GA130c1. Fe, Amor y Esperanza: La Tercera Revelación

Rudolf Steiner — Núremberg, 2 de diciembre de 1911

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Estas conferencias fueron impartidas por Rudolf Steiner durante un período de intensa actividad productiva, que involucró muchos viajes. En marzo y abril de 1911, había dado conferencias fundamentales en Praga e Italia. En junio dio en Copenhague el curso corto pero preñado de «La guía espiritual de la humanidad». En agosto se realizó la primera presentación en Múnich de su segunda obra de misterio, «La libertad condicional del alma». En octubre, el curso «De Jesús a Cristo” Fue dado en Karlsruhe; aquí dio los conceptos espirituales fundamentales para la comprensión de la resurrección de Cristo. Con la excepción del curso sobre el Evangelio de San Marcos, que siguió en septiembre de 1912, los grandes cursos sobre los Evangelios ya se habían impartido durante los años anteriores, desde 1908 en adelante. El Dr. Steiner también había dado conferencias en muchos lugares sobre la experiencia renovada de Cristo en el siglo veinte; En el curso de Karlsruhe describió en detalle la obra de Cristo como señor del destino humano, un tema que se retomó en estas conferencias de Núremberg.

Durante algunos años, la figura más significativa entre el grupo de estudiantes de Rudolf Steiner residente en Núremberg había sido Michael Bauer, el amigo y biógrafo del poeta, Christian Morgenstern. No mucho antes de que se impartieran estas conferencias, Michael Bauer había llegado a conocer al Dr. Friedrich Rittelmeyer, conocido en Alemania como predicador y pastor, trabajando desde Núremberg. A través de Bauer, Rittelmeyer acudió al propio Rudolf Steiner.

Es posible que estas conferencias hayan sido las primeras de Rudolf Steiner que Rittelmeyer podría haber escuchado. Ciertamente podemos encontrar en ellos una indicación de los grandes misterios del destino que trabajaron en estos encuentros, y que condujeron a la fundación, once años después, de la Comunidad Cristiana. Por ejemplo, Rudolf Steiner describe en estas conferencias el significado del altar en el cristianismo primitivo.

El tema de Fe, amor y esperanza aparece de una manera maravillosa en la segunda obra de misterio. Por esta época, Rudolf Steiner dio conferencias bajo este título en otros lugares también, por ejemplo, en Viena.

 

 

Trataremos de consagrar estas dos conferencias al estudio de la naturaleza del hombre y a su relación con las bases ocultas de la época presente y del próximo futuro.

De las numerosas indicaciones dadas en el curso de precedentes conversaciones, habéis recordado que nos encontramos actualmente ante una especie de nueva revelación, de nueva anunciación dada a la humanidad. La mejor manera de comprender lo que debe llegar es estudiar las últimas etapas de la evolución de la humanidad, y recordar las dos revelaciones anteriores importantes que ella ha recibido. Consideraremos desde luego principalmente la última en fecha de estas revelaciones.

Estas tres revelaciones —la que viene y las dos precedentes— serán más fáciles de comprender si las comparamos con la evolución del niño en el curso de su crecimiento, o sea con la evolución del hombre. Observemos al niño: él penetra en la existencia; es en un primer momento totalmente dependiente de su entorno en lo que concierne a los cuidados y a la alimentación; aún no puede expresar nada, ni formular el menor pensamiento sobre lo que sucede en él, ni hablar, ni pensar; todo lo que se refiere a él debe ser previsto y organizado por los que le han acogido entre ellos.

Luego el niño comienza a hablar. El observador atento (y esto es mencionado en mi obra “La educación del niño desde el punto de vista de la ciencia espiritual”) sabrá que el primer lenguaje es primeramente una imitación de lo que se dice en el entorno inmediato. Durante los primeros tiempos el niño no posee lo que se llama la comprensión intelectual del lenguaje. En él, hablar no resulta de una actividad pensante, sino que, por el contrario, es el lenguaje el que enseña al niño a pensar, a comprender poco a poco, a vestir de pensamientos claros todo lo que asciende de las profundidades de los sentimientos.

Tenemos pues tres periodos sucesivos en la evolución infantil; el primero en el que el niño no habla ni piensa, en el que todo lo que le concierne le es dado desde el exterior; el segundo en el que habla, pero no piensa aún; y el tercero en el que aprende a integrar en su conciencia el contenido de pensamiento de su lengua materna. Podemos comparar estas etapas de la vida con lo que la humanidad ha atravesado y debe atravesar en el curso de un periodo que comienza aproximadamente 1.500 años antes de nuestra era y que abarca los tiempos cristianos.

