GA171c4. El Surgimiento del espiritismo. La Necesidad del Espíritu para la Ciencia

Del ciclo: Los impulsos internos de la evolución

Rudolf Steiner — Dornach, 23 de septiembre de 1916

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Como nuestros amigos que están presentes para el encuentro de la Building Association (Asociación de Constructores) no han escuchado las recientes conferencias pronunciadas aquí, hoy no continuaré con el asunto que nos ha ocupado hasta ahora durante algún tiempo. En vez de ello, haré una disgresión y hablaré durante estos días de cosas que puedan contribuir a una más amplia comprensión de lo que ya se ha presentado, pero que también pueda comprenderse hasta cierto grado por sí mismo. Quiero tratar muy brevemente un pensamiento importante que se ha presentado. Es, efectivamente, algo comprensible desde el carácter completo de la ciencia espiritual, pero se ve profundizado cuando uno añade a su comprensión los hechos que se han presentado en nuestros recientes estudios. Este pensamiento puede expresarse como sigue. La historia humana sólo puede considerarse en su verdadera realidad cuando se aprende a conocer las formas individuales de los poderes espirituales actuantes que hay tras ella, igual que uno sólo puede llegar a conocer la naturaleza cuando uno conoce en su verdadera forma lo que actúa y vive detrás de las percepciones sensoriales.

Hemos recalcado frecuentemente que la ciencia espiritual se haya muy relacionada con lo que comúnmente hoy día se llama ciencia, de la siguiente manera; la ciencia moderna, que la humanidad ha buscado –correctamente y por buenas razones- durante los tres o cuatro últimos siglos, se asemeja a una descripción de letras sueltas que están impresas sobre una hoja de papel. En el mejor de los casos, se asemeja a las reglas fonéticas o gramaticales por las que estas letras se agrupan en palabras o se unen para formar frases. Lo que denominamos leyes de la naturaleza puede compararse con las reglas gramaticales. Así, si examinásemos una página impresa y dijésemos que podemos ver primero un trazo hacia arriba a la derecha, un trazo bajando hacia la izquierda, etc., y después describiéramos las demás letras y quizás incluso las reglas gramaticales pertinentes, esta forma de relacionarnos con una hoja impresa se asemejaría a lo que correctamente se llama hoy ciencia. Pero si no hiciéramos nada más que observar de esta forma, nuestra relación con la hoja impresa sería completamente inadecuada porque también podemos leer. Aquí, avanzamos desde la mera observación y descripción de lo que hay en la página hasta el significado de las palabras. Sólo podemos aprender a conocer este significado cuando avanzamos de la descripción de lo que ven nuestros ojos a lo que nuestras facultades –nuestra mente y su poder- pueden hacer con ello. Mediante esto, nos unimos con el espíritu que rige y actúa en el seno de “estos pequeños seres” que llamamos letras.

En contraste con la ciencia ordinaria, la ciencia espiritual busca leer los hechos del mundo, no describir meramente lo que se ve. Cuando hemos aprendido a hacerlo, los hechos de la naturaleza y de la historia, en la medida en que se nos muestran primero en formas que podemos describir por medio de leyes internas son, figuradamente hablando, como letras que pueden leerse. En este dominio se revela el significado de la existencia, es decir, el significado de la vida y de toda actividad humana en la medida en que la revelación es necesaria para el hombre. También buscamos de esta manera el significado de la evolución histórica y las fuerzas concretas que actúan tras ella, conjurándolo a partir de sí mismo, como si dijéramos, igual que un escritor conjura a partir de sus pensamientos lo que después leemos a partir de los caracteres muertos escritos en la página impresa.

Ahora, hemos tratado de estudiar el significado fundamental de esta época moderna, que describimos como la quinta época cultural post-Atlante. Sabemos que comienza aproximadamente en el período que también es descrito por la historia externa como el período de transición de la Edad Media a los tiempos modernos. Con la excepción quizás de sus últimos siglos, pero incluyendo el XIV y quizás parte del XV, consideramos este período de la Edad Media como perteneciente a la cuarta época cultural post-Atlante, llamándola Greco-latina en concordancia con el carácter fundamental de su vida espiritual y expresión material. Comienza en el siglo VIII antes del suceso del Misterio del Gólgota.

Si consideramos la evolución de la humanidad sólo en la forma que lo hace la historia ordinaria —se ha hablado también de esto aquí y en otras ocasiones— llegamos entonces fácilmente a la idea de que la evolución humana, en la medida en que puede hablarse de ella, siempre ha consistido en el hombre como lo conocemos hoy y siempre ha progresado más o menos de la misma forma. Cuando uno mira hacia atrás, se imagina que se ve la evolución histórica de tal forma que el ser humano permanece inalterado y más o menos exactamente igual. Tal visión no se mantiene ante una verdadera observación espiritual de la historia, como sabemos. La verdad es que la humanidad cambia considerablemente según pasa el tiempo. El hombre de los siglos X o XII de la era cristiana difería más radicalmente del hombre de la actualidad de lo que se cree hoy día, cuando la gente se haya tan poco inclinada a investigar la evolución de la humanidad. Si uno considera la configuración completa de la vida social del alma, la forma de pensamiento y el modo de vida mismo, entonces esta diferencia se hace manifiesta no sólo entre los sabios para los que los problemas de la concepción del mundo, la ciencia y el conocimiento juegan un papel, sino que también se ve en los hombres más simples y primitivos. Aunque el mundo sabe poco sobre ello, el más simple granjero actual es, en su configuración anímica completa, un ser esencialmente diferente  a nivel interior, del hombre de los siglos VIII, IX y X de nuestra Era.

