GA187. El nacimiento de Cristo en el Alma Humana

Rudolf Steiner — Basilea (Suiza) del 22 de diciembre de 1918

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Dos poderosos pilares del espíritu tienen dos festividades anuales, las festividades de Navidad y Semana Santa, establecidas por el sentimiento cósmico cristiano en el transcurso del año, que deben ser un símbolo del curso de la vida del hombre. Podemos decir que en la concepción de la Navidad y la concepción de la Pascua tenemos ante el alma humana aquellos dos pilares espirituales en los que se inscriben los dos grandes misterios de la existencia física del hombre que debe considerar de manera muy diferente a la forma en que ve otros acontecimientos en el curso de su vida física.

Es cierto que un elemento suprasensible se proyecta en esta vida física: a través de la observación de los sentidos, a través de juicios intelectuales, a través del contenido del sentimiento y la voluntad. Pero este elemento suprasensible se manifiesta claramente en otros casos como, por ejemplo, cuando el sentimiento cósmico cristiano se compromete a simbolizarlo en la festividad de Pentecostés. Sin embargo, en la concepción navideña y en la de Pascua, se atrae la atención hacia esos dos eventos que ocurren en el curso de la vida física y que son puramente físicos en su apariencia externa pero que, en contraste con todos los demás eventos físicos, no se manifiestan de inmediato a sí mismos como eventos físicos.

Podemos contemplar la vida física del hombre como contemplamos la naturaleza; así podemos mirar el lado externo de la vida física y la manifestación externa de lo espiritual. Pero nunca podemos ver con nuestra visión física las dos experiencias límite del curso de la vida humana, —ni siquiera el aspecto externo, la manifestación externa—, sin que nos enfrentemos, incluso a través de nuestra visión física, con el enorme enigma, el elemento de misterio, en estos dos eventos. Son los acontecimientos del nacimiento y de la muerte. Y en la vida de Cristo Jesús están estos dos eventos de la vida física del hombre, y también en las concepciones de la Navidad y la Pascua, que nos los recuerdan —confrontándonos con el corazón cristiano sensible.

En el pensamiento de la Navidad y el pensamiento de la Pascua, el alma del hombre quiere mirar los dos grandes misterios. Y, como se ve así, encuentra en esta contemplación una fuerza llena de luz para el pensamiento humano, contenido lleno de poder para la voluntad, una elevación vertical de todo el hombre, desde cualquier situación en la que necesite esta elevación vertical. Así como nos confrontan, estos dos pilares del espíritu —el pensamiento de la Navidad y el pensamiento de la Pascua— poseen un valor eterno.

Pero, en el curso de la evolución del hombre, sus capacidades de concepción se han acercado de múltiples maneras al gran pensamiento navideño y al gran pensamiento pascual. Durante los primeros tiempos de la evolución del cristianismo, cuando el Evento de Gólgota hubo penetrado con un efecto devastador en las emociones humanas, los hombres encontraron gradualmente su camino hacia la visión del Redentor muriendo en el Gólgota, y que llegaron durante los primeros siglos cristianos a sentir en El Crucificado en la cruz el pensamiento de la Redención, y gradualmente se fue formando la potente y poderosa imaginación del Cristo muriendo en la cruz. Pero en los últimos tiempos, especialmente desde que comenzó la época moderna, el sentimiento cristiano, que se adapta al materialismo que surge en la evolución humana, se está volviendo a la imagen del elemento infantil que ingresa al mundo en el Jesús recién nacido.

Ciertamente podemos decir que encontramos un elemento sensible en la forma en que el sentimiento cristiano de Europa ha convertido durante los últimos siglos al pesebre navideño en algo como un cristianismo materialista. El ansia —esto no se dice en un mal sentido— de acariciar al niño Jesús se ha vuelto trivial a lo largo de los siglos. Y muchas canciones sobre el infante Jesús que sentimos en nuestros días por ser hermosas —o encantadoras, como muchos lo expresan— no nos parece que posean una seriedad lo suficientemente profunda en presencia de estos tiempos más serios.

Pero el pensamiento pascual y el pensamiento navideño, mis queridos amigos, son dos pilares eternos, pilares memoriales eternos, del corazón humano. Y podemos decir verdaderamente que nuestra era de nuevas revelaciones espirituales arrojará una nueva luz sobre el pensamiento de la Navidad; que el pensamiento navideño se sentirá gradualmente de una forma nueva y gloriosa. Será nuestra tarea escuchar en los eventos mundiales actuales el llamado a una renovación de muchos conceptos antiguos, un llamado a una nueva revelación del espíritu. Será nuestra tarea comprender cómo una nueva concepción de la Navidad, para el fortalecimiento y la elevación del alma humana, se está abriendo camino a través del curso actual de los acontecimientos mundiales.

