Del ciclo: Maravillas del mundo, probaciones del alma y revelaciones del Espíritu
Rudolf Steiner — Múnich, 22 de agosto 1911
Al final de la conferencia de ayer, introduje el nombre de Dionisos y terminé con una nota interrogatoria sobre su naturaleza. Como todos saben, Dionisos es uno de los dioses griegos, y en sus mentes debe haber surgido la pregunta sobre la naturaleza de los dioses griegos en general. Ya he tratado de describir con bastante detalle figuras como Plutón, Poseidón y el propio Zeus. En vista de lo que dije ayer sobre el papel desempeñado por las jerarquías superiores en la guía espiritual de la humanidad, es posible que haya querido preguntar a qué categoría de las jerarquías superiores consideraban los griegos que pertenecían sus dioses.
Ayer dijimos que, en contraste con las condiciones que prevalecían en épocas anteriores, —en la época persa y Egipto-caldea— durante la cultura greco-latina, las riendas de la guía espiritual estaban menos sujetas desde arriba. El hecho de que los griegos eran conscientes de esta relación un tanto más libre entre los espíritus divinos y los hombres está bastante claro por la forma en que representaban a sus dioses, dándoles rasgos completamente humanos, incluso se podría decir fragilidades humanas, pasiones humanas, simpatías y antipatías humanas. De esto podemos inferir que sabían que, al igual que los seres humanos en el plano físico tienen que esforzarse para progresar, los dioses que están inmediatamente por encima de ellos hacen lo mismo: se esfuerzan por trascender las cualidades que tienen. De hecho, en comparación con los dioses de Egipto o Persia, ¡los dioses griegos necesitaban tanto progresar en su propia evolución que no podían preocuparse mucho por los hombres!. De ahí vino el colocarse sobre sus propios pies de la civilización griega, que es verdaderamente humano. El vínculo entre dioses y hombres estaba más suelto que nunca. Solo porque eran conscientes de esto, los griegos podían representar a sus dioses tan humanos. Este mismo hecho bien puede llevarnos a preguntarnos en qué lugar de las jerarquías colocaron los griegos a sus dioses. No podemos dudarlo, sus mismas cualidades lo proclaman en voz alta, tenemos que ponerlos a todos sin excepción en el coro de los seres luciféricos. Si nos preguntamos qué intentaban hacer estos dioses, qué intentaban obtener con su participación en la vida terrenal, no podemos dudar que no consiguieron completar su evolución lunar y que los griegos lo sabían. Sabían que tenían que aprovecharse de la evolución de la Tierra al igual que los hombres. De esto se deduce que los griegos sabían muy bien que todos sus dioses estaban imbuidos del principio luciférico.
La actitud griega hacia sus dioses contrasta con la de otros pueblos. Sabemos de un pueblo que había desarrollado en un grado muy alto la conciencia de estar bajo una jerarquía divina que había alcanzado el objetivo completo en la evolución de la Antigua Luna. Cualquiera que haya escuchado el curso de las conferencias que di aquí hace un año con todo lo que dije sobre los Elohim, sobre la culminación de los Elohim en Jahve, no tendrá ninguna duda de que el pueblo hebreo sabía que los Elohim, que Jahve pertenecía a los dioses que no podían verse directamente afectados por el principio luciférico en la Tierra, porque habían alcanzado su pleno desarrollo en la Antigua Luna. Ese es el gran contraste entre estos dos pueblos, y la singularidad de la antigua conciencia hebrea de Dios se presenta maravillosamente en esa poderosa alegoría dramática que arroja su luz sobre nosotros desde la remota antigüedad, y cuyo profundo significado solo se comprenderá gradualmente una vez más, a medida que la ciencia espiritual prepare el terreno para ello. Si la antigua conciencia hebrea estaba completamente llena con el conocimiento de que cada miembro de la nación hebrea estaba bajo la guía divina de espíritus que habían alcanzado el objetivo completo de su evolución en la Antigua Luna, ¿cómo debe haber afectado su actitud hacia el hombre mismo? El hebreo debe haber sentido inevitablemente: «La devoción a este mundo divino con toda la fuerza del alma llevará a los hombres hacia lo espiritual en el universo; la unión con cualquier otra fuerza, la unión con fuerzas que aún pertenecen al mundo material, inevitablemente alejará a los hombres de lo espiritual». Este es el significado de ese texto, esa expresión epigramática, que nos ha llegado del Libro de Job, cuya esposa le dice a su marido que sufre: «Maldice a Dios y muere». Hay algo magnífico, poderoso, en estas palabras, y solo pueden significar que la unión con Jahve, como el extracto de los Elohim, significa la vida misma para el antiguo pueblo hebreo. La unión con la jerarquía de los Elohim es vida, y la unión con cualquier otra jerarquía significaría alejarse de este principio progresivo de la evolución humana, significaría la muerte a la evolución humana. Para los antiguos hebreos, el no estar impregnados por la sustancia de los Elohim, o de Jahve, significaba morir.
Esto es solo una indicación de que en la antigüedad remota había una conciencia espiritual opuesta en vívido contraste con la conciencia que encontramos más tarde entre los griegos. La conciencia griega lleva a la madurez el elemento verdaderamente humano en la vida terrenal, trata de asimilar en su humanidad todo lo que la Tierra tiene para ofrecer y, en consecuencia, está bajo el dominio de una jerarquía que busca apoderarse de los elementos de la vida terrenal para su propio desarrollo, y que por lo tanto ejerce el menor control posible sobre los hombres. La otra conciencia, la antigua conciencia hebrea se entrega por completo al principio de los Elohim, está completamente entregada a Jahve. Esos fueron los dos grandes polos de la civilización en el pasado.
