya sido galardonado con el premio. Y otros psicólogos contemporáneos también reconocieron su creencia en las vidas terrestres repetidas. El hilo de la creencia en la reencarnación y el karma nunca se rompió por completo. Además, los primeros escritos de la fundadora de la Sociedad Teosófica, la gran H.P. Blavatsky, son explicables sólo cuando reconocemos la inspiración rosacruz que subyace en ellos.
Ahora bien, es de la mayor importancia para nosotros saber que siempre que se da la inspiración rosacruz, en cada siglo, el portador de la inspiración nunca se nombra exteriormente. Su identidad es reconocida sólo por los más altos iniciados. Hoy, por ejemplo, sólo es lícito hablar de hechos de hace cien años; porque este es el período de tiempo que debe transcurrir antes de que se pueda hablar de ellos abiertamente. La tentación de rendir fanática veneración a la autoridad conferida a alguna personalidad —en lo cual no hay mayor mal— sería demasiado grande. Este peligro está demasiado cerca. El silencio es una precaución necesaria no sólo contra las artimañas de la ambición y el orgullo —al que podría ser posible resistirse— pero principalmente debido a los ataques astrales ocultos que serían dirigidos todo el tiempo contra tal individuo. De ahí la regla de que no se puede hablar de estas cosas hasta que hayan transcurrido cien años. Tales estudios deben ayudarnos a darnos cuenta de que el fulcro del desarrollo histórico está contenido en el rosacrucismo.
Por una simple comparación déjenme explicarles lo que significa esto. Piensen en un par de balanzas. Debe haber un solo punto de apoyo, porque si hubiera dos, no sería posible pesar. Uno de esos puntos de apoyo también es necesario en el proceso de desarrollo histórico. Las concepciones del mundo oriental no admiten esto, ni reconocen la evolución histórica en este sentido; y lo mismo se aplica a Schopenhauer[1]. Pero es tarea de la humanidad occidental reconocer el curso de la historia, y es misión del rosacrucismo promover un tipo de pensamiento que admita la realidad de un fulcro o punto central en la historia. Con respecto a lo que ahora se dirá, la confesión religiosa a la que un hombre puede pertenecer no tiene importancia. Porque se puede corroborar a partir del Registro Akáshico que el día que representa el punto central en la evolución de la humanidad es el 3 de abril del año 33 DC. El conocimiento del hecho de que el eje de la evolución se encuentra en este punto es una parte esencial del rosacrucismo.
¿Qué fue lo que realmente sucedió entonces? Lo que sucedió fue lo que se puede llamar la crisis en el mundo de los demonios. ¿Y eso qué quiere decir? Sabemos que en épocas anteriores los seres humanos poseían la facultad de la clarividencia primitiva. Esta clarividencia se fue debilitando progresivamente, casi hasta el punto de extinguirse. El hecho es que hasta ahora el ser humano había sido consciente principalmente en el cuerpo astral y menos en el yo. La crisis se produjo por el oscurecimiento de la antigua clarividencia. La visión del hombre se extendía sólo a las regiones más bajas del mundo espiritual. El yo todavía vivía en el mundo astral; pero los seres y poderes que el yo podía contemplar se deterioraron en una impureza cada vez mayor. El hombre ya no tenía ninguna visión de los buenos poderes, pero cuando miraba hacia el mundo astral, solo veía a estos seres malignos. El único medio de salvación era el cultivo y desarrollo del yo. El punto de partida para esto fue lo que sucedió en el bautismo de Juan en el Jordán. ¿Cuál fue la experiencia de uno así bautizado? Experimentó en primer lugar el proceso físico de inmersión en el agua, que provocaba la separación de los cuerpos astral y etérico del cuerpo físico. Esto le permitía percibir que se avecinaba una crisis en el mundo de los demonios. Y los que habían sido bautizados sabían: ¡Debemos cambiar nuestro corazón! Ha llegado el momento en que el espíritu fluirá directamente hacia el yo. Tal hombre sintió que estos terribles seres astrales estaban dentro de él, siempre penetrando en él.
Algo tenía que venir que trascendiera lo astral, y esto es el yo. A través del yo será posible que comunidades de seres humanos se reúnan en la libertad del alma, comunidades que ya no están determinadas por lazos de sangre. Y ahora imagínense a ustedes mismos un hombre poseído por demonios de la clase más malvada que saben que están enfrentando una crisis. Vuelvan a imaginarse que a tal hombre le llega Uno cuya misión es oponerse a los demonios. ¿Qué deben sentir los demonios? ¡Deben sentirse incómodos en sumo grado! Y así fue en efecto: en la presencia de Cristo Jesús los demonios estaban inquietos.
El Rosacrucianismo tiene dentro de sí el impulso por el cual los demonios pueden y deben ser contrarrestados. A través de este impulso, el yo se vuelve supremo —pero a este respecto todavía se ha avanzado poco.
Volviendo al punto en el que comenzó la conferencia, no es difícil darse cuenta de que será más difícil para nosotros como antropósofos hacer oír nuestra voz en el mundo que para cualquier otro. Los seguidores de otras visiones del mundo sufrirán menos persecución que los antropósofos. Pues nada inquieta más a los hombres que describirles la verdadera naturaleza de Cristo. Pero nuestra convicción se basa en los resultados de la genuina ciencia oculta, y esta convicción debe ser sostenida con toda la fuerza de la que somos capaces.
[1] Arthur Schopenhauer: 1788 – 1860. Ver ‘Die Welt als Wille und Vorstellung’ (El mundo como voluntad e idea en los ‘Suplementos del segundo volumen’, capítulo 38 ‘Uber Geschichte’ (Sobre la historia).