El nacimiento y la muerte del ser humano, sin importar cómo podamos analizarlos, cuán intensamente podamos mirarlos, se manifiestan como eventos que desempeñan su papel directamente en el plano físico, y en los que lo espiritual es tan dominante que nadie que reflexione seriamente sobre las cosas podría negar que estos dos eventos, estos eventos terrenales de la vida humana, dan evidencia al trabajar en el ser humano de que el hombre es ciudadano de un mundo espiritual. Ninguna visión natural del mundo puede tener éxito —en medio de lo que puede ser percibido por los sentidos y entendido por el intelecto— en encontrar en el nacimiento y en la muerte cualquier otra cosa que no sean eventos en los que la intervención del espíritu se manifiesta directamente en lo físico. Sólo estos dos eventos se manifiestan así al corazón humano.

En cuanto al evento navideño también, el evento del nacimiento, el corazón humano y cristiano debe tener un sentido cada vez más profundo de su misterio. Podemos decir que los hombres rara vez se han elevado al nivel desde el cual podrían, en el verdadero sentido, dirigir su mirada a la misteriosa naturaleza del nacimiento. Muy raramente, de hecho, desde luego en conceptos que hablen a lo más profundo del corazón humano.

Así es, mis queridos amigos, en la concepción asociada con la vida espiritual de Suiza del siglo XV, con Nicholas von der Flue.  Se relaciona con el —y él mismo lo relató— que, antes de su nacimiento, antes de poder respirar el aire exterior, había visto su propia forma humana, la que usaría después de su nacimiento, lo que debería haber ocurrido y su vida debería haber comenzado su curso. Y había visto antes de su nacimiento la ceremonia de su propio bautizo, las personas que asistieron al bautizo y que compartieron sus primeras experiencias con la excepción de una persona anciana que estaba presente en ese momento y que no conocía, reconoció a los demás porque ya los había visto antes de contemplar la luz del mundo.

Sin embargo, como podemos ver en esta narración, no podemos escapar a la impresión de que apunta de alguna manera al misterio del nacimiento humano, que enfrenta a la historia mundial tan magníficamente simbolizada en la concepción navideña. En la historia de Nicholas von der Flue encontraremos la sugerencia de que hay algo relacionado con nuestra entrada en la vida física, algo que se oculta de la visión cotidiana de la humanidad solo por un tabique muy delgado; por un muro que se puede romper cuando existe una situación tan kármica como la que estaba presente en el caso de Nicholas von der Flue. Una alusión tan sorprendente al misterio del nacimiento y de la Navidad todavía nos encontramos aquí y allá; pero debemos decir que la humanidad todavía no se ha dado cuenta del hecho de que el nacimiento y la muerte, los dos pilares fronterizos de la vida humana con que nos enfrentamos en el mundo físico, se revelan incluso en su manifestación física como eventos espirituales, tal como nunca podría ocurrir dentro del mero curso de la naturaleza; como eventos en los que, por el contrario, intervienen los poderes divinos espirituales, como es evidente en el hecho mismo de que estas dos experiencias límite del curso de la vida humana aún deben permanecer como misterios, incluso en su manifestación física.

La nueva revelación de Cristo ahora nos lleva a contemplar el curso de la vida del hombre —por lo que podemos decir con seguridad— como espera Cristo que debamos contemplarlo en el siglo veinte. Recordemos hoy, cuando deseamos profundizar en el pensamiento de la Navidad, un dicho que, según se dice, fue pronunciado por Cristo Jesús y nos puede llevar a la concepción de la Navidad. El dicho dice así: «Excepto que os hagáis como niños pequeños, no entraréis en el Reino de los Cielos».  «Excepto que os hagáis como niños» —esto realmente no es una exhortación a quitar todo el carácter misterioso de la concepción navideña, y a arrastrarlo a la trivialidad de «querido niño Jesús», como lo relatan muchas canciones populares y artísticas —las canciones populares menos que las artísticas— en el curso de la evolución materialista del cristianismo. Este mismo dicho —»Excepto que te conviertas en un niño, no entrarás en el Reino de los Cielos»— nos impulsa a mirar hacia arriba a los poderosos impulsos que surgen a través de la corriente de la evolución humana.

Y en nuestro tiempo presente, cuando todo lo que está sucediendo en el mundo seguramente no da ocasión para caer en los conceptos triviales de la Navidad, cuando el corazón humano está lleno de tanto dolor, cuando este corazón humano debe reflexionar sobre tantos millones de seres humanos que han encontrado su muerte en los últimos años, debe reflexionar sobre innumerables multitudes que tienen hambre  —en este momento, seguramente no nos conviene nada, excepto contemplar los poderosos pensamientos dentro de la historia mundial que impulsan a la humanidad en su curso hacia adelante, pensamientos hacia los cuales podemos guiarnos por el dicho. «Excepto que se conviertan en niños», que podemos complementar con este otro dicho: «A menos que vivas tu vida a la luz de este pensamiento, no podrás entrar en el Reino de los Cielos».

