Rudolf Steiner – La Haya, 5 de noviembre de 1922
En relación con las conferencias y reuniones públicas, siempre me da satisfacción poder estar en este grupo de La Haya, y esta tarde voy a tratar algunas cosas que serán una continuación más íntima, un complemento, de lo que expresé en las conferencias públicas.[i]
Con el fin de tener y adquirir un conocimiento del mundo espiritual y una vida interiorizada en ese mundo espiritual, es necesario sobre todo ver a la luz adecuada lo que se podrían llamar los aspectos ocultos de la existencia humana. De hecho, los aspectos ocultos de la existencia humana son los aspectos más importantes para juzgar y evaluar integralmente la vida. Esto no suele ser admitido de buen grado por personas que sólo piensan superficial y materialmente, pero no por ello es menos cierto. Nadie puede conocer la existencia humana, a menos que sea capaz de entrar en sus aspectos ocultos.
Se podría, tal vez, si así puedo expresar mi objeción sobre los dioses, decir que han colocado lo más preciado del hombre en los aspectos ocultos de la vida, que no han permitido que lo más preciado fuera colocado en el aspecto más visible. Si esto se hubiera hecho, el hombre, en un sentido más elevado permanecería impotente. Adquirimos fuerza anímico-espiritual, que puede impregnar todo nuestro ser, por el mismo hecho de que primero tenemos que lograr nuestra genuina dignidad y nuestra naturaleza humana, primero tenemos que hacer algo en nuestro reino anímico-espiritual para ser absolutamente “hombres” en el buen sentido de la palabra. Y en esta victoria, en esta necesidad de tener primero que lograr algo para convertirnos en hombres, radica lo que nos llena de fuerza, lo que penetra con fuerza en lo más profundo de nuestro ser.
Por lo tanto, con el fin de explicar definitivamente este tema principal que hoy voy a presentar, voy a hablarles de nuevo desde cierto punto de vista, de ese aspecto oculto de la existencia humana que se vive en la inconsciencia del sueño. Y atraeré la atención hacia algo que se desenvuelve en ese estado de existencia y que permanece inconsciente durante la vida terrestre: el estado existencial en la vida preterrenal y la vida después de la muerte.
La vida del sueño se produce de tal manera, que después de la transición a través de los sueños —que, sin embargo, tienen una existencia y un significado muy dudoso para la vida humana, y uno simplemente lo acepta tal como se presenta— cae en la inconsciencia del sueño, del cual emerge al despertar, cuando se sumerge con su yo y su cuerpo astral en el cuerpo etérico y físico, es decir, cuando hace uso de estos dos principios como una herramienta para percibir su entorno físico y trabaja en ese entorno físico a través de su voluntad. Pero lo que está más allá del nacimiento y la muerte se desenvuelve en esa parte del ser humano que pierde el conocimiento cuando se queda dormido y voy a describir las condiciones que el ser humano experimenta allí como si se fuera consciente. Puede llegar a ser consciente sólo en la imaginación, la inspiración y la conciencia intuitiva. Pero la diferencia entre esto y lo que todo hombre experimenta en la noche es sólo una diferencia de conocimiento. El individuo que, como un moderno iniciado, mira la vida del sueño sabe cómo es, pero esto no hace que la vida de sueño sea algo diferente para él de lo que lo es para todos los hombres, incluso para el que pasa a través de él inconscientemente. Así, está conforme con la realidad cuando describimos lo que permanece inconsciente, como si el ser humano lo experimentara conscientemente. Y esto es lo que vamos a hacer.
Después de la transición a través de los sueños, —como dije antes— el hombre pasa, en lo que respecta a la conciencia normal, a la inconsciencia. Pero la realidad de este estado inconsciente, tal como se manifiesta al conocimiento superior y suprasensible, es que, inmediatamente después de quedarse dormido, el hombre entra en una especie de existencia sin contorno. Si fuera consciente de su condición, se sentiría derramado en un reino etérico. Se sentiría fuera de su cuerpo, sin embargo no limitado, sino ampliamente difundido; sentiría u observaría su cuerpo como un objeto fuera de sí mismo. Si esta condición se volviera consciente, se llenaría, con respecto a su naturaleza anímica, de una cierta ansiedad o inquietud interna. Siente que ha perdido el firme apoyo del cuerpo, como si estuviera ante un abismo.
Lo que se llama el umbral del mundo espiritual tiene que existir por la sencilla razón de que el ser humano debe prepararse para contener esta sensación, la sensación de perder el apoyo que brinda el cuerpo físico, y esa ansiedad anímica de enfrentarse a algo totalmente desconocido, a algo indeterminado.
Como dije, este sentimiento de ansiedad no existe para el durmiente ordinario; no está en su conciencia, pero sí lo atraviesa. Lo que constituye ansiedad, por ejemplo, en la existencia física cotidiana se expresa en ciertos procesos, aunque sean procesos sutiles del cuerpo físico: cuando el hombre siente ansiedad, ciertas actividades vasculares en el cuerpo físico son diferentes de lo que son cuando no la siente Algo ocurre objetivamente además de lo que el ser humano experimenta como ansiedad, inquietud, etc., en su conciencia. Este elemento objetivo de la ansiedad anímico espiritual que experimenta el hombre mientras ingresa a través del portal del dormir al estado de sueño. Pero con el sentimiento de ansiedad, algo más está conectado: un sentimiento de profundo anhelo por la Realidad Espiritual Divina que fluye y teje a través del cosmos.
Si el hombre experimentara en plena conciencia los primeros momentos después de quedarse dormido, —o incluso horas, tal vez, en el caso de muchas personas— entraría en este estado de ansiedad y anhelo de lo Divino. El hecho de que nos sintamos inclinados por la religión durante la vida de vigilia depende, ante todo, del hecho de que este sentimiento de ansiedad y este anhelo por lo Divino que experimentamos en la noche tiene sus repercusiones en el estado de ánimo del día. Las experiencias espirituales proyectadas, por así decirlo, en la vida física nos llenan con el efecto posterior de esa ansiedad que nos impulsa a desear conocer lo Real en el mundo; nos llenan con el efecto posterior del anhelo que sentimos mientras dormimos, y se expresan como sentimientos religiosos durante las horas de vigilia del día.