De nuevo, podemos afirmar también de la época moderna que, según ha evolucionado desde los siglos XV y XVI, porta esencialmente el carácter del presente, que completó el primer segmento pequeño de su curso aproximadamente a mediados del siglo XIX. Como hemos mencionado a menudo, este es un punto importante en el tiempo. A menudo he llamado la atención a un dicho que se utiliza incesantemente, aunque es completamente falso cuando se comprende de la manera que se utiliza habitualmente. La naturaleza, dice, no conoce saltos. En realidad, sin embargo, vemos cómo la vida da saltos por doquier. Realmente sólo progresa a saltos. Hablando en el sentido goetheano, es un salto cuando a través de la metamorfosis, la hoja de una planta se desarrolla a partir de la raíz, el pétalo se desarrolla de la flor, de la hoja, y los órganos del fruto se desarrollan del pétalo. Es, sin embargo, convenientemente perjudicial creer que la historia humana procede sin saltos. Tal no es el caso. La historia humana avanza en grandes oleadas que no se continúan simplemente la una a la otra. Más bien, en ciertos momentos lo que viene después de sitúa abruptamente al lado de lo anterior. Los hombres, sin embargo, no están acostumbrados a observar las cosas exactamente o les sorprendería que en la esfera de la evolución se observen poderosas fuerzas que por medio de pausas y períodos, con depresiones y elevaciones ondulatorias, llevan adelante la evolución.

Se podría decir que la conclusión de un particular proceso evolutivo se alcanzó en el año 1840, esto es, a mediados del siglo XIX. En el período desde el siglo XV hasta mediados del siglo XIX, la humanidad estuvo evolucionando facultades bastante diferentes que no estuvieron presentes de la misma forma durante un período anterior. Uno se equivoca completamente si cree, por ejemplo, que la concepción copernicana del mundo o el arte de la imprenta pudieron haber aparecido igualmente en la evolución humana en un siglo anterior al que lo hicieron. El progreso de la evolución genérica humana es tan orgánico como el desarrollo humano individual. Igual que el niño de 12 o 13 años carece de la capacidad de hacer cosas en el mundo que podrían realizar un hombre o una mujer de 35, igual que las facultades deben evolucionar en la vida de un individuo en consonancia con su edad, sucede lo mismo con la humanidad. Las facultades especiales que entraron en acción a través de Copérnico, Galileo y Kepler; y posteriormente con los científicos de los siglos XVIII y XIX, no existieron con anterioridad. En realidad, corresponden a un determinado período de la evolución humana que entra dentro de esos siglos. Los griegos o los romanos no hubieran podido contemplar el mundo en forma similar porque las facultades para hacerlo simplemente no existían en su tiempo. El ser humano individual no se perfeccionaría si no evolucionase gradualmente, desarrollando facultades adecuadas a cada período de la vida; tampoco la humanidad se haría completa a su manera si las facultades, cuyos fundamentos ya existen en la naturaleza genérica humana, no emergieran gradualmente. Que estas facultades se desarrollen, que la humanidad gradualmente desarrolle lo que yace potencialmente en su ser, es el hecho fundamental de la evolución humana.

Ahora bien, ¿Cual es la naturaleza de estas facultades especiales que evolucionaron en el hombre desde el siglo XV hasta el XIX? Son principalmente las fuerzas que hicieron posible una comprensión intelectual del mundo por medio de la razón. Hoy en día, la gente en general cree que la concepción ptoloméica del mundo perteneció a la Edad Media. Después vino la copernicana. Creemos que hemos hecho un maravilloso progreso. Aquellas gentes de la Edad Media eran lo bastante estúpidas como para aceptar algo tan imperfecto como la concepción del mundo ptoloméica y ahora nosotros tenemos, al fin, el verdadero punto de vista.

En realidad, esas personas piensan en tan poca consonancia con la realidad, que no están en disposición de admitir que cuando estemos tan alejados en el tiempo de Copérnico como Copérnico lo estuvo de Ptolomeo, los hombres tendrán de nuevo un concepto diferente de los cielos. El desarrollo de la humanidad está en constante cambio y en ese momento, el sistema de Copérnico se considerará como el sistema de Ptolomeo fue considerado por los copernicanos. Aunque da la impresión hoy en día de ser un absurdo cuando se afirma que otra concepción del mundo, que diferirá en mucho a la de Copérnico, como la de Copérnico difiere de la de Ptolomeo, sustituirá a la concepción del mundo copernicano en el futuro, sin embargo, esta verdad es evidente para aquellos que tienen una comprensión interior de lo que vive y teje en el crecimiento de la humanidad. El método especial de aplicación del intelecto exclusivamente a los fenómenos naturales, que ha creado las ciencias naturales de los últimos tres o cuatro siglos, representa la facultad que pertenece a estos siglos. Es claro para aquellos que saben cómo avanza la humanidad, que ella estuvo en realidad madura, a partir de mediados del siglo XIX en adelante, para el desarrollo gradual de otras facultades. Pero el hombre debe tomar cada vez más las riendas de sus propios asuntos. Más que en cualquier época anterior se le da la tarea hoy de hacer algo para agregar nuevas facultades a las obtenidas en los últimos tres o cuatro siglos ¿Por qué han surgido estas facultades que pueden viva, penetrante y, lógicamente, llegar a dominar la superficie exterior de los fenómenos de modo que puede expresarse entonces en leyes naturales?¿Con qué propósito han aparecido estas facultades que penetran tan poco bajo la superficie de las cosas, y sin embargo, observan de manera tan meticulosa y científica todo lo que está en la superficie?. Han aparecido porque sólo por medio de ellas el hombre puede atravesar una cierta etapa de su desarrollo.