Mis queridos amigos, en el preciso momento en que el ser humano entra en el mundo como un niño, se retira del mundo del espíritu. Porque lo que ocurre en el mundo físico, la procreación y el crecimiento de su cuerpo físico, es solo la envoltura de ese evento que no se puede describir de otra manera que diciendo que el hombre en su ser más profundo se retira del mundo espiritual. El hombre nace del espíritu en un cuerpo. Cuando el Rosacruz dijo: «Ex deo nascimur», se refería al ser humano en la medida en que entra al mundo físico. Para lo que constituyen las envolturas alrededor del ser humano, lo que le da una totalidad física aquí en la esfera de la Tierra, es lo que indica el dicho: Ex deo nascimur. Si miramos el centro del ser humano, la entidad más interna, debemos decir que el hombre sale del espíritu hacia el mundo físico. A través de lo que ocurre en el mundo físico, aquello sobre lo que ha mirado desde el mundo del espíritu antes de su concepción o su nacimiento, está envuelto en su cuerpo físico, para que pueda experimentar en su cuerpo físico cosas que no pueden ser experimentadas excepto en tal cuerpo. Pero, en su ser más central, el hombre sale del mundo espiritual. Y él es de tal naturaleza que en sus primeros años —a los ojos de aquellos que quieren ver las cosas como están en el mundo, que no están cegados por la ilusión del materialismo— es tal la naturaleza de este ser humano, que revela incluso en sus primeros años cómo ha salido del espíritu. Lo que experimentamos en relación con el niño es de tal carácter, para aquellos que poseen conocimiento, como que se les revela el sentimiento de los efectos posteriores de sus experiencias en el mundo espiritual.

Es a este misterio al que pretenden aludir narraciones como la asociada con el nombre de Nicholas von der Flue. Una visión trivial, fuertemente influenciada por un modo de pensamiento materialista, declara en su simplicidad que el ser humano desarrolla gradualmente su yo en el curso de su vida desde el nacimiento hasta la muerte; que este yo se vuelve cada vez más potente y poderoso, cada vez más claramente manifestado. Esta es una forma ingenua de pensar, mis queridos amigos. Porque, si observamos el verdadero yo del hombre, lo que entra en un revestimiento físico en el nacimiento del ser humano desde el mundo espiritual, entonces nos expresaríamos de manera muy diferente sobre la evolución física total del hombre. Es decir, entonces sabríamos que, a medida que el ser humano se desarrolla progresivamente en el cuerpo físico, el verdadero yo en realidad desaparece de la forma física, y se hace cada vez menos manifiesto; y que lo que se desarrolla aquí en el mundo físico entre el nacimiento y la muerte es solo un reflejo de los sucesos espirituales, un reflejo muerto de una vida superior. La forma correcta de expresarlo sería declarar que toda la plenitud del ser humano desaparece gradualmente en el cuerpo, volviéndose cada vez menos manifiesto. A medida que el ser humano vive su vida física aquí en la Tierra, gradualmente se pierde en su cuerpo, para encontrarse nuevamente en el espíritu después de la muerte. Así lo hace alguien que sabe lo que expresan los hechos. Pero alguien que ignora los hechos declara que el niño está incompleto, y que el yo se desarrolla poco a poco a una perfección cada vez mayor, que surge de los niveles subconscientes indefinidos de la existencia del hombre. El que sabe lo que ve el buscador espiritual debe expresarse en este campo, de lo contrario, lo hará la conciencia sensorial de nuestra época, enredada en ilusiones externas, siempre materialista en la tendencia de sus sentimientos.

Así el hombre entra en el mundo como un ser espiritual. Su naturaleza corporal, mientras que es un niño, todavía está indefinida; hasta ahora, ha reclamado poco a la naturaleza espiritual, que entra en la existencia física como dormida —pero que aparece tener poco contenido solo porque en la vida física ordinaria no podemos percibir este ser espiritual, tan poco como podemos percibir el yo dormido y el cuerpo astral cuando están separados de los cuerpos físico y etérico. Pero el hecho de que no percibamos un ser no lo hace menos perfecto. Esto es lo que el ser humano tiene que adquirir a través de su cuerpo físico —sumergirse cada vez más en el cuerpo físico con el fin de lograr mediante este entierro en las capacidades corporales lo que solo puede adquirirse de esta manera, a través del hecho de que el espíritu y el alma por un tiempo se pierdan a sí mismos en la existencia física. Para que podamos recordar siempre nuestro origen espiritual, para que podamos crecer fuertes en el pensamiento de que hemos salido del espíritu hacia el mundo físico —es por esta razón que la concepción navideña permanece allí como una poderosa columna de luz en medio del sentimiento cósmico cristiano. Este pensamiento, como un pensamiento de Navidad, debe crecer cada vez más en la futura evolución espiritual de la humanidad. Entonces, el concepto navideño volverá a ser poderoso para la humanidad; entonces se acercará una vez más a la festividad de Navidad de tal manera que extraiga fuerzas para la vida física a partir de que la concepción de la Navidad, nos puede recordar el camino correcto de nuestro origen espiritual. Rara vez este pensamiento navideño puede ser tan poderoso en el momento actual como lo será en los corazones humanos. Porque es un hecho extraño, pero arraigado en las mismas leyes de la existencia espiritual, que lo que sale a la luz en el mundo —llevando a la humanidad hacia adelante, útil para la humanidad— no aparece de inmediato en su forma última: que aparece por primera vez, por así decirlo, tumultuosamente, como si los espíritus ilegales aparecieran prematuramente en la evolución mundial. Entenderemos la evolución histórica de la humanidad en su verdadero significado solo cuando sepamos que las verdades no deben entenderse tal como aparecen por primera vez en la historia mundial, sino que debemos considerarlas en relación con las verdades, el momento adecuado para su entrada en la evolución humana en su verdadera luz.