Pero tal es el caso sólo durante las primeras etapas del sueño. Si el sueño continúa, ocurre algo peculiar; el alma se siente como dividida, como dividida en muchas almas. Si el ser humano experimentara esta condición conscientemente —que solo el iniciado moderno puede contemplar plenamente— tendría la sensación de ser muchas almas y, en consecuencia, pensaría que se había perdido a sí mismo. Cada uno de estos seres del alma, que en realidad son simplemente oscuras imágenes anímicas, representa algo en lo que se ha perdido a si mismo. En este estado de sueño, el ser humano tiene una apariencia diferente, según lo observemos antes o después del Misterio de Gólgota. A saber, el ser humano requiere ayuda cósmica desde afuera con respecto a esta condición, si puedo expresarla de estar dividido en muchas reflexiones del alma.
En tiempos antiguos, antes del Misterio de Gólgota, los iniciados, los antiguos iniciados, daban a las personas indirectamente a través de sus alumnos, a través de los maestros que enviaban al mundo para la humanidad, ciertas instrucciones religiosas que evocaban sentimientos durante su vida de vigilia. Y estas instrucciones, que fueron expresadas por la gente en actos rituales, fortalecieron sus almas para que el ser humano llevara, a su vez, una especie de efecto secundario de este estado de ánimo religioso a su vida de sueño.
¡Se puede ver la acción recíproca entre el estar dormido y estar despierto! Por un lado, el ser humano, en su anhelo por lo Divino en la primera fase del sueño, experimenta lo que le induce a desarrollar la religión durante la vigilia. Si esta religión se desarrolla durante la vida despierta —y se desarrolló a través de la influencia de los iniciados— tiene su efecto más en la segunda etapa de sueño: a través de la secuela de este estado de ánimo religioso, el alma tiene entonces la fuerza suficiente para soportar la sensación de estar dividida —o al menos para existir en medio de esta pluralidad.
Esta es realmente la dificultad que tienen las personas irreligiosas: no tienen esa ayuda durante la noche en lo que respecta a la división en muchas almas y, por lo tanto, llevan estas experiencias a la vida de vigilia sin la fuerza que ofrece la religión. Cada experiencia que tenemos durante la noche tiene su efecto posterior en la vida de vigilia. Todavía no ha pasado mucho tiempo desde que la religión y la no religiosidad comenzaron a jugar un papel tan importante entre la humanidad como lo hizo durante el siglo pasado, el siglo XIX. Las personas aún experimentan el efecto secundario de la influencia de lo que, en tiempos anteriores, más sinceramente la religión significaba para el ser humano. Pero, a medida que continúe el tiempo irreligioso, el resultado final será significativo: las personas trasladarán el efecto posterior de esta división de su alma desde su estado de sueño a su vida de vigilia, y esto contribuirá principalmente al hecho de que no tendrán las fuerzas de coherencia en su organismo para distribuir adecuadamente el efecto nutritivo de los alimentos. Y la humanidad se verá afectada por enfermedades significativas en un futuro cercano como consecuencia de esta irreligión.
¡No debemos pensar que la parte anímico-espiritual de nuestro ser no tiene nada que ver con lo físico! Su relación no es tal que el desarrollo irreligioso sea inmediatamente castigado con la enfermedad por algún tipo de dioses demoníacos —la vida no se desarrolla de esa manera tan superficial— pero existe sin embargo una relación íntima entre nuestra experiencia en el reino anímico espiritual y nuestra constitución física. Para tener salud durante las horas de vigilia del día, es esencial que llevemos a nuestra vida de sueño el sentimiento de nuestra unidad con los Seres divino-espirituales, en cuyo ámbito de actividad sumergimos el núcleo eterno de nuestro propio ser. Y es sólo por una existencia correcta dentro del mundo anímico-espiritual entre el dormir y el despertar, que podremos producir las fuerzas correctas y saludables del elemento anímico-espiritual, tan necesario para nuestra vida despierta.
Durante esta segunda etapa del sueño el ser humano adquiere, no una conciencia cósmica, sino una experiencia cósmica en lugar de la conciencia física ordinaria. Como dijimos antes, sólo el iniciado pasa conscientemente por esta experiencia cósmica, pero cada uno tiene esta experiencia en la noche entre el dormir y el despertar. Y en esta segunda etapa del sueño el ser humano está en tal estado de vida que su naturaleza interna realiza imitaciones de los movimientos planetarios de nuestro sistema solar. Durante el día lo experimentamos nosotros mismos en nuestro cuerpo físico. Cuando hablamos de nosotros mismos como seres humanos físicos, decimos que dentro de nosotros están nuestros pulmones, nuestro corazón, nuestro estómago, nuestro cerebro, etc. esto constituye nuestra naturaleza física interior.
En la segunda etapa del sueño, los movimientos de Venus, de Mercurio, del Sol y de la Luna constituyen nuestra naturaleza anímico-espiritual. Toda esta acción recíproca de los movimientos planetarios de nuestro sistema solar, la llevamos directamente dentro de nosotros, no los propios movimientos planetarios; sino reproducciones, la copia astral de los mismos constituyen entonces nuestro organismo interior. Sin duda, no estamos dispersos en todo el cosmos planetario, pero alcanzamos un tamaño extraordinario, en comparación con nuestro tamaño físico durante el día. No llevamos dentro de nosotros la verdadera Venus cada vez que estamos en el estado de sueño, sino una reproducción de su movimiento. En la segunda etapa del sueño, entre el dormir y el despertar, lo que ocurre en la parte anímico-espiritual de nuestro ser consiste en esa circulación de los movimientos planetarios en la sustancia astral, así como nuestra sangre circula a través de nuestro organismo físico durante el día, estimulada por el movimiento de la respiración, así, durante la noche, circula dentro de nosotros, de nuestra vida interior, por así decirlo, como una reproducción de nuestro cosmos.