Ayer dije que los seres luciféricos, o los Ángeles que durante la evolución de la Antigua Luna permanecieron atrasados, todavía pueden encarnar en la Tierra, pueden moverse entre los hombres, en contraste con aquellos que completaron su evolución. ¡Pero no se nos dice que los dioses griegos se encarnaron directamente en forma humana! Parece que aquí hay una inconsistencia. Tales inconsistencias aparentes son inevitables, porque la Ciencia Espiritual es extraordinariamente comprensiva y complicada. De hecho, los caminos de la verdad espiritual son intrincados y solo pueden ser recorridos por aquellos que pacientemente serpentean a través del laberinto, como se dice en un pasaje de Los Dramas Misterio –La Probación del Alma[i]. Tales inconsistencias solo pueden resolverse poco a poco, y cualquiera que espere una solución simplificada no penetrará fácilmente en la verdad. Los griegos ciertamente sabían que en su tiempo los Seres de sus divinas jerarquías no podían encarnar directamente sobre la Tierra. ¡Pero esas individualidades anímicas que los griegos consideraban como sus dioses encarnaban en cuerpos físicos, y eso sucedió en la época de la Atlántida! Al igual que en los Héroes griegos, tenemos las encarnaciones posteriores de los Ángeles atrasados de la evolución de la Antigua Luna, caminando por la Tierra en cuerpos humanos, teniendo en su interior el conocimiento de una naturaleza Luciférica, sobrehumana, así en los dioses griegos tenemos seres que se sometieron a su encarnación fisica en los cuerpos atlantes. Por lo tanto, podemos decir que los griegos consideraban a sus dioses como verdaderos seres luciféricos que ya habían pasado por su encarnación humana en la Atlántida. Debemos tener esto claro si deseamos comprender el mundo de los dioses griegos.
Pero otra aparente contradicción podría ocurrir. Podrían decir: ‘Todo muy bien, pero en otra ocasion nos dijo que Zeus está fuera en el espacio como el representante macrocósmico de las fuerzas astrales que trabajan en el hombre, Poseidón como el representante macrocósmico de las fuerzas que trabajan en el cuerpo etérico, Plutón como el representante macrocósmico de las fuerzas del cuerpo físico… ¡para que uno tenga que pensar en esas fuerzas como extendidas en el ancho del espacio!». La objeción de que estas fuerzas actúen fuera en el espacio sin estar reunidas en formas humanas separadas solo lo puede hacer alguien que aún no haya entendido cómo se produce la evolución, cuál es su significado completo.
Para la conciencia moderna es algo difícil llegar a un acuerdo con los conceptos apropiados. Es difícil imaginar que lo que funciona fuera en el espacio como ley natural puede caminar al mismo tiempo sobre la Tierra en un cuerpo humano. Sin embargo puede ser así. Para el científico de hoy, naturalmente, parece absurdo que alguien diga: «Tome todas las fuerzas conocidas hoy en día por el químico, todas las fuerzas químicas descritas en los libros de texto, todas las fuerzas que intervienen en el análisis y la combinación de sustancias», y luego piense en todas estas leyes en algún momento concentradas en un cuerpo humano, caminando, haciendo uso de las manos y los pies… ¡un hombre moderno consideraría eso como pura locura! Igualmente poco podría imaginar que la contraparte macrocósmica de las fuerzas que trabajan en nuestros cuerpos astrales, su contraparte extendida en el espacio… fue una vez, exactamente como hoy, un alma humana, centrada en una sola persona, una sola persona que en la Atlántida caminó sobre la Tierra como Zeus. Y lo mismo se aplica a Poseidón y Plutón. En estos hombres atlantes a quienes la conciencia griega dio los nombres de Plutón, Zeus, Poseidón, se encarnaron aquellas maravillas del mundo que también se llaman leyes. Intenten imaginarse a si mismos un verdadero hombre de carácter atlante caminando por la Atlántida como otros atlantes, e imaginen a un observador dotado de plena conciencia mirando a esta persona de la Atlántida que era Zeus… tal observador se habría visto obligado a decir : ‘Este alma de Zeus caminando como un Atlantiano parece estar concentrada en un cuerpo Atlante, pero eso es una ilusión, eso es maya. Sólo parece ser así. La verdad es que este alma es la totalidad de todas las fuerzas macrocósmicas que trabajan fuera, como la contraparte de las fuerzas del alma concentradas en nuestros cuerpos astrales. «Si la observación clarividente se dirigiera a este hombre atlante que es Zeus, reconocería: «A medida que observo este alma, se vuelve más y más grande, se ensancha, de hecho es la contrapartida macrocósmica de las fuerzas del alma en el cuerpo astral humano». Lo mismo se aplicó a los demás atlantes que fueron realmente dioses griegos. El mundo tal como lo encontramos en el plano físico es, en general, maya. Debido a que el hombre moderno no tiene idea de esto, es tan difícil para él concebir el Ser de Cristo Jesús mismo. Porque si contemplamos el alma que estaba en Cristo Jesús después del bautismo en el Jordán, encontramos lo mismo. Esto queda claro en el pequeño libro «La guía espiritual del hombre y de la humanidad». En ese libro llegamos a reconocer que mientras los clarividentes, o los seres humanos en general, puedan pensar que este alma está confinada a un cuerpo humano, serán víctimas de maya. En realidad, esta alma impregna todo el espacio y ejerce su influencia desde todo el espacio, aunque para la mente cautiva del mundo sensorial parece funcionar a través del cuerpo de Jesús de Nazaret. Mientras que después del bautismo de Juan tenemos que ver el cosmos como un todo a través del cuerpo de Jesús, en los dioses griegos, durante el tiempo en que fueron hombres atlantes, tenemos que ver esas fuerzas específicas que tienen su lugar dentro del cosmos. En realidad vivían en el plano físico, y eran, en términos de maya, hombres atlantes reales.