La primera revelación de la que podemos hablar aquí fue dada al alma humana en evolución en el curso del ciclo actual. Ella ha venido del Sinaí y ha encontrado su expresión en los “Diez mandamientos de Moisés”. Reflexionando claramente sobre el sentido de la revelación escrita en las “las Tablas de la Ley” se nota algo asombroso, maravilloso, pero que pertenece en cierto modo a la vida cotidiana: es un bien común, una herencia espiritual a la cual no se presta ya casi atención. Uno puede sin embargo decirse: es notable que en los “Diez Mandamientos” algo, una ley ha sido dada, ley que permanece siempre en el mundo, que en resumidas cuentas es siempre válida, que se encuentra en la base de las legislaciones de todos los países de la Tierra adaptados a la nueva cultura o que se han adaptado a ella en el curso de los milenios. Algo universal, grandioso fue revelado a la humanidad cuando a ella le fue dicho: un SER original existe en el mundo espiritual del que la imagen aquí en la Tierra es el YO del hombre. Este ser original puede de tal modo expansionarse en el Yo, ganar ahí en poder, en eficacia, que el hombre está en condiciones de obedecer a las normas, a las leyes dadas en los “Diez Mandamientos”.

La segunda revelación fue la del “Misterio del Gólgota”. ¿Qué puede decirse de este Misterio? Del mismo modo que para comprender a la humanidad corporal debemos volver a la pareja original de la que ella ha salido corporalmente por medio de la generación física, así solo podemos comprender correctamente lo que es el bien más preciado de nuestro Yo, lo que debe sumergirse cada vez más en sus profundidades durante la existencia terrestre, si nos referimos a lo que tiene su fuente en el Gólgota. (Es posible que la antigua tradición hebraica difiera de la concepción actual de las ciencias naturales, pero no se trata de eso).

Si nos remontamos por la consanguinidad, los lazos físicos, hasta la pareja original Adán y Eva, que vivieron en la Tierra, como primeras personas físicas, como primeros padres de la humanidad, nos decimos: la sangre que fluye en las venas de los hombres, la sangre humana, conduce en definitiva a la pareja original. Podemos decir también: lo que acogemos en nuestra alma, su bien más preciado, más sagrado, más querido, que realiza un milagro continuo, la conciencia de que algo superior a nuestro yo ordinario puede vivir en nuestra alma, algo que debe llegar a ser la sangre de nuestra alma, proviene de lo que ha resucitado del sepulcro en el Gólgota. En efecto, lo que antaño ha resucitado vive en las almas humanas que han conocido el despertar interior y continúa viviendo en ellas, así como la sangre de Adán y Eva continúa fluyendo en los cuerpos terrestres.

Es necesario ver en Cristo resucitado una especie de paternidad original, un poco como si una raza descendiese de él: el Adán espiritual que entra en las almas que han sido despertadas, las lleva primeramente al conocimiento de su yo y después al conocimiento de aquel que le anima y vivifica del modo justo, así como la vida corporal de Adán resplandece en las almas de los que encuentran el camino de Cristo. Es esa la segunda revelación dada a los hombres, el mensaje de lo que ha sucedido gracias al Misterio del Gólgota.

Podemos comparar lo que ha sido dado a los hombres por los “Diez Mandamientos” y que los dirigía desde el exterior, con lo que sucede con el niño que no puede aun ni hablar ni pensar. Lo que el entorno del niño realiza para él y en él, la antigua Ley hebraica lo ha realizado para guiar a la humanidad que en un cierto sentido no podía aún ni hablar ni pensar. Sin embargo, la humanidad ha aprendido a hablar con otras palabras, ha aprendido lo que solo puede ser comparado al estudio del lenguaje en el niño, es decir: el mensaje del Gólgota según los Evangelios. Comprender los evangelios fue para los hombres comparable al hecho para el niño de comprender la palabra, de aprender a hablar.

Los Evangelios han permitido que una cierta comprensión del Misterio del Gólgota se desarrolle en las almas y en los corazones humanos. Esta comprensión se adapta a los sentimientos, a los estados anímicos que se manifiestan cuando uno deja que obren sobre sí mismo las escenas y los cuadros conmovedores de los Evangelios que los grandes pintores nos han legado, cuadros tradicionales como la Adoración de los Pastores, de los Magos de Oriente, la Huida a Egipto, etc… Lo que ha venido al mundo, lo que los hombres han aprendido, después de ese tiempo, a dejar que obre sobre sus almas, todo nos lleva a los Evangelios. Todo eso ha entrado tan fuerte en el entendimiento humano, que al mismo tiempo los hombres han aprendido a hablar a su manera del Misterio del Gólgota.

Nos acercamos ahora al tercer periodo, aquel en que el niño, aunque hablando su propia lengua, aprende a pensar y a descubrir lo que reposa en este lenguaje. Nos acercamos igualmente a la revelación que debe aportarnos el contenido total de pensamiento, de espíritu y de alma de los evangelios. En efecto, los Evangelios no han sido mejor comprendidos por la humanidad que como es comprendida la lengua por el niño que todavía no ha aprendido a pensar. La ciencia espiritual debe enseñar a los hombres el contenido de pensamiento de los Evangelios en su relación con la historia del mundo. Es necesario en un primer momento que los hombres dejen que obre sobre ellos mismos el contenido del Espíritu de los Evangelios, lo que depende de un gran acontecimiento del que la humanidad puede presentir la proximidad y que se realizará hacia finales del siglo XX.