En las primeras edades del hombre existían otras facultades. Cuando retrocedemos en la evolución histórica, nos encontramos que cuanto más lejos lleguemos más posible es que el hombre examinara el mundo espiritual. Pero las facultades que entonces tenía eran tales que no podían utilizarse en libertad. Eran más o menos involuntarias. La fuerza que le permitía alcanzar un cierto conocimiento le sobrevino al hombre en épocas anteriores en forma similar a como el deseo de dormir se apodera de un hombre. Fue, sin embargo, una fuerza que penetró en el mundo espiritual. Para que el hombre diera un paso adelante hacia el logro de la facultad de tomar decisiones libres y el desarrollo de la libertad, tuvo que ser separado de las fuerzas que, en épocas anteriores, lo acercaba más al mundo espiritual, pero que también le permitía una menor libertad. El hombre tuvo que atravesar un período de desarrollo en el que estuvo aislado como por un velo respecto al mundo espiritual para que pudiera crecer en libertad. Sin duda, este desarrollo está lejos de ser completado, pero una primera etapa llegó a su término a mediados del siglo XIX. Los que conocen algo de la vida espiritual, como trasfondo de la vida sensorial, reconocen que desde entonces es una necesidad creciente que se agreguen otras fuerzas a las de la observación y el conocimiento basadas en el simple intelecto. Estas otras fuerzas dormitan en el alma humana y deben ser desarrolladas, incluso como han evolucionado las fuerzas que han llevado a la humanidad a lograr los grandes avances de los últimos tres o cuatro siglos.

Por lo tanto, es por el bien de la libertad que la humanidad haya pasado por el desarrollo intelectual de los últimos tres o cuatro siglos. Este desarrollo intelectual ha llevado a una concepción del mundo que es materialista en un amplio sentido. Es una concepción materialista, que está todavía en pleno vigor dondequiera que una concepción del mundo penetre extensiva o intensivamente en los asuntos mundiales. Por mucho que se pueda decir en los círculos científicos que el materialismo ya ha disminuido, los que se imaginan que ha retrocedido a menudo no tienen la menor idea de lo profunda y firmemente que ellos mismos se siguen manteniendo en los conceptos materialistas. La perspectiva materialista, que es a su manera admirable, ha surgido en los últimos tres o cuatro siglos. No se trata de criticarlo, porque el hombre tiene necesidad de ello, pero no puede, sin embargo, avanzar más allá de una comprensión de lo muerto e inerte. Si sólo predominase la concepción intelectual del mundo en la evolución humana terrenal, el hombre sólo entendería lo muerto e inerte. Toda comprensión de la vida y de lo viviente, por no decir nada de lo espiritual, se perdería. Sólo lo inerte puede ser objeto del tipo de estudio científico que ha hecho progresos tan magníficos en los últimos tres o cuatro siglos. Aquellos individuos, sin embargo, que saben lo que es necesario para la humanidad han disminuido gradualmente durante este tiempo. Ellos entienden por qué ha surgido desde mediados del siglo XIX cierto anhelo, como a través de algún proceso interno en el hombre, de saber algo acerca de los mundos espirituales. Lo curioso es que este anhelo toma una forma que estaba en armonía con el sentimiento materialista de la época. El hombre quería aprender a conocer el espíritu de un modo materialista, ya que los hábitos se han perdido mucho menos rápidamente que los anhelos. Fue a lo largo de las líneas materialistas como el hombre deseaba encontrar el espíritu, y este conocimiento materialista del espíritu estuvo a menudo fomentado y generosamente concedido incluso por aquellos que realmente saben lo que es necesario para la humanidad. De ahí que surgieran las diferentes ramas de la ciencia materialista que se propusieron demostrar que la actividad espiritual subyace detrás del mundo de los sentidos. Todo lo que se ha puesto en marcha a fin de llegar al conocimiento de lo espiritual a través del elemento hipnótico, por medio de la sugestión, e incluso a través del espiritismo, como se le llama, no es sino un intento de investigar el espíritu mediante medios materialistas.

La humanidad se había acostumbrado a reconocer como verdadero solamente lo que había sido verificado por medio de la investigación en un laboratorio o clínica. Ahora, del mismo modo, a través de operaciones externas que siguen precisamente el patrón del método científico natural, se elaboró un método que debería dar pruebas manifiestas del espíritu. Se han alcanzado sin duda resultados importantes en este camino. Además, por supuesto, ha habido una buena cantidad de charlatanería y estafa. En efecto, sabemos que algunos sabios y científicos, que deben ser tomados en serio, se han dedicado a estas cuestiones porque consideraron necesario mostrar al hombre, que de otra manera caería en el materialismo, que existe un mundo espiritual, que nos rodea tal como lo hace lo que vemos con nuestros ojos y asimos con nuestras manos. Así, en el curso de la evolución humana a partir de mediados del siglo XIX, tenemos estos esfuerzos para hacer entender a los hombres que hay un mundo espiritual que nos rodea al igual que hay un mundo que percibimos con nuestros sentidos.

