Del ciclo: Metamorfosis del Alma. Caminos de la experiencia vol. 1
Rudolf Steiner — Berlín, 14 de octubre de 1909
Este año volveré a dar una serie de conferencias sobre temas relacionados con la Ciencia Espiritual, como lo he venido haciendo durante todos estos años. Aquellos de mi audiencia que asistieron a esas conferencias anteriores sabrán qué significa aquí el término Ciencia Espiritual (Geisteswissenschaft). Para los demás, permítanme decir que no será mi tarea discutir alguna rama abstracta de la ciencia, sino de una disciplina que trata al espíritu como algo activo y real. Se parte de la premisa de que la experiencia humana no se limita inevitablemente a la realidad perceptible por los sentidos o a los hallazgos de la razón humana y otras facultades cognitivas en la medida en que están vinculadas con lo sensorial perceptible. La Ciencia Espiritual afirma que es posible que los seres humanos penetren detrás del reino de lo sensible a los sentidos y puedan hacer observaciones que están más allá del alcance del intelecto ordinario.
Esta conferencia introductoria describirá el papel de la Ciencia Espiritual en la vida actual, y mostrará cómo en el pasado esta Ciencia Espiritual —que es tan antigua como la humanidad— apareció en una forma muy diferente de la forma que debe tomar hoy. Al hablar del presente, naturalmente no me refiero a lo inmediato aquí y ahora, sino al período relativamente largo durante el cual la vida espiritual ha tenido el carácter particular que se ha desarrollado completamente en nuestro tiempo.
Cualquiera que recuerde la vida espiritual de la humanidad verá que «un tiempo de transición» es una frase que debe usarse con cuidado, ya que cada período puede describirse así. Sin embargo, hay momentos en que la vida espiritual da un salto hacia adelante, por así decirlo. Desde el siglo XVI en adelante, la relación entre el alma y la vida espiritual de los seres humanos y el mundo exterior ha ido diferenciándose con respecto a lo que era en tiempos anteriores. Y cuanto más retrocedemos en la evolución humana, más nos encontramos con que los hombres tenían necesidades diferentes, anhelos diferentes y dieron respuestas diferentes desde dentro de ellos mismos a preguntas relacionadas con los grandes enigmas de la existencia.
Podemos obtener una impresión clara de estos períodos de transición a través de individuos que vivieron en esos días y que conservaron ciertas cualidades de sentimiento, conocimiento y voluntad de períodos anteriores, pero que fueron impulsados a satisfacer las demandas de una nueva era.
Tomemos una personalidad interesante y veamos qué hace él con respecto a la cuestión del ser del hombre y otras preguntas similares que deben involucrar de cerca a las mentes humanas —una personalidad que vivió en los albores de la vida espiritual moderna y estaba dotada de las características internas que acabo de describir. No elegiré a nadie familiar, sino a un pensador del siglo XVI que era desconocido fuera de un pequeño círculo. En su época había muchas personas que conservaban, como el, los hábitos medievales de pensar y sentir, y deseaban adquirir conocimientos de la manera en que se habían seguido durante siglos y, sin embargo, avanzaban hacia la perspectiva de la era venidera. Nombraré a un individuo de cuya vida externa casi nada se conoce históricamente.
Desde el punto de vista de la Ciencia Espiritual, esto es completamente agradable. Cualquier persona que haya pasado por el mundo de la Ciencia Espiritual sabrá cuánto distrae encontrar unido en una personalidad todos los pequeños detalles de la vida cotidiana que recopilan los biógrafos modernos. En este sentido, deberíamos estar agradecidos de que la historia haya conservado tan poco sobre Shakespeare, por ejemplo; la verdadera imagen no está estropeada —como ocurre con Goethe— por toda la trivialidad que tanto gusta arrastrar a los biógrafos. Por lo tanto, designaré a una persona de la que se sabe mucho menos de lo que se sabe sobre Shakespeare, un pensador del siglo XVII que es de gran importancia para cualquiera que pueda ver la historia del pensamiento humano.
Es Francis Joseph Philipp, el conde von Hoditz y Wolframitz, que llevo una vida de pensador solitario durante la segunda mitad del siglo XVII en Bohemia, tenemos una personalidad de gran importancia desde este punto de vista histórico. En una pequeña obra titulada Libellus de nominis convenientia[1] —no he preguntado si ya se ha publicado en su totalidad— dejó las preguntas que ocupaban su alma. Si nos sumergimos en su alma, estas preguntas pueden llevarnos a los temas que un hombre reflexivo se ocuparía en esos días. Este pensador solitario discute el gran problema central del ser humano. Con una contundencia que surge de una profunda necesidad de conocimiento, dice que nada desfigura tanto a un hombre como no saber qué es realmente su ser.
El conde von Hoditz se dirige a figuras importantes en la historia del pensamiento, por ejemplo, a Aristóteles en el siglo IV a. C., y pregunta qué dice Aristóteles en respuesta a esta pregunta —lo que realmente es el ser esencial del hombre[2]. Él dice: La respuesta de Aristóteles es que el hombre es un animal racional. Luego se dirige a un pensador posterior, Descartes, y plantea la misma pregunta, y aquí la respuesta es que el hombre es un ser pensante[3]. Pero reflexionando, llega a sentir que estos dos pensadores representativos no pueden responder a su pregunta; pues —como él dice— en las respuestas de Aristóteles y Descartes, quería aprender qué es el hombre y qué debería hacer. Cuando Aristóteles dice que el hombre es un animal racional, eso no es una respuesta a la pregunta de qué es el hombre, ya que no arroja luz sobre la naturaleza de la racionalidad. Descartes, en el siglo XVII, tampoco nos dice qué debe hacer el hombre de acuerdo con su naturaleza como ser pensante. Porque, aunque podemos saber que el hombre es un ser pensante, no sabemos qué debe pensar para tomar la vida de la manera correcta, para relacionar su pensamiento con la vida.