Pero antes de que podamos experimentar esta circulación planetaria debemos primero experimentar la separación del alma. Como he dicho antes, la gente de la antigüedad, anterior al Misterio del Gólgota, recibió instrucciones de sus iniciados, a fin de capacitarles para soportar esta división del alma y poder encontrar su camino dentro de estos movimientos que ahora constituyen su vida interior. Desde el Misterio del Gólgota otra cosa ha tomado el lugar de esta antigua enseñanza. Es decir, ha ocurrido algo que el ser humano puede apropiarse ahora interiormente para sí mismo como una sensación, un sentimiento, una vida y un estado de ánimo, cuando realmente se siente uno con el acto que se llevó a cabo para la humanidad por Cristo a través del Misterio del Gólgota en la Tierra. La persona que verdaderamente siente su unidad con el Cristo y el Misterio del Gólgota en la medida en que en él se cumplen las palabras de San Pablo: «No yo, sino Cristo en mí», a través de esta unidad con el Cristo y el Misterio del Gólgota, desarrolla algo en su sentimiento que tiene un efecto posterior en el sueño, de modo que ahora tiene la fuerza para afrontar la división de su alma y el poder de encontrar su camino en el laberinto de las órbitas planetarias que ahora constituyen su yo interior. Porque debemos encontrar nuestro camino, aunque no seamos conscientes en nuestro ser interior de lo que constituye para el alma la circulación planetaria en lugar de la circulación de la sangre durante el día, que ahora continúa en el cuerpo físico que hemos abandonado.
Después de esta experiencia, entramos en la tercera etapa del sueño. En esta tercera etapa tenemos una experiencia adicional —por supuesto, las experiencias de la fase anterior, siempre permanecen y las experiencias de la etapa siguiente se añaden a la misma— en la tercera etapa está incluido, lo que me gustaría llamar la experiencia de las estrellas fijas. Después de experimentar la circulación de los facsímiles planetarios, experimentamos las formaciones de las estrellas fijas, lo que, en tiempos anteriores, por ejemplo, se llamaba las imágenes del zodiaco. Y esta experiencia es esencial para el aspecto anímico del ser humano, porque tiene que llevar el efecto posterior de esta experiencia con las estrellas fijas a su vida de vigilia con el fin de tener la fuerza necesaria para controlar y vitalizar su organismo físico en todo momento a través de su alma.
Es un hecho que, durante la noche, cada ser humano experimenta primero un estado etéreo preliminar de ansiedad cósmica y anhelo por lo Divino, luego un estado planetario, al sentir una copia de los movimientos planetarios en su cuerpo astral, y tiene la experiencia de las estrellas fijas en el sentido de que siente —o que sentiría si estuviera consciente— que esta experimentando su propio ser anímico espiritual como una copia de los cielos, de las estrellas fijas.

Ahora, mis queridos amigos, para el que tiene una idea de estas diferentes etapas del sueño, todas las noches surge una pregunta importante. El alma humana, el organismo astral, y el yo, al salir del cuerpo físico, su ser interior está lleno de reproducciones de los movimientos planetarios y de las constelaciones de las estrellas fijas. La pregunta que surge ahora es la siguiente: «¿Cómo es que cada mañana, después de cada sueño, el ser humano vuelve otra vez a su cuerpo físico?»
Y es aquí donde la ciencia de la iniciación descubre que el ser humano en realidad no regresaría si, al entrar en los movimientos planetarios y las constelaciones de las estrellas fijas, no viviera también su camino hacia las fuerzas de la luna mientras se expande hacia los facsímiles de la existencia cósmica. Él vive su camino hacia las fuerzas espirituales de la luna, hacia esas fuerzas cósmicas que se reflejan en la luna física y en las fases lunares.
Mientras que todas las otras fuerzas estelares, planetarias y fijas extraen realmente al ser humano de su cuerpo físico, son las fuerzas lunares las que una y otra vez lo devuelven, a su cuerpo físico cuando despierta. La luna está conectada en general con todo lo que lleva al ser humano de la vida espiritual a la vida física. Por lo tanto, no hace ninguna diferencia —la constelación física no es lo que hay que considerar, aunque se le atribuye un cierto significado — si tenemos que ver con la luna nueva, la luna llena, el cuarto creciente o el cuarto menguante de la luna; en el mundo espiritual la luna está siempre presente. Son las fuerzas lunares las que conducen al ser humano de vuelta al mundo físico, a su cuerpo físico.
Pueden ver, queridos amigos, que, al describirles brevemente la experiencia que el ser humano tiene entre el dormirse y el despertar, estoy dando una descripción general de su estancia en el mundo espiritual. Y este es el estado de la cuestión. Fundamentalmente, experimentamos cada noche un reflejo de la vida entre la muerte y un nuevo nacimiento. Si nos fijamos en la vida preterrenal con la conciencia imaginativa, la inspirativa y la intuitiva, nos vemos primero como seres humanos anímico-espirituales en un estado prehistórico muy temprano de la existencia prenatal. Nos vemos poseídos de una conciencia cósmica. Nuestra vida no es un reflejo del cosmos, como lo es nuestra vida de sueño, pues estamos expandidos en el cosmos realmente. Alrededor de la mitad de nuestra vida entre la muerte y el nuevo nacimiento nos sentimos como seres anímico-espirituales, plenamente conscientes —de hecho, con una conciencia mucho más clara y más intensa de la que podríamos tener en cualquier parte de la Tierra— rodeados de Seres divino-espirituales, de las Jerarquías divino-espirituales. Y así como trabajamos con las fuerzas de la naturaleza aquí en la Tierra, así como usamos objetos externos de la naturaleza como herramientas, así también discurre el trabajo entre nosotros y los Seres de las Jerarquías Espirituales Superiores.