Podemos representárnoslo de la siguiente manera:

Refirámonos una vez más al Misterio del Gólgota. Lo que antaño resucitó del sepulcro permaneció cerca de la Tierra, tan cerca que se puede acoger en cada alma humana y despertar al Yo en ella para guiarla hacia un grado superior de existencia. Cristo ha llegado a ser el Espíritu de la Tierra: nosotros podemos decirlo cuando hablamos de esta manera del Misterio del Gólgota. Desde entonces El ha seguido siendo el Espíritu de la Tierra; sin embargo, en nuestra época ha tenido lugar una transformación importante en las relaciones entre Cristo y la humanidad, transformación unida a lo que conocéis todos más o menos, es decir: la nueva revelación de Cristo. Esta revelación puede ser también caracterizada de otro modo, si consideramos lo que sucede cuando el hombre pasa el umbral de la muerte. Lo que voy a indicaros, aún no ha podido ser explicado hasta ahora en los libros.

Cuando el hombre ha pasado el umbral de la muerte, cuando ha revivido su vida terrestre hasta el momento en que ha dejado su cuerpo etérico y en que comienza su Kamaloka, él se presenta entonces ante dos personajes. Normalmente sólo se menciona a uno de ellos, pero podemos completar lo que no es revelado, y que es una realidad para todo verdadero ocultista. Antes de entrar en su tiempo de Kamaloka, el hombre se presenta pues ante dos personajes —esta indicación solo le concierne al occidental y a todos los hombres que han tenido una relación con la cultura occidental en el curso de los últimos milenios— Moisés es uno de ellos. El muerto sabe perfectamente que se trata de Moisés. Este le presenta las “Tablas de la Ley”. En la edad media se le llamaba “Moisés el de la Ley rigurosa”. El hombre tiene una conciencia muy clara, en lo más íntimo de su alma, de la medida en la cual él se ha desviado, se ha apartado de la Ley de Moisés. Al otro personaje se le denomina: “el Querubín de la espada flamígera”; es El, el que juzga la desviación. He ahí la experiencia que tiene el hombre después de la muerte. Podemos decir en el sentido de la antroposofía: Moisés y la “Ley rigurosa” y el “Querubín de la espada flamígera” establecen la cuenta kármica.

En nuestro tiempo, sin embargo, se acerca un cambio, un cambio importante que puede describirse de esta manera. Cristo se está convirtiendo en el Señor del Karma para todos aquellos que, después de la muerte, han experimentado lo que se acaba de discutir. Cristo está entrando en su juicio. Veamos más de cerca este hecho. Desde la concepción mundial de la Ciencia Espiritual, todos sabemos que se mantiene una cuenta kármica de nuestra vida; que hay un cierto equilibrio de los hechos que están en el lado del crédito de la cuenta, los actos sensibles, los actos finos, los que son buenos —y, por otro lado, los actos y pensamientos malos, feos y mentirosos.

Ahora es importante, por un lado, que en el transcurso de la vida terrenal de un hombre él mismo ajuste el equilibrio de esta cuenta kármica. Pero vivir del resultado de sus buenas y espléndidas obras, o de las que son malas, puede hacerse de muchas maneras diferentes. El ajuste particular en nuestra vida futura no siempre se determina siguiendo el mismo patrón. Supongamos que alguien ha hecho una mala acción; debe compensarlo haciendo uno bueno. Sin embargo, esta buena acción se puede lograr de dos maneras, y puede requerir el mismo esfuerzo por parte del hombre para hacer el bien a unas pocas personas y beneficiar a un número considerable. Para asegurar que, en el futuro, cuando hayamos encontrado nuestro camino hacia Cristo, nuestra cuenta kármica se equilibre —insertándose en el orden cósmico— de tal manera que su solución beneficiará a la mayor cantidad de personas posible —esa será la preocupación de Aquel que en nuestro tiempo se está convirtiendo en el Señor del Karma— será el cometido de Cristo.

Esta toma por parte de Cristo de juzgar las obras del hombre es el resultado de su intervención directa en el destino humano. Esta intervención no es en un cuerpo físico, sino en nombre de aquellos hombres en la Tierra que adquirirán cada vez más la capacidad de percibirlo. Habrá personas, por ejemplo, que, mientras realizan algún acto, de repente se dan cuenta —habrá más y más casos de estos a partir de ahora, durante los próximos 3,000 años— de un impulso de abstenerse de lo que están haciendo, debido a una visión notable. Percibirán de manera onírica lo que parece ser una acción propia; sin embargo, no podrán recordar haberla hecho.

Aquellos que no estén preparados para que tal cosa suceda en el curso de su evolución lo verán simplemente como una imaginación desenfrenada o como una condición patológica del alma. Sin embargo, aquellos que están suficientemente preparados a través de la nueva revelación que llega en nuestro tiempo a la humanidad a través de la ciencia espiritual —es decir a través de esta tercera revelación durante el último ciclo de la humanidad— se darán cuenta de que todo esto apunta al crecimiento de nuevas facultades humanas que permiten a los hombres ver el mundo espiritual. También se harán conscientes de que esta imagen que aparece en su alma es una advertencia de la acción kármica que debe realizarse —ya sea en esta vida en la tierra o en una posterior— para compensar lo que han hecho.

