El ser humano trimembrado

Del libro Isis Sophia II – parte II – El Zodiaco y la Evolución

Por Willi Sucher

English version (p.29)

En el capítulo siguiente se hará el intento de investigar el carácter dinámico del zodíaco.

El zodíaco está compuesto por doce constelaciones o grupos de estrellas fijas que desde tiempos antiguos llevan el nombre ya tan conocido: Aries o Carnero, Tauro o Toro, Cáncer o Cangrejo, Leo o León, Virgo o Virgen, Libra o Balanza, Escorpio o Escorpión, Sagitario o Centauro, Capricornio o Cabra, Acuario o Aguatero, Piscis o Peces. Estos forman una especie de cinturón que pareciera mantener unificado al cielo de las estrellas fijas. Además, este círculo zodiacal se muestra como el paso por donde se mueven todos los planetas que forman el Sistema Solar, incluidos el Sol y la Luna. No es posible entrar en detalle aquí sobre esos movimientos, pero de observar regularmente a la Luna así como a los planetas, resulta obvio que todos ellos dan la impresión de moverse a través del zodíaco, acorde a sus ritmos y revoluciones. En la medida en que se mueven por el espacio a diferente distancia de la Tierra, puede imaginarse que el zodíaco es la última franja de un enorme plano, sobre el cual las órbitas planetarias dan la impresión de ligarse a él, formando de este modo una especie de escalinata que desciende desde el mundo de las estrellas fijas hasta la Tierra. He aquí que las constelaciones se ofrecen como de mayor importancia, considerando la conexión entre el Mundo Estelar y la Tierra.

La pregunta que ha de continuar es la siguiente: ¿cómo podemos hallar algo sobre el carácter espiritual y dinámico del mundo estelar?, ¿poseemos alguna herramienta de investigación?. El telescopio sólo nos aporta aspectos externos sobre el mundo estelar; no basta para revelar al espíritu.

En este terreno cognitivo debemos pues utilizar al ser humano como instrumento de investigación. En principio, esto puede resultar un sin sentido o una superstición. Ciertamente, sabemos que en tiempos antiguos el ser humano era considerado como un microcosmos, como un reflejo perfecto o imagen del gran universo. Sin embargo, la ciencia moderna proferirá que no se tiene evidencia sobre tal concepto, algo que sólo pudo florecer desde la ignorancia de épocas ya pasadas. A esto puede responderse que la historia de la ciencia a lo largo de los últimos siglos es en sí misma una prueba de que no puede arrogarse el hallazgo de una verdad absoluta y final sobre la humanidad y el universo. El desarrollo de la cognición científica a lo largo del presente y pasado siglo, los muchos cambios radicales dentro de la postura científica, y la impotencia frente a ciertas cuestiones fundamentales, son más bien signos de que la verdad acerca de la vida y la existencia no puede ser hallada sin la ciencia exacta del Espíritu. Aquí, el autor puede declarar que sólo el abocamiento a la ciencia espiritual antroposófica pudo convencerle de que el hombre es un microcosmos a partir del gran macrocosmos, y que las antiguas cosmovisiones no surgieron de la mera ignorancia. Los antiguos conceptos del mundo estaban basados originalmente en percepciones muy exactas, en relación con la naturaleza espiritual de la humanidad y del universo. Ciertamente, hemos de buscar tales hechos dentro de un nivel de consciencia diferente al de antaño.

A la luz de la ciencia espiritual moderna, no sólo somos una imagen del universo actual sino también un perfecto reflejo de los grandes estadios cósmicos que se produjeron en un lejano pasado. Por ello se requiere un cuadro claro de nuestra organización, con el fin de detectar la huella oculta de la creación.

El cuerpo humano puede ser percibido como una organización trimembrada, compuesta por la cabeza, el tórax y los miembros. El órgano central de la cabeza es obviamente el cerebro, hacia el cual están orientados los sentidos, pero todo el sistema nervioso es irradiado desde él o hacia él. Es la región a través de la cual se establece el contacto con el mundo exterior. Obviamente, una cierta dirección de los movimientos y las funciones corporales se hallan además centradas allí. El corazón y los pulmones son los órganos centrales del tórax. Dan la impresión de estar conectados con los íntimos procesos vitales. El pulso y la respiración son expresiones de la presencia de la vida dentro del cuerpo humano, pero este terreno de la vida humana permanece cerrado a nuestra consciencia. Experimentamos la actividad de esta región como un reflejo o una noción sobre el bienestar o el malestar de nuestra salud. Los miembros y toda la organización conectada a ellos otorgan la posibilidad de moverse y de actuar independientemente –hasta un cierto punto– pero aquí también debemos reconocer que esta región corporal se halla velada por una profunda inconsciencia. No tenemos noción acerca de los complicados procesos que tienen lugar en el organismo humano cuando, por ejemplo, levantamos un brazo o digerimos la comida que hemos consumido.