Hemos hablado muchas veces del valor del conocimiento que se obtiene adormeciendo las fuerzas de la mente y del alma que son adecuadas para nuestra época, de modo que el hombre se convierte en un instrumento de manera mediúmnica para dejar entrar todo tipo de realidades y hechos espirituales al mundo de los sentidos. Como digo, hemos hablado repetidamente del valor —o falta de valor— de estos métodos. Hoy quiero dejar en claro qué significado tuvo para la evolución histórica que los hombres quisieran matar y mutilar justo lo que les conviene poseer en este tiempo presente; es decir, una visión plenamente consciente del mundo espiritual y, a partir de esto, convertirse en un instrumento a través del cual lo que realmente nos rodea espiritualmente emerge en el mundo físico. Corresponde a una profunda necesidad en la evolución histórica porque el pensamiento consciente, a través de lo que tuvo que llegar a ser en los últimos trescientos o cuatrocientos años, había sido unilateral en su desarrollo. El pensamiento se había atenuado y, en consecuencia, también impotente porque tenía que detenerse en la superficie de las cosas para crear la libertad humana. Pero por esta razón el pensamiento fue completamente incapaz de penetrar bajo la superficie.

Era la intención de expulsar el pensamiento y guiar el alma humana de regreso a su constitución primitiva, enfrentando así la dificultad del pensamiento que se había vuelto impotente en la nueva era y ya no podía encontrar fuerzas para penetrar en el mundo espiritual. Como resultado, surgió algo que está mucho más extendido de lo que la persona común imagina, es decir, la búsqueda del espíritu por caminos materialistas. Con la expulsión del conocimiento consciente en el que, respecto al mundo espiritual, habían perdido la confianza, los hombres quisieron sumergirse en el mundo espiritual a través de un conocimiento subconsciente y un abatimiento de la conciencia. Siempre hubo, sin embargo, otras personas que no entraron en este fenómeno de la época meramente instintivo como lo hicieron los científicos comunes y la mayoría de los espiritistas o espiritualistas, que sabían, sin embargo, que estaba pasando. Tales personas siempre han existido. Tenían grandes expectativas del movimiento que acabamos de describir. En general, se puede decir que aquellas personas que han conservado un conocimiento exacto del mundo espiritual durante los últimos tres o cuatro siglos, e incluso hasta el día de hoy, se clasifican en diferentes grupos. Hay quienes no esperaban nada de una forma tan materialista de investigación del mundo espiritual; pero también había quienes esperaban que de ella los hombres llegaran a la convicción de que sí existe un mundo espiritual en nuestro entorno. Sin embargo, ninguno de este grupo tenía los conocimientos suficientes para poder ver por qué este enfoque debe ser baldío. 

Los estudiantes de la ciencia espiritual que no esperaban nada de este enfoque materialista tenían buenas razones para ello, que se han justificado por las consecuencias que han surgido de esta entrada  —más bien, esta esperanza de poder entrar— en el mundo espiritual. Tomen todo lo que se ha producido en este camino, examinen todo lo que ha salido a la luz desde los orígenes más primitivos de los médiums aficionados y de sus sesiones a los más sutiles frutos que algunos estudiosos han producido en este ámbito —examinen todo esto y hallarán que, con mucho, la mayor parte de lo que ha ocurrido consiste en la reunión de experiencias que aquellos, a través de los cuales se lograron tales experiencias, y que dijeron que habían recibido de los espíritus de los muertos. Con mucho, la mayor parte de las experiencias fueron descritas como emanadas de los espíritus de los hombres que habían muerto. Poco se encuentra que no haya sido descrito como originario de esta manera. Esta fue sin duda una gran sorpresa para aquellos familiarizados con el conocimiento espiritual que habían visto este desarrollo con buena voluntad. Que los médiums dijeran que lo que sacaron a la luz se obtuvo de los espíritus de los muertos fue algo que debió causar la mayor sorpresa porque era lo último que uno esperaría cuando realmente se considera la evolución de la humanidad. Se hubiera esperado algo muy diferente.

Lo que se podía esperar era que por estos medios surgiera un conocimiento del mundo espiritual que, en el momento presente, nos rodea mientras estamos vivos. Eso es lo que uno podría haber esperado encontrar haciendo experimentos, por ejemplo, de cómo un hombre afecta a otro, cómo los hombres del presente están unidos entre sí por hilos secretos invisibles a la ciencia normal, cómo surgen en el alma cosas que se originan en otra alma. En realidad, se establece una red de conexiones espirituales de alma a alma. En la medida en que nos encontramos en el mundo, si, por ejemplo, nos encontramos aquí, entonces no nos limitamos a ver la luz, el entorno, la gente como son externa y físicamente, sino que en la medida en que estamos en el mundo, pasan en todo momento de alma a alma corrientes espirituales de la manera más variada. No se llega a ninguna parte si se habla en términos generales de algún tipo de conexión entre las almas que sea distinguible por los sentidos. La solución se encuentra pensando en lazos individuales entre las diferentes almas. En realidad, estamos rodeados de un mundo espiritual, igual que estamos rodeados de uno físico. Que surgiera esto es lo que podría haberse esperado, pero en realidad poco ha salido sobre esto. A lo largo de los sesenta o setenta años en los que se tratado de entrar en el mundo espiritual por medios materialistas, no se ha aprendido nada sobre los vínculos vivientes que unen a los hombres entre sí. Las manifestaciones y revelaciones de los médiums se han referido siempre a los espíritus de los difuntos. Tampoco, en verdad, podría suceder cualquier otra cosa por este método. ¿Por qué? ¿Qué había estado entonces, ocurriendo en realidad a través de este intento de penetrar en el mundo espiritual?