Pero esto ya no les asombrará si observan al hombre común de hoy. En el fondo, él también es maya, y es pura ilusión pensar que el alma humana está confinada al espacio que encierra su cuerpo. Tan pronto como un hombre alcanza el conocimiento del mundo suprasensible, ya no ve a su cuerpo físico como algo dentro del cual él está confinado con su yo; es algo sobre lo que mira desde afuera, hacia el cual está enfocado, y se siente a sí mismo, junto con su yo, como vertido en el espacio cósmico. De hecho, está fuera de sí mismo, unido a los seres del mundo circundante, a los que antes solo miraba; y de alguna manera, cada alma se extiende sobre todo el macrocosmos, cada alma está allí dentro del gran universo. Además, cuando el hombre cruza el portal de la muerte y separa su naturaleza esencial del alma de su parte corporal, tan pronto como se produce la muerte, se siente inmediatamente derramado en el macrocosmos, se siente uno con el macrocosmos, porque la realidad entra en su conciencia y toma el lugar de la maya.
He tratado de dejar claro lo que experimenta una conciencia cuando se ha liberado del cuerpo, cuando se dice que mira al cuerpo físico desde afuera, cuando vive en el mundo espiritual, cuando gradualmente se siente como en casa en el mundo espiritual macrocósmico… Traté de dejarlo claro en la escena 10 de mi obra La Probación del Alma, en el monólogo de Capesio cuando, después de haber sumergido en lo cósmico, la forma histórica de su encarnación anterior, regresa de nuevo a la conciencia ordinaria. En ese monólogo, lo que experimentó mientras vivía su encarnación anterior pasa por su alma; no solo se registra de forma seca que había visto una de sus encarnaciones anteriores, sino que si siguen el monólogo palabra por palabra, línea por línea, encontrarán una verdadera descripción de lo que experimentó. Lo encuentran todo allí, descrito con bastante realismo. A partir de este monólogo, pueden hacerse una idea de lo que realmente ocurre cuando uno mira s en la Crónica del Akasha hacia atrás a los períodos anteriores de la evolución de la Tierra, en los que uno ha pasado por encarnaciones anteriores. Sería un gran error pasar por alto una sola palabra; también sería un error con respecto a otros pasajes, pero particularmente en este monólogo sería un gran error no darse cuenta de que describe de manera bastante realista, con todo detalle, las experiencias reales del alma. ¡Incluso te dicen cómo el ser humano tiene que preguntarse si todo lo que hay en el espacio no se ha tejido con las cosas de su propia alma! En realidad, Capesio siente que lo que se ha encontrado allí fuera de sí mismo se ha hecho del material de su propia alma. Es muy extraño sentirse uno mismo como parte de otras cosas, sentirse expandido en un Cosmos, sentirse completamente agotado, literalmente hambriento de su propio ser, que se ha convertido en imágenes que luego se posicionan ante uno, imágenes que uno ve solo porque están saturadas con la materia de la propia alma. Si toman todo esto en consideración, llegarán a comprender la seguridad con que los griegos diseñaron las imágenes de sus dioses y del mundo divino.
Así, durante la época de la Atlántida, estos dioses eran seres humanos, con almas que tenían un significado macrocósmico y esta experiencia les permitió progresar de tal manera que pudieron tomar parte en la cuarta época de la cultura postatlante, pero durante esa época sostener las riendas muy holgadamente en su guía espiritual de la humanidad. Como dioses ya no necesitaban ser como Cecrops, Teseo y Cadmus, en quienes también se encarnaron las almas luciféricas que se habían retrasado durante la evolución de la Antigua Luna, ya que habían terminado con lo que la encarnación terrenal podía darles en sus encarnaciones atlantes. Sin embargo, si estamos viendo el asunto bajo la luz correcta, vemos que por mucho que estos dioses griegos todavía pudieran dar a los hombres, había una cosa que no podían darles; no podían darles la conciencia del yo que el hombre tenía que adquirir. ¿Por qué no? De todas mis conferencias anteriores, habrán recogido que esta conciencia del Yo humano era algo que tenía que ocurrir específicamente en la Tierra. Sabemos, por supuesto, que el hombre desarrolló por primera vez su cuerpo físico, etérico y astral durante la evolución de la Antigua Luna. En la Antigua Luna, la conciencia del yo no podía encontrar una base. No había conciencia del yo en nada creado en la Luna, o en ningún conocimiento que los dioses griegos hubieran adquirido allí sobre el principio de la creación. No podían dar la conciencia del yo a los hombres, porque eso era un producto de la Tierra. Podían hacer mucho por los cuerpos físico, etérico y astral del hombre, ya que habían estado completamente familiarizados con las leyes que los regían desde los tiempos de la evolución del Antiguo Saturno, Antiguo Sol y la Antigua Luna, en los que, en un nivel superior, ellos mismos habían participado. Pero debido a que eran seres retardados, no podían convertirse en creadores de la conciencia del yo. En este sentido, están en marcado contraste con los Elohim, con Jahve, que es preeminentemente el creador de la conciencia del yo. Así, la totalidad de la vida mental moderna solo ha podido desarrollarse mediante la mezcla de estas dos influencias polares en el desarrollo espiritual humano, la antigua influencia hebrea, que tenía una tendencia muy fuerte a despertar todas las fuerzas en el alma humana que conducían hacia la conciencia del yo y la otra influencia que derramó en el alma humana todas estas fuerzas que los cuerpos físico, etérico y astral humanos necesitaron para que la evolución de la Tierra pudiera llevarse a cabo correctamente.