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Entre muchos tipos de pensamientos que han entrado en la evolución de la humanidad moderna —ciertamente inspirados por el impulso de Cristo, pero al principio de forma prematura— es el concepto de la igualdad de la humanidad ante Dios y el mundo, la igualdad de todos los hombres, un pensamiento profundamente cristiano pero capaz de profundizarse cada vez mas. Pero no debemos colocar este pensamiento ante los corazones de los hombres en una generalización como la que le dio la Revolución Francesa, cuando apareció por primera vez de forma tumultuosa en la evolución humana. Debemos ser conscientes del hecho de que esta vida del hombre desde el nacimiento hasta la muerte está involucrada en un proceso de evolución, y que los impulsos primarios que trabajan sobre ella se distribuyen en el tiempo. Reflexionemos sobre el ser humano al entrar en la existencia sensible: entra en la vida llena del impulso de la igualdad de la naturaleza humana en todos los hombres. Sentimos la naturaleza infantil con la mayor intensidad cuando vemos a un niño permeado a través de todo su ser por la concepción de la igualdad de todos los hombres. Nada que crea desigualdad entre los hombres, nada que organice a los hombres de tal manera que se sientan diferentes a los demás —nada de todo esto entra primero en la naturaleza del niño. Todo esto se imparte al ser humano en el curso de la vida física. La desigualdad es creada por la existencia física; los seres humanos salen del espíritu iguales ante el mundo, ante Dios y ante otros seres humanos. Así lo declara el misterio del niño. Y a este misterio del niño, está unido a la concepción navideña, que consiste en encontrar su significado más profundo en la nueva revelación cristiana. Para esta nueva revelación cristiana se tendrá en cuenta la nueva Trinidad: el ser humano, como representante directo de la humanidad; lo ahrimánico y lo luciférico. Y, cuando se sepa cómo se coloca al ser humano en el mundo en una relación de equilibrio entre lo Ahrimánico y lo Luciférico, se entenderá también lo que realmente es este ser humano en la existencia física externa.

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Lo más importante de todo es que se debe comprender, tener una comprensión cristiana, en referencia a un cierto aspecto de la vida humana. Claramente, el pensamiento cristiano proclamará en el futuro lo que ya ha sido afirmado por ciertos espíritus desde mediados del siglo XIX, aunque con acentos de tartamudeo y nunca de forma tan clara. Cuando comprendemos el hecho de que el pensamiento de igualdad entra en el mundo en el niño, pero que las fuerzas de desigualdad se desarrollan más tarde en el hombre, como por el hecho de haber nacido, fuerzas que no parecen pertenecer a esta Tierra, entonces nos enfrenta otro profundo misterio en relación con el concepto de igualdad. Ver en este misterio, y al verlo obtener una verdadera concepción del hombre, pertenecerá desde el tiempo presente a las necesidades más importantes y graves en la evolución futura de la vida del alma. Este es el problema deprimente al que se enfrenta el hombre: en verdad, los seres humanos crecen para ser diferentes, aunque no lo sean tanto en la infancia, debido a algo que nace dentro de ellos, que está en la sangre: sus diferentes dones y capacidades.

La cuestión de los dones y las capacidades, que causan tantas desigualdades entre los hombres, nos enfrenta en relación con el pensamiento de la Navidad. Y la festividad navideña del futuro siempre advertirá a los hombres con gran seriedad, recordándoles el origen de aquello que los diferencia tan ampliamente sobre la Tierra, el origen de sus dones, capacidades, talentos, incluso el don del genio. Tendrán que indagar sobre el origen de estos. Y solo se logrará un verdadero equilibrio dentro de la existencia física cuando el ser humano pueda señalar correctamente el origen de las capacidades que lo diferencian de otros hombres. La luz de la Navidad, o las velas de la Navidad, deben dar a la humanidad en evolución una explicación de estas capacidades; debe responder a la pregunta profunda: ¿Los seres humanos individuales sufren una injusticia entre el nacimiento y la muerte bajo el ordenamiento del universo? ¿Cuál es la verdad sobre sus facultades y sus dones?

