Del ciclo: La evolución desde el punto de vista de lo verdadero
Rudolf Steiner — Berlín, 14 de noviembre de 1911
En las dos últimas conferencias se hizo un esfuerzo por llamar la atención sobre el hecho de que detrás de todos los fenómenos materiales de la sustancia de nuestra Tierra se debe buscar algo espiritual. Nos esforzamos por describir lo espiritual que se encuentra detrás del fenómeno del calor, y después, de lo que está detrás del fenómeno del aire que fluye.
Como, para hacer esto, fue necesario volver a las épocas más tempranas de nuestra evolución, tuvimos que echar una mirada a nuestra propia vida anímica para describir las condiciones espirituales que subyacen a la materia. Porque es obvio que los conceptos por medio de los cuales se describe cualquier cosa deben necesariamente ser extraídos de alguna parte. Las palabras por sí solas no bastan; debemos tener conceptos bien definidos. Como hemos visto, las condiciones espirituales a las que nos referimos están tan alejadas de todo lo que experimenta el hombre en la actualidad, o de lo que puede tener conocimiento —que tuvimos que apelar a ciertas condiciones en nuestra vida anímica, condiciones de ninguna manera universales. Hemos visto que el ser más profundo de todas las condiciones de calor y fuego debe buscarse muy lejos de lo que conocemos como fuego físico externo o calor. Para un hombre de la actualidad debe parecer verdaderamente absurdo que el sacrificio deba ser reconocido como la esencia de todas las condiciones del calor: un sacrificio hecho por Seres muy definidos que se encontrarán en el antiguo estado de Saturno de la Tierra —los Tronos— quienes llevaron su sacrificio a los Querubines. Y, sin embargo, en verdad debemos decir que un sacrificio como el que poseía su punto de partida en la evolución del mundo, nos aparece —aunque en maya o ilusión— en todas las condiciones externas de calor o fuego.
En la última conferencia también reconocimos que detrás de todo lo que podemos llamar aire que fluye o gas que fluye, hay algo muy lejano, que hemos llamado «la virtud del otorgamiento», la devoción que los Seres espirituales derraman de su propio ser. Esto se encuentra en cada soplo de viento, en todo el aire que fluye. Así, lo que se percibe externamente, físicamente, es en realidad mera ilusión, nada más que maya; y sólo cuando progresamos de maya a lo incorpóreo, lo espiritual, obtenemos la correcta concepción del fuego y el calor; porque de hecho el fuego, el calor y la luz guardan la misma relación con el mundo real que la imagen reflejada de un hombre en un espejo. Porque, así como el espejo presenta meramente una ilusión en relación con el hombre, así, en este sentido, el fuego, el calor y el aire son ilusiones; y las realidades que hay detrás guardan con ellas la misma relación que el hombre real con su reflejo. No tenemos que buscar ni el fuego ni el aire en el mundo de la realidad, sino el sacrificio y la virtud del otorgamiento, de la donación.
Cuando vimos la virtud del otorgamiento añadida a la del sacrificio, ascendimos de la vida del antiguo Saturno a la del antiguo Sol. En esta última, la segunda encarnación cósmica de nuestra Tierra, encontramos algo que nos acerca un paso más a las condiciones reales de nuestra evolución. Aún debe introducirse hoy otro concepto, que pertenece al mundo de la realidad en relación con el mundo de la ilusión. Pero antes de pasar a las condiciones reales de evolución debemos adquirir una idea definida de lo siguiente.
Cuando en su vida exterior un hombre hace algo, logra algo, por regla general lo subyace el impulso de su voluntad. Haga lo que haga, ya sea el movimiento de una mano o la mayor de las acciones, el impulso de la voluntad subyace en ellas. De su voluntad procede todo lo que conduce a un acto, a una realización. Ahora bien, al principio el hombre diría que un acto fuerte y contundente, por ejemplo, uno que traerá una gran curación y bendición, debe proceder de un impulso de voluntad más fuerte, mientras que un acto menos importante proviene de un impulso más débil. Y en general se supone que la grandeza del hecho depende de la fuerza del impulso de la voluntad.
Pero sólo en cierto grado es correcto que a medida que intensificamos nuestra voluntad realizamos grandes cosas en el mundo. A partir de cierto punto eso ya no es así. Ciertas obras que el hombre puede hacer —particularmente las que se relacionan con el mundo espiritual— no dependen ahora, por extraño que parezca, del fortalecimiento de nuestros impulsos de voluntad. En el mundo físico, en el que vivimos particularmente, la grandeza de nuestras acciones ciertamente depende de la fuerza de nuestros impulsos de voluntad, porque cuanto más deseamos lograr, mayores son los esfuerzos que debemos hacer. Pero en el mundo espiritual esto no es así, allí sucede lo contrario. Allí se da el caso de que las mayores obras o, mejor dicho, los mayores resultados, no exigen ningún fortalecimiento de los impulsos positivos de la voluntad, sino mucho más una cierta resignación, una renuncia.