Como cuestión de hecho, nada se ha logrado que no sea el conocimiento de lo que sale a la luz si se expulsan las mejores cualidades de la nueva época de la consciencia humana y se conduce al hombre a épocas anteriores, a las condiciones subconscientes del alma. Los restos de esta condición subconsciente que se había trasladado a la nueva época estaban ahora al descubierto. Esto fue lo que se reveló. Sólo consideren, entonces, que se había preparado y desarrollado en los últimos tres siglos una consciencia bastante clara. Esta consciencia había velado el mundo espiritual y, al hacerlo, se había llevado el poder de la conexión directa con dicho mundo espiritual. Pero nada se había hecho hacia el desarrollo de nuevas fuerzas para nuevas conexiones con el mundo espiritual. Nada había surgido sino las antiguas conexiones, que discurrían en el sentido de aquello a lo que habían estado vinculados anteriormente. No se unieron con lo que estaba vivo en el medio ambiente contemporáneo, sino con la muerte, con lo inerte. Esto fue así porque la dirección de la evolución del hombre en los últimos tres o cuatro siglos y más, ha determinado tanto el carácter de su alma que en realidad está particularmente adaptado para el conocimiento de los muertos y lo inerte. Aquí en el mundo material, a través de la clase de conocimiento que pertenece a los tiempos modernos, uno aprende sobre lo inerte. A través de las fuerzas que uno extrae desde el subsuelo profundo del alma, no se sabe acerca de la vida, sino de los muertos. Por lo tanto, todos estos experimentos no abrieron a los hombres vivos un camino hacia lo espiritual, sino hacia lo que está muerto, hacia lo que se considera como muerto en el mundo espiritual.

¿Cuál es la naturaleza de este elemento muerto? No se trata de seres humanos, es decir, de las almas que, hablando espiritualmente, son nuestros contemporáneos. Así, si tomamos un experimento de la naturaleza que se ha descrito, realizado en 1870, digamos, no habría dado, al poner al descubierto las fuerzas inconscientes del alma, una conexión con el presente vivo. De hecho, no se habría producido una conexión con las almas encarnadas en 1870, sino solamente con los aspectos que se habían quedado atrás de estas almas en evolución: en otras palabras, con los restos sueltos que se desintegran poco a poco en la existencia terrenal, pero que aún se encontraban activos. Sin duda, los médiums siempre interpretaban las cosas de tal manera que decían tener relación con los muertos que estaban espiritualmente aún con vida. Esa fue, sin embargo, una interpretación errónea. En realidad, no era un asunto de las almas como estaban entonces, sino de lo que habían sido en épocas pasadas, o, respectivamente, de aquello en que se habían convertido después de que estos restos se hubieran soltado hace tiempo de las almas. Recuerden cómo he explicado lo que Goethe representa en la escena de los Lemures y sabrán que mucho de lo que se libera del alma en la muerte sigue existiendo. Sólo con lo que realmente está muerto y ya no vive con el alma viviente, es con lo que uno puede conectarse en el mundo espiritual a través de esa vía materialista.

Si, a través de la ciencia contemporánea, se llegaba a un conocimiento de lo material, de lo inerte, de lo muerto, así también a través de este anhelo espiritual que tuvo que ser satisfecho por los senderos materialistas se llegaba nada más que a un conocimiento de lo muerto aunque, claro está, era un conocimiento de lo suprasensible. La ciencia materialista contemporánea, sólo encontró la muerte externa. Esta ciencia, aparentemente espiritual, pero en realidad materialista por sus métodos, encontró lo muerto en su dimensión suprasensible. De ahí que podamos aprender algo inmensamente importante, que a mediados del siglo XIX una época se había cerrado, que la humanidad necesitaba nuevas fuerzas de desarrollo si iba a entrar en lo verdaderamente vivo, que por un período de tiempo sólo las fuerzas que conducen a la muerte, que conducen en todos los campos a lo inerte y al conocimiento y adoración de lo inerte, habían llegado a su cenit.