Ahora, mis queridos amigos, muchas cosas se verán bajo una luz diferente cuando la humanidad haya sido impregnada por el nuevo sentimiento cristiano. Más particularmente se entenderá por qué la concepción oculta del Antiguo Testamento poseía una visión especial de la naturaleza del don profético. ¿Cuáles fueron los profetas que aparecen en el Antiguo Testamento? Eran personalidades que habían sido santificadas por Yahvé; eran esas personalidades a las que se les permitía emplear de manera correcta dones espirituales especiales que superaban con mucho a los del hombre común. Yahvé primero tuvo que santificar sus capacidades, que nacen en los hombres como si estuvieran motivadas en su sangre. Y sabemos que Yahvé trabaja en los seres humanos entre el dormir y el despertar. Sabemos que Yahvé no trabaja dentro de la vida consciente. Todo verdadero creyente del Antiguo Testamento se dijo en su corazón: Lo que diferencia a los hombres en cuanto a sus capacidades y dones, lo que se eleva al nivel de genio en la naturaleza del profeta, nace con la persona, pero no podrá usarlo para un buen propósito, a menos que pueda sumergirse en el sueño en ese reino en el que Yahvé guía los impulsos de su alma transformándola desde los dones del mundo espiritual que, de otro modo, serian solo físicos, inherentes al cuerpo.

Aquí señalamos un profundo misterio de la concepción del Antiguo Testamento. La visión del Antiguo Testamento, incluida la relacionada con la naturaleza del profeta, debe desaparecer. Las nuevas concepciones deben, para la redención de la humanidad, entrar en la evolución histórica cósmica. Lo que el antiguo hebreo creía que fue santificado por Yahvé en el estado inconsciente de sueño, el ser humano debe ser capaz de santificarlo en la época moderna mientras está despierto, en un estado de consciencia clara. Pero solo podrá hacer esto si sabe, por un lado, que todos los dones, capacidades, talentos naturales, incluso el genio, son dotes luciféricas y trabajan en el mundo de manera luciférica a menos que estén santificados e impregnados por todo lo que pueda entrar en el mundo como el impulso de Cristo.

Nos referimos a un misterio tremendamente importante de la evolución de la humanidad moderna cuando comprendemos el núcleo central de la concepción navideña, y llamamos la atención sobre el hecho de que el Cristo debe ser tan comprendido y sentido por los hombres en sus corazones que sobre la base del Nuevo Testamento, diga: «Además de la inclinación del niño, de su aspiración, hacia la igualdad, he sido dotado de varias capacidades y talentos. Pero pueden conducir permanentemente a buenos resultados, al bienestar de la humanidad, solo si estos dones, estos talentos, están dedicados al servicio de Cristo Jesús; solo si el ser humano se esfuerza por impregnar toda su naturaleza con el Cristo, para que los dones humanos, los talentos y el genio puedan ser liberados del alcance de Lucifer «.

El corazón impregnado por el Cristo le arrebata a Lucifer lo que de otra manera trabajaría, de manera luciférica, en la existencia física del hombre. Este pensamiento debe influir poderosamente en la evolución futura del alma humana. Este es el nuevo pensamiento navideño, el nuevo anuncio de la influencia del Cristo en nuestras almas, que produce la transformación de lo luciférico, que no entra en nosotros porque salimos del espíritu, sino que se encuentra en nosotros porque estamos vestidos de un cuerpo físico permeado de sangre que nos otorga capacidades derivadas de la línea de la herencia. Dentro de la corriente luciférica, dentro de lo que trabaja en la corriente de la herencia, aparecen estas características, pero deben ser conquistadas y dominadas durante la vida física por lo que el ser humano puede sentir en relación con el impulso de Cristo, no a través de la Inspiración de Yahvé durante el sueño, sino a través de la fructificación de las experiencias del hombre en plena consciencia. «Dirígete, oh cristiano, al pensamiento navideño” —así habla el nuevo cristianismo—  «Y reclina en el altar que se prepara para la Navidad cada diferencia que hayas recibido como ser humano de tu sangre, y santifica tus capacidades, santifica tus dones, santifica incluso a tu genio mientras lo contemplas iluminado por la luz que irradia del árbol de navidad».

La nueva anunciación del espíritu debe hablar un nuevo idioma, y no debemos ser mudos ni prestar atención a la nueva revelación del espíritu que nos habla en esta época profundamente grave en la que vivimos. Cuando somos sensibles a tales pensamientos, vivimos con el poder con el que el hombre debe vivir en este tiempo para cumplir los grandes deberes que deben asignarse a la humanidad en esta misma época. La gravedad total del pensamiento navideño debe ser experimentada: que en nuestros días debe entrar en la consciencia de vigilia de la humanidad lo que el Cristo quiso decirles a los hombres cuando pronunció las palabras: “Excepto que se hagan niños pequeños, no entrarán en el Reino de los Cielos”.