Así, nuestro filósofo buscó en vano una respuesta a esta pregunta vital, una pregunta que debe responderse para que el hombre no se pierda. Finalmente, se topó con algo que le parecerá extraño a un lector moderno, especialmente si se entrega a los pensamientos científicos, pero que para nuestro pensador solitario fue la única respuesta apropiada para la constitución particular de su alma. No le ayudó saber que el hombre es un animal racional o un ser pensante. Finalmente, encontró su pregunta respondida por otro pensador que la conservaba de una antigua tradición. Y enmarcó la respuesta que había descubierto con las siguientes palabras: El hombre en su esencia es una imagen de lo Divino[4]. Hoy debemos decir que el hombre en su esencia es lo que su origen en el mundo espiritual hace que sea.
Los comentarios restantes del conde von Hoditz no tienen por qué ocuparnos hoy. Todo lo que nos preocupa es que las necesidades de su alma lo llevaron a una respuesta que iba más allá de cualquier cosa que el hombre pueda ver en su entorno o comprender a través de su razón. Si examinamos el libro más de cerca, encontramos que su autor no obtuvo ese conocimiento directamente del mundo espiritual. Ahora bien, si le hubiera preocupado la cuestión de la relación entre el Sol y la Tierra, podría, incluso si él mismo no fuera un observador, haber encontrado la respuesta en algún lugar entre las observaciones recopiladas por las nuevas formas de pensamiento científico. Con respecto a las preguntas externas del mundo sensorial, podría haber usado las respuestas dadas por personas que habían investigado las preguntas a través de sus propias observaciones y experiencias. Pero las experiencias disponibles para él en ese momento no respondían a las preguntas sobre la vida espiritual del hombre, su ser real en la medida en que es espiritual. Claramente, no tenía medios para encontrar personas que hubieran tenido experiencias en el mundo espiritual por sí mismos y, por lo tanto, pudieran comunicarle las propiedades del mundo espiritual de la misma manera en que los científicos podrían impartirle su conocimiento sobre el mundo externo. Así se volvió hacia la tradición religiosa y sus registros. Sin duda, asimiló sus hallazgos —esto es característico de su calidad anímica— pero se puede ver por la forma en que trabajó que solo pudo usar su intelecto para dar una nueva forma a lo que había encontrado emergiendo del curso de la historia o de la tradición registrada.
Muchas personas ahora estarán inclinadas a preguntar: ¿Hay —o puede haber— alguna persona que, desde su propia observación y experiencia, pueda responder preguntas relacionadas con los enigmas de la vida espiritual?

Esto es precisamente lo que la Ciencia Espiritual hará, que las personas tomen conciencia una vez más del hecho de que —así como la investigación puede llevarse a cabo en el mundo sensible a los sentidos— es posible llevar a cabo investigaciones en el mundo espiritual, donde no hay ojos físicos, no hay telescopios o microscopios disponibles y, por lo tanto, se pueden dar respuestas desde la experiencia directa en cuanto a las condiciones en un mundo más allá del alcance de los sentidos. Entonces reconoceremos que hubo una época, condicionada por todo el progreso evolutivo de la humanidad, cuando se usaron otros medios para dar a conocer los hallazgos de la investigación espiritual, y que ahora tenemos una época en la que una vez más se puede hablar de estos hallazgos. La comprensión para ellos se puede encontrar de nuevo.
En medio del tiempo crepuscular de nuestro pensador solitario, cuando la evolución humana tomó un descanso, por así decirlo, de ascender hacia el mundo espiritual, y prefirió depender de las tradiciones transmitidas a través de registros antiguos o de boca en boca. En ciertos círculos se comenzó a dudar de si era posible que los seres humanos ingresaran a un mundo espiritual a través de sus propios poderes al desarrollar las facultades cognitivas que se encuentran ocultas o adormecidas dentro de ellos. ¿Hay, entonces, algún fundamento racional para decir que no tiene sentido hablar de un mundo espiritual que se encuentra más allá de lo sensible? Una mirada al progreso de la ciencia ordinaria debería ser suficiente para justificar esta pregunta. Precisamente, una consideración de los maravillosos avances que se han hecho para desentrañar los secretos de la naturaleza externa debe indicar a cualquier persona que debe existir un conocimiento superior y suprasensible. ¿Cómo es eso?
Si estudiamos la evolución humana de manera imparcial, no podemos dejar de impresionarnos por el progreso excepcional realizado en los últimos tiempos por las ciencias relacionadas con el mundo exterior. Con que orgullo —y en cierto sentido el orgullo está justificado— la gente señala que el vasto avance cada vez mayor de la ciencia moderna ha sacado a la luz muchos hechos desconocidos hace algunos siglos. Por ejemplo, hace miles de años el sol salía por la mañana y cruzaba los cielos, tal como lo hace hoy. Lo que se podía ver en los alrededores de la Tierra y en relación con el curso del sol era lo mismo para la observación externa, como lo fue en los días de Galileo, Newton, Kepler, Copérnico, etc. Pero, ¿qué podrían decir los hombres en esas épocas más tempranas sobre el mundo externo? ¿Podemos suponer que el conocimiento moderno del cual estamos tan justamente orgullosos se ha ganado simplemente contemplando el mundo externo? Si el mundo externo pudiera, tal como es, brindarnos este conocimiento, no habría necesidad de buscar más: todo el conocimiento que tenemos sobre el mundo sensible a los sentidos se habría adquirido hace siglos. ¿Cómo es que sabemos mucho más y tenemos una visión diferente de la posición del sol y demás? Se debe a que la comprensión humana, la cognición humana en relación con el mundo externo, se ha desarrollado y cambiado a lo largo de cientos o miles de años. Sí, estas facultades no fueron las mismas en la antigua Grecia, ya que están con nosotros desde el siglo XVI.
Cualquiera que estudie estos cambios sin prejuicios debe decirse a sí mismo: los hombres han adquirido algo nuevo. Han aprendido a ver el mundo exterior de manera diferente debido a algo agregado a esas facultades que se aplican al mundo sensorial externo. Por lo tanto, quedó claro que el Sol no gira alrededor de la Tierra; estas nuevas facultades obligaron a los hombres a pensar que la Tierra giraba alrededor del sol.