En resumen, las personas alcanzarán gradualmente, a través de sus propios esfuerzos, la facultad de percibir en una visión el ajuste kármico, la acción compensatoria, que debe ocurrir en el futuro. De este hecho, se puede ver que también en nuestro tiempo, deberíamos decir, como lo hizo Juan el Bautista junto al Jordán: “Cambiad vuestros estados anímicos, pues se acercan unos nuevos tiempos en que se despertarán en vosotros unas nuevas facultades”.

Pero esta forma de percepción kármica surgirá de tal manera que aquí y allá la figura del Cristo etérico será directamente visible para algún individuo —el verdadero Cristo tal como está viviendo en el mundo astral—  no en un cuerpo físico, sino en cuanto a las facultades de los hombres recién despertadas, Él se manifestará en la Tierra; como consejero y protector de aquellos que necesitan consejo, ayuda o consuelo en la soledad de sus vidas.

Se acerca el momento en que los seres humanos, cuando se sienten deprimidos y miserables, por una u otra razón, encontrarán cada vez menos la ayuda de sus semejantes menos importante y valiosa. Esto se debe a que la fuerza de la individualidad, de la vida individual, contará para más y más, mientras que el poder de un hombre para trabajar útilmente en el alma de otro, que se mantuvo bien en el pasado, tenderá a disminuir constantemente. En su lugar, aparecerá el gran Consejero, en forma etérica.

El mejor consejo que se nos puede dar para el futuro por lo tanto, es hacer que nuestras almas sean fuertes y llenas de energía, de modo que, con mayor fuerza, mientras más avancemos en el futuro, ya sea en esta encarnación — y ciertamente esto se aplica a los jóvenes de hoy— o en la siguiente, podamos saber que las facultades recién despertadas nos dan conocimiento del gran Consejero que se está convirtiendo al mismo tiempo en el juez del karma del hombre; es decir conocedor del Cristo en su nueva forma. Para aquellas personas que ya se han preparado aquí para el evento de Cristo del siglo XX, no habrá diferencia si están en el cuerpo físico, cuando este evento se convierta en una experiencia generalizada o si han pasado por la puerta de la muerte. Aquellos que han pasado aún tendrán la comprensión correcta del evento de Cristo y la conexión correcta con él, pero no aquellos que pasaron sin pensar por esta tercera gran advertencia a la humanidad dada a través de la Ciencia Espiritual.

 Para el evento de Cristo debe estar preparado para aquí en la tierra en el cuerpo físico. Aquellos que atraviesen la puerta de la muerte sin siquiera echar un vistazo a la Ciencia Espiritual durante su encarnación actual, tendrán que esperar hasta la próxima antes de obtener una comprensión correcta del evento de Cristo. Es un hecho real que aquellos que en el plano físico nunca han oído hablar del evento de Cristo serán incapaces de llegar a un entendimiento entre la muerte y el renacimiento. Ellos también deben esperar hasta que puedan prepararse para su regreso al plano físico. Cuando, por lo tanto, su encarnación actual termina con la muerte, estos hombres en su ser esencial permanecerán indiferentes ante el poderoso evento mencionado —la toma del juicio de Cristo y la posibilidad de su intervención, en un cuerpo etérico, directamente desde el mundo astral en la evolución de la humanidad, y su visibilidad en varios lugares.

Sin embargo, es característico de la evolución humana que los viejos atributos de los hombres, que no están estrechamente relacionados con la evolución espiritual, pierden importancia gradualmente. Cuando consideramos la evolución humana desde la catástrofe atlante, podemos decir: Entre las grandes diferenciaciones preparadas durante la Era Atlante, los hombres actuales se han acostumbrado a los de raza. Todavía podemos hablar, en cierto sentido, de una antigua raza india, de una antigua raza persa, de una egipcia o greco-latina, e incluso de algo en nuestro tiempo que corresponde a una quinta raza. Pero el concepto de raza en relación con la evolución humana está dejando de tener un significado correcto. Algo que funcionó bien en épocas anteriores ya no lo hará en la sexta época de la cultura, que es seguir la nuestra —a saber, que es esencial tener un centro espacial desde el cual difundir la cultura de la época— lo importante es la difusión de la Ciencia Espiritual entre los hombres; sin distinción de raza, nación o familia. En la sexta época cultural, aquellos que hayan aceptado la Ciencia Espiritual saldrán de todas las razas y encontrarán, en toda la Tierra, una nueva cultura que ya no se basa en el concepto de raza —ese concepto habrá perdido su significado. En resumen, lo que es importante en el mundo de Maya, el mundo externo del espacio, desaparece; debemos aprender a reconocer esto en el curso futuro de nuestro movimiento científico-espiritual.