Solo a través de la mezcla de estas dos influencias, la griega y la hebrea, fue posible que surgiera esa conciencia unificada que luego pudo absorber el Impulso de Cristo, el principio de Cristo. Porque dentro del cristianismo estas dos influencias se encuentran, se fusionan a medida que las aguas de dos ríos fluyen en uno solo. Así, mientras la vida del alma en la civilización occidental moderna es inconcebible sin el impacto de Grecia, no lo es menos sin el impulso de la antigua civilización hebrea. Pero desde la jerarquía a la que pertenecían Zeus, Poseidón y Plutón, no había posibilidad de que el hombre adquiriera su conciencia del yo terrenal. Los griegos tenían una percepción maravillosamente clara de esto, y lo expresaron en su concepto de Dionisio. De hecho, en lo que respecta a esta figura de Dionisio, el alma griega se ha expresado con una claridad tan maravillosa que solo podemos contemplar la sabiduría de su mitología con asombrada reverencia.
La mitología griega nos habla de un Dionisos más viejo, Dionysos Zagreus. Este Dionisio mayor era una figura que los griegos describían de tal manera que expresaban su sentimiento de que una antigua conciencia clarividente había precedido a la conciencia intelectual que el hombre ha adquirido hasta entonces. Este sentimiento no lo expresaron, por supuesto, en pensamientos como el nuestro, era completamente una cuestión de sentimiento. Esta antigua conciencia clarividente no estaba limitada por maya, ilusión, engaño, al mismo grado que la conciencia posterior de la humanidad. Mientras los hombres seguían siendo clarividentes, no creían que el alma estuviera encerrada en el cuerpo, que estuviera limitada por la piel; el centro del ser humano, por así decirlo, todavía estaba fuera del cuerpo. El hombre no creía que veía a través de sus ojos por medio de su cuerpo físico, pero sabía: «Con mi conciencia, estoy fuera de mi cuerpo físico». Consideraba el cuerpo físico como una posesión. Se podría decir que el hombre moderno es como alguien que se sienta firme y cómodamente en una silla en su casa y dice: ‘¡Aquí estoy dentro de mi casa y rodeado por sus paredes!’ El anciano clarividente no se sentó dentro de su casa de esta manera, se parecía más a un hombre que sale por la puerta de su casa, se para fuera y dice: «Ahí está mi casa, puedo caminar por ella, puedo mirarla desde varios puntos de vista». Tiene una vista mucho más amplia de la casa que cuando uno está dentro de ella. Así era como era la antigua conciencia clarividente. Circulaba fuera de su propia forma corporal y miraba a esta última simplemente como una posesión de la conciencia fuera de él. Cuando consideramos el curso de la evolución terrestre desde la antigua Lemuria hasta la época atlante y luego en las épocas postatlánticas, sabemos que el desarrollo de la conciencia terrenal ha sido gradual. Durante el tiempo lemuriano, esta conciencia humana fue en muchos aspectos muy similar a la de la evolución de la Antigua Luna. El hombre prestó poca atención a su cuerpo, todavía estaba extendido en el espacio. Fue solo gradualmente que entró con su yo en su cuerpo; durante la Atlántida, su conciencia estaba en gran medida fuera de él. Así fue solo gradualmente que esta conciencia comenzó a entrar en el cuerpo físico. —Todo el tenor de la evolución de la Tierra lo muestra, y el griego también era consciente de ello. Era consciente de una conciencia anterior, una conciencia clarividente que, aunque había surgido durante la evolución de la Tierra, todavía tenía una inclinación muy fuerte hacia la conciencia de la Luna, hacia la conciencia que se había desarrollado cuando el miembro más elevado del hombre era su cuerpo astral. Nosotros mismos podríamos expresar esta etapa de la evolución humana así— En el momento en que la Tierra entró en su evolución actual, el hombre había desarrollado el cuerpo físico, etérico y astral, el hombre llevaba en su cuerpo astral las fuerzas de Zeus; En el curso de la evolución de la Tierra se agregó a esto todo lo que fue a formar el yo. Un nuevo elemento se unió a las fuerzas astrales de Zeus. Injertado en las fuerzas de Zeus por así decirlo, había algo que en tiempos anteriores había estado vagamente asociado con ellas, pero que cada vez era más un yo independiente agregado a las fuerzas de Zeus.