¿Y qué tipo de trabajo es este? Esta obra consiste en que el ser humano anímico-espiritual, en conjunto con un gran número de sublimes Seres espirituales del cosmos, está tejiendo el germen cósmico-espiritual de su cuerpo físico en el reino espiritual. Por extraño que parezca esto, —tejer el cuerpo físico como germen espiritual del cosmos—, es la obra más grande y más significativa concebible en el cosmos. Y no sólo el alma humana en el estado descrito trabaja en esto, sino que el alma humana actúa conjuntamente con todas las huestes de los Seres divino-espirituales. Porque, si visualizáis lo más complicado que se puede formar aquí en la Tierra, lo hallareis primitivo y simple en contraste con esa poderosa estructura de inmensidad y grandeza cósmica que allí se teje y que, comprimida y condensada por la concepción y por el nacimiento, se impregna de materia físico terrenal para devenir después en el cuerpo físico humano.
Cuando nos referimos a un germen aquí en la Tierra, pensamos en él como una pequeña semilla que después llega a ser relativamente grande. Pero, cuando nos referimos al germen del espíritu cósmico en relación con el cuerpo humano como un producto de lo espiritual, este germen es de tamaño gigantesco. Y a partir de ese momento, cuando el alma se dirige hacia su nacimiento, el magnífico germen anímico-espiritual humano va disminuyendo gradualmente. El ser humano sigue trabajando en ello con el objetivo constante de que éste se entreteja, se comprima y se condense en el cuerpo humano físico.
Realmente no es sin razón que los iniciados más antiguos —a través de una especie de clarividencia que, desde luego, ya no nos conviene, aunque la ciencia oculta más reciente demuestra el mismo hecho— que los antiguos iniciados llamaban al cuerpo humano el Templo de los Dioses. Es el Templo de los Dioses, porque se esta tejiendo en el cosmos por el alma humana junto con los Seres divinos entre la muerte y un nuevo nacimiento. Más adelante, de una manera aún por describir, el ser humano recibe su forma física. Mientras el ser humano está tejiendo el germen espiritual de su cuerpo físico en la etapa indicada, él está, en cuanto ser anímico, en una condición, en un talante, que se puede comparar solamente con lo que los iniciados modernos llaman la intuición. El ser humano vive con su alma dentro de la actividad de los dioses. Está completamente difundido en la existencia cósmico-divina. En este estado, entre la muerte y un nuevo nacimiento, está participando en la vida de los dioses.
Pero entonces, a medida que el ser humano avanza en su camino, según se va acercando más a la concepción y el nacimiento, se produce un cambio. En cierto modo, su conciencia queda entonces impresionada con el hecho de que los seres divino-espirituales de las Jerarquías Superiores se están retirando de él. Y sólo le aparece algo como una revelación, como un reflejo, como si los dioses se hubiesen retirado y sólo sus nebulosas imágenes estuvieran todavía ante el alma humana, y como si una especie de velo estuviera tejiéndose como una imitación de eso que en realidad había sido tejido antes. La conciencia intuitiva que antes poseía ahora cambia a una conciencia cósmica inspirada. El ser humano no vive más con los Seres divino-espirituales de las Jerarquías Superiores; Él vive con su manifestación. La gloria de los dioses, su radiación, entra en una especie de conciencia inspirada, pero ocupando ese lugar, un yo interior se va desarrollando cada vez más dentro de la conciencia anímica. Durante el clímax, diría yo, de la vida entre la muerte y un nuevo nacimiento, el ser humano vive enteramente con los Seres divino-espirituales de las Jerarquías Superiores; el yo no tiene fuerza interior; vuelve a ser consciente de su yo interno sólo cuando los Dioses se retiran y sólo permanece su manifestación. La gloria de los dioses, su radiación, entra en una especie de conciencia inspirada; pero, como recompensa, el ser humano se siente como un ser auto-existente. Y lo que ahora despierta primero en él es, diría yo una especie de deseo vehemente.
A medio camino entre la muerte y un nuevo nacimiento, el ser humano trabaja en el germen espiritual de su cuerpo físico, por así decirlo, a partir de una profunda satisfacción interior. Aunque se da cuenta de que el objetivo final será el cuerpo físico de su próxima vida terrenal, no está impregnado de un deseo ansioso, sino de —podríamos decir— admiración por este cuerpo humano físico, considerado desde un punto de vista universal. En el momento en que los seres humanos no viven más en los mundos divinos, sino sólo en las manifestaciones de los mundos divinos, surge el deseo vehemente de reencarnar sobre la Tierra. Justo mientras la conciencia del yo se está haciendo continuamente más fuerte, este ansioso deseo se despierta. Nos retiramos, por así decirlo, de los mundos divinos y nos acercamos a lo que seremos como seres humanos terrenales. Este deseo se vuelve continuamente más fuerte, y lo que vemos a nuestro alrededor también está experimentando un cambio. Antes de esto, estábamos viviendo como seres espirituales con las Jerarquías divino-espirituales; Sabíamos que éramos uno con ellos. Cuando hablamos de nuestro yo interior, estamos hablando del cosmos, pues el cosmos mismo consistía en Seres, Seres en estados sublimes de conciencia con quienes vivíamos. Ahora se ve una gloria exterior, y en esta gloria exterior aparecen gradualmente las primeras imágenes de lo que, en última instancia, son las reflexiones físicas de los Seres divino-espirituales.
Esta gloria emana del Ser que el hombre conoció allí más allá como el Sublime Ser Solar, y en esta gloria aparece, por así decirlo, el sol visto desde fuera o visto desde el mundo. Aquí en la Tierra miramos hacia el Sol. Allí, al descender a la Tierra, al principio vemos el Sol desde el otro lado. Pero el sol emerge, las estrellas fijas emergen, y detrás de las estrellas fijas surgen los movimientos planetarios. Y con la aparición de los movimientos planetarios surge una especie de fuerza bastante definida: la fuerza espiritual de la luna; Ahora nos controla. Son estas fuerzas lunares que, poco a poco, nos llevan de nuevo a la vida terrenal.
Tal es en realidad el aspecto de las cosas que el ser humano contempla en su descenso de los mundos cósmicos a la existencia terrenal: que, después de una experiencia de jerarquías divino-espirituales, procede a sus imágenes. Pero estas imágenes de los Seres se convierten gradualmente en imágenes de las estrellas, y el ser humano entra en algo que, podría decir, primero ve desde atrás: entra en lo que se manifiesta desde la Tierra como el cosmos. Los detalles de lo que el ser humano consume se pueden discernir, y la ciencia moderna de la iniciación puede penetrar profundamente en lo que el hombre experimenta.