Tomen los hechos puramente espirituales más pequeños. No logramos ningún efecto espiritual poniendo en juego fuertes deseos, o agitándonos tanto como sea posible; no —en el mundo espiritual alcanzamos ciertos resultados controlando nuestros deseos y anhelos, y renunciando a toda idea de satisfacerlos. Supongamos que un hombre se ha decidido a producir algo en el mundo por medio de operaciones espirituales internas. Para hacer esto tendría que prepararse aprendiendo sobre todo a suprimir sus propios deseos y anhelos. Porque mientras que en el mundo físico nos fortalecemos cuando comemos bien, cuando estamos bien alimentados y adquirimos mayor fuerza por ello, así, en el mundo espiritual, cuando deseamos alcanzar algo importante, podemos hacerlo precisamente con la mayor facilidad, si, mediante el ayuno u otros medios, reprimimos y controlamos nuestros deseos y anhelos; (Esto es solo una declaración, y no se da a modo de consejo). Los mayores efectos espirituales, mágicos, siempre requieren una preparación relacionada con la renuncia a los anhelos, deseos e impulsos de voluntad que puedan aparecer dentro de nosotros. Cuanto menos «queremos», más decimos: Permitiremos que la vida fluya sobre nosotros, sin anhelar esto o aquello, sino aceptando todo tal como el Karma nos lo envía, más capaces seremos de aceptar el Karma y su funcionamiento de esta manera, estando tranquilamente dispuestos a renunciar a todo lo que de otro modo desearíamos elegir para esta vida, seremos más enérgicos en cuanto a la actividad de nuestro pensamiento. En el caso de un maestro o tutor que es, sobre todo, aficionado a comer y beber y tiene otras pasiones magistrales, se notará que sus palabras a sus alumnos no servirán de mucho, sus palabras les entrarán por un oído y saldrán por el otro. Pensará que esto es culpa de los alumnos, pero no siempre es así. Un hombre que ha comenzado a llevar una vida superior, que vive sobriamente, que sólo come lo necesario para sustentar la vida, que está decidido a aceptar con ecuanimidad lo que le depara el destino, irá notando poco a poco que sus palabras tienen una gran fuerza; ni siquiera necesitará mirar a sus alumnos, sino sólo estar cerca de ellos y tener un pensamiento alentador sin expresarlo, y ese pensamiento pasará al alumno. Todo depende del grado de renuncia y abnegación que haya adquirido respecto a las cosas habitualmente deseadas por el hombre. El camino correcto para las actividades espirituales destinadas a producir efectos espirituales en los mundos superiores es el de la renuncia. En relación con esto, se encuentran muchos engaños, y los engaños, aunque se asemejan a una verdadera renuncia, no conducen a los resultados correctos. Todos estamos familiarizados con lo que en la vida ordinaria se llama «ascetismo», sufrimiento autoinfligido. En muchos casos, la práctica de esto puede ser una autoindulgencia espiritual, ya que una persona puede practicarlo para obtener grandes resultados, o por alguna otra fuente de deseo de satisfacción propia. En tales casos, el ascetismo no produce resultados; de nada sirve si no es signo de la renuncia enraizada en el espíritu. Adquiramos entonces el concepto de la renuncia creadora, la resignación creativa. De hecho, es de inmensa importancia que aceptemos esta renuncia, esta resignación creadora, que podemos experimentar en el alma, como concepto de algo muy alejado de nuestra vida cotidiana; y entonces seremos guiados a un paso más allá en la evolución de la humanidad. Porque en el proceso de evolución, algo parecido realmente tiene lugar en la transición de las condiciones del antiguo Sol a las de la antigua Luna. Algo de la naturaleza de la renuncia tiene lugar en el reino de los Seres de los mundos superiores, porque estos Seres, como ya sabemos, están conectados con el proceso de desarrollo de la Tierra. En este momento recordemos una vez más la evolución del antiguo Sol. Pero prestemos primero nuestra atención a otra cosa con la que ya estamos familiarizados, pero que hasta ahora puede haber aparecido en algunos aspectos como un enigma.
