Enfoque práctico III – julio 1972

Por Willi Sucher

English version (pag.138-144)

Cerramos la carta de junio con una visión de la configuración estelar del 8 de enero del 34 d.C. (Fig. 23). Uno de los rasgos más significativos fue la posición de la Tierra, Venus y Júpiter en la línea perihelio-afelio de Venus. Por un lado, vemos esta línea asociada al impulso que el Buda Gautama legó a la humanidad, y por otro lado la encontramos realizada en los eventos de Jesucristo.

Además, si la constelación del 8 de enero del 34 d.C. estuvo relacionada de alguna manera con la conversión de San Pablo, esperaríamos encontrarla «recordada» o rememorada en la historia posterior, en el sentido de la actuación del Impulso Crístico en la humanidad.

En primer lugar, descubrimos tales similitudes de «recuerdo» en las configuraciones estelares durante los años que Rudolf Steiner asoció con el comienzo de la «Segunda Venida» – con la creciente posibilidad de que la humanidad, en un sentido amplio, alcance la experiencia del Cristo Viviente en forma etérica, similar a la de San Pablo en Damasco. Anteriormente mencionamos el año 1935 como el momento del comienzo, pero en otro contexto Rudolf Steiner mencionó 1933, 1935, 1937. Estos años, en efecto, mostraban asociaciones de «memoria» cósmica con el 8 de enero del 34, y con los tres años del Ministerio de Cristo en general.

En mayo de 1933 Saturno pasó por la línea de afelio de Venus. Luego, en 1935, Saturno se situó en la línea de perihelio de Marte, es decir, en el punto sideral (estrellas fijas) opuesto a donde se encontraba el 8 de enero del 34. Finalmente, en febrero de 1937, Júpiter pasó por su propio nodo descendente. Esto no está directamente relacionado con el 8 de enero del 34, pero, sin embargo, encuentra a Júpiter opuesto a la posición en la que se encontraba en la Pascua del 33 d.C., el Día de la Resurrección. (También podríamos mencionar que, en torno a 1935 Plutón, según los cálculos, había vuelto a la oposición sideral casi exacta del punto donde se encontraba en el 33-4 d.C. Por supuesto, decimos esto de forma provisional. Algunas personas pueden cuestionar si Plutón existía entonces como planeta y también si se puede confiar en los elementos astronómicos para el cálculo durante un período de tiempo tan largo).

El acontecimiento del 8 de enero del 34 se asoció, además de a otros hechos, a una conjunción superior de Venus con el Sol en la constelación de Capricornio (véase la carta de junio). Se trata de una de las cinco conjunciones superiores que se producen en el transcurso de ocho años en las esquinas de un pentágono, trazado alrededor de la Tierra. Están secundadas por conjunciones inferiores que tienen lugar, aproximadamente en las mismas posiciones de ese pentágono, a intervalos de cuatro años desde las correspondientes conjunciones superiores. Sin embargo, todas estas conjunciones retroceden lentamente, contra el zodíaco, en la secuencia del ritmo de ocho años. Así, todo el pentágono de estos eventos va retrocediendo lentamente y completando una rotación completa a través del zodíaco en unos 1.200 años. En otras palabras, la conjunción superior del 34 d.C. volvió a ocurrir en el 42 d.C., pero entonces ya estaba unos 2º más atrás en el zodíaco, y sólo durante el siglo XIII volvió a la posición del 34 d.C., es decir, a la línea perihelio-afelio de Venus.

Durante ese siglo XIII se produjeron, en efecto, acontecimientos que no podemos dejar de asociar con la presencia del Cristo en el ámbito invisible y espiritual de la existencia, que le había sucedido por primera vez a San Pablo en Damasco. El 15 de enero de 1225 d.C., Venus estaba heliocéntricamente en 303°, y la Tierra en 123°, por lo que tenemos aquí una conjunción superior. La línea perihelio-afelio de Venus estaba entonces en unos 121°-301°, por lo que la conjunción se produjo cerca de esta línea, de forma similar a lo ocurrido en el año 34 d.C.

