PIII. Conclusión

Del libro Isis Sophia III – Nuestra relación con las Estrellas

de Willi Sucher.

English version (p.96)

La descripción anterior no puede considerarse concluyente en cuanto a la relación entre el ser humano y los astros durante el desarrollo embrionario. Es bastante obvio que hay que tener en cuenta muchas otras consideraciones antes de poder hablar de una base definitiva y completa para el juicio de los asterogramas individuales. El punto de vista de las doce constelaciones no ofrece más que un esquema general. Por ejemplo, todavía hay que considerar los sutiles grados de transición de una constelación a la siguiente. También dentro de las constelaciones del Zodíaco hay que distinguir entre las estrellas fijas que constituyen las constelaciones. En Géminis, por ejemplo, podemos hablar de los aspectos generales de esta parte del Zodíaco. Sin embargo, podemos encontrar un Sol de época, u otros planetas cerca de las estrellas fijas Cástor o Pólux, o cualquier otra estrella fija dentro de esta constelación. Cástor y Pólux, a los que sólo separan unos 2° grados, pueden considerarse completamente opuestos. Cástor tendría una constitución predominantemente terrestre, mientras que Pólux tiene una naturaleza más cosmopolita. Esto ejemplifica cómo las mínimas diferencias pueden cambiar el panorama por completo. Otros factores que proporcionan infinitas variaciones son las estrellas fijas de las constelaciones extra-zodiacales. Observando este laberinto de inclinaciones potenciales, llegamos a la conclusión de que es, en última instancia, la individualidad libre la que debe elegir y decidir conscientemente allí donde, hasta ahora, una certeza enteramente instintiva de diversos grados ayudaba a su ser. El tipo de Astro-Gnosis que se demuestra en estas publicaciones, considera como su tarea más noble: la creación de la base para nuestra decisión consciente hacia una realización plena de nuestra herencia de las estrellas.

Otro conjunto de hechos omitidos en la presente publicación por limitaciones de espacio son los gestos y movimientos de los planetas Venus y Mercurio durante el tiempo de gestación. Son susceptibles de cambiar completamente el cuadro de dicho asterograma prenatal, de los impactos del Sol y de los planetas superiores. Sin embargo, todavía no hemos demostrado los principios para la interpretación de los planetas inferiores Venus y Mercurio, y de la Luna, aunque tenemos la intención de hacerlo en una futura publicación, que probablemente se dedicará exclusivamente a estos problemas. El último ejemplo de este volumen (Fig. 30) muestra la necesidad de incluir los planetas inferiores en la interpretación del asterograma.

Por último, nos gustaría decir unas palabras sobre la naturaleza de la época. A partir del volumen de pruebas recogidas, concluimos que esta supuesta época no tiene por qué coincidir con la concepción real. En realidad, no es necesario identificar la época con la concepción. Todo lo que debemos hacer es restringir nuestra consideración a los hechos dados y no sobrepasar su órbita. En primer lugar, la Regla Hermética, por la que se calcula la época, es un intento de determinar la relación individual de un ser humano con las estrellas. Ciertamente, en algún momento de los procesos embrionarios, se establece evidentemente un vínculo entre nuestro «cosmos individual» y nuestra naturaleza fisiológica; de lo contrario, no podrían haberse producido los hechos demostrados en las partes segunda y tercera. Sin embargo, no se deduce que este vínculo entre la naturaleza cósmica y la fisiológica se produzca en el momento exacto de la concepción. Concluimos que la época es el momento en que la imagen cósmica de un individuo, como principio formativo, se apodera del germen y dirige el proceso de encarnación. Esto también puede tener lugar algún tiempo después de la concepción.

Hay ciertas dificultades para entender esto. Mientras mantengamos el concepto de que el ser humano es el producto de las fuerzas y sustancias terrestres únicamente, es decir, lo que proviene de la contribución de los padres, no podremos formarnos una imagen adecuada. Incluso puede parecer inútil aplicar el aspecto cósmico. Sólo si podemos concebir el ser de un individuo como procedente de un mundo espiritual-cósmico y que habita en él antes de la concepción, podremos ver las cosas con una perspectiva más clara. A un alma dispuesta a descender a la encarnación se le ofrecen los requisitos materiales para la existencia en la Tierra: es el momento de la concepción. Una vez aceptada la oferta, la entidad cósmica espiritual del alma puede combinarse con el germen. Este ser cósmico, impregnado de impulsos, intenciones, decisiones, etc., con respecto a la encarnación pendiente, encuentra su expresión en el aspecto de los cielos en el momento de la época. Este momento ha sido elegido deliberadamente, porque el alma lo consideraba como la agencia congenial de fuerzas cósmicas combinadas con las que podía moldear el germen en un organismo humano de carácter individual.

Podemos considerar todo lo que viene del mundo de la materia a través de los padres, etc., como una especie de matriz que es impregnada por el asterograma de la época como un mundo complejo de fuerza, elegido por el individuo. La amalgama entre «matriz» y «fuerza» se produciría entonces en el momento de la época.

Esta sugerencia de la relación entre el germen terrestre y la imagen cósmica de un individuo corresponde también a los resultados de la investigación en la ciencia espiritual. Sobre esta base, deberíamos poder visualizar la posibilidad de que la época tenga lugar, en ciertos casos, antes de la concepción. En otras palabras, una individualidad, rodeada de sus propios requisitos cósmicos de fuerza, puede tener que esperar el ofrecimiento de un germen físico adecuado. Entonces el cielo de la época representaría, por así decirlo, la «armonía cósmica preestablecida», que conduciría los acontecimientos terrestres a través de sus características

Traducido por Carmen Ibáñez Berbel