Al principio esto no fue subestimado. Por lo tanto, vemos cómo, cuando leemos el libro de Olcott, El catecismo budista, que alguna vez hizo un buen servicio, tenemos la impresión de que las razas siempre continúan como tantas ruedas. Pero para el tiempo venidero, tales conceptos están perdiendo su significado. Todo lo que esté sujeto a limitaciones de espacio perderá importancia. Por lo tanto, cualquiera que comprenda a fondo el significado de la evolución humana también comprenderá que la venida de Cristo durante los próximos 3.000 años no implica que Cristo esté restringido a un cuerpo limitado por el espacio, ni limitado a un determinado territorio. Su apariencia tampoco estará limitada por la incapacidad de aparecer en más de un lugar a la vez. Su ayuda llegará en el mismo momento aquí, allá y en todas partes. Y como un ser espiritual no está sujeto a las leyes del espacio, cualquiera que pueda ser ayudado por la presencia directa de Cristo puede recibir esa ayuda en un extremo de la Tierra al igual que otra persona en el extremo opuesto. Solo aquellos que no están dispuestos a reconocer el progreso de la humanidad hacia la espiritualidad y lo que gradualmente transforma todos los eventos más importantes en lo espiritual —solo estas personas pueden declarar que lo que implica el ser Crístico está limitado a un cuerpo físico.

Ahora hemos descrito los hechos relacionados con la tercera revelación y cómo esta revelación ya está en proceso de arrojar nueva luz sobre los Evangelios. Los Evangelios son el lenguaje y, en relación con ellos, la Antroposofía es el contenido del pensamiento. Como el lenguaje está relacionado con la plena conciencia del niño, también lo están los Evangelios relacionados con la nueva revelación que viene directamente del mundo espiritual, en efecto, relacionado con lo que la Ciencia Espiritual se convertirá para la humanidad. Debemos ser conscientes de que tenemos una tarea que cumplir, una tarea de comprensión, cuando vamos —primero desde las profundidades inconscientes del alma y después cada vez con más claridad— a discernir nuestra conexión con la antroposofía.

Debemos considerarlo, en cierto sentido, como una marca de distinción otorgada por el Espíritu del Mundo, como un signo de gracia por parte del Espíritu creativo y guía del mundo, cuando hoy nuestro corazón nos impulsa hacia este nuevo anuncio que se agrega, como tercera revelación, a los proclamados desde el Sinaí y luego desde el Jordán. Aprender a conocer al hombre en todo su ser es la tarea dada en este nuevo anuncio —percibir cada vez más profundamente que aquello de lo que estamos principalmente conscientes está envuelto por otros miembros del ser del hombre, que sin embargo son importantes para su vida en general.

Es necesario que nuestros amigos aprendan sobre estos asuntos desde los puntos de vista más diversos. Hoy comenzaremos por decir algunas palabras sobre el ser interior del hombre. Saben que, si comenzamos desde el centro real de su ser, desde su yo, llegamos al lado de la envoltura a la que le damos el nombre más o menos abstracto de cuerpo astral. Más allá encontramos el llamado cuerpo etérico, y aún más afuera, el cuerpo físico. Desde el punto de vista de la vida real, podemos hablar sobre las envolturas humanas de otra manera, y hoy tomaremos directamente de la vida lo que, es cierto, se puede aprender solo de concepciones ocultas, pero se puede entender a través de una observación sin prejuicios.

Muchos de los que, debido a su supuesta concepción científica mundial, se han vuelto arrogantes y dominantes, ahora dicen: “Los tiempos de la fe han pasado hace mucho; Eran aptos para la humanidad en su etapa de infancia, pero los hombres ahora avanzan hacia el conocimiento. Hoy en día las personas deben tener conocimiento de todo y ya no deberían simplemente creer”. Ahora eso puede sonar muy bien, pero no se basa en una comprensión genuina. Debemos hacer más preguntas sobre tales asuntos que simplemente si en el curso actual de la evolución humana se ha obtenido conocimiento a través de la ciencia ordinaria. Deberían formularse estas otras preguntas: ¿La fe, como tal, significa algo para la humanidad? ¿No puede ser parte de la misma naturaleza del hombre el creer?

Naturalmente, podría ser bastante posible que las personas quieran, por alguna razón, prescindir de la fe, abandonarla. Pero, así como a un hombre se le permite jugar un tiempo rápido y suelto con su salud sin ningún daño obvio, bien podría ser —y en realidad es así— que las personas ven a la fe simplemente como un regalo apreciado para sus padres en el pasado, que es como si durante un tiempo estuvieran imprudentemente abusando de su salud, agotando así las fuerzas que alguna vez poseyeron. Sin embargo, cuando el hombre considera la fe de esa manera, todavía está —en lo que concierne a las fuerzas vitales de su alma— viviendo del antiguo don de la fe que le fue transmitido a través de la tradición. No corresponde al hombre decidir si dejar a un lado la fe o no; La fe es una cuestión de fuerzas que dan vida en su alma. El punto importante no es si creemos o no, sino que las fuerzas expresadas en la palabra «fe» son necesarias para el alma. Porque el alma incapaz de fe se marchita, se seca como un desierto.