De este modo nos vemos confrontados con una organización trimembrada de nuestra naturaleza corporal. En su totalidad, semeja un pasaje o escalera que desciende hacia las profundidades de la existencia inconsciente. De este modo nos percatamos de que esta organización corporal sirve de vehículo a las actividades mayor o menormente conscientes del alma. Del mismo modo en que el cuerpo constituye un pasaje que parte desde la claridad de los órganos sensorios y el cerebro hasta las profundidades inconscientes de los miembros y el sistema metabólico, también las capacidades anímicas poseen una habilidad inherente y urgen elevarse hacia una consciencia cada vez más clara. Estas facultades dan la impresión de precisar a la naturaleza corporal como una especie de resistencia y al combatir contra este complejo corporal, estas facultades se muestran capaces de elevar el nivel de consciencia. Por lo tanto, basándonos en el sistema de la cabeza desarrollamos una consciencia objetiva del mundo que existe en torno nuestro. Gracias a la combinación armónica entre la percepción y el pensar, podemos evolucionar hacia grados de consciencia más elevados dentro de este ámbito. Contra el tórax o sistema rítmico, nos empeñamos en la lucha por desarrollar nuestros sentimientos y elevarlos por encima del nivel onírico hasta una consciencia más clara. De tal modo nos volvemos capaces de generar conexiones armoniosas y conscientes con las criaturas compañeras de la naturaleza. La batalla en contra de los miembros u organización metabólica es la más difícil, ya que esta región corporal se resiste por medio de una consciencia adormecida por completo, y es sólo muy gradualmente que podemos desarrollar una voluntad dentro de esa batalla.

De tal manera hemos llegado a una contradicción iluminadora en nuestro ser trimembrado:

HOMBRE TRIPARTITO
f3

Este ser trimembrado es una imagen exacta de los estadios de la evolución cósmica. Cualquiera de las investigaciones espirituales genuinas en el pasado, así como la ciencia espiritual moderna, distinguen tres grandes pasos de creación cósmica que preceden al universo actual.

 Durante el primer estadio cósmico fue instaurada la base de lo que llamamos mundo físico. Los pensamientos divinos o ideas fueron densificados como los primeros rudimentos de la substancia. Un primer embrión a gran escala cósmica fue creado; al igual que durante los primeros estadios embrionarios del ser humano, predomina el desarrollo de la cabeza. También fue creada la base de los rudimentos de los órganos sensorios y a través de esto fue como devino ese mundo que se convirtió en el plano de resistencia contra el cual los seres humanos aprendieron –más adelante– a desplegar las capacidades conscientes del percibir y del pensar.

Durante el segundo gran estadio de la evolución cósmica, se le infundió vida a aquello que había devenido físicamente en el estadio anterior. Las primeras bases de la respiración y la circulación fueron creadas; pero esto fue solamente posible gracias a que la substancia derivada del primer estadio se condensó y espesó aún más en el segundo. Con el propósito de crear la base para un desarrollo posterior del sentir, una parte de la creación descendió más profundamente en la materia inconsciente. Es similar a la conexión entre la región de la respiración y la circulación, prácticamente inconscientes, y las facultades oníricas del sentir.

Durante el tercer gran estadio de la evolución cósmica, sobre el cual hablaremos más detalladamente más adelante, algunos de los seres creados –mayormente predecesores humanos– fueron imbuidos con los primeros rudimentos de un movimiento. Nuevamente, esto fue logrado con el precio de una mayor densificación y un espesamiento de la substancia física original. Descendió aún más en la inconsciencia; en otras palabras, se alejó todavía más de su origen en el pensamiento divino. Por medio de este sacrificio fue establecida la base para aquel terreno dentro de la existencia física contra la cual el ser humano se volverá capaz de desarrollar una consciencia volitiva en el futuro.

Durante el cuarto gran ciclo cósmico, parte de la substancia original fue densificada a tal punto que dejó de mostrar rastros de su origen divino. De este modo fue posible que una de las especies de la creación, la humanidad, fuera capacitada para alcanzar su independencia, su yo, por medio de su participación dentro de la materia emancipada. Así fue como la humanidad llevó a cabo el gran corte que hubo de acontecer con el fin de dar inicio a estados más elevados de consciencia, y poder trabajar también en pos de la gran unión de aquello que descendió y las consecuencias que surgieron de esto. Este es el estado de nuestro universo actual.