El Yo independiente estableció primero la clarividencia, y solo posteriormente la expresión intelectual. Si vemos las fuerzas astrales de Zeus, y lo que entonces emerge, que al principio es clarividente, vemos lo que hemos llamado Perséfone, entonces podemos decir: «Antes de que el hombre perdiera su conciencia clarividente, vivía en él, junto a lo que estaba en su cuerpo astral como las fuerzas de Zeus, Perséfone». El hombre había traído este cuerpo astral, estrechamente asociado con las fuerzas de Zeus, desde la Antigua Luna. La vida del alma que encontramos personificada por Perséfone se desarrolló en él, en la Tierra. ¡Y así es como era el hombre que vivió en la antigüedad en la Tierra! Sintió, ‘tengo en mi cuerpo astral… Tengo en mi interior a Perséfone’. En tiempos antiguos, el hombre todavía no podía hablar de un yo intelectual, como lo hacemos hoy, pero era consciente de algo que surgió en él como resultado de la cooperación de las fuerzas de Zeus en su cuerpo astral con las fuerzas de Perséfone. Lo que ocurrió en él a través de la unión de Zeus y Perséfone, fue su propio yo. Era algo cuyo único aspecto le fue otorgado por Zeus; a esto tenía que añadirse la otra cosa, sobre la cual Zeus como tal no tenía influencia directa. Lo que en Perséfone, como hija de Deméter, estaba relacionado con las fuerzas de la Tierra misma. Perséfone era hija de Deméter, un ser divino cuya relación con Zeus era considerada como la de una hermana. Perséfone era un alma que había pasado por una evolución diferente de Zeus, estaba conectada con la Tierra, y desde la Tierra tenía una influencia sobre el hombre y, por lo tanto, sobre la formación de su conciencia del yo.
Así, desde tiempos muy remotos, el hombre cargaba en él desde el lado de Zeus su cuerpo astral y desde el lado de la Tierra, a Perséfone. El griego antiguo era consciente de que llevaba en su interior algo, cuyo origen no pudo descubrir cuando miraba a las jerarquías de los dioses superiores. Por lo tanto, atribuyó lo que llevaba dentro de él a lo que se llamaban los dioses terrenales, a los dioses que estaban conectados con el origen de la Tierra, en los que los dioses superiores no habían participado. «Tengo algo en mi ser al que debo mi conciencia terrenal, algo que el mundo de los dioses superiores, el mundo de Zeus o de Poseidón o de Plutón no pudo darme directamente, ¡algo con lo que solo pudieron cooperar! Por lo tanto, hay sobre la Tierra algo más allá de lo que son las fuerzas macrocósmicas de Zeus, Poseidón y Plutón, algo que Zeus solo puede ver, pero que él mismo no puede producir». Por todas estas razones, la mitología griega tiene una buena base para hacer de Dionisos el mayor, Dionisos Zagreus, un hijo de Perséfone y Zeus. En tiempos antiguos, las fuerzas en la vida terrenal que promueven el desarrollo de la conciencia del yo del hombre, observadas de forma microcósmica desde el interior del hombre, constituyen la antigua conciencia clarividente; vistos desde el aspecto macrocósmico, a medida que surgen a través de los elementos terrenales, son los Dionisos mayores.

Así, cuando el hombre tenía un yo que todavía no era el yo de hoy con su poder de intelecto, pero el precursor de nuestro yo presente, cuando el hombre tenía la antigua conciencia, que ahora se ha vuelto subconsciente, el hombre miraba hacia afuera a las fuerzas macrocósmicas que causan las fuerzas del yo fluyendo hacia nosotros y los llamaron Dionisos Zagreus, Dionisos el mayor. Pero el griego tenía un sentimiento peculiar hacia lo que Dionisos el mayor podía darle. Después de todo, ya estaba viviendo en una civilización intelectual, aunque impregnado con la savia viviente de la fantasía, algo completamente pictórico. Dentro del modo pictórico su cultura ya era intelectual. Sólo los tiempos más antiguos aún muestran evidencia de una civilización clarividente. Todo lo que tiene que ver con Grecia, que se ha transmitido históricamente a épocas posteriores, es una civilización intelectual, empapada sin embargo de imágenes y fantasía.
Así, en realidad, el griego recordó un tiempo más antiguo, un tiempo al que realmente pertenecía Dionisos Zagreus, un momento en el que infundía en la naturaleza humana el yo todavía clarividente. El griego tuvo una sensación de tragedia cuando se dijo a sí mismo: «Nuestra Tierra ya no puede mantener una conciencia del yo tan antigua». Intenten por un momento ubicarse a sí mismos dentro de ese alma griega. Miraba hacia atrás como si recordara aquellos tiempos pasados, y se decia a sí mismo: «En ese momento había una humanidad que vivía con su conciencia fuera del cuerpo físico, un momento en que el alma era independiente de la porción de espacio encerrada por su piel, un momento en que vivía afuera, en armonía con el mundo del espacio cósmico. Pero esos tiempos han pasado, pertenecen al pasado. Desde entonces, esta conciencia del ego se ha desarrollado de tal manera que, de hecho, el hombre no puede hacer otra cosa que sentirse encerrado en el espacio delimitado por su piel».
Esto implicaba algo más. Intenten imaginar por un momento que, por un milagro, podría suceder que cada una de sus almas, ahora en sus cuerpos físicos, los abandonara, se extendiera en el ancho del espacio… entonces sus almas se fusionarían la una con la otra, no estarían separadas. Las diferentes almas podrían apuntar a su propia propiedad en tantos puntos diferentes como cabezas hay sentadas aquí; pero allá arriba las almas se unirían y deberíamos tenerlas como unidad. Pero si las almas se retiraran de esta exaltada conciencia a sus respectivos cuerpos nuevamente… ¿qué sería de esa unidad? Se dividiría en tantos cuerpos como están sentados aquí. Imaginen esta sensación, piensen que los griegos sabían en sus almas que había una especie de conciencia en la que las almas se unían entre sí y formaban una unidad, una conciencia en la cual la psique humana flotaba sobre la Tierra, y como un yo nadie podría realmente distinguirse de otro; luego llegó un momento en que esa yoidad perdió su unidad y cada alma separada se escurrió en un cuerpo. La fantasía griega representa este momento en una imagen impresionante, la imagen de Dionisos desmembrado.