Hubo una vez hombres que, sin ningún conocimiento de las ciencias naturales, eran mucho más listos que aquellos con una concepción científica mundial. No dijeron lo que la gente imagina que hubieran dicho: «Creo lo que no sé». Dijeron: «Creo lo que sé con certeza». El conocimiento es el único fundamento de la fe. Deberíamos saber para tomar posesión cada vez mayor de esas fuerzas, que son fuerzas de la fe en el alma humana. En nuestra alma debemos tener lo que nos permite mirar hacia un mundo suprasensible, que nos permita girar todos nuestros pensamientos y concepciones en esa dirección.

Si no poseemos fuerzas como las que se expresan en la palabra «fe», algo en nosotros se desperdicia; nos marchitamos al igual que las hojas en otoño. Por un tiempo esto puede parecer que no importa -entonces las cosas empiezan a ir mal.  Si los hombres en realidad perdieran toda la fe, pronto verían lo que significa para la evolución. Al perder las fuerzas de la fe, serían incapaces de orientarse en la vida; su existencia misma se vería socavada por el miedo, la atención y la ansiedad. Para decirlo brevemente, es solo a través de las fuerzas de la fe que podemos recibir la vida que debería estar bien para vigorizar el alma.

Esto es porque, imperceptible al principio para la conciencia ordinaria, yace en las profundidades ocultas de nuestro ser algo en lo que está incrustado nuestro verdadero yo. Este algo, que inmediatamente se hace sentir si no logramos darle vida fresca, es la envoltura humana donde las fuerzas de la fe están activas.  Podemos llamarlo el alma de fe, o —como prefiero— el cuerpo de fe. Hasta ahora se le ha dado el nombre más abstracto de cuerpo astral. Las fuerzas más importantes del cuerpo astral son las de la fe, por lo que el término cuerpo astral y el término cuerpo de fe están igualmente justificados.

Una segunda fuerza que también se encuentra en las profundidades ocultas del ser humano es la fuerza expresada por la palabra «amor». El amor no es solo algo que une a los hombres; También es necesario para ellos como individuos. Cuando un hombre es incapaz de desarrollar la fuerza del amor, él también se seca y se marchita en su ser interior. Simplemente tenemos que imaginarnos a alguien que en realidad es tan egoísta que no puede amar. Incluso donde el caso es menos extremo, es triste ver a personas que les resulta difícil amar, que pasan por una encarnación sin la calidez viva que solo el amor puede generar: amor por cualquier cosa en la Tierra.

Estas personas son una visión angustiosa, en su manera obtusa y prosaica, de atravesar el mundo. Porque el amor es una fuerza viva que estimula algo profundo en nuestro ser, manteniéndolo despierto y vivo —una fuerza aún más profunda que la fe. Y así como estamos acunados en un cuerpo de fe, que desde otro aspecto puede llamarse cuerpo astral, también estamos acunados en un cuerpo de amor o, como en Ciencia Espiritual lo llamamos, el cuerpo etérico, el cuerpo de las fuerzas de la vida. Pues las fuerzas principales que trabajan en nosotros desde el cuerpo etérico, fuera de las profundidades de nuestro ser, son aquellas expresadas en la capacidad de amar del hombre en cada etapa de su existencia. Si un hombre pudiera vaciar completamente su ser de la fuerza del amor —algo que es imposible incluso para el egoísta más grande, gracias a Dios, porque incluso en el esfuerzo egoísta todavía hay algún elemento de amor. Tomemos este caso, por ejemplo: el que no puede amar nada más, a menudo puede comenzar, si es lo suficientemente avaro, amando el dinero, al menos sustituyendo el amor caritativo por otro amor —aunque surja del egoísmo. Porque si no hubiera amor en un hombre, la envoltura que debería ser sostenida por las fuerzas del amor se marchitaría, y el hombre, vacío de amor, realmente perecería; él realmente se encontraría con la muerte física.

Este encogimiento de las fuerzas del amor también puede llamarse un encogimiento de las fuerzas que pertenecen al cuerpo etérico; porque el cuerpo etérico es lo mismo que el cuerpo del amor. Así, en el centro mismo del ser de un hombre tenemos su núcleo esencial, el yo, rodeado de sus envolturas; primero el cuerpo de fe, y luego alrededor del cuerpo de amor.

 

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Si vamos más allá, llegamos a otro conjunto de fuerzas que todos necesitamos en la vida, y si no las tenemos o no podemos tenerlas —bueno, eso se ve muy claramente en la naturaleza externa de un hombre. Porque las fuerzas que necesitamos enfáticamente ya que son las fuerzas que dan vida, son las de la esperanza, la confianza en el futuro. En lo que respecta al mundo físico, las personas no pueden dar un solo paso en la vida sin esperanza. Ciertamente, hacen excusas extrañas, a veces, si no están dispuestos a reconocer que los seres humanos necesitan saber algo de lo que sucede entre la muerte y el renacimiento. Dicen: “¿Por qué necesitamos saber eso, cuando no sabemos qué nos sucederá aquí de un día para otro? Entonces, ¿por qué se supone que debemos saber qué ocurre entre la muerte y un nuevo nacimiento? Pero ¿en realidad no sabemos nada sobre el día siguiente? Es posible que no tengamos conocimiento de lo que es importante para los detalles de nuestra vida suprasensible o, por hablar sin rodeos, si estaremos físicamente vivos o no. Sin embargo, sabemos una cosa —que si estamos físicamente vivos al día siguiente habrá mañana, mediodía y tarde, como hoy. Si hoy como carpintero he hecho una mesa, todavía estará allí mañana; si soy zapatero, alguien podrá ponerse mañana lo que he hecho hoy; y si he sembrado semillas, sé que el año próximo vendrán. Sabemos sobre el futuro tanto como necesitamos saber. La vida sería imposible en el mundo físico si los eventos futuros no fueran precedidos por la esperanza de esta manera rítmica. ¿Alguien haría una mesa hoy sin estar seguro de que no se destruiría en la noche; ¿Alguien sembraría semillas si no tuviera idea de lo que sería de ellas?