El pensamiento de igualdad que el niño manifiesta, si lo miramos de la manera correcta, no está condenado por falsedad por estas palabras, porque ese Niño cuyo nacimiento conmemoramos en la víspera de Navidad, proclama a los seres humanos en el curso de su Evolución a través de la historia del mundo —revelando pensamientos siempre nuevos— claramente, que los dones de diferenciación que poseemos deben colocarse a la luz del Cristo que engendró a este Niño; que todo lo que estos dones diferenciadores tenemos dentro de nosotros, los seres humanos debemos colocarlos sobre el altar de este Niño.

Ahora pueden preguntar bajo la inspiración del pensamiento navideño: «¿Cómo puedo experimentar el impulso de Cristo dentro de mi propia alma?» Por desgracia, este pensamiento es a menudo una pesada carga en los corazones de los hombres.

Ahora, mis queridos amigos, lo que podemos llamar el impulso de Cristo no se arraiga en nuestras almas en un momento, de forma inmediata y tempestuosa. Y en diferentes etapas se arraiga de manera diferente en el hombre. En nuestros días, el hombre debe tomar en sí mismo en plena conciencia de vigilia los pensamientos cósmicos que han sido impartidos de forma contundente por el conocimiento espiritual guiado por el movimiento antroposófico al que pertenecemos. Estos pensamientos —siempre que realmente se entiendan— pueden despertar dentro de nosotros la seguridad de que la nueva revelación, el nuevo impulso de Cristo, entra en él realmente en las alas de estos pensamientos. Y tal persona sentirá el nuevo impulso solo si le presta atención.

Si en el sentido que pretendemos, en la realidad viviente apropiada para nuestra época, toman en ustedes los pensamientos espirituales de la dirección del mundo; procuren tomarlos en ustedes mismos, no como meras enseñanzas, no simplemente como teorías —sino en tal forma que estos pensamientos conmuevan iluminen y den calor a sus almas llevándolos a las profundidades— para que vivan dentro de ti. Busquen el sentir estos pensamientos tan intensamente que se conviertan en algo que parece pasar a través de tu cuerpo hacia tu alma y cambiar tu propio cuerpo. Busquen despojar de estos pensamientos todas las abstracciones, cualquier cosa teórica. Traten de descubrir por ustedes mismos que estos pensamientos son tales que constituyen un verdadero alimento para el alma. Busquen descubrir que, con estos pensamientos, no solo los pensamientos entran en el alma, sino la vida espiritual que viene del mundo espiritual.

Entren en la unión interna más íntima con estos pensamientos y observarán tres cosas. Observarán que estos pensamientos eliminan gradualmente algo de su interior, que aparece tan claramente en los corazones humanos en nuestra época del alma consciente: que estos pensamientos, sin embargo, pueden expresarse, eliminan la búsqueda de sí mismos en el alma humana. Cuando comienzan a notar que estos pensamientos matan el egoísmo, destruyendo la fuerza de la búsqueda de uno mismo, entonces, mis queridos amigos, han sentido el carácter impregnado de Cristo del pensamiento espiritual guiado por la Antroposofía.

En segundo lugar, cuando observe que, en el momento en que la falsedad se les acerca en cualquier parte del mundo, no importa si usted mismo está tentado a ser demasiado descuidado con respecto a la verdad o si la falsedad se acerca a usted desde otra dirección, si observa eso en el momento en que la falsedad entra en la esfera de tu vida, un impulso se hará sentir, advirtiéndote, señalando la verdad, un impulso que no permitirá que la falsedad entre en tu vida, siempre te amonestara e impulsa a que te aferres a la verdad, entonces sientes, en contraste con la vida de hoy, tan fuertemente inclinada hacia la mera apariencia, el impulso viviente de Cristo. A nadie le resultará fácil mentir en presencia de pensamientos espirituales guiados por la Antroposofía, o carecer de todo sentimiento por la mera apariencia y la falsedad. Un signo que apunta hacia el sentido de la verdad aparte de todo otro conocimiento —se sentirán en los pensamientos de la nueva revelación de Cristo.

Cuando, mis queridos amigos, hayan alcanzado el punto en que no se esfuerzan por una mera comprensión teórica de la ciencia espiritual, ya que esto se busca en relación con cualquier otra ciencia, sino cuando han alcanzado la etapa en que los pensamientos les penetran de tal manera que se dicen a sí mismos: «Cuando estos pensamientos se unen íntimamente con mi alma, es como si un Poder de consciencia estuviera a mi lado advirtiéndome, señalándome la verdad» —entonces habrán encontrado el impulso Crístico en la segunda forma.

En tercer lugar, cuando sienten que algo fluye de estos pensamientos que trabaja incluso en su cuerpo, pero especialmente en el alma, que supera la enfermedad, haciendo que el ser humano esté bien y vital, cuando sientan el poder rejuvenecedor y refrescante de estos pensamientos como adversarios de la enfermedad, entonces habrán percibido la tercera parte del impulso de Cristo en estos pensamientos. Porque esta es la meta hacia la cual la humanidad lucha a través de la nueva sabiduría, en el nuevo espíritu —encontrar en el espíritu mismo el poder de superar la búsqueda de uno mismo: superar la búsqueda de uno mismo a través del amor, la mera aparición de la vida a través de la verdad, la fuerza ante la enfermedad a través de pensamientos que dan salud y nos unen inmediatamente con la armonía del Universo, porque fluyen de la armonía del Universo.