Nadie que esté orgulloso de los logros de la ciencia física puede dudar de que en su ser interior el hombre es capaz de desarrollarse, y que sus poderes se han remodelado de etapa en etapa hasta convertirse en lo que es hoy. Pero él está llamado a desarrollar más que poderes externos; tiene en su vida interior algo que le permite recrear el mundo a la luz de su capacidad interna de conocimiento. Entre las mejores palabras de Goethe se encuentran las siguientes (en su libro sobre Winckelmann)[5]: «si la naturaleza sana del hombre trabaja como una unidad, si se siente dentro del mundo como en un todo grande, hermoso, noble y digno. Si la facilidad armoniosa le ofrece un deleite puro y libre: entonces el Universo, si pudiera ser consciente de sí mismo, se exaltaría por haber alcanzado su objetivo y se maravillaría ante el clímax de su propio ser y devenir». Y nuevamente: «El hombre, colocado en la cima de la Naturaleza, es de una naturaleza completamente nueva, que a su vez debe lograr una cumbre propia. Asciende hacia esa altura cuando se impregna de todas las perfecciones y virtudes, convoca orden, selección, armonía y significado, y al final logra la creación de una obra de arte».
Así que el hombre puede sentir que ha nacido de las fuerzas que puede ver con sus ojos y comprender con su razón. Pero si aplica la observación imparcial que hemos mencionado, verá que no solo la Naturaleza externa tiene fuerzas que se desarrollan hasta que son observadas por el ojo humano, escuchadas por el oído humano, captadas por la razón humana. De la misma manera, un estudio de la evolución humana mostrará que algo evoluciona dentro del hombre; las facultades para obtener un conocimiento exacto de la naturaleza estaban al principio dormidas dentro de él, y se han despertado por etapas en el transcurso del tiempo. Ahora están completamente despiertas, y son estas facultades las que han hecho posible el gran progreso de la ciencia física.
¿Es entonces inevitable que estas facultades internas permanezcan como están ahora, equipadas solo para reflejar el mundo exterior? ¿No es perfectamente razonable preguntar si el alma humana no posee otros poderes ocultos que pueden ser despertados? Podría ser que, si desarrolla más los poderes que se encuentran escondidos y dormidos dentro de él, serán iluminados espiritualmente, de modo que su ojo espiritual y su oído espiritual —como Goethe los denomina[6] — se abran y le permitirán percibir un mundo espiritual detrás del mundo sensorial?.
Para cualquiera que siga este pensamiento sin prejuicios, no le parecerá absurdo que se desarrollen fuerzas ocultas para abrir el camino hacia el mundo suprasensible y responder a las preguntas: ¿Qué es el hombre en realidad? Si él es una imagen del mundo espiritual, entonces, ¿qué es este mundo espiritual?
Si describimos al hombre en términos externos y recordamos sus gestos, instintos, etc., encontraremos todas estas características representadas imperfectamente en los seres inferiores. Veremos su apariencia externa como una integración de instintos, gestos y fuerzas que se dividen entre varias criaturas inferiores. Podemos comprender esto porque vemos a nuestro alrededor los elementos a partir de los cuales el hombre se ha convertido en hombre. ¿No podría ser posible, entonces, utilizar estas fuerzas desarrolladas para penetrar de manera similar en un mundo espiritual externo y ver seres, fuerzas y objetos, tal como vemos piedras, plantas y animales en el mundo físico? ¿No podría ser posible observar procesos espirituales que arrojen luz sobre la vida interior del hombre, así como es posible aclarar su relación con el mundo exterior?
Sin embargo, ha habido un intervalo entre la forma antigua y moderna de comunicar la Ciencia Espiritual. Este fue un tiempo de descanso para la mayor parte de la humanidad. Nada nuevo fue descubierto; Las antiguas fuentes y tradiciones fueron trabajadas una y otra vez. Para el período en cuestión esto era correcto; Cada período tiene una forma característica de satisfacer sus necesidades fundamentales. Entonces, este interludio ocurrió, y debemos darnos cuenta de que mientras duró, los hombres se encontraban en una situación especial, diferente tanto de lo que había sido en el pasado como de lo que sería en el futuro. En cierto sentido, no se acostumbraron a buscar las facultades ocultas del alma, que podrían haber dado una idea del mundo espiritual. De modo que se aprovechó un momento en que los hombres ya no podían creer ni comprender que el desarrollo interno de las facultades ocultas conduce a un conocimiento suprasensible. Incluso entonces, un hecho difícilmente podría negarse: que en los seres humanos hay algo invisible. Porque, ¿cómo podría pensarse que la razón humana, por ejemplo, es una entidad visible? ¿Qué clase de pensamiento imparcial podría dejar de admitir que la cognición humana es por su naturaleza una facultad suprasensible?
El conocimiento de este hecho nunca se perdió del todo, incluso en el momento en que los hombres dejaron de creer que las facultades suprasensibles dentro del alma podían desarrollarse para dar acceso a lo suprasensible. Un pensador particular redujo esta facultad a su límite más pequeño: era imposible, dijo, que los hombres penetraran con una visión suprasensible en un mundo que se nos presente objetivamente como un mundo espiritual, como los animales, las plantas, los minerales y otras personas se nos presentan en el mundo físico. Sin embargo, incluso él tuvo que reconocer imparcialmente que algo suprasensible existe y no se puede negar.
Este pensador fue Kant[7], que llevó así una fase anterior de la evolución humana a una cierta conclusión. ¿Pero qué piensa él acerca de la relación del hombre con un mundo espiritual suprasensible? No niega que un hombre observe algo suprasensible cuando se mira a sí mismo, y que para este fin emplee facultades de conocimiento que no pueden ser percibidas por los ojos físicos, por mucho que se lleve el refinamiento de nuestros instrumentos físicos. Kant, entonces, apunta a algo suprasensible; las facultades utilizadas por el alma para hacerse una imagen del mundo exterior. Pero continúa diciendo que esto es todo lo que se puede saber acerca de un mundo suprasensible. Su opinión es que donde quiera que un hombre pueda voltear su mirada, solo ve una cosa que puede llamar suprasensible: el elemento suprasensible contenido en sus sentidos para que pueda percibir, comprender y comprender la existencia del mundo de los sentidos.