Uno sólo da a tales cosas el lugar que les corresponde si no se limita a dejarlas actuar en el alma de manera abstracta e intelectual, sino cuando uno las recibe en su profunda importancia moral y las permite ejercer una especie de impresión moral en el alma. De hecho, se nos muestra que, aunque estas facultades intelectuales por medio de las cuales el hombre ha hecho progresos tan espléndidos le han llevado a la cúspide de las metas. Sin embargo, sólo son adecuadas para acercarse a lo muerto. El contenido de la vida anímica humana sólo podía dirigirse gradualmente a lo que está muerto. Para aquel que puede percibir el curso de la evolución del hombre, está incuestionablemente claro de qué manera las más destacadas corrientes del pensamiento moderno conducen más o menos directamente a un culto y adoración de lo muerto, el obrar que se siente en relación con el orden natural material exterior donde se han hecho maravillosos progresos no es sino un culto y adoración de lo muerto. ¿Por qué la gente se haya tan absorbida por los últimos cantos del homúnculo de Hamerling? Porque, después de que Hamerling haya demostrado cómo la humanidad moderna está realmente acelerando hacia una especie de época humanoide, muestra lo que significa para el hombre, respecto a los grandes misterios cósmicos, tratar de elevarse por encima de la gravitación a través de fuerzas puramente mecánicas. Su último canto nos muestra el dirigible, el zepelín antes de que existiera, y todo eso se hallaba todavía en el futuro. Al mismo tiempo, nos hace conscientes de lo que está relacionado con esta mecanización extrema, es decir, el asesinato, la deshumanización de la vida durante el curso del desarrollo civilizatorio humano.

El conocimiento espiritual, sin embargo, nunca se ha extinguido, está siempre salvaguardado en algún lugar, y hay personas de todas las edades que son capaces de conseguirlo. Se protegió incluso durante el período en el que menos contó, desde el siglo XV al siglo XIX, siendo preservado como un fino hilo. Aquellos de los que dije que no tenían expectativas del camino materialista en el mundo espiritual percibieron algo más también. Eran de la opinión de que nuestra moderna manera de sentir y pensar, como se ha desarrollado en los últimos siglos, puede entrenarse y desarrollarse más, de manera que fuera de los lúcidos métodos materialistas se pueda desarrollar poco a poco un conocimiento que puede incluso actuar de una manera lo suficientemente penetrante como para alcanzar bajo la superficie de las cosas y hasta el espíritu. Eso es lo que el verdadero método de la ciencia espiritual debería ser: penetrar en el mundo espiritual por el mismo sendero utilizado por el hombre para penetrar en la naturaleza exterior durante los últimos tres o cuatro siglos. Todo lo que se necesita es un mayor desarrollo de los hábitos científicos que la humanidad ha evolucionado en este periodo. El punto es que de un modo correspondiente, a través de un verdadero esfuerzo y empeño, evitando la indolencia, el hombre tiene que desarrollar aún más los hábitos de pensamiento ya evolucionados.

Pero ahora cabe preguntarse por qué hay tantos que, a pesar de saber algo del mundo espiritual, han guardado silencio al respecto. Debe enfatizarse repetidamente que el conocimiento espiritual siempre estuvo ahí. A pesar de que tuvo que ser desarrollado de diferentes maneras en diferentes épocas, siempre ha existido. ¿Por qué, entonces, muchas personas han tenido miedo de transmitir este conocimiento espiritual? Se ha difundido en nuestro círculo, porque el reconocimiento de la necesidad de hacerlo supera todo. De hecho, sin embargo, sólo ciertas partes del conocimiento espiritual pueden ser impartidas, como ustedes saben, y eso sólo por motivos muy definidos. Ustedes ven, el conocimiento espiritual también existió de otra manera más inconsciente antes del Misterio del Gólgota. Entonces, el hombre se hallaba relacionado con el mundo espiritual de una manera más instintiva de lo que le es posible hoy sin producirle daños. Por otra parte, un gran sector de la humanidad fue omitida porque el sendero hacia el mundo espiritual sólo estaba abierto a los que recibieran la preparación adecuada. Estos individuos fueron preparados de una forma que no se le ocurriría a los que hablan de una preparación para la ciencia que consiste en el conocimiento intelectual.

Hoy en día los hombres son de la opinión de que las cualidades morales de alguien que va a recibir la instrucción son de importancia secundaria y que el conocimiento no depende de las cualidades morales. En tiempos antiguos esto era absolutamente diferente. Entonces, cuando el conocimiento se comunicaba a través de los misterios, se impartía solamente a aquellos que se habían sometido a una disciplina moral especial y estricta. Sin someterse a una estricta disciplina moral, no se podía alcanzar nada más que, como máximo, conocimientos matemáticos, con los que uno puede hacer poco daño, o conocimientos literarios. Sólo se impartían conocimientos a los que se consideraban aptos para ello después de haber experimentado una especie de severa prueba moral. Primero venía la formación hacia la virtud y después la comunicación de la sabiduría. Formación en la virtud y, en particular, la formación del coraje moral eran necesidades absolutas y se consideraban de suma importancia. Debido a la falta de tiempo, no puedo extenderme sobre esto hoy, pero existía la convicción de que el conocimiento sólo puede beneficiar al mundo cuando lo que puede hacer un hombre que sabe, lo hace sólo uno que es bueno. Por improbable que parezca a la gente que considera las épocas anteriores como bárbaras y cree que hoy hemos hecho progresos tan maravillosos —tan maravillosos, de hecho, que miles de personas se bañan en sangre cada semana— en aquellas antiguas épocas existía la convicción de que nadie se debía permitir hacer uso de los conocimientos en lo que hacían, hasta que se hubieran sometido a la disciplina moral más estricta. Aquellos que no lo hubieran hecho iban a vivir simplemente por instinto, dirigidos por los que habían seguido la formación moral y la disciplina espiritual adecuadas.