Con buen discernimiento, la mitología griega ha entretejido en la saga de Dionisos, la figura de Zeus por un lado y Hera por el otro. Hemos visto que Zeus es el poder central de las fuerzas macrocósmicas que corresponden a las fuerzas del alma ancladas en el cuerpo astral. Estas fuerzas del alma han venido de la evolución de la Luna. Incluso Zeus realmente deriva de la evolución de la Luna, de modo que juega un papel en la creación de Dionisos, con quien, para empezar, como Dionisos el mayor, es un hijo de Zeus y Perséfone. La parte de Zeus en la creación de Dionisos radica en que él representa el elemento de la unidad, de la homogeneidad, del Yo aún sin fragmentar. La figura con la que nos encontramos en la femenina Hera ha pasado por un desarrollo diferente. Ha pasado por un desarrollo mucho más avanzado espiritualmente que el de Zeus, más avanzado en el sentido de que se inclinaba más hacia la Tierra, mientras que Zeus se había quedado atrás en una etapa anterior. Mientras que Zeus había permanecido en la etapa de la evolución de la Antigua Luna y había persistido en la etapa de desarrollo lunar, Mientras que Zeus había permanecido en la etapa de la evolución de la Luna, había persistido en la etapa de desarrollo de la Luna, Hera había ido más lejos y había tomado en sí ciertos móviles que podía usar en la Tierra. Hera pertenece a la categoría de aquellos seres luciféricos que trabajan para lograr la separación, la individualización de los hombres. Por eso es tan a menudo representada como celosa. Los celos solo pueden ocurrir cuando la individualidad está bien definida. Donde prevalece la conciencia de unidad no puede haber celos. Hera pertenece a aquellos dioses que más separan, individualizan, aíslan. Así, Hera juega un papel activo en la mutilación de Dionisos… en tanto que él es el descendiente de la unión de Zeus y Perséfone. En un momento en que el ser humano de antaño estaba dotado de conciencia clarividente como conciencia universal, la diosa individualizadora Hera, —en una función expresada simbólicamente como sus celos—, aparece y llama a los Titanes, los dioses centrados en las fuerzas de la Tierra, corta en pedazos la antigua conciencia unificada, conduciéndola así a cuerpos separados. Así es como esta conciencia universal, esta conciencia de ser uno, fue desterrada del mundo.
El antiguo griego miraba hacia atrás con un sentido de tragedia a esa antigua conciencia clarividente que vivía fuera del cuerpo físico y sabía que era una con todas las cosas en el universo; porque solo podía mirar hacia atrás como a una cosa del pasado. Si nada más hubiera sobrevivido, si hubiera habido solo el hecho de Hera, el hombre habría caminado por la Tierra, encerrado dentro de los estrechos límites de su propia personalidad. Los hombres nunca se habrían entendido. Pero tampoco habrían podido entender su entorno, los elementos de la Tierra, el mundo. Habrían podido considerar sus cuerpos como su propiedad, sentirse encerrados dentro de sus cuerpos como en una casa; posiblemente hubieran podido sentir el ambiente en su mayor proximidad como propio, como un caracol siente que su concha le pertenece, pero más allá de esto el yo humano nunca se habría expandido; nunca se habría dilatado hacia una conciencia del mundo. Eso es lo que quería Hera. Ella quería separar a los hombres entre sí en su individualidad.
¿Qué salvó entonces a los hombres de este aislamiento? ¿De dónde viene que, si bien los yoes de los hombres han asumido una forma intelectual, esta conciencia posterior, que ya no es clarividente sino intelectual, es capaz de formar una imagen del mundo mediante la adquisición de conocimiento intelectual? ¿De dónde viene que el yo pueda trascenderse a sí mismo, siendo capaz de conectar una cosa con otra? Mientras que la visión clarividente abarca todo el mundo en una mirada, la visión intelectual está restringida, tiene que pasar de un objeto a otro, para reunir los elementos separados en su visión del mundo a fin de obtener una imagen del conjunto mediante el conocimiento intelectual. No solo se ha desarrollado el trabajo de Hera, sino que se ha completado la intelectualidad del yo, y aunque el hombre ya no puede, como Dionisos Zagreus, vivir en los objetos de forma clarividente, al menos puede formar imágenes inteligentes del mundo, él puede imaginar el mundo como un todo. Para los griegos, el poder central detrás de esta imagen del mundo, detrás de los pensamientos y las imágenes con que los captamos, estaba representado por la diosa Pallas Atenea.
De hecho, fue la imagen intelectual del mundo, la sabiduría del intelecto, la que rescató al desmembrado Dionisos, la que rescató la antigua conciencia unificada que se había retirado a los cuerpos humanos. Dirigió la conciencia humana una vez más hacia afuera. De ahí la sutileza de la saga de Dionisos, que relata cómo Pallas Atenea, después de que los Titanes hubieran desmembrado a Dionisos por instigación de Hera, rescató su corazón y se lo llevó a Zeus. Esa es una característica maravillosamente sutil y llena de sabiduría de la historia, en total acuerdo con las «maravillas del mundo» de las que la Ciencia Espiritual vuelve a ser la clave. Contemplamos sus profundidades con reverencia y admiración. Esta historia del desmembramiento de Dionisos y el rescate de su corazón por Pallas Atenea, quien se lo llevó a Zeus, es solo la contrapartida macrocósmica de algo que tiene lugar en nuestro interior de forma microcósmica.