En la filosofía kantiana, en consecuencia, no hay un camino que pueda conducir a la observación o la experiencia del mundo espiritual. Lo único que Kant admite es la posibilidad de reconocer que el conocimiento del mundo externo no puede ser alcanzado por los sentidos, sino solo por medios suprasensibles. Esta es la única experiencia de lo suprasensible que puede tener el hombre.
Esa es la característica históricamente importante de la filosofía de Kant. Pero en el argumento de Kant no se puede negar que cuando el hombre usa su pensamiento en relación con sus andanzas y acciones, tiene los medios para que afecte al mundo sensible a los sentidos. Por lo tanto, Kant tuvo que reconocer que el ser humano no solo sigue impulsos instintivos, como hacen los animales; él también sigue los impulsos desde el interior de su alma, y estos pueden elevarlo mucho más que la sumisión al mero instinto. Hay innumerables ejemplos de personas que se sienten tentadas por un impulso seductor de hacer algo, pero resisten la tentación y toman como guía para la acción algo que no puede provenir de un estímulo externo.
Solo tenemos que pensar en los grandes mártires, que abandonaron todo lo que el mundo de los sentidos podía ofrecer por algo que los llevaría más allá del mundo de los sentidos. O solo necesitamos señalar la experiencia de la conciencia en el alma humana, incluso en el sentido kantiano. Cuando un hombre encuentra algo encantador y tentador, la conciencia puede decirle que no se deje engañar por eso, sino que siga la voz que le habla desde las profundidades espirituales, una voz indomable dentro de su alma. Y así, Kant, estaba seguro de que en el ser interior del hombre existe tal voz, y que lo que le revela no puede compararse con ningún mensaje del mundo exterior. Kant lo designo con la significativa frase del «imperativo categórico». Pero continúa diciendo que el hombre no puede ir más allá de esta voz del alma como un medio para actuar sobre el mundo desde lo suprasensible, porque no puede elevarse más allá del mundo de los sentidos. Siente que el deber, el imperativo categórico, la conciencia, hablan desde dentro de él, pero no puede penetrar en el reino del que provienen.
La filosofía de Kant le permite al hombre ir más allá de los límites del mundo suprasensible. Todo lo demás que reside en el reino del cual emanan el deber, la conciencia y el imperativo categórico está excluido de la observación, aunque es de la misma naturaleza suprasensible que el alma. El hombre no puede entrar en ese reino; a lo sumo puede sacar conclusiones al respecto. Puede decirse a sí mismo: «el deber me habla, pero yo soy débil; en el mundo ordinario no puedo cumplir plenamente los preceptos del deber y la conciencia. Por lo tanto, debo aceptar el hecho de que mi ser no se limita al mundo de los sentidos, sino que tiene un significado más allá de ese mundo. Puedo tener esto ante mí como una creencia, pero no es posible para mí penetrar en el mundo más allá de los sentidos; el mundo del que provienen las voces de la conciencia moral, el deber y la conciencia, el imperativo categórico».
Ahora nos referiremos a alguien que en este contexto fue la antítesis exacta de Kant: me refiero a Goethe. Cualquiera que compare verdaderamente las almas de estos dos hombres verá que son diametralmente opuestos en sus actitudes hacia los problemas más importantes del conocimiento. Goethe, después de absorber todo lo que Kant tenía que decir sobre estos problemas, sostuvo, basándose en su propia experiencia interna, que Kant estaba equivocado. Kant, dice Goethe, afirma que el hombre tiene el poder de formular juicios conceptuales e intelectuales, pero no está dotado de ninguna facultad contemplativa que pueda dar una experiencia directa del mundo espiritual. Pero —continúa Goethe— cualquiera que se haya ejercitado con toda la fuerza de su personalidad en abrirse camino desde el mundo de los sentidos hasta el mundo suprasensible, como he hecho, sabrá que no estamos limitados a sacar conclusiones, sino a través de un poder contemplativo de juicio. En realidad, somos capaces de elevarnos al mundo espiritual. Tal fue la respuesta personal de Goethe a Kant. Él enfatiza que cualquiera que afirme la existencia de este juicio contemplativo se está embarcando en una aventura de la razón, ¡pero agrega que, a partir de su propia experiencia, ha atravesado valientemente esta aventura![8] .
Sin embargo, en el reconocimiento de lo que Goethe llama «juicio contemplativo» se encuentra la esencia de la Ciencia Espiritual, porque conduce, como Goethe sabía, a un mundo espiritual; y se puede desarrollar, elevar a niveles cada vez más altos, para lograr una visión directa, una experiencia inmediata, de ese mundo. Los frutos de esta intuición mejorada son el contenido de la verdadera Ciencia Espiritual. En las próximas conferencias nos ocuparemos de estos frutos: de los resultados de una ciencia que tiene su origen en el desarrollo de facultades ocultas en el alma humana, ya que permiten al hombre contemplar un mundo espiritual, al igual que a través de los instrumentos externos de los sentidos él es capaz de mirar en los ámbitos de la química y la física.
Ahora se podría preguntar: ¿Esta posibilidad de desarrollar facultades ocultas que adormecen en el alma pertenece solo a nuestro tiempo o ha existido siempre?
Un estudio del curso de la historia humana desde un punto de vista científico-espiritual nos enseña que existían antiguas reservas de sabiduría, partes de las cuales se condensaron en aquellos escritos y tradiciones que sobrevivieron durante el período intermedio que describí anteriormente. Esta misma Ciencia Espiritual también nos muestra que hoy es nuevamente posible no solo proclamar lo antiguo, sino hablar de lo que el alma humana puede lograr por medio del desarrollo de las fuerzas y facultades que duermen dentro de él; para que un juicio sano, incluso cuando los seres humanos no puedan ver el mundo espiritual, puedan comprender los hallazgos del investigador espiritual. El juicio contemplativo que Goethe tenía en mente cuando habló en contra de Kant, es, en cierto sentido, el comienzo del camino ascendente del conocimiento que hoy en día no está de ninguna manera sin explorar. La ciencia espiritual, por lo tanto, puede mostrar, como veremos, que hay facultades ocultas de conocimiento que, por orden ascendente, penetran cada vez más en el mundo espiritual.