Sólo a través de los detalles en este dominio comenzamos a familiarizarnos con la vida. Porque nadie que conoce la vida es capaz de ver al ser humano solo en conexión con la existencia terrenal. ¿Qué gran valor tiene para nosotros nuestra conexión con la existencia terrenal? Durante los largos períodos de tiempo entre la muerte y un nuevo nacimiento, la Tierra, al principio, realmente no significa nada para nosotros, y lo que brilla hacia nosotros, como lo externo, por así decirlo, se transmuta en mundos enteros de dioses, en los que vivimos durante estos largos períodos de tiempo y que nos parecen externos nuevamente como estrellas solo cuando nos acercamos a la Tierra para otra existencia terrenal.
Lo que el ser humano tejió al principio, como germen espiritual de su cuerpo físico, el sabe, por el momento, que es uno con el universo, con el universo espiritual. Más tarde, cuando sólo ve la manifestación de los mundos divino-espirituales, este germen se convierte gradualmente en su cuerpo, que ahora es también una reproducción del cosmos. Y de este —su cuerpo— surge el deseo vehemente de una existencia terrenal, de una conciencia del yo en su cuerpo.
Este cuerpo todavía contiene mucho lo que no ha sido tocado por la existencia terrenal, porque es un cuerpo espiritual. En cuanto a este cuerpo, de hecho, sigue siendo enteramente indeterminado en una cierta etapa si, por ejemplo, el ser humano será una personalidad masculina o femenina en su siguiente existencia terrenal. Pues durante todo este tiempo entre la muerte y un nuevo nacimiento, hasta una etapa muy tardía, antes de nacer sobre la Tierra, no tiene significado la cuestión de ser hombre o mujer. Las condiciones allí difieren enteramente de las que se reflejan en la Tierra como hombre y mujer. También hay condiciones que ocurren en la existencia espiritual y se reflejan en la Tierra; Pero lo que aparece en la Tierra como hombre y mujer adquiere importancia sólo relativamente tarde, antes de nuestro descenso a la Tierra. Cuando el ser humano, según ciertas conexiones kármicas anteriores, piensa que es mejor experimentar su siguiente encarnación en la Tierra como mujer, podemos trazar en detalle cómo, al descender a la Tierra para unirse con el embrión físico, elige ese momento que se conoce aquí en la Tierra como el tiempo de luna llena. Podemos decir, por lo tanto, cuando estamos mirando desde la región heliocéntrica, aquí en la Tierra a la luna llena, que es entonces el momento en que los seres que quieren ser mujeres eligen para su descenso, porque es entonces sólo cuando toman esta decisión. Y la luna nueva es el momento en el que eligen si desean convertirse en hombres.
Así, vean ustedes, el ser humano entra en su existencia terrenal a través del portal de la luna. Pero la fuerza que requiere el hombre para entrar en la vida en la Tierra fluye desde el cosmos; nos movemos hacia ella cuando entramos desde el cosmos, y esta fuerza es irradiada por la luna cuando se la conoce como luna nueva en la Tierra. La fuerza que requiere la hembra es irradiada desde la luna cuando está en fase de luna llena; luego, su lado iluminado se vuelve hacia la Tierra y su lado no iluminado hacia el cosmos, y esta fuerza, que la luna puede enviar al cosmos desde su lado no iluminado, es la que el ser humano necesita si desea convertirse en mujer.
Lo que he estado describiendo hasta ahora muestra que el antiguo concepto de la astrología, que en la actualidad ha sido llevado a una decadencia total por los astrólogos ordinarios, estaba bien fundado. Sólo, debemos ser capaces de alcanzar una visión interior de la conexión de las cosas. No hay que mirar sólo a la constelación física de una manera calculadora, sino que tenemos que mirar el elemento espiritual correspondiente. No es realmente posible entrar en detalles.
Como ustedes saben, el ser humano desciende del cosmos en un estado definido. Desde el cosmos espiritual entra en el cosmos etérico. Ahora todavía estoy hablando solo del cosmos etérico; El aspecto físico de las estrellas es, en estas conexiones, tomado menos en consideración, como es, igualmente, el aspecto físico de la luna. El momento esencial en que el ser humano decide descender a la Tierra depende, como ya he dicho, de la fase de la luna durante este descenso, y así puede suceder que se expone a una decisiva nueva luna para convertirse en un hombre, o a una decisiva luna llena para convertirse en una mujer.

Pero entonces —ya que el descenso no se realiza de manera muy rápida, pues permanece expuesto durante un tiempo— si desciende a través de la luna nueva, como un hombre, él todavía puede, por una u otra razón, decidir exponerse a la llegada de la luna llena. Así, si ha tomado la decisión de descender como hombre, haciendo uso para ello de las fuerzas de la luna nueva, pero, durante su descenso, todavía tiene a su disposición el resto del ciclo de la luna, la fase de la luna llena. Entonces se llena con las fuerzas lunares, de tal forma que no afecte a su condición de hombre o mujer, sino a la organización de la cabeza, y a lo que está conectado con la organización de cabeza desde fuera, desde el cosmos, si es que se produce la constelación de la que he hablado. Así, cuando el ser humano ha tomado la decisión: «Me convertiré en un hombre a través del tiempo de la luna nueva», y continúa viviendo en el cosmos, por lo que no ha entrado completamente en la influencia lunar, pues sigue estando expuesto a la próxima luna llena, y luego, a través de la influencia de las fuerzas lunares en esta condición hará, por ejemplo, que tenga los ojos marrones y cabello negro. Así, podemos decir que la forma en la que el ser humano pasa por la luna determina no sólo su sexo, sino también el color de los ojos y el cabello. Si, por ejemplo, el ser humano ha pasado la luna llena como una mujer y luego se expone a una luna nueva, el resultado puede ser una mujer con los ojos azules y el pelo rubio.