No se puede lograr todo lo que se ha indicado en la actualidad, porque el hombre tiene en su interior una antigua herencia. Es una mera falta de comprensión cuando una política como la Ciencia Cristiana se convierte en caricatura al pensar en el poder curativo del espíritu. Sin embargo, a pesar de que nuestra antigua herencia hace imposible que el pensamiento se vuelva lo suficientemente potente en la actualidad para lograr lo que el ser humano anhela —tal vez, por un motivo de auto-búsqueda— sin embargo, el pensamiento posee poder curativo. En tales cosas, el pensamiento humano siempre está pervertido. Alguien que entiende estas cosas puede decir que ciertos pensamientos dan salud, y la persona que escucha esto puede verse afectada en cierto momento por esta o aquella enfermedad. De hecho, mis queridos amigos, el hecho de que en la actualidad no podamos aliviarnos de todas las enfermedades por el mero poder del pensamiento se debe a una antigua herencia. Pero, ¿serias capaz de decir qué enfermedades te habrían superado si no hubieses tenido los pensamientos? ¿Podrían decir que su vida habría pasado en su grado actual de salud si no hubieran tenido estos pensamientos? En el caso de una persona que se ha aplicado a la ciencia espiritual guiada por la Antroposofía y que muere a la edad de 45 años, ¿puede probar que, sin estos pensamientos, no habría muerto a los 42 o 40 años de edad? Los seres humanos tienden a pensar siempre en la dirección equivocada cuando tratan con estos pensamientos. Dirigen su atención a lo que no se les puede otorgar, en razón de su karma, pero no prestan atención a lo que se les otorga a causa de su karma. Pero si, a pesar de todo lo contradictorio en el mundo físico externo, diriges tu mirada con el poder de la confianza interna que has ganado a través de la familiaridad íntima con los pensamientos de la ciencia espiritual, entonces llegas a sentir el poder curativo, un poder curativo que penetra incluso en el cuerpo físico, refrescante, rejuvenecedor —el tercer elemento, que el Cristo como sanador trae con sus revelaciones que nunca dejan de llegar al alma humana.

Hemos querido entrar más profundamente, mis queridos amigos, en el pensamiento de la Navidad, que está tan estrechamente relacionada con el misterio del nacimiento humano. Lo que se nos revela hoy del espíritu como la extensión continua del pensamiento navideño que deseamos presentar en breve resumen ante nuestras mentes. Podemos sentir que da fuerza y apoyo a nuestras vidas. Podemos sentir que nos coloca en medio de los impulsos de la evolución cósmica, sin importar lo que ocurra, para que podamos sentirnos al unísono con estos impulsos divinos en la evolución del mundo; que podamos entenderlos, y podamos extraer poder para nuestra voluntad de este entendimiento, y luz para nuestra vida de pensamiento. El hombre está evolucionando; estaría mal negar esta evolución. El único camino correcto es seguir adelante con esta evolución.

Además, Cristo ha declarado: «Estaré con vosotros siempre, hasta el fin del mundo». Esto no es una frase; esto es verdad. Cristo se ha revelado no solo en los evangelios; Cristo está con nosotros; Cristo se revela continuamente. Debemos tener oídos para escuchar lo que Él siempre está revelando en la era moderna. La debilidad nos vencerá si no tenemos fe en estas nuevas revelaciones; pero la fuerza será nuestra, si tenemos tal fe.

La fuerza nos vendrá si tenemos fe en las nuevas revelaciones, incluso si nos hablan del sufrimiento y la desgracia aparentemente contradictorias de la vida. Con nuestras propias almas pasamos por vidas repetidas en la Tierra durante las cuales se cumple nuestro destino. Incluso este pensamiento, que nos permite sentir lo espiritual detrás de la vida física externa, solo podemos darnos cuenta cuando nos adentramos en el sentido verdaderamente cristiano de las revelaciones que se suceden una tras otra. El cristiano —el verdadero cristiano— cuando se encuentra frente a las velas en el árbol de Navidad, debe comenzar a trabajar con los pensamientos fortalecidos que pueden venirle hoy desde la nueva revelación cósmica, para darle poder a su voluntad, la iluminación a su vida de pensamiento. Y su sentimiento debe ser tal que el poder y la luz de este pensamiento le permitan en el transcurso del año cristiano acercarse a ese otro pensamiento que amonesta al misterio de la muerte: el pensamiento pascual, que trae la experiencia final de la vida terrenal del hombre ante nuestras almas como experiencia espiritual.