Cuando hablamos de conocimiento, generalmente nos referimos al conocimiento del mundo ordinario, «conocimiento material»; pero también podemos hablar de «conocimiento imaginativo», «conocimiento inspirado» y finalmente «conocimiento intuitivo»[9]. Estas son etapas del progreso del alma hacia el mundo suprasensible que también son experimentadas por el investigador espiritual individual de acuerdo con la constitución del alma actual. Caminos similares fueron seguidos por el investigador espiritual en tiempos pasados. Pero la investigación espiritual no tiene sentido si tiene que seguir siendo posesión de unos pocos; no puede limitarse a un pequeño círculo. Ciertamente, cualquier cosa que un científico común tenga que decir sobre la naturaleza de las plantas o sobre los procesos en el mundo animal puede ser útil para toda la humanidad, aunque este conocimiento sea realmente poseído por un pequeño círculo de botánicos, zoólogos, etc.
Pero la investigación espiritual no es así. Tiene que ver con las necesidades de cada alma humana; con preguntas relacionadas con las más íntimas alegrías y tristezas del alma; con un conocimiento que capacite al ser humano para soportar su destino, de tal manera que experimente satisfacción interior y felicidad, incluso si el destino le trae dolor y sufrimiento. Si ciertas preguntas permanecen sin respuesta, los hombres quedan desolados y vacíos, y precisamente esta es la preocupación de la Ciencia Espiritual. No son preguntas que se puedan tratar solo en círculos restringidos; nos conciernen a todos, en cualquier etapa de desarrollo y cultura que podamos estar, ya que su respuesta es alimento espiritual para todas y cada una de las almas.
Esto siempre ha sido así, en todo momento. Y si la Ciencia Espiritual tiene que hablarle a la humanidad de esta manera, debe encontrar los medios para hacerse entender por todos los que desean entenderla. Esto implica que debe dirigirse a aquellos poderes que están más plenamente desarrollados durante un período determinado, para que puedan responder a lo que el investigador espiritual tiene que impartir. Dado que la naturaleza humana cambia de una época a otra y el alma siempre está adquiriendo nuevas aptitudes, es natural que en el pasado la Ciencia Espiritual haya hablado de manera diferente acerca de las preguntas más candentes que conciernen al alma. En la remota antigüedad hablaba a una humanidad que no habría entendido la forma en que se habla hoy, porque las fuerzas del alma que ahora se han desarrollado no existían entonces. Si la Ciencia Espiritual se hubiera presentado de la manera que es la apropiada para hoy, hubiera sido como si uno estuviera hablando con las plantas.
En tiempos antiguos, en consecuencia, el investigador espiritual tenía que usar otros medios. Y si miramos hacia atrás a la antigüedad remota, la propia Ciencia Espiritual nos dice que, para dar respuestas en una forma adaptada a los poderes del alma de la humanidad en esos tiempos, se necesitaba una preparación diferente para aquellos que se entrenaban para mirar el mundo espiritual; tenían que cultivar poderes distintos de los necesarios para hablar con la humanidad actual. Hombres que desarrollaron las fuerzas que adormecen en el alma para contemplar el mundo espiritual y ver a los seres espirituales allí, como vemos las piedras, las plantas y los animales en el mundo físico. Estos hombres son y siempre han sido llamados por la Ciencia Espiritual los Iniciados, y las experiencias que el alma tiene que experimentar para lograr esta facultad, se llaman Iniciación. Pero en el pasado el camino era diferente de lo que es hoy en día, ya que la misión de la Ciencia Espiritual siempre está cambiando. La antigua Iniciación, que tuvo que pasar por aquellos que tuvieron que hablar con la gente en tiempos antiguos, los llevaba a una experiencia inmediata del mundo espiritual. Podían ver en reinos circundantes que están más elevados que los que se perciben a través de los sentidos. Pero tuvieron que transformar lo que vieron en imágenes simbólicas, para que la gente pudiera entenderlo. De hecho, fue solo en las imágenes que los antiguos Iniciados pudieron expresar lo que habían visto, pero estas imágenes abarcaban todo lo que podía interesar a la gente en aquellos días.
Estas imágenes, extraídas de la experiencia real, se conservan para nosotros en mitos y leyendas que provienen de los períodos y pueblos más diversos. En los círculos académicos, estos mitos y leyendas se atribuyen a la imaginación popular. Aquellos que conocen los hechos saben que los mitos y las leyendas se derivan de una visión suprasensible, y que en cada mito y leyenda genuina debemos ver una imagen exteriorizada de algo que un investigador espiritual ha experimentado, o, en las palabras de Goethe, lo que ha visto con el ojo espiritual o escuchado con el oído espiritual. Llegamos a entender leyendas y mitos solo cuando los tomamos como imágenes que expresan un conocimiento real del mundo espiritual. Son imágenes a través de las cuales se puede llegar a círculos más amplios de personas.
Es un error asumir —como ocurre a menudo hoy en día— que el alma humana siempre ha sido como lo es actualmente. El alma ha cambiado; su receptividad fue bastante diferente en el pasado. Una persona estaba satisfecha si recibía la imagen dada en el mito, porque estaba inspirada en la imagen para traer una visión intuitiva del mundo exterior mucho más directamente ante su alma. Hoy los mitos son considerados como fantasía; pero cuando en el pasado el mito se hundía en el alma de una persona, se le mostraban secretos de la naturaleza humana. Cuando miraba a las nubes o al sol y demás, comprendía de manera natural lo que el mito estaba exponiendo ante él. De esta manera, algo que podríamos llamar un mayor conocimiento fue dado a una minoría en forma simbólica. Si bien hoy hablamos y debemos hablar en un lenguaje sencillo, sería imposible expresar en nuestros términos lo que las almas de los antiguos sabios o iniciados recibieron, ya que ni los iniciados ni sus oyentes tenían las fuerzas del alma que ahora hemos desarrollado.