La época moderna no se encuentra adaptada para la aplicación directa de dicho principio. Simplemente imagínense cómo podría hacerse realidad tal principio hoy, cuando cada uno dice lo que sabe tan pronto como puede —o incluso lo publica— y nadie puede evitarlo. Sería ilusorio pensar que cualquier institución social o lo que sea podría detenerlo. Hoy día es el tiempo de la publicidad. ¿Qué debería, entonces, reemplazar este antiguo principio de permitir alcanzar el Conocimiento sólo a aquellos hombres que habían recibido una disciplina moral? Debería ser sustituido por la garantía de que los conocimientos impartidos por sí mismos deben contener una cierta fuerza que produce verdadera y realmente el bien en sí, para crear por sí mismo lo que es bueno.

La totalidad del movimiento científico-espiritual debe aspirar a lograr este objetivo. Todo el conocimiento que entra en el mundo a través de la ciencia espiritual debe estar tan ordenado que engendre el bien por sí mismo y a partir de su propia fuerza. Ustedes dirán que los esfuerzos que se han hecho en los tiempos modernos con los tesoros del conocimiento inherentes a la ciencia espiritual no han alcanzado completamente este objetivo. No, porque todo tiene que abrirse camino a través de sus diversos obstáculos. El sentimiento oculto del bien en la ciencia espiritual, sin embargo, ha sido la razón por la que se ha luchado, no sólo con la lógica, sino también con el odio. Ustedes se preguntarán, «¿Pero no todas las personas razonables desean realmente el bien?» Como se entiende en general hoy en día, uno podría decir: «Sí, todas las personas razonables desean el bien.» Pero lo que realmente importa no es que alguien piense que le gustaría el bien o que lo desea, sino que lo quiere, que lo tendrá absolutamente. Ese es el punto. Si uno considera los logros de la civilización moderna, desde el punto de vista de sus defectos morales, los defectos morales que trabajan en lo muerto, uno encontrará que el mundo necesita una sabiduría que, además de ser sabiduría, también produzca el bien. La ciencia materialista, sin embargo, es indiferente al bien y al mal. Utiliza lo que crea a partir de la materia igualmente para el bien como para el mal, sirviendo tan de buen grado a un fin como al otro.

Aquí, de nuevo, tenemos un punto en que, si nos fijamos en el mundo como un todo y en su curso de desarrollo, tal vez podamos entrever la necesidad de la ciencia espiritual. No es suficiente con encerrarnos lejos en un pequeño círculo y formar una concepción del mundo. Los círculos más pequeños están rodeados por todos lados por la gran red de la evolución humana. Echemos un vistazo a los resultados manifiestos de la civilización europea en los últimos tres años. Si no seguimos una política del avestruz sino que con el corazón palpitante de verdad entramos amorosamente en nuestro entorno, vamos a ver estos resultados y entender lo que nos traen. Debido a que algunos de nosotros estemos protegidos de lo que está furioso contra Europa hoy, no es motivo para alejarse de la terrible situación a la que la civilización moderna ha sido lanzada. Está allí, como una realidad presente.

Puede ser útil en este momento hacer comentarios sobre una nueva publicación. Se ha estado escribiendo últimamente un libro, bueno en su categoría, que se esfuerza en juzgar, desde la perspectiva del sentimiento humano y la percepción moral, los problemas que han agitado el mundo durante los últimos dos años. Es un buen libro, recientemente publicado, que trata de mostrar con un exhaustivo estudio cómo el hombre puede escapar de la malvada red de la sangre y el odio en la que la civilización moderna se encuentra. Fue escrito por un autor chino que mencioné a algunos de nuestros amigos hace cuatro o cinco años como una personalidad importante, cuando se publicó su primer libro sobre las condiciones europeas. Este nuevo libro de Ku Hung Ming, un gran sabio chino, es bueno y tiene mucho de objetivo. Revela a un hombre que evita los errores que muchos hacen, un hombre que está al margen de estos errores.

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Muchas personas tienen opiniones hoy, muchos dan rienda suelta a una u otra opinión sobre las condiciones de nuestra época. La mayor parte de lo que se presenta, sin embargo, no se dice con el fin de dar expresión a lo que la gente realmente piensa, sino para hacer oídos sordos a lo que realmente existe. Vemos las corrientes de odio fluir en el mundo. ¿Por qué se ponen en movimiento? ¿Por qué se dice esto o aquello? ¿Creen ustedes que los que dicen: «El Papa debería excomulgar a toda una nación», y lo demandan enérgicamente, creen que realmente han llegado a esta conclusión a partir de hechos objetivos? ¿Creen ustedes que estas personas poseen la calma de un conocimiento objetivo? Lo dicen para acallarse a sí mismos, para no tener que admitir ante sí mismos lo que debe admitirse. Una gran parte de lo que se dice hoy en día está pensado para cerrar los oídos. Algunas personas no admitirán ante sí mismos lo que realmente deberían admitir. Dicen una cosa u otra sólo para evitar decir lo que deben decir.