Porque sentiremos al Cristo cada vez más si somos capaces de colocar nuestra propia existencia en la relación correcta con Su existencia. El Rosacruz medieval, uniendo su pensamiento con el cristianismo, declaró: Ex deo nascimur; en Christo Morimur; por spiritum sanctum reviviscinius. De lo Divino hemos nacido al contemplarnos a nosotros mismos como seres humanos aquí en el mundo terrenal. En Cristo morimos. En el Espíritu Santo volveremos a ser despertados. Esto en realidad pertenece a nuestra vida, nuestra vida humana. Si apartamos nuestra mirada de nuestra vida a la vida de Cristo, entonces se presenta nuestra vida como una imagen refleja. De lo Divino nacemos; en Cristo morimos; en el Espíritu Santo seremos nuevamente despertados. Este dicho, que es verdad de nuestro hermano primogénito, el Cristo que vive en nuestro medio, podemos afirmarlo de tal manera, que sentiremos que es la verdad de Cristo que emana de Él y se refleja en nuestra naturaleza humana: Él ha sido engendrado por la fuerza del Espíritu, como se representa en el Evangelio de Lucas en el símbolo de la paloma descendente; del Espíritu fue engendrado; en el cuerpo humano murió; en lo divino resucitará.

Las verdades que son eternas solo podemos asimilarlas de la manera correcta cuando las vemos en su reflexión contemporánea, no convertidas en algo absoluto, abstracto en una sola forma. Y si nos sentimos como seres humanos, no solo en un sentido abstracto, sino que los seres humanos existen en realidad en un momento en que es nuestro deber actuar y pensar en armonía con este tiempo, entonces buscaremos entender al Cristo, que está con nosotros siempre hasta el fin del mundo, en Su lenguaje contemporáneo, como Él nos enseña y nos da luz con respecto al pensamiento de Navidad, llenándonos con el poder del pensamiento de Navidad. Desearemos llevar a este Cristo a nosotros mismos en su nuevo idioma. Porque el Cristo debe relacionarse íntimamente con nosotros. Entonces seremos capaces de cumplir en nosotros mismos la verdadera misión de Cristo en el mundo terrenal y más allá de la muerte. El ser humano en cada época debe llevar al Cristo en sí mismo a su manera. Este ha sido el sentimiento de los seres humanos cuando han mirado de manera correcta los dos grandes pilares del espíritu: el pensamiento navideño y el pensamiento pascual. Así lo declaró el profundo místico alemán, Angelus Silesius, al contemplar el pensamiento navideño:

Si Cristo naciera mil veces en Belén,

Y no en ti, entonces todavía perdido permaneces.

Y, contemplando el pensamiento pascual, dijo:

La cruz de Gólgota debe ser levantada en ti

Para que, del mal, su poder te haga libre.

Verdaderamente, el Cristo debe vivir dentro de nosotros, ya que no somos seres humanos en un sentido absoluto, sino seres humanos de una época definida. El Cristo debe nacer dentro de nosotros de acuerdo con el sonido de Sus palabras en nuestra época. Debemos tratar de hacer nacer a Cristo dentro de nosotros, para nuestro fortalecimiento, para nuestra iluminación, ya que Él ha permanecido con nosotros hasta ahora, ya que permanecerá con la humanidad a través de todas las edades hasta el final del tiempo terrenal, como lo quiere ahora. Nacer en nuestras almas. Es decir, si buscamos experimentar el nacimiento de Cristo dentro de nosotros en nuestra época, ya que este evento se convierte en una luz y un poder en nuestras almas —el poder eterno y la vida eterna entrando en el tiempo— entonces contemplamos de manera verdadera el nacimiento histórico de Cristo en Belén y su contraparte en nuestras propias almas.

Si Cristo naciera mil veces en Belén,

Y no en ti, entonces todavía perdido permaneces.

A medida que Él crea el impulso en nuestros corazones hoy para ver su nacimiento —su nacimiento en eventos humanos, su nacimiento en nuestras propias almas— así profundizaremos el pensamiento navideño dentro de nosotros. Y luego desviamos la mirada hacia esa noche de consagración que deberíamos sentir que se avecina dentro de nosotros para el fortalecimiento e iluminación de los seres humanos para la resistencia de muchos males y tristezas por las que han tenido que vivir y que aún tendrán que vivir. «Mi Reino», dijo Cristo, «no es de este mundo». Es un dicho que nos desafía, si miramos su nacimiento de la manera correcta, a encontrar dentro de nosotros el camino hacia el Reino donde Él mora para darnos la fuerza, donde Él permanece para darnos luz en medio de nuestra oscuridad e impotencia a través de los impulsos provenientes del mundo del cual Él mismo habló, del cual Su aparición en la Navidad siempre será una manifestación. «Mi Reino no es de este mundo». Pero Él ha traído ese Reino a este mundo, para que siempre podamos encontrar fortaleza, consuelo, confianza y esperanza en todas las circunstancias de la vida, si tan solo venimos a él, tomando en serio sus palabras —palabras como estas:

«Excepto que os hagáis como niños pequeños, no entraréis en el Reino de los Cielos».

Traducción revisada por Gracia Muñoz en febrero de 2019.

 

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