En aquellos tiempos tempranos las únicas formas válidas de expresión eran pictóricas. Estas imágenes se conservan en una literatura que parece muy extraña para un lector moderno. De vez en cuando, especialmente si uno se siente atraído por la curiosidad y por un deseo de conocimiento, se encuentra con un libro antiguo que contiene imágenes notables que muestran, por ejemplo, las interconexiones entre los planetas, junto con todo tipo de figuras geométricas, triángulos polígonos y así sucesivamente. Cualquiera que aplique un intelecto moderno a estas imágenes, sin haber adquirido un gusto especial por ellas, dirá: ¿Qué se puede hacer con todo esto, la llamada Clave de Salomón[10] como un símbolo tradicional, estos triángulos y polígonos y similares?
Ciertamente, el investigador espiritual estará de acuerdo en que, desde el punto de vista de la cultura moderna, nada puede hacerse de todo esto. Pero cuando las imágenes se entregaron por primera vez a los estudiantes, algo en sus almas realmente se despertó. Hoy el alma humana es diferente. Ha tenido que desarrollarse para dar respuestas modernas a preguntas sobre la naturaleza y la vida, y por lo tanto no puede responder de la manera antigua a cosas como dos triángulos entrelazados, uno apuntando hacia arriba y el otro hacia abajo. En tiempos anteriores, esta imagen podría encender una respuesta activa; el alma la miraba y percibía algo que emergía de su interior. Así como hoy en día el ojo puede mirar a través de un microscopio y ver, por ejemplo, células vegetales que no se pueden ver sin él, también estas figuras simbólicas sirvieron como instrumentos para el alma. Un hombre que contemplaba la clave de Salomón como una imagen ante su alma podía vislumbrar el mundo espiritual. Con nuestras almas modernas esto no es posible, por lo que los secretos del mundo espiritual que se transmiten en estos símbolos antiguos ya no pueden ser conocimiento en el sentido original, y aquellos que los dan como conocimiento, o quienes lo hicieron en el siglo XIX, están haciendo algo fuera de lugar con los hechos. Es por eso que uno no puede hacer nada con escritos como los de Eliphas Levi[11], por ejemplo, porque en nuestro tiempo está anticuado presentar estos símbolos dando por supuesto que pueden arrojar luz sobre el mundo espiritual. Sin embargo, en épocas anteriores, era apropiado que la Ciencia Espiritual le hablara al alma humana a través de las poderosas imágenes de mitos y leyendas, o alternativamente a través de símbolos del tipo que acabo de describir.
Luego vino el período intermedio, cuando el conocimiento del mundo espiritual se transmitió de una generación a otra por escrito o por tradición oral. Incluso si estudiamos solo la historia externa, podemos ver fácilmente cómo se transmitió. En los primeros días del cristianismo había una secta en el norte de África llamada los Terapeutas[12]: un hombre que había sido iniciado en su conocimiento dijo que poseía los antiguos escritos de sus fundadores, que aún podían ver el mundo espiritual. Sus sucesores solo podían recibir lo que estos escritos tenían que decir, o, a lo sumo, lo que podían discernir en ellos aquellos que habían alcanzado algún grado de desarrollo espiritual.
Si pasamos a la Edad Media, encontramos ciertas personas destacadas que dicen: tenemos ciertas facultades cognitivas, tenemos razón; luego, más allá de la razón ordinaria, tenemos facultades que pueden llegar a comprender ciertos secretos de la existencia; pero hay otros secretos y misterios de la existencia a los que solo se puede acceder por revelación. Están más allá del rango de las facultades que se pueden desarrollar, solo se pueden buscar en la antigua escritura.
De ahí surgió la gran división medieval entre aquellas cosas que pueden ser conocidas por la razón y aquellas que deben ser creídas porque son transmitidas por la tradición, son revelación[13]. Y fue bastante acorde con la perspectiva de esos tiempos que la frontera entre la razón y la fe debería estar claramente marcada. Esto estaba justificado para ese período, porque había pasado el tiempo en el que podían usarse ciertos signos matemáticos para llamar a las facultades de cognición en el alma humana. Hasta los tiempos modernos, una persona solo tenía un medio para captar lo suprasensible: mirar en su propia alma, como Agustín[14], por ejemplo, lo hizo hasta cierto punto.
Ya no era posible ver en el mundo exterior nada que revelara profundos secretos interiores. Los símbolos habían llegado a ser considerados como meras fantasías. Solo una cosa sobrevivió: un reconocimiento de que el mundo suprasensible correspondía a lo suprasensible en el hombre, de modo que un hombre pudiera decirse a sí mismo: puedes pensar, pero tu pensamiento está limitado por el espacio y el tiempo, mientras que en el mundo espiritual hay un ser que es pensamiento puro. Tienes una capacidad limitada para amar, mientras que en el mundo espiritual hay un Ser que es amor perfecto. Cuando el mundo espiritual estaba representado para un ser humano en términos de su propia experiencia interior, su vida interior podía extenderse a una visión de la naturaleza impregnada por lo Divino; entonces tenía conciencia de Dios. Pero, para los hechos particulares, solo podía recurrir a la información dada en escritos antiguos, porque en sí mismo no tenía nada que pudiera llevarlo al mundo espiritual.
Luego vinieron los últimos tiempos que trajeron los orgullosos logros de las ciencias naturales. Estos son los tiempos en que las facultades que podrían ir más allá del sentido perceptible emergieron no solo en aquellos que alcanzaron el conocimiento científico, sino en todos los hombres. Algo en el alma llegó a comprender que la imagen dada a los sentidos no es lo real, y se dieron cuenta de que la verdad y la apariencia son contrarias. Esta nueva facultad, que es capaz de discernir la naturaleza externa en una forma no dada a los sentidos, será comprendida cada vez más por aquellos que hoy penetran como investigadores en el mundo espiritual y luego pueden informar que se puede ver un mundo espiritual y seres espirituales, así como aquí abajo, en el mundo sensible a los sentidos, se ven animales, plantas y minerales.