En repetidas ocasiones hemos llamado la atención sobre sucesos en la evolución que deben remontarse a aquellos seres que en su curso evolutivo «se han quedado atrás». Sabemos que los seres Luciféricos han invadido el dominio de nuestra humanidad terrestre. Ha sido necesario reiteradamente llamar la atención sobre el hecho de que estos seres pueden entrar en nuestro cuerpo astral durante el desarrollo de nuestra Tierra porque no llegaron, durante la evolución de la Antigua Luna, a la etapa que debían haber alcanzado. A menudo se ha utilizado una comparación común, que, así como en nuestras escuelas algunos alumnos se quedan atrás, incluso en la gran evolución cósmica hay seres cósmicos que, quedándose atrás en las etapas de su propia evolución, interfieren posteriormente con las etapas evolutivas de otros seres, con un resultado similar al producido por los seres luciféricos, que se quedaron atrás en la antigua Luna. Fácilmente podríamos suponer que se trata de seres defectuosos, realmente perjudiciales para la evolución del mundo; porque ¿por qué se quedaron atrás? Tal pensamiento podría ocurrírsenos. Sin embargo, el pensamiento que debemos considerar es este: que el hombre nunca habría alcanzado su libertad, o la capacidad para la acción de iniciativa individual, si los seres de Lucifer no se hubieran quedado rezagados en la Luna. De modo que, por un lado, el hombre debe a los seres de Lucifer el hecho de que tiene en su cuerpo astral pasiones, emociones y deseos que lo empujan constantemente hacia abajo, desde cierta altura a partes más bajas de su naturaleza. Pero, por otro lado, si el hombre fuera incapaz de la maldad, incapaz de errar del bien por las fuerzas de los seres Lucifer en su cuerpo astral, no podría actuar libremente, ni poseer lo que llamamos libre albedrío, libertad de elección. Por lo tanto, debemos admitir que a los seres luciféricos les debemos nuestra libertad. La deducción que se extrae de esto es que no es válida la visión unilateral que afirma que sólo desvían al hombre; su permanencia debe ser considerada como algo beneficioso, como algo sin lo cual nunca podría haber adquirido su dignidad humana, en el verdadero sentido de la palabra.
Ahora bien, lo que llamamos el «quedarse atrás» de los seres luciféricos y ahrimánicos se basa en algo mucho más profundo, algo que ya se encuentra en relación con el antiguo Saturno, aunque allí es tan difícil de percibir que difícilmente se encontrarían palabras en algún idioma para describirlo. Pero cuando avanzamos a la existencia del antiguo Sol, podemos describirla muy claramente si tenemos en cuenta la idea de resignación o renuncia que acabamos de describir. Porque lo que yace debajo de todo lo que queda rezagado y toda su influencia es la renuncia, la resignación de los Seres superiores. Así que ahora, en el Antiguo Sol podemos ver lo siguiente. Hemos dicho que los Tronos, los Espíritus de la Voluntad, se sacrifican a los Querubines; y esto lo hacen, como hemos visto en la última conferencia, no sólo durante el período de Antiguo Saturno, sino que continúan sacrificando a través del Antiguo Sol, de modo que allí también tenemos la idea de los Tronos o Espíritus de la Voluntad sacrificándose a los Querubines. En este sacrificio se encuentra la verdadera esencia de todas las condiciones de calor o fuego presentes en el mundo. Ahora bien, si miramos hacia atrás en el Registro Akáshico de la era del Antiguo Sol, podemos observar claramente lo siguiente. Los Tronos ofrecen y continúan su actividad sacrificial; de modo que tenemos allí los Tronos del sacrificio y una hueste de Querubines a los que, como vemos, se eleva el sacrificio, tomando en sí mismos el calor que brota de él. Sin embargo, otra hueste de Querubines logra algo más; éstos renuncian al sacrificio, no aceptan lo que se les ofrece. Por lo tanto, debemos completar el cuadro que trajimos ante nuestras mentes en la última conferencia.
En esta imagen tenemos los Tronos que sacrifican y los Querubines que aceptan su sacrificio, y también tenemos los Querubines que no lo aceptan, sino que devuelven lo que se les ofreció. Es extraordinariamente interesante seguir esto en el Registro Akáshico. Porque debido a la virtud otorgante de los Espíritus de la Sabiduría que ahora fluyen en el calor del sacrificio, podemos durante el antiguo período solar ver ascender algo como el humo del sacrificio del que hemos dicho, que es reflejado por los Arcángeles desde la periferia más externa del Sol, en forma de luz. Pero ahora, además de esto, algo completamente diferente aparece en el espacio del antiguo Sol; no sólo el humo del sacrificio reflejado por los arcángeles en forma de luz, sino también ese humo que no fue aceptado por los Querubines y que, por así decirlo, vuelve a fluir, como si estuviera retenido. Para que tengamos nubes permanentes de sacrificio en el espacio; Sacrificio que asciende, Sacrificio que desciende, Sacrificio aceptado y Sacrificio rechazado. Se ve que el encuentro de estas formaciones de nubes intrínsecamente espirituales tiene lugar entre lo que en la última conferencia llamamos «exterior» e «interior», hasta que se produce la separación. Así, en el centro tenemos los Tronos del sacrificio, luego en las alturas sobre los Querubines que aceptan el sacrificio, y junto a estos, aquellos otros Querubines que no aceptaron el sacrificio ofrecido, sino que desviaron nuevamente su curso. A través de esta desviación surge, por así decirlo, una nube envolvente, y justo afuera tenemos retrocediendo las masas de luz.
