Rudolf Steiner — Dornach, 10 de diciembre de 1920
En nuestras últimas exposiciones hemos tratado la posibilidad de ver en el mundo de la naturaleza por una parte, lo que en cierta forma está ligado a la moral, a la vida del alma, y por otra hemos tratado de ver en la vida del alma lo que está presente también en el dominio natural. Es esto precisamente lo que plantea a la humanidad moderna un inquietante enigma.
Cuando el hombre aplica al universo las leyes naturales y considera el pasado, no debe decirse únicamente que todo lo que nos rodea ha salido de una nebulosa original cualquiera, por tanto de algo puramente material y que de alguna forma se ha diferenciado, metamorfoseado, y de ahí han nacido las criaturas de los reinos mineral, vegetal, animal y por supuesto el hombre. Todo esto aparecerá al final del mundo bajo una forma diferente a la del comienzo, pero en un estado físico puro. Entonces la moral que nació en nosotros, nuestros ideales, se desvanecerán y serán olvidados; no habrá más que un gran cementerio material y en este estado físico terminal todo lo que había sido la evolución del alma en el hombre habrá perdido su sentido pues no era más que una especie de burbuja de jabón. La única realidad será lo que se desarrolló físicamente a partir de una nebulosa original diferenciándose con fuerza para dar a luz las criaturas y que retornará a continuación a un estado indiferenciado bajo la forma de escorias.
Semejante visión a la que debe llegar aquel que honestamente (honestamente frente a sí mismo) se adhiere al punto de vista del mundo materialista de la época presente, no puede en absoluto edificar un puente entre lo físico y la vida del alma o vida moral. Si no se quiere permanecer completamente materializado y no tener por única realidad la del mundo de los fenómenos materiales, resulta que tal concepción debe ir siempre a buscar en alguna forma abstracta un segundo mundo, el cual, si se admite que la ciencia no conoce más que el primero, sería únicamente resultado de la fe. Esta fe, por su parte, piensa: «el bien que nace en el alma humana no puede quedar sin respuesta en el mundo; es preciso que haya ciertas potencias que recompensen el bien y castiguen el mal».
En nuestra época hay gente que se adhieren a las dos formas de ver aunque ellas entre si no tienen ninguna unión. Por una parte los admiten sin reserva todo lo que propone la concepción estrictamente científica del mundo, adoptan la teoría de Kant-Laplace, la de la nebulosa original con la perspectiva de un estado terminal de nuestra evolución donde todo serían escorias, y por otra parte de adhieren a alguna concepción del mundo religioso según la cual las buenas obras encuentran en alguna forma su recompensa y las malas serán castigadas. El hecho de que en nuestra época gran cantidad de gente adopte en su alma ambas formas, viene de que en nuestro tiempo la actividad real del alma es muy poca; si esta actividad interior estuviera verdaderamente presente no se podría aceptar, lisa y llanamente, por una parte un orden del mundo del cual la realidad moral está excluida, y por otra la existencia de algunas potencias que recompensan el bien y castigan el mal.
Esta unión de una concepción moral del mundo con otra concepción física es fruto de una pereza del pensamiento y de la sensibilidad del hombre moderno. Ya he indicado que alrededor de nosotros percibimos, en primer lugar, los fenómenos luminosos y que en la naturaleza exterior llevamos la mirada hacia todo lo que se nos aparece gracias a lo que llamamos luz. También he dicho que en todo lo que es luz alrededor nuestro vemos los pensamientos universales moribundos, pensamientos que en un pasado muy lejano constituyeron los mundos de pensamiento de ciertas entidades, mundos de pensamiento en los cuales las entidades universales leyeron lo que en aquella época eran los misterios del mundo. Lo que entonces eran pensamientos hoy brilla ante nuestros ojos, son, de alguna forma, los cadáveres de los pensamientos universales, lo que como luz resplandece ante nosotros.
Es suficiente abrir «La Ciencia Oculta» en las páginas que corresponden a este lejanísimo pasado para leer que el ser humano tal como lo vemos actualmente no existía. Durante el período del Antiguo Saturno, por ejemplo, no era más que una especie de autómata dotado de sentido. También sabemos que en esta época el universo estaba habitado tal como lo está hoy, únicamente que lo estaba por otros seres distintos al hombre pero que habían alcanzado el rango que el hombre ha alcanzado actualmente. Los espíritus que nosotros conocemos como Arcáis o Principados durante el Antiguo Saturno estaban en el nivel humano; estaban constituidos de forma distinta a los hombres, sin embargo se encontraban a nivel de la humanidad. Los Arcángeles se hallaban a nivel humano en el Antiguo Sol, y así sucesivamente.
Si llevamos nuestra mirada hacia un muy lejano pasado podemos decirnos que de igual forma que nosotros recorremos ahora el mundo como seres pensantes estas entidades también lo recorrieron como seres pensantes y con el carácter de hombre. Pero lo que en ellos vivió en otro tiempo se ha convertido en pensamiento universal exterior, y lo que vivió en su interior bajo forma de pensamientos y no pudo ser percibido más que desde el exterior como su aura luminosa, es ahora visible en el mundo que nos rodea, aparece en los fenómenos luminosos como mundos de pensamiento que mueren. La oscuridad juega su papel también entre los fenómenos luminosos y lo que en ella tiene lugar frente a la luz es lo que, en el lenguaje del alma y del espíritu, se puede llamar la voluntad o también, en una perspectiva oriental, el amor.
En el universo vemos una parte del mundo que luce, si se le puede llamar así; pero este mundo iluminado, siempre transparente para los sentidos, no lo veríamos si en él no se hiciera perceptible la oscuridad, y es en esta oscuridad que lo impregna donde vamos a buscar la voluntad que vive en nosotros. El mundo exterior puede ser considerado como una armonía entre luz y oscuridad; nuestro propio ser interior tal como aparece en el espacio puede ser también considerado como constituido de luz y oscuridad. Es únicamente por nuestra propia consciencia que la luz es pensamiento, representación, y la oscuridad es en nosotros la voluntad que se hace bondad y después amor.
Con esto nos formamos una concepción del mundo en la cual lo que está en el alma no es solamente psíquico y lo que está en la naturaleza no es solamente material; una concepción en cuya perspectiva lo que está en la naturaleza es el resultado de la vida moral del pasado y en la que la luz está constituida por los mundos de pensamientos que mueren. De esto resulta para nosotros que los pensamientos que llevamos en nosotros, son, en cuanto a su fuerza, surgidos de un pasado, pero estos pensamientos los penetramos constantemente en la voluntad que se eleva del resto de nuestro organismo.
Lo que llamamos pensamientos puros son vestigios de un antiguo pasado impregnado de voluntad. Por tanto lo que llevamos en nosotros está orientado hacia un lejano porvenir y el primer germen de lo que se prepara en nosotros brillará manifestado exteriormente en este lejano porvenir. Los seres que mirarán el mundo a partir de la Tierra tal como lo hacemos nosotros ahora se dirán:
«A nuestro alrededor resplandece la naturaleza, ¿por qué brilla de esta forma a nuestros ojos?».
Y la respuesta será:
«porque los hombres cumplieron de cierta forma los actos y lo que ahora percibimos a nuestro alrededor es el fruto de los gérmenes que los seres terrestres llevaron en sí mismos».
Podemos comportarnos como cabezas abstractas y prosaicas, podemos analizar como los físicos la luz y sus manifestaciones, podemos analizar todo esto fríamente como hombres de laboratorio y este trabajo producirá muchas cosas bellas e interesantes, pero de esta forma no adoptaremos frente al mundo exterior la actitud de un ser humano completo; solo seremos un ser humano completo frente al mundo exterior si podemos sentir lo que nos aparece en la aurora, en el firmamento celeste, en la planta verde, si podemos vivir interiormente lo que percibimos en la ola que brama, pues la luz no es solamente lo que el ojo percibe; empleo aquí la palabra «luz» para designar todas las percepciones sensoriales.
¿Qué vemos en todo lo que percibimos a nuestro alrededor?. Un mundo que ciertamente puede elevar nuestra alma y que en cierto sentido se revela a nuestra alma como lo único que tiene sentido ante nuestros ojos. Frente a este mundo no somos seres humanos completos si lo analizamos con la sequedad de los físicos. Por el contrario, para ser seres humanos completos es preciso que nos digamos que lo que aquí brilla, lo que allí resuena, es la forma última de lo que hace muchísimo tiempo, en un muy lejano pasado, los seres humanos elaboraron en su alma; a estos seres les debemos un reconocimiento. En este momento ya no dirigimos al mundo la mirada seca del físico, sino que lo miramos llenos de gratitud frente a las entidades que digamos durante millones de años, durante el Antiguo Saturno, vivieron en hombres como hoy vivimos nosotros también en hombres y que pensaron y sintieron de tal forma que hoy son un mundo magnífico que se despliega a nuestro alrededor. Este es el importante fruto de una concepción del mundo hecha de realidades y que nos conduce a considerar el mundo no solo con una mentalidad fría y seca, sino como criaturas plenas de reconocimiento hacia los seres que en el lejano pasado produjeron por sus pensamientos y acciones lo que para nosotros es este mundo al que la visión nos eleva.
Cuando uno se representa todo esto con la intensidad necesaria esta imagen se llena de un deber de reconocimiento hacia los seres que en un lejano pasado fueron nuestros predecesores y edificaron este mundo para nosotros, al mismo tiempo que nos decimos que debemos conformar nuestros pensamientos y sentimientos con nuestro ideal moral a fin de que los seres que vengan tras nosotros puedan elevar su mirada hacia él, un mundo que les inspire reconocimiento hacia sus muy lejanos ancestros, aquellos que ahora, en el sentido literal del término, están presentes a nuestro alrededor. Nosotros vemos un mundo de luz que hace millones de años eran un mundo moral; nosotros llevamos en nosotros mismos un mundo moral que dentro de millones de años será un mundo de luz.
Esta forma de sentir el universo es la que nos conduce a una concepción del mundo llena de valor. Una visión incompleta del mundo conduce a toda clase de ideas, conceptos y teorías, pero no satisface plenamente al hombre pues le deja vacío en cuanto a su sentimiento. Quien honestamente se preocupe del mundo sabe que no debe dejarse arrastrar por la decadencia, pues puede entrever una escuela y una universidad en el futuro donde los humanos no entrarán simplemente a las 8 de la mañana con una especie de indolencia, de indiferencia, y saldrán a mediodía con la misma indolente indiferencia, todo lo más un poco más orgullosos de ser algo más sabios. No es así, uno puede orientar su mirada hacia un porvenir que nos muestra como aquellos que salgan de la escuela a mediodía la abandonarán llenos de sentimientos hacia el Universo; por otro lado, el saber transmitido habrá despertado en sus almas un sentimiento hacia el devenir del mundo, un sentimiento de reconocimiento frente a un pasado en el curso del cual unos seres habrán dado forma a la naturaleza que les rodea; y además un sentimiento de la gran responsabilidad que nos incumbe por el hecho de que nuestros impulsos morales engendrarán mundos en el porvenir.
Uno puede creer que la nebulosa original es una realidad y también las escorias futuras, y que por otra parte los seres se crean en el dominio moral de las ilusiones que crecen en ellos mismos como un sueño. Pero la fe no dice más y sin embargo debería decirlo si ella fuese honesta. Debería decir: «si, la sanción se hace realidad: tus pensamientos se convierten en luz visible. El orden moral del mundo se manifiesta. Lo que en un tiempo fue orden moral en otro tiempo se convierte en orden físico y lo que en cualquier tiempo es orden físico en otro fue orden moral del mundo. Toda sustancia moral está destinada a pasar a lo físico. El hombre que ve el espíritu en la naturaleza ¿tiene necesidad de una demostración suplementaria del orden moral?. No, en la naturaleza, a través de la cual se transparenta el espíritu está incluida la justificación del orden moral del mundo. Es a tal imagen a la que uno se eleva cuando considera al ser humano en la plenitud de su humanidad.
Como punto de partida tomemos un fenómeno del que cada día hacemos todos la experiencia. Sabemos que la entrada en el sueño y en la vigilia reposan sobre el hecho de que el hombre se separa con su Yo y cuerpo astral de sus cuerpos físico y etérico ¿qué significa este hecho para el Cosmos?. Representémonos como los cuerpos físico, etérico, astral y el yo están unidos durante la vigilia; luego representémonoslos separados durante el sueño. ¿Qué diferencia hay para el Cosmos entre estos dos estados?. En el estado de sueño vivimos interiormente la luz, experimentamos qué es el mundo de los pensamientos que mueren, el mundo del pasado. Se está entonces inclinado hacia una receptividad que hace percibir al espíritu caminando hacia el porvenir. El hombre no tiene hoy día mas que una percepción difusa de todo esto, pero ello no cambia para nada los hechos. Lo que ahora nos importa es que, en ese estado, somos receptivos a la luz.

Cuando nos introducimos de nuevo en nuestro cuerpo nos hacemos interiormente, en nuestra alma que también se introduce en el cuerpo, receptivos no de la luz sino a la oscuridad. Pero este hecho no tiene solamente un aspecto negativo, sino que nos hacemos receptivos a algo más; mientras que en el sueño somos receptivos a la luz, en la vigilia lo somos a la gravedad. Esto no significa que entonces pesen nuestros cuerpos; al introducirnos en el cuerpo nos hacemos interiormente, en nuestra alma, sensibles a la gravedad. Durante el sueño el hombre no percibe con su consciencia normal actual lo que él vive en la luz; en el estado de vigilia él no percibe que vive en la gravedad. La experiencia fundamental del hombre dormido es la vida en la luz; en ese estado no es sensible a la gravedad, en alguna forma se ve libre de ella. Vive sin peso en la luz.
Todo esto se revela a la investigación espiritual de la forma siguiente. Cuando se está elevado al nivel de conocimiento de la imaginación se puede ver el cuerpo etérico de una planta. Al observarlo se tiene la experiencia interior de que ese cuerpo la eleva constantemente. Por el contrario, al observar el cuerpo etérico de un hombre se le verá pesado, incluso con la facultad de representación imaginativa se tiene este mismo sentimiento. A partir de esto se viene a reconocer que el cuerpo etérico del hombre transmite esta pesantez al alma cuando esta se halla unida a él. Pero esto es un fenómeno primordial suprasensible. Al dormir el alma vive en la luz, por tanto en la ligereza. En la vigilia el cuerpo es pesado y este peso se transmite al alma. Esto es algo que se transmite también a la consciencia. ¿En qué consiste el momento del despertar?. Cuando dormimos no nos movemos, la voluntad está anulada. También lo están las representaciones pero esto es sólo por la anulación de la voluntad que no se sirve de los sentidos. El fenómeno fundamental es la paralización de la voluntad. ¿Cómo se anima ella de nuevo?. Por el hecho de que el alma siente la pesantez que le transmite el cuerpo. Esta unión con el alma es lo que engendra en el hombre terrestre el fenómeno de la voluntad, y en el hombre la voluntad cesa cuando se halla en la luz.
Aquí tenemos las dos fuerzas cósmicas, la luz y la gravedad, las dos grandes fuerzas que contrastan en el Cosmos, es decir, luz y gravedad son dos realidades cósmicas opuestas. Representémonos el planeta: la gravedad atrae hacia el centro, la luz parte del centro y va hacia el Universo. La luz nos la representamos inmóvil pero en realidad ella se aleja del planeta. Quien se represente la gravedad como una fuerza que atrae hacia la Tierra, a la manera de Newton, piensa de una forma sensiblemente materialista, pues se representa algo así como un demonio sentado en el centro de la Tierra y que atrae la piedra hacia él. Se habla de una fuerza de atracción cuya existencia nadie puede probar ya que no existe más que en tanto que representación. En la civilización occidental se tiende a representar todo lo que existe, bajo el aspecto de una realidad sensorial. Para quien quiera estar más cerca de la realidad basta con admitir que la luz y la gravedad son dos fuerzas cósmicas de sentido contrario.
Muchas cosas que conciernen al hombre reposan sobre lo que acabo de decir. Al considerar los hechos cotidianos del dormir y el despertar nos decimos: al dormirse el hombre abandona el campo de la gravedad para penetrar en el de la luz, y cuando él ha vivido bastante tiempo en el campo de la luz siente un vivo deseo de dejarse captar de nuevo por la gravedad; retorna a ella y se despierta. Constantemente él oscila entre la vida en la luz y la vida en la pesantez, entre la vigilia y el sueño. Cualquiera que afine suficientemente su sensibilidad podrá sentir esto directamente, podrán vivir personalmente este ascenso de la gravedad a la luz y el retorno a la pesantez de la vigilia.
Representémonos ahora algo distinto: el hombre es un ser unido a la Tierra entre el nacimiento y la muerte, y esto es debido a que su alma, durante la vida entre el nacimiento y la muerte, ansía la gravedad y cuando ha vivido un tiempo en la luz retorna a la pesantez. Cuando el alma entra en un estado en el que ya no desea la pesantez el hombre sigue cada vez más a la luz. Pero él la sigue hasta un cierto límite y cuando llega al extremo periférico del universo ya ha consumado todo lo que la pesantez le dio entre el nacimiento y la muerte y siente de nuevo el deseo nostálgico de reencontrarla; él reemprende entonces el camino de una nueva encarnación. Durante este período entre la muerte y un nuevo nacimiento, hacia la medianoche de la existencia, el hombre experimenta la nostalgia; los otros cuerpos celestes también y cuando él atraviesa sus esferas en su ruta hacia una nueva existencia actúan sobre él según su pesantez. En su camino de retorno el hombre se encuentra sucesivamente en diferentes situaciones que podríamos caracterizarlas con el siguiente ejemplo:
Al retornar a la Tierra el ser humano aspira a vivir de nuevo en la pesantez terrestre. En primer lugar atraviesa la esfera de Júpiter de la que emana una pesantez de tal naturaleza que colorea de un cierto gozo el deseo de reencontrar la gravedad terrestre. Después el ser humano pasa por la esfera de Marte, siempre aspirando a encontrar la pesantez terrestre e interiormente animado de un cierto gozo. Marte actúa entonces sobre él con su pesantez y, en alguna forma implanta en el alma la actividad precisa para penetrar en su campo, para sacar provecho de su próxima existencia entre el nacimiento y la muerte. Después el ser humano atraviesa la esfera de Venus. A la nostalgia teñida de gozo y de fuerza viene a unírsele una comprensión llena de amor por las tareas de la existencia.
Hemos hablado de las distintas gravedades que emanan de los cuerpos celestes, y hemos establecido una unión con lo que puede vivir en el alma. Nuestra mirada se dirige entonces hacia el espacio cósmico y tratamos de ver el carácter moral que se extiende físicamente en el espacio. Sabemos que en la gravedad vive un elemento de voluntad y también sabemos que la voluntad se opone a la luz, por tanto podemos decir: de Marte emana la luz, de Júpiter emana la luz, de Venus emana la luz, y las fuerzas de gravedad son al mismo tiempo modificadas por la luz. Sabemos que en la luz viven los pensamientos cósmicos agonizantes y que en las fuerzas de gravedad viven los gérmenes de voluntad de los mundos en devenir. Todo esto colma a las almas mientras viven en el espacio. Miramos el mundo bajo un aspecto físico y al mismo tiempo le consideramos bajo su aspecto moral, pero lo uno y lo otro no existen juntos y es únicamente en razón de los límites de su espíritu que el hombre se inclina a decir que por un lado está lo físico y por otro lo moral. Esto no son más que diferentes aspectos de una realidad única. El mundo que evoluciona en dirección a la luz evoluciona también en dirección contraria. Un pleno orden universal lleno de sentido se revela en el orden universal natural.
Es preciso ser claro sobre un punto: no se accede por la vía filosófica a una tal manera de ver el mundo sino penetrando progresivamente y aprendiendo a espiritualizar los conceptos de la física por medio de la Ciencia Espiritual; de esa forma el mundo se «moraliza» a sí mismo. Cuando se aprende a ver más allá del mundo físico el mundo en el que esto físico ha desaparecido, donde lo espiritual está presente, entonces se reconoce la presencia de la realidad moral.
Partiendo de ciertas representaciones determinadas personas podrían evocar en su alma, muy sabiamente, lo que acabo de decir, aunque esto sea extraño a la forma de pensar de la mayor parte de la gente. Tenemos, pues esta línea que no es una elipse sino que se distingue de ella porque es un poco menos amplia de curva (la elipse sería la línea de puntos en la figura de la izquierda. Pero esto no es más que una variante particular de esta misma línea que cuando se modifica la ecuación matemática, puede adoptar la forma de lemniscata (figura derecha). Es la misma una que otra[1].

una vez voy por aquí y me cierro aquí … bajo ciertas condiciones no voy a la parte superior de esta manera, —sino por aquí—, y vuelvo, cerrando en la base. Pero la misma línea tiene otra forma. Si comienzo aquí, aparentemente debo cerrar aquí también; ahora debo dejar el nivel, el espacio, debo cruzar aquí y regresar aquí.
Ahora debo dejar espacio nuevamente, continuar aquí y cerrar en la base. La línea solo se modifica un poco; estas no son dos líneas, sino solo una; también tiene solo una ecuación matemática; es una línea simple, solo me he ido del espacio. Si continúo con esta demostración, surge otra posibilidad: simplemente puedo tomar esta línea (Lemniscata es una figura como un 8), pero también puedo representarla de modo que la mitad quede en el espacio; viniendo aquí —debo dejar espacio y terminarlo así: aquí está la otra mitad, pero fuera del espacio ordinario, no adentro. También está allí. Y si uno desarrollara este método de percepción que los matemáticos, si lo hicieran, ciertamente podrían hacer hoy, uno llegaría a la otra concepción —dejar espacio y regresar a él. Eso es algo que corresponde a la realidad. Por cada vez que emprendes algo, piensas: antes de que lo hagas, sales del espacio, y cuando mueves tu vuelves otra vez. En el medio, estás fuera del espacio: entonces estás en el otro lado.
Es preciso desarrollar por completo esta representación del otro lado del espacio pues así se aborda también la representación de la realidad suprasensible y se llega sobre todo a la representación del elemento moral en su realidad. Es por esto que en la actual concepción del mundo no puede representarse más que muy difícilmente el elemento moral en su realidad ya que las personas quieren únicamente representarse todo en el espacio, determinar la medida, el peso, el número, mientras que en verdad podría decirse que la realidad sale en todo momento del espacio y a continuación vuelve a él. Hay gente que dice al representarse el sistema solar y en el interior los cometas, que éstos aparecen, después describen una gigantesca elipse y reaparecen mucho tiempo después. Esto es inexacto en muchos cometas. En realidad los cometas aparecen, después se van, se disgregan, desaparecen pero se vuelven a formar y reaparecen y describen líneas que no vuelven más. ¿Y por qué?. Porque los cometas salen del espacio y regresan a él desde otro lugar. Todo esto es posible en el Cosmos.
Mañana volveremos con estas consideraciones pero ya no les atormentaré mas con las representaciones que he expuesto durante los últimos diez minutos, pues sé que ellas son extrañas a los pensamientos que a gran número de ustedes les son familiares. Sin embargo es preciso que a veces mencione cómo la Ciencia Espiritual, tal como la cultivamos aquí podría tener en cuenta los pasos más científicamente elaborados si se presenta la ocasión, por si existiese la posibilidad de penetrar de espíritu lo que hoy día se practica con ausencia total de éste en las llamadas ciencias exactas. Pero desgraciadamente esta posibilidad no existe, y en particular ciencias como las matemáticas se practica hoy día la mayor parte del tiempo de una forma que excluye totalmente el espíritu. Como lo he señalado recientemente en una conferencia pública celebrada en Basilea, la Ciencia Espiritual está conducida provisionalmente a hacerse conocer entre profanos cultivados, cosa que le reprochan mucho los que quieren ser eruditos. Si los sabios no fueran tan perezosos cuando se trata de consideraciones espirituales la Ciencia Espiritual no tendría necesidad de ser expuesta únicamente a los profanos cultivados, pues ella puede servirse de las nociones científicas más elaboradas y hacerlo con una perfecta precisión, pues tiene consciencia de la responsabilidad que le incumbe.
Los científicos se comportan frente a todo esto de una forma bien extraña. Tenemos, por ejemplo, un sabio-—del que recientemente he hablado en una conferencia publica— que aparentemente, había oído hablar de la Escuela Waldorf y también leído en «Novedades de la Escuela Waldorf» mi discurso de inauguración de la Escuela, así como algún otro artículo. En este discurso de inauguración nombré a un pedagogo que figuraba en la misma orla que este sabio. Los señores que tan frecuentemente reprochan a la Antroposofía de sugestionar a las gentes, o de conducirlas a la autosugestión, de pronto se sienten hipnotizados cuando oyen que se cita a alguien que es uno de sus hermanos en espíritu. Nuestro sabio se mostró entonces muy atento. Lo que se realizó en los cursos de Dornach le pareció, aparentemente muy asfixiante, y no pudo por menos que escribir lo siguiente: «Durante los cursos universitarios de los antropósofos en Dornach, junto a Basilea, que tuvieron lugar en el otoño de este año, se ha formulado la esperanza de que de este lugar partirán grandes y fuertes ideas que inaugurarán una nueva evolución de nuestro pueblo y le insuflarán de una nueva vida. Quien ha descubierto el verdadero valor de las bases morales de este movimiento no puede compartir esta esperanza, a menos que ellas sean sometidas a un examen crítico, lo que querrían inspirar las líneas que preceden».
¿Con qué sentido fueron escritas estas «líneas que preceden»?. Los cursos universitarios deben ser controlados siempre en su base ética, sometidos a un examen crítico, pues ello debe tener algo que ver con lo que tal personaje declara, con el bajo nivel moral. En su artículo que él titula «herejía ética» comienza así: «En los tiempos de nivel moral más bajo que ha conocido el pueblo alemán, es doblemente necesario mantener los grandes jalones de la moral tal como Kant y Herbart los han propuesto y no eliminarlos en favor de tendencias relativistas. Entre los primeros deberes que nos imponen la decadencia de todas las nociones morales es preciso contar con lo que expresan las siguiente palabras de barón de Stein: Un pueblo no puede permanecer fuerte más que con la práctica de las virtudes que le han hecho grande.
Este hombre sitúa la decadencia de las nociones morales de la guerra y encuentra algo digno de ser resaltado: «Lo particularmente deplorable es que un escrito del guía de los antropósofos en Alemania Dr. Rudolf Steiner, haya contribuido a esta decadencia pues no es posible negar el idealismo básico de este movimiento que aspira a la interiorización del individuo —esto está sacado de algunos artículos aparecidos en «Noticias de la Escuela Waldorf», ni que en su plan de la tripartición del cuerpo social no pueden encontrarse ideas sanas y propias para favorecer la felicidad del pueblo. En su libro «La Filosofía de la Libertad» (Berlín 1918) su individualismo adquiere una forma excesiva hasta el punto de poder conducir a la disgregación de la colectividad, y por esta razón, es preciso combatirle».
Vean Vds. «La Filosofía de la Libertad» ha sido escrita en 1918 bajo la influencia de la decadencia moral que la guerra provocó. El no había leído más que la última edición y con tan poca precisión que no vio de cuando databa el libro, es decir que fue escrito en un tiempo en que, como él decía, todavía no estaba cuestionada la decadencia moral. He aquí hasta donde llega la conciencia profesional de estos educadores de la juventud, pues nuestro hombre no es solamente profesor de filosofía sino también pedagogo; no se limitaba a enseñar en la universidad sino que instruía a los niños. El mismo estaba tan bien informado que creía que la «Filosofía de la Libertad» había sido escrita en 1918, por tanto creía fácil dar su opinión sobre la finalidad de este libro.
Rememoremos un poco: la «Filosofía de la Libertad» apareció en 1893 y como es natural las ideas que ella contienen nacieron en esa época. Admitido esto ¿qué sentido pueden tener las siguiente palabras, que constituyen el punto culminante del artículo: «Estos hombres libres, según el Dr. Steiner, ya no son hombres; todavía sobre la Tierra ellos pertenecen al mundo de los ángeles; es a esto donde les ha conducido la Antroposofía».
He aquí con que consciencia nuestros eruditos escriben en la actualidad. Con igual conocimiento un doctor en teología escribió que aquí se ha construido una estatua del Cristo de nueve metros de altura y que arriba tiene rasgos luciféricos y abajo lleva marcas de bestialidad; esto contradice el hecho de que esta estatua del Cristo tiene una cara puramente humana, ideal y que abajo ella no es más que un bloque de madera informe. Por otro lado este doctor no dice que estos informes le han sido facilitados ya que él jamás se encontró delante de la estatua.
Dejando a un lado estos ataques se puede proponer una pregunta: ¿Qué clase de teólogos son estos?, ¿qué clase de cristianos?, ¿qué clase de educadores que tienen semejante relación con la verdad y la sinceridad y de qué naturaleza es una ciencia que trabaja con ese espíritu de verdad y sinceridad?. Semejante ciencia es la que hoy día desde las cátedras y los libros, es la que hoy vive la humanidad.
Entre todas las tareas que le incumben la Ciencia Espiritual debe también purificar nuestra atmósfera espiritual de todas las miasmas de la falsedad y la mentira que reinan no solamente en la vida exterior sino que también ganan los dominios de la ciencia desde donde se extienden devastadoramente en la vida social. Es preciso encontrar el valor de hacer luz sobre todas estas cosas, pero para ello hay que entusiasmarse con una concepción del mundo que lance de verdad un puente entre el orden moral y el orden físico del mundo, que pueda considerar al sol luminoso también como una concentración de pensamientos cósmicos declinantes y ver en esto que desde las profundidades de la Tierra brota la promesa que subsistirá en el porvenir, un germen que colmara el mundo de su naturaleza de voluntad.
Traducido por Mercedes Arnaldes y Gracia Muñoz.
[1] [Dr. Steiner estaba aquí describiendo en la pizarra las tres variaciones de la curva de Cassini. Uno de ellos es similar a una elipse, el segundo a una figura de ocho (Lemniskate) el tercero se compone de dos partes separadas. -Ed.]