Por lo tanto, el investigador espiritual tiene que hablar de reinos que no están muy lejos de la comprensión actual. Y veremos cómo los símbolos que una vez fueron un medio para obtener conocimiento del mundo espiritual se han convertido en una ayuda para el desarrollo espiritual. La Clave de Salomón, por ejemplo, que una vez provocó en el alma una verdadera percepción espiritual, ya no lo hace. Pero si hoy el alma se deja impregnar por lo que el investigador espiritual puede explicar con respecto a este símbolo, algo en el alma se despierta, y esto puede llevar a una persona al mundo espiritual por etapas. Luego, cuando obtiene la visión del mundo espiritual, puede expresar lo que ha visto en los mismos términos lógicos que se aplican a la ciencia externa.

Por lo tanto, la ciencia espiritual o el ocultismo deben hablar de una manera que pueda ser captada por cualquier persona que tenga un entendimiento lo suficientemente amplio. Todo lo que el investigador espiritual debe impartir debe estar revestido de los términos conceptuales que son habituales en otras ciencias, o no se prestará la debida atención a las necesidades de los tiempos. No todos pueden ver inmediatamente en el mundo espiritual, pero con las fuerzas apropiadas de la razón y el sentimiento que ahora existen en cada alma, si la Ciencia Espiritual se presenta correctamente, puede ser captada por cada persona normal con su razón ordinaria. El investigador espiritual está ahora nuevamente en posición de presentar lo que nuestro pensador solitario se dijo a sí mismo: el hombre en su esencia es una imagen de la Deidad.
Si queremos comprender la naturaleza física del hombre, nos fijamos en los hallazgos relevantes de la investigación física. Si queremos comprender su ser espiritual interior, miramos hacia el reino que el investigador espiritual puede investigar. Luego vemos que el hombre no nace al nacer o en la concepción, ni que deja de existir al morir, puesto que además de la parte física de su organismo tiene miembros suprasensibles. Si entendemos la naturaleza de estos miembros, penetramos en el reino donde la fe pasa al conocimiento. Y cuando Kant, en la tarde de un período más antiguo, dijo que podemos reconocer el imperativo categórico, pero que nadie puede penetrar con visión consciente en el reino de la libertad, del ser divino y la inmortalidad, estaba expresando únicamente la experiencia natural de su tiempo. La Ciencia Espiritual mostrará que podemos penetrar en un mundo espiritual; que, así como el ojo equipado con un microscopio puede penetrar en reinos más allá del alcance del ojo desnudo, también puede el alma equipada con los medios de la Ciencia Espiritual penetrar en un mundo espiritual inaccesible, donde el amor, la conciencia, la libertad y la inmortalidad pueden ser conocidos, incluso como conocemos los animales, plantas y minerales en el mundo físico. En conferencias posteriores iremos más allá de esto.
Si una vez más observamos la relación entre el investigador espiritual y su público, y la diferencia entre el pasado y el presente de la Ciencia Espiritual, podemos decir: Las imágenes simbólicas utilizadas por los investigadores espirituales en el pasado actuaron directamente sobre el alma humana, porque lo que hoy llamamos las facultades de la razón y la comprensión aún no estaban presentes. Las imágenes dieron una visión directa del mundo espiritual, y el hombre común no pudo probar con su razón lo que el investigador espiritual le comunicaba a través de ellas. Las imágenes actuaron con fuerza de sugerencia, de inspiración; el hombre sometido a ellas fue llevado y no podía resistirlas. Cualquier persona que recibía una imagen falsa era devuelta a quienes se la dieron. Por lo tanto, en aquellos tiempos tempranos era de suma importancia que aquellos que ascendieron al mundo espiritual fueran capaces de inspirar confianza absoluta y una firme creencia en su confiabilidad; porque si hacían mal uso de su poder, tenían en sus manos un instrumento que podían explotar de la peor manera posible.
Así, en la historia de la Ciencia Espiritual, hay períodos de degeneración, como también tiempos de brillantez; tiempos en que el poder de los iniciados no confiables fue mal usado. Cómo se comportaba el iniciado en aquellos tiempos tempranos hacia su público dependía en gran medida solo de sí mismo. En el presente —y se podría decir, ¡gracias a Dios por ello! — todo esto es algo diferente. Dado que el cambio no se produce de una sola vez, aún es necesario que el iniciado sea una persona confiable, y luego se justificará el sentir confianza en él. Pero las personas ya están en una relación diferente con el investigador espiritual; si tiene que hablar de acuerdo con las exigencias de su tiempo, debe hablar de tal manera que toda mente imparcial pueda entenderlo, si existe la voluntad de comprenderlo. Esto, por supuesto, está muy alejado de decir que todos los que podrían entender ahora deben entender. Pero la razón ahora puede ser el juez de lo que un individuo puede entender, y, por lo tanto, todo aquel que se dedique a la Ciencia Espiritual debe aplicar su juicio imparcial.