Tratemos de formar una imagen de esto en nuestras mentes. Debemos pensar en este antiguo espacio solar, la antigua masa solar como un globo cósmico más allá del cual no concebimos nada, de modo que solo imaginamos el espacio extendiéndose hasta los Arcángeles. Representemos aún más en el centro de esta formación globular la reunión de los sacrificios aceptados y rechazados. De estos dos, los sacrificios aceptados y rechazados, surge en el antiguo Sol algo que podemos llamar una división de toda la sustancia solar, una divergencia. Si deseamos comparar el Sol de aquella época pasada con alguna imagen externa, sólo podemos compararlo con la forma de nuestro actual Saturno, que es una esfera rodeada de anillos; pues lo que está en el centro es arrojado hacia dentro por los volúmenes de sacrificio y lo que esta fuera se dispone como una masa envolvente. Así tenemos la sustancia del Sol dividida en dos partes por la fuerza de los poderes detenidos y reprimidos del sacrificio.
¿A qué se debe entonces esta renuncia al sacrificio por parte de algunos de los Querubines?
Llegamos ahora a un capítulo verdaderamente difícil, y sólo podremos captar gradualmente, por medio de la meditación, lo que está contenido en los conceptos que se van a exponer. Sólo después de una larga y profunda reflexión sobre los conceptos que se van a dar podemos discernir cuáles son las realidades que las subyacen. Esa renuncia de la que ya se ha hecho mención, debe relacionarse con el origen del Tiempo —cuyo escenario hemos colocado en el antiguo Saturno. El Tiempo, como hemos visto, en realidad se originó en el antiguo Saturno, con los Archai o Espíritus del Tiempo, y no tiene sentido referirse al Tiempo anterior al antiguo Saturno. Ahora, a riesgo de repetirnos, podemos decir que el Tiempo continúa. Continuidad o Duración es un concepto que contiene el Tiempo en sí mismo. Así cuando decimos que el Tiempo es continuo quiere decir que cuando observamos a Antiguo Saturno y al Antiguo Sol en los registros Akáshicos, en A. Saturno encontramos el origen del Tiempo —y en el A. Sol todavía encontramos presente el Tiempo. Ahora bien, si todas las condiciones permanecieran como estaban, como las describimos en las últimas dos conferencias cuando hablamos de Saturno y el Sol, el Tiempo formaría un elemento en todo lo que sucede en la evolución. No podríamos en pensamiento eliminar el Tiempo de cualquier ocurrencia en la evolución. Hemos visto que los Espíritus del Tiempo nacieron en el antiguo Saturno y que el Tiempo está implantado en todo. Todo lo que hemos pensado hasta ahora, ya sea en imágenes o en la imaginación acerca de la evolución, debemos ponerlo en conexión con el Tiempo. Todo lo que ha ocurrido —el sacrificio y la virtud de donación, que hemos mencionado— estaría sujeta al Tiempo, nada no estaría sujeto al Tiempo, lo que significa que todo el surgir y el desaparecer, que de hecho pertenecen al Tiempo, deben estar sujetos a él.
Ahora bien, aquellos Querubines que renunciaron a la aceptación del sacrificio y a lo que estaba, por así decirlo, contenido en el humo del sacrificio, lo hicieron porque al hacerlo, se sustraen a las propiedades de este humo del sacrificio. Y a estas propiedades pertenece, sobre todo, el Tiempo, que incluye el «surgir» y el «desvanecerse». Toda la renuncia al sacrificio por parte de estos Querubines significa que habían crecido más allá de las condiciones del Tiempo. Estos Querubines se extendieron más allá del Tiempo y se retiraron de estar sujetos a él. La combinación de circunstancias durante la evolución del antiguo Sol fue tal, que el sacrificio y la virtud del otorgamiento, cuyas condiciones continuaron en línea directa desde Saturno, permanecen sujetos al Tiempo; mientras que otras, provocadas por otros Querubines que renunciaron a la aceptación del sacrificio se liberaron y eligieron la Eternidad, la duración, la permanencia, la no sujeción al surgir y desaparecer.