Fue entonces cuando San Francisco de Asís vivió experiencias significativas. El 14 de septiembre de 1224 recibió su estigmatización, justo cuando Venus preparaba, por así decirlo, la conjunción de enero de 1225, al pasar por su propio perihelio. Sabatier, el historiador francés dice: «él (San Francisco) tuvo una visión; en los cálidos rayos del Sol naciente discernió de repente una extraña figura. Un serafín con las alas extendidas voló hacia él desde el horizonte y lo inundó de un placer indecible. En el centro de la visión apareció una cruz, y el serafín estaba clavado en ella. Cuando la visión desapareció, Francisco sintió agudos dolores que se mezclaban con los deleites del primer momento. Perturbado hasta el centro de su ser, buscó ansiosamente el significado de todo aquello, y entonces vio en su cuerpo los estigmas del Crucificado.»

A finales del siglo XVIII y principios del XIX (unos 600 años después de San Francisco), esta esquina particular de conjunciones en el pentágono de Venus había girado la mitad del zodiaco desde la posición original. Alrededor del 4 de agosto de 1800, el Sol estaba en unos 131°, y Venus en el mismo grado. Por lo tanto, esta fue una conjunción superior que se movió, desde el punto de vista heliocéntrico, a través del perihelio de Venus (129°). Además, este evento fue descendiente del del 8 de enero del 34 d.C.

Aquellos años, en torno a 1800, fueron testigos de sucesos significativos, sobre todo en los recovecos internos, por así decirlo, de la experiencia humana individual, en medio de un mundo externo en plena agitación política. En este contexto debemos considerar también la precedente conjunción inferior de Venus con el Sol en 1796, que ya estaba cerca del perihelio de Venus. Justo un año antes de esa conjunción en 1796, Goethe escribió la Leyenda de la serpiente verde y el hermoso lirio, en Conversaciones de emigrantes alemanes. Incluso una descripción abreviada sólo puede dar una ligera idea sobre el significado de esta leyenda. Se puede considerar, con todas las reservas, como la historia de la humanidad que intenta construir un puente sobre el profundo abismo que separa el mundo físico-material del mundo invisible del espíritu.

Entre los años 1796 y 1800, el poeta alemán Novalis pasó por las experiencias más cruciales y dolorosas, que, sin embargo, sacaron a la luz la verdadera profundidad espiritual de su ser. En 1796, su prometida, Sophie von Kühn, enfermó gravemente. Según las descripciones de las personas del entorno de Novalis, debía ser un ser de una espiritualidad extraordinaria, aunque apenas tenía 15 años. Al año siguiente murió, el 19 de marzo de 1797, lo que supuso un golpe demoledor para Novalis. Ese día Venus estaba, heliocéntricamente, en 315°, es decir, todavía cerca de su afelio, aunque no en conjunción con el Sol. Pero esta experiencia despertó en él lo que era el mensajero del mundo espiritual, y lo fue de hecho. En sus Cantos Sagrados pudo decir:

«¡Vive!» a todos les digo,

El resucitado es Él;

viene en medio de nosotros

para quedarse para siempre

A todos digo,

y cada uno lo repite a su amigo,

porque el nuevo Reino de los Cielos vendrá

y nunca más tendrá fin…»

(Se ha traducido al español de la traducción realizada al inglés por Eileen Hutchins, publicado por Selma Publications, Aberdeen).

Dado que Júpiter también estuvo involucrado en la configuración del 8 de enero del 34 d.C. (estaba en conjunción con la Tierra, mientras que la Tierra estaba en oposición a Venus), también echaremos un vistazo a las ocasiones históricas en las que Júpiter se movió a través de la línea de perihelio-afelio de Venus:

Miguel Ángel murió el 18 de febrero de 1564, cuando Júpiter estaba en 126° (heliocéntrico), cerca de la línea del perihelio de Venus. Para definir con mayor precisión el significado de esta posición, la investigaremos en relación con las implicaciones biográficas. En la carta de febrero del 72, demostramos los siguientes hechos en relación con la muerte de un ser humano: Las posiciones de los planetas en el momento de la muerte son, por regla general, un perfecto reflejo de la biografía de esa persona. Representan la contraparte del llamado «cuadro» de la vida humana individual que acaba de llegar a su fin, y que es experimentado por el alma durante los tres primeros días. Esto es causado por el hecho de que el éter, o cuerpo vital, se ha separado del cuerpo físico y está en camino de expandirse en el cosmos solar de donde fue tomado alrededor de la encarnación. Este cuerpo de éter es una entidad formativa al mismo tiempo que es un cuerpo de «tiempo de memoria». Por lo tanto, se presenta ante el alma después de la muerte como el retablo, o cuadro biográfico, de la vida pasada. En otras palabras, este cuerpo de éter «memoria» se reintegra en el mundo planetario después de la muerte. Así, podemos tomar concretamente la posición de Júpiter a la muerte de Miguel Ángel y preguntarnos ¿Con qué fase de la vida de Miguel Ángel está relacionada? El planeta Saturno, el historiador cósmico, puede dar la respuesta. En un momento dado, se desplazó a través de la línea del perihelio de Venus; esto fue alrededor de 1534-5. Numerosos acontecimientos ocurrieron entonces en la Tierra y en la humanidad, así como en la vida de Miguel Ángel, y Saturno los «imprimió» todos en la memoria cósmica, o Registros Akásicos. Luego, en el momento de la muerte de Miguel Ángel, Júpiter entró en ese lugar donde Saturno había hecho antes esas impresiones de 1534-5, porque las consideró «vitales» para él. Más bien, deberíamos decir, la muerte de Miguel Ángel fue dispuesta en el tiempo para que Júpiter, por su posición, pudiera recoger a través del cuerpo de éter de Miguel Ángel esa sustancia de la memoria. (Como señalamos en la carta de febrero del 72, esta sustancia puede incluso ser recogida de nuevo para su posterior desarrollo por otras almas humanas en momentos posteriores). En 1534-5 Miguel Ángel se había trasladado a Roma y estaba involucrado en las etapas iniciales de su pintura del Juicio Final en la Capilla Sixtina. Esta fue la sustancia de la memoria que se integró en ese Júpiter de 1564, en la línea del perihelio de Venus. Si contemplamos este cuadro, podemos darnos cuenta de las tremendas experiencias interiores que debieron moverse por el alma de Miguel Ángel para permitirle crear esta obra de arte suprema. Especialmente si tratamos de convivir con la figura central de Cristo, podemos tomar conciencia de la sublime experiencia de la Presencia que debió inspirarle.

Novalis (mencionado anteriormente) fue otra individualidad que murió cuando Júpiter estaba en el perihelio de Venus. En el sentido del cuadro de la vida, que hemos descrito, este Júpiter recibió justo la esencia de la memoria de los últimos uno o dos años importantes de Novalis. Rudolf Steiner habla de él en su libro Los enigmas de la filosofía. Dice: «…Novalis se siente a sí mismo, se experimenta a sí mismo, dentro del reino superior del espíritu. Lo que dice, lo siente como una revelación de este mundo espiritual en sí mismo, provocado por la genialidad que vive originalmente en él. Por ejemplo, escribe: «Una vez, levantó el velo de la diosa de Sais, y ¿qué vio? Vio, oh milagro de los milagros, se vio a sí mismo ‘, y además (escribió Novalis), ‘El mundo espiritual ya se nos ha abierto, está siempre manifiesto. Si de repente nos volviéramos lo suficientemente elásticos, tanto como es necesario, nos encontraríamos en su seno'». Aquí, en efecto, podemos ver expresado por Júpiter en el perihelio de Venus, cuán profundamente los elementos (astronómicos) de este planeta, en la antigüedad llamado Mercurio, están conectados con el futuro de la existencia y la evolución de la Tierra desde los acontecimientos de Cristo en el Gólgota.

Mathis Gothardt Grünewald (31 de agosto de 1528) fue otra personalidad que murió cuando Júpiter estaba en la línea del perihelio de Venus. Se dio a conocer como pintor de los cuadros del altar de Isenheim, en Alsacia. Se trata de un altar con varias capas de paneles que ofrecen representaciones vívidas y muy artísticas de los acontecimientos desde el nacimiento de Jesús hasta el momento de la Resurrección. También aquí podemos sentir la sublimidad de la experiencia interior que debió inspirar al artista y le permitió plasmarla.