De ahora en adelante, esta será la misión de la Ciencia Espiritual: ascender a un mundo espiritual, a través del desarrollo de poderes ocultos, al igual que el fisiólogo penetra a través del microscopio en un reino de las entidades más pequeñas, invisible a simple vista. Y la inteligencia ordinaria podrá probar los hallazgos de la investigación espiritual, como puede probar los hallazgos del fisiólogo, el botánico, etc. Una inteligencia saludable podrá decir acerca de los hallazgos del investigador espiritual: todos son consistentes entre sí. El hombre moderno llegará al punto de decirse a sí mismo: mi razón me dice que puede ser así, y al usar mi razón puedo comprender claramente lo que el investigador espiritual tiene que decir. Y así es como el investigador espiritual, por su parte, debería hablar si se siente a sí mismo como un verdadero miembro de la misión de la Ciencia Espiritual en este momento. Pero también hoy habrá un tiempo de transición. Ya que los medios para lograr el desarrollo espiritual están disponibles y pueden usarse de manera incorrecta, muchas personas cuyo propósito no es puro, cuyo sentido del deber no es sagrado y cuya conciencia no es infalible, encontrarán su camino hacia un mundo espiritual. Pero luego, en lugar de comportarse como un investigador espiritual que puede saber por su propia experiencia si las cosas que ve están de acuerdo con los hechos, estos pretendidos investigadores impartirán información que va en contra de los hechos. Además, dado que las personas solo pueden llegar poco a poco para aplicar sus poderes de razonamiento a la comprensión de lo que dice el investigador espiritual, debemos esperar que la charlatanería, el engaño y la superstición florezcan predominantemente en este ámbito. Pero la situación está cambiando. El hombre ahora se tiene que responsabilizar a sí mismo si, sin querer usar su intelecto, es guiado por cierta curiosidad a creer ciegamente en aquellos que se hacen pasar por investigadores espirituales. Debido a que los hombres son demasiado amantes de la comodidad para aplicar su razón, y prefieren una fe ciega a pensar por sí mismos, es posible que hoy en día tengamos, en lugar del antiguo iniciado que hizo un mal uso de su poder, el charlatán moderno que impone a las personas, no a la verdad, sino a algo que quizás toma por la verdad. Esto es posible porque hoy estamos al comienzo de una fase evolutiva.
No hay nada a lo que un hombre deba aplicar su razón más rigurosamente que a las comunicaciones que le pueden venir de la Ciencia Espiritual. Las personas se pueden echar la culpa de sí mismas si caen víctimas de la charlatanería y el engaño; porque estas falsedades darán fruto abundante, como ya lo han hecho en nuestro tiempo. Esto es algo que no debe pasar desapercibido cuando estamos hablando de la misión de la Ciencia Espiritual de hoy.
Cualquiera que escuche ahora a un investigador espiritual —no de una manera voluntaria y negativa que arroje dudas inmediatas, sobre todo, sino con una disposición para probar todo a la luz de una razón sana— pronto sentiremos cómo la Ciencia Espiritual puede traer esperanza y consuelo en horas difíciles, y puede arrojar luz sobre los grandes enigmas de la existencia. Llegará a sentir que estos enigmas y las grandes cuestiones del destino se pueden resolver a través de la Ciencia Espiritual; llegará a saber qué parte de él está sujeto al nacimiento y la muerte, y cuál es el núcleo eterno de su ser. En breve, será posible —como mostraremos en conferencias posteriores— que, dada la buena voluntad y el deseo de fortalecerse al asimilar y trabajar internamente las comunicaciones de la Ciencia Espiritual, podrá decir con el sentimiento más profundo: Lo que Goethe adivinó y dijo en su juventud es verdad, y también lo son las líneas. Lo escribió en su madurez y se lo dio a Fausto para que hablara:
El mundo espiritual está siempre abierto,
Muerto es tu corazón, ¡Tu velo sensible está muy cerca!
Arriba, erudito, deja que tu pecho no se despeine.
¡Báñate en los tonos rosados del alba![15]
En las líneas del alba del Espíritu!
Traducción revisada por Gracia Muñoz en febrero de 2019
[1] El «Libellus de hominis convenienta» de Francis Joseph Philipp Count von Hoditz y Wolframitz es un manuscrito que se descubrió en la Biblioteca Fürstenberg de Praga y que se escribió aproximadamente entre 1696 y 1700.
[2] Aristóteles, 384–322 a. C. Cf. La Parva Naturalia.
[3] René Descartes, 1596-1650. Cf. por ejemplo el trabajo “Meditationes de prima Philosophia”, 1641/42.
[4] Con esta respuesta, Hoditz regresa al filósofo neolonónico de Alejandría (vea los comentarios de Rudolf Steiner sobre él en Cristianismo como Hecho místico, Rudolf Steiner Press, Londres 1972) quien a su vez revive la tradición del Antiguo Testamento; Yo Moisés 1, 26/27
[5] Goethe: Winkelmann, «Antikes» y «Schönheit»; en: Goethe, Werke, Weimar Edition, vol.46 (Weimar, 1891).
[6] Cf. por ejemplo, el ensayo de Goethe «Wenige Bemerkungen» en Goethes Naturwissenschaftliche Schriften, editado por Rudolf Steiner, Dornach, 1975, vol. 1, p.107 o en «Entwurf einer Einleitung in die vergleichende Anatomie», op. cit., p.262: «Aprendemos a ver con los ojos del espíritu, sin lo cual andamos a tientas a ciegas como en todas partes, también en la ciencia natural». También Fausto II, sc. 1, 1 1.4667.
[7] Immanuel Kant, 1724–1804. Cf. el capítulo «El tiempo de Kant y Goethe» en Los acertijos de la filosofía de Rudolf Steiner
[8] Goethe, «Anschauende Urteilskraft» en: Goethes Naturwissenschaftliche Schriften, editado por Rudolf Steiner, Dornach, 1975,
[9] Cf. relato fundamental de las etapas del conocimiento en La Ciencia Oculta, un esbozo. Rudolf Steiner, el capítulo «El conocimiento de los mundos superiores».
[10] El símbolo de dos triángulos entrelazados, el uno hacia arriba y el otro hacia abajo.
[11] Eliphas Levi, 1810–1875, ocultista. Seudónimo del originalmente diácono católico Alphonse Louis Constant de París. Dogme et Rituel de la haute Magie, 2 vols, 1854 y 1856.
[12] Filón de Alejandría (25 a. C.-50 d. C.) describe la vida y el pensamiento de los terapeutas en su obra «De vital contemplativo». Cf. también Rudolf Steiner, El cristianismo como un hecho místico, Rudolf Steiner Press, Londres 1972, p.137.
[13] A este respecto, son decisivos los escritos de Tomás de Aquino, especialmente los cuatro libros de Summa philosophica. Cf. También Rudolf Steiner, Los enigmas de la filosofía y La redención del pensamiento.
[14] San Agustín, 354–430 A.D .. Tuvo la mayor influencia de los Padres de la Iglesia en la teología y la filosofía.
[15] Fausto I, sc.1,11.443–446.
Exelente y provechoso