Esto es notable en grado sumo: durante la evolución del antiguo Sol llegamos a una ruptura entre el Tiempo y la Eternidad. A través de la renuncia hecha por los Querubines durante la evolución del Sol, se ganó la Eternidad, como propiedad de ciertas condiciones que entonces se produjeron. Así como vimos, al mirar en nuestra alma, que en ella se producían ciertos efectos por la adquisición por el hombre de las cualidades de renuncia y resignación —así vemos, hablando ahora solo del antiguo Sol, que la eternidad y la inmortalidad fueron adquiridas por ciertos Seres Espirituales divinos, que renunciaron al sacrificio y a todo lo que podría haberles llegado de la virtud del otorgamiento y de todos los dones difundidos. Mientras que hemos visto nacer el Tiempo en el antiguo Saturno, también hemos visto cómo ciertas condiciones se liberaban de él durante el desarrollo del antiguo Sol. Pero debemos tener especial cuidado en notar que esto fue preparado incluso durante la era de Saturno; de modo que la Eternidad en realidad no comienza durante la edad del Sol. Sin embargo, esto sólo puede observarse con suficiente claridad y distinción para que pueda expresarse en conceptos, en la era del Sol: en Saturno, la división entre el Tiempo y la Eternidad es tan débilmente perceptible que nuestras ideas y palabras no resultan lo suficientemente precisas como para definir algo por el estilo para el antiguo Saturno y su evolución.
Ahora hemos aprendido el significado de la resignación, la renuncia hecha por los dioses durante la época del antiguo Sol y el logro de la inmortalidad. ¿Cuál fue la consecuencia adicional de esto?
Del estudio del libro La Ciencia Oculta, que en ciertos aspectos aún debe estar velado en maya, aprendemos que la evolución de la antigua Luna siguió a la del antiguo Sol, que al final de la era solar todas las condiciones existentes estaban sumergidas en una especie de crepúsculo, en una especie de caos cósmico, y emergió nuevamente como «Luna». Y vemos el sacrificio reeditándose en forma de calor. Todo lo que quedó como calor en el antiguo Sol reaparece como calor en la Antigua Luna; vemos la virtud del otorgamiento reaparecer como gas o aire. Y continúa también la resignación, la renuncia al sacrificio; todo lo que hemos llamado «resignación» está dentro de lo que sucede en la Luna antigua. En realidad, es el caso, que lo que nosotros podemos experimentar como resignación debemos pensarlo en toda la antigua Luna, arrastrada desde el antiguo Sol, y como pensamos en todo lo demás en el mundo exterior. Lo que había sido sacrificio reaparece en Maya como Calor; y lo que otorgaba donación, aparece en maya como gas o aire. La resignación, tal como se ha convertido ahora, aparece en Maya externa como Fluidez, como «Agua». «Agua» es maya y no estaría en el mundo en absoluto si no fuera porque su base espiritual es la renuncia, o la resignación. Dondequiera que se encuentre agua en el mundo, hay renuncia divina. Así como el calor es una ilusión detrás de la cual está el sacrificio, y el gas o el aire una ilusión detrás de la cual está la virtud del otorgamiento, así lo es el agua como sustancia, como una realidad externa, nada más que una ilusión de los sentidos, un reflejo; la única realidad existente en ella es la renuncia de ciertos Seres a lo que reciben de otros Seres. Podría decirse que el agua sólo puede fluir en el mundo porque en ella subyace la resignación. Ahora, sabemos que mientras el Sol avanzaba hacia la Luna, las condiciones del aire se condensaron en condiciones acuosas. El agua apareció por primera vez en la Antigua Luna; en el antiguo Sol todavía no había agua. Lo que vemos reuniéndose como nubes durante el desarrollo del antiguo Sol se coaguló a medida que se interpenetraban entre sí, hasta convertirse en una sustancia más densa, en «agua», y esto aparece en la antigua Luna como el Océano-Lunar.
Si tenemos esto en cuenta, de todos modos, será posible captar una cuestión que puede plantearse. De la resignación sale agua; el agua es en verdad literalmente resignación. Adquirimos así un tipo peculiar de comprensión espiritual de la naturaleza real del agua. Pero ahora se puede plantear la pregunta: ¿existe después de todo una cierta diferencia entre la condición que habría surgido si los Querubines no hubieran hecho esta renuncia, y la que realmente se ha producido por haber renunciado? ¿Se transmite esta diferencia de alguna manera? Sí, lo es. Se transmite en el hecho de que las consecuencias de esa renuncia aparecieron claramente durante el estado Solar. Si nunca se hubiera hecho, si los Querubines hubieran aceptado el sacrificio ofrecido —hablando en sentido figurado— si hubieran tomado el humo del sacrificio como parte de su propia sustancia interior; lo que ellos mismos habrían hecho habría encontrado expresión en el humo del sacrificio. Supongamos que estos Querubines hubieran logrado esto o aquello; esto habría sido aparente, se habría expresado exteriormente por las cambiantes nubes del aire; es decir: En la forma exterior del aire se habría expresado lo que los Querubines que no se resignaron hicieron con la sustancia del sacrificio. Pero lo rechazaron, y al hacerlo pasaron de la mortalidad a la inmortalidad, de un estado transitorio a un Estado de Duración.