Por grotesco que parezca, estamos absolutamente predestinados por la manera en que vivimos a través del cosmos, en cuanto a la forma en que nuestro organismo anímico espiritual se abre camino hacia nuestro cuerpo físico y etérico. Antes de este momento no se había tomado ninguna decisión respecto a que nos volviéramos rubios o morenos; Esto está determinado solo por las fuerzas lunares cuando las pasamos, en nuestro descenso del cosmos a la existencia terrenal.
Y así como pasamos por la luna, que realmente nos guía hacia la existencia terrenal, también pasamos por los otros planetas. No es irrelevante, por ejemplo, si atravesamos a Saturno de una u otra forma. Podemos pasar por Saturno, por ejemplo, cuando la constelación es tal que la fuerza de Saturno y la fuerza de Leo en el Zodiaco cooperan. Debido a nuestro paso por la región de Saturno, al igual que su fuerza aumenta a través de Leo en el zodiaco, nuestra alma adquirirá —condicionada, por supuesto, por nuestro karma precedente— la fuerza para enfrentar inteligentemente las contingencias externas de la vida para que no nos derroten una y otra vez. Sin embargo, si Saturno está siendo dominado más por Capricornio, nos convertiremos en seres humanos débiles que sucumben a las contingencias externas de la vida.
Todas estas experiencias las llevamos dentro de nosotros cuando preparamos desde el cosmos, nuestra existencia terrenal. Por supuesto, podemos superar esto a través de una formación adecuada, pero no expresando la opinión de los materialistas de que todo esto no tiene sentido, que no debemos prestarle ninguna atención. Por el contrario, puede superarse por el hecho de que desarrollamos estas fuerzas, realmente las desarrollamos. Y en el futuro, la humanidad aprenderá de nuevo, no solo para asegurar que un niño tenga buena leche para beber y buena comida para comer —aunque no se puede hacer ninguna objeción a esto— pero la humanidad aprenderá de nuevo a observar si esta o esa persona tiene dentro de él fuerzas de Saturno o Júpiter activadas bajo esta o aquella influencia.
Supongamos que encontramos que un ser humano tiene dentro de él, a través de su karma, las fuerzas de Saturno bajo la influencia más desfavorable —de Capricornio o de Acuario, por ejemplo— para que se exponga a todas las dificultades de la vida. Luego, para fortalecerlo, buscaremos cuidadosamente otras fuerzas dentro de él. Por ejemplo, nos preguntaremos si ha experimentado el paso a través de la esfera de Júpiter, de Marte o de cualquier otra esfera. Y siempre podremos corregir y anular una condición mediante la otra. Simplemente tendremos que aprender a pensar en el ser humano no solo en relación con lo que comienza a comer y beber en la existencia terrenal, sino que tendremos que considerarlo en relación con lo que él se convierte, por haber pasado por los Mundos Cósmicos entre la muerte y un nuevo nacimiento.
Cuando el ser humano está cerca de su vida terrenal, experimenta entonces una especie de pérdida de su ser. Saben por mi descripción, que estaba conectado con lo que él había tejido como el germen espiritual de su cuerpo físico. En este germen espiritual, él ha tejido, además, las experiencias vividas durante su camino de descenso atravesando las estrellas fijas y los planetas. En una etapa definida, en realidad bastante cerca de la concepción y el nacimiento, este germen espiritual ya no está allí. Ha descendido mientras tanto como un sistema de fuerzas en la Tierra. Ha caído del ser humano. Se ha unido independientemente en la Tierra, con la sustancia física de la herencia que los ancestros, el padre y la madre, pueden permitirse. Lo que se está tejiendo allí en el organismo desciende a la Tierra antes que el propio ser anímico espiritual. Y entonces, cuando el ser humano se hace consciente de que realmente ha entregado a los padres lo que él mismo ha tejido en el cosmos, es capaz, en la última etapa anterior a su existencia terrenal, de traerse del mundo etérico lo que es esencial para su propio organismo etérico, ya que no hay necesidad de hacer más tejidos en su cuerpo físico, que esta esencialmente completo y ha sido entregado y convertido en parte del flujo de la herencia. Ahora traza su organismo etérico; y junto con éste se une con lo que él mismo ha preparado por medio de sus padres. Él toma posesión de su cuerpo físico, en el cual une toda esta estructura cósmica del germen espiritual y que está entretejida con lo que el ser humano mismo unió con él mientras descendía por esta o aquella región estelar. De hecho, no es arbitrario que pase por la luna nueva o la luna llena y se haga hombre o mujer, o que tenga pelo negro o rubio u ojos azules o marrones, pues todo esto está íntimamente relacionado con los resultados de su karma anterior.
Esto demuestra que, mientras que el ser humano en el estado de sueño experimenta como su naturaleza interior meramente facsímiles del mundo planetario, el mundo de las estrellas fijas, ahora pasa a través de estos mundos en su realidad entre la muerte y un nuevo nacimiento. Él pasa a través de estos mundos; se convierten en su naturaleza interior. Y son siempre las fuerzas lunares las que nos devuelven a la Tierra. Se diferencian esencialmente de todas las otras fuerzas estelares a este respecto, en que nos devuelven a la Tierra. En el estado de sueño nos devuelven a la Tierra; nos trae también de vuelta después de haber experimentado todo lo que he descrito brevemente, para entrar de nuevo en un curso de la vida en la Tierra.