Rudolf Steiner, que fue capaz de dar tantos pensamientos inspiradores sobre los acontecimientos de Cristo y, en particular, sobre la Segunda Venida, estaba conectado con los trabajos en la esfera de Venus. En efecto, durante su desarrollo embrionario, Júpiter pasó por el perihelio de Venus.

En muchas otras correlaciones de personalidades de menor fama histórica, pero de gran significado espiritual, se pueden encontrar tales indicaciones.

El compromiso de la línea perihelio-afelio de Venus en la configuración del 8 de enero del 34 d.C. fue, en cierto sentido, un resumen de los acontecimientos precedentes durante los años del ministerio de Cristo y poco después. La dificultad estriba en el acuerdo sobre la cronología de los acontecimientos. Sin embargo, una coincidencia es bastante llamativa: en el momento de la primera fiesta de Pentecostés, el 23 de mayo del 33 d.C. (Hechos II). Venus estaba pasando por su propio afelio. El impulso reintegrativo y reunificador de los seres que trabajan desde la esfera de este planeta, contra las divisiones de la humanidad, se expresó en la descripción de Hechos II:4: «…todos estaban llenos…del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen…».

El segundo rasgo de la configuración del 8 de enero del 34 d.C., Saturno situado en la línea del afelio de Marte y Neptuno en el perihelio, también fue recordado con mucha fuerza en la historia. Vemos en ella una realización y confrontación de aquello que entró en el mundo a través del «gran pecado», ya en la época de la Pérdida del Paraíso, y que debe ser sanado y redimido. Se preparó también en el momento del primer Pentecostés, cuando Marte se desplazó por su propio afelio. Encontró su expresión en las palabras del apóstol Pedro, después de haber curado al «hombre cojo desde el vientre de su madre» «…Pero lo que Dios había anunciado antes, por boca de todos sus profetas, que Cristo debía padecer, lo ha cumplido. Arrepiéntanse, pues, y conviértanse, para que sus pecados sean borrados, cuando lleguen los tiempos del refrigerio de la presencia del Señor…» (Hechos III:2 y 18-19.) Sobre este trasfondo podemos entender también la gran obra apostólica de San Pablo.

En cuanto a las similitudes en la historia con la posición de Saturno en el afelio de Marte el 8 de enero del 34 d.C., encontramos interesantes correlaciones:

Tomás Moro fue ejecutado el 7 de julio de 1535, cuando Saturno estaba en ese lugar. En su colisión con el mundo del rey Enrique VIII, vemos una manifestación de esa herencia de pecado en la humanidad asociada con los trabajos de la esfera de Marte.

Sin embargo, no se trata de rechazar esos impulsos de Marte ni de enfrentarse a ellos con antipatía. Deben ser redimidos, lo que a veces sólo es posible mediante el sacrificio y el sufrimiento. La manifestación de estos impulsos está, en la etapa actual de la evolución humana, principalmente asociada al desarrollo de las ciencias de la naturaleza y de la tecnología y a sus efectos sobre el ser humano. Hay dos ejemplos en la historia que muestran lo que hay que hacer para afrontar estos retos:

Swedenborg murió el 29 de marzo de 1772, cuando Saturno estaba cerca del afelio de Marte. Esto nos diría que estaba involucrado en problemas de la humanidad, como así fue. Durante la primera parte de su vida, trabajó con éxito como científico, incluso como tecnólogo. Leemos en la Enciclopedia Británica que a partir de cierto momento «…se aplicó a descubrir la naturaleza del alma y del espíritu mediante estudios anatómicos. Viajó por Alemania, Francia e Italia en busca de conocimientos anatómicos… En ningún campo fueron más notables las investigaciones de Swedenborg que en la ciencia física…» Sin embargo, no pudo establecer un verdadero nexo científicamente fundado entre la fisiología del ser humano y su alma y espíritu.