Sin embargo, la sustancia del sacrificio está ahí para empezar; se libera de las fuerzas, por así decirlo, que de otro modo la habrían absorbido, y ahora no está obligada a seguir las inclinaciones e impulsos de los Querubines; porque lo abandonaron, lo renunciaron. ¿Qué sucede entonces con esta sustancia del sacrificio?
Ocurre lo siguiente: Otros seres, por no estar la sustancia sacrificial con los Querubines, toman posesión de ella, se independizan de los Querubines, se hacen autosuficientes; mientras que de otro modo habrían sido dirigidos desde la sustancia sacrificial dentro de los Querubines, si estos últimos la hubieran aceptado. Así se hizo posible que surgiera lo opuesto a la resignación; en que ciertos seres atraen hacia sí la sustancia del sacrificio que había sido derramado y se vuelven activos dentro de ella. Estos seres son «los que se quedaron atrás»; «rezagarse» fue por tanto consecuencia de la renuncia hecha por los Querubines. A través de la misma sustancia que se negaron a aceptar, los mismos Querubines primero proporcionaron a los seres rezagados la posibilidad de quedarse atrás. A través del rechazo de un sacrificio, otros seres que no renunciaron a él, sino que dieron paso a sus deseos y anhelos y los llevaron a la expresión, pudieron tomar posesión del objeto del sacrificio, de la sustancia del sacrificio, alcanzando así la posibilidad de tomar su lugar como seres independientes al lado de los que aquí estaban ofreciendo.
Así, cuando la evolución pasó del antiguo Sol a la antigua Luna, con la inmortalidad de los Querubines, se dio la posibilidad a otros seres de separarse en su propia sustancia de la evolución progresiva de los Querubines, hablando en general de los seres inmortales.Así que ahora, cuando aprendemos las razones más profundas de los que se quedaron atrás, vemos que la culpa original —si podemos aventurarnos a hablar de tal culpa original— no fue de los que se quedaron atrás. Este es el punto importante, del cual debemos darnos cuenta: Si los Querubines hubieran aceptado el sacrificio ofrecido, los seres Luciféricos no podrían haberse quedado atrás; no habrían tenido oportunidad de encarnarse en esa sustancia. Para hacer posible que los seres se independizaran así, previamente tuvo lugar la renuncia. Así, en la evolución cósmica se da el caso de que los mismos dioses han llamado a la existencia a sus oponentes. Si los dioses no hubieran renunciado al sacrificio, los seres no habrían podido oponerse a ellos. Dicho en palabras simples, podemos suponer que los dioses habían previsto lo siguiente: «simplemente si seguimos creando como lo hemos hecho desde Saturno hasta el Sol, nunca habrá seres libres, capaces de actuar por su propia iniciativa. Para que seres de esta naturaleza lleguen a existir, se debe dar la posibilidad de que surjan opositores contra nosotros en el Universo, para que encontremos resistencia en lo que está sujeto al tiempo. Si nosotros mismos ordenamos todo, no encontraremos tal resistencia. Podríamos facilitarnos todo mucho aceptando el sacrificio que se nos ofrece; entonces toda la evolución estaría sujeta a nosotros. Pero esto no servirá, queremos seres capaces de resistirnos. Por lo tanto, no aceptaremos el sacrificio; ¡para que por nuestra resignación y porque aceptan el sacrificio, se conviertan en nuestros oponentes!»
Vemos, pues, que no debemos buscar el origen del mal en los llamados seres «malos», sino en los Seres “buenos”, quienes, por su resignación, engendraron primero el mal a través de aquellos seres que eran capaces de llevarlo a cabo en el mundo. Pero ahora se puede hacer fácilmente la siguiente objeción (y quiero que dejen que estos pensamientos trabajen profundamente en sus almas): ¡Hasta ahora he tenido en mayor estima a los dioses! Siempre las he creído capaces de dar libertad al hombre sin crear la posibilidad del mal. ¿Cómo es posible que todos estos “dioses buenos” no pudieran producir algo así como la libertad humana sin traer el mal al mundo? A este respecto quisiera recordar a aquel rey español que consideraba el mundo terriblemente complicado, y que dijo en una ocasión que si Dios le hubiera permitido crearlo lo hubiera hecho mucho más sencillo —El hombre en su debilidad puede pensar que el mundo podría haberse hecho más simple de lo que es, pero los dioses lo sabían mejor y, por lo tanto, no le dejaron al hombre crear el mundo.