Pero consideremos una vez más lo que está ahí fuera del cuerpo físico, en la forma de cuerpo astral y organización del yo, entre quedarse dormido y despertar. No se fabrica a partir de huesos y sangre; Es una entidad anímico espiritual. Pues toda nuestra calidad moral intrínseca está tejida en ella. Así como consistimos, cuando estamos despiertos, de huesos, sangre y nervios, también lo que nos deja durante el sueño y regresa al despertar consiste en los juicios actualizados de nuestras acciones morales. Si he logrado una buena acción durante el día, su efecto se refleja en el cuerpo de mi sueño dentro de la sustancia anímico espiritual que me abandona durante el sueño. Mi calidad moral vive dentro de esto. Y cuando el ser humano pasa por el Portal de la Muerte, lleva consigo toda su evaluación moral actualizada. Es un hecho que, entre el nacimiento y la muerte en la vida terrenal, el ser humano crea en sí mismo un segundo ser. Este segundo ser humano, que sale del cuerpo cada noche, es el resultado de nuestra vida moral o inmoral, y lo llevamos con nosotros a través del Portal de la Muerte. Este resultado, que se funde con nuestro ser eterno esencial, no es el único elemento que poseemos dentro de la sustancia anímico espiritual que sale de nosotros durante la noche. Sin embargo, justo después de la muerte, cuando estamos primero en el cuerpo etérico y luego en el cuerpo astral, apenas vemos nada en nosotros mismos sino esta entidad moral de nuestro ser. Si fuimos buenos o malos, esto es lo que vemos; Nosotros somos eso. Así como aquí en la Tierra somos un ser humano en el que predominan las fuerzas de la piel, las fuerzas nerviosas, las fuerzas sanguíneas o las fuerzas óseas, después de la muerte somos, a nuestra propia percepción, lo que éramos, moralmente o inmoralmente.
Y ahora, después de la muerte, continuamos nuestro camino, primero a través de la esfera de la luna, luego a través de las esferas de las estrellas fijas… hasta que llega el momento en que podemos comenzar a trabajar con los Seres de las Jerarquías Superiores sobre el germen espiritual de nuestro futuro cuerpo físico. Pero, si tomáramos este elemento moral en los mundos superiores, donde debemos tejer nuestro futuro organismo físico en su germen espiritual, este organismo físico resultaría ser una monstruosidad. Durante un cierto período de tiempo entre la muerte y un nuevo nacimiento, el ser humano debe separarse de lo que constituye su calidad moral. De hecho, deja su cualidad moral en la esfera lunar.
Es un hecho real que, al salir de la esfera de la luna, dejamos allí a nuestro ser humano moral e inmoral y entramos en la esfera pura de los dioses, donde podemos tejer nuestro cuerpo físico.
Debo ahora volver a la diferencia entre los tiempos previos al Misterio del Gólgota y los que le siguen, incluyendo el presente. Los iniciados más antiguos dejaron muy claro a sus discípulos —ya través de ellos a toda la humanidad de la civilización de la época— que, para poder encontrar la transición del mundo que llamé en mi libro Teosofía, el Mundo Anímico, y que realmente experimentamos en su totalidad en la esfera lunar, en el mundo que llamé la Tierra Espiritual, el ser humano debe desarrollar en la Tierra los sentimientos que le permitan ser conducidos hacia arriba por el Ser Solar espiritual, después de haber dejado detrás todo el saco de sus consecuencias morales en la esfera lunar.
Todo lo que nos relata la historia con respecto a los tres primeros siglos cristianos, e incluso al siglo cuarto, es fundamentalmente una falsificación; porque en esos siglos el cristianismo era muy diferente de lo que se describe. Era algo muy diferente por el hecho de que dentro de él había influido la concepción que provenía de la comprensión de la antigua ciencia de la iniciación. De esta sabiduría de la iniciación se sabía que, en la vida después de la muerte, el sublime Ser Solar conduce al ser humano fuera de la esfera de la Luna, después de haber dejado atrás su saco moral y, a su regreso, le lleva de nuevo a la esfera lunar. Esto le dio al ser humano la fuerza —que no pudo haber obtenido a través de él mismo— para que este ser moral sea parte de sí mismo, en un momento determinado antes de su nacimiento, para cumplir su destino en la Tierra dentro de su alma y evitar que entre en su cuerpo físico. De lo contrario, el ser humano nacería como una monstruosidad y estaría absolutamente enfermo en su cuerpo. Este paquete moral tuvo que ser tomado nuevamente en la esfera lunar, durante el descenso, para que no entrara en el cuerpo.
Aquellos iniciados que vivían en el tiempo del Misterio del Gólgota, e incluso en los tres o cuatro siglos posteriores, dijeron a sus discípulos: Anteriormente, el sublime Ser Solar estaba sólo arriba en los mundos espirituales. Pero, a medida que la humanidad avanza, la conciencia del yo se ha vuelto tan brillante sobre la Tierra que se hace aún más oscurecida en el mundo espiritual. En otras palabras, cuanto más brillante es nuestra conciencia del yo, sólo por medio del cuerpo físico, aquí abajo en la Tierra, más oscura está arriba. El ser humano ya no entraría en contacto con el Ser Solar, no encontraría por su propio poder la transición tras la muerte de la esfera lunar a las esferas superiores, si el Cristo no hubiera descendido y pasado por el Misterio del Gólgota. El Ser que el ser humano conoció antes de la muerte solo en el mundo espiritual ahora ha descendido; Él ha vivido aquí en la tierra desde el Misterio de Gólgota; y ahora el ser humano puede establecer una relación con Él de acuerdo con las palabras de San Pablo: «No yo, sino el Cristo en mí». De esta manera, el ser humano toma fuerza de la Tierra con él, fuerza que le da Cristo aquí en esta Tierra, y que le permite dejar atrás en la esfera lunar el ser moral que creo dentro de sí mismo y proceder a esferas más elevadas para trabajar en el germen espiritual de su cuerpo físico. También le da la fuerza en su descenso a través de la esfera lunar para retomar su karma por voluntad propia y asumir los efectos secundarios de sus buenas y malas acciones. En el curso de la evolución histórica, nos hemos convertido en seres humanos libres. Pero la razón por la que nos hemos convertido en tales es que la fuerza de Cristo que hemos adquirido nos ha permitido, mediante la fuerza interior libre, asumir nuestro karma en nuestro descenso a través de la esfera lunar. No importa si nos gusta esto o no, aquí en la tierra, lo hacemos en la etapa que describí, si nos hemos convertido en verdaderos cristianos en la Tierra.