Finalmente, posiblemente causado en parte por esta decepción, ocurrió algo más. Hacia 1744 o 45 renunció a su carrera científica y se convirtió en el místico, o «teósofo», como se le conoce generalmente. Escribió a un amigo que «fue introducido por el Señor primero en las ciencias naturales, y así se preparó, y, de hecho, desde el año 1710 hasta 1745, cuando se le abrió el cielo…» Así, no pudo tender un puente desde la ciencia de la naturaleza a la ciencia del espíritu. Esto no fue, por así decirlo, «culpa» de Swedenborg. Toda la época actual de la humanidad sufre de este dilema que las épocas anteriores no conocieron. Ciertas fuerzas adversas que se combinan con los trabajos provenientes de Marte se empeñan en hacer todo lo posible para impedir que nuestra era moderna avance hacia la «construcción del puente». Aquí se revela la gravedad de la situación moderna, pero también la posible dignidad de esta humanidad. Está totalmente en manos de nuestra era moderna reconocer nuestra posición en medio de los desafíos que nos rodean y encontrar las soluciones a partir de nuestra libre decisión. Nada nos obliga, en contra de las condiciones de los tiempos del Antiguo Testamento, por ejemplo; sin embargo, tampoco nada nos salvará de las consecuencias de nuestros actos; o quizás también se podría decir, de nuestros «no actos».

Rudolf Steiner aportó un complemento positivo y constructivo, que vemos en el hecho de que cuando entró en la encarnación (nacido el 27 de febrero de 1861), Saturno volvió a pasar por la línea del afelio de Marte. Es el hombre moderno que se enfrentó a estos retos, desarrolló las respuestas correspondientes y, en el transcurso de su vida, demostró incansablemente cómo, en todas las esferas de la vida, se pueden tender puentes entre el mundo natural, afrontado por las ciencias de la naturaleza, y el mundo invisible y espiritual. No hay ningún campo de la experiencia humana y del trabajo práctico para el que no haya sugerido medios y métodos eficaces para tratar estas preocupaciones prácticas a través de una ciencia del espíritu. Y hoy, casi cincuenta años después de su muerte, es más que evidente, en medio de los problemas candentes con los que se enfrenta esta humanidad en todas las esferas de la vida, que la adopción de los consejos y sugerencias de Rudolf Steiner podría habernos salvado de muchas de las perspectivas catastróficas imperantes. Sin embargo, no fue un mensajero solitario o extraño en este campo.

Novalis, ya mencionado, fue en cierto modo un «precursor» de la ciencia espiritual o antroposofía. Tanto en el momento de su encarnación (nacido el 2 de mayo de 1772) como en el de su muerte (25 de marzo de 1801), Saturno atravesaba la línea de afelio de Marte. Por un lado, Novalis es conocido como poeta, pero también era un científico; incluso se podría decir que un tecnólogo, ya que de profesión y de corazón era ingeniero de minas. En más de 3.000 entradas de su diario, no sólo pronunció comentarios aparentemente muy inspirados sobre asuntos filosóficos, religiosos y «esteticismo literario», sino también sobre las ciencias.

También volvieron a la historia las repetidas posiciones de Neptuno en el perihelio de Marte, portadoras de «memorias» activas del 8 de enero del 34:

Leonardo da Vinci, el pintor del Renacimiento, murió el 2 de mayo de 1519, cuando Neptuno estaba cerca del perihelio de Marte.

Rafael Santi, el pintor de los numerosos cuadros de la Madonna y finalmente de la Madonna Sixtina, murió al año siguiente (6 de abril) cuando Neptuno seguía en la misma posición. No es difícil ver que ambos hombres debieron vivir con profundas experiencias interiores del significado y la importancia de los Acontecimientos de Cristo para la humanidad. Toda esta evidencia histórica puede darnos la confianza de que la realización de la Presencia de Cristo puede llegar a la humanidad en el futuro de manera cada vez mayor. Puede suceder porque, desde el comienzo del segundo tercio del presente siglo, la realidad etérica de los sucesos Crísticos históricos ha regresado a la vecindad inmediata de la Tierra, tal como hemos trabajado anteriormente. Por lo tanto, puede ser útil observar los retornos de los acontecimientos cósmicos a sus lugares originales durante los treinta y tres años.

Traducido por Carmen Ibáñez Berbel

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