Sabemos que la sangre que pone en movimiento al corazón es la expresión física del hombre terrenal. ¿Qué hubiera pasado si la expansión intelectual del yo a una concepción intelectual del mundo no lo hubiera salvado de ser encarcelado en el cuerpo humano? ¿Qué habría sucedido si Pallas Atenea no hubiera rescatado el corazón del desmembrado Dionisos y se lo hubiera llevado a Zeus? Los hombres habrían caminado alrededor de cada uno preso en su propia forma corporal, cada uno preso en esas fuerzas microcósmicas de su cuerpo que manifiestan simplemente los impulsos egoístas inferiores, a través de los cuales el hombre de hecho tiende a separarse como una persona aislada encerrada en su piel. Por supuesto, el hombre tiene en su interior aquellas fuerzas que llevaron al desmembramiento de Dionisos. Son los impulsos inferiores de la naturaleza humana, los que funcionan de forma animal, de manera instintiva, y son la base del egoísmo humano. Esos son los impulsos a partir de los cuales se desarrollan la simpatía y la antipatía, todo de naturaleza instintiva, desde el hambre y otros instintos aliados hasta el instinto reproductivo, que como tal pertenece por completo a la categoría de instintos inferiores. Si hubiera dependido solo de Hera, si Pallas Atenea no hubiera intervenido para salvar al hombre, solo habría desarrollado un apetito por la comida, por el proceso de reproducción, en resumen, por todos los instintos inferiores.
¿Qué sucedió entonces para permitir al hombre superar este egoísmo, concentrado únicamente en su naturaleza inferior? Estos instintos inferiores constituyen egoísmo, pero hay algo en la naturaleza humana que nos eleva por encima de ellos. Es el hecho de que en nuestros corazones todavía podemos desarrollar un tipo diferente de entusiasmo que las pasiones egoístas —el hambre que nos impulsa a mantener la vida y el instinto sexual que nos impulsa a mantener la especie. Esos apetitos, después de todo, todavía dejan a la naturaleza humana sumida en su egoísmo. Es solo porque algo más está entremezclado con ellos que su carácter egoísta puede ser superado hasta cierto punto, que pueden ser liberados del cuerpo. Hay un elemento superior conectado con el corazón, particularmente con la circulación de la sangre, que desarrolla un mayor entusiasmo. Cuando nuestros corazones laten por el mundo espiritual y por sus grandes ideales, cuando nuestros corazones están ardiendo por las cosas de la mente, cuando sentimos tanto calor por el mundo espiritual como el hombre siente en sus instintos más bajos en la vida erótica, entonces la naturaleza humana está siendo purificada y espiritualizada por lo que Pallas Atenea ha agregado al hecho de Hera. La humanidad solo será capaz de comprender esta tremenda verdad en el transcurso del tiempo, ya que en la actualidad hay mucho en la naturaleza humana para el autoengaño. ¿Con qué frecuencia oímos decir este tipo de cosas: ‘Algunas personas son muy extrañas, se ponen nerviosas con todo tipo de cosas que realmente no existen, se sienten tan acaloradas con las abstracciones, con meras ideas, como hacen otros hombres con respecto a vida real’ —es decir, la satisfacción del hambre y otros instintos inferiores. Pero aquellos que son capaces de desarrollar un entusiasmo tan cálido por lo suprasensible, por las cosas de ninguna manera preocupadas por los instintos más bajos, que pueden sentir que el mundo suprasensible es una realidad, se han dedicado a lo que Pallas Atenea agregó a la obra de Hera. Esa es la contraparte microcósmica de las fuerzas que dominan el universo, de la cual la mitología griega nos brinda una imagen tan magnífica cuando cuenta cómo Pallas Atenea rescató el corazón del desmembrado Dionisos y se lo llevó a Zeus, que lo escondió en sus entrañas. Después de que la antigua conciencia clarividente entrara en el hombre, se fusionó con su naturaleza corporal; esto se expresa maravillosamente en el mito griego en el hecho de que la naturaleza de Dionisos está oculta en el costado de Zeus; porque todo lo que habría surgido del desmembrado, Dionisos habría tenido su contraparte microcósmica en lo que emana de la naturaleza corporal inferior del hombre. Así vemos cuán maravillosamente lo que se da en las magníficas imágenes de la antigua saga de Dionisos está de acuerdo con la Ciencia Espiritual.
Sin embargo, se nos dice cómo la antigua conciencia clarividente, representada por el anciano Dionisos, se desarrolló aún más en el Dionisos más joven, en la conciencia posterior, en nuestra conciencia actual del yo. Pues la contraparte macrocósmica de nuestra presente conciencia del yo, con su civilización intelectual, con todo lo que se deriva de nuestra razón, y de nuestro yo en general, es de hecho el segundo Dionisos, que nació como una poción de amor, elaborada a partir de lo rescatado. El corazón del desmembrado Dionisos fue entregado a Semele, una mortal y resultado de su unión con Zeus, con las fuerzas del cuerpo astral. Así, uno que como ser humano ya es diferente, se une con lo que viene de la evolución de la Luna, y de esta unión proviene el hombre actual, que tiene su contraparte macrocósmica en el Dionisio más joven, el hijo de Zeus y Semele. ¿Qué más se nos dice acerca de este Dionisos más joven?. Seguramente si él es la contraparte macrocósmica de nuestras fuerzas intelectuales del yo, entonces debe ser la inteligencia que abarca la Tierra, que se extiende a lo ancho del espacio. Si el sentimiento griego debe estar de acuerdo con la verdad, tendrá que pensar en el Dionisos más joven, la contraparte macrocósmica de nuestro yo intelectual, como la inteligencia que rodea la Tierra; ¡Tendrá que pensar que se mueve un ser afuera en el espacio que es como la inteligencia que pasa de Tierra en Tierra! Y, sorprendentemente, encontramos en la mitología griega la espléndida leyenda del segundo Dionisio que viajó desde Europa a la lejana India, enseñando a los hombres las artes de la agricultura, el cultivo de la vid, etc. Encontramos cómo luego cruzó Arabia, volviendo de nuevo a través de Egipto. Cada variedad de civilización intelectual proviene de los viajes del joven Dionisos; lo que en nuestra forma abstracta de polvo seco se conoce como la expansión de la civilización intelectual, la antigua mitología griega llamó a los viajes del joven Dionisos, que enseñaba agricultura a los hombres, les enseñaba el cultivo de la vid, además de enseñarles ciencia, el arte de escribir y cosas así, durante los viajes que lo llevaron por toda la Tierra. Las concepciones del Dionisos viejo y el joven encajan maravillosamente; son imágenes de la humanidad que avanza desde su conciencia más antigua y clarividente, con su contraparte macrocósmica en el Dionisos más antiguo, a la conciencia intelectual más joven que tiene una contraparte macrocósmica en el Dionisos joven.