Este chino, Ku Hung Ming, no procede de esta manera. Él dice: «Cuando uno ve lo que se ha desarrollado en Europa, lo que ha ocurrido y las fuerzas que están en acción, uno no puede hacer otra cosa que admitir que las cosas tenían que producirse como lo han hecho. En su cultivo unilateral, el materialismo que se desarrolló en el siglo XIX, estaba obligado a llegar a estas consecuencias, y está obligado a llegar aún más lejos, terminando en la caída final de la cultura europea».  Ku Hung Ming está muy convencido de que la cultura europea debe irse a pique si los europeos se niegan a ser como los chinos y si las condiciones chinas no se extienden por Europa. La única salvación para la cultura europea, por lo que dice, es que los europeos se conviertan en chinos, es decir, convertirse en chinos en sus almas. Gran parte de lo que dice es muy impresionante. Uno no debe tomar a la ligera que un sabio actual no encuentre otra manera de salir de la cultura europea que no sea finalmente la fusión de todo —todo lo que ha llevado al absurdo— en buenos principios chinos. No voy a elaborar las ideas de Ku Hung Ming sobre los métodos para hacer una Europa china. Por supuesto, debemos ver inmediatamente que no podemos convertirnos en chinos o regresar a la posición de la cultura china, pero si no hubiera otra salida que la que Ku Hung Ming ve, entonces eso sería mejor que seguir en el camino que la cultura europea ha tomado. Definitivamente sería mejor. Sería mejor convertirse en chinos que seguir avanzando en el curso que la civilización materialista ha seguido hasta ahora, porque la desintegración sería inevitable. No crean, sin embargo, que se puede prevenir por cualquiera de los antiguos medios y métodos.

Como cuestión de hecho, la ciencia espiritual ha estado siempre un poco de acuerdo con las afirmaciones de Ku Hung Ming, no sobre la civilización china, sino más bien sobre la primera parte de su declaración. Promueve por tanto, como su gran ideal, extraer el conocimiento del mundo espiritual que nos lleve de vuelta a él, y que también pueda hacer a los hombres buenos a través de su propio esfuerzo, es decir, un conocimiento actuando moralmente a través de su propia fuerza y generando impulsos morales. Así, como científicos espirituales nuestra respuesta no sería, como Ku Hung Ming propone, «convertirse en chinos», sino más bien buscar por los senderos de la ciencia espiritual como lograr la fructificación de la cultura europea, puesto que es en realidad la única manera en que puede lograrse. Este esfuerzo hacia nuevas fuentes de conocimiento y actividad humanas es absolutamente necesario para la humanidad europea. Se pueden derramar las más amargas lágrimas sobre gran parte de lo que uno se encuentra hoy en día cuando se lee un libro como el de Ku Hung Ming, pues los tiempos que vivimos son más graves de lo que muchos creen. Hay muchas cosas en la vida humana que separan al hombre del hombre, y es a partir de esta separación de las almas de donde vienen todas las terribles condiciones que estamos viviendo. Esta separación sólo podrá superarse a través de un conocimiento que concibe al ser humano más allá de toda división, a través de un conocimiento que es para cada ser humano. Todas esas divisiones sobre las que los hombres construyen sus sentimientos hoy, en realidad, sólo son válidas aquí en el mundo físico. Cuando uno ve la simpatía y la antipatía vertidas hoy, y cuando observa que sólo provienen de lo no espiritual, entonces en toda esta efusión de simpatía y antipatía reconoce también la negación del espíritu.

Todo el odio racial, por ejemplo, en realidad es también una lucha contra el espíritu. Debido a que esta época nuestra se encuentra tan fuertemente inclinada a luchar contra el espíritu, posee por lo tanto el talento para el odio racial. Aquí está uno de los secretos más profundos de nuestra cultura espiritual actual, la única salida es a través de la captación viva del espíritu.

Basta pensar cómo, en el momento en que nos quedamos dormidos, y nuestro yo y cuerpo astral dejan atrás nuestros cuerpos físico y etérico, estamos en un mundo donde todo lo que lleva a la simpatía y la antipatía, simplemente no existe. En el momento inmediatamente posterior a quedar dormidos, estamos unidos con aquellos a quienes consideramos desde la consciencia de nuestro tiempo con la más profunda antipatía. Tenemos que pasar a través de sus almas en el reino de interpenetrabilidad. Podemos rabiar todo lo que queramos y lanzar diatribas de odio contra este hombre o aquel, pero tan pronto como nos dormimos y entramos en el reino donde todo se entrelaza, debemos pasar a través de las almas de aquellos a quienes odiamos. Los hechos relativos a esas verdaderas realidades deben ahora darse a conocer. Lo que acabo de decir es elemental, pero si uno ahonda en el conocimiento de la verdadera realidad, entonces la misma entrada posee la fuerza para crear el impulso del bien. Uno sólo aprende a conocer el verdadero significado del odio y la antipatía infundadas en el mundo, cuando uno comprueba sus efectos en el mundo espiritual. El que sabe lo que es el odio en el mundo espiritual deja de odiar, a menos que se ponga directamente al servicio de determinados poderes del mal.

Dado que un mayor número de amigos que de costumbre se reunieron aquí para la reunión de la Asociación de la Construcción, yo sobre todo quería hoy hablar seriamente sobre estas cuestiones. Los que han escuchado mis últimas conferencias serán capaces de relacionar lo que ya se ha dicho con lo que hemos estudiado anteriormente. Incluso si no ha sido más que una disgresión, no obstante, puede arrojar luz sobre muchos impulsos que se están adoptando en la evolución histórica del mundo en la época actual.

Traducido por Luis Javier Jiménez Ordas