Ciertamente, somos la imagen microcósmica de la evolución Macrocósmica. A través de estudiar y reconocer nuestra naturaleza verdadera, podemos desarrollar al mismo tiempo un reconocimiento sobre el carácter dinámico del universo. Este hecho estuvo siempre en conocimiento de los sabios y prominentes guías espirituales de la humanidad. Con respecto a la naturaleza corporal, era sabido que el ser humano terrestre es una imagen perfecta de los hechos y detalles que componen al gran universo estelar. En tiempos antiguos, el estudio del devenir y el desarrollo del cuerpo humano significaban al mismo tiempo estudiar la génesis del universo.

Puesto que los seres humanos eran percibidos como seres que habían obtenido su organización física de los astros, durante los períodos de su descenso prenatal hacia la Tierra. Así fue que en antiguos tiempos, el cuerpo físico era percibido como una unidad compuesta por doce partes relacionadas a las doce constelaciones del zodiaco. Este antiguo conocimiento llegó hasta nuestra época por tradición, pero la ciencia espiritual moderna redescubrió esto como un hecho que se revela desde una nueva perspectiva espiritual. Por lo tanto, el ser humano conlleva la siguiente relación con respecto a las constelaciones del zodiaco:

De recordar ahora lo dicho acerca de la naturaleza ternaria de nuestra organización física y añadiendo la conexión con el zodiaco, podemos esperar encontrar también a este ser ternario en el mundo de los astros. En otras palabras, de pretender buscar el origen del cuerpo humano entre las estrellas del zodiaco, dado que el zodiaco mismo ha de tener una naturaleza ternaria, revelando la misma historia cósmica que aquella del cuerpo físico.

Podemos imaginar que lo abarcado entre la constelación de Aries y la de Géminis constituye el equivalente cósmico del organismo de la cabeza, aquello entre las constelaciones de Cáncer y Libra o Escorpio a la organización media, y Sagitario, Capricornio, Acuario y Piscis a la organización de los miembros. De todos modos se estaría tratando de una imagen poco elaborada, y no debemos imaginar que la antigua sabiduría fuese algo rudimentaria o primitiva. El conocimiento de la evolución humana y del universo estaba mucho más elaborado y era más exacto de lo que generalmente se asume en la actualidad.

El secreto de nuestra naturaleza trimembrada y su relación con el Universo era conocido por los antiguos Misterios como Mysterium Magnum, el Gran Misterio. Por ejemplo, es aquel misterio que está profundamente ligado a la antigua sabiduría celta sobre las Tríadas, el conocimiento y el profundo significado de ‘tres son uno y uno es tres’. Sólo fracciones incompletas de aquellos misterios han llegado hasta nosotros, y fue Rudolf Steiner quien los presentó bajo nuevas formas, apropiadas a la consciencia de la humanidad moderna (véase El hombre a la luz del Ocultismo, la Teosofía y la Filosofía, Oslo, Junio de 1912, conferencias especiales V-VII, de Rudolf Steiner). Antaño, cuando los discípulos de los Centros de Misterios y de los santuarios atravesaban por el camino de una puntillosa preparación para alcanzar el conocimiento de los mundos superiores, se vivenciaban a sí mismos como el ser ternario que mencionábamos anteriormente. Tenían que hacer grandes esfuerzos y ejercitar una gran fortaleza de carácter y auto-disciplina, con el fin de mantener en sí mismos la unidad de los tres seres que ahora habían descubierto. Lograban esto gracias a que cobraban noción acerca de la naturaleza y del origen cósmico de su ser. El círculo del zodíaco sobre el cual podían experimentar a la gran imagen arquetípica de su pequeño ser terrestre les ayudaba a ganar nuevamente la unidad, ya que el círculo –sobre todo el gran círculo zodiacal– es la esencia de la unión perfecta y armoniosa en sí mismo.