Me he estado esforzando, mis queridos amigos, por mostrarles un poco de la manera en que la ciencia moderna de la iniciación puede ver en los mundos que podríamos llamar los aspectos ocultos de la existencia humana, para mostrarles cómo realmente todo lo que pertenece al ser humano solo se puede dilucidar ya que podemos ver estos aspectos ocultos. Y al mismo tiempo, traté de mostrarles en conexión con lo que significa el Impulso de Cristo para la humanidad del tiempo presente; porque tendremos que volver constantemente a ello. Desde el Misterio de Gólgota, no podemos ser un ser humano completo, a menos que encontremos el camino a este Impulso Crístico. Por lo tanto, es necesario que la ciencia espiritual antroposófica arroje cada vez más luz sobre el Impulso Crístico de la manera correcta. Por la manera en que se arrojó luz sobre el Impulso Crístico en el pasado, cuando la conciencia del hombre quedó oculta, si continuara, privaría a gran parte de la humanidad —solo piensen en los orientales, piensen en los habitantes de otros continentes— de la posibilidad de abrazar el cristianismo. Pero ese cristianismo que está profundamente arraigado en la ciencia espiritual antroposófica en realidad, si una vez la esencia de la ciencia espiritual es entendida a fondo, será entendido con entusiasmo por los orientales, quienes están dotados de una espiritualidad antigua, aunque este en decadencia.
De esta manera solo puede prevalecer en la Tierra esa paz que debe proceder del alma y el espíritu de los hombres, y que es tan indispensable para la Tierra, como lo siente cada persona imparcial hoy. Tendremos que estar mucho más convencidos del hecho de que todo pensamiento actual sobre las instituciones externas es realmente inútil, y que, por otro lado, es muy necesario apelar directamente a las almas humanas. Pero podemos apelar a las almas solo si podemos decirles algo sobre el verdadero hogar del alma, sobre las experiencias del ser humano que se encuentran más allá de su existencia física, en esos estados de conciencia que les he estado describiendo hoy. Incluso si esos estados de conciencia no existen durante la vida terrenal, sus efectos sí existen. ¡Oh, mis queridos amigos, el que tiene una visión de la vida ve en el rostro de cada ser humano un reflejo de los destinos cósmicos que el individuo ha experimentado entre la muerte y un nuevo nacimiento!
Les he descrito hoy como el destino —si uno se ha convertido en un hombre o una mujer— se puede entender por medio del cosmos, incluso cómo el color de los ojos y el cabello se puede entender solo cuando podemos ver la existencia cósmica. Nada en este mundo es comprensible a menos que pueda entenderse por medio del cosmos. El ser humano se sentirá a sí mismo como un verdadero ser humano solo cuando podamos informarle a través del verdadero conocimiento espiritual de su relación con lo que está detrás de la existencia físico-sensorial. A pesar de que los seres humanos en la Tierra aún no están conscientes de ello, la humanidad inconscientemente tiene sed de tal conocimiento. Lo que hoy se está desarrollando de manera convulsiva en todos los dominios, ya sea el dominio de la vida espiritual, la jurídica externa o la vida económica, todo es, en última instancia, un resultado de lo espiritual. Solo cuando el ser humano aprende de nuevo a saber de su relación con la existencia extrafísica, todo esto puede transformarse de fuerzas de decadencia en fuerzas ascendentes. Porque la existencia física no tiene sentido a menos que se vea en conexión con la existencia suprafísica. El cuerpo humano físico se vuelve significativo solo entonces cuando podemos verlo, por así decirlo, como la confluencia de todas aquellas fuerzas soberanas que se entrelazan entre la muerte y un nuevo nacimiento. Este es el carácter trágico del conocimiento materialista del mundo que, en última instancia, no conoce la materia misma. Ponemos el cuerpo humano sobre la mesa de disección; lo examinamos más cuidadosamente en cuanto a sus tejidos y sus componentes físicos individuales. Esto se hace para adquirir un conocimiento de la materia. Pero no aprendemos a conocerlo de esta manera, ya que es el producto del espíritu, y solo en la medida en que podamos rastrearlo hasta aquellas etapas en las que está tejido del espíritu, lo sabremos. Los seres humanos comprenderán precisamente esta existencia físico-material solo cuando sus almas sean conducidas cósmicamente al reino del alma y el espíritu.
Si nos permeamos a nosotros mismos con la conciencia de que debemos comprender cada vez más nuestra conexión con el reino anímico espiritual del cosmos, entonces nos convertiremos en verdaderos antropósofos. Y ustedes, mis queridos amigos, seguramente no me ridiculizarán cuando diga que el mundo está hoy necesitado de verdaderos Antropósofos que lograrán un ascenso para la humanidad a través de esa conciencia que resulta de experimentar lo espiritual, aunque al principio solo deberíamos entenderlo como un reflejo y no que nosotros mismos hayamos alcanzado el conocimiento clarividente. No necesitamos ser clarividentes para trabajar de manera benéfica después de poseer el conocimiento espiritual. Tan poco como una persona necesita saber en qué constituye la carne cuando la está comiendo, pero ésta la nutre, tan poco como una persona necesita ser clarividente para ser eficaz a través de su trabajo y a través de toda su asociación con la vida de los mundos superiores. Si aceptamos la ciencia espiritual antes de ser clarividentes, es como si la estuviéramos consumiendo. Fundamentalmente, la clarividencia no agrega nada a lo que podemos llegar a ser para el mundo a través del conocimiento espiritual. Satisface simplemente nuestro conocimiento. Este conocimiento debe, de hecho, existir. Por supuesto, tiene que haber personas que examinen la composición de la carne, pero este conocimiento no es necesario para comer. Del mismo modo, debe haber personas clarividentes hoy que puedan investigar la naturaleza de la conexión del hombre con el mundo espiritual; pero, para lograr lo que es esencial para la humanidad, es necesario que seamos almas humanas sanas. Si están informados de la ciencia del espíritu, sentirán el poder digestivo de la naturaleza del alma; Se apropiarán de esta ciencia espiritual, la digerirán y la asimilarán en su trabajo. Y esto es lo que necesitamos hoy en todo el mundo civilizado: el trabajo humano externo que se espiritualiza completamente en el sentido correcto y verdadero.
Traducido por Gracia Muñoz en noviembre de 2018.
[i] (Conferencias dadas en La Haya, Rotterdam y Delft, Holanda, del 31 octubre-6 noviembre, 1922)