Volvamos una vez más al pensamiento que formó el punto de partida de esta conferencia, la idea de que los antiguos dioses griegos eran hombres atlantes…. El mayor Dionisos… sentirás de él que —aunque es hijo de Perséfone y Zeus ya ha incorporado elementos de la Tierra en sí mismo a través de los Titanes, todavía tiene una afinidad muy estrecha con los dioses de la jerarquía de Zeus. Es el hijo de Zeus y Perséfone, un ser suprasensible. Este anciano Dionisio por el hecho de que todavía es hijo de Zeus y de Perséfone —una figura suprasensible de la época post-atlante— está en su misma naturaleza aliada con la jerarquía de Zeus. Debido a esto, la conciencia de los antiguos griegos es clara, y la leyenda lo hace claro, que el Dionisio mayor, Dionisos Zagreus, como los otros dioses griegos, vivió como un ser humano en la Atlántida, caminó sobre la Tierra como un hombre en la Atlántida. Pero cuando entras en el espíritu de la saga del joven Dionisos, que ya está estrechamente relacionado con el hombre, al nacer de una madre humana, ves que el mito es consciente de que en realidad es más parecido al hombre que a los dioses. Por lo tanto, la leyenda relata lo que de hecho es verdad, que el Dionisos joven nació en Grecia en la antigüedad remota, y vivió en un cuerpo carnal postatlántico. Así como las fuerzas de Zeus se encontraron una vez en un Zeus Atlante, de la misma manera reconocemos como la civilización intelectual que se extiende por todo el mundo, esta contraparte macrocósmica mental del yo intelectual personal, que una vez vivió como un hombre, como el Dionisio joven, en la época posterior a la Atlántida, en algún lugar de los tiempos prehistóricos griegos. Este Dionisio más joven en realidad vivió, fue uno de los héroes griegos. Creció en Grecia y viajó a Asia, llegando a la India. ¡Este viaje realmente tuvo lugar! Y gran parte de la civilización india, no la parte que ha sobrevivido a la enseñanza de los Santos Rishis, sino otra parte, deriva del Dionisos más joven. Luego, con su banda de criaturas terrenales, viajó a Arabia y Libia, y regreso a Tracia. Este prodigioso viaje prehistórico realmente tuvo lugar. Así, una figura de Dionisos que realmente vivió como hombre, acompañada por una notable banda de seguidores, descrita en la mitología como silenis, faunos y otros seres similares, hizo el viaje completo Arabia, Libia, Tracia y de regreso a Grecia. Cuando llegó el momento de su muerte, derramó su alma en la civilización intelectual de la humanidad.
Por lo tanto, uno se justifica al preguntar: «¿Vive el Dionisio joven hoy?» Sí, mis queridos amigos. Ve a donde quieras, mira lo que vive en el mundo como cultura intelectual, considera el contenido mental de lo que nos dan los historiadores modernos en una forma tan desesperadamente seca como el polvo, y que se llama la tradición de la historia o algo así. Igualmente fantástico —consideren esto en su realidad concreta. Piensen en este elemento concreto, macro-telúrico que rodea a la Tierra como una envoltura espiritual, que subsiste de época en época, que no solo está en cada cabeza, sino que, como atmósfera de cultura intelectual, también envuelve a todos los hombres en sus vidas diarias— en eso vive Dionisos el más joven! Ya sea que recurran a la enseñanza de nuestras universidades, o al entrenamiento intelectual que se aplica a la tecnología, ya sea al tipo de pensamiento que ha llegado al mundo y forma la atmósfera mental del sistema bancario y financiero en todo el mundo, en todo lo que vive el alma de Dionisio el más joven. Desde la muerte de la personalidad del joven Dionisio que hizo ese gran viaje, su alma se ha derramado gradualmente en la civilización intelectual de toda la Tierra.
Traducido por Gracia Muñoz en Octubre de 2018.
[i] Escena 2 de La Probación del Alma. Las palabras precisas son:
“Der höhern Wahrheit Wege sind verworren;
nur der vermag zurecht zu finden sich
en Geduld durch Labyrinthe wandeln kann «.
Traducido como:
“Enredados son los caminos que llevan a verdades más elevadas!
Y solo aquellos que puedan llegar a la meta.
Son quienes caminan pacientemente por sus laberintos”.
Traducido por Gracia Muñoz
[…] GA129c5. Múnich, 22 de agosto 1911 […]