Desde el punto de vista de la percepción científica, podríamos describir estas circunstancias con mayor precisión. Supongamos que algo requiere soporte y se sugiere que se puede erigir una columna y que el peso descanse sobre ella. Esta persona en cuestión podría decir: «¡Debe haber alguna otra forma de hacerlo!» ¿Por qué, de hecho, no debería hacerse de otra manera? O también, cuando se usa un triángulo para construir, podría decirse: ¿Por qué un triángulo debería tener sólo tres ángulos? ¿Quizás un dios podría hacer un triángulo que no tuviera tres ángulos? Tendría tan poco sentido pensar en un triángulo sin tres ángulos como suponer que los dioses podrían haber creado la libertad sin la posibilidad del mal y del sufrimiento. Así como a un triángulo le son necesarios tres ángulos, así a la libertad le es necesaria la posibilidad del mal, dada por la renuncia de los Seres Divinos. Todo forma parte de la resignación divina, pues los dioses crearon la evolución a partir de la inmortalidad, después de haber ascendido a la inmortalidad por su renuncia o sacrificio, para hacer volver el mal al bien. Los dioses no retrocedieron ante el mal, el único que podía dar la posibilidad de la libertad. Si los dioses hubieran evitado el mal, el mundo sería pobre, sin variedad. En aras de la libertad, los dioses tenían que permitir que el mal entrara en el mundo, y para eso tenían que adquirir el poder que les permitiera volver a conducir el mal al bien. Este poder es tal que sólo puede adquirirse como consecuencia de la renuncia, de la resignación.
Las religiones existen siempre con el propósito de mostrarnos los grandes misterios cósmicos en símbolos, en imaginaciones. En esta conferencia hemos aludido a las fases primordiales de la evolución, y al agregar la concepción de la resignación a las del sacrificio y de la virtud otorgante, hemos avanzado un paso más desde Maya y la ilusión hacia las realidades. Concepciones como estas fueron presentadas al hombre en las religiones. Y en el de la Biblia hay algo por lo que el hombre puede adquirir una concepción de la resignación, del rechazo del sacrificio. Esa es la historia del sacrificio a punto de ser hecho por Abraham que estaba dispuesto a ofrecer a su propio hijo a Dios, y de la renuncia de Dios al sacrificio ofrecido por el patriarca. Si llevamos a nuestras almas esta concepción del sacrificio, entonces pueden llegar a nosotros visiones intuitivas como las descritas. En una ocasión sugerí que deberíamos suponer que el sacrificio de Abraham hubiera sido aceptado, que Isaac hubiera sido sacrificado. Como todo el antiguo pueblo hebreo desciende de él, Dios, al aceptar el sacrificio, habría quitado a toda esta nación de la Tierra. Todo lo derivado de Abraham fue don de Dios por la renuncia a una esfera que está fuera de Él; si hubiera aceptado el sacrificio, habría tomado en sí mismo toda la esfera que desempeñaba su papel dentro del antiguo pueblo hebreo; porque el sacrificado Isaac habría estado con Dios. Pero Él renunció a esto y con ello entregó toda esa línea de evolución a la Tierra. Así, en el cuadro significativo de la ofrenda hecha por el anciano patriarca, puede surgir en nosotros la concepción de la renuncia y del sacrificio.
Y en otra parte de nuestra historia terrestre encontramos esta renuncia por parte de los Seres Superiores, y aquí también debemos referirnos nuevamente a algo a lo que se aludió en la última conferencia —el cuadro de la “Última Cena”, de Leonardo da Vinci. Representa la escena en la que, por así decirlo, tenemos ante nosotros el significado de la Tierra, el Cristo. Mientras tratamos de penetrar todo el significado de la imagen, recordemos estas palabras, que se encuentran en el Evangelio: «¿No puedo yo llamar a toda una multitud de ángeles si quiero evitar la muerte del sacrificio?» Lo que Cristo podría haber aceptado en ese momento, lo que, por supuesto le habría sido bastante fácil de hacer, lo rechazó con resignación y renuncia. Y la mayor renuncia hecha por Cristo Jesús se nos presenta cuando, al haberla hecho, permite que el mismo adversario —Judas— pueda entrar en Su esfera. Si somos capaces de ver en Cristo Jesús todo lo que se ha de ver, debemos ver en Él una imagen de aquellos Seres con los que, en un cierto grado de evolución, acabamos de conocer, aquellos que deben renunciar al sacrificio ofrecido, aquellos cuya misma naturaleza era la resignación. Cristo renunció a lo que habría ocurrido si Él no hubiera permitido que Judas apareciera como Su oponente, así como una vez, durante la era del Sol, los dioses mismos llamaron a sus oponentes por la renuncia que hicieron. Así vemos una repetición de este evento en un cuadro aquí en la Tierra: el de Cristo sentado entre los doce, y Judas, el traidor, en el centro. Para que aquello que hace a la humanidad de tan inconmensurable valor pudiera entrar en evolución, Cristo mismo tuvo que poner a Su oponente en oposición a Él. Esta imagen nos causa una impresión tan profunda porque cuando lo contemplamos nos recuerda un momento cósmico tan grande; y cuando recordamos las palabras: «El que moja su pan en el cuenco conmigo, ése es el que me entregará», vemos un reflejo terrenal del oponente de los dioses, puesto en oposición a ellos por los mismos dioses. Por eso muchas veces me he atrevido a decir que, si un habitante de Marte pudiera descender a la Tierra, encontraría cosas que le interesarían más o menos, aunque tal vez no las entendiera bien; pero tan pronto como viera este cuadro de Leonardo da Vinci, a través de una posición cósmica que tiene una conexión con Marte al igual que con la Tierra, aprendería algo que le enseñaría el significado de la Tierra.
El incidente representado en la imagen terrenal es de importancia para todo el Cosmos: el hecho de que ciertos poderes se opongan a los inmortales poderes Divinos. Y esta representación de Cristo rodeado de sus Apóstoles, Aquel que en la Tierra vence a la muerte y prueba así el triunfo de la inmortalidad, pretende señalar ese significativo momento universal en el que los dioses se separaron de la existencia temporal y ganaron la victoria sobre el Tiempo, es decir, se volvieron inmortales. Cuando contemplamos la «Última Cena» de Leonardo da Vinci, podemos sentir esto en nuestro corazón. No objeten que una persona de mente simple pueda contemplar este cuadro y no saber todo lo que se ha mencionado hoy. No es necesario que lo haga. Porque tales son las profundidades misteriosas del alma humana, que no es necesario comprender con el intelecto lo que siente el alma. ¿Conoce la flor las leyes que regulan su crecimiento? ¡No! sin embargo, crece. ¿Qué le falta a la flor con leyes o al alma humana con intelecto para sentir toda la inconmensurable grandeza del sujeto, cuando ante nuestros ojos vemos representado a un Dios y sus adversarios cuando lo más alto que es posible expresar, la oposición de la inmortalidad a lo transitorio se presenta ante nuestros ojos? No es necesario saber esto; porque pasa al alma con fuerza mágica cuando uno está frente a esta imagen, que representa en la pintura una imagen del propósito cósmico. El artista no necesitaba ser ocultista en este sentido para pintar este cuadro. Pero en el alma de Leonardo da Vinci estaban precisamente las fuerzas necesarias para que pudiera expresar esto, lo más alto y lo más significativo. Por eso las grandes obras de arte causan una impresión tan tremenda, porque están íntimamente conectadas con el propósito del orden cósmico. En épocas anteriores, los artistas en la oscuridad de la conciencia estaban en contacto con este propósito cósmico sin ser conscientes de ello. Sin embargo, el arte desaparecería por completo, no habría continuación, si en el futuro la Antroposofía no estuviera allí como el conocimiento de estas cosas para dar al arte una nueva base.
El arte subconsciente se ha convertido en una cosa del pasado. El arte que se inspira en la Antroposofía está sólo en su punto de partida, en su comienzo. Este será el arte del futuro. Así como el artista de antaño no tenía necesidad de saber lo que había detrás de sus obras de arte, el artista del futuro debe saber esto —pero con aquellas fuerzas que representan una especie de inmortalidad, algo del contenido completo del alma. Porque el hombre que usa la Antroposofía como ciencia intelectual no sabe nada de ella. Que solo el hombre entiende quien lo ha hecho suyo, quien en cada concepto que evolucionamos —sacrificio, otorgar virtud, resignación— es capaz de sentir en cada palabra qué es lo que está tratando de estallar en esa palabra o idea, lo que a lo sumo puede fluir en el significado polifacético de las imágenes. Si un hombre cree que la evolución del mundo se logra por medio de concepciones abstractas, quizás haga diagramas. Si deseamos representar conceptos vivientes como el sacrificio, o la virtud del otorgamiento y la renuncia, los diagramas no sirven de nada; debemos pintar imágenes en nuestra mente como las descritas en las últimas conferencias: de los Tronos ofreciendo sacrificio y enviando a los Querubines el humo del sacrificio, extendiéndose cada vez más y de los Arcángeles devolviendo la luz; y así. Y cuando en nuestro próximo estudio pasemos a la existencia de la antigua Luna, veremos cuánto más rica se vuelve la imagen, cómo algo así como la licuefacción de las masas de nubes represadas realmente tuvo que tener lugar, y que esto se convierte en lluvia o llovizna, en que destella el relámpago de los Serafines. Entonces debemos pasar a concepciones más ricas con respecto a las cuales debemos decir: El futuro de la humanidad ciertamente encontrará la posibilidad, las formas y los medios artísticos para expresar al mundo exterior lo que de otro modo solo puede leerse en los Registros Akáshicos.
Traducción revisada por Gracia Muñoz en mayo de 2022