Precisamente en la vida física es donde necesitamos esperanza, ya que todo está sostenido por la esperanza y sin ella no se puede hacer nada. Las fuerzas de la esperanza, por lo tanto, están conectadas con nuestra última envoltura como seres humanos, con nuestro cuerpo físico. Lo que las fuerzas de la fe son para nuestro cuerpo astral, y las fuerzas del amor para lo etérico, las fuerzas de la esperanza son para el cuerpo físico. Así, un hombre que no puede esperar, un hombre siempre abatido por lo que supone que puede traer el futuro, atravesará el mundo con esto claramente visible en su apariencia física. Nada hace arrugas más profundas, esas fuerzas amortiguadoras en el cuerpo físico, como la falta de esperanza.

Se puede decir que el núcleo más íntimo de nuestro ser está revestido en nuestro cuerpo de fe o cuerpo astral, en nuestro cuerpo de amor o cuerpo etérico, y en nuestro cuerpo de esperanza o cuerpo físico; y comprendemos el verdadero significado de nuestro cuerpo físico solo cuando tenemos en cuenta que, en realidad, no es sostenido por fuerzas físicas externas de atracción y repulsión —esa es una idea materialista— sino que se sostiene por lo que, según nuestros conceptos, conocemos como fuerzas de esperanza. Nuestro cuerpo físico está construido por la esperanza, no por fuerzas de atracción y repulsión. Este mismo punto puede mostrar que la nueva revelación científico-espiritual nos da la verdad.

¿Qué nos da la ciencia espiritual? Al revelar las leyes del karma y la reencarnación que lo abarcan todo, nos da algo que nos impregna de esperanza espiritual, al igual que nuestra conciencia en el plano físico de que el sol saldrá mañana y que las semillas eventualmente se convertirán en plantas. Muestra, si entendemos el karma, que nuestro cuerpo físico, que perecerá en polvo cuando hayamos atravesado la puerta de la muerte, puede a través de las fuerzas de esperanza que nos impregnan ser reconstruido para una nueva vida. La ciencia espiritual llena a los hombres con las potentes fuerzas de la esperanza. Si esta Ciencia Espiritual, esta nueva revelación para el tiempo presente, fuera rechazada, los hombres naturalmente regresarían a la Tierra en el futuro de todos modos, ya que la vida en la Tierra no cesaría debido a la ignorancia de la gente de sus leyes. Los seres humanos volverían a encarnar; pero habría algo muy extraño en estas encarnaciones. Los hombres se convertirían gradualmente en una raza con cuerpos consumidos y arrugados por todas partes, cuerpos terrenales que finalmente quedarían tan lisiados que las personas quedarían completamente incapacitadas. Por decirlo brevemente, en futuras encarnaciones, una condición de morir, de marchitarse, atacaría a la humanidad si su conciencia, y desde allí, las profundidades ocultas de estar en el cuerpo físico, no recibieran nueva vida a través del poder de la esperanza.

Este poder de la esperanza surge a través de la certeza del conocimiento obtenido de las leyes del karma y la reencarnación. Ya existe una tendencia en los seres humanos a producir cuerpos marchitos, que en el futuro se volverían cada vez más desvencijados incluso en los huesos. La nueva revelación rejuvenecerá la médula en los huesos, las fuerzas de vida en los nervios. Ella no será una simple teoría, ella estará hecha de fuerzas vivificantes, principalmente de fuerzas de esperanza.

La fe, el amor, la esperanza, constituyen tres etapas en el ser esencial del hombre; son necesarias para la salud y para la vida en general, porque sin ellas no podemos existir. Así como el trabajo no se puede hacer en una habitación oscura hasta que se obtenga la luz, es igualmente imposible para un ser humano continuar en su naturaleza cuádruple si sus tres envolturas no están impregnadas, calentadas y fortalecidas por la fe, el amor y la esperanza. Pues la fe, el amor, la esperanza son las fuerzas básicas en nuestro cuerpo astral, nuestro cuerpo etérico y nuestro cuerpo físico. Y a partir de esta instancia, pueden juzgar cómo la nueva revelación hace su entrada en el mundo, impregnando el lenguaje antiguo con contenido de pensamiento. ¿No son estas tres palabras maravillosas instadas sobre nosotros en la revelación del Evangelio, estas palabras de sabiduría que suenan a través de los siglos —fe, amor, esperanza? Pero poco se ha entendido de toda su conexión con la vida humana, tan poco que solo en ciertos lugares se ha observado su secuencia correcta.