Los discípulos de aquella antigua ciencia espiritual ganaban noción de cómo el ‘tres’ del ser humano y de todo el universo se veía unificado por el gran espíritu del universo en el ‘uno’, al contemplar la armonía y el orden del mundo celeste, especialmente en el zodíaco. Mirando de este modo sobre el ser humano, percibían al ser trimembrado originarse desde el ser espiritual del zodíaco –el gran ser del Padre a quien los antiguos persas llamaron Zaruana Acarana, de donde se deriva el vocablo ‘zodíaco’. También cobraron consciencia de que cada una de las tres organizaciones humanas era en sí una unidad conformada por siete partes, que tenía la siguiente relación con el zodíaco:

       CUERPO SUPERIOR

  1. ARIES: posición vertical, irradiando por dentro del cuerpo desde la estructura del cráneo y del cerebro a través del esqueleto, especialmente la columna vertebral.
  2. TAURO: dirección de avance expresada por el organismo que está dirigido hacia la articulación y la percepción del sonido (laringe y oído medio)
  3. GEMINIS: simetría, comenzando por la duplicidad de los ojos y las orejas, extendiéndose hasta la simetría de los brazos y el resto del cuerpo. La palabra expresada por el organismo de Tauro se convierte aquí en un hecho.
  4. SAGITARIO: brazos superiores; la palabra transformada en un hecho apunta al mundo exterior.
  5. CAPRICORNIO: codos; la rigidez inicial se retira y se introduce la flexibilidad.
  6. ACUARIO: antebrazos; la corriente de calor que se origina en aquel del cuerpo se enfrenta con el calor del mundo exterior.
  7. PISCIS: manos; la unión queda establecida entre los mundos interior y exterior.
HOMBRE SUPERIOR

 CUERPO MEDIO

  1. GEMINIS: la columna y la médula espinal; éstas conectan al ser humano superior con el inferior (gemelos asimétricos). La médula espinal también constituye una especie de cerebro del ser humano medio.
  2. CANCER: tórax; la vaina que encierra y protege a los órganos por dentro del tórax.
  3. LEO: interior pectoral; corazón y pulmones.
  4. VIRGO: lo que está contenido por debajo del diafragma; asiento de los órganos digestivos y la misteriosa región donde se transforman los nutrientes.
  5. LIBRA: balance entre las regiones internas (Leo y Virgo) y el mundo exterior.
  6. ESCORPIO: órganos reproductivos.
  7. SAGITARIO: dirección hacia el mundo exterior por debajo del ser humano.
HOMBRE medio

 CUERPO INFERIOR

  1. VIRGO: plexo solar y riñones; el ‘cerebro’ del ser humano inferior.
  2. LIBRA: pelvis y caderas, el órgano de equilibrio del ser humano inferior móvil.
  3. ESCORPIO: órganos reproductivos externos.
  4. SAGITARIO: muslos; el movimiento es facilitado por la tensión y relajación de los músculos y recursos de la pierna superior.
  5. CAPRICORNIO: rodillas; facilitación de la flexibilidad y gracia en el movimiento de las piernas.
  6. ACUARIO: pantorrillas; encuentro entre el calor interior sanguíneo (portador de las emociones) y las condiciones externas.
  7. PISCIS: pies; encuentro con la Tierra.
HOMBRE INFERIOR

(Extraído de El hombre a la luz del Ocultismo, Teosofía y Filosofía; edición de 1965, pag. 118)

Tal era el modo en que se percibía al ser humano en la antigüedad, como ‘tres en uno y uno en tres’. Nuestra era nos coloca en la posición de recobrar en forma actualizada el conocimiento perdido. De contemplar esto desde el punto de vista de la cosmología espiritual, podremos discernir los factores de enlace. Por ejemplo, podemos ver que la persona superior e inferior se hallan parcialmente entrelazadas con respecto a su relación con el zodíaco, mientras que la persona central actúa como puente conector entre las constelaciones que se encuentran por encima y por debajo de los equinoccios.

Necesitamos dar un paso hacia adelante con el fin de lograr nuestro objetivo inicial de aplicar el conocimiento de nuestra naturaleza corporal como clave para la comprensión sobre la naturaleza espiritual del zodíaco. Fue indicado previamente que nuestra entidad ternaria es una recapitulación microcósmica de los tres grandes estadios de evolución cósmica que fueron moldeados dentro de un cuarto, el estadio actual. A eso fue añadido ahora el aspecto de la septuplicidad de nuestras tres organizaciones y sus relaciones con el zodíaco. De existir tal conexión entre el ser humano y el zodíaco, entonces se deduce lógicamente que también el zodíaco está formado a partir de la substancia de la memoria cósmica, por llamarle de algún modo, de todos aquellos estadios pasados de la evolución cósmica. Así como nuestro cuerpo es una especie de monumento viviente, el zodíaco es un ser vivo que aún continúa creando a partir de esa memoria del pasado.

Nuestra próxima tarea es detectar ahora a esa memoria cósmica activa. A tal logro, deberemos ganar una perspectiva sobre el carácter dinámico de las constelaciones zodiacales, las cuales no dependen únicamente de las inexplicables interpretaciones astrológicas que nos han sido legadas por tradición

Traducido por Diego Milillo y editado por Gracia Muñoz.

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