Es cierto que la fe, el amor y la esperanza, a veces se ponen en este orden correcto; pero el significado de las palabras es tan poco apreciado que a menudo escuchamos fe, esperanza, caridad, lo cual es incorrecto; porque no puedes decir cuerpo astral, cuerpo físico, cuerpo etérico, si les dieras la secuencia correcta. Eso sería poner las cosas en alto, como a veces hace un niño antes de comprender el contenido mental de lo que se dice. Es lo mismo con todo lo relacionado con la segunda revelación. Está impregnado en todo el pensamiento; y nos hemos esforzado por impregnar de pensamiento nuestra explicación de los Evangelios. ¿Pero qué han significado para la gente hasta ahora? Ha sido algo con lo que fortalecer a la humanidad y llenarla de percepciones grandes y poderosas, algo que inspire a los hombres a entrar en la profundidad del corazón y los sentimientos en el Misterio del Gólgota. Pero ahora consideren el simple hecho de que las personas recién comienzan a reflexionar sobre los Evangelios, y al hacerlo, han encontrado contradicciones sobre las cuales solo la Ciencia Espiritual puede ayudar a arrojar luz. Por lo tanto, recién ahora comienzan a dejar que sus almas sean trabajadas por el contenido mental de lo que los Evangelios les dan en el lenguaje de los mundos suprasensibles. A este respecto, hemos señalado lo que es tan esencial y de tanta importancia para nuestra época: la nueva aparición de Cristo en un cuerpo etérico, ya que su aparición en un cuerpo físico está descartada por todo el carácter de nuestros tiempos.

Por lo tanto, hemos indicado que el Cristo, en contraste con el sufrimiento del Cristo en el Gólgota, aparece ahora como Cristo triunfante, Cristo el Señor del Karma. Esto ha sido presagiado por aquellos que lo han pintado como el Cristo del Juicio Final. Ya sea pintado o descrito en palabras, se representa algo que en el momento señalado sucederá.

En verdad, esto comienza en el siglo XX y se mantendrá hasta el fin de la Tierra. Es en nuestro siglo XX cuando comienza este juicio, este ordenamiento del Karma, y hemos visto cuán infinitamente importante es para nuestra época que esta revelación llegue a los hombres de tal manera que incluso conceptos como el de la fe, el amor y la esperanza, se les pueda dar su verdadera valoración por primera vez.

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Juan el Bautista dijo: Cambia tu estado de ánimo del alma, el Reino de los Cielos está cerca. Es decir, tomen el yo humano que ya no necesita abstenerse de acercarse al mundo espiritual, un dicho que señala claramente lo que está en cuestión, a saber, que con el evento de Palestina llegó el momento de verter la luz suprasensible en el yo del hombre, de modo que en su yo los cielos puedan descender. Anteriormente, el yo solo podía llegar a los hombres hundiéndose en su inconsciente. Pero aquellos que interpretan todo materialmente dicen: El Cristo, teniendo en cuenta las debilidades, errores y prejuicios de sus contemporáneos, incluso predijo, como la gente crédula de su tiempo, que el milenio se realizaría o que una gran catástrofe caería sobre la Tierra. Ninguno de estos eventos, sin embargo, se produjo. De hecho, hubo una catástrofe, pero solo perceptible para el espíritu. Los crédulos y supersticiosos, que creen que Cristo había predicho cómo sería su venida real de las nubes, interpretaron su significado de una manera materialista.

Hoy, también, hay personas que interpretan lo que debe entenderse solo en espíritu, y cuando no sucede nada en un sentido material, juzgan el asunto de la misma manera que se hizo en el caso del milenio. ¿Cuántos de hecho encontramos hoy que, hablando casi con lástima de esos eventos, dicen que Cristo fue influenciado por las creencias de su tiempo y buscó el inminente acercamiento a la Tierra del Reino de los Cielos? Esa fue una debilidad por parte de Cristo, dicen, y luego se vio —y comentado incluso por distinguidos teólogos— que el Reino de los Cielos no ha descendido a la Tierra.

Es posible que los hombres también encuentren nuestra nueva revelación, de tal manera que después de un tiempo, cuando la mejora de las facultades de los hombres esté en su apogeo, dirán: «Bueno, nada ha salido de todas estas predicciones tuyas», sin darse cuenta de que simplemente no pueden ver lo que hay allí. Así los eventos se repiten. La Ciencia Espiritual está destinada a reunir a un gran número de personas, hasta que se cumpla lo que han dicho aquellos con un conocimiento correcto de cómo durante este siglo la nueva revelación y los nuevos hechos suprasensibles están apareciendo en la evolución humana. Luego continuarán su curso de la misma manera, y se volverán cada vez más significativos durante los próximos 3.000 años, hasta que se revelen una vez más hechos importantes y de nuevo peso a la humanidad.

Traducción revisada por Gracia Muñoz en octubre de 2